Batalla de Pavía

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El año de Corbie. 1636. La oportunidad perdida contra Francia

 


Tras la brillante victoria obtenida en Nördlingen por los católicos sobre las fuerzas sueco-bernardinas, sustentada principalmente en el ejército hispánico del Cardenal Infante, don Fernando de Austria, los Habsburgo parecían a controlar la situación en el Imperio, lo que provocó la entrada de Francia en la  Guerra de los Treinta Años pocos meses después. 

De manera sorpresiva y arguyendo banales justificaciones, Luis XIII y su todopoderoso ministro, el cardenal Richelieu, se lanzaron al ataque contra los Países Bajos españoles en la primavera de 1635, uniendo sus fuerzas a las de los holandeses de Federico Enrique de Orange, derrotando a las fuerzas hispánicas en Les Avins y tomando salvajemente la ciudad de Tirlemont para finalmente poner bajo asedio a Lovaina. Finalmente la incursión pudo ser rechazada con la ayuda de un ejército imperial conducido por Octavio Piccolomini, la tenaz resistencia de los defensores de la ciudad, y el constante acoso de los hombres del Cardenal Infante, quien además había dado el visto bueno a una arriesgada operación para tomar el inexpugnable fuerte de Schenkenschanz, o Esquenque, como así lo conocían los españoles. 

La toma de Schenkenschanz, en julio de 1635, bastó para que los holandeses se desentendieran del ejército francés y se centrasen en la recuperación de la que consideraban su plaza más emblemática e importante. Sin apoyos, los mariscales Brezé y Coligny evacuaron a los restos de su maltrecho ejército, que lograba regresar a Francia habiéndose dejado por el camino más de 22.000 hombres, 240 banderas y estandartes, y todo su tren de artillería, municiones y suministros. Tras el estrepitoso fracaso del estreno francés en la guerra, al que se sumaba la pérdida de las islas Lérins, frente a las costas de Cannes, el año de 1636 comenzaría con la terrible noticia de la pérdida del fuerte de Esquenque, en el que Federico Enrique y su primo, Juan Mauricio de Nassau, se habían jugado la hacienda y la reputación de las Provincias Unidas. 

Conquista y pérdida del fuerte de Schenkenschanz

 


En julio de 1635 una pequeña fuerza del Ejército de Flandes, comandada por el coronel Adolf Enholt, se hacía con el control del inexpugnable fuerte Schenkenschanz, propinando un golpe demoledor a los rebeldes holandeses que tuvieron que dar por finalizada la campaña en los Países Bajos que estaban llevando a cabo junto al ejército francés. 

1635 sería el año en que Francia entrase formalmente en la Guerra de los Treinta Años, no obstante, desde prácticamente los inicios de esta el reino de Luis XIII venía dotando de importantes subsidios a las fuerzas protestantes con la intención de desgastar a los que consideraba su principal rival en Europa: los Habsburgo. Un poderoso ejército de 30.000 soldados se internó a mediados de mayo en Flandes para reunirse con las fuerzas holandesas de Federico Enrique y tomar nada menos que Bruselas. El Cardenal Infante, enterado de los planes del enemigo, envió una fuerza bajo el mando de Tomás Francisco de Saboya, príncipe de Carignano, para tratar de detener a los franceses, pero la tremenda superioridad numérica de estos propició la derrota de las fuerzas hispánicas en Les Avins el 20 de mayo. 

Tras esto, las fuerzas francesas, comandadas por Urban de Maillé, marqués de Brezé y Gaspard III de Coligny, duque de Châtillon, se reunieron a comienzos de junio en Maastricht con el ejército holandés, y se dirigieron hacia Tirlemont. Don Fernando de Austria había desplegado una línea defensiva al oeste del río Gete con la esperanza de obtener tiempo para organizar la defensa de Bruselas. Tirlemont cayó tras ser sometida a un brutal saqueo por parte de los franceses, que incumplieron los acuerdos alcanzados entre los defensores hispánicos y los holandeses para entregarla. De allí se dirigieron hacia Lovaina, a pocos kilómetros al este de Bruselas, ya que tanto Brezé como Châtillon querían evitar dejar atrás una ciudad de esa importancia y que además contaba con una fuerza de 4.000 hombres para su defensa. 

Batalla de Lens

 


El 20 de agosto de 1648 se producía en Lens la última gran batalla de la Guerra de los Treinta Años en la que combatiría el Ejército de Flandes, al mando del archiduque Leopoldo, y el ejército francés del duque de Enghien. La derrota hispánica, al igual que ocurriese en Rocroi, sería hábilmente explotada por la propaganda francesa. 

