Batalla de Pavía

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El Socorro de Thionville

 


El 7 de junio de 1639 una fuerza hispánica imperial, bajo el mando de Octavio Piccolomini, lograba derrotar al ejército francés de Isaac Manasses de Pas, marqués de Feuquières, que había entrado en Luxemburgo y había puesto bajo asedio la plaza de Thionville. 

Francia había entrado en la Guerra de los Treinta Años en 1635, tras asistir a la derrota de los ejércitos protestantes en Alemania. La Batalla de Nördlingen había supuesto el derrumbe de las fuerzas germano-suecas de Gustav Horn y Bernardo de Weimar; el ejército hispánico que había marchado desde Italia para conducir al infante cardenal, don Fernando de Austria, a los Países Bajos, de los que había sido nombrado gobernador, había auxiliado a las fuerzas imperiales y de la Liga Católica en Nördlingen, dando una lección de poderío y eficacia, y había acabado con el mito de la invencibilidad sueca. 

Francia tenía miedo de que la Casa de Austria se acabara imponiendo a los protestantes, y con ello, quedar atrapada entre los dominios de la Monarquía Española y del emperador. De este modo, y esgrimiendo el peregrino argumento de que España preparaba la detención del elector de Tréveris, declaró la guerra a España como método preventivo. Francia iba a entrar en la guerra en favor de las fuerzas protestantes, a pesar de ser un país con un rey católico, sustituyendo a Suecia como potencia dominante. La alianza entre Suecia, Holanda, Hesse y Francia no era nueva, ya que los franceses habían aportado grandes sumas de dinero a la causa protestante, pero ahora entraba de lleno en la guerra y ponían en circulación una fuerza imponente compuesta por 70.000 infantes y 10.000 caballos, aunque la mayoría de ellas eran fuerzas bisoñas. 

El Socorro español de Irlanda. La batalla de Kinsale (Parte II)

 


El 18 de septiembre de 1601 zarpaba la flota hispana, bajo el mando del almirante general Diego Brochero, desde el puerto de Lisboa con dirección a Irlanda. Como ya se ha indicado, la elección del punto de desembarco sería un tema a tratar durante la propia travesía marítima, lo cual da una idea de cierta improvisación y falta de preparación. De esta manera la responsabilidad del lugar más idóneo donde desembarcar las tropas quedaría a voluntad del maestre de campo Juan del Águila.

Las instrucciones del socorro dadas el 8 de agosto de 1601 en Valladolid por el valido de Felipe III, el duque de Lerma, a Esteban Ibarra reflejan esta falta de organización: "y porque de aquí no se puede dar regla ni orden cierta de la parte y puerto donde sea mejor desembarcar la gente, manda Su Magestad que se remita esto a don Juan del Águila y a don Diego Brochero, dando al primero el principal lugar de elegir, pues lleva a su cargo el efecto que se ha de hazer, y a entrambos tan claras y preçisas órdenes de lo que cada uno toca, que no les quede ningun lugar de competençia por el impedimento y daño que estas cosas suelen causar en semejantes ocassiones". 

La cuestión de la zona de desembarco no era, pues, un tema baladí. Mucho se discutió durante la travesía cuál era el lugar más idóneo. Galway, al oeste de la isla, o Donegal, al noroeste, eran los lugares a priori más interesantes para desembarcar las tropas, pues era donde estaban concentrados los ejércitos irlandeses, sobre todo en Donegal, en el Ulster, donde las tropas de Hugh O´Neill estaban concentradas, lejos del peligro de los ingleses. Se produjeron discusiones entre el maestre del Águila y fray Mateo de Oviedo, que era de la opinión de desembarcar en el Ulster. Sin embargo, las costas del norte de Irlanda no eran del todo conocidas, además de ser difícilmente accesibles. También estaba el problema de que un desembarco en esa región, podría suponer serios problemas a la hora de mover la artillería, dada la orografía del terreno. 

El Socorro español de Irlanda. El camino a Kinsale (Parte I)

 


El 1 de octubre de 1601 el grueso de la flota española enviada por Felipe III para socorrer a los católicos irlandeses que luchaban contra Inglaterra en la Guerra de los Nueve Años, anclaba en el puerto de Kinsale, al sur de Inglaterra. La ayuda prometida desde España durante años llegaba al fin. 

