El Milagro de Empel

Las Campañas de Spínola en Flandes: el asedio de Rheinberg



El invierno de 1605-1606 se antojaba tranquilo tras la campaña emprendida por Ambrosio de Spínola durante ese año, y que concluyó con la toma del castillo de Krefeld, tras haber conquistado Wachtendonk y derrotado a Mauricio de Nassau en Mülheim. Es por eso que el genovés decidió viajar a Madrid para planificar la campaña minuciosamente.

Para volver a España Spínola decidió atravesar Francia, siendo recibido con todos los honores por el rey Enrique IV. Aunque ambas potencias no estaban en guerra, Francia siempre estaba presta a perjudicar los intereses españoles y desgastar su poder. Spínola, gran conocedor de los ardides del monarca galo, no se dejó embaucar por el fastuoso recibimiento que le habían preparado. En mitad de la cena celebrada en su honor, Spínola contestó a las insistentes preguntas del rey francés sobre cuáles iban a ser sus planes para la campaña de 1606, afirmando que volvería a invadir la región de Frisia, plenamente consciente de que Enrique no se tomaría en serio aquellas palabras. 

Así ocurrió. Enrique IV, acostumbrado a moverse en la mentira y las intrigas, creyó que Spínola le mentía, y tan pronto éste marchó hacia España, comunicó a los rebeldes holandeses que los españoles no tenían la más mínimo intención de entrar en Frisia. Ya en España Spínola fue recibido como un héroe, siendo colmado de prebendas por Felipe III, quien le hizo miembro del Consejo de Estado y de Guerra. El auge de Spínola parecía imparable desde que en 1604 lograse rendir la ciudad de Ostende tras más de tres años de durísimo asedio. 

Guerreros: Gonzalo Fernández de Córdoba y Cardona

 

El 31 de diciembre de 1585 nacía en el castillo de Cabra, en Córdoba, Gonzalo Fernández de Córdoba y Cardona-Anglesona, bisnieto del Gran Capitán, un hombre llamado a ser uno de los militares más notables y capaces de su tiempo.

Gonzalo nació en el castillo familiar de Cabra. Su padre, Antonio Fernández de Córdoba y Folch de Cardona, era duque de Sessa, Soma y Baena, y el embajador de Felipe II, y más tarde de Felipe III, en Roma en una época muy turbulenta en la ciudad papal, ya que solo en el año 1590 se sucedieron tres papas distintos. Su madre era Juana de Aragón y Córdoba y, por tanto, Gonzalo pertenecía a uno de los linajes más importantes de España, pero el ser el tercer hijo del matrimonio, sus posibilidades de heredar eran nulas.

De este modo el joven Gonzalo se esmeró en recibir una educación militar que le permitiera hacer carrera en las armas. En 1607, un año después de que su padre falleciera, el joven Gonzalo fue sometido a las pruebas para ingresar en la Orden de Santiago y para el año 1612, marchó a Italia de la mano de Álvaro de Bazán y Benavides, II marqués de Santa Cruz, e hijo del gran marino que nunca conoció la derrota. En Italia se destacó en la defensa del Mediterráneo, teniendo especial importancia su participación ese año en el ataque a La Goleta, donde la flota española logró incendiar a la berberisca. 

Las Campañas de Spínola en Flandes: Mülheim y Wachtendonk


A comienzos del otoño de 1605 el Ejército de Frisia de Ambrosio de Spínola proseguía su avance buscando nuevos objetivos que tomar; de esta forma, tras derrotar a las fuerzas de Mauricio de Nassau en Mülheim, conquistaba la importante ciudad de Wachtendonk, que servía de nudo comunicaciones con los protestantes de los territorios alemanes, y el castillo de Krefeld, poniendo así la guinda a la brillante ofensiva emprendida por el general genovés. 

Tras la toma de Lingen, el 19 de agosto de 1605, Spínola desplegó unas partidas de caballo ligeros al objeto de vigilar los movimientos de las fuerzas de Mauricio de Nassau, que había cerrado el paso sobre Frisia desplegando sus fuerzas en Coevorden, a menos de 70 kilómetros al oeste de Lingen. Tras unas pequeñas escaramuzas entre las vanguardias de ambos ejércitos, Spínola no quiso arriesgar sus fuerzas y decidió dirigirse al sur, hacia la villa de Oldenzaal, conquistada por las tropas hispánicas a comienzos de agosto. El 14 de septiembre llegaron a la ciudad y el general genovés dio unos días de descanso a sus agotadas tropas, que habían permanecido en movimiento desde el inicio del verano. 

