Batalla de Pavía

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Las Campañas de Farnesio en Flandes. De Maastricht a Oudenaarde



La toma de Maastricht había convertido a Alejandro Farnesio ya en una leyenda militar. El joven príncipe se había ganado a pulso una fama de concienzudo y valiente general, capaz de superar cualquier obstáculo que se le pusiese por delante, por muy difícil que pudiera ser. Pero justo en el momento en que más debería estar saboreando la importante victoria obtenida, Farnesio se encontraba debatiéndose entre la vida y la muerte debido a unas fiebres contraídas durante el asedio de la ciudad. De hecho, no fue hasta finales de julio cuando su estado de saludo mejoró, pudiendo hacer su entrada en Maastricht casi un mes después de rendirla.

Al éxito diplomático de la Unión de Arras le había seguido el militar, pero aún así Farnesio parecía no contar con la total confianza del monarca ya que, cuando según lo acordado en el tratado hubo de nombrarse un nuevo gobernador para los Países Bajos, éste otorgó el cargo a Margarita de Parma, la madre de Alejandro. El 8 de marzo de 1580 recibió la hermana del rey sus instrucciones y partió hacia Flandes, escribiendo desde Luxemburgo a su hijo diciéndole que esperaba que se encargase del ejército y la auxiliase como gobernadora. Farnesio lo rechazó, considerando, tal vez, que ese no era el puesto que le correspondería a alguien que había pacificado Flandes y había tomado Maastricht. 

El 12 de agosto de 1580 se encontraron al final Alejandro y su madre, quien estaba acompañada de la hija mayor del primero, de 12 años de edad. Farnesio se negó a compartir el poder y así se lo hizo saber tanto a su madre como a los secretarios reales Granvela e Idiáquez. Era evidente que se había generado una crisis que amenazaba con llevarse por delante todo lo conseguido desde que Juan de Austria se viese contra las cuerdas, por lo que Margarita escribió a Felipe II, su hermano, indicándole que renunciaba al gobierno. A su vez, el Consejo de Estado de los Países Bajos tenía claro que era Farnesio quien debía gobernar aquel país, y así se lo pidió a finales de octubre. 

Guerreros: El Gran Duque de Alba (Parte III)

 


La toma de la ciudad de Brielle por parte del Los Mendigos del Mar y la derrota del conde de Bossu en su intento por recuperarla, dieron lugar a una serie de adhesiones a la causa rebelde que traerían nefastas consecuencias para los intereses de la Monarquía Española, aunque éstas, no las sufriría el duque de Alba por mucho más tiempo. 

Los primeros movimientos del duque ante esto fueron la recluta de diversas compañías valonas que fueron puestas bajo el mando de Cristóbal de Mondragón, y guarnicionar las plazas de Holanda y Zelanda. También escribió al rey pidiendo más dinero. Los planes de los Nassau pasaban por el avance de los Mendigos, en combinación con la entrada desde Alemania de Guillermo y la de Luis, haciendo lo propio desde Francia en compañía de los hugonotes. El 24 de mayo de 1572, el pequeño de los Nassau capturó la ciudad de Mons tras un ardid de los partidarios de Orange que había dentro de la ciudad, y la llegada de refuerzos bajo el mando de Mos de Genlis y François de la Noue. La pérdida de Mons era un problema de graves proporciones, ya que proporcionaba una ruta directa entre Bruselas y Francia. 

La apertura de este segundo frente por parte de Luis de Nassau dejó a Alba en una situación delicada, ya que solo disponía de 7.000 hombres a los que se les adeudaban varias pagas, y, para colmo, al otro lado del Rin el ejército de Guillermo cada día era más numeroso. No tardaron sus enemigos en la Corte en usar esto contra él, mientras que el duque de Medinaceli llegaba a los Países Bajos con la consigna de ofrecer un perdón general que pusiera fin a la revuelta. Pero Alba, a pesar de contar ya con 65 años, no iba a ser presa fácil ni para sus detractores en España, y mucho menos para sus enemigos en Flandes. Logró obtener 200.000 ducados de Cósimo de Médicis, y trajo a las tropas alemanas de Frundsberg y Eberstein, y llamó a su hijo Fadrique, que se hallaba socorriendo Middelburg de los Mendigos, para que se dirigiera a toda prisa a recuperar Mons. 