Y es que desde los comienzos del reinado de Felipe II, Irlanda se constituyó como un escenario de interés para el monarca español, más aún con la intervención a favor del pueblo católico irlandés por parte de la Santa Sede. En Irlanda las tensiones entre los señores católicos de Irlanda y las autoridades inglesas presentes en la isla iban cada vez a más y la situación amenazaba con una revuelta contra el control extranjero. Los ingleses habían establecido a finales del siglo XV, en el este de la isla, una zona fortificada de una extensión de unos 30 kilómetros cuadrados llamada The Pale, o la Empalizada, un terreno llano y fértil entre los montes Wicklow al sur, y la ciudad de Dundalk, al norte, que permitía mantener una buena posición defensiva de guarniciones. 

Desde allí los ingleses trataban de extender su dominio a toda la isla. Y es que durante los siglos XIV y XV las rebeliones irlandesas, los brotes de peste negra, los asentamientos escoceses, y la Guerra de las Dos Rosas, habían dejado casi toda Irlanda en manos de los señores irlandeses que impusieron la cultura y la lengua gaélica irlandesa en sus territorios. Los ingleses se habían servido de uno de los clanes más poderosos de Irlanda para el control administrativo de la isla, los Fitzgerald, del condado de Kildare, pero en 1531 Enrique VIII eligió para el gobierno a los Butler, del condado de Oromond, lo que provocó la rebelión encabezada por Thomas Fitzgerald, X conde de Kildare, la cual fracasó y concluyó con la ejecución de su cabecilla. 

Las Campañas de Spínola en Flandes: el asedio de Rheinberg



El invierno de 1605-1606 se antojaba tranquilo tras la campaña emprendida por Ambrosio Spínola durante ese año, y que concluyó con la toma del castillo de Krefeld, tras haber conquistado Wachtendonk y derrotado a Mauricio de Nassau en Mülheim. Es por eso que el genovés decidió viajar a Madrid para planificar la campaña minuciosamente.

Para volver a España Spínola decidió atravesar Francia, siendo recibido con todos los honores por el rey Enrique IV. Aunque ambas potencias no estaban en guerra, Francia siempre estaba presta a perjudicar los intereses españoles y desgastar su poder. Spínola, gran conocedor de los ardides del monarca galo, no se dejó embaucar por el fastuoso recibimiento que le habían preparado. En mitad de la cena celebrada en su honor, Spínola contestó a las insistentes preguntas del rey francés sobre cuáles iban a ser sus planes para la campaña de 1606, afirmando que volvería a invadir la región de Frisia, plenamente consciente de que Enrique no se tomaría en serio aquellas palabras. 

Así ocurrió. Enrique IV, acostumbrado a moverse en la mentira y las intrigas, creyó que Spínola le mentía, y tan pronto éste marchó hacia España, comunicó a los rebeldes holandeses que los españoles no tenían la más mínimo intención de entrar en Frisia. Ya en España Spínola fue recibido como un héroe, siendo colmado de prebendas por Felipe III, quien le hizo miembro del Consejo de Estado y de Guerra. El auge de Spínola parecía imparable desde que en 1604 lograse rendir la ciudad de Ostende tras más de tres años de durísimo asedio. 

Las Campañas de Spínola en Flandes: La toma de Lingen

El 19 de agosto de 1605 caía en manos de la Monarquía Hispánica la ciudad de Lingen, situada en la región de Frisia Oriental, tras un corto pero intenso asedio por parte de las fuerzas del Ejército de Flandes que Ambrosio Spínola había empleado en su estrategia de llevar la guerra al mismo corazón de las Provincias Unidas. 

En el marco de la Guerra de los Ochenta Años, los últimos momentos del siglo XVI y la entrada del nuevo siglo no habían sido propicios para la causa hispánica en los Países Bajos. La derrota en Nieuwpoort, primera de relevancia a campo abierto, el 2 de julio de 1600, puso en entredicho la fortaleza de las armas hispánicas y dejó de manifiesto las intenciones de Mauricio de Nassau de invadir Flandes. El archiduque Alberto, soberano de los Países Bajos junto a Isabel Clara Eugenia, se propuso llevar a cabo la recuperación de la ciudad de Ostende, única villa de la región de Flandes en poder de los rebeldes, y uno de los puertos más importantes de la provincia. El archiduque empeñó lo mejor de sus fuerzas en tomar aquella ciudad, desde la cual los holandeses lanzaban constantes ataques sobre las poblaciones leales próximas. 

