Batalla de Pavía

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Del Viaje a Flandes del Cardenal-Infante (Parte III)


 - De la memorable Batalla de Nördlingen

Tras tener noticias de la llegada del ejército protestante de Gustav Horn y Bernardo de Weimar, y la resistencia que mostraba la ciudad de Nördlingen, hubo una reunión del Consejo de Guerra en la tienda del Rey de Hungría, decidiendo un nuevo asalto, para lo que el rey pidió al Infante Cardenal mil hombres. "Cien españoles del Tercio de Don Martín de Idiáquez, cien del conde de Fuenclara, cien napolitanos del Príncipe de San Severo, y cien del marqués de Torrecuso, trescientos alemanes del conde de Salm y otros trescientos alemanes del coronel Wormes, y por cabo de todos a Pedro de León, teniente de maestre de campo general". 

Mientras tanto, el duque de Lorena, junto con Gallas, el marqués de Leganés, Piccolomini y otros, fueron a reconocer el terreno por donde llegaba el enemigo. A eso de las cuatro de la tarde apareció el enemigo asomando entre dos bosques al suroeste de la posición católica, por lo que "se tocó vivamente arma por todas partes". Su Alteza salió a la plaza de la armas de manera inmediata y el rey de Hungría lo hizo dos horas después, apresurándose a formar sus escuadrones. Se mandaron caballos para retrasar el avance del enemigo y más tarde se conoció que los protestantes querían tomar la colina que se encontraba en el flanco izquierdo del campo católico, "que era el puesto más eminente de todo este distrito, y que dominaba a todos nuestros batallones, para facilitar más el socorro de Nördlingen y obligar al ejército de su Alteza a retirarse del puesto donde estaba".

Es por ello que el infante cardenal ordenó al marqués de Leganés que se tomase un bosquecillo que servía de falda a la colina del Albuch. De esta forma se envió a Francisco de Escobar, sargento mayor del conde de Fuenclara con 200 mosqueteros de su tercio y dos capitanes, y viendo que era poca gente y que el enemigo estaba cerca y era muy numeroso, se enviaron otros 200 mosquetes del tercio de Gaspar de Toralto y otros 200 borgoñones con algunas compañías de dragones bajo el mando del capitán Pedro de Santa Sicilia. Mientras esto sucedía seguía la escaramuza de la caballería imperial contra la protestante que, aprovechando su gran superioridad numérica, logró hacerse con la posición ya al anochecer. 

Guerreros: El Gran Duque de Alba (Parte II)

 


Mientras la influencia de Ruy Gómez crecía sobre la figura de Felipe, el recelo de éste hacia el duque de Alba iba en aumento. De esta forma, y aprovechando el intento de invasión francesa de los Países Bajos, a finales de 1554, rechazado finalmente por las tropas de Carlos y la entrada de una nueva fuerza en el Piamonte, bajo el mando de Charles de Cossé, conde de Brissac, Felipe convenció a su padre para que mandase al duque a poner en orden los asuntos en Italia. 

Allí fue el duque a comienzos de 1555, teniendo que hacer frente no solo a los franceses, sus enemigos externos, sino a las maquinaciones de sus enemigos en la Corte, especialmente el vil Ruy, quien hizo todo lo posible para privarle de fondos y hombres para su campaña en Italia. Y es que ya antes de la partida del duque, a los soldados acantonados en el Estado de Milán se les debía, en concepto de pagas atrasadas, se les debía la desorbitante cantidad de 600.000 ducados. No solo no se le fueron entregadas estas cantidades, sino que apenas se le asignaron 200.000 ducados a última hora, pues uno de sus más fieles partidarios, Francisco de Eraso, se había pasado al bando de Ruy e intentó todo lo que estuvo en su mano para que no le llegasen esos dineros. 

Mientras el duque se reunía en Augsburgo con el rey Fernando, las intrigas continuaban en la Corte, negándole incluso su propio sueldo de 12.000 ducados. Llegado a Innsbruck envió una carta a Felipe advirtiendo de que no tomaría posesión de sus cargos en Italia a menos de que se le abonaran las cantidades prometidas. En vistas de la situación, Alba trató de conseguir dinero de todas las formas posibles, tanto en Italia, a través de Bernardino de Mendoza, como en sus posesiones en España, desarrollando una gran actividad agrícola en sus tierras. 

Batalla de Nördlingen. Análisis de la victoria de los Fernandos.