Tras reforzar las nuevas conquistas, Spínola se dirigió más al sur, recorriendo casi 100 kilómetros en pocos días para alcanzar la ciudad de Dorsten, en el Obispado de Münster. Mauricio, que seguía sus pasos desde el oeste a una distancia prudencial, se internó en el ducado de Cléveris con la intención de tender una emboscada al Ejército de Frisia. Spínola, tras consultar sobre la posibilidad de tomar Rheinberg con los maestres de campo Juan de Meneses y Pompeo Giustiniano, y con su segundo, el conde de Bucquoy, optó por expugnar la ciudad de Wachtendonk ante la gran dificultad que suponía la primera.

Los Tercios: El Reclutamiento


Desde su creación, oficialmente con las Ordenanzas de Génova de 1536, hasta mediados del siglo XVII, los Tercios fueron sin duda las mejores unidades de combate de Europa. Su versatilidad, su alta preparación, sus experimentados mandos, y su permanente disposición para el combate, los convirtieron en el terror de los enemigos de la Monarquía Española. 

Los tercios estaban formados por soldados de las diferentes naciones gobernados por el rey de España, y entre todas ellas destacaban los soldados de España. No era de extrañar que los mandos hispanos los prefirieran para las operaciones más peligrosas y complejas. El Gran Duque de Alba no dudaba en alabar a sus infantes españoles, por ejemplo, en la campaña contra la Liga de Esmalcalda, el duque le confesó al embajador francés que prefería acometer las "acciones" con soldados españoles, llevando a los alemanes tan solo para "hacer número". El propio monarca Felipe II reflexionaba, a propósito de la campaña de 1576 en Flandes, que eran los españoles los mejores para "campear", siendo los soldados de más valía de cuantas naciones había. 

El caballero francés Pierre de Bourdielle, señor de Brantôme, quien combatió contra los tercios españoles y también a su lado, como por ejemplo en la reconquista del Peñón de Vélez de la Gomera, en 1564, o en el Gran Sitio de Malta de 1565, fue un gran admirador de los infantes españoles, trabando con algunos de ellos gran amistad. Fue Brantôme quien usó el término "rodomontada" para aludir a las bravuconadas y la jactancia de la que hacían gala los soldados de la nación española, quienes mostraban más valor, arrojo y arrogancia que ningún otro soldado conocido. Por ejemplo, Brantôme destacaba que en el socorro de Malta, tras preguntar a un infante español por cuán numeroso era el socorro conducido por García de Toledo, éste le respondió: "yo le diré; hay tres mil italianos, tres mil tudescos, y seis mil soldados". 

Las Campañas de Spínola en Flandes: La toma de Lingen

El 19 de agosto de 1605 caía en manos de la Monarquía Hispánica la ciudad de Lingen, situada en la región de Frisia Oriental, tras un corto pero intenso asedio por parte de las fuerzas del Ejército de Flandes que Ambrosio de Spínola había empleado en su estrategia de llevar la guerra al mismo corazón de las Provincias Unidas. 

En el marco de la Guerra de los Ochenta Años, los últimos momentos del siglo XVI y la entrada del nuevo siglo no habían sido propicios para la causa hispánica en los Países Bajos. La derrota en Nieuwpoort, primera de relevancia a campo abierto, el 2 de julio de 1600, puso en entredicho la fortaleza de las armas hispánicas y dejó de manifiesto las intenciones de Mauricio de Nassau de invadir Flandes. El archiduque Alberto, soberano de los Países Bajos junto a Isabel Clara Eugenia, se propuso llevar a cabo la recuperación de la ciudad de Ostende, única villa de la región de Flandes en poder de los rebeldes, y uno de los puertos más importantes de la provincia. El archiduque empeñó lo mejor de sus fuerzas en tomar aquella ciudad, desde la cual los holandeses lanzaban constantes ataques sobre las poblaciones leales próximas. 

