Batalla de Pavía

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La recuperación de Salvador de Bahía


El 29 de marzo de 1625 la flota de Fadrique Álvarez de Toledo, capitán general de la Armada del Océano, comenzaba el bloqueo naval sobre la ciudad brasileña de Salvador de Bahía, que había sido tomada por los holandeses en 1624. 

San Salvador de Bahía de todos los Santos era una de las principales plazas de los territorios portugueses de la Monarquía Española. Fundada por los portugueses en 1549, tras la expedición de Tomás de Souza, primer gobernador de Brasil, pronto se convirtió en el centro neurálgico del comercio de caña de azúcar y de comercio de esclavos en la región. Tras la incorporación de Portugal a la Corona Española mediante la proclamación en Tomar de Felipe II como nuevo rey, el 15 de abril de 1581, la ciudad siguió desarrollándose como núcleo de capital importancia para los intereses hispánicos, siendo un gran productor, además, de tabaco, palo de Brasil o algodón, por lo que pronto los enemigos de España fijaron sus ojos en ella. 

En 1621 los holandeses habían creado la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales. Los objetivos de esta empresa eran muy claros; expandir el comercio holandés en aguas de tradicional dominio español y emprender la conquista de los territorios brasileños. Tras el fin de la Tregua de los Doce Años, el comercio con América se redujo notablemente, y pronto las Provincias Unidas tuvieron que hacer frente a la escasez de productos altamente demandados y por los que obtenían cuantiosos beneficios, como la caña de azúcar, que había convertido a diversas poblaciones holandesas en las principales refinerías de este producto en Europa. 

El Asedio de Orbetello

 

El 14 de junio de 1646 comenzaban los combates navales entre las flotas francesa e hispánica, la cual había acudido al socorro de la plaza de Orbetello, en la costa de la Toscana, que se encontraba bajo asedio de las fuerzas francesas conducidas por el príncipe Tomás Francisco de Saboya. El asedio se prolongaría hasta el 24 de julio, cuando las fuerzas hispánicas del marqués de Torrecuso lograron levantarlo. 

La Guerra franco-española proseguía mientras que la Guerra de los Treinta Años estaba asistiendo a sus últimos compases. Con este contexto, el cardenal Mazarino planificó una operación para hacerse con el control de los Reales Presidios de la Toscana, con la intención de cortar así las comunicaciones entre las posesiones españolas del Estado de Milán y el Reino de Nápoles, dividir a los príncipes italianos y conseguir que el Papa Inocencio X, cuya política era claramente pro española, retirase su apoyo a Felipe IV. 

El plan de Mazarino consistía en enviar una flota que partiría del puerto de Tolón, el más importante puerto francés en el Mediterráneo, con la intención de desembarcar tropas en las cercanías de la plaza de Orbetello, una importante plaza en la provincia de Grosseto, en la Toscana, y en la isla de Elba, al norte del mar Tirreno. De este modo los franceses podrían cortar las comunicaciones de las posesiones españolas en Italia, preparando así el terreno para la ansiada invasión del Reino de Nápoles, y de paso atraerse el apoyo de la Toscana y de Módena.

La Batalla de las Dunas

 

El 21 de octubre de 1639 tenía lugar la batalla naval de las Dunas en la que la flota española del almirante general Antonio de Oquendo sufría un desastre mayúsculo en las costas inglesas frente a la flota holandesa del almirante Maarten Tromp.  

La guerra contra Holanda se recrudecía por momentos. Atrás habían quedado los tiempos de la Tregua de los Doce Años y los holandeses, crecidos por la intervención francesa en la Guerra de los 30 Años, cada vez ponían en mayores apuros a los españoles. La situación se volvía insostenible y el Cardenal-infante, Fernando de Austria, necesitaba con urgencia tropas y dineros, por lo que realizó una desesperada petición a la Corte de Madrid. 