Las Campañas de Farnesio en Flandes. De Gembloux a Maastricht

 


Habían transcurrido ya seis años desde la gran victoria católica contra el Turco en la Batalla de Lepanto y el ardor guerrero de Alejandro Farnesio se volvía cada vez más difícil de contener, más aún tras la muerte de su mujer, María de Portugal, princesa de Parma. El joven príncipe ardía en deseos de acompañar a su tío don Juan de Austria, que había sido nombrado gobernador de los Países Bajos, y ayudarle en la complicada situación en la que se encontraba. Don Juan había tenido que huir de Bruselas el 13 de junio de 1577, ante las graves informaciones de un complot para asesinarle, y hacerse con el castillo de Namur, donde se refugiaría con los que aún le eran leales. El 15 de agosto don Juan, en una emotiva carta, solicitó el regreso de los soldados españoles, que habían abandonado los Países Bajos en virtud de los acuerdos alcanzados en la Paz de Gante y el Edicto Perpetuo. De igual forma, solicitó la llegada de su querido sobrino, Alejandro Farnesio. 

Unas semanas antes, el 30 de junio, y con su esposa recién fallecida, Farnesio solicitó al rey que le emplease en algún "servicio". Tenía en mente el de Parma acudir a Flandes o embarcarse en la aventura que el rey Sebastián I de Portugal preparaba: la conquista del norte de África. Pero don Juan le reclamaba ante el rey Felipe II, y el 29 de agosto escribió a Farnesio solicitando que acudiese a Flandes a la mayor brevedad posible. Geoffrey Parker en su obra Felipe II, la biografía definitiva, apunta que en reunión del Consejo de Estado, el consejero Quiroga indicó al rey que "el príncipe de Parma estarían bien con el señor don Juan y podría ayudarle mucho", y además expuso el argumento que acabó de convencer al rey: "y lo que más importa es que si el señor don Juan faltas, no quedaría aquello desamparado como cuando murió el comendador mayor (Luis de Requesens), que ha sido la causa de venir a estos términos". 

La situación en Flandes era crítica, tal es así, que don Juan había escrito el 15 de agosto una sentida carta en la que reclamaba la vuelta urgente de los infantes españoles. "A los magníficos, amados, y amigos míos, los capitanes y soldados de la mía infantería española que salió de los Estados de Flandes [...] Venid pues, amigos míos, mirad que no solo aguardo yo, sino también las iglesias, monasterios, religiosos y católicos cristianos, que tienen a su enemigo presente, con el cuchillo en la mano, y no os detenga el interés de lo mucho o poco que se os dejaré de pagar, pues será cosa muy ajena de vuestro valor preferir eso, que es miseria, a una ocasión donde con servir tanto a Dios y a S. M. podréis acrecentar la fama de vuestras hazañas, ganando perpetuo nombre de defensores de la fe". Y concluía don Juan con una última arenga: "a todos ruego que vengáis con la menor ropa y bagaje que pudiereis, que llegados acá no os faltarán de vuestros enemigos".

Guerreros: El Gran Duque de Alba (Parte II)

 


Mientras la influencia de Ruy Gómez crecía sobre la figura de Felipe, el recelo de éste hacia el duque de Alba iba en aumento. De esta forma, y aprovechando el intento de invasión francesa de los Países Bajos, a finales de 1554, rechazado finalmente por las tropas de Carlos y la entrada de una nueva fuerza en el Piamonte, bajo el mando de Charles de Cossé, conde de Brissac, Felipe convenció a su padre para que mandase al duque a poner en orden los asuntos en Italia. 

Allí fue el duque a comienzos de 1555, teniendo que hacer frente no solo a los franceses, sus enemigos externos, sino a las maquinaciones de sus enemigos en la Corte, especialmente el vil Ruy, quien hizo todo lo posible para privarle de fondos y hombres para su campaña en Italia. Y es que ya antes de la partida del duque, a los soldados acantonados en el Estado de Milán se les debía, en concepto de pagas atrasadas, se les debía la desorbitante cantidad de 600.000 ducados. No solo no se le fueron entregadas estas cantidades, sino que apenas se le asignaron 200.000 ducados a última hora, pues uno de sus más fieles partidarios, Francisco de Eraso, se había pasado al bando de Ruy e intentó todo lo que estuvo en su mano para que no le llegasen esos dineros. 

