Batalla de Pavía

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Guerreros: El Gran Duque de Alba (Parte III)

 


La toma de la ciudad de Brielle por parte del Los Mendigos del Mar y la derrota del conde de Bossu en su intento por recuperarla, dieron lugar a una serie de adhesiones a la causa rebelde que traerían nefastas consecuencias para los intereses de la Monarquía Española, aunque éstas, no las sufriría el duque de Alba por mucho más tiempo. 

Los primeros movimientos del duque ante esto fueron la recluta de diversas compañías valonas que fueron puestas bajo el mando de Cristóbal de Mondragón, y guarnicionar las plazas de Holanda y Zelanda. También escribió al rey pidiendo más dinero. Los planes de los Nassau pasaban por el avance de los Mendigos, en combinación con la entrada desde Alemania de Guillermo y la de Luis, haciendo lo propio desde Francia en compañía de los hugonotes. El 24 de mayo de 1572, el pequeño de los Nassau capturó la ciudad de Mons tras un ardid de los partidarios de Orange que había dentro de la ciudad, y la llegada de refuerzos bajo el mando de Mos de Genlis y François de la Noue. La pérdida de Mons era un problema de graves proporciones, ya que proporcionaba una ruta directa entre Bruselas y Francia. 

La apertura de este segundo frente por parte de Luis de Nassau dejó a Alba en una situación delicada, ya que solo disponía de 7.000 hombres a los que se les adeudaban varias pagas, y, para colmo, al otro lado del Rin el ejército de Guillermo cada día era más numeroso. No tardaron sus enemigos en la Corte en usar esto contra él, mientras que el duque de Medinaceli llegaba a los Países Bajos con la consigna de ofrecer un perdón general que pusiera fin a la revuelta. Pero Alba, a pesar de contar ya con 65 años, no iba a ser presa fácil ni para sus detractores en España, y mucho menos para sus enemigos en Flandes. Logró obtener 200.000 ducados de Cósimo de Médicis, y trajo a las tropas alemanas de Frundsberg y Eberstein, y llamó a su hijo Fadrique, que se hallaba socorriendo Middelburg de los Mendigos, para que se dirigiera a toda prisa a recuperar Mons. 

La Pacificación de Gante y el Edicto Perpetuo

 


El 8 de noviembre de 1576 se firmaba el acuerdo conocido como la Pacificación de Gante, un acuerdo alcanzado por todas las provincias de los Países Bajos, tanto las rebeldes como las leales a la Corona, por el cual se determinaban las condiciones en las que se firmaría una paz con la Monarquía Española, para poner fin de esta manera a la guerra que había comenzado en 1568.

La invasión rebelde de 1572, tras la toma por parte de los Mendigos del Mar de las villas de Brielle, Flesinga o Dordrecht, había hecho crecer como la pólvora la rebelión en los Países Bajos. Guillermo de Orange y su hermano vieron la oportunidad de lograr lo que no habían podido en 1568. Tres fueron los ejércitos rebeldes que penetraron en los Países Bajos; por el norte avanzó Guillermo de Berg, el príncipe de Orange lo hizo por el centro, mientras que Luis de Nassau junto al almirante Coligny avanzó por el sur desde Francia. El Gran Duque de Alba tuvo que redoblar sus esfuerzos para contener el desastre, sin los fondos necesarios y con la sombra del duque de Medinaceli, Juan de la Cerda, que había llegado en teoría para sustituirle.

Pero Medinaceli, conocido por su carácter apacible y comedido, no se entendió desde el primer momento ni con Alba ni con las tropas españolas, que le consideraban débil e incapaz de hacer frente a una situación como la que se venía encima, así que, hastiado, regresó a España. Esta vez Felipe II encontró en el gobernador de Milán, Luis de Requesens, la figura que debía apaciguar mediante la diplomacia el indómito escenario de los Países Bajos. Como mentor de Juan de Austria, estuvo en la Guerra de las Alpujarras o en la Batalla de Lepanto a su lado, lo que le dotaba de buenos conocimientos militares, pero sus años de embajador ante la Santa Sede también le habían conferido un talento diplomático bastante grande.

