El 1 de septiembre del año 1453 nacía en Montilla, villa de la provincia de Córdoba, Gonzalo Fernández de Córdoba y Enríquez de Aguilar, destacado miembro de la nobleza de Andalucía que revolucionó las tácticas de la guerra y padre del primer ejército moderno, siendo considerado hoy por muchos el mejor militar español hasta la fecha.
Era el segundo de los hijos de Pedro Fernández de Aguilar y Elvira de Herrera y Enríquez. Fue criado en Córdoba junto a su hermano Alfonso, pasando a ser paje del hermano de la futura reina Isabel la Católica, el infante Alfonso, en Segovia. Por aquella época Castilla se hallaba dividida por un conflicto interno entre los partidarios del infante Alfonso y los del rey Enrique IV. La muerte en 1468 de Alfonso centró las miradas en Isabel, y Gonzalo, tal y como lo había hecho con Alfonso, pasaría a ser un fiel servidor de la futura reina.
Al no ser el primogénito solo podía escoger entre el ejército o el sacerdocio, así que escogió lo primero. La guerra de sucesión castellana tras la muerte del rey en 1474, que enfrentaba a los partidario de Juana de Trastámara, hija del rey, con los leales a Isabel de Castilla, legítima heredera por el Tratado de los Toros de Guisando, supuso el inicio de su brillante carrera militar, destacándose en la batalla de Albuera, en 1479, donde dirigió una compañía de 120 jinetes, bajo las órdenes del maestre de la Orden de Santiago.
Se casó entonces con Isabel de Montemayor, entregándole su hermano uno de sus dominios, el de Santaella. Pero la guerra de nuevo le llamaba. Esta vez en Granada, en 1482, donde pronto se distinguió como un valiente soldado, destacando en la toma de Antequera y el asedio de Tájara, y más tarde en Íllora, donde Isabel le nombraría alcaide en 1486, pero sobre todo en Lucena en 1483, donde hizo preso a Boabdil.
Habiendo muerto su primera esposa dándole antes un hijo, se volvió a casar con María Manrique de Lara, que era dama de la reina Isabel y con quien tendría dos hijas, Beatriz y Elvira. Apoyó en sus luchas internas a Boabdil, una vez liberado éste, y realizó una intensa labor diplomática, desde la entrega de la plaza de Loja, hasta las capitulaciones de Granada, donde jugó un papel clave la amistad que había trabado con Boabdil. Fue en estas guerras donde desarrolló las bases de sus nuevas tácticas de combate. El terreno montañoso en el que se desarrolló la guerra de Granada, hacía inútil la caballería pesada, por lo que comprendió el valor de la movilidad y el buen uso de la infantería, que hasta la fecha solo servía para dar apoyo a los jinetes.
Tras el fallecimiento de Ferrante I, en 1494, subió al trono su hijo Alfonso, por lo que el rey francés Carlos VIII invadió Italia en septiembre de ese mismo año con un ejército de 30.000 soldados y medio centenar de piezas de artillería, alegando derechos sucesorios de la casa de Anjou. Alfonso no tardó en abdicar en su hijo, Ferrante II, que fue destronado en febrero de 1495 por el Carlos VIII, quien se proclamó rey en Nápoles. Fernando el Católico había ordenado concentrar en Cartagena una flota con unas 80 naves entre galeras y barcos menores, embarcando en ellas cerca de 6.000 infantes y unos 700 jinetes. Al frente de ellos puso al militar de confianza de Isabel, Gonzalo Fernández de Córdoba.
Llegó a Messina sobre mayo de ese año y desde allí, sin tiempo que perder, pasó sus tropas a Calabria, donde Ferrante había asegurado los puertos. Una vez en la península se aprestó a realizar pequeñas incursiones y tomar plazas poco controladas, usando la táctica de los jinetes musulmanes del "tornafuye", que consistía en atacar rápidamente y luego simular una retirada para volver a caer sobre el enemigo. En Seminara, en su primera batalla importante, la imprudencia y las prisas de Ferrante, que desoyendo los consejos del español plantó cara a los franceses, le acabó costando a Gonzalo su primera derrota. También sería la última, logrando replegar en perfecto orden a sus tropas hasta Regio.
Volvió a la carga y pronto recuperó todo lo perdido y se hizo con todas las plazas fuertes de la región de Calabria para principios de 1496. Avanzó Gonzalo a través de la Basilicata y el 14 de julio de ese año asestó un durísimo golpe a los franceses en Atella, venciéndoles ampliamente a pesar de contar con muchos menos hombres, tras asediar la villa durante más de un mes. Fue en esa batalla donde se ganó el apodo por el que pasaría a la historia. Tras firmar las capitulaciones sus hombres empezaron a aclamarle al grito de "¡Viva el Gran Capitán!".