En el contexto de los últimos coletazos del conflicto que había sumido a Europa en el caos durante los últimos treinta años, el cardenal Mazarino, primer ministro francés del joven rey Luis XIV, buscaba obtener una mejor posición en las negociaciones que se estaban llevando a cabo en Westfalia con el objetivo de lograr la paz. El desastre anterior de las fuerzas francesas en Cataluña y la firma de la Paz de Münster el 30 de enero de 1648 entre España y las Provincias Unidas, habían complicado la posición de Mazarino al frente del gobierno. El cardenal había tratado sin éxito de torpedear las conversaciones de paz, ofreciendo cuantiosas sumas de dinero al nuevo estatúder, Guillermo II de Orange, y a los gobernadores de varias ciudades importantes de Holanda y Zelanda para que continuasen con la guerra, pero finalmente la paz se impuso para satisfacción de los intereses mayoritarios de holandeses y españoles. 

La campaña de 1648 contra España centraría toda la atención de Mazarino, reanudando las operaciones contra Lombardía, aunque sin éxito alguno, y movilizando un nuevo ejército para atacar los Países Bajos al mando del duque de Enghien, el Gran Condé. El primer objetivo que se fijó Condé fue la toma de la plaza de Ypres, en el Flandes Occidental; la campaña se inició con bastante retraso debido al mal tiempo y a las lluvias, no pudiendo llegar hasta mediados de mayo. La ciudad se rindió tras ofrecer una débil resistencia, lo que provocó el enfado del archiduque, a la sazón gobernador de los Países Bajos, que replicó tomando la plaza de Courtrique, a unos 30 kilómetros al este de Ypres. En este intercambio de golpes, Condé se internó en Flandes y se encaminó hacia la costa con la idea de tomar nada menos que la ciudad de Ostende, la que había dado fama y gloria a Ambrosio Spínola en 1604.

Asedio de Arras



El 9 de agosto de 1640 concluía el sitio sobre la ciudad de Arras, plaza fronteriza de los Países Bajos españoles con Francia. Los defensores españoles, comandados por el oficial irlandés Owen Roe O´Neill, resistieron durante casi dos meses el asedio de las tropas francesas del mariscal La Meilleraye, pero la falta de esperanzas en recibir un socorro les llevó a aceptar una honrosa capitulación. 

A pesar de la derrota naval de las armada de Antonio de Oquendo en la Batalla de las Dunas, el objetivo principal de la misión, que no era otro que desembarca tropas, dineros y suministros para el Ejercito de Flandes, se había cumplido. De esta forma, lograron desembarcar entre 6.000 y 8.000 infantes que reforzaron las fuerzas del Cardenal Infante, a las cuales se habían sumado ya tres nuevos tercios de infantería valona y varias compañías reclutadas por Guillermo de Lamboy, comandante del ejército auxiliar. Las tropas hispánicas derrotaron a los holandeses a las afueras de Brujas, donde una fuerza de 5.000 infantes y 2.000 caballos comandada por Enrique Casimiro se topó con varias compañías españolas de Aragón y de Saavedra. 

Más tarde, un trozo de ejército compuesto por 4.000 infantes y dos compañías de caballos, bajo el mando de Guillermo de Nassau, que habían llegado a la zona para reforzar a Enrique Casimiro, se vieron sorprendidos por las fuerzas hispánicas que seguían vigilantes, siendo nuevamente derrotados. En el fallido intento de hacerse con Brujas, los rebeldes perdieron algo más de 1.000 hombres. Posteriormente, Enrique Casimiro marchó el 3 de julio sobre la plaza de Hulst, en la provincia de Zelanda, con un ejército de 8.000 infantes y 500 caballos. Para su desgracia, el Tercio de Saavedra apareció el 13 de julio y se enfrentó con los holandeses, peleando duramente toda la mañana hasta que se vio reforzado por varias compañías de infantería española y diversas unidades de caballería, logrando así derrotar al enemigo. En esta acción los holandeses perdieron más de 1.000 hombres y Enrique Casimiro de Nassau-Dietz, su gran comandante, falleció un día después, recibiendo sepultura en Leeuwarden. 