Mientras el duque se reunía en Augsburgo con el rey Fernando, las intrigas continuaban en la Corte, negándole incluso su propio sueldo de 12.000 ducados. Llegado a Innsbruck envió una carta a Felipe advirtiendo de que no tomaría posesión de sus cargos en Italia a menos de que se le abonaran las cantidades prometidas. En vistas de la situación, Alba trató de conseguir dinero de todas las formas posibles, tanto en Italia, a través de Bernardino de Mendoza, como en sus posesiones en España, desarrollando una gran actividad agrícola en sus tierras. 

Los Tercios: El Tercio de Cerdeña



Los orígenes del Tercio de Cerdeña son bastante confusos, pudiendo utilizarse al principio el nombre de Tercio de Córcega o de Bracamonte, debido a que sabemos que fue Córcega su primer destino, bajo poder de la República de Génova, aliada de España, donde se estaban produciendo una serie de revueltas pagadas con dinero de Francia, que había tenido que renunciar a sus pretensiones sobre la isla tras los acuerdos de Cateau-Cambresis, en 1559. 

El líder de estas revueltas era un tal Sampietro Corso que, como se ha dicho, con la ayuda francesa había logrado levantar un pequeño ejército que amenazaba el control genovés sobre la isla. En sus pretensiones de poder, no había dudado en contactar con el Turco prometiéndole puertos en el territorio desde donde amenazar las posesiones españoles a cambio de una flota de galeras, pero las negociaciones fracasaron. Sin embargo, desconociendo el alcance de las intenciones de Corso, los españoles se tomaron muy en serio la amenaza que representaba, por lo que Felipe II se decidió a levantar una fuerza en Italia y enviarla a Córcega. 

Las revueltas de 1564 en Córcega suponían una clara amenaza al equilibrio de poderes por lo que, tras finalizar la recuperación del Peñón de Vélez de la Gomera el 6 de septiembre de 1564 por García Álvarez de Toledo, marqués de Villafranca y virrey de Cataluña, quien contaba con unas 150 embarcaciones, incluyendo más de 90 galeras, el rey ordenó el envió de parte de la tropa que había sido usada en aquella empresa, para poner en buen orden Córcega. Mientras esto sucedía, una fuerza de 1.500 infantes lombardos se había levantado en Cremona bajo el mando del capitán Lorenzo Suárez de Figueroa, quien acudió a Córcega para auxiliar a los aliados genoveses contra los rebeldes. 

El Asedio de Leiden

 


El 3 de octubre de 1574 un ejército hispánico comandado por Francisco Valdés ponía fin al asedio sobre Leiden, iniciado unos meses atrás. La ciudad no pudo ser tomada debido a la apertura de los diques que la rodeaban, provocando la llegada del ansiado socorro de los defensores, pero también la ruina económica de la ciudad. 

En el marco de la Guerra de los Ochenta Años, los avances rebeldes de 1572 en Holanda habían logrado conquistar la ciudad de Leiden, un enclave estratégico en la Holanda meridional. Era sin duda la ciudad más importante de la región, y servía de puente con la Holanda septentrional, estando a poco menos de 50 kilómetros de Ámsterdam o Haarlem. Ahora disponían de un puñal en el corazón de la región, pudiendo moviliza tropas hasta Zelanda sin apenas oposición. Tras esto, la práctica totalidad de Holanda, a excepción de Amsterdam y un puñado de ciudades más, y Zelanda, estaban en manos de los rebeldes. 

