El 19 de mayo de 1643, tras más de 5 horas de despiadada batalla, el ejército hispánico, bajo el mando de Francisco de Melo, capitán general de los tercios en Flandes, caía derrotado en Rocroi ante las tropas francesas del Duque de Enghien.
Tras heredar Felipe IV el trono, el Imperio Español, aunque en una situación de clara decadencia, seguía extendiéndose por todo el planeta y aún mantenía la hegemonía mundial. A pesar de ello, ya no era la potencia que era en siglo XVI, y sus enemigos habían crecido en número y beligerancia. En esta situación, dentro del marco de la Guerra de los 30 años, Francia intervino en la guerra en 1635, alarmada por la derrota de los suecos y la hegemonía de los Habsburgo en Europa. De esta forma el Cardenal-Infante enviaría a los tercios desde los Países Bajos y Felipe IV haría lo propio penetrando en Francia por el sur.
En el verano de 1636 el Cardenal-Infante lanzó sus fuerzas contra el norte de Francia, tomando Le Bec de la Chapelle, Saint Leger y Corbie, tomando los puentes sobre el río Somme, quedando expedito el camino a París. La caballería española llegó a los arrabales de la capital francesa provocando el caos y el miedo entre la población y la corte, y evacuándola casi por completo. Pero no pudieron las fuerzas del sagaz Cardenal-Infante explotar su éxito y tomar París, pues Felipe IV nunca llegó a invadir el sur francés. El proyecto se abandonó y Francia respiró aliviada, incapaz de derrotar el poder hasta que, en 1640, y aprovechando las revoluciones surgidas en Portugal y Cataluña, que tanto la propia Francia como Inglaterra, aspirantes al trono mundial, habían alimentado convenientemente, se lanzó a la carga.
Para tratar de aliviar la presión en estas zonas y en el Franco Condado, España decidió invadir la región francesa de Champaña. Francisco de Melo, de origen portugués y que en 1641 había sido nombrado gobernador de los Países Bajos y capitán general del Ejército de Flandes, derrotó ampliamente a un potente ejército francés en Honnecourt, el 26 de mayo de 1642, y siguió avanzando por el norte francés, penetrando en la región de Las Ardenas. Para la campaña de 1643 Melo se puso en marcha con algo más de 20.000 soldados y cerca de una treintena de cañones. El principal objetivo era aliviar la presión francesa sobre Cataluña y golpear la región de Champaña, por lo que el capitán general puso sitio a la ciudad francesa de Rocroi el 12 de mayo.
Rocroi, al noroeste de la ciudad de Meziers y cerca de la frontera belga, contaba con unos 500 defensores y una excelente fortificación de planta pentagonal que la convertía en una plaza difícil de batir, de ahí la gran cantidad de artillería desplazada por el general portugués. Al suroeste de la villa asomaba una pequeña llanura de aproximadamente dos kilómetros y medio que se extendía a lo largo de una zona boscosa y los márgenes de unos pantanos. Para defenderse de la incipiente amenaza española los franceses enfrentaron un ejército de algo más de 24.000 hombres; cerca de 18.000 infantes, casi 7.000 jinetes y 24 piezas de artilleras, encabezados por Luis II de Borbón, duque de Enghien, más conocido como El Gran Condé, quien en aquel momento contaba con solo 22 años de edad.
Un vanguardia francesa de unos 150 hombres llegó la noche del 16 al 17 de mayo, pudiendo introducirse en la plaza sin que Melo se percatase a tiempo. El resto del ejército de Enghien estaba a un día de distancia aún. Para poder socorrer Rocroi los franceses tenían que atravesar un estrecho paso que transcurría por el bosque de La Potée para llegar a la llanura donde se hallaban desplegadas ya las tropas hispánicas. Se trataba, pues, de una maniobra extremadamente arriesgada, ya que la caballería no podría maniobrar correctamente en este tipo de terreno y el ejército francés corría el peligro de quedar atrapado en una emboscada de las fuerzas de Melo, cuya infantería era muy superior cualitativamente hablando a la del duque de Enghien.
Un vanguardia francesa de unos 150 hombres llegó la noche del 16 al 17 de mayo, pudiendo introducirse en la plaza sin que Melo se percatase a tiempo. El resto del ejército de Enghien estaba a un día de distancia aún. Para poder socorrer Rocroi los franceses tenían que atravesar un estrecho paso que transcurría por el bosque de La Potée para llegar a la llanura donde se hallaban desplegadas ya las tropas hispánicas. Se trataba, pues, de una maniobra extremadamente arriesgada, ya que la caballería no podría maniobrar correctamente en este tipo de terreno y el ejército francés corría el peligro de quedar atrapado en una emboscada de las fuerzas de Melo, cuya infantería era muy superior cualitativamente hablando a la del duque de Enghien.
Pero por razones desconocidas éste no salió a su encuentro allí y permitió que los franceses se situaran tranquilamente en formación de combate, dejando el desfiladero a su retaguardia y perdiendo así una oportunidad única de acabar con el enemigo. Es más, el mariscal La Ferté, que mandaría el ala izquierda del ejército francés en Rocroi, se adelantó imprudentemente con parte de la caballería en dirección a Rocroi, desordenando por completo la formación prevista por el duque, y poniendo en peligro a todo su ejército al abrir un hueco inmenso en la izquierda francesa, provocando la ira del joven duque que tuvo que correr apresuradamente a parar el avance de su mariscal. Esta ocasión también fue desaprovechada por Melo de manera incomprensible.
Debió pensar el general portugués que los franceses no tendrían escapatoria y que en campo abierto no eran rival para sus invencibles tercios. Fueron los primeros errores de los siguientes que cometería el general durante la batalla, algo que todavía es objeto de estudio entre los historiadores bélicos. Confiado en su superioridad táctica y la experiencia de sus hombres, Melo estaba convencido de que derrotaría a los franceses, aunque no las tendría todas consigo, ya que envió correo urgente a Jean de Beck, barón de Beaufort, que se encontraba con parte del ejército hispánico a no mucha distancia de Rocroi, ordenándole partir de inmediato y estar presente en el campo de batalla para la mañana siguiente. Beck era un militar luxemburgués muy competente, que ingresó en las filas imperiales en 1618 y tan solo 10 años después tenía ya su propio regimiento. Destacó en batallas como la de Thionville y Honnecourt, de ahí la confianza que Melo tenía depositada en él.