El Asedio de Lérida de 1644

 


El 25 de julio de 1644 la ciudad de Lérida se rendía al Ejército Real de Felipe de Silva que el 15 de mayo había derrotado al ejército franco catalán del mariscal La Mothe, cuando trataba de socorrer la ciudad y eliminar la amenaza sobre Cataluña. El rey Felipe IV, que se hallaba en Fraga, entró en la ciudad el 7 de agosto, una semana después de que los franceses se retirasen de ella. 

Cuatro años habían transcurrido desde la sublevación de los rebeldes catalanes, y tras dos años de varapalos militares en ese frente, 1643 sería el punto de inflexión. Los cambios realizados por el rey, con el nombramiento de Felipe de Silva como capitán general de Cataluña, y la provisión de más hombres y fondos, contribuyeron a levantar la moral de las tropas y los ciudadanos. Los problemas internos que atravesaba Francia, como una incipiente revuelta por los elevados impuestos, o la muerte de Richelieu y de Luis XIII, también contribuyeron a mejorar la situación española. Ante esto, al mariscal La Mothe no le quedó más remedio que adoptar una posición defensiva, privado de los ingentes recursos de los que hasta el momento había disfrutado. Antes de la llegada de Silva, las tropas españolas de Juan de Garay lograron tomar Mora de Ebro, una pequeña plaza anclada entre las sierras de Almos, Cardo del Boix y de Pandols-Cavalls. Los franceses perdieron en aquella acción más de 900 hombres, entre ellos 500 muertos. 

Para finales de julio de 1643, la estrategia diseñada por Silva de acoso a los franceses y rebeldes comenzaba a dar sus frutos. Una partida de 500 caballos españoles atacó los cuarteles franceses de Villanoveta, a las afueras de Lérida, causando muchos muertos al enemigo y obteniendo un botín de 400 caballos y mulas, dinero y mucha plata y bastimentos, logrando además capturar a más de 100 franceses. Lo mismo ocurrió en la zona de Barbastro, lo que obligó a las fuerzas francesas a adoptar las máximas precauciones en sus desplazamientos y cuarteles. En octubre, el Ejército de Aragón, reorganizado por Silvam estaba listo y atravesó el río Cinca para poner sitio a Monzón. La Mothe partió a toda prisa desde Barcelona para tratar de salvar la ciudad pero, tras más de un mes de combates en los que el mariscal francés fue incapaz de romper las líneas de asedio, Monzón volvió a manos españolas el 3 de diciembre, para alegría de la población. 

Los socorros de Constanza y Brisach y la expugnación de Rheinfelden. El ejército de Alsacia del duque de Feria

 


El 17 de octubre de 1633 caía en manos de la Monarquía Española la ciudad de Rheinfelden, tras el asedio al que la había sometido el recientemente creado Ejército de Alsacia, que se hallaba a las órdenes de Gómez Suárez de Figueroa, III duque de Feria. 

En plena Guerra de los Treinta Años, y ante la inactividad de Wallenstein, generalísimo imperial, la Monarquía Española, a través del conde duque de Olivares, había decidido mandar al III duque de Feria, gobernador de Milán, al frente de un ejército con la misión de reabrir el Camino Español, y llevar al infante cardenal a los Países Bajos, para hacer cargo del gobierno, al estar la archiduquesa Isabel enferma. El segundo objetivo pronto se torció, al enfermar el hermano menor del rey Felipe IV, por lo que el duque de Feria debería adelantarse y partir sin su Alteza, cruzando por el paso de la Valtelina, que había estado cerrado años debido a los sobornos franceses sobre Enrique de Rohan para que sus tropas hugonotas se encargaron de que no pasasen los españoles. 

Ahora la misión de Feria era la de desplegarse en la región de Alsacia para frenar las aspiraciones francesas y deshacer la amenaza sueca sobre Lorena, así como proteger el paso del ejército que desde Italia habría de llevar don Fernando de Austria con él a los Países Bajos. En este contexto el emperador había logrado atraer al duque de Sajonia y al duque de Brandemburgo, lo que dejaba a Gustav Horn y a Bernardo de Weimar en una posición complicada, ya que se hallaban en plena campaña contra Baviera. Por su parte, Wallenstein seguía inexplicablemente parado en Silesia, ante el descontento de España, quien presionó al emperador para romper los acuerdos de Göllersdorf, que otorgaban al general el mando único de las fuerzas imperiales. 

Asedio de Lovaina



El 24 de junio de 1635 daba comienzo, por parte de las tropas franco holandesas, el asedio de la plaza de Lovaina, en el Brabante Flamenco, defendida por el veterano gobernador Antón Schetz quien contaba con 4.000 infantes procedentes de distintos tercios valones, irlandeses, y regimientos alemanes e ingleses, junto con 6 cornetas de caballos. 