Felipe IV ordenó a su mejor marino, Antonio de Oquendo, organizar una flota que fuera capaz de llevar los tan ansiados dineros y hombres a Flandes. Éste comenzó a hacer los preparativos en Cádiz, reuniendo cuatro escuadras que zarparon hacia La Coruña, donde llegaron en agosto para reunirse con otras cuatro escuadras españolas. Una vez completados todos los preparativos la flota española estaba lista para zarpar rumbo a Flandes.

Batalla del Estrecho de Gibraltar: Fadrique de Toledo contra la flota holandesa.


El 10 de agosto de 1621 una pequeña escuadra de 9 buques españoles bajo el mando de Fadrique de Toledo y Osorio derrotaba a una flota holandesa de más de una treintena de buques que regresaba de Venecia con un preciado cargamento con riquezas procedentes de oriente.  

Corría el verano del año 1621 y la Tregua de los Doce Años había llegado a su fin. Los holandeses buscaban reanudar la guerra, a pesar que el rey reconocía la soberanía de las Provincias Unidas con dicho tratado, y el conde-duque de Olivares se la puso en bandeja convenciendo de ello al nuevo rey Felipe IV. En su favor hay que destacar que los holandeses no respetaron la paz en el mar ni en las posesiones españolas en América o en el Extremo Oriente.

De tal forma que en España se buscó un golpe severo contra los intereses holandeses. El blanco elegido sería el comercio marítimo de las Provincias Unidas en el mar Mediterráneo. Había llegado información de los espías españoles en Venecia de que allí se concentraba una flota de más de una treintena de buques que estaban cargando valiosos productos y riquezas que habían llegado desde oriente. Venecia era abiertamente anti española y, aunque no se atrevía a una declaración de guerra, no dudaba en apoyar cuantos frente pudieran abrirse contras la Monarquía Hispánica, y aquel convoy era de vital importancia para sufragar los gastos a los que se enfrentaban los holandeses en la reanudación de la guerra contra España. 

Segunda Batalla de Playa Honda


El 15 de abril de 1617 una pequeña flota española bajo el mando de Juan Ronquillo del Castillo derrotaba en las aguas de Playa Honda, en la isla filipina de Luzón, a la escuadra holandesa del almirante Joris van Spielbergen. 

A pesar de la Tregua de los Doce Años la marina holandesa seguía con los ojos puestos en el comercio marítimo español y, bien mediante acciones de piratería, bien mediante enfrentamientos abiertos, Holanda seguía en guerra de facto con España en el mar. La Compañía Holandesa de las Indias Orientales mandó en agosto de 1614 una nueva flota al mando del almirante Joris van Spielbergen que, recorriendo la antigua ruta de Magallanes y Elcano, debía plantarse en el Pacífico y amenazar los convoyes españoles.

La escuadra de Spielbergen realizó diversas correrías a lo largo de 1615, tras doblar el estrecho y salir al Pacífico. Apresó varios buques menores y asaltó pequeñas poblaciones en la costa chilena antes de derrotar en un desigual combate a una pequeña fuerza española, bajo el mando de Rodrigo de Mendoza, que había salido a hacerle frente en el Cañete, en las costas de Perú. Más tarde, tras recuperarse de los daños causados por los españoles, Spielbergen puso rumbo al puerto del Callao, donde fue rechazado por una improvisada defensa española, siguiendo su periplo de saqueo por las aisladas poblaciones de la costa hasta llegar a Acapulco. De allí, y tras lograr un pequeño rescate de la ciudad, se dirigió a las Filipinas.

Las Campañas del duque de Osuna en Sicilia: Las Batallas de Cabo Corvo y Messina


Al amanecer del 29 de agosto de 1613 la escuadra española de galeras de Sicilia al mando del general Octavio de Aragón, mano derecha del duque de Osuna en los asuntos del mar, avistó a la altura del cabo Corvo 12 galeras turcas, salidas del puerto de Rodas, bajo el mando de Mehemet Pashá.