La tarde del día 18 de mayo de 1643 ambos ejércitos se encontraron frente a frente en la llanura de Rocroi. El ejército hispano se dispuso en medio de la explanada y al norte de las posiciones francesas. Melo estaba flanqueado al oeste por los pantanos de Houppe y el bosque de Rubert, y al este le protegían los bosques de Potées, dejando a su espalda la ciudad de Rocroi. La forma de organización de las unidades españolas era la que el Cardenal-Infante Fernando de Austria, fallecido en 1641, había dictado en el año 1636, ordenando los tercios en quince compañías, de las que trece serían de picas, con 69 coseletes y 127 mosqueteros cada una, y dos de arcabuceros formadas por 160 arcabuces y 30 mosquetes. Por su parte los valones formaban en un único cuadro con 142 mosquetes y 46 picas, y los alemanes con 32 coseletes y 140 mosquetes. Como bien es sabido, en esa época aquellas cifras solo eran válidas sobre el papel, ya que en el campo de batalla apenas se alcanzaba la mitad de los efectivos si había suerte.
Mucho se ha especulado con las intenciones de Melo de plantar batalla sin que hubiera llegado Beck, pero sea como fuere, había que plantar cara al ejército francés. El general portugués agrupó a su ejército en formación tradicional, con la infantería dispuesta en dos líneas y la artillería en el centro por delante de los hombres; cinco tercios de infantería vieja española en la vanguardia, como no podía ser de otra forma; el Tercio del conde de Villalba, con unos 1.200 hombres, el de Antonio de Velandia y el de Baltasar Mercader, antiguo del duque de Alburquerque que era general de caballería, con un número similar de efectivos. También el del conde de Garciés, que era el antiguo Tercio de Fuenclara, que tan bien se desempeñó en Nördlingen, con algo más de 1.700 infantes, y el de Jorge Castelví, compuesto por 1.500 infantes españoles y borgoñones. Junto a ellos se situaban el regimiento borgoñón de Saint-Amour y el de Gramont, y tres tercios italianos bajo el mando de los maestres de campo Alfonso Strozzi, Giovanni delli Ponti y Luigi Visconti. Por delante de ellos situó Melo 18 piezas de artillería.
En la segunda línea del centro del ejército hispano formaban nueve unidades más: cinco regimientos valones, que eran los del príncipe de Ligny, el del barón de Ribacourt, el del señor de Granges, el del conde de Meghen y el del conde de Bassigny, todos ellos con unos 500 soldados cada uno. Y cuatro regimientos de infantes alemanes que sumaban un total de 2.500 hombres dirigidos por los coroneles barón D´Ambise, Montecuccoli, Guilio Frangipani y von Rittburg. Todo el centro del ejército español sumaba un total de unos 12.000 infantes y 30 cañones, y estaba comandado por el maestre de campo general, conde Paul-Bernard de La Fontaine, un enérgico caballero del Franco Condado, que había ascendido en el ejército de los Países Bajos gracias a su valentía y su ingenio, pues provenía de una familia humilde.
El ejército hispánico cerraba sus flancos con la caballería. En el ala izquierda se situó la caballería valona del duque de Alburquerque protegida por el bosque de Potées en su costado izquierdo, y otra pequeña agrupación de árboles por delante de ellos, donde se colocaron algo más de 500 mosqueteros con el fin de sorprender al enemigo en un hipotético avance. La caballería del duque formó en dos líneas. La primera con 1.200 caballos divididos en 8 escuadrones de 150 jinetes cada uno, mientras que la segunda línea la integraban 7 escuadrones de otros 150 caballos sumando un total de 1.050 efectivos. El Tercio del duque de Alburquerque lo mandaba su sargento mayor, Juan Pérez de Peralta. El duque quería reforzar su posición, por lo que le pidió más hombres a La Fontaine para apostarlos en el bosque de Potée y así proteger mejor el flanco izquierdo del ejército, pero el general portugués se negó por considerar que podría debilitar el centro de la formación. Este sería el segundo error.
El ala derecha del ejército hispánico estaba ocupada por la caballería alsaciana del conde de Isemburg usando los pantanos de Houppe para proteger su flanco. También formada en dos líneas, el conde situó en la primera seis escuadrones con 200 caballos cada uno y una compañía de caballería con otros 200 efectivos para que se movieran con libertad por el campo de batalla. El segundo escalón lo ocuparon otros seis escuadrones con la misma cantidad de caballos que en la primera línea, y además un escuadrón de caballería ligera croata con unos 200 componentes más, los cuales estaban preparados para acometer si el ejército enemigo perdía la formación o emprendía la huida, una tarea que siempre desempeñaban con suma precisión y habilidad los jinetes croatas.
Por su parte los franceses, que estaban a una distancia de algo menos de un kilómetro, formaron de manera casi idéntica a los españoles. El duque de Enghien, cuarto en la línea de sucesión al trono de Francia, dispuso en el centro de su formación dos líneas de infantería desplegadas en damero. La primera, dirigida por D´Espernan, contaba con los ocho mejores batallones franceses, entre los que destacaban los regimientos viejos de infantería de Picardía, La Marine, Rambures y de Piedmont, y 12 cañones de 4 y 8 libras bajo el mando del mariscal La Barre. La segunda línea francesa se encontraba a 300 pasos de la primera y estaba al cargo de La Valliere, quien contaba con siete batallones, en los que se encuadraba el regimiento de infantería de Vidame y el suizo de Roll, ambos de notable calidad. A unos 400 pasos de esta fuerza dejó Enghien una reserva de infantes y caballos bajo el mando del mariscal Sirot.
El ala derecha francesa estaba dirigida por el propio duque de Enghien y contaba igualmente con dos líneas. La primera, comandada por el general Gassion estaba compuesta por 10 escuadrones de caballería, destacando el de Gardes, que era la guardia personal del propio Enghien, apoyados por una fuerzas de 300 mosqueteros sacados del Regimiento Viejo de Picardía. En la segunda línea formaba Enghien con cinco escuadrones de caballos más. En el ala izquierda, dividida en dos escalones también, se situó en vanguardia el general La Ferté, con 8 escuadrones de caballos, destacando el regimiento de fusileros a caballo del fallecido Richelieu, mientras que en retaguardia estaba el general L´Hopital con cinco escuadrones a caballo más y varias unidades de mosqueteros.
Los franceses no tardaron en poner a prueba a las unidades hispánicas y tomaron la iniciativa el mismo día 18 a última hora de la tarde, con una pequeña incursión de Gassion y sus jinetes, que fue fácilmente rechazada por las tropas de Melo, que cerraban filas en perfecta formación. Poco después fue La Ferté quien probó fortuna lanzando a su caballería contra el flanco derecho español, siendo igualmente rechazado por la infantería española, que causó serios daños entre los atacantes, quienes habían además perdido la formación. Enghien, consciente de ello y temeroso de que Melo hubiese visto la oportunidad se lanzase contra su desprotegido flanco izquierdo, mandó regresar inmediatamente a La Ferté para rehacer la posición, pero el general portugués, quién sabe si por cautela o falta de visión, volvió a errar en su estrategia y no tomó la iniciativa.