En el marco de la Guerra de los Treinta Años, 1635 iba a ser el año de entrada en el conflicto de Luis XIII, dando así comienzo a la llamada Fase Francesa. En realidad Francia llevaba muchos años socorriendo con dinero e incluso hombres a los enemigos de la Casa de Austria, por lo que la entrada en la guerra era simplemente una formalidad de París, en un momento en el que se encontraba con el suficiente músculo humano y económico como para poder beneficiarse de una guerra que ya llevaba casi dos décadas librándose. 

De este modo uno de los primeros movimientos franceses fue el soborno del arzobispo de Tréveris, quien acabó abandonando la protección de España permitiendo la entrada de un contingente francés en su territorio. Esta posición jugaba un papel clave ya que permitía a Francia conectar directamente con los territorios de los protestantes. No iba a permitir el Cardenal Infante dejar esa plaza en poder de un enemigo tan peligroso, y ordenó al marqués de Aytona hacer los preparativos pertinentes para recuperarla. De este modo, un capitán valón que mandaba la guarnición de la plaza de Schweich, a unos 15 kilómetros al noreste de Tréveris, ideó un plan para poder tomar la plaza sin tenerla que someter a un costoso asedio. 

El Socorro de Thionville

 


El 7 de junio de 1639 una fuerza hispánica imperial, bajo el mando de Octavio Piccolomini, lograba derrotar al ejército francés de Isaac Manasses de Pas, marqués de Feuquières, que había entrado en Luxemburgo y había puesto bajo asedio la plaza de Thionville. 

Francia había entrado en la Guerra de los Treinta Años en 1635, tras asistir a la derrota de los ejércitos protestantes en Alemania. La Batalla de Nördlingen había supuesto el derrumbe de las fuerzas germano-suecas de Gustav Horn y Bernardo de Weimar; el ejército hispánico que había marchado desde Italia para conducir al infante cardenal, don Fernando de Austria, a los Países Bajos, de los que había sido nombrado gobernador, había auxiliado a las fuerzas imperiales y de la Liga Católica en Nördlingen, dando una lección de poderío y eficacia, y había acabado con el mito de la invencibilidad sueca. 

Francia tenía miedo de que la Casa de Austria se acabara imponiendo a los protestantes, y con ello, quedar atrapada entre los dominios de la Monarquía Española y del emperador. De este modo, y esgrimiendo el peregrino argumento de que España preparaba la detención del elector de Tréveris, declaró la guerra a España como método preventivo. Francia iba a entrar en la guerra en favor de las fuerzas protestantes, a pesar de ser un país con un rey católico, sustituyendo a Suecia como potencia dominante. La alianza entre Suecia, Holanda, Hesse y Francia no era nueva, ya que los franceses habían aportado grandes sumas de dinero a la causa protestante, pero ahora entraba de lleno en la guerra y ponían en circulación una fuerza imponente compuesta por 70.000 infantes y 10.000 caballos, aunque la mayoría de ellas eran fuerzas bisoñas. 

El Asedio de Orbetello

 

El 14 de junio de 1646 comenzaban los combates navales entre las flotas francesa e hispánica, la cual había acudido al socorro de la plaza de Orbetello, en la costa de la Toscana, que se encontraba bajo asedio de las fuerzas francesas conducidas por el príncipe Tomás Francisco de Saboya. El asedio se prolongaría hasta el 24 de julio, cuando las fuerzas hispánicas del marqués de Torrecuso lograron levantarlo. 

La Guerra franco-española proseguía mientras que la Guerra de los Treinta Años estaba asistiendo a sus últimos compases. Con este contexto, el cardenal Mazarino planificó una operación para hacerse con el control de los Reales Presidios de la Toscana, con la intención de cortar así las comunicaciones entre las posesiones españolas del Estado de Milán y el Reino de Nápoles, dividir a los príncipes italianos y conseguir que el Papa Inocencio X, cuya política era claramente pro española, retirase su apoyo a Felipe IV. 

El plan de Mazarino consistía en enviar una flota que partiría del puerto de Tolón, el más importante puerto francés en el Mediterráneo, con la intención de desembarcar tropas en las cercanías de la plaza de Orbetello, una importante plaza en la provincia de Grosseto, en la Toscana, y en la isla de Elba, al norte del mar Tirreno. De este modo los franceses podrían cortar las comunicaciones de las posesiones españolas en Italia, preparando así el terreno para la ansiada invasión del Reino de Nápoles, y de paso atraerse el apoyo de la Toscana y de Módena.