Desde 1596, los Estados de Flandes habían clamado una intervención en Ostende, por lo que a comienzos de julio de 1601 empezó el asedio. Las operaciones de expugnación de la ciudad se extendieron hasta finales del verano de 1604 cuando, tras un cambio en el mando de las operaciones, Spínola logró rendir Ostende el 20 de septiembre. El precio que hubieron de pagar los hispánicos fue alto, no solo por el gran número de bajas, sino por la ingente cantidad de recursos económicos empleados en aquel asedio, uno de los más largos que se recuerdan. Además, en las semanas finales de la conquista de Ostende, Mauricio de Nassau emprendió una nueva ofensiva en Flandes que dio como resultado la toma por parte de los holandeses de La Esclusa, ciudad situada a menos de 50 kilómetros al noreste de Ostende, y que contaba con otro valioso puerto en plena salida que el río Escalda tiene al mar. 

Ordenanzas Militares de 28 de junio de 1632

A continuación se exponen las Ordenanzas de 28 de junio de 1632, firmadas por el secretario del Rey, Gaspar Ruiz de Ezcaray, en nombre de Felipe IV. Estas ordenanzas trataban de responder a las necesidades de los ejércitos de la Monarquía de España, por cuanto entendía el monarca y sus consejeros que éstos habían perdido la disciplina y las buenas costumbres del pasado. Van a suponer, igualmente, el punto álgido de la política militar diseñada por el conde-duque de Olivares, que buscaba revitalizar la maquinaria militar y atraer nuevamente a la aristocracia a la milicia, por considerarla esencial para ejercer el mando de los ejércitos de su Majestad. 

De este modo, estas ordenanzas van a suponer una mirada atrás, buscando, quizás restablecer glorias pasadas, aunque sean imposibles de cumplir, dada la falta de hombres y dineros a la que se va a tener que enfrentar España, más aún inmersa en la Guerra de los Países Bajos y la Guerra de los Treinta Años, amén de otros conflictos menores pero que van a requerir de un esfuerzo imposible de sostener. Estas ordenanzas se han dividido en dos partes, con 40 artículos cada una, dada la extensión de las mismas y para su mejor lectura y análisis.

Ordenanzas de 28 de junio de 1632

 El Rey.

Por cuanto la disciplina militar de mis ejércitos ha decaído en todas partes de manera que se hallan sin el grado de estimación por lo pasado tuvieron, habiéndose experimentado diferentes sucesos que los del tiempo en que estaba en su punto y reputación, lo cual ha causado la falta de observancia de mis órdenes; y, por convenir tanto a mi servicio restaurar lo que se ha relajado con los abusos que se han ido introduciendo, mandé formar una Junta de Ministros de mis Consejos de Estado y Guerra, donde vieron las ordenanzas que el Rey, mi señor, mi padre, que haya gloria, mandó establecer el dieciséis de abril del año de mil y seiscientos y once, y advertencias que sobre ello me dieron, procedidas de lo que la experiencia ha mostrado que conviene disponer para el mejor gobierno de mis armas. Y, habiéndome consultado muy particularmente sobre todo, he resuelto lo siguiente.

España en la Guerra de los 30 años (Parte I. La Fase Bohemia y la Batalla de la Montaña Blanca)


Podríamos referirnos a la Guerra de los 30 años como el primer conflicto global acaecido; una guerra que comenzó con unos calvinistas exaltados arrojando por uno de los balcones del castillo de Hradçany, en pleno corazón de Praga, a los representantes del rey Fernando y que acabó involucrando a las principales potencias europeas y dejando unos 4 millones de víctimas sobre la mesa.

A pesar de que la mayor parte de los campos de batalla de esta guerra se encontraban en la Europa central, España no fue ajena a este conflicto y acudió pronto a él para ayudar a sus parientes de la Casa de Austria y de paso dar un golpe sobre el tablero y reivindicar su hegemonía mundial. Por desgracia, esta guerra se uniría a otras en las que la monarquía española ya estaba implicada, suponiendo un desgaste de hombres y recursos que acabarían llevando al país al desastre y a la pérdida de su liderazgo en el viejo continente.