Sobre las 3 de la mañana del día 19 Enghien recibió noticias de que los españoles planeaban atacar temprano, por lo que despertó a sus hombres y comenzó a toda prisa a preparar la contienda. Apenas pasadas las 4 de la mañana, el duque francés ordenó que los artilleros comenzaran a hacer rugir sus cañones. Cánovas del Castillo, en su obra Estudios del reinado de Felipe IV, afirma que Melo arengó a sus hombres y oficiales con un "¡queremos vivir y morir por nuestro Rey!". A eso de las 5 de la mañana la caballería francesa, superior en número, cargó contra los flancos españoles. Los 500 arcabuceros parapetados en la arboleda frente al ala izquierda española, pudieron desordenar con éxito la carga francesa, algo que aprovechó Alburquerque para cargar contra Gassion, sobrepasarlo, y arremeter contra la infantería suiza al servicio francés, logrando capturar su artillería.
Paralelamente a esto Isemburg, en el flanco derecho del ejército hispano, aguantó la arremetida de La Ferté, quien avanzó demasiado rápido desfondando así su ataque, algo que aprovechó Isemburg para lanzar un poderoso contraataque y deshacer la caballería enemiga. El éxito de esta defensa fue tal, que La Ferté cayó preso y herido. Mientras tanto la caballería alsaciana se lanzó a toda prisa en persecución de los maltrechos franceses, pero los jinetes croatas del ejército español se desperdigaron por el terreno para saquear a los caídos, creyendo que la batalla estaba ya decidida. La caballería de Isemburg logró llegar hasta la artillería francesa matando a su general, La Barre, y capturando algunos cañones enemigos. Eran las 6 de la mañana y todo apuntaba a una rotunda victoria española.
Pero ni Melo ni La Fontaine supieron aprovechar esta ventajosa situación y, confiados en una pronta y fácil victoria, no mandaron cargar a su infantería, dando la oportunidad a los galos de reorganizar su superior caballería. Era otro error garrafal del portugués que no se correspondía con su habitual desempeño en el campo de batalla. Alburquerque por su parte se enfrentó en ese momento a la reorganizada caballería de Gassion, que avanzaba a través del bosque y amenazaba con envolverlo. Girando su frente para defenderse, el duque de Enghien vio el movimiento de su oponente y se lanzó al trote con ocho escuadrones de caballería para atacarlo por su flanco expuesto. Alburquerque mandó a su segunda línea para rechazar el ataque, pero aparecieron los mosqueteros del Regimiento Viejo de Picardía para machacar el flanco izquierdo español.
La caballería hispánica fue capaz de aguantar dos brutales cargas francesas pero en la tercera hubo de retirarse ante la amenaza de quedar rodeada, algo que consiguió con la ayuda de cinco escuadrones de aguerridos infantes que protegieron su retirada. El propio Melo cabalgó junto a su guardia personal para socorrer el maltrecho flanco izquierdo español que finalmente acabó cediendo ante la abrumadora superioridad de la caballería francesa. Enghien mandó entonces a sus jinetes cargar contra la infantería española. Los tercios de Villalba y de Velandia aguantaron como pudieron, y también el propio La Fontaine, que a pesar de su avanzada edad, demostró una capacidad y valor sobresalientes en esos momentos del combate.
Tras esto Enghien procedió a intentar envolver al ejército hispánico y cargó contra el flanco de Isemburg y la retaguardia española. La caballería alsaciana, inferior en número y bastante agotada, no tardó en sucumbir al embate francés, mientras que los infantes valones y alemanes se vieron sorprendidos por el regimiento de caballería de L´Hopital, que emergió como un fantasma a través del bosque. Resistieron cuanto pudieron, pero tras perder a uno de sus mejores mandos, von Rittburg, que fue derribado y capturado, se acabaron retirando. Ahora Melo, que se multiplicaba para tratar de corregir la situación, corrió en ayuda de los italianos de Visconti afirmando que quería morir junto a ellos, a lo que Visconti replicó que querían morir al servicio del rey. Los italianos aguantaron lo indecible e incluso pasaron a la acción a la primera oportunidad que tuvieron.
Creyendo tener cerca la victoria, el centro francés se descuidó, momento que aprovecharon los españoles para lanzar una oportuna carga y tomar las piezas de artillería gala. Viendo el peligro que corría su ejército, Enghien marchó a toda prisa contra el centro español, en una arriesgada y sorprendente maniobra, para tratar de separar los tercios españoles de los italianos y de los alemanes y valones que aún quedaban en el campo de batalla. Francisco de Melo, confiado en recibir refuerzos de Jean de Beck, el cual contaba con el Tercio de Ávila, compuesto por unos 3.000 hombres y cerca de 1.000 jinetes, mandó retirarse a los tercios italianos de Visconti, Stronzzi y Ponti, para evitar más bajas y reservar parte de sus fuerzas. Quedaban ya solo los españoles, alemanes y valones, organizados en 6 grandes batallones.
Formando en dos grandes rectángulos, los tercios españoles se dispusieron a aguantar las cargas francesas con la esperanza de que el socorro de Beck llegara a tiempo. Pero este no acudiría, siendo finalmente rodeados por completo. Los españoles estaban frescos y habían sido reforzados por algunas unidades sueltas de caballería o de los batallones derrotados. Sirot rechazó un último intento de la única unidad de caballería que quedaba, el regimiento de Sávary, y preparó junto a Enghien el envite final. Eran las 8 de la mañana pasadas y las dos primeras cargas francesas serían tan infructuosas como trágicas; el fuego de arcabuz, mosquete y artillería, en combinación con las picas, resultó letal para los jinetes atacantes. Muchos de ellos perecieron e incluso el propio Enghien estuvo a punto de morir tras recibir un arcabuzazo que casi penetra su coraza. Fontaine, que estaba herido y combatiendo sobre una silla, resultó muerto por el disparo de un mosquete. La heroica muerte del veterano general debió sin duda de enardecer los ánimos de los infantes españoles, que se conjuraron para aguantar o morir en el intento.
En mitad de la tercera carga los españoles se quedaron sin municiones; no podían responder al fuego francés. El Tercio de Castellví quedó seriamente mermado, pero ni mucho menos aniquilado, como afirman algunos autores, ya que la formación seguía resistiendo vivamente. Dos cargas más fueron rechazadas por unos españoles cada vez más exhaustos, pero consiguiendo causar tantas bajas en la caballería enemiga que ésta tuvo finalmente que replegarse. La sexta carga la realizaría la infantería gala con el apoyo de las piezas de artillería que habían recuperado. El fuego francés fue despiadado y brutal. Los tercios de veteranos españoles, junto a algunos restos de las demás fuerzas, quedaban en pie y continuaban milagrosamente aguantando. Enghien no daba crédito a lo que estaban viendo sus ojos. Eran las 9 de la mañana, habían pasado 5 horas desde el inicio de lo combates, y todos los hombres estaban extenuados.