Batalla de Friburgo

 


El 3 de agosto de 1644 comenzaba la Batalla de Friburgo, también conocida como la Batalla de los Tres Días, en la que las fuerzas católicas del general bávaro Franz von Mercy se enfrentaron al ejército franco-bernardino del duque de Enghien y el vizconde de Turenne, en su intento de recuperar ese importante enclave al otro lado del Rin. Una de las batallas más sangrientas y prolongadas de la guerra.

La Guerra de los Treinta Años había entrado en su fase final, aunque aún estaba todo por decidir. Si bien la situación de los españoles a comienzos de 1644 no era muy halagüeña tras la derrota del Ejército de Flandes en la Batalla de Rocroi, las fuerzas bávaro-imperiales se encontraban en una posición inmejorable tras años de dudas, con el estallido de la guerra entre Suecia y Dinamarca, lo que les dejaba las manos libres para afianzarse en el norte de Alemania y para centrar sus esfuerzos en derrotar a los franceses y sus aliados en el oeste y sur del país. 

La gran victoria obtenida por el ejército bávaro-imperial de Franz von Mercy, Melchior von Hatzfeldt y el duque de lorena en la Batalla de Tuttlingen, en la que el Ejército de Alemania francés de Josías Rantzau quedó prácticamente destruido, puso en jaque todas las posesiones francesas en la margen derecha del río Rin. El vizconde de Turenne, mariscal de campo francés, fue el elegido para recomponer las fuerzas francesas en Alemania, una tarea nada fácil a pesar de los dos millones de libras gastados por el cardenal Mazarino para llevarla a buen puerto. Los bávaros pudieron reunir nada menos que 20.000 hombres bajo el mando de Mercy para avanzar a través de la Selva Negra y caer sobre el Rin como un relámpago. 

Batalla de Höchst


El 20 de junio de 1622 tuvo lugar la batalla de Höchst, en el corazón del arzobispado de Maguncia, en la que las fuerzas católicas de Fernández de Córdoba y el conde de Tilly, obtuvieron una aplastante victoria sobre el ejército protestante de Cristian de Brunswick. 

En el marco de la Guerra de los Treinta Años la Campaña del Palatinado entraba en su tercer año. Las fuerzas hispanas se encontraban bajo el mando de Fernández de Córdoba, tras la marcha de Ambrosio de Spínola a toda prisa una vez finalizada la Tregua de los Doce Años con las Provincias Unidas. La aparente pacificación del Palatinado, con la derrota de las fuerzas de Federico el Palatino, comandadas por Ernesto de Mansfeld, y la disolución de la Unión Protestante, hacía creer que la guerra llegaba pronto a su fin. Pero esto no había logrado que las tensiones en Alemania se rebajaran, menos aún cuando se filtraron por aquellos territorios las promesas que el emperador Fernando II le había hecho a Maximiliano de Baviera, en forma de tierras y dignidad electoral. 

Las fuerzas católicas se enfrentaban ahora a una nueva amenaza: el falso obispo de Halbertstadt, Cristian de Brunswick, se había proclamado paladín de la causa protestante y estaba dispuesto a acabar con el poder católico en el Palatinado. Para ello, y tras saquear la Baja Sajonia el Obispado de Paderborn, levantó un potente ejército de más de 15.000 hombres en Westfalia. También surgió otra amenaza en la persona de Jorge Federico de Baden-Durlach, con un ejército de 11.000 soldados. La llegada de Federico a Landau, al oeste de Espira, y su unión con los ejércitos de Mansfeld, terminaron de complicar la situación en el Palatinado. 

Batalla de Tuttlingen

 

El 24 de noviembre de 1643 las fuerzas imperiales de Melchior von Hatzfeldt, junto a las bávaras de Franz von Mercy, y las fuerzas españolas del duque de Lorena, derrotaban al ejército Franco-Weimariano del mariscal Josias Rantzau en la batalla de Tuttlingen.  

En el marco de la Guerra de los Treinta Años, Francia se erigía como la nueva potencia europea tras su intervención en la contienda en 1635 ante el desmoronamiento sueco acaecido en Nördlingen. Si bien es cierto que sus primeras acciones contra España habían resultado infructuosas, poco a poco los mandos franceses iban ganando experiencia en el combate y se estaban convirtiendo en un poderoso enemigo, no obstante, su capacidad para reclutar y movilizar ejércitos resultaba asombrosa. El cardenal Richelieu había fallecido y Luis XIII lo haría tan solo cinco meses después, tomando el cardenal Mazarino las riendas del gobierno en nombre de Luis XIV. 