Guerreros: Bernardino de Mendoza


Hablar de Bernardino de Mendoza es hablar de un hombre total; fue un formidable militar, un excelente diplomático, sagaz espía, y avezado escritor y cronista al servicio de la monarquía española. Siempre en el ojo del huracán, su vida fue el fiel reflejo de la época dorada de España, aunque hoy en día su figura haya caído casi por completo, como es costumbre entre los grandes personajes de la historia patria, en el olvido.

Bernardino nació en 1540 en Guadalajara, en el seno de una noble familia que llegó a esas tierras desde Álava en la segunda mitad del siglo XIV de la mano de Pero González de Mendoza. Más tarde los Mendoza se convirtieron en condes de Coruña y vizcondes de Torija. Fue el décimo de los 19 hijos que tuvo el matrimonio entre Alonso Suárez de Mendoza, conde de Coruña, y Juana Jiménez de Cisneros, sobrina del poderoso cardenal Cisneros. El primogénito de la familia, Lorenzo Suárez de Mendoza, heredó el título, convirtiéndose en el IV conde de Coruña, y sirvió en los ejércitos de Carlos I y Felipe II, llegando a ser virrey de Nueva España. Otro hermano suyo, Antonio, llegó a ser gentilhombre de cámara de Felipe II, y su hermana viuda, Ana, fue institutriz de los infantes Don Diego y Don Felipe, hijos del rey. 

Bernardino de Mendoza pasó la típica infancia del segundón de noble cuna. Siguiendo los pasos de otros tantos Mendoza, estudió y se graduó como bachiller en Artes y Filosofía en la Universidad de Alcalá de Henares en 1556. Tiempo después se licenció y entró en el Colegio Mayor de San Ildefonso. Este hecho, unido a las influencias familiares y su gran inteligencia y capacidad, le abrieron las puertas para entrar al servicio del rey. De esta forma en 1562 decidió dar un giro a su vida y se alistó en los ejércitos de Felipe II. Tal y como él mismo relata en su gran obra Comentarios de lo sucedido en las Guerras de los Países Bajos, se estrenó en las armas en la defensa de Orán y Mazalquivir , en 1563, acudiendo con la flota de socorro en ayuda de los hermanos Córdoba.

La Guerra de los 80 Años: Los Orígenes (Parte II)


A comienzos de mayo de 1567 la revuelta había sido completamente controlada por la gobernadora Margarita de Parma, la cual escribió inmediatamente al rey anunciándole las buenas nuevas e instándole a desistir en un decisión de enviar al duque de Alba junto con sus Tercios Viejos

Pero Felipe II desconfiaba de aquella aparente calma en la que se habían sumido los Países Bajos tras la reacción de su hermanastra, y juzgaba necesario seguir adelante con sus planes de pacificación y castigo de los rebeldes. El monarca creía que Orange y el resto de líderes protestantes habían sufrido un pequeño contratiempo y pronto volverían a organizarse y presentar batalla.

Además en la Corte de Madrid los miembros del partido de Éboli, contrarios a una intervención militar al principio, ahora veían con buenos ojos ésta. Por un lado el duque de Alba, su principal rival, marchaba de España dejando las manos libres a Ruy Gómez de Silva para seguir afianzando y acrecentando su poder. Por otro, estaban convencidos de que el Gran Duque fracasaría en su intento de restablecer la paz y, por tanto, caería en el descrédito ante los ojos del rey. Por lo que finalmente no se varió ni un ápice los planes trazados meses antes. 

Los Tercios: Soldados y Empleos


Entre los soldados de los tercios de los ejércitos hispánicos podíamos encontrar desde primogénitos de grandes de España, pasando por segundones de casas nobles, caballeros, hidalgos, célebres escritores y por supuesto hombres humildes de toda condición y profesión. Fernando Martínez Laínez calcula que el veinticinco por ciento de los soldados de los tercios tenían derecho al "don", es decir, eran bachilleres o nobles. Esto, por supuesto, no tenía parangón con ningún otro ejército de cuantos campaban por Europa, donde era inconcebible que un noble combatiese a pie como infante, algo muy común entre los españoles. 