Los rebeldes lanzaron una campaña muy fuerte ese año. Desde el sur, Luis de Nassau, hermano del estatúder Guillermo de Orange, avanzó con sus fuerzas sobre Henao y Artois, mientras que Guillermo IV, conde van den Bergh, avanzó sobre Güeldres y el norte de los Países Bajos, con intención de llegar hasta Frisia. Mientras, Guillermo de Orange avanzaría sobre Limburgo, y de ahí acometería contra Brabante y Flandes, en una especie de golpe al corazón de los Países Bajos españoles. El duque de Alba, en ese momento gobernador de los Países Bajos, emprendió una serie de campañas para recuperar lo arrebatado por los rebeldes. Su éxito fue casi total, con asedios tan importantes como el de Haarlem o Mons

El Socorro español de Irlanda. El camino a Kinsale (Parte I)

 


El 1 de octubre de 1601 el grueso de la flota española enviada por Felipe III para socorrer a los católicos irlandeses que luchaban contra Inglaterra en la Guerra de los Nueve Años, anclaba en el puerto de Kinsale, al sur de Inglaterra. La ayuda prometida desde España durante años llegaba al fin. 

Y es que desde los comienzos del reinado de Felipe II, Irlanda se constituyó como un escenario de interés para el monarca español, más aún con la intervención a favor del pueblo católico irlandés por parte de la Santa Sede. En Irlanda las tensiones entre los señores católicos de Irlanda y las autoridades inglesas presentes en la isla iban cada vez a más y la situación amenazaba con una revuelta contra el control extranjero. Los ingleses habían establecido a finales del siglo XV, en el este de la isla, una zona fortificada de una extensión de unos 30 kilómetros cuadrados llamada The Pale, o la Empalizada, un terreno llano y fértil entre los montes Wicklow al sur, y la ciudad de Dundalk, al norte, que permitía mantener una buena posición defensiva de guarniciones. 

Desde allí los ingleses trataban de extender su dominio a toda la isla. Y es que durante los siglos XIV y XV las rebeliones irlandesas, los brotes de peste negra, los asentamientos escoceses, y la Guerra de las Dos Rosas, habían dejado casi toda Irlanda en manos de los señores irlandeses que impusieron la cultura y la lengua gaélica irlandesa en sus territorios. Los ingleses se habían servido de uno de los clanes más poderosos de Irlanda para el control administrativo de la isla, los Fitzgerald, del condado de Kildare, pero en 1531 Enrique VIII eligió para el gobierno a los Butler, del condado de Oromond, lo que provocó la rebelión encabezada por Thomas Fitzgerald, X conde de Kildare, la cual fracasó y concluyó con la ejecución de su cabecilla. 

Los Tercios: El Reclutamiento


Desde su creación, durante el primer cuarto del siglo XVI, aunque considerada oficialmente con las Instrucciones de Génova de 1536, y hasta mediados del siglo XVII, los tercios fueron sin duda alguna las mejores unidades de combate de Europa. Su versatilidad, su alta preparación, sus experimentados mandos y su permanente disposición para el combate, los convirtieron en el terror de los enemigos de la Monarquía Española. 

Los tercios estaban formados por soldados de las diferentes naciones gobernadas por el rey de España y, entre todas ellas, destacaban los soldados de España. No era de extrañar que los mandos hispanos los prefirieran para las operaciones más peligrosas y complejas. El Gran Duque de Alba no dudaba en alabar a sus infantes españoles, por ejemplo, en la campaña contra la Liga de Esmalcalda, el duque le confesó al embajador francés que prefería acometer las "acciones" con soldados españoles, llevando a los alemanes tan solo para "hacer número". El propio monarca Felipe II reflexionaba, a propósito de la campaña de 1576 en Flandes, que eran los españoles los mejores para "campear", siendo los soldados de más valía de cuantas naciones había. 

El caballero francés Pierre de Bourdielle, señor de Brantôme, quien combatió contra los tercios españoles y también a su lado, como por ejemplo en la reconquista del Peñón de Vélez de la Gomera, en 1564, o en el Gran Sitio de Malta de 1565, fue un gran admirador de los infantes españoles, trabando con algunos de ellos gran amistad. Fue Brantôme quien usó el término "rodomontada" para aludir a las bravuconadas y la jactancia de la que hacían gala los soldados de la nación española, quienes mostraban más valor, arrojo y arrogancia que ningún otro soldado conocido. Por ejemplo, Brantôme destacaba que en el socorro de Malta, tras preguntar a un infante español por cuán numeroso era el socorro conducido por García de Toledo, éste le respondió: "yo le diré; hay tres mil italianos, tres mil tudescos, y seis mil soldados". 