Y es que España no pudo evitar el conflicto a pesar de las políticas de paz emprendidas por el rey Felipe III y su valido, el duque de Lerma, que llevaron a España a alcanzar la Tregua de los Doce Años con las provincias holandesas, y a mantener unas buenas relaciones con la Francia de la regente María de Médicis, que acabó cristalizando en los matrimonios de 1615. En octubre de ese año María casó a su hijo, futuro Luis XIII de Francia con la hija del monarca español, Ana María de Austria, y a su hija Isabel de Borbón con el infante Felipe, futuro Felipe IV de España.

La Guerra de la Valtelina: La batalla de Tirano


En septiembre de 1620 se produjo la batalla de Tirano, que enfrentó a los calvinistas grisones y a las fuerzas españolas del Tercio de Saboya, que prestaban apoyo a los católicos de la zona alpina de Lombardía, y supuso recuperar el control de la Valtelina y por tanto, el aseguramiento de la nueva ruta del Camino Español.

La Guerra del Monferrato había concluido en 1617 pero las tensiones entre el ducado de Saboya, apoyado por Francia, habían hecho peligrar el antiguo Camino Español, por lo que los soldados de Felipe III hubieron de buscar una alternativa, y la encontraron atravesando la región de la Valtelina, una zona montañosa del norte del Milanesado pegada al cantón de los grisones. Esta región se había mantenido bajo autoridad del ducado de Milán desde el siglo XIV, pero a partir del siglo XVI surgieron tensiones tras la llegada del calvinismo al cantón grisón.

Los grisones, llamados así según parece por sus ropajes grises, invadieron parte de la Valtelina y persiguieron sin tregua a los católicos de la región. Los grisones no dudaron en torturar y asesinar al arcipreste de Sondrio, Nicola Rusca, en septiembre de 1618. Los católicos estallaron ante tal provocación y se rebelaron contra los calvinistas. A mediados de julio de 1620 los católicos, liderados por Robustelli di Grosotto, lograron hacerse nuevamente con el control de la Valtelina y deshacerse del poder grisón en la región.

La Guerra del Monferrato. Parte II (1616-1617)


Con el comienzo de 1616 las maltrechas arcas del duque de Saboya se vieron aliviadas con lustrosas cantidades de dinero veneciano que sirvieron para reclutar un nuevo ejército y romper el tratado firmado en Asti con el marqués de Hinojosa tan solo unos meses atrás. De esta forma Carlos Manuel volvió a reanudar la guerra en el Monferrato, invadiendo el territorio a través del Langhe y a lo largo del río Tanaro.

En el Monferrato los españoles contaban con unos 10.000 infantes y 20 compañías de caballos, algo a todas luces insuficiente ya que el de Saboya había logrado reunir un ejército de casi 35.000 hombres, entre los que se encuentran 14.000 infantes saboyanos, 4.000 alemanes, 4.000 suizos, 10.000 franceses y casi 3.000 jinetes. El nuevo gobernador del Milanesado, el marqués de Villafranca del Bierzo, Pedro Álvarez de Toledo, emprende una rápida campaña de reclutamiento de hombres en Alemania, Borgoña y Suiza.

Así para mediados de agosto de 1616 los españoles contaban ya con un ejército de casi 34.000 soldados de los cuales 5.500 era españoles, 6.000 alemanes, 8.000 lombardos, 4.000 borgoñones, 3.500 italianos, 4.000 suizos y 3.000 jinetes. De estas fuerzas habrá que descontar las que se queden en labores defensivas en el Milanesado, pudiendo movilizar el marqués para la guerra con Saboya a unos 22.000 soldados y 2.500 jinetes.

La Guerra del Monferrato. Parte I (1613-1615)


El 18 de febrero de 1612 moría en Mantua Vincezo I Gonzaga y su hijo, Francesco Gonzaga se convertía en el IV duque de Mantua y II Marqués del Monferrato, poniendo fin, momentáneamente, a las aspiraciones del duque de Saboya, Carlos Manuel I, quien ambicionaba el marquesado espoleado por sus nuevos aliados franceses con quienes había firmado en 1610 el Tratado de Bruzolo.

La Pax Hispanica de Felipe III, con Francisco de Sandoval y Rojas, I duque de Lerma, a la cabeza del gobierno, se había impuesto en el continente y la idea de acabar con los conflictos en Europa parecía vislumbrarse, aunque las disputas religiosas en Francia y el Sacro Imperio amenazaban con romper el frágil equilibrio promovido por España, quien necesitaba con urgencia reducir sus teatros de operaciones bélicas si querían sanear y poner en orden sus cuentas.