Admirado por el valor demostrado por los tercios españoles y temeroso de que Beck, que ya se estaba cruzando con la marea humana que huía del campo de batalla, pudiera aparecer en cualquier momento y cargar contra ellos, mandó emisarios para ofrecer una honrosa capitulación a los soldados que quedaban. El sargento mayor Juan Pérez de Peralta anunció que solo se rendiría si se les consideraba "plaza fuerte"; esto les permitiría regresar hasta España con las banderas desplegadas en formación y conservando sus armas. Los franceses aceptaron, aunque los restos del Tercio de Villalba se negaron a rendirse y aún continuaron luchando. Finalmente Enghien les ofreció una escolta para asegurar su regreso a España, lo que acabó venciendo la obstinación de los soldados españoles. Se cuenta que el propio Enghien preguntó a un soldado español por el número de combatientes de su ejército, a lo que éste le respondió: "contad los muertos, señor".
Las bajas del ejército hispánico ascendieron a más de 3.000, entre muertos y heridos, y 3.826 prisioneros (se sabe esto ya que se guardó una relación nominal de éstos), de los cuales 2.350 fueron devueltos a España poco después. Francisco de Melo logró poner a salvo a casi toda su caballería y más de 3.000 infantes, a los que se unieron los alemanes, valones e italianos que habían escapado de aquel infierno. Al día siguiente lograron reunirse con Beck, a primera hora de la mañana, más de 5.000 infantes y otros 5.000 jinetes. Habían caído muertos los maestres Antonio de Velandia y el conde de Villalba, así como multitud de oficiales. Los maestres Castelví, Mercader, Garciés, el coronel Rittburg, y el coronel D´Ambise fueron capturados. Se perdieron más de 100 banderas, 60 cornetas de caballería y casi toda la artillería y bagaje.
Los franceses no se quedaron atrás y sufrieron más de 2.000 muertos y cerca de 2.500 heridos, unas bajas muy abultadas para una victoria, pero insignificantes teniendo en cuenta que muchos de los caídos del ejército español eran soldados veteranos y por tanto, irremplazables para una España cada vez más agotada y en donde tan difícil era ya encontrar hombres. Según el duque de Alburquerque, 5.000 franceses faltaron en la muestra tomada por Condé a su ejército el 15 de junio de aquel año. Los franceses, temerosos de la intervención de Beck y con la desorganización fruto de tan grandes bajas, tuvieron que partir hacia Guise y tardarían más de un mes en reorganizarse, lo que desmitifica bastante la victoria. Las banderas españolas capturadas se mandaron urgentemente a París, para ser exhibidas y aumentar la moral del pueblo.
La derrota de Rocroi fue hábilmente explotada por la propaganda de los enemigos de España, presentándola como el ocaso de los Tercios y acabando con el mito de la imbatibilidad española. Lo cierto es que el golpe había sido duro, pero ni mucho menos decisivo. De hecho, de los 95 capitanes españoles presentes en Rocroi, tan solo murieron 4, y los tercios seguirían combatiendo y venciendo, como ocurriría en Valenciennes en 1656. Es importante destacar que la derrota española fue fruto más de la torpeza de Francisco de Melo, que de la brillantez de Enghien, lo cual no le resta ni un ápice de mérito al joven duque, quien combatió de manera valiente y brillante. Pero es indudable que el portugués pecó de exceso de confianza, dejó escapar importantes oportunidades para derrotar a los franceses, subestimó la capacidad del enemigo y no entendió correctamente la combinación de la caballería con la infantería.
Es necesario hacer hincapié en esta última reflexión. Si bien los tercios eran la mejor infantería del mundo, poco podían hacer sin apoyo de los caballos y ante un enemigo superior. A mediados del siglos XVII la guerra estaba cambiando y la caballería volvía recuperar un papel preponderante en la batalla. De hecho veremos cómo España acaba formando una de las mejores caballerías de Europa en la segunda mitad del siglo XVII: la caballería de Flandes. Por otra parte el duque de Alburquerque explicaba perfectamente las causas de la derrota en una carta al rey Felipe IV. Para el duque el error principal estuvo en no reforzar los flancos con más infantería, tal y como le había solicitado a La Fontaine, no ordenar avanzar a los tercios en apoyo de la caballería cuando ésta lanzaba el contraataque sobre los rechazados jinetes franceses, y finalmente abandonar a su suerte a los infantes que quedaron envueltos por las fuerzas enemigas y expuestos al brutal castigo que tuvieron que soportar.
Cierto era que la propaganda francesa hizo que corriera como la pólvora la derrota en campo abierto de los temibles tercios españoles, los cuales llevaban desde las campañas del Gran Capitán siendo los amos y señores de los campos de batalla de Europa. Casi 150 años venciendo a todos y cada uno de sus oponentes, sin importar el número de efectivos a los que se enfrentaban, ni la nación ni el terreno en el que combatían. Pero la guerra estaba cambiando, ya no era una cuestión de honor, sino de vencer, y las distintas potencias europeas reclutaban hombres a una velocidad que España no se podía permitir, pues era un país despoblado y pobre. Lejos quedaban aquellos tiempos en los que el rey francés Francisco I exclamaba aquello de "¡Bendita España que pare y cría a sus hijos ya armados!".
Los aguerridos y diestros soldados que parió España en los siglos anteriores ya habían perecido. Tan solo quedaban unos pocos en la mitad del siglo XVII, y estaban condenados a desaparecer. España estaba agotada y cada vez tendría más problemas para poner sobre el tablero grandes ejércitos y, desde luego, contando en éstos nada más que con un puñado de españoles.
La tarde del día 18 de mayo de 1643 ambos ejércitos se encontraron frente a frente en la llanura de Rocroi. El ejército hispano se dispuso en medio de la explanada y al norte de las posiciones francesas. Melo estaba flanqueado al oeste por los pantanos de Houppe y el bosque de Rubert, y al este le protegían los bosques de Potées, dejando a su espalda la ciudad de Rocroi. La forma de organización de las unidades españolas era la que el Cardenal-Infante Fernando de Austria, fallecido en 1641, había dictado en el año 1636, ordenando los tercios en quince compañías, de las que trece serían de picas, con 69 coseletes y 127 mosqueteros cada una, y dos de arcabuceros formadas por 160 arcabuces y 30 mosquetes. Por su parte los valones formaban en un único cuadro con 142 mosquetes y 46 picas, y los alemanes con 32 coseletes y 140 mosquetes. Como bien es sabido, en esa época aquellas cifras solo eran válidas sobre el papel, ya que en el campo de batalla apenas se alcanzaba la mitad de los efectivos si había suerte.