Las Guardas de Castilla. Orígenes



Las Guardas de Castilla se constituyeron como el primer cuerpo militar profesional y permanente en España, ideadas como una tropa de élite que debía proteger el reino de las amenazas internas y externas, a semejanza de los hombres de armas o gendarmes de Francia. 

La Guerra de Granada supuso un punto de inflexión en las tácticas militares españolas. La renovación bélica que se va a producir en las siguientes décadas es de una crucial importancia en la propia historia de España y Europa; desde los Reyes Católicos al emperador Carlos V, su nieto, se va a avanzar a un ritmo imparable pasando de la Santa Hermandad a los afamados Tercios, que se convertirían en la más eficiente máquina militar durante siglo y medio hasta su declive a partir de la segunda mitad del siglo XVII. 

De esta forma a finales del siglo XV tendremos en España un conjunto de fuerzas militares de distinta procedencia y utilidad, formado por las Guardas de Castilla, la Santa Hermandad, la caballería de vasallos y las distintas fuerzas aportadas por los nobles y por los concejos, así como una fuerza dedicada exclusivamente al manejo de la artillería. De todas ellas, solo las Guardas tenían un carácter permanente y, lo que es más importante, estaban formadas por auténticos profesionales de la guerra, no obstante las integraban los llamados hombres de armas, y dependían únicamente de la autoridad real. 

Guerreros: Bernardino de Mendoza


Hablar de Bernardino de Mendoza es hablar de un hombre total; fue un formidable militar, un excelente diplomático, sagaz espía, y avezado escritor y cronista al servicio de la monarquía española. Siempre en el ojo del huracán, su vida fue el fiel reflejo de la época dorada de España, aunque hoy en día su figura haya caído casi por completo, como es costumbre entre los grandes personajes de la historia patria, en el olvido.

Bernardino nació en 1540 en Guadalajara, en el seno de una noble familia que llegó a esas tierras desde Álava en la segunda mitad del siglo XIV de la mano de Pero González de Mendoza. Más tarde los Mendoza se convirtieron en condes de Coruña y vizcondes de Torija. Fue el décimo de los 19 hijos que tuvo el matrimonio entre Alonso Suárez de Mendoza, conde de Coruña, y Juana Jiménez de Cisneros, sobrina del poderoso cardenal Cisneros. El primogénito de la familia, Lorenzo Suárez de Mendoza, heredó el título, convirtiéndose en el IV conde de Coruña, y sirvió en los ejércitos de Carlos I y Felipe II, llegando a ser virrey de Nueva España. Otro hermano suyo, Antonio, llegó a ser gentilhombre de cámara de Felipe II, y su hermana viuda, Ana, fue institutriz de los infantes Don Diego y Don Felipe, hijos del rey. 

Bernardino de Mendoza pasó la típica infancia del segundón de noble cuna. Siguiendo los pasos de otros tantos Mendoza, estudió y se graduó como bachiller en Artes y Filosofía en la Universidad de Alcalá de Henares en 1556. Tiempo después se licenció y entró en el Colegio Mayor de San Ildefonso. Este hecho, unido a las influencias familiares y su gran inteligencia y capacidad, le abrieron las puertas para entrar al servicio del rey. De esta forma en 1562 decidió dar un giro a su vida y se alistó en los ejércitos de Felipe II. Tal y como él mismo relata en su gran obra Comentarios de lo sucedido en las Guerras de los Países Bajos, se estrenó en las armas en la defensa de Orán y Mazalquivir , en 1563, acudiendo con la flota de socorro en ayuda de los hermanos Córdoba.

La Guerra de los 80 Años: Los Orígenes (Parte I)

La Guerra de los 80 Años fue, en gran medida, la causa del derrumbamiento del poderío español y el final de su hegemonía en Europa. Una guerra que siempre se pensó originada por enfrentamientos de índole religioso pero que escondió un trasfondo mucho más complejo; ambiciones políticas y económicas se unieron a las cuestiones de fe para hacer estallar uno de los más largos y sangrientos conflictos que se han dado a lo largo de la historia de Europa. 