Con la llegada de Pedro Téllez-Girón, III Duque de Osuna, a Sicilia tras ser nombrado virrey en marzo de 1611, el reino experimentó importantes cambios. Osuna se encontró un reino en bancarrota, un severo problema de delincuencia y con una escuadra de tan solo 9 galeras, que padecía una falta acuciante de remeros, con la que resultaba imposible hacer frente a los ataques de la piratería berberisca y otomana. Pero el duque se puso manos a la obra y con su energía y perspicacia habitual, en menos de un año tenía resulto el problema de la delincuencia y la economía mejoraba a buen ritmo.

Para paliar la falta de remeros convocó un concurso de saltos de altura, entregando un doblón a quien superase el primer salto y un escudo de oro a quien saltase el segundo. Sucedía que en el reino había toda clase de supuestos ciegos, cojos, mancos o tullidos, que cayeron en el engaño del duque y se presentaron al concurso. Aquellos que lograron superar los obstáculos obtuvieron el doblón y el escudo y también una condena a galeras por 10 años. De esta forma se consiguió poner fin al problema de la falta de remeros.

Las Campañas del duque de Osuna en Sicilia: Batalla naval de Ragusa


El 22 de noviembre del año 1617, en aguas del mar Adriático, frente a las costas de Dubrovnik, la armada española de Nápoles, comandada por Francisco de Rivera vencía a una poderosa flota veneciana al mando de Lorenzo Veniero.

España, bajo el reinado de Felipe III, vivía un relativo periodo de paz en Europa gracias a la tregua de los 12 años, que detenía momentáneamente la Guerra de los 80 años. Pero esta tregua no significaba el fin de las hostilidades entre España y sus enemigos. Ni mucho menos.

Un ejemplo de ello fue el teatro de operaciones del Mediterráneo, donde los españoles se batieron el cobre contra el turco, o donde tuvieron que lidiar con los constantes roces entre la República de Venecia y el virreinato de Nápoles. Venecia y Saboya constituyen un quebradero de cabeza para Felipe III; La primera está inmersa en la llamada Guerra de Gradisca contra el archiduque de Austria, mientras que Saboya, con el apoyo francés, se encuentra sumida en la Primera Guerra del Monferrato contra el ducado de Mantua, que cuenta con el respaldo español.

Batalla de Lizard Point


El 18 de febrero de 1637 tenía lugar el combate naval de Lizard Point, entre una escuadra española comandada por Miguel de la Horna y una fuerza holandesa que daba cobertura a un convoy angloholandés compuesto por 44 buques.

La Guerra de los 80 años daba sus últimos coletazos. España, asfixiada económicamente e inmersa también en la fase final de la Guerra de los 30 años, que la enfrentaba directamente con la Francia de Richelieu, aún seguía siendo la primera potencia en Europa y sus ejércitos, cada vez más exiguos, constituían todavía una temible fuerza.

La Armada no era ajena a esto. La del Mar Océano contaba con un total de 49 galeones para cubrir toda la ruta de América, número inferior a con los que contaban los franceses y holandeses, pero los marinos españoles eran los mejores de su época y además, para contrarrestar la diferencia numérica, se fomentó la práctica del corso, que dio muy buenos resultados en los últimos años de esa década.

Defensa de Panamá. El final de Drake


El 15 de enero de 1596 Francis Drake daba la orden a sus buques de zarpar y abandonar el intento inglés de saquear Panamá, tras haber sufrido una sucesión de derrotas, que lo dejaron enfermo y completamente abatido.

En el marco de la Guerra anglo-española, que ya se alargaba por 10 años, la reina Isabel I encargó a dos de sus militares de mayor prestigio, Francis Drake y John Hawkins, ambos antiguos piratas, la misión de atacar las posesiones españolas en el Caribe, y desestabilizar el dominio de Felipe II sobre las rutas hacia América.

Si bien es cierto que la estrella de Drake no brillaba como antaño, debido a su nefasta dirección de la "Contraarmada", en 1589, que tenía por objeto atacar y saquear varios puertos españoles, el veterano pirata seguía teniendo un aura casi mística entre sus hombres, por lo que la reina lo sacó de su "destierro" en Plymouth, tratando de revertir el curso de la guerra, que se inclinaba inexorablemente del lado español, tras las derrotas en Coruña, Lisboa o las Azores.