Gracias a su numerosa población y a una política fiscal centralizada y asfixiante, los franceses podían levantar ejércitos sin demasiados problemas, por lo que pudieron reponerse de derrotas tan notables y sonadas como la de Honnecourt, en mayo de 1642, y derrotar un año después al ejército hispánico de Francisco de Melo en Rocroi, aunque quedando sus fuerzas virtualmente inservibles por el alto número de bajas sufridas en esa jornada. Desde ese momento, los franceses se afanaron en movilizar dos poderosas fuerzas; una trataría de consolidar su posición en el río Rin con el ejército del mariscal Jean Baptiste Budes, conde de Guébriant, compuesto por unos 18.000 franceses y weimarianos y diversas piezas de artillería. Mientras que la otra, comandada por el duque de Enghien, seguiría presionando en la frontera con los Países Bajos y se haría con las fortalezas sobre el Mosela de Thionville y Sierck-les-Baines. 

Batalla de Honnecourt


El 26 de mayo de 1642, en el marco de la ofensiva española en el norte de Francia, las fuerzas hispánicas de Francisco de Melo, derrotaba al ejército francés de la Champaña, bajo el mando del conde de Guiche, en las proximidades de la abadía de Honnecourt.

La muerte en Bruselas de Fernando de Austria, el Cardenal-Infante, el 9 de noviembre de 1641, había caído como un jarro de agua fría sobre las aspiraciones españolas en mantener la hegemonía europea en la Guerra de los 30 Años. Las revueltas de 1640, promovidas por los enemigos de la Corona española, en Cataluña y Portugal, con la pérdida de esta última, habían dibujado un panorama bastante oscuro en el horizonte del reinado de Felipe IV, lo que sumado a la pérdida de su mejor general y hermano, hicieron presagiar un desplome en las acciones que España llevaba a cabo en Europa.

A comienzos de diciembre el Rey Planeta nombraba al conde de Assumar, Francisco de Melo, gobernador de los Países Bajos y capitán general del  Ejército de Flandes. Melo había permanecido leal a la causa española a pesar de la independencia de Portugal y ahora era recompensado por el rey. Francia se había erigido en la nueva potencia a batir en Europa. Su entrada de facto en la Guerra de los Treinta Años se produciría en 1635, si bien desde el inicio de la contienda apoyó con grandes sumas de dinero e incluso con ejércitos, como en la caso de la Guerra de Sucesión de Mantua, a los enemigos de la Casa Habsburgo.

Batalla de Wimpfen


El 6 de mayo de 1622 las tropas católicas bajo el mando de Gonzalo Fernández de Córdoba y del conde de Tilly derrotaban a las fuerzas protestantes de Jorge Federico de Baden-Durlach en la localidad alemana de Wimpfen. 

La Campaña del Palatinado avanzaba a buen ritmo para las tropas españolas de Fernández de Córdoba, pero los ejércitos protestantes aún representaban una seria amenaza. A finales de abril de 1622 un ejército bajo las órdenes de Federico el Palatino y de Ernesto de Mansfeld se encontró con el ejército católico de Tilly en Mongolsheim. Si bien no fue una batalla decisiva, los de Tilly tuvieron 2.000 bajas y lo que es peor aún, las tropas de Jorge Federico de Baden-Durlach lograron reunirse con las de Mansfeld y Federico, amenazando seriamente la posición de Tilly. 

Éste no perdió el tiempo y envió emisarios urgentemente a Córdoba solicitándole ayuda ante la ofensiva de Jorge Federico. Córdoba no tenía muy claro exponer a su ejército y dejar los territorios conquistados sin la protección adecuada. Reunido con sus consejeros finalmente, y tras dejar las plazas españolas guarnicionadas y con suministros y municiones suficientes, accedió a dirigirse con las tropas españolas en ayuda de Tilly en dirección a Wimpfen. Por el camino, los soldados españoles iban pasando por las villas católicas de Mossbach o Minneburg, que les aclamaban a su paso.

Batalla de Breitenfeld


El 17 de septiembre de 1631 las fuerzas suecas y sajonas de Gustavo Adolfo lograban una gran victoria en Breitenfeld, al norte de Leipzig, contra los ejércitos católicos del emperador Fernando II de Habsburgo comandados por Jean Tserclaes, conde de Tilly. 