Este penoso conflicto desangró durante décadas la hacienda de la Corona Española y se llevó por delante la vida de muchos de los mejores hombres que las tierras de España parieron, lo que, unido a otras guerras en las que se involucró el reino, y al constante flujo de españoles que marchaban hacia las Indias buscando huir del hambre y la pobreza, con la ilusión del oro y la plata que aventuraban las anécdotas e historias que circulaban por cada rincón del reino, propició una debacle demográfica, económica y social de la que España tardaría en recuperarse demasiado tiempo, perdiendo así su posición dominante en Europa. 

A los largo de las ocho décadas que duró esta guerra se vivieron algunas de las batallas más épicas y algunas de las gestas más increíbles que el mundo militar ha visto. Episodios como la batalla de Jemmingen, el Socorro de Goes, el Asedio de Haarlem, el Milagro de Empel, o la Toma de Breda, ya forman parte del imaginario de los amantes de la historia militar, y constituyen solo unos pocos de los muchísimos ejemplos de lo que unos pocos hombres consiguieron luchando contra todo y contra todos, movidos por la lealtad a su reino y a su rey y la inquebrantable fe en su dios. 

Guerreros: Lope de Figueroa y su Tercio


Lope de Figueroa fue uno de los militares más prestigiosos y con mayor fama de su época. Toda una institución entre los soldados de los tercios; su sola presencia en una batalla inspiraba confianza y fuerza a los hombres y provocaba el miedo entre sus enemigos. Su mito ha pervivido a lo largo de estos cinco siglos y su historia ha sido contada por multitud de historiadores y divulgadores, demostrando así la grandeza de su figura. 

A pesar de ser un personaje tan interesante y admirado, la persona de Lope de Figueroa y Barradas sigue suscitando muchas preguntas aún. Las dudas con respecto a su nacimiento siguen todavía vigentes y, aunque tradicionalmente este se estableció en el año 1520, como reflejan muchos estudios, entre ellos el de Carlos Belloso Martín en su obra La Antemuralla de la Monarquía, un estudio de Juan Luis Sánchez publicado en el Diccionario biográfico español de la Real Academia de Historia, basado en las pruebas de concesión de del título de Caballero de la Orden de Santiago, afirma que nació en Guadix, Granada, en el año 1541. De esto se tratará más adelante. 

Sea como fuere, sabemos que Lope de Figueroa era el segundo hijo de Leonor de Figueroa, nada menos que descendiente directa de Fernando III El Santo, según afirma Juan de Hariza en su obra Descripción genealógica de los excelentísimos señores marqueses de Peñaflor, y bisnieta de Lorenzo Suárez de Figueoroa, I conde de Feria. Su padre era el capitán Francisco Pérez de Barradas, trinchante y maestresala del rey Fernando el Católico, llegando a ser señor de Graena, alcaide de la Peza y Caballero de Santiago.

Los Tercios: Tercios Embarcados. Orígenes


Antecedentes históricos.

Los soldados en la marina ya existían en la Edad Media en Castilla y Aragón; pero esto ni mucho menos era una novedad, ya que tanto egipcios, como griegos, persas o romanos, por poner algunos ejemplos, venían empleando este tipo de unidades militares y construyendo las embarcaciones más idóneas para transportarlas. Estos hombres eran contratados de forma temporal para alguna jornada o empresa concreta y se les licenciaba al finalizar esta.

En España el antecedente histórico más lejano se atestigua en Las Partidas del rey castellano Alfonso X: "et sobresalientes llaman otrosi a los hombres que son puestos además en los navíos, así como los ballesteros y otros hombres de armas... no han de facer otros oficios sino defender a los que fueren en su navío lidiando con sus enemigos". Es decir, los sobresalientes eran soldados embarcados cuya única función era el combate, pero no se constituían como un ejército permanente, sino que eran reclutados individualmente cuando las circunstancias lo reclamaban.

Además debían ser "esforzados, recios et ligeros lo más que ellos pudiesen, et cuanto más usados fuesen de la mar, tanto será mejor", es decir, hombres que tenían relación con las armas, experiencias en combate, sobre todo pequeñas incursiones en costas enemigas y defensa y ataque de buques. En la costa del Cantábrico se podían reclutar algunos de los mejores hombres para este tipo de misiones, gentes curtidas en el mar y sus inclemencias.