Entre el 5 y el 6 de septiembre de 1634 los ejércitos hispano imperiales obtenían una contundente victoria en las cercanías de la ciudad alemana de Nördlingen frente al temible ejército sueco y sus aliados alemanes protestantes. Una victoria que supuso, o al menos así se ha vendido, el final del mito de la maquinaria bélica puesta en marcha por Gustavo Adolfo de Suecia, y una inyección de moral en las maltrechas fuerzas del Emperador, que encadenaban una serie de fatídicas derrotas en Breitenfeld, Lech o Lützen. 

En primer lugar hay que analizar el estado del ejército sueco y sus aliados alemanes a finales del verano de 1634. El rey Gustavo Adolfo había muerto apenas dos años antes, en noviembre de 1632, y las tropas suecas habían extendido sus líneas sobremanera, aunque seguían teniendo la iniciativa operacional y el control estratégico. Los protestantes desplegaban en Alemania varios poderosos ejércitos. Por un lado el del mariscal Gustaf Horn, el brillante político y mariscal sueco que se encontraba operando en la región de Suabia. Guillermo, duque de Sajonia-Weimar, se hallaba con sus fuerzas en Turingia, mientras que su hermano Bernardo estaba en Franconia. Estas tres eran las principales fuerzas protestantes en Alemania, pero no las únicas.  

Cristhian I, conde Palatino de Birkenfeld, mantenía un ejército desplegado en las cercanías del Rin, en la región de Renania, mientras que Jorge de Brunswick-Luneburg ocupaba la región de Westfalia. Por su parte, el agrio Arnim se encontraba con sus hombres en Sajonia. Las rivalidades existentes entre los protestantes alemanes y el cada vez más poderoso imperio sueco iban en aumento, a pesar de los incontables esfuerzos del canciller Axel Oxenstierna por mantener la alianza lo más unida posible. Esta dispersión de fuerzas, entre las que hay que contar una cadena de innumerables plazas fuertes guarnicionadas desde Suiza hasta el Báltico, ejercía un control ilusorio sobre Alemania, control que, tras la caída de Wallenstein, general imperial, se pondría en duda por las fuerzas católicas. 

La Guerra de los 80 Años: Los Orígenes (Parte II)


A comienzos de mayo de 1567 la revuelta había sido completamente controlada por la gobernadora Margarita de Parma, la cual escribió inmediatamente al rey anunciándole las buenas nuevas e instándole a desistir en un decisión de enviar al duque de Alba junto con sus Tercios Viejos

Pero Felipe II desconfiaba de aquella aparente calma en la que se habían sumido los Países Bajos tras la reacción de su hermanastra, y juzgaba necesario seguir adelante con sus planes de pacificación y castigo de los rebeldes. El monarca creía que Orange y el resto de líderes protestantes habían sufrido un pequeño contratiempo y pronto volverían a organizarse y presentar batalla.

Además en la Corte de Madrid los miembros del partido de Éboli, contrarios a una intervención militar al principio, ahora veían con buenos ojos ésta. Por un lado el duque de Alba, su principal rival, marchaba de España dejando las manos libres a Ruy Gómez de Silva para seguir afianzando y acrecentando su poder. Por otro, estaban convencidos de que el Gran Duque fracasaría en su intento de restablecer la paz y, por tanto, caería en el descrédito ante los ojos del rey. Por lo que finalmente no se varió ni un ápice los planes trazados meses antes. 

La Guerra de los 80 Años: Los Orígenes (Parte I)

La Guerra de los 80 Años fue, en gran medida, la causa del derrumbamiento del poderío español y el final de su hegemonía en Europa. Una guerra que siempre se pensó originada por enfrentamientos de índole religioso pero que escondió un trasfondo mucho más complejo; ambiciones políticas y económicas se unieron a las cuestiones de fe para hacer estallar uno de los más largos y sangrientos conflictos que se han dado a lo largo de la historia de Europa. 

Este penoso conflicto desangró durante décadas la hacienda de la Corona Española y se llevó por delante la vida de muchos de los mejores hombres que las tierras de España parieron, lo que, unido a otras guerras en las que se involucró el reino, y al constante flujo de españoles que marchaban hacia las Indias buscando huir del hambre y la pobreza, con la ilusión del oro y la plata que aventuraban las anécdotas e historias que circulaban por cada rincón del reino, propició una debacle demográfica, económica y social de la que España tardaría en recuperarse demasiado tiempo, perdiendo así su posición dominante en Europa. 