La Guerra de los 30 años llevaba ya más de una década y, tras la retirada Danesa del conflicto y el final de la Guerra de Sucesión de Mantua, ahora el nuevo enemigo del poder de los Habsburgo en Europa era Gustavo Adolfo de Suecia. El rey sueco demostró desde muy temprana grandes edad dotes y pronto emprendió una serie de reformas en todos los ámbitos, aunque fue el militar el que se llevó la palma. Gustavo extrajo valiosas lecciones de sus guerras contra los daneses y los polacos y las plasmó en una doctrina propia con la que en un tiempo récord logró enseñorearse de los campos de batalla de Alemania.

En mayo el León del Norte, como le apodaban, dio un ultimátum al emperador pero éste no debió tomárselo en serio cuando no solo no hizo nada sino que redujo sus fuerzas y cesó a su mejor general, Wallenstein. Los suecos llegaron en junio de 1630 al continente y desde ese momento extendieron sus líneas por toda Pomerania Oriental y Mecklenburg. Los católicos, bajo el mando del barón de Tilly, que ahora comandaba las fuerzas imperiales y las de la Liga Católica, trató de oponerse sin éxito a los protestantes escandinavos. A comienzos de 1631 Gustavo atacó Fráncfort del Oder y penetró en Brandeburgo, mientras que Tilly ocupó la ciudad de Magdeburgo, que fue saqueada por sus tropas. Tilly, en un error de cálculo, quiso forzar a Juan Jorge de Sajonia para que deshiciera su recién constituido ejército de la Unión Evangélica, así que invadió Sajonia y ocupó Leipzig, lo que hizo que Juan Jorge se uniese, en contra de su intención primigenia, a Gustavo Adolfo.

España en la Guerra de los 30 años (Parte I. La Fase Bohemia y la Batalla de la Montaña Blanca)


Podríamos referirnos a la Guerra de los 30 años como el primer conflicto global acaecido; una guerra que comenzó con unos calvinistas exaltados arrojando por uno de los balcones del castillo de Hradçany, en pleno corazón de Praga, a los representantes del rey Fernando y que acabó involucrando a las principales potencias europeas y dejando unos 4 millones de víctimas sobre la mesa.

A pesar de que la mayor parte de los campos de batalla de esta guerra se encontraban en la Europa central, España no fue ajena a este conflicto y acudió pronto a él para ayudar a sus parientes de la Casa de Austria y de paso dar un golpe sobre el tablero y reivindicar su hegemonía mundial. Por desgracia, esta guerra se uniría a otras en las que la monarquía española ya estaba implicada, suponiendo un desgaste de hombres y recursos que acabarían llevando al país al desastre y a la pérdida de su liderazgo en el viejo continente.

Y es que España no pudo evitar el conflicto a pesar de las políticas de paz emprendidas por el rey Felipe III y su valido, el duque de Lerma, que llevaron a España a alcanzar la Tregua de los Doce Años con las provincias holandesas, y a mantener unas buenas relaciones con la Francia de la regente María de Médicis, que acabó cristalizando en los matrimonios de 1615. En octubre de ese año María casó a su hijo, futuro Luis XIII de Francia con la hija del monarca español, Ana María de Austria, y a su hija Isabel de Borbón con el infante Felipe, futuro Felipe IV de España.

España en la Guerra de los 30 años (Parte II. Fase Alemana. Campaña del Palatinado. 1620-1621)


La Fase Alemana supuso la intervención efectiva de los ejércitos españoles en la Guerra de los 30 años entrando en el Palatinado. De la mano de Ambrosio de Spínola, marqués de los Balbases, España emprendió una campaña que buscaba detraer recursos de Bohemia y privar a Federico el Palatino de sus posesiones.

Spínola levantó levas; el duque de Aerschot, Charles de Ligne acudió con un regimiento de 3.000 alemanes, los mismos que llevó el coronel Bauer. El conde Cristóbal de Emden aportó un regimiento de 3.600 alemanes viejos, mientras que el maestre de campo Monsieur de Gulzin, llevaba su tercio valón con 3.000 infantes. También acudió el barón de Balanzón, Claude de Rye, con su tercio de 3.000 infantes borgoñones, y el maestre de campo general Carlos Coloma de Saa con sus tercios de españoles. Además 5 compañías de caballos se unieron bajo el mando del conde de Isemburg.