Drake, convencido de que lo más dañino para España era atacar sus posesiones en el Caribe, le propuso el plan a la reina, que finalmente accedió a tal empresa, colocando como segundo de Drake a John Hawkins, y dando el mando de la infantería una vez en tierra al general Thomas Baskerville. Para ello contaban con 6 galeones reales, los mejores de la armada inglesa: el "Garland", el "Adventure", el "Hope", el "Defiance", el "Bonaventure" y el "Foresight". A estos buques había que sumarles más de una veintena de pinazas y numerosas barcazas y naves menores para transporte de tropas y pertrechos. Drake, además, contaba con 3.000 soldados y más de 1.500 marinos.

Batalla de Lepanto


El 7 de octubre de 1571 se producía la batalla de Lepanto, que enfrentó en el golfo de Patras a las fuerzas navales del imperio otomano y a las de la Liga Santa, formada por España, Venecia, la Orden de Malta y el Papado, y que acabó con una rotunda victoria cristiana.

Con Selim II como sultán otomano, en septiembre de 1570 los turcos habían comenzado a asediar la ciudad de Famagusta, en el este de Chipre, tras haber tomado Nicosia y buena parte de la isla. Bajo el mando de Lala Mustafá y Pialí Bajá, más de 150.000 turcos tomaron, tras casi un año de asedio, la ciudad. El encargado de la defensa de Famagusta, Marco Antonio Bragadino, pronunciaría unas proféticas palabras: "Un día nuestra armada llegará y tu ejército y tu flota quedarán destruidos".

A la par que los turcos asediaban Chipre, Venecia, España y el Papado unían sus fuerzas para tratar de enviar un socorro. Los venecianos, con Girolamo Zanne al mando, enviaban 136 galeras, 11 galeazas y otros 14 buques diversos. El papa contribuía con 12 galeras bajo el mando de Marco Antonio Colonna, virrey de Sicilia. España, por su parte, mandaba a Juan Andrea Doria con 50 galeras. Pero las desavenencias entre los distintos generales y el mal estado de muchos de los buques venecianos, pusieron fin a la esperanza de enviar la ayuda necesaria para que Chipre no cayese.

La Naval de Manila


Un 6 de octubre del año 1646 se producía el quinto y último enfrentamiento entre los galeones de Manila españoles, buques mercantes que atravesaban el Pacífico entre Manila y Acapulco, y una poderosa flota de guerra holandesa que tenía órdenes de arrebatar filipinas a España.

En el marco de la Guerra de los 80 años, los holandeses trataban por todos los medios de ampliar sus rutas comerciales en Asia a costa de los españoles. Mediante la práctica del corso, que llevaban realizando en aquellas aguas desde los comienzos del siglo XVII, los protestantes se dedicaron fundamentalmente a asaltar los juncos chinos y japoneses que comerciaban con Filipinas, y a hostigar a la flota comercial española de las islas, conocida como el Galeón de Manila. Ésta realizaba el trayecto entre Filipinas y Nueva España entre una y dos veces al año, por la ruta descubierta por Andrés de Urdaneta en 1565.

En 1642 habían arrebatado el control de Formosa a los españoles, sumándola así a los puertos que ya tenían en Yakarta y por toda Indonesia. Para 1644 la situación se había vuelto insostenible en Filipinas: el comercio había caído bruscamente y no se recibían productos de América desde hacía 2 años. En este orden de cosas la moral de la guarnición era muy baja, y el estado de las defensas se deterioraba rápidamente ante la falta de materiales, dinero y hombres. Para colmo, la flota estaba en cuadro, contando tan solo con 3 galeones muy deteriorados, 1 galera y algunos pequeños bergantines.

Batalla naval de los Abrojos


El 12 septiembre de 1631, en las aguas de la costa de Pernambuco, la escuadra española de Antonio de Oquendo derrotó a una flota holandesa que estaba bajo el mando de Adrian Jansz Pater, tras más de 7 horas de duros combates.