A los largo de las ocho décadas que duró esta guerra se vivieron algunas de las batallas más épicas y algunas de las gestas más increíbles que el mundo militar ha visto. Episodios como la batalla de Jemmingen, el Socorro de Goes, el Asedio de Haarlem, el Milagro de Empel, o la Toma de Breda, ya forman parte del imaginario de los amantes de la historia militar, y constituyen solo unos pocos de los muchísimos ejemplos de lo que unos pocos hombres consiguieron luchando contra todo y contra todos, movidos por la lealtad a su reino y a su rey y la inquebrantable fe en su dios. 

España en la Guerra de los 30 Años (Parte VII. Fase Sueca 1632-1633)


Tras la derrota católica en Lech Gustavo se dirigió a Ingolstadt, plaza fuerte bávara a las orillas del Danubio. La idea era tomar esta ciudad y Ratisbona, asegurando así Baviera, pero Maximiliano, siguiendo los consejos de Tilly, había reforzado las defensas de ambas ciudades y las había guarnecido con abundantes y buenas tropas de forma que, cuando los suecos se plantaron ante ellas, no pudieron tomarlas. 

Al León del Norte solo le quedaba saquear Baviera, cosa que hizo durante el mes de mayo. Especialmente violento fue el saqueo de Múnich, ocurrido a mediados de mes. Por su parte Wallenstein, que había sido llamado nuevamente por el emperador en diciembre de 1631, logró reunir para mayo un ejército de unos 50.000 soldados. Su propósito era dividir el ejército protestante para lo cual marchó contra Bohemia con unos 30.000 hombres tomando Praga a finales de mayo. Controlada Bohemia y Silesia, Wallenstein se dirigió al norte invadiendo Sajonia, mientras que Pappenheim avanzaba por Westfalia, haciendo que Jorge Juan solicitase ayuda urgente a Gustavo ante la posibilidad de quedarse atrapado entre los dos ejércitos católicos.

Gustavo llegó a Nuremberg al frente de 10.000 infantes, 9.000 caballos y 70 cañones a finales de junio, y apenas una semana después Wallenstein se plantaba ante los muros de la ciudad con 27.000 infantes y 13.000 caballos más un tren de artillería de 80 piezas. Allí, a las puertas de la ciudad se libró una guerra de desgaste durante todo el verano, sin que ambos ejércitos chocasen frontalmente, tan solo escaramuzas de menor relevancia. Pero la inmovilización de las fuerzas de Wallenstein en Nuremberg hizo que Juan Jorge y Arnim invadiesen Silesia. Baltasar de Marradas plantó cara a la avalancha sajona pero la superioridad de los enemigos era demasiado grande, por lo que tuvo que ceder Breslau a primeros de septiembre y adoptar una guerra de guerrillas con la que ir mermando poco a poco a las fuerzas de Arnim.

Batalla de Breitenfeld


El 17 de septiembre de 1631 las fuerzas suecas y sajonas de Gustavo Adolfo lograban una gran victoria en Breitenfeld, al norte de Leipzig, contra los ejércitos católicos del emperador Fernando II de Habsburgo comandados por Jean Tserclaes, conde de Tilly. 

La Guerra de los 30 años llevaba ya más de una década y, tras la retirada Danesa del conflicto y el final de la Guerra de Sucesión de Mantua, ahora el nuevo enemigo del poder de los Habsburgo en Europa era Gustavo Adolfo de Suecia. El rey sueco demostró desde muy temprana grandes edad dotes y pronto emprendió una serie de reformas en todos los ámbitos, aunque fue el militar el que se llevó la palma. Gustavo extrajo valiosas lecciones de sus guerras contra los daneses y los polacos y las plasmó en una doctrina propia con la que en un tiempo récord logró enseñorearse de los campos de batalla de Alemania.

En mayo el León del Norte, como le apodaban, dio un ultimátum al emperador pero éste no debió tomárselo en serio cuando no solo no hizo nada sino que redujo sus fuerzas y cesó a su mejor general, Wallenstein. Los suecos llegaron en junio de 1630 al continente y desde ese momento extendieron sus líneas por toda Pomerania Oriental y Mecklenburg. Los católicos, bajo el mando del barón de Tilly, que ahora comandaba las fuerzas imperiales y las de la Liga Católica, trató de oponerse sin éxito a los protestantes escandinavos. A comienzos de 1631 Gustavo atacó Fráncfort del Oder y penetró en Brandeburgo, mientras que Tilly ocupó la ciudad de Magdeburgo, que fue saqueada por sus tropas. Tilly, en un error de cálculo, quiso forzar a Juan Jorge de Sajonia para que deshiciera su recién constituido ejército de la Unión Evangélica, así que invadió Sajonia y ocupó Leipzig, lo que hizo que Juan Jorge se uniese, en contra de su intención primigenia, a Gustavo Adolfo.