Naves cántabras, en la batalla de la Rochelle

Guerreros: Juan del Águila


El año 1545 fue testigo del nacimiento de uno de los más destacados y notables soldados de cuantos sirvieron en los ejércitos de la monarquía española; Juan del Águila nacía en Ávila y pasaría, por derecho propio, a la historia como maestre de campo de los tercios españoles.  

Era el cuarto hijo de una familia de la nobleza local y pasó su infancia en la villa abulense del Berraco. No siendo primogénito las opciones que tenía el joven Juan pasaban por los hábitos o las armas y, como se podría comprobar más adelante, tenía una especial aptitud para la guerra, por lo que decidió sentar plaza como soldado en la compañía de Gonzalo de Bracamonte cuando éste se encontraba reclutando infantes en Ávila para el ejército del rey Felipe II, allá por 1563.

Con 18 años pues, siguió la bandera de su capitán y se incorporó al Tercio Viejo de Cerdeña. No tardaría mucho Bracamonte en hacerse con los mandos del tercio. En 1564 era nombrado maestre del mismo y enviado al Peñón de Vélez de la Gomera. Era principios de septiembre y la expedición de 93 galeras y decenas de otras embarcaciones, comandada por García Álvarez de Toledo, se presentaba ante el inexpugnable refugio de piratas argelinos y otomanos y lo ocupaba, permaneciendo éste en poder español hasta nuestros días.

Guerreros: Sancho Dávila



Sancho Dávila y Daza vino al mundo un 21 de septiembre del año 1523 en la ciudad castellana de Ávila y alcanzó merecida fama por sus notables éxitos militares en las 4 décadas en las que combatió en los campos de batalla de media Europa y del norte de África.

Sancho de Ávila o Dávila era hijo del militar comunero Antonio Blázquez Dávila, veterano del asedio de la fortaleza de Fuenterrabía, y de Ana Daza, de notoria familia hidalga. Tuvo dos hermanos, Tomás y Beatriz, y quedó huérfano a la temprana edad de 15 años, por lo que se encomendó a los hábitos, como muchos otros hidalgos en España.

Inició estudios eclesiásticos esperando seguir los pasos de su tío, Pedro Daza, que era el archidiácono de la catedral de Ávila, recibiendo formación en filosofía, latín, gramática y teología, pero viajó a Italia para seguir formándose y cambiaron todos sus planes, descubriendo la pasión de las armas. Fue en Italia, concretamente en Roma, donde decidió unirse al Tercio de Hungría de Álvaro de Sande, veterano soldado de Túnez, que marchaba para Alemania para luchar en las disputas del Emperador Carlos V con la Liga de Esmalcalda.

Sitio de Middelburg


El 4 de noviembre de 1572 las tropas protestantes de Jerome de Tseraart comenzaban un duro asedio sobre la villa católica de Middelburg, en el corazón de Zelanda, defendida valientemente durante casi un año y medio por Cristóbal de Mondragón.

Inmersas en la Guerra de los 80 años, las tropas españolas tratan de contener el avance de los protestantes holandeses por todos los Países Bajos. En la provincia de Zelanda los protestantes comenzaron una brillante campaña de la mano del gobernador de Flesinga, Jerome de Tseraart, que había levantado un ejército de unos 7.000 hombres, entre holandeses, mercenarios alemanes e ingleses. Solo resistían en Zelanda las villas de Middelburg, la capital de la provincia, Goes y Arnemuiden.

Jodoigne. Los Tercios soprenden a los holandeses.


El 16 de octubre de 1568 los Tercios del duque de Alba sorprendían a las tropas mercenarias de Guillermo de Orange en las cercanías de la villa de Jodoigne cuando intentaban cruzar el río Geete.

Poco tiempo atrás se había iniciado el conflicto que sería conocido como la Guerra de los 80 años, tomando las revueltas protestantes un cariz de tal violencia que Felipe II hubo de emplearse a fondo. Guillermo de Orange había comenzado una serie de campañas contra el gobierno del duque de Alba meses atrás sin demasiado éxito. Guillermo basaba su estrategia en la superioridad numérica, gastando ingentes cantidades de dinero en reclutar tropas, muchas veces de calidad bastante pobre, e intentando plantar batalla.