Esta necesidad había llevado a España a firmar importantes acuerdos de paz; primero la Paz de Vervins, donde los españoles se comprometieron a concluir su participación en las guerras de religión francesas. Posteriormente el Tratado de Londres, en 1604, por el cual se ponía fin a la Guerra anglo-española que desde 1585 tenía lugar. Y por último la Tregua de los doce años, que suponía un parón importante en el agotador y sangrante conflicto bélico en Flandes, que tantos quebraderos de cabeza había costado ya a la monarquía española desde los tiempos de Felipe II. 

En este panorama internacional la repentina muerte de Francisco Gonzaga el 22 de diciembre de 1612 ponía en jaque el delgado equilibrio de la zona del noreste de Italia que se lograba mantener gracias a los esfuerzos de la monarquía española. El duque de Saboya, antiguo aliado español, despreciando las legítimas reclamaciones del cardenal Fernando, heredero legítimo de Mantua y del Monferrato, invadió el marquesado a comienzos de la primavera de 1613 con un ejército de 7.000 infantes y 1.000 caballos entre los que se encontraban mercenarios suizos, franceses, piamonteses y saboyanos bajo el mando del conde San Giorgio.

Guerreros: Carlos Coloma de Saa


Nacido en 1566 en el castillo de la localidad alicantina de Elda, Carlos Coloma de Saa fue un destacado militar, historiador y diplomático español que sirvió con honor y distinción en los ejércitos de la monarquía española.

Era el cuarto hijo del conde de Elda, Juan Coloma y Cardona, nieto de quien fuese secretario del rey de Aragón, Juan II y de Fernando el Católico. Juan Coloma se había casado con la portuguesa Isabel de Saa, proveniente de una familia burguesa originaria de Aragón, a quien había conocido en la corte de María de Austria, hermana de Felipe II. De esta unión nació Carlos Coloma en el castillo de Elda, donde se había trasladado su familia. Tan solo cuatro años después, en 1570, su padre fue nombrado virrey de Cerdeña, cargo que desempeñaría hasta 1577, recibiendo el título de I marqués de Elda. 

Carlos Coloma comenzó su carrera militar a la edad de 14 años, alistándose en los ejércitos del Gran Duque de Alba para la invasión de Portugal. En 1584 se alistó en las galeras de Sicilia y apenas dos años después, cuando su padre muera en octubre de 1586, recibirá como herencia 500 ducados y una casa, poco pero algo típico de aquel entonces para los segundones de casas nobles. En 1588 Pedro de Tassis es nombrado veedor general del ejército de Flandes. Era familia lejana de Carlos Coloma, así que accedió a llevárselo como entretenido con una paga de 40 escudos en el ejército de Alejandro Farnesio.

Guerreros: Juan del Águila


El año 1545 fue testigo del nacimiento de uno de los más destacados y notables soldados de cuantos sirvieron en los ejércitos de la monarquía española; Juan del Águila nacía en Ávila y pasaría, por derecho propio, a la historia como maestre de campo de los tercios españoles.  

Era el cuarto hijo de una familia de la nobleza local y pasó su infancia en la villa abulense del Berraco. No siendo primogénito las opciones que tenía el joven Juan pasaban por los hábitos o las armas y, como se podría comprobar más adelante, tenía una especial aptitud para la guerra, por lo que decidió sentar plaza como soldado en la compañía de Gonzalo de Bracamonte cuando éste se encontraba reclutando infantes en Ávila para el ejército del rey Felipe II, allá por 1563.

Con 18 años pues, siguió la bandera de su capitán y se incorporó al Tercio Viejo de Cerdeña. No tardaría mucho Bracamonte en hacerse con los mandos del tercio. En 1564 era nombrado maestre del mismo y enviado al Peñón de Vélez de la Gomera. Era principios de septiembre y la expedición de 93 galeras y decenas de otras embarcaciones, comandada por García Álvarez de Toledo, se presentaba ante el inexpugnable refugio de piratas argelinos y otomanos y lo ocupaba, permaneciendo éste en poder español hasta nuestros días.