España en la Guerra de los 30 Años (Parte VI. Fase Sueca 1630-1632)


Son diversos los motivos que llevaron a Gustavo Adolfo a intervenir en la Guerra de los 30 años, si bien el principal que se esgrime es su preocupación ante el aumento del poder católico en Alemania, amenazando los propios intereses suecos en la costa báltica, no es menos cierto que el rey nórdico buscaba, como asegura William P. Guthrie en su obra Batallas de la Guerra de los Treinta Años, "compensación", es decir, conseguir todo lo que pudiera y expandir al máximo su poder. 

Lo cierto es que desde comienzos de 1628 Suecia se venía preparando para la guerra, otorgando el parlamento plenos poderes al rey para que dispusiera lo necesario para un futuro conflicto. La derrota danesa era ya un hecho para 1629 y la influencia y el comercio sueco en el Báltico estaban amenazados. Además Francia había mandado emisarios a Suecia ofreciendo financiación para su intervención militar. Por ello Gustavo Adolfo se preparó a conciencia para una guerra que supondría invadir la costa norte de Alemania y asegurar así el control de esa parte del continente.

Así las cosas el emperador no debió tomarse muy en serio la amenaza que supondría un rival como Suecia cuando, tras acabar con los daneses y firmar la paz de Lubeck, y estar a punto de poner fin a la cuestión de la  Sucesión de Mantua, en 1630 disolvió la mayor parte de su ejército y cesó al general Wallenstein en la Dieta de Ratisbona en julio de ese año. Mucho se ha especulado con esta destitución, pareciendo la causa más probable la desconfianza de Fernando II ante el aumento de poder del general imperial. Ahora las fuerzas imperiales se reducían a 40.000 hombres mientras que las de la Liga sumarían un total de 20.000, quedando los dos ejércitos bajo el mando único del conde de Tilly, todo ello a pesar del ultimátum dado por los diplomáticos suecos para que los imperiales se retirasen de Mecklenburg y Pomerania el 11 de mayo.

Batalla de Nördlingen


Un 5 de septiembre del año 1634 comenzaban los primeros combates de una de las batallas más importantes de la Guerra de los 30 años. En Nördlingen las tropas españolas, imperiales y de la Liga Católica asestaban una severa derrota al ejército sueco de Gustavo Adolfo, que se habían enseñoreado de los campos de batalla alemanes. 

La Guerra de los 30 años llevaba algo más de una década cuando los suecos, con el rey Gustavo Adolfo II de Suecia a la cabeza, desembarcaron en las costas alemanas en 1630. Las revolucionarias tácticas de combate que había promovido el rey, habían convertido al ejército sueco en una moderna máquina de guerra que avanzaba imparable desde el norte de Alemania. Los suecos introdujeron modificaciones como el añadir 4 piezas ligeras de artillería más por regimiento. También la formación de la brigada, compuesta por 2 regimientos; redujeron la profundidad y aumentaron la extensión de sus formaciones y también incrementaron la potencia de su fuego con la creación de la táctica de la doble salva.

España, bajo el reinado de Felipe IV, había decidido ayudar al emperador en la guerra; los lazos dinásticos y la continuación de la hegemonía Habsburgo en Europa. De esta manera los ejércitos católicos se habían impuesto a la revuelta Bohemia, el levantamiento de los protestantes alemanes agrupados en torno a la figura de Federico el Palatino, y habían derrotado al rey Cristian de Dinamarca en su intento de lanzar una ofensiva contra los católicos en Alemania.

La nueva amenaza ahora eran los suecos, que desde su llegada al continente en julio de 1630 había avanzado por Pomerania y Magdeburgo con la ayuda de su aliada Sajonia-Weimar, y derrotando a los católicos en Breitenfeld, Lech y Lützen, por lo que el emperador necesitaba la ayuda de España si quería detener al poderoso ejército sueco que, aunque había perdido a su rey, seguía constituyendo la fuerza más poderosa en ese momento en el continente. Así que el rey de España armó un ejército en Milán bajo el mando de Diego Mexía Felipe de Guzmán, marqués de Leganés. Éste debía auxiliar a los católicos en Alemania y llevar al Cardenal-Infante, Fernando de Austria, hijo de Felipe III, a tomar posesión del cargo de gobernador de los Países Bajos, tras el fallecimiento de Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II.

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