Despliegue de fuerzas |
Mucho se ha especulado con las intenciones de Melo de plantar batalla sin que hubiera llegado Beck, pero sea como fuere, había que plantar cara al ejército francés. El general portugués agrupó a su ejército en formación tradicional, con la infantería dispuesta en dos líneas y la artillería en el centro por delante de los hombres; cinco tercios de infantería vieja española en la vanguardia, como no podía ser de otra forma; el Tercio del conde de Villalba, con unos 1.200 hombres, el de Antonio de Velandia y el de Baltasar Mercader, antiguo del duque de Alburquerque que era general de caballería, con un número similar de efectivos. También el del conde de Garciés, que era el antiguo Tercio de Fuenclara, que tan bien se desempeñó en Nördlingen, con algo más de 1.700 infantes, y el de Jorge Castelví, compuesto por 1.500 infantes españoles y borgoñones. Junto a ellos se situaban el regimiento borgoñón de Saint-Amour y el de Gramont, y tres tercios italianos bajo el mando de los maestres de campo Alfonso Strozzi, Giovanni delli Ponti y Luigi Visconti. Por delante de ellos situó Melo 18 piezas de artillería.
En la segunda línea del centro del ejército hispano formaban nueve unidades más: cinco regimientos valones, que eran los del príncipe de Ligny, el del barón de Ribacourt, el del señor de Granges, el del conde de Meghen y el del conde de Bassigny, todos ellos con unos 500 soldados cada uno. Y cuatro regimientos de infantes alemanes que sumaban un total de 2.500 hombres dirigidos por los coroneles barón D´Ambise, Montecuccoli, Guilio Frangipani y von Rittburg. Todo el centro del ejército español sumaba un total de unos 12.000 infantes y 30 cañones, y estaba comandado por el maestre de campo general, conde Paul-Bernard de La Fontaine, un enérgico caballero del Franco Condado, que había ascendido en el ejército de los Países Bajos gracias a su valentía y su ingenio, pues provenía de una familia humilde.
El ejército hispánico cerraba sus flancos con la caballería. En el ala izquierda se situó la caballería valona del duque de Alburquerque protegida por el bosque de Potées en su costado izquierdo, y otra pequeña agrupación de árboles por delante de ellos, donde se colocaron algo más de 500 mosqueteros con el fin de sorprender al enemigo en un hipotético avance. La caballería del duque formó en dos líneas. La primera con 1.200 caballos divididos en 8 escuadrones de 150 jinetes cada uno, mientras que la segunda línea la integraban 7 escuadrones de otros 150 caballos sumando un total de 1.050 efectivos. El Tercio del duque de Alburquerque lo mandaba su sargento mayor, Juan Pérez de Peralta. El duque quería reforzar su posición, por lo que le pidió más hombres a La Fontaine para apostarlos en el bosque de Potée y así proteger mejor el flanco izquierdo del ejército, pero el general portugués se negó por considerar que podría debilitar el centro de la formación. Este sería el segundo error.
El ala derecha del ejército hispánico estaba ocupada por la caballería alsaciana del conde de Isemburg usando los pantanos de Houppe para proteger su flanco. También formada en dos líneas, el conde situó en la primera seis escuadrones con 200 caballos cada uno y una compañía de caballería con otros 200 efectivos para que se movieran con libertad por el campo de batalla. El segundo escalón lo ocuparon otros seis escuadrones con la misma cantidad de caballos que en la primera línea, y además un escuadrón de caballería ligera croata con unos 200 componentes más, los cuales estaban preparados para acometer si el ejército enemigo perdía la formación o emprendía la huida, una tarea que siempre desempeñaban con suma precisión y habilidad los jinetes croatas.
Por su parte los franceses, que estaban a una distancia de algo menos de un kilómetro, formaron de manera casi idéntica a los españoles. El duque de Enghien, cuarto en la línea de sucesión al trono de Francia, dispuso en el centro de su formación dos líneas de infantería desplegadas en damero. La primera, dirigida por D´Espernan, contaba con los ocho mejores batallones franceses, entre los que destacaban los regimientos viejos de infantería de Picardía, La Marine, Rambures y de Piedmont, y 12 cañones de 4 y 8 libras bajo el mando del mariscal La Barre. La segunda línea francesa se encontraba a 300 pasos de la primera y estaba al cargo de La Valliere, quien contaba con siete batallones, en los que se encuadraba el regimiento de infantería de Vidame y el suizo de Roll, ambos de notable calidad. A unos 400 pasos de esta fuerza dejó Enghien una reserva de infantes y caballos bajo el mando del mariscal Sirot.
El ala derecha francesa estaba dirigida por el propio duque de Enghien y contaba igualmente con dos líneas. La primera, comandada por el general Gassion estaba compuesta por 10 escuadrones de caballería, destacando el de Gardes, que era la guardia personal del propio Enghien, apoyados por una fuerzas de 300 mosqueteros sacados del Regimiento Viejo de Picardía. En la segunda línea formaba Enghien con cinco escuadrones de caballos más. En el ala izquierda, dividida en dos escalones también, se situó en vanguardia el general La Ferté, con 8 escuadrones de caballos, destacando el regimiento de fusileros a caballo del fallecido Richelieu, mientras que en retaguardia estaba el general L´Hopital con cinco escuadrones a caballo más y varias unidades de mosqueteros.
Enghien se dirige a cargar. Cuadro de Sauver le Conte |
Los franceses no tardaron en poner a prueba a las unidades hispánicas y tomaron la iniciativa el mismo día 18 a última hora de la tarde, con una pequeña incursión de Gassion y sus jinetes, que fue fácilmente rechazada por las tropas de Melo, que cerraban filas en perfecta formación. Poco después fue La Ferté quien probó fortuna lanzando a su caballería contra el flanco derecho español, siendo igualmente rechazado por la infantería española, que causó serios daños entre los atacantes, quienes habían además perdido la formación. Enghien, consciente de ello y temeroso de que Melo hubiese visto la oportunidad se lanzase contra su desprotegido flanco izquierdo, mandó regresar inmediatamente a La Ferté para rehacer la posición, pero el general portugués, quién sabe si por cautela o falta de visión, volvió a errar en su estrategia y no tomó la iniciativa.