Desde 1596, los Estados de Flandes habían clamado una intervención en Ostende, por lo que a comienzos de julio de 1601 empezó el asedio. Las operaciones de expugnación de la ciudad se extendieron hasta finales del verano de 1604 cuando, tras un cambio en el mando de las operaciones, Spínola logró rendir Ostende el 20 de septiembre. El precio que hubieron de pagar los hispánicos fue alto, no solo por el gran número de bajas, sino por la ingente cantidad de recursos económicos empleados en aquel asedio, uno de los más largos que se recuerdan. Además, en las semanas finales de la conquista de Ostende, Mauricio de Nassau emprendió una nueva ofensiva en Flandes que dio como resultado la toma por parte de los holandeses de La Esclusa, ciudad situada a menos de 50 kilómetros al noreste de Ostende, y que contaba con otro valioso puerto en plena salida que el río Escalda tiene al mar. 

Las Campañas del marqués de Leganés en Milán: La amenaza en el mar y la recuperación de la Valtelina

 

Tras la victoria en Tornavento, el 22 de junio de 1636, el Ejército de Lombardía completó la debacle francesa tomando durante el verano la ciudad de Gatinara, el castillo de Fontane, el de Anon, y levantando el cerco al que las tropas francesas y del duque de Parma, Eduardo Farnesio, tenían sometido a Rottofredo. El marqués de Leganés tenía a final del verano completamente cercado al ducado de Parma, había tomado el control de las salinas de Salsomaggiore y, gracias a la construcción del fuerte de Longina, logró asegurar el paso sobre el río Po. 

Todo parecía indicar que 1636 iba a acabar de manera tranquila en Italia para los intereses de la Monarquía Española. Pero a finales de agosto se tuvieron noticias de que una armada francesa avanzaba hacia las costas de Génova, por lo que el marqués de Leganés se pudo en marcha para tratar de acabar con aquella preocupante amenaza. La armada enemiga constaba de entre 66 y 84 barcos, bajo el mando de Henri de Sourdis, arzobispo de Burdeos y teniente general de la Marina Real Francesa, cuya nave capitana contaba con 44 cañones y 400 soldados, y al menos 24 bajeles contaban con 30 piezas de artillería. El número de infantes que llevaba al combate estar armadas era superior a los 6.000. 

Antes de estas noticias, el 12 de agosto, había partido del puerto de Barcelona una escuadra de 10 galeras que llevaba infantería española bisoña, juntándose más tarde con 6 galeras toscanas, 12 napolitanas y 8 genovesas, las cuales llegaron a Mónaco a finales de agosto, dejando el 29 de ese mes provisiones y bastimentos en la isla de Santa Margarita, próxima a la costa de Cannes. Allí tuvieron lugar los primeros enfrentamientos que se saldaron con unos pocos cañonazos y daños menores en algunos buques de ambos bandos. El día 4 de agosto el arzobispo de Burdeos, acompañado de su consejo de guerra, se acercó con varios bajeles a reconocer las defensas de la ciudad de Mónaco. Al desembarcar fue tanta su imprudencia que a punto estuvo de morir de un mosquetazo. 

Ordenanzas Militares de 28 de junio de 1632

A continuación se exponen las Ordenanzas de 28 de junio de 1632, firmadas por el secretario del Rey, Gaspar Ruiz de Ezcaray, en nombre de Felipe IV. Estas ordenanzas trataban de responder a las necesidades de los ejércitos de la Monarquía de España, por cuanto entendía el monarca y sus consejeros que éstos habían perdido la disciplina y las buenas costumbres del pasado. Van a suponer, igualmente, el punto álgido de la política militar diseñada por el conde-duque de Olivares, que buscaba revitalizar la maquinaria militar y atraer nuevamente a la aristocracia a la milicia, por considerarla esencial para ejercer el mando de los ejércitos de su Majestad. 

De este modo, estas ordenanzas van a suponer una mirada atrás, buscando, quizás restablecer glorias pasadas, aunque sean imposibles de cumplir, dada la falta de hombres y dineros a la que se va a tener que enfrentar España, más aún inmersa en la Guerra de los Países Bajos y la Guerra de los Treinta Años, amén de otros conflictos menores pero que van a requerir de un esfuerzo imposible de sostener. Estas ordenanzas se han dividido en dos partes, con 40 artículos cada una, dada la extensión de las mismas y para su mejor lectura y análisis.