El plan consistía en invadir el Palatinado desde los Países Bajos con las fuerzas del general Spínola, las cuales sumaban unos 22.000 hombres, mientras que el duque de Baviera, con 20.00 infantes y 5.000 caballos, atacaría a la vez a las fuerzas protestantes del duque de Wurtemberg y de los marqueses de Brandenburgo y de Baden-Darlach, que ascendían a 17.000 infantes y 1.000 caballos. Pero el 3 de julio se firmó el Tratado de Ulm, por el cual Maximiliano de Baviera podía deponer a Federico sin que la Unión Protestante opusiera resistencia.

Guerreros: Antonio de Oquendo


Aunque se desconoce el día, sabemos que Antonio de Oquendo y Zandategui vino al mundo en octubre del año 1577, en San Sebastián. Era hijo de ilustre familia, ya que su padre, Miguel de Oquendo Segura, era capitán general de la Armada de Guipúzcoa y su madre. María de Zandategui, era la señora de la Torre de Lasarte.

Antonio llevaba el mar en la sangre. Siendo hijo de quien era y viviendo donde vivía, su sitio natural estaba en un buque. Con tan solo 4 años vio a su padre embarcar rumbo a las Terceras donde, a las órdenes del genial marino Álvaro de Bazán, se distinguió en la victoria española y rindió la almiranta francesa, y con 11 lo perdió para siempre en el desastre de la Grande y Felicísima Armada.

Defensa de Cádiz


El 7 de septiembre del año 1625 la flota anglo-holandesa abandonaba la bahía de Cádiz, tras ser rechazada por las fuerzas españolas bajo el mando de Fernando Girón de Salcedo y de Manuel Pérez de Guzmán y Silva, duque de Medina Sidonia.

Tras reiniciarse las hostilidades con los holandeses al expirar la Tregua de los 12 años, Inglaterra, quien tenía importantes pactos con las Provincias Unidas, mostraba una cada vez mayor hostilidad hacia España. La Guerra del Palatinado, dentro del marco de la Guerra de los 30 años, precipitaría los acontecimientos y la declaración de guerra en marzo de 1624 por parte del rey inglés, Jacobo I, cuya hija estaba casada con Federico el Palatino.

Jacobo moriría apenas un año después, pero el proyecto sería continuado por su hijo, Carlos I de Inglaterra. Los espías del monarca español, Felipe IV, le habían informado de las intenciones de los ingleses de atacar Cádiz, epicentro del comercio con América en la península. Carlos había mandado hacer leva general de marinería, preparar más de un centenar de naves, traer de Holanda más de 2.000 soldados veteranos que se unirían a los 8.000 soldados que estaban preparados en Inglaterra.

Guerreros: Ambrosio Spínola


El 25 de septiembre de 1630 moría poniendo sitio a la villa de Casale, en la Guerra de Sucesión Mantua, dentro del marco de la Guerra de los 30 años, Ambrosio Spínola, uno de los más notables militares al servicio de España.

Ambrosio Spínola Doria vino al mundo en Génova en el año 1569. Descendiente de una rica familia genovesa, los Spínola, era el primogénito de Filippo Spínola, marqués de Sesto, y Policena Cossino. La familia había adquirido gran fortuna principalmente por sus negocios de asiento de galeras con la Corona Española y el comercio. Como hijo mayor fue educado para administrar las finanzas de la familia, algo de ingente trabajo debido a la gran fortuna que manejaba. Ambrosio pasó su infancia y juventud estudiando y leyendo, sobre todo acerca de estrategia militar, de la que era un gran apasionado, pero sus obligaciones eran lo primero.

Sus hermanos, en cambio, pronto entraron al servicio de los ejércitos de España, destacando Federico, un auténtico aventurero que desde pequeño mostró grandes dotes para luchar, sobre todo en Flandes. La familia Spínola tuvo disputas con la familia Doria, la otra gran familia genovesa. Estos pleitos llegaron a tal punto que tuvo que intervenir el propio monarca español para solventar las desavenencias entre ellas. Ambrosio manejaba bien los negocios familiares, pero éstos no parecían satisfacer su carácter, alimentado por sus lecturas de juventud. Ambrosio anhelaba ese espíritu de guerra y no desperdició la ocasión de ofrecer sus servicios y fortuna a España. Su hermano Federico apostaba firmemente por crear una escuadra de buques con los que intentar invadir nuevamente Inglaterra, pero la idea no cuajó en la corte de Felipe II, que aún se lamía las heridas por el fracaso casi una década antes de la Grande y Felicísima Armada.

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