Sobre las 3 de la mañana del día 19 Enghien recibió noticias de que los españoles planeaban atacar temprano, por lo que despertó a sus hombres y comenzó a toda prisa a preparar la contienda. Apenas pasadas las 4 de la mañana, el duque francés ordenó que los artilleros comenzaran a hacer rugir sus cañones. Cánovas del Castillo, en su obra Estudios del reinado de Felipe IV, afirma que Melo arengó a sus hombres y oficiales con un "¡queremos vivir y morir por nuestro Rey!". A eso de las 5 de la mañana la caballería francesa, superior en número, cargó contra los flancos españoles. Los 500 arcabuceros parapetados en la arboleda frente al ala izquierda española, pudieron desordenar con éxito la carga francesa, algo que aprovechó Alburquerque para cargar contra Gassion, sobrepasarlo, y arremeter contra la infantería suiza al servicio francés, logrando capturar su artillería.
Paralelamente a esto Isemburg, en el flanco derecho del ejército hispano, aguantó la arremetida de La Ferté, quien avanzó demasiado rápido desfondando así su ataque, algo que aprovechó Isemburg para lanzar un poderoso contraataque y deshacer la caballería enemiga. El éxito de esta defensa fue tal, que La Ferté cayó preso y herido. Mientras tanto la caballería alsaciana se lanzó a toda prisa en persecución de los maltrechos franceses, pero los jinetes croatas del ejército español se desperdigaron por el terreno para saquear a los caídos, creyendo que la batalla estaba ya decidida. La caballería de Isemburg logró llegar hasta la artillería francesa matando a su general, La Barre, y capturando algunos cañones enemigos. Eran las 6 de la mañana y todo apuntaba a una rotunda victoria española.
Pero ni Melo ni La Fontaine supieron aprovechar esta ventajosa situación y, confiados en una pronta y fácil victoria, no mandaron cargar a su infantería, dando la oportunidad a los galos de reorganizar su superior caballería. Era otro error garrafal del portugués que no se correspondía con su habitual desempeño en el campo de batalla. Alburquerque por su parte se enfrentó en ese momento a la reorganizada caballería de Gassion, que avanzaba a través del bosque y amenazaba con envolverlo. Girando su frente para defenderse, el duque de Enghien vio el movimiento de su oponente y se lanzó al trote con ocho escuadrones de caballería para atacarlo por su flanco expuesto. Alburquerque mandó a su segunda línea para rechazar el ataque, pero aparecieron los mosqueteros del Regimiento Viejo de Picardía para machacar el flanco izquierdo español.
La caballería hispánica fue capaz de aguantar dos brutales cargas francesas pero en la tercera hubo de retirarse ante la amenaza de quedar rodeada, algo que consiguió con la ayuda de cinco escuadrones de aguerridos infantes que protegieron su retirada. El propio Melo cabalgó junto a su guardia personal para socorrer el maltrecho flanco izquierdo español que finalmente acabó cediendo ante la abrumadora superioridad de la caballería francesa. Enghien mandó entonces a sus jinetes cargar contra la infantería española. Los tercios de Villalba y de Velandia aguantaron como pudieron, y también el propio La Fontaine, que a pesar de su avanzada edad, demostró una capacidad y valor sobresalientes en esos momentos del combate.
Tras esto Enghien procedió a intentar envolver al ejército hispánico y cargó contra el flanco de Isemburg y la retaguardia española. La caballería alsaciana, inferior en número y bastante agotada, no tardó en sucumbir al embate francés, mientras que los infantes valones y alemanes se vieron sorprendidos por el regimiento de caballería de L´Hopital, que emergió como un fantasma a través del bosque. Resistieron cuanto pudieron, pero tras perder a uno de sus mejores mandos, von Rittburg, que fue derribado y capturado, se acabaron retirando. Ahora Melo, que se multiplicaba para tratar de corregir la situación, corrió en ayuda de los italianos de Visconti afirmando que quería morir junto a ellos, a lo que Visconti replicó que querían morir al servicio del rey. Los italianos aguantaron lo indecible e incluso pasaron a la acción a la primera oportunidad que tuvieron.
Creyendo tener cerca la victoria, el centro francés se descuidó, momento que aprovecharon los españoles para lanzar una oportuna carga y tomar las piezas de artillería gala. Viendo el peligro que corría su ejército, Enghien marchó a toda prisa contra el centro español, en una arriesgada y sorprendente maniobra, para tratar de separar los tercios españoles de los italianos y de los alemanes y valones que aún quedaban en el campo de batalla. Francisco de Melo, confiado en recibir refuerzos de Jean de Beck, el cual contaba con el Tercio de Ávila, compuesto por unos 3.000 hombres y cerca de 1.000 jinetes, mandó retirarse a los tercios italianos de Visconti, Stronzzi y Ponti, para evitar más bajas y reservar parte de sus fuerzas. Quedaban ya solo los españoles, alemanes y valones, organizados en 6 grandes batallones.
Formando en dos grandes rectángulos, los tercios españoles se dispusieron a aguantar las cargas francesas con la esperanza de que el socorro de Beck llegara a tiempo. Pero este no acudiría, siendo finalmente rodeados por completo. Los españoles estaban frescos y habían sido reforzados por algunas unidades sueltas de caballería o de los batallones derrotados. Sirot rechazó un último intento de la única unidad de caballería que quedaba, el regimiento de Sávary, y preparó junto a Enghien el envite final. Eran las 8 de la mañana pasadas y las dos primeras cargas francesas serían tan infructuosas como trágicas; el fuego de arcabuz, mosquete y artillería, en combinación con las picas, resultó letal para los jinetes atacantes. Muchos de ellos perecieron e incluso el propio Enghien estuvo a punto de morir tras recibir un arcabuzazo que casi penetra su coraza. Fontaine, que estaba herido y combatiendo sobre una silla, resultó muerto por el disparo de un mosquete. La heroica muerte del veterano general debió sin duda de enardecer los ánimos de los infantes españoles, que se conjuraron para aguantar o morir en el intento.
Sufridos piqueros aguantan una carga de caballería |
En mitad de la tercera carga los españoles se quedaron sin municiones; no podían responder al fuego francés. El Tercio de Castellví quedó seriamente mermado, pero ni mucho menos aniquilado, como afirman algunos autores, ya que la formación seguía resistiendo vivamente. Dos cargas más fueron rechazadas por unos españoles cada vez más exhaustos, pero consiguiendo causar tantas bajas en la caballería enemiga que ésta tuvo finalmente que replegarse. La sexta carga la realizaría la infantería gala con el apoyo de las piezas de artillería que habían recuperado. El fuego francés fue despiadado y brutal. Los tercios de veteranos españoles, junto a algunos restos de las demás fuerzas, quedaban en pie y continuaban milagrosamente aguantando. Enghien no daba crédito a lo que estaban viendo sus ojos. Eran las 9 de la mañana, habían pasado 5 horas desde el inicio de lo combates, y todos los hombres estaban extenuados.