Venció en Barletta y Gaeta entrando en Nápoles en septiembre de ese año. El júbilo hubiera sido total, pero la muerte unos días antes de Ferrante II empañó los acontecimientos. Gonzalo era todo un héroe para los italianos y pronto se pondría a las órdenes del nuevo rey, Fadrique, tío de Ferrrante. Tocaba volver a España, pero el papa, Alejandro VI, pidió socorro al Gran Capitán; el puerto de Ostia, puerta de entrada marítima a Roma, estaba en manos de corsarios al servicio de Francia los cuales bloqueaban cualquier entrada de provisiones, creando una situación de escasez y hambruna en Roma, que se veía asolada por las revueltas.
Allí acudió Gonzalo y en una semana solventó el asunto. Hizo preso al corso y lo llevó ante el papa. Éste le concedió la Rosa de Oro, máxima distinción vaticana. Tampoco le tembló el pulso a la hora de reprochar al papa su inmoralidad y sus críticas a los Reyes Católicos. En Roma era también una estrella, y a su vuelta a Nápoles el rey le entregó el ducado de Santángelo.
Ya de regreso a España, en 1498, fue recibido multitudinariamente en Zaragoza, donde los reyes encabezaron la comitiva de bienvenida. Isabel no cabía en sí de gozo viendo que su protegido había alcanzado la fama y la gloria por méritos propios. Pronto le volvería a llamar. Era el año 1500 y comandaba una expedición para recuperar Cefalonia, que los turcos le habían arrebatado a los venecianos. Partió desde Málaga a finales de septiembre y socorrió Heraklion en octubre, y desde allí marchó a la isla de Cefalonia sitiándola el 8 de noviembre. Haciendo alarde de sus magníficas dotes para el asedio, rindió el fuerte de San Jorge el 24 de diciembre.
Tras su regreso a España es de nuevo llamado para sofocar las revueltas de los mudéjares granadinos en 1501. Gonzalo hizo nuevamente alarde de su incondicional lealtad a los reyes. Sabía el Gran Capitán que las revueltas se habían producido por el incumplimiento de la corona en lo relativo a la tolerancia religiosa, pero obedeció y sofocó la rebelión. Igualmente tuvo que dolerle el enterarse del tratado de Chambord-Granada, por el que Fernando el Católico y Luis XII, rey de Francia, se repartían el reino de Nápoles. Su amigo Fadrique era depuesto como rey y llevado preso a Francia, donde moriría en 1504, mientras que Gonzalo tenía que ocupar, en nombre de Fernando, los territorios que antes había liberado de los franceses.
Pronto estallaron las desavenencias entre ambos reyes comenzando así la segunda de las Guerras Italianas. El Gran Capitán había introducido ya en esa época las modificaciones que darían lugar a los ejércitos modernos. Introdujo las compañías compuestas de piqueros, espingarderos y ballesteros, organizando el ejército en coronelías. Gracias a estas innovaciones y a su maestría para la estrategia, pudo plantar cara a los franceses, muchos más numerosos que las tropas españolas.
Corría el verano de 1502 cuando los franceses sitiaron a las huestes de Gonzalo en Barletta. El Gran Capitán, a la espera de refuerzos, se negó a plantar batalla en terreno abierto donde la superioridad numérica francesa era insalvable. Refugiado en la plaza de Barletta aguantó las provocaciones francesas, accediendo el 20 de septiembre a un duelo entre 11 caballeros franceses y 11 españoles, entre los que destacaron Gonzalo de Arévalo y sobre todo Diego García de Paredes, más conocido como el "Sansón de Extremadura", del que se decía que no perdió ninguno de los más de 300 duelos que tuvo. El duelo terminó con un francés muerto y otro rendido, y un español retirado, dando los jueces el duelo por empatado.
Gonzalo pasó el invierno refugiado en Barletta mientras los refuerzos llegaban con cuentagotas. Para abril de 1503, ya con suficientes hombres tras la derrota en Otranto de la armada francesa a manos del almirante Juan de Lezcano, partió a toda prisa hacia Ceriñola. Gonzalo mandó a los jinetes cargar con un infante a la grupa, dando ejemplo él mismo ante las reticencias de los caballeros, que en aquella época lo consideraban un deshonor. De este modo se anticipó a los franceses y estudió el terreno al detalle y situó a sus hombres de manera estratégica.