Las Campañas del duque de Osuna en Sicilia: Batalla naval de Ragusa


El 22 de noviembre del año 1617, en aguas del mar Adriático, frente a las costas de Dubrovnik, la armada española de Nápoles, comandada por Francisco de Rivera vencía a una poderosa flota veneciana al mando de Lorenzo Veniero.

España, bajo el reinado de Felipe III, vivía un relativo periodo de paz en Europa gracias a la tregua de los 12 años, que detenía momentáneamente la Guerra de los 80 años. Pero esta tregua no significaba el fin de las hostilidades entre España y sus enemigos. Ni mucho menos.

Un ejemplo de ello fue el teatro de operaciones del Mediterráneo, donde los españoles se batieron el cobre contra el turco, o donde tuvieron que lidiar con los constantes roces entre la República de Venecia y el virreinato de Nápoles. Venecia y Saboya constituyen un quebradero de cabeza para Felipe III; La primera está inmersa en la llamada Guerra de Gradisca contra el archiduque de Austria, mientras que Saboya, con el apoyo francés, se encuentra sumida en la Primera Guerra del Monferrato contra el ducado de Mantua, que cuenta con el respaldo español.

Guerreros: Antonio de Oquendo


Aunque se desconoce el día, sabemos que Antonio de Oquendo y Zandategui vino al mundo en octubre del año 1577, en San Sebastián. Era hijo de ilustre familia, ya que su padre, Miguel de Oquendo Segura, era capitán general de la Armada de Guipúzcoa y su madre. María de Zandategui, era la señora de la Torre de Lasarte.

Antonio llevaba el mar en la sangre. Siendo hijo de quien era y viviendo donde vivía, su sitio natural estaba en un buque. Con tan solo 4 años vio a su padre embarcar rumbo a las Terceras donde, a las órdenes del genial marino Álvaro de Bazán, se distinguió en la victoria española y rindió la almiranta francesa, y con 11 lo perdió para siempre en el desastre de la Grande y Felicísima Armada.

Guerreros: Pedro Téllez-Girón, III duque de Osuna


Nacido el 17 de diciembre del año 1574 en Osuna, villa española de la provincia de Sevilla, Pedro Téllez-Girón y Velasco Guzmán y Tovar, dio desde bien joven muestras de grandes dotes militares y políticas, cualidades que le valdrían para llegar a ser uno de los más destacados españoles de su tiempo.

Provenía de una destacada familia, ya que sus padres eran Juan Téllez-Girón y Guzmán, II Duque de Osuna, y su madre, Ana María de Velasco y Tovar, era nada más y nada menos que la hija del Condestable de Castilla, Íñigo Fernández de Velasco, duque de Frías, y una de las mujeres más influyentes y destacadas de su época, de la que se cuenta que tenía el valor de 100 hombres.

Al historiador italiano Gregorio Leti le debemos la primera obra biográfica sobre el duque de Osuna, publicada en Ámsterdam en tres tomos en el año 1699. Gracias a ella sabemos que su abuelo, el primer duque de Osuna, fue nombrado en 1582 virrey de Nápoles, llevándose a su nieto con él, que sería educado bajo el atento cuidado de la mujer de su abuelo, supliendo en cierta medida la muerte de su madre.

En Nápoles se le dio la mejor educación posible a cargo de Andrea Savone, un humanista e historiador brillante, pero además se le instruyó en el arte de las armas, recibiendo formación por parte de alguno de los mejores maestros españoles destacados en los tercios acantonados en Italia. Leti afirmaba en su obra que su abuelo decía  que "no había de criarse solamente en letras, porque no se hiciera flojo y descuidado en su particular proyecto". De esta manera el futuro duque se curtió en el manejo de las armas tanto como en el de la pluma.

Guerreros: Ambrosio Spínola


El 25 de septiembre de 1630 moría poniendo sitio a la villa de Casale, en la Guerra de Sucesión Mantua, dentro del marco de la Guerra de los 30 años, Ambrosio Spínola, uno de los más notables militares al servicio de España.

Ambrosio Spínola Doria vino al mundo en Génova en el año 1569. Descendiente de una rica familia genovesa, los Spínola, era el primogénito de Filippo Spínola, marqués de Sesto, y Policena Cossino. La familia había adquirido gran fortuna principalmente por sus negocios de asiento de galeras con la Corona Española y el comercio. Como hijo mayor fue educado para administrar las finanzas de la familia, algo de ingente trabajo debido a la gran fortuna que manejaba. Ambrosio pasó su infancia y juventud estudiando y leyendo, sobre todo acerca de estrategia militar, de la que era un gran apasionado, pero sus obligaciones eran lo primero.