Admirado por el valor demostrado por los tercios españoles y temeroso de que Beck, que ya se estaba cruzando con la marea humana que huía del campo de batalla, pudiera aparecer en cualquier momento y cargar contra ellos, mandó emisarios para ofrecer una honrosa capitulación a los soldados que quedaban. El sargento mayor Juan Pérez de Peralta anunció que solo se rendiría si se les consideraba "plaza fuerte"; esto les permitiría regresar hasta España con las banderas desplegadas en formación y conservando sus armas. Los franceses aceptaron, aunque los restos del Tercio de Villalba se negaron a rendirse y aún continuaron luchando. Finalmente Enghien les ofreció una escolta para asegurar su regreso a España, lo que acabó venciendo la obstinación de los soldados españoles. Se cuenta que el propio Enghien preguntó a un soldado español por el número de combatientes de su ejército, a lo que éste le respondió: "contad los muertos, señor".
Las bajas del ejército hispánico ascendieron a más de 3.000, entre muertos y heridos, y 3.826 prisioneros (se sabe esto ya que se guardó una relación nominal de éstos), de los cuales 2.350 fueron devueltos a España poco después. Francisco de Melo logró poner a salvo a casi toda su caballería y más de 3.000 infantes, a los que se unieron los alemanes, valones e italianos que habían escapado de aquel infierno. Al día siguiente lograron reunirse con Beck, a primera hora de la mañana, más de 5.000 infantes y otros 5.000 jinetes. Habían caído muertos los maestres Antonio de Velandia y el conde de Villalba, así como multitud de oficiales. Los maestres Castelví, Mercader, Garciés, el coronel Rittburg, y el coronel D´Ambise fueron capturados. Se perdieron más de 100 banderas, 60 cornetas de caballería y casi toda la artillería y bagaje.
Los franceses no se quedaron atrás y sufrieron más de 2.000 muertos y cerca de 2.500 heridos, unas bajas muy abultadas para una victoria, pero insignificantes teniendo en cuenta que muchos de los caídos del ejército español eran soldados veteranos y por tanto, irremplazables para una España cada vez más agotada y en donde tan difícil era ya encontrar hombres. Según el duque de Alburquerque, 5.000 franceses faltaron en la muestra tomada por Condé a su ejército el 15 de junio de aquel año. Los franceses, temerosos de la intervención de Beck y con la desorganización fruto de tan grandes bajas, tuvieron que partir hacia Guise y tardarían más de un mes en reorganizarse, lo que desmitifica bastante la victoria. Las banderas españolas capturadas se mandaron urgentemente a París, para ser exhibidas y aumentar la moral del pueblo.
Capitulación española. Por Víctor Morelli y Sánchez Gil |
La derrota de Rocroi fue hábilmente explotada por la propaganda de los enemigos de España, presentándola como el ocaso de los Tercios y acabando con el mito de la imbatibilidad española. Lo cierto es que el golpe había sido duro, pero ni mucho menos decisivo. De hecho, de los 95 capitanes españoles presentes en Rocroi, tan solo murieron 4, y los tercios seguirían combatiendo y venciendo, como ocurriría en Valenciennes en 1656. Es importante destacar que la derrota española fue fruto más de la torpeza de Francisco de Melo, que de la brillantez de Enghien, lo cual no le resta ni un ápice de mérito al joven duque, quien combatió de manera valiente y brillante. Pero es indudable que el portugués pecó de exceso de confianza, dejó escapar importantes oportunidades para derrotar a los franceses, subestimó la capacidad del enemigo y no entendió correctamente la combinación de la caballería con la infantería.
Es necesario hacer hincapié en esta última reflexión. Si bien los tercios eran la mejor infantería del mundo, poco podían hacer sin apoyo de los caballos y ante un enemigo superior. A mediados del siglos XVII la guerra estaba cambiando y la caballería volvía recuperar un papel preponderante en la batalla. De hecho veremos cómo España acaba formando una de las mejores caballerías de Europa en la segunda mitad del siglo XVII: la caballería de Flandes. Por otra parte el duque de Alburquerque explicaba perfectamente las causas de la derrota en una carta al rey Felipe IV. Para el duque el error principal estuvo en no reforzar los flancos con más infantería, tal y como le había solicitado a La Fontaine, no ordenar avanzar a los tercios en apoyo de la caballería cuando ésta lanzaba el contraataque sobre los rechazados jinetes franceses, y finalmente abandonar a su suerte a los infantes que quedaron envueltos por las fuerzas enemigas y expuestos al brutal castigo que tuvieron que soportar.
Cierto era que la propaganda francesa hizo que corriera como la pólvora la derrota en campo abierto de los temibles tercios españoles, los cuales llevaban desde las campañas del Gran Capitán siendo los amos y señores de los campos de batalla de Europa. Casi 150 años venciendo a todos y cada uno de sus oponentes, sin importar el número de efectivos a los que se enfrentaban, ni la nación ni el terreno en el que combatían. Pero la guerra estaba cambiando, ya no era una cuestión de honor, sino de vencer, y las distintas potencias europeas reclutaban hombres a una velocidad que España no se podía permitir, pues era un país despoblado y pobre. Lejos quedaban aquellos tiempos en los que el rey francés Francisco I exclamaba aquello de "¡Bendita España que pare y cría a sus hijos ya armados!".
Los aguerridos y diestros soldados que parió España en los siglos anteriores ya habían perecido. Tan solo quedaban unos pocos en la mitad del siglo XVII, y estaban condenados a desaparecer. España estaba agotada y cada vez tendría más problemas para poner sobre el tablero grandes ejércitos y, desde luego, contando en éstos nada más que con un puñado de españoles.
Bibliografía:
-Batallas de la Guerra de los Treinta Años (William P. Guthrie)
-La Guerra de los Treinta Años (Peter H. Wilson)
Hola, tengo una duda, he visto que melo se fue con casi toda la caballería y 3000 infantes a los que se unieron alemanes y valones, llegando con beck más de 5000 infantes.
ResponderEliminarSiendo 5000 el total de alemanes y valones y que había 3 tercios italianos que se retiraron casi intactos, eso no daría una cifra de muertos mucho más alta al bando español.
Siendo 6000 los españoles que había y se rindieron 3860. Los italianos 3000 que formarían los más de 5000 infantes que se unieron a beck y los 5000 valones y alemanes que pillados d flanco por la caballería y que en una relación aparece que fueron desechos quedando muchos muertos. Podría ser que el total de muertos fuese de 5000 en el bando español, por que no he contado alas bajas en caballería que no serían excesivas.
Es que son ya tantas versiones las que hay...
Hola. Sí, puede ser perfectamente. De hecho se estiman las bajas entre 3.000 y 5.000, no quedando claro del todo ya que de lo único de lo que se guarda relación es de los prisioneros. Por otra parte hubo un montón de deserciones en el ejército de Melo cuando la batalla se volvió en contra del ejército español. Por su parte la caballería pudo salvarse casi al completo. Lo que está claro es que los franceses explotaron hasta el límite la propaganda de la victoria y exageraron la cifra de bajas en el ejército español.