Ordenanzas de 28 de junio de 1632

 El Rey.

Por cuanto la disciplina militar de mis ejércitos ha decaído en todas partes de manera que se hallan sin el grado de estimación por lo pasado tuvieron, habiéndose experimentado diferentes sucesos que los del tiempo en que estaba en su punto y reputación, lo cual ha causado la falta de observancia de mis órdenes; y, por convenir tanto a mi servicio restaurar lo que se ha relajado con los abusos que se han ido introduciendo, mandé formar una Junta de Ministros de mis Consejos de Estado y Guerra, donde vieron las ordenanzas que el Rey, mi señor, mi padre, que haya gloria, mandó establecer el dieciséis de abril del año de mil y seiscientos y once, y advertencias que sobre ello me dieron, procedidas de lo que la experiencia ha mostrado que conviene disponer para el mejor gobierno de mis armas. Y, habiéndome consultado muy particularmente sobre todo, he resuelto lo siguiente.

Rocroi: El porqué de la derrota hispánica. Claves y mitos



Se cumplen 378 años de la trágicamente célebre Batalla de Rocroi, una batalla que a día de hoy sigue generando muchas preguntas y, sobre todo, mucha controversia. Un batalla que ha sido usada por los enemigos de España, tanto dentro como fuera del país, esparciendo la falsa creencia de que supuso el final de los Tercios y, por ende, de la hegemonía hispánica en Europa. 

Lo cierto es que la derrota del ejército de Flandes en Rocroi no fue trascendental y, ni mucho menos, supuso el final de los Tercios. Es más, si bien la victoria táctica de los franceses es incuestionable, no lo es tanto el resultado final de la misma, tanto por el número de bajas, como por las posteriores operaciones de ese mismo año. Francia construyó un relato vencedor y lo vendió por toda Europa, empezando por su propia población, ampliamente necesitada de inyecciones de moral que le ayudaran a sobrellevar las cuantiosas cargas que estaba suponiendo la entrada del reino en la Guerra de los Treinta Años. 

Lo más curioso de todo esto es la pervivencia en el tiempo de ese exagerado y tendencioso relato francés, que ha llegado hasta nuestro días casi como una verdad indiscutible, y que solo desde hace unos pocos años se está poniendo en entredicho a base de mucho estudio y del cada vez mayor interés que los tercios despiertan. No deja de ser, por tanto, necesario revisar algunas de esas premisas que durante tanto tiempo han permanecido en el imaginario colectivo tanto de los enemigos de España como de los propios españoles. De este modo en este artículo se tratarán de analizar las claves de la batalla, y cómo y por qué se llegó a la derrota del ejército hispánico, acabando con algunos mitos sobre lo acontecido en Rocroi.

Guerreros: Alfonso de Ávalos, II marqués del Vasto

 


El 25 de mayo de 1502 nacía en el castillo de Ischia, Nápoles, Alfonso de Ávalos Aquino y Sanseverino, llamado a ser uno de los más brillantes militares de la historia de España, y uno de los capitanes de mayor confianza del emperador Carlos V. 

Alfonso había nacido en el seno de una de las familias más importantes de españoles afincados en Italia. Los Ávalos, llegados a Nápoles de la mano de Íñigo Dávalos y Tovar, quien se encontraba sirviendo al rey de Aragón Alfonso V, conocido como "el Magnánimo", se convirtieron con el paso del tiempo en la familia más poderosa a través del marquesado del Vasto, y sobre todo del de Pescara. Fue su primo, Fernando de Ávalos, V marqués de Pescara, quien alcanzó mayor fama y gloria y situó a los Ávalos a la cabeza de las familias españolas en Italia. 

Su padre, Íñigo de Ávalos, I marqués del Vasto, título otorgado por el emperador Carlos V, había muerto teniendo Alfonso apenas 18 años, heredando así el título de II marqués del Vasto. Su madre, Laura Sanseverino, le dejó al cuidado de su primo Fernando, trece años mayor que él, y de su mujer, la poetisa Vittoria Colonna, una de las grandes figuras de las artes femeninas italianas. Sin duda alguna estas dos grandes personalidades tuvieron que contribuir decisivamente a la pasión del joven Alfonso por las armas y a su posterior interés por la literatura, fundamentalmente épica. El marqués del Vasto pronto seguiría el camino de su primo mayor y se enrolaría con él en las campañas de 1524. 