El proceso para entrar a formar parte de los tercios era bastante simple. Cuando se necesitaban soldados el rey mandaba designar capitanes que levantasen bandera, esto es, reclutasen gente. Los capitanes se escogían de entre los soldados veteranos que se habían ganado a pulso y por méritos propios la posibilidad de mandar una compañía. Para ello debían presentar ante el Consejo de Guerra sus papeles; éstos eran las cartas y certificados que sus mandos habían firmado y donde se les atribuían méritos, logros y acciones, y que todo soldado llevaba siempre encima. Una vez examinados los papeles por el Consejo, y si era merecedor del cargo, era nombrado capitán y el propio rey firmaba la patente. Este documento lo nombraba capitán, le asignaba un sueldo a él y a sus futuros hombres y le autorizaba a levantar bandera. 

El capitán se presentaba en una población y reclutaba gente de todo tipo; desde veteranos soldados que aspiraban al cargo de sargentos o cabos, así como hombres que tan solo buscaban un salario, o que aspiraban a alcanzar fama, gloria o fortuna. La única condición era que no fuesen ancianos, impedidos o menores de 20 años, aunque esto último muchas veces se incumplía. En la España del siglo XVI resultaba todo un espectáculo ver entrar a los capitanes en los pueblos, acompañados de sus ayudantes, tambor y pífanos lo que unido a las historias que circulaban sobre aventuras y riquezas, lo hacía especialmente atractivo a los ojos de los jóvenes de la población. Al nuevo soldado se le entregaba algo de dinero por adelantado, y vestido y calzado, así como el arma, que se le descontaba de su futura paga.

Guerreros: Sancho Dávila



Sancho Dávila y Daza vino al mundo un 21 de septiembre del año 1523 en la ciudad castellana de Ávila y alcanzó merecida fama por sus notables éxitos militares en las 4 décadas en las que combatió en los campos de batalla de media Europa y del norte de África.

Sancho de Ávila o Dávila era hijo del militar comunero Antonio Blázquez Dávila, veterano del asedio de la fortaleza de Fuenterrabía, y de Ana Daza, de notoria familia hidalga. Tuvo dos hermanos, Tomás y Beatriz, y quedó huérfano a la temprana edad de 15 años, por lo que se encomendó a los hábitos, como muchos otros hidalgos en España.

Inició estudios eclesiásticos esperando seguir los pasos de su tío, Pedro Daza, que era el archidiácono de la catedral de Ávila, recibiendo formación en filosofía, latín, gramática y teología, pero viajó a Italia para seguir formándose y cambiaron todos sus planes, descubriendo la pasión de las armas. Fue en Italia, concretamente en Roma, donde decidió unirse al Tercio de Hungría de Álvaro de Sande, veterano soldado de Túnez, que marchaba para Alemania para luchar en las disputas del Emperador Carlos V con la Liga de Esmalcalda.

Sitio de Middelburg


El 4 de noviembre de 1572 las tropas protestantes de Jerome de Tseraart comenzaban un duro asedio sobre la villa católica de Middelburg, en el corazón de Zelanda, defendida valientemente durante casi un año y medio por Cristóbal de Mondragón.

Inmersas en la Guerra de los 80 años, las tropas españolas tratan de contener el avance de los protestantes holandeses por todos los Países Bajos. En la provincia de Zelanda los protestantes comenzaron una brillante campaña de la mano del gobernador de Flesinga, Jerome de Tseraart, que había levantado un ejército de unos 7.000 hombres, entre holandeses, mercenarios alemanes e ingleses. Solo resistían en Zelanda las villas de Middelburg, la capital de la provincia, Goes y Arnemuiden.

Del motín de Alost al Saco de Amberes


El 4 de octubre del año 1576 las tropas españolas de Sancho Dávila, refugiadas en la ciudadela de Amberes, pedían socorro a los españoles amotinados en Alost, ante la traición de las autoridades de la ciudad que habían dejado entrar en ella a los ejércitos protestantes del conde de Egmont.

Inmersa en la Guerra de los 80 años la Hacienda Real española no podía seguir soportando los ingentes gastos que conllevaba dicho conflicto. En 1574 Felipe II enviaba el doble de dinero al gobernador de los Países Bajos, Luis de Requesens, que en los tiempos del Duque de Alba, pero el 1 de septiembre de 1575 la Corona se quedó sin fondos y declaró la suspensión de los pagos de los intereses de la deuda contraída, por lo que se cortó el grifo de la financiación y los Tercios se quedaron sin pagas.