ResponderEliminarSí, he encontrado un artículo muy bueno en caballipedia, te lo pongo por si acaso, pero viene a desmentir tantas muertes españolas.
ResponderEliminarA parte de otras tesis que he visto que mencionan batallones de alemanes y valones llegar intactos en la retirada.
http://caballipedia.es/Batalla_de_Rocroi#:~:text=Antes%20de%20la%20batalla%2C%20el,debieron%20concentrarse%20la%20mayor%20parte.
Parece que fueron unos 4.000 muertos del ejército hispánico, siendo aprox. solo 1.000 muertos españoles, el resto entre caballería, italianos, alemanes y valones y 3.826 presos de los que 2.000 eran los heridos. 7.826 en total mueros y presos por 4.500 muertos y heridos.
ResponderEliminarSencillamente bastante lejos de los 13.000 muertos que causamos a los suecos en Nördlingen.
Sí, esas cifras cuadran con la mayor parte de los estudios. Lo cierto es que los cerca de 1.000 muertos españoles eran todos veteranos, los mejores infantes del mundo en ese momento, gente irremplazable. De ahí que los franceses explotaran tanto esta victoria.
EliminarHola de nuevo, me preguntaba si sabes de algún sitio donde pueda consultar el tamaño del que se componían los tres tercios italianos de Strozi, Ponti y Visconti y el regimiento borgoñón de Saint Amour, o si tienes algún dato que pueda facilitar.
ResponderEliminarUn saludo y gracias.
Buenas. Pues no le puedo decir el número de componentes de esos tercios, ya que no he encontrado muestras de ellos.
EliminarIndagando en el asunto sabemos que el Tercio de Giovanni delli Ponti, era el antiguo Tercio de Ávalos, con antigüedad de 1597, y origen en Lombardía. Ponti mandó este tercio desde 1639 hasta 1652, cuando el nuevo maestre de campo pasó a ser Bernardo Caraffa.
El Tercio de Visconti era el antiguo Tercio de Carlo Spinelli, creado en Nápoles. Visconti fue nombrado se maestre de campo en julio de 1640, tras sustituir a Fabrizio Doria.
Mientras que el de Strozzi era el antiguo Tercio de Paolo Baglioni, creado en Lombardía en 1620, del que Strozzi se hizo cargo tras sustituir a Carlo Guasco, marqués de Solerio, en 1640, y que dirigió hasta Rocroi, siendo nombrado después gobernador de Brujas.
Del de Saint Amour no he encontrado nada de momento. Indagaré en la obra "Presencia de Flamencos y Valones en la milicia española", Cuaderno de Historia Militar 7, y que coordina el profesor Enrique Martínez Ruiz.
Por otra parte, William P. Guthrie aporta unas cifras que no he podido comprobar, pero estima las fuerzas italianas en 3.500 hombres, 2.000 de Strozzi y 1.500 entre los tercios de Viconti y Delli Ponti. En cuanto al tercio de Saint Amour, Guthrie lo une con el de regimiento de infantería de Graumont, y a ese batallón le atribuye un total de 1.500 hombres.
Eliminarlas cifras que da Guthrie son bastante estimativas y, como ya he dicho, no las he podido corroborar. Pero para hacerse una idea no está mal.
Muchas gracias, sí he visto que el regimiento borgoñón recibe distintos nombres, en la revista de desperta ferro lo nombra como el tercio de La Baume, pero bueno según fuentes...
ResponderEliminarSí, en esto de los tercios aún estamos en los albores. Por suerte cada vez hay más estudiosos sobre el tema y las fuentes primarias son más fáciles de consultar. En ese sentido vamos por el buen camino. Un saludo, y gracias por comentar.
EliminarBuenas tardes y Feliz año nuevo!
ResponderEliminarDe nuevo recurro a usted para aclarar dudas.
He vuelto a leer sobre esta batalla desde hace bastante tiempo y consultando en Wikipedia en inglés, aparece un dato curioso, menciona que de los 7.000 infantes españoles que hubo, sólo 390 oficiales y 1.386 soldados pudieron escapar de regreso a los Países Bajos españoles no se si según Guthrie o un tal Fernando González de León. Guthrie también enumera 3.400 muertos y 2.000 capturados sólo para los cinco batallones de infantería españoles, mientras que los más de 1.600 mencionados anteriormente escaparon. Podría tratarse del Tercio De Garcés que aceptó la capitulación, aun que según tengo entendido regreso a España pero de ser el que aceptó la capitulación significa que si que pudo haber tal cantidad de muertos...?
ResponderEliminar¡Reciba un cordial saludo y gracias!
Me ha parecido oportuno aun que se que de la Wikipedia uno no debe fiarse pero dado que las cifras son tan redondas...pienso merece la pena estudiarlo. También mencionar que según fuentes: Melo informó de sus pérdidas en 6.000 bajas y 4.000 capturados en su informe a Madrid dos días después de la batalla.
ResponderEliminar¡Un saludo!
¡Feliz año! Disculpe la tardanza pero no había visto los comentarios. Pues yo es que todas las cifras que he visto (que sean de fiar) oscilan entre 3.000 y 3.500 bajas entre muertos y heridos. Peter H. Wilson, por ejemplo, habla de 3.500 bajas hispánicas por 4.500 francesas. En cuanto a los prisioneros, no hay duda de que fueron 3.826 prisioneros, ya que se guardó una relación nominal de éstos, de los cuales 2.350 fueron devueltos a España poco después en un intercambio con prisioneros hechos en Honnecourt. En cuanto a los españoles que aceptaron la rendición, oscilan entre los 1.500 y los 2.000, que estaban formando en escuadrón y entre los que había gente de varios tercios, probablemente muchos del de Garcés. Wilson apunta que "un regimiento de 2.000 españoles depuso las armas a cambio de que se les permitiera regresar a España a través de Francia". Melo logró poner a salvo casi todo su ejército (previamente había retirado del combate a los italianos), y reunirse con Beck. En una muestra tomada en diciembre de ese año, el Ejército de Flandes se componía de 77.517 hombres.
ResponderEliminar¡Un saludo!
Gracias por su respuesta, sí he consultado también una revista que clama esas bajas (unos 3.500 - 4.000 muertos en el bando hispánico y los 3.896 prisioneros), Researching and Dragona n°16 a parte teniendo en cuenta que de los 95 capitanes solo pereciesen 4 es del todo improbable por no decir imposible que muriesen tantos infantes como se menciona en wikipedia Guthrie o Bodart.
ResponderEliminarReciba un cordial saludo!