En el marco de la Guerra de los 30 años, los holandeses habían tomado los puertos de Olinda y Pernambuco en febrero de 1630, como parte de su estrategia de debilitar a España atacando en sus provincias de ultramar. Pusieron en tierra 6.000 infantes que avanzaron hacia la villa de Arrecife, que fue incendiada por el gobernador, Matías de Alburquerque, quien, ante la imposibilidad de plantar cara al enemigo en campo abierto, dado lo exiguo de sus tropas, se dedicó a emboscarles y hostigarles hasta el punto de que los holandeses se vieron obligados a aprovisionarse por mar. En mayo de 1631 tomaba el mando aquellas plazas el almirante Adrian Jansz Pater, sustituyendo al almirante Lock, que regresaba con la mayor parte de su flota para Holanda.

El 5 de mayo de 1631, con 54 años y una vida llena de victorias en el mar, Antonio de Oquendo y Zandátegui, natural de San Sebastián y por aquel entonces almirante general de la Armada del Océano, cargo alcanzado por ilustres marinos como Juan de Lezcano, López de Legazpi, Juan de Austria o Álvaro de Bazán, zarpó desde Lisboa rumbo a las colonias brasileñas de Pernambuco y de Bahía de todos los Santos, capitaneando una flota que debía llevar tropas para poner fin a aquella invasión.

La Batalla de la Isla de Flores


Un 9 de septiembre del año 1591, en las aguas de la Isla de Flores, una flota corsaria inglesa, bajo el mando de Thomas Howard, conde de Suffolk, caía derrotada por Alonso de Bazán, tras tratar de asaltar el convoy español procedente de América.

En el marco de la Guerra anglo-española (1585-1604) las cosas pintaban mal para los de la Pérfida Albión, que desde el desastre de la Grande y Felicísima Armada de 1588 no habían dejado de cosechar derrotas, empezando por la Contra Armada inglesa del siguiente año, que acabó en un completo fracaso bajo la tutela de Francis Drake y John Norreys, y siguiendo por las derrotas frente a los convoyes procedentes de las indias en 1590.

El año 1591 empezaba igual de mal, con la derrota de George Clifford, conde de Cumberland en julio en las Islas Berlengas. Alonso de Bazán, hermano del ilustre e invicto Álvaro de Bazán, había recibido aviso, a través del maestre de campo Juan de Urbina, de que una flota corsaria inglesa patrullaba por aguas cercanas a las islas Azores, por lo que se aprestó a reunir tantos buques como pudiese para acudir a plantarles batalla. Así hizo bajo su mando a la escuadra de Marcos de Aramburu, que sería su segundo al mando; la escuadra de Antonio de Urquiola, la de Sancho Pardo y la de Martín de Bertendona, a la que se sumaría más tarde la escuadra portuguesa de Luis de Coutiño, haciendo un total de 55 buques y 7.200 hombres entre soldados y marineros.

Combates navales de Cabañas


A primeras horas de la mañana del día 31 de agosto de 1638, una flota española bajo el mando de Carlos de Ibarra plantaba cara a su enemigo: al menos 17 buques corsarios holandeses que acechaban en las aguas de Pan de Cabañas, próximas a La Habana.

La actividad corsaria y pirata había estado presente desde los principios del comercio español con América. Primero fueron los franceses, a los que más tarde se unieron ingleses y holandeses. La Corona española ideó un sistema de convoyes y de suministro de información al objeto de proteger el comercio, el cual resultaría como uno de los más notables éxitos logísticos de la historia.

Desde tiempos de Felipe II dos flotas componían los convoyes que partían desde España en dirección a América: la de "Nueva España", cuyo destino final era Verazcruz, y la de "Tierra Firme", que llegaba hasta Valparaíso. El punto de reunión de las flotas solía ser las aguas de La Habana, donde recalaban antes de regresar a España con el preciado cargamento. Los holandeses lo sabían y, desde sus nuevas bases en Pernambuco, armaron una flota de 24 buques comandada por Corneille Joll, un veterano almirante al que le faltaba una pierna y que recibía el apodo de "Pie de palo".