El ejército de Flandes se vio sin dinero y rodeado de enemigos. Guillermo de Orange no perdió el tiempo y movilizó todas sus fuerzas contra los españoles. Requesens logró tomar Zirickzee, en un asalto encabezado por Dávila, pero la pésima situación financiera impidió la ofensiva sobre Zelanda, así que trató de cerrar acuerdos con las provincias católicas en previsión de lo que se venía encima pero falleció casi repentinamente el 5 de marzo de 1576. Ahora el conde Pedro Ernesto de Mansfeld se hacía cargo de un ejército de más de 80.000 soldados que no cobraban sus pagas.

Batalla de Mook


El 14 de abril de 1574 el ejército hispánico, bajo el mando del maestre Sancho Dávila, obtenía una brillante victoria sobre las tropas protestantes de Luis de Nassau en la localidad de Mook, en la provincia de Limburgo.

En el marco de la Guerra de los 80 años, Luis de Nassau se lanzó con sus tropas desde Alemania a comienzos de 1574. En febrero cruzó la frontera con la misión de unirse a Guillermo de Orange. Con 6.000 infantes y 3.000 jinetes invadió el Brabante e intentó desviar la atención española, cuyas tropas se encontraban asediando Leiden desde octubre del año anterior.

Luis de Requesens, gobernador de los Países Bajos, apenas disponía de hombres, por lo que Luis de Nassau creyó que los católicos no podrían contener su ofensiva. Pero no contó con la extraordinaria capacidad española para reaccionar en situaciones adversas y sobre todo, con la calidad de sus tropas.

Requesens, en cuanto tuvo constancia de la invasión protestante, envió todos los hombres que fue capaz de reunir. El plan: tratar de interrumpir el avance de Luis en el río Mosa. Para ello los españoles recurrieron a escaramuzar con el enemigo ante la superioridad numérica de éste. Uno de estos episodios se dio el día 18 de marzo cuando, mediante una encamisada, táctica muy usada por los españoles, con apenas 300 arcabuceros españoles y casi igual número de valones, causaron al enemigo más de 700 bajas, por tan solo 4 valones y 3 españoles muertos.

Socorro de Goes


Un 21 de octubre del año 1572 las tropas angloholandesas de Jerome de Tseraart, gobernador de Flesinga, se batían en retirada, tras tener que levantar el cerco de Goes, ante el empuje de los tercios españoles comandados por Cristóbal de Mondragón.

El duque de Alba, enviado en 1567 por el rey Felipe II para sofocar las revueltas protestantes, había logrado recuperar el control del sur de los Países Bajos, pero el norte era otra cosa. Lejos del control de la gobernadora, se habían multiplicado las ciudades en rebeldía. Esto era algo harto costoso de dominar, ya que habría que entrar en una guerra de expugnación de plazas muy costosa y sufrida, algo que España no se podía permitir. 

A finales de agosto de 1572, y en el marco de la Guerra de los 80 años, el gobernador calvinista de Flesinga, Jerome de Tseraart, levantaba un ejército para sitiar la plaza de Goes, bajo dominio español. Tseraarts ya había intentado arrebatarle la plaza a los españoles, pero había sido repelido brillantemente por los tercios encargados de su defensa. Ahora armaba una potente fuerza: 4.500 calvinistas flamencos y franceses, respaldados por más de 1.000 protestantes alemanes, bajo mando del propio Tseraart, y unos 2.000 ingleses comandados por Thomas Morgan y Humphrey Gilbert. A estas fuerzas había que añadirles la fuerza naval: más de 40 naos gruesas, mucha artillería y decenas de charrúas, todo ello dirigido por Peterson Worst, uno de los almirantes holandeses de los llamados Mendigos del mar.

Batalla de Alcántara


A las 3 de la mañana del 25 de agosto de 1580, el duque de Alba se despertaba y escuchaba misa. Tan solo unas horas después había logrado una aplastante victoria sobre las tropas portuguesas del prior de Crato, despejando el camino hacia Lisboa y dándole otra corona a Felipe II.