Batalla de Cerisoles

 


El 11 de abril de 1544 el ejército francés del conde de Enghien se enfrentó a las tropas imperiales conducidas por el marqués del Vasto en la localidad italiana de Ceresole Alba. Los franceses obtuvieron una victoria táctica, pero los imperiales lograron mantener Milán, objetivo principal francés. 

En el marco de las Guerras Italianas, la última contienda había terminado mediante el Tratado de Niza, que pretendía frenar durante diez años la guerra en Italia entre Carlos V y Francisco I. El emperador, cansado ya de tanta guerra y hastiado por los incumplimientos del rey francés, quiso buscar una solución definitiva al enfrentamiento que desde décadas atrás se venía produciendo entre España y Francia por los territorios italianos. Propuso casar a su hija María de Austria con el hijo de Francisco, heredando el matrimonio los Países Bajos, Charolais y el condado de Borgoña a la muerte del emperador. 

No fructificaron las negociaciones por las enormes ambiciones del rey francés, que ansiaba más que nada en el mundo el ducado de Milán. Francisco quería romper el acuerdo y buscó como pretexto la muerte de dos de sus embajadores ante el Imperio Otomano, acusando falsamente a España de ser la responsable. Las hostilidades se rompieron el 12 de julio. De este modo Francisco tenía al fin su nueva guerra y un nuevo intento para hacerse con el Milanesado. Su primer movimiento fue en el norte, en el frente de Flandes; pero el ejército imperial, con el príncipe de Orange a la cabeza, rechazó a los franceses con la ayuda de las tropas inglesas que habían desembarcado en Normandía tras los acuerdos firmados entre Enrique VIII y el emperador en febrero de 1543.

Las Campañas del Marqués de Leganés en Milán: Batallas de Cerano y Tornavento

 

En enero de 1636 las tropas franco-saboyanas iniciaron una serie de ataques contra los territorios del Estado de Milán y de su aliado ducado de Módena, que obligaron al nuevo gobernador, el marqués de Leganés, a movilizar el Ejército de Lombardía y acabar de este modo con la incursión enemiga en junio de ese mismo año. 

El 24 de septiembre de 1635 había sido nombrado Diego Mexía de Guzmán, marqués de Leganés, nuevo gobernador del Estado de Milán, zarpando de Barcelona el 27 de octubre, y llegando a Milán el día 9 de noviembre. Inmediatamente se puso al frente de sus fuerzas, que sumaban en aquel momento unos 35.000 hombres, de los que 15.000 eran españoles, según consta en las Cartas de algunos padres de la compañía de Jesús sobre los sucesos de la Monarquía. Años 1634 a 1648. El ejército de Lombardía, con su maestre de campo general Carlos Coloma, acababa de repeler con éxito una incursión de las fuerzas francesas y sus aliados, el duque de Saboya y el de Parma, contra la plaza de Valenza del Po, una plaza fotificada a orillas del río Po, a poca distancia al norte de Alessandria, y a medio camino entre Turín y Milán. 

Recién llegado el marqués con su séquito, entre los que destacaban su secretario personal, Domingo de Urquizu, y su confesor y asesor en materia de artillería y fortificaciones, el jesuita Francesco Antonio de Camassa, se dispuso a fortificar y provisionar las plazas de Lombardía con la máxima urgencia. De igual modo el 16 de noviembre el marqués nombró gobernador de las armas del estado al marqués de Torrecuso, veterano maestre de campo que destacó en la Batalla de Nördlingen. La principal medida que adoptó el marqués de Leganés fue concentrar las tropas en Mortara, plaza fronteriza con el Monferrato, a poco más de 60 kilómetros al suroeste de la ciudad de Milán. Las tropas francesas habían cruzado el río Sesia y se habían dirigido a Candia, plaza del Estado de Milán. 

Batalla de Friburgo

 


El 3 de agosto de 1644 comenzaba la Batalla de Friburgo, también conocida como la Batalla de los Tres Días, en la que las fuerzas católicas del general bávaro Franz von Mercy se enfrentaron al ejército franco-bernardino del duque de Enghien y el vizconde de Turenne, en su intento de recuperar ese importante enclave al otro lado del Rin. Una de las batallas más sangrientas y prolongadas de la guerra.