Del motín de Alost al Saco de Amberes


El 4 de octubre del año 1576 las tropas españolas de Sancho Dávila, refugiadas en la ciudadela de Amberes, pedían socorro a los españoles amotinados en Alost, ante la traición de las autoridades de la ciudad que habían dejado entrar en ella a los ejércitos protestantes del conde de Egmont.

Inmersa en la Guerra de los 80 años la Hacienda Real española no podía seguir soportando los ingentes gastos que conllevaba dicho conflicto. En 1574 Felipe II enviaba el doble de dinero al gobernador de los Países Bajos, Luis de Requesens, que en los tiempos del Duque de Alba, pero el 1 de septiembre de 1575 la Corona se quedó sin fondos y declaró la suspensión de los pagos de los intereses de la deuda contraída, por lo que se cortó el grifo de la financiación y los Tercios se quedaron sin pagas.

El ejército de Flandes se vio sin dinero y rodeado de enemigos. Guillermo de Orange no perdió el tiempo y movilizó todas sus fuerzas contra los españoles. Requesens logró tomar Zirickzee, en un asalto encabezado por Dávila, pero la pésima situación financiera impidió la ofensiva sobre Zelanda, así que trató de cerrar acuerdos con las provincias católicas en previsión de lo que se venía encima pero falleció casi repentinamente el 5 de marzo de 1576. Ahora el conde Pedro Ernesto de Mansfeld se hacía cargo de un ejército de más de 80.000 soldados que no cobraban sus pagas.

La Conquista de las Azores


El 2 de agosto del año 1583 las tropas españolas de Álvaro de Bazán tomaban la isla Terceira completando de esta forma la conquista de las Azores, poniendo fin a la guerra de sucesión portuguesa.

Tras la muerte sin descendencia del rey Sebastián I de Portugal en la batalla de Alcazarquivir, se desató una crisis en Portugal por la sucesión al trono del reino. Felipe II y Antonio, prior de Crato, eran los principales candidatos, pero el segundo se autoproclamó rey llevando al país a una guerra que debía decidirse el 25 de agosto de 1580 en Alcántara. Ese día las tropas españolas dirigidas por el Gran duque de Alba derrotaron a los portugueses y pusieron la corona del vecino país sobre la cabeza de Felipe II.

Pero el prior no aceptó la derrota y se refugió con sus partidarios en la Isla Terceira de las Azores. Desde allí, y apoyado por los ingleses y franceses, siempre ávidos de socavar el poder de España, formó un gobierno en el exilio. Felipe no podía consentir tal desafío a su autoridad y en 1582 ordenó al general Álvaro de Bazán tomar las Azores. El brillante marino español derrotó a la armada francesa, comandada por el almirante Felipe Strozzi, el 26 de julio de 1582 en las aguas de las Teceiras, si bien no pudo completar la conquista de las Azores en ese momento debido a diversos problemas logísticos.

El Asedio de Haarlem


El 14 de julio de 1573, tras más de 7 meses de un duro y penoso asedio, caía la importante ciudad de Haarlem, la segunda en población de Holanda, ante las tropas de Fadrique Álvarez de Toledo, hijo del Gran duque de Alba.

La Guerra de los 80 años se recrudecía, con los rebeldes holandeses inmersos en una violenta revuelta de índole religioso y político que databa de 1566. La mano dura del duque de Alba no ayudó a apaciguar los ánimos, y las ejecuciones de los condes de Egmont y de Hornes, súbditos del rey sobre los que recaía la sospecha de traición a España, propiciaron que buena parte de la nobleza de los Países Bajos que aún se mantenía fiel a Felipe II, se uniese a la causa de Guillermo de Orange, quien se había refugiado en sus tierras de Dillenburg, en Alemania, y desde donde lanzaría un poderoso ejército con el que invadir los Países Bajos en 1568.

En 1572 las cosas no habían cambiado mucho; los rebeldes, con los Mendigos del Mar de Guillermo de La Marck a la cabeza, sacudían con furia los Países Bajos. Los desesperados intentos del duque de conseguir dinero para sostener sus ejércitos allí, le llevaron a imponer la "décima", un tasa que gravaba las transacciones comerciales, tal y como sucedía en los territorios castellanos de España. Este hecho provocó el descontento de parte de la población no solo de Holanda y Zelanda, sino también del Brabante y Flandes.

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