A la caza del convoy británico


Era el 9 de agosto del año 1780 cuando un convoy británico con tropas, materiales y suministros de todo tipo, que avanzaba con destino a Norteamérica y a la India, era atrapado por la flota española de Luis de Córdova, sufriendo los británicos el mayor golpe logístico de toda su historia.

Estaban los británicos inmersos en la Guerra de Independencia norteamericana, un conflicto que se complicó sobremanera con los apoyos de los españoles y franceses a los rebeldes. Las flotas de ambos países podían competir en igualdad de condiciones con la armada británica, en aquel momento la mayor y más poderosa. En 1779 las flota franco-española había azotado las costas de Inglaterra, paralizando la bolsa de Londres, las cosas se complicaban en las colonias americanas, y la expansión en la India exigía de multitud de recursos.

La España de Carlos III, con el conde de Floridablanca al frente, había comenzado una política de fortalecimiento en el panorama mundial, acercando posiciones tanto con Francia como con Portugal. Floridablanca, ministro de exteriores, había tejido una red de espías por la gran mayoría de cortes europeas. De esta manera consiguió una valiosísima información: un gran convoy saldría desde Portsmouth con destino a Norteamérica y a la India. Floridablanca informó de esto a Luis de Córdova, teniente general de la armada, para que comenzase los preparativos de la cacería.

Nelson ataca Tenerife


Un 27 de julio de 1797 los británicos levaban anclas y se marchaban de las Islas Canarias, tras un frustrado intento de tomar Santa Cruz de Tenerife por parte de las fuerzas del contralmirante Horatio Nelson.

Dentro del marco de la guerra anglo-española de 1796, y con el grueso de la flota española bloqueada en Cádiz por la potente marina de los británicos, bajo el mando del almirante John Jervis, éstos resolvieron tomar las Islas Canarias como base estratégica para sus futuras operaciones en el Atlántico. De este modo Nelson diseñó un plan para poder llevarlo a cabo y Jervis lo aprobó el 14 de julio de 1797.

Para ello Nelson contaba con los navíos Theseus, Culloden y Zealous, de 74 cañones cada uno, y el navío Leander de 50 piezas de artillería; las fragatas Emerald, de 36 cañones, la Seahorse, de 38, la Terpischore, de 32 y la Fox, también de 32 piezas. Igualmente contaba con la bombardera Rayo, apresada a los españoles previamente, y una fuerza de 3.700 hombres para llevar a cabo la invasión de la isla.

La Batalla de las Terceiras


Un 26 de julio del año 1582 se producía el enfrentamiento entre fuerzas navales españolas, bajo el mando del capitán general Álvaro de Bazán, y fuerzas de la armada francesa capitaneadas por el almirante Felipe Strozzi, y que acabó en una brillante victoria española.

Tras el ascenso al trono portugués de Felipe II, el prior de Crato, don Antonio, pretendiente igualmente a la corona portuguesa, había instado a una revuelta contra los españoles con el apoyo de los ingleses y franceses. Isabel I le dio dinero y la promesa del apoyo de sus corsarios a cambio de varias plazas portuguesas, 5 millones de ducados y un tributo anual. Pero Francia, con Enrique III de Valois en el trono, no dudó en ofrecer, además de dinero, tropas y suministros, alarmado por el poder que tenía en aquellos momentos el imperio español, y bajo la promesa de Antonio de cederle la posesión de Brasil.

El reducto del prior de Crato eran las islas Azores, desde donde los corsarios ingleses y franceses podían atacar fácilmente los convoyes que venían hacia España desde América. Felipe II estaba decidido a acabar con esa amenaza, por lo que a comienzos de 1582 ordenó preparar una flota con la intención de ocupar las Azores. Álvaro de Bazán, el almirante que nunca había perdido una batalla, veterano de Lepanto, Muros, Malta, o del peñón de Vélez, sería el encargado de tal empresa.