La Guerra de los Treinta Años había entrado en su fase final, aunque aún estaba todo por decidir. Si bien la situación de los españoles a comienzos de 1644 no era muy halagüeña tras la derrota del Ejército de Flandes en la Batalla de Rocroi, las fuerzas bávaro-imperiales se encontraban en una posición inmejorable tras años de dudas, con el estallido de la guerra entre Suecia y Dinamarca, lo que les dejaba las manos libres para afianzarse en el norte de Alemania y para centrar sus esfuerzos en derrotar a los franceses y sus aliados en el oeste y sur del país. 

La gran victoria obtenida por el ejército bávaro-imperial de Franz von Mercy, Melchior von Hatzfeldt y el duque de lorena en la Batalla de Tuttlingen, en la que el Ejército de Alemania francés de Josías Rantzau quedó prácticamente destruido, puso en jaque todas las posesiones francesas en la margen derecha del río Rin. El vizconde de Turenne, mariscal de campo francés, fue el elegido para recomponer las fuerzas francesas en Alemania, una tarea nada fácil a pesar de los dos millones de libras gastados por el cardenal Mazarino para llevarla a buen puerto. Los bávaros pudieron reunir nada menos que 20.000 hombres bajo el mando de Mercy para avanzar a través de la Selva Negra y caer sobre el Rin como un relámpago. 

Guerreros: Fernando de Ávalos, V Marqués de Pescara

 


Fernando Francisco de Ávalos Aquino y Cardona provenía de una noble familia que se había consagrado en la Castilla del rey Juan II, pasando después a la Corona de Aragón por un exilio forzado, y de ahí al reino de Nápoles, en cuya capital nació nuestro personaje allá por 1489. 

Fue el abuelo de Fernando, Íñigo Dávalos y Tovar, quien entraría al servicio de Alfonso V de Aragón, también conocido como El Magnánimo, siguiéndole en sus luchas por la conquista del reino de Nápoles, y asentándose en Italia junto a otras muchas familias españolas que participaron. Íñigo se casaría allí con Antonia de Aquino y Gaetano, III marquesa de Pescara. El hijo de ambos, Alfonso de Ávalos de Aquino, IV marqués de Pescara, se casó con María Diana de Cardona, quien provenía de la rama siciliana de los condes de Golisano. De esa unión nacería Fernando Francisco en 1489 en la ciudad de Nápoles, que recibió sus nombres en honor del rey Fernando I de Aragón, y del duque de Milán, Francesco I Sforza. 

Alfonso murió en 1494, al parecer traicionado en mitad de la invasión francesa del Reino de Nápoles, no sin haber antes agrandado el patrimonio familiar, fundamentalmente en la zona de los Abruzos, al este de los Estados Pontificios, y cuya ciudad más importante era Pescara, pegada a la costa adriática. Los Pescara adquirieron no solo patrimonio, sino también fama e importancia, lo que llevó a que Fernando, con tan solo 6 años de edad, fuera prometido en matrimonio a la hija del famoso condotiero de origen romano Fabrizio Colonna, Vittoria. Con las Guerras Italianas la casa Pescara adquirió una mayor relevancia, estableciendo vínculos fuertes con los Sforza y los Trivulzio milaneses, y estrechando los lazos con la monarquía española. 

Las Campañas del Marqués de Leganés en Milán: Toma de Brem y Vercelli

 



A comienzos de marzo de 1638, Diego Mexía de Guzmán, marqués de Leganés, y gobernador del Milanesado, iniciaba una nueva campaña contras las fuerzas franco-saboyanas cuyo objetivo principal era la toma de las importantes plazas de Brem y Vercelli, en Lombardía. 

Mexía había sido nombrado gobernador y capitán general del Estado de Milán en septiembre de 1635. Su mandato comenzaría con sobresaltos ante la alianza de los ducados de Parma, Saboya y Mantua con la Francia de Richelieu, que desde 1635 se encontraba en guerra con España. El primer golpe vino de la mano de Eduardo I Farnesio, duque de Parma y Piacenza, persona en exceso ambiciosa y con pretensiones de gran general. En Roma, Eduardo anunció su alianza con Francia, por lo que inmediatamente las autoridades españolas le confiscaron las rentas provenientes de Nápoles, así que a comienzos de septiembre de 1635 batalló en Pontecurone, en el Piamonte, al este de Alessandria, y venció, aprovechando su gran superioridad numérica, a los tercios de Filippo de Spínola y Gaspar de Acevedo, que resultó muerto de un mosquetazo en la cabeza. 