La muerte sin descendencia de Enrique I, rey de Portugal, en enero de 1580, había abierto la sucesión al trono del país vecino. Felipe II, como hijo de Isabel de Portugal y por tanto, nieto del rey Manuel I, reclamaba para sí el trono. A su vez, Antonio, prior de Crato, era hijo ilegítimo del infante Luis de Avís, y por tanto, nieto del rey Manuel I también.

En este orden de acontecimientos, Antonio fue el primero en dar un golpe de efecto autoproclamándose rey de Portugal el 20 de junio de 1580. Felipe no podía aceptar tal afrenta, así que se preparó para invadir el territorio luso. Para ello no dudó en sacar del ostracismo a su mejor general, el duque de Alba, que llevaba un año desterrado en Uceda por la tensa relación que en los últimos años tenía con el rey a causa del comportamiento de su hijo Fadrique.

Batalla de Jemmingen


El 21 de julio del año 1568 las fuerzas del imperio español, bajo el mando de Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, duque de Alba, obtenían una aplastante victoria contra el ejército rebelde holandés de Luis de Nassau en la villa alemana de Jemmingen.

Hacía menos de un año que el duque de Alba había llegado a Flandes a través del Camino Español, dispuesto a sofocar las revueltas calvinistas que habían dado inicio a la Guerra de los 80 años. El duque estaba alarmado por la situación que estaba presenciando en esos momentos: Guillermo de Orange había organizado un poderoso ejército con mercenarios alemanes que acababa de invadir Groningen. Durante el transcurso de ésta, el Tercio Viejo de Cerdeña se vio sorprendido en los alrededores de Heilergerlee y la mitad de sus hombres pereció en la contienda.

La situación exigía actuar con celeridad, por lo que el duque de Alba organizó rápidamente a sus otros dos Tercios Viejos: el de Sicilia, bajo el mando del maestre de campo Julián Romero, y el Lombardía, que mandaba el maestre Sancho de Londoño, y que irían en vanguardia. A éstos había que sumarle tropas valonas y las de los alemanes del conde de Mega, sumando un total de casi 12.000 soldados y unos 3.000 jinetes. Con todo ya preparado el comandante español se puso en marcha y llegó hasta Groningen el 15 de julio.

Batalla de Mühlberg. La Campaña del Elba



El 24 de abril de 1547 las tropas imperiales, comandadas por el propio emperador Carlos V, obtenían una victoria aplastante en la localidad alemana de Mühlberg, sobre el ejército de la Liga de Esmalcalda, dirigido por Juan Federico I, Elector de Sajonia, y Felipe I, Landgrave de Hesse.

Creada en 1531, la Liga Esmalcalda agrupaba a los territorios de Sajonia, Hesse, El Palatinado, Brunswick, Bremen, Lübeck, Magdeburgo, Estrasburgo, Ulm y Constanza entre otros, extendiendo sus dominios desde el Báltico hasta Suiza, con el fin de apoyar la Reforma Luterana y debilitar el poder del emperador del Sacro Imperio, Carlos V. Lo que en un primer momento era una unión para tratar de mantener los privilegios de los príncipes protestantes, se acabó convirtiendo en una guerra sin declaración previa, más aún con las ayudas recibidas por los protestantes desde Francia primero, y más tarde desde Dinamarca.

Alentados por el titubeo y la tolerancia inicial del emperador, pronto empezaron las confiscaciones de tierras a la Iglesia Católica y la expulsión y persecución de católicos, ya que los protestantes no solo buscaban imponer su fe, sino apropiarse también del patrimonio de sus enemigos. Los príncipes católicos se unieron algo más tarde, en 1538, bajo la llamada Liga Católica o Santa Liga de Nuremberg. Reclamado por la Iglesia, Carlos V, como emperador, estaba obligado a defender al catolicismo de los constantes ataques en los territorios protestantes, por lo que se decidió a actuar acompañado por su hermano Fernando, archiduque de Austria y rey de Hungría y Bohemia, y de sus aliados en Baviera, territorio que permanecía fiel a la Iglesia Católica. 

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