Sus hermanos, en cambio, pronto entraron al servicio de los ejércitos de España, destacando Federico, un auténtico aventurero que desde pequeño mostró grandes dotes para luchar, sobre todo en Flandes. La familia Spínola tuvo disputas con la familia Doria, la otra gran familia genovesa. Estos pleitos llegaron a tal punto que tuvo que intervenir el propio monarca español para solventar las desavenencias entre ellas. Ambrosio manejaba bien los negocios familiares, pero éstos no parecían satisfacer su carácter, alimentado por sus lecturas de juventud. Ambrosio anhelaba ese espíritu de guerra y no desperdició la ocasión de ofrecer sus servicios y fortuna a España. Su hermano Federico apostaba firmemente por crear una escuadra de buques con los que intentar invadir nuevamente Inglaterra, pero la idea no cuajó en la corte de Felipe II, que aún se lamía las heridas por el fracaso casi una década antes de la Grande y Felicísima Armada.

Las Campañas del duque de Osuna en Sicilia: Batalla naval del Cabo Celidonia


El 14 de julio del año 1616 daba comienzo una batalla naval entre una pequeña flota del imperio español y una potente armada del imperio otomano, en las aguas del cabo de Celidonia, cercanas a las costas de Chipre.

El nuevo virrey de Nápoles, Pedro Téllez de Girón, III Duque de Osuna, había reorganizado la flota del virreinato consciente del peligro que suponía la piratería berberisca en las aguas del Mediterráneo. Una de sus medidas fue la paulatina sustitución de las galeras por galeones. Una de las nuevas escuadras fue puesta bajo el mando de Francisco de Rivera, capitán natural de Toledo.

La misión de Rivera era partir desde Sicilia hacia el mediterráneo oriental y poner freno a las acciones de la piratería berberisca y de paso castigar los territorios otomanos. Para ello contaba con 5 galeones y un patache. El galeón "Concepción" era su capitana y contaba con 52 cañones. Con él iban también el "Buenaventura", de 27 cañones, bajo el mando de Íñigo de Urquiza; el "Almirante", de 34 cañones y con Serrano al frente; el "Carretina", con otros 34 cañones y comandado por Valmaseda; el "San Juan Bautista", galeón capitaneado por Juan de Cerceda y que contaba con 30 piezas de artillería; y el patache "Santiago", bajo el mando de Garraza. Como refuerzo embarcaron 1.600 infantes españoles.

Las Campañas de Spínola en Flandes: El Sitio de Ostende


Pocas veces el concepto de asedio se puede definir tan bien como en Ostende. Un asedio que duraría más de tres años y que acabaría con la victoria de las fuerzas hispanas conducidas en su etapa final, y de forma brillante, por un general genovés cuya estrella comenzaba a brillar con fuerza, Ambrosio Spínola.

Más de treinta años habían transcurrido ya desde el comienzo de la guerra entre España y las Provincias Unidas. Los Países Bajos estaban regidos desde 1598 por el matrimonio compuesto por el archiduque Alberto de Austria y la infanta de España Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II. Ambas naciones estaban económica y humanamente agotadas. A comienzos del nuevo siglo Holanda parecía estar ganando terreno; su victoria en la Primera Batalla de las Dunas, el 2 de julio de 1600, fue una inyección de moral, pues había derrotado a un ejército hispánico en campo abierto. 

Si bien esta victoria era muy importante desde el punto de vista de la propaganda, Mauricio de Nassau no pudo explotarla convenientemente ya que sus líneas de abastecimiento se habían extendido demasiado y corría el peligro de quedar expuesto a un ataque de las fuerzas hispanas. De este modo, Mauricio juzgó prudente retirarse tras no conseguir que las tropas flamencas que defendían la ciudad de Nieuwpoort se sublevasen contra los españoles. De esta forma no solo la ciudad, sino el puerto de Dunkerque, que era la gran ambición de Mauricio, estaban a salvo momentáneamente. La campaña de 1600 había llegado a su fin de manera precipitada y esto daba un respiro al archiduque y a la infanta para poder recuperar la iniciativa y pasar a la acción. 

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