Eduardo Farnesio, junto con numerosa tropa francesa y saboyana, invadió el ducado de Milán y se plantó ante los muros de Valenza del Po, pero fue rechazado a finales de octubre. Para enero de 1636 las fuerzas franco-saboyanas atacaron el ducado de Módena, aliado de Felipe IV de España, por lo que el marqués de Leganés no dudó en socorrerlo y algo más, invadió el ducado de Parma para dividir a las tropas enemigas mediante un movimiento de diversión. El ejército hispano acabó derrotando a las fuerzas del duque de Parma y a éste no le quedó más remedio que avenirse a firmar la paz con España en 1637. 

Batalla de Höchst


El 20 de junio de 1622 tuvo lugar la batalla de Höchst, en el corazón del arzobispado de Maguncia, en la que las fuerzas católicas de Fernández de Córdoba y el conde de Tilly, obtuvieron una aplastante victoria sobre el ejército protestante de Cristian de Brunswick. 

En el marco de la Guerra de los Treinta Años la Campaña del Palatinado entraba en su tercer año. Las fuerzas hispanas se encontraban bajo el mando de Fernández de Córdoba, tras la marcha de Ambrosio de Spínola a toda prisa una vez finalizada la Tregua de los Doce Años con las Provincias Unidas. La aparente pacificación del Palatinado, con la derrota de las fuerzas de Federico el Palatino, comandadas por Ernesto de Mansfeld, y la disolución de la Unión Protestante, hacía creer que la guerra llegaba pronto a su fin. Pero esto no había logrado que las tensiones en Alemania se rebajaran, menos aún cuando se filtraron por aquellos territorios las promesas que el emperador Fernando II le había hecho a Maximiliano de Baviera, en forma de tierras y dignidad electoral. 

Las fuerzas católicas se enfrentaban ahora a una nueva amenaza: el falso obispo de Halbertstadt, Cristian de Brunswick, se había proclamado paladín de la causa protestante y estaba dispuesto a acabar con el poder católico en el Palatinado. Para ello, y tras saquear la Baja Sajonia el Obispado de Paderborn, levantó un potente ejército de más de 15.000 hombres en Westfalia. También surgió otra amenaza en la persona de Jorge Federico de Baden-Durlach, con un ejército de 11.000 soldados. La llegada de Federico a Landau, al oeste de Espira, y su unión con los ejércitos de Mansfeld, terminaron de complicar la situación en el Palatinado. 

Las Guardas de Castilla. Orígenes



Las Guardas de Castilla se constituyeron como el primer cuerpo militar profesional y permanente en España, ideadas como una tropa de élite que debía proteger el reino de las amenazas internas y externas, a semejanza de los hombres de armas o gendarmes de Francia. 

La Guerra de Granada supuso un punto de inflexión en las tácticas militares españolas. La renovación bélica que se va a producir en las siguientes décadas es de una crucial importancia en la propia historia de España y Europa; desde los Reyes Católicos al emperador Carlos V, su nieto, se va a avanzar a un ritmo imparable pasando de la Santa Hermandad a los afamados Tercios, que se convertirían en la más eficiente máquina militar durante siglo y medio hasta su declive a partir de la segunda mitad del siglo XVII. 

De esta forma a finales del siglo XV tendremos en España un conjunto de fuerzas militares de distinta procedencia y utilidad, formado por las Guardas de Castilla, la Santa Hermandad, la caballería de vasallos y las distintas fuerzas aportadas por los nobles y por los concejos, así como una fuerza dedicada exclusivamente al manejo de la artillería. De todas ellas, solo las Guardas tenían un carácter permanente y, lo que es más importante, estaban formadas por auténticos profesionales de la guerra, no obstante las integraban los llamados hombres de armas, y dependían únicamente de la autoridad real. 