La Gran Carrera del Glorioso


El 25 de julio del año 1747 el "Glorioso", un navío español que se dirigía a las costas gallegas, empezaba el primero de una serie de combates contra la armada inglesa que le haría ganar la admiración y el respeto tanto de los españoles como de sus enemigos. 

La construcción del "Glorioso" fue encargada en 1738, y fue botado en el año 1740 en los astilleros de La Habana bajo el nombre de "San Ignacio de Loyola", junto al "Invencible" y al "Bizarro". Era un navío de línea de 70 cañones del estilo Gaztañeta, más grande y robusto que los navíos que en aquella época construían tanto ingleses como franceses, pero menos rápido y más difícil de maniobrar. Contaba con 2 puentes desde donde asomaban sus cañones de 24, 18 y 8 libras.

En el año 1747, dentro del marco de la Guerra del Asiento, el "Glorioso" zarpaba de La Habana en primavera con un cargamento de suma importancia para los intereses de España: 4 millones de pesos de plata. El buque era comandado por Pedro Mesía de la Cerda, un experimentado marino cordobés que había participado ya en multitud de batallas, entre ellas la del Cabo Passaro, la del Cabo de San Vicente o las de la recuperación de Orán y Mazalquivir en 1732.

Batalla de las Islas Berlengas


Un 15 de julio del año 1591 tuvo lugar una batalla naval entre la escuadra española de galeras de Francisco Coloma, y un escuadrón de galeones ingleses bajo el mando de George Clifford, conde de Cumberland, frente a las costas de las islas portuguesas de Berlengas.

Bajo el reinado de Isabel I, el conde de Cumberland, gran aficionado a los torneos de justas y uno de los favoritos de la reina, empezó a hacer carrera naval con el inicio de la Guerra anglo-española, en 1585. No tuvo demasiado éxito en sus campañas corsarias contra la flota española en el Caribe, ya que el sistema de convoyes implantado por Felipe II resultaba enormemente eficaz, perdiéndose en 2 siglos tan solo una flota.

Tras algún logro aislado en las aguas de las Azores, en 1591 el escuadrón de Clifford partía de las costas inglesas rumbo al Cabo de San Vicente para su habitual actividad corsaria. El escuadrón estaba compuesto de 4 galeones y una pinaza: el "Garland", un navío real de 600 toneladas que era el buque insignia de Clifford; los galeones "Allegarta", "Goden Noble" y "Sampson", de casi 300 toneladas, y la pinaza "Discovery".

Las Campañas del duque de Osuna en Sicilia: Batalla naval del Cabo Celidonia


El 14 de julio del año 1616 daba comienzo una batalla naval entre una pequeña flota del imperio español y una potente armada del imperio otomano, en las aguas del cabo de Celidonia, cercanas a las costas de Chipre.

El nuevo virrey de Nápoles, Pedro Téllez de Girón, III Duque de Osuna, había reorganizado la flota del virreinato consciente del peligro que suponía la piratería berberisca en las aguas del Mediterráneo. Una de sus medidas fue la paulatina sustitución de las galeras por galeones. Una de las nuevas escuadras fue puesta bajo el mando de Francisco de Rivera, capitán natural de Toledo.

La misión de Rivera era partir desde Sicilia hacia el mediterráneo oriental y poner freno a las acciones de la piratería berberisca y de paso castigar los territorios otomanos. Para ello contaba con 5 galeones y un patache. El galeón "Concepción" era su capitana y contaba con 52 cañones. Con él iban también el "Buenaventura", de 27 cañones, bajo el mando de Íñigo de Urquiza; el "Almirante", de 34 cañones y con Serrano al frente; el "Carretina", con otros 34 cañones y comandado por Valmaseda; el "San Juan Bautista", galeón capitaneado por Juan de Cerceda y que contaba con 30 piezas de artillería; y el patache "Santiago", bajo el mando de Garraza. Como refuerzo embarcaron 1.600 infantes españoles.

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