Los franceses, bajo el mando de Luis de Armagnac, duque de Nemours, contaban con más de 9.500 hombres, incluyendo 2.000 jinetes de caballería pesada, el arma más poderosa en Europa hasta la fecha. Gonzalo tenía poco más de 9.000 soldados y la mitad de artillería, pero su táctica revolucionaría para siempre el arte de la guerra. En tan solo una hora los franceses sumaban 4.000 bajas, entre ellas su propio general, por tan solo 100 de los españoles. Los arcabuceros efectuaron más de 3.800 disparos y despedazaron al enemigo en combinación con los piqueros y la infantería ligera. La victoria fue total.
Desde allí tomó Castelnuovo y Castel dell'ovo, para posteriormente caer sobre Gaeta, donde los franceses se habían refugiado. Era finales de 1503 y el Gran Capitán tenía enfrente nuevamente a un poderoso ejército francés: más de 25.000 hombres bajo el mando del marqués de Saluzzo. El 28 de diciembre Gonzalo cruzaba el río Garellano de manera sorpresiva e infligía una contundente derrota al enemigo, dejando más de 4.000 cadáveres sobre el terreno y al general galo rogando la capitulación. Era el final francés en Nápoles. Fue en esta época donde contrajo unas fiebres que le acompañarían el resto de su vida.
Nombrado virrey de Nápoles en 1504, Gonzalo mostró sus dotes para la diplomacia y la política, consiguiendo unir a las dos principales familias, y rivales, napolitanas, los Orsini y los Colonna. Acabó con los intentos de César Borgia, hijo del papa Alejandro VI, de hacerse con un señorío auspiciado por Francia, y consiguió los ducados de Terranova y Sessa. La muerte de Isabel la Católica ese año le causó un hondo pesar y sobre todo, dejó a Gonzalo sin su principal valedora en España. Desde ese momento las envidias que suscitaba se convirtieron en recelos, y muchos influyentes personajes de la corte conspiraron contra él y pusieron a Fernando en su contra.
La negativa de el Gran Capitán, ya como virrey de Nápoles, a expulsar a los judíos de allí, siguiendo lo ya realizado por Fernando en España, y las simpatías que despertaba entre los partidarios de Felipe el Hermoso en Castilla, hicieron que el rey le pidiese cuentas en 1506 en su viaje a Nápoles. Gonzalo se las dio de mala gana, considerando tal hecho una afrenta y, según las crónicas de Paulo Jovio, le mostró al rey un libro en donde rezaba: "di a pobres y monjas y abades de buena vida doscientos mil y setecientos y treinta y seis ducados y nueve reales, porque rogasen a Dios que nos diesen la victoria". Tras una profunda inspección por el tesorero real, Alonso de Morales, se determinó que las "Cuentas del Gran Capitán" eran correctos y que no se había robado ni desviado nada.
Fernando volvería a Nápoles para reclamar la vuelta de Gonzalo a España, dejando el cargo de virrey, prometiéndole multitud de títulos como el de maestre de la Orden de Santiago o ser nombrado gentilhombre. En España el Gran Capitán se encontró con la traición del rey, que incumplió sus promesas y en 1508 le nombraría alcaide de Loja, un cargo menor que en la práctica significaba un destierro y una afrenta para el que había sido un leal servidor de sus majestades católicas.
En el verano de 1512 sería llamado una última vez. Las coalición española, veneciana y papal había sufrido una severa derrota contra los franceses así que el propio papa exigió la presencia del militar más notable y prestigioso de su época; Gonzalo se ponía al frente de 14.000 soldados en el puerto de Málaga con intención de partir a Italia. Pero Fernando negoció en secreto una paz con Francia, dejando al Gran Capitán con las ganas de volver a mandar tropas en combate. Moriría en Granada el día 2 de diciembre de 1515, a causa de las fiebres contraídas años atrás en el Garellano, siendo enterrado en la abadía de los jerónimos de Granada.
Gonzalo Fernández de Córdoba no solo fue el militar más destacado de época, sino que revolucionó la forma de hacer la guerra, dando así paso a la creación de los ejércitos modernos. Es considerado hoy en día el padre de los Tercios, que se formarían oficialmente en 1536. Sus ingeniosos métodos y su adelantada visión militar lo convirtió en una máquina de ganar batallas y dio a los Reyes Católicos y a España las bases para lo que sería su poderoso imperio.
El Gran Capitán en Ceriñola |
El Gran Capitán. Por Ferrer Dalmau |
Gonzalo Fernández de Córdoba. Retrato |
El Gran Capitán en el asalto a Montefrío |
El Gran Capitán entregando al corso ante el papa |
Estatua de el Gran Capitán |
Lápida de el Gran Capitán |
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