Guerreros: Bernardino de Mendoza


Hablar de Bernardino de Mendoza es hablar de un hombre total; fue un formidable militar, un excelente diplomático, sagaz espía, y avezado escritor y cronista al servicio de la monarquía española. Siempre en el ojo del huracán, su vida fue el fiel reflejo de la época dorada de España, aunque hoy en día su figura haya caído casi por completo, como es costumbre entre los grandes personajes de la historia patria, en el olvido.

Bernardino nació en 1540 en Guadalajara, en el seno de una noble familia que llegó a esas tierras desde Álava en la segunda mitad del siglo XIV de la mano de Pero González de Mendoza. Más tarde los Mendoza se convirtieron en condes de Coruña y vizcondes de Torija. Fue el décimo de los 19 hijos que tuvo el matrimonio entre Alonso Suárez de Mendoza, conde de Coruña, y Juana Jiménez de Cisneros, sobrina del poderoso cardenal Cisneros. El primogénito de la familia, Lorenzo Suárez de Mendoza, heredó el título, convirtiéndose en el IV conde de Coruña, y sirvió en los ejércitos de Carlos I y Felipe II, llegando a ser virrey de Nueva España. Otro hermano suyo, Antonio, llegó a ser gentilhombre de cámara de Felipe II, y su hermana viuda, Ana, fue institutriz de los infantes Don Diego y Don Felipe, hijos del rey. 

Bernardino de Mendoza pasó la típica infancia del segundón de noble cuna. Siguiendo los pasos de otros tantos Mendoza, estudió y se graduó como bachiller en Artes y Filosofía en la Universidad de Alcalá de Henares en 1556. Tiempo después se licenció y entró en el Colegio Mayor de San Ildefonso. Este hecho, unido a las influencias familiares y su gran inteligencia y capacidad, le abrieron las puertas para entrar al servicio del rey. De esta forma en 1562 decidió dar un giro a su vida y se alistó en los ejércitos de Felipe II. Tal y como él mismo relata en su gran obra Comentarios de lo sucedido en las Guerras de los Países Bajos, se estrenó en las armas en la defensa de Orán y Mazalquivir , en 1563, acudiendo con la flota de socorro en ayuda de los hermanos Córdoba.

España en la Guerra de los 30 Años (Parte XI. El declive español 1642-1643)

1641 finalizaba con Suecia atrayendo a los hessianos a su esfera de influencia y con el emperador en una posición bastante delicada. Un ejército sueco de 2.500 infantes y 2.000 caballos, bajo el mando del conde de Eberstein, se adentró en el electorado de Colonia causando el terror entre sus habitantes. A esta fuerza se le unió el ejército franco-weimariano de Guebriant. Una fuerza hispano-imperial de 9.000 hombres comandada por Guillermo de Lamboy cruzó el río Mosa para acudir en su auxilio, mientras que otro ejército bajo el mando de von Hatzfeldt, marchaba a toda prisa desde Wurzburgo para apoyar a Lamboy. 

Antes de que Hatzfeldt pudiera llegar, los suecos y franceses se lanzaron el 17 de enero de 1642 contra Lamboy, cuyas fuerzas estaban atrincheradas en una buena posición defensiva en la villa de Kempen. Pero Guebriant maniobró brillantemente y, tras la aparición de sus dragones y mosqueteros por los flancos de Lamboy, se hizo con el control de la batalla. Los hispano-imperiales colapsaron y sufrieron casi 2.000 bajas, además de capturar a unos 5.000 soldados más, incluido su general Lamboy, quien desperdició una ocasión inmejorable para acabar con el ejército francés en Alemania. Por esta victoria el rey Luis XIII ascendió a Guebriant a mariscal.

Por si esta derrota no era suficiente, España estaba sufriendo las revueltas en Cataluña y Portugal, por lo que su posición era comprometida; demasiados frentes abiertos de los que Francia estaba sacando partido poco a poco, sobre todo en Italia. El mariscal francés Philippe de la Mothe se internó en Cataluña donde se le unieron milicianos catalanes, derrotando en Montjuic a las fuerzas españolas en enero de 1641 y posteriormente a un ejército español bajo el mando de Diego Mexía de Guzmán, marqués de Leganés, en Lérida. Además la muerte del Cardenal-Infante en noviembre de 1641 terminaría por complicar más las cosas. 

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