Posiblemente nació hacia el año 1515, pero lo que es seguro es que Sancho de Londoño fue el perfecto ejemplo del soldado español; disciplinado, aplicado y valeroso, con innegables dotes para el combate y capaz de progresar de simple piquero a maestre de campo, algo común en los Tercios españoles.
Fue el primogénito de Antonio de Londoño, señor de Hormilla, en La Rioja, y de Ana Martínez de Ariz. Tuvo varios hermanos, destacando entre ellos a Antonio de Londoño, quien luchó en Lombardía, pero poco se sabe de su infancia, salvo que estudió en Alcalá de Henares, de ahí el innegable talento del que hará gala para las letras y las matemáticas.
Entró al servicio de Carlos I en los ejércitos del duque de Alba como piquero, en 1542, entrando en combate en el ducado de Milán contra los franceses, y posteriormente en la frontera entre España y Francia. También participó en el avance español sobre París, forzando a los franceses a pedir la paz. Para 1546 era trasladado a Alemania donde al emperador Carlos le había salido un peligroso enemigo: la Liga Esmalcalda, participando en la campaña del Danubio. En 1547 entró en batalla en Mühlberg, donde los imperiales obtuvieron una brillante victoria y propiciaron un terrible golpe a la Liga.
Más tarde, como teniente de la compañía de caballería ligera de Ruy Gómez de Silva, intervino en diversas campañas y para 1552, ya como capitán de infantería, se destacó en el frustrado asedio a la plaza de Metz, defendida por el gobernador de la misma, el duque de Guisa, militar francés de gran valía y determinación, que obligó a los imperiales a retirarse. Londoño culpó a la mala planificación y al general de las tropas suizas de no haber podido expugnar finalmente tan importante villa.
En 1553 participó en las guerras de Siena, como así atestigua su amigo, el capitán Francisco de Valdés, que le acompañará en la mayoría de los combates que libre a lo largo de su vida, en su obra "Espejo y disciplina militar". Bajo las órdenes de García de Toledo, encargado del socorro de Malta y la toma del Peñón de Vélez de la Gomera, participó en el sitio de la villa de Montalcino.
A la muerte de su padre fue nombrado señor de Hormilla, y en 1554 se le concedió el hábito de la Orden de Santiago por todos sus logros conseguidos. El duque de Alba, quien le tenía en gran estima, le volverá a reclamar para 1555. Escribió desde Bruselas a Ruy Gómez diciéndole: "A Don Sancho de Londoño pienso enviar a llamar para capitán de seis celadas de mi guarda, y conforme a esto, podrá v. m. mandalle lo que será servido". De esta forma Londoño partió hacia los Países Bajos al lado del duque, partiendo un año más tarde a Nápoles para apoyar la invasión de los Estados Pontificios.
Para 1558 era ya tenido como uno de los mejores soldados del imperio y por eso fue nombrado maestre de campo del Tercio Viejo de Lombardía, en Milán. Este Tercio era una de las unidades de élite de la monarquía española. Allí iban a perfeccionar el arte de la guerra multitud de nobles, conscientes de la brillante formación que podían obtener allí. Londoño afirmará en una carta enviada al duque de Alba que "de los 3.000 hombres que son a mi cargo hay entre ellos más nobleza y gente de lustre que yo he visto doblado en número".
Un año después ocupó el cargo de gobernador del fuerte de Asti, uno de los muchos que defendían el Ducado de Saboya, del que era señor Manuel Filiberto, "Testa di ferro". Los siguiente años Sancho los dedicará a negociaciones diplomáticas con los grisones, y tratar de asegurar las posiciones defensivas a su cargo. Londoño se quejaba de lo inútil que resultaba tener el Tercio tan repartido en muchos lugares, siendo él partidario de concentrarlo en pocas plazas para poder concentrar las fuerzas rápidamente.
En 1564 el duque de Sessa, Gonzalo Fernández de Córdoba, dejaba el cargo de gobernador de Milán, recayendo éste en el duque de Alburquerque, Gabriel de la Cueva. Las relaciones entre el nuevo gobernador y Londoño se deterioraron rápidamente hasta el punto de pedir el último su retiro de la vida militar. Por supuesto, le fue denegada tal opción, por ser imprescindible para la Corona, sin embargo, le pusieron al frente de las misiones diplomáticas con los grisones, hoy uno de los cantones suizos.
La misión encomendada era de suma importancia, pues consistía en buscar pasos seguros para el llamado Camino Español. Para ello era imprescindible que la liga grisona no se aliase con los franceses, de tal forma que se pudieran abrir los pasos de la Valtelina y la Engadina. Londoño desconfiaba de los grisones, pues según él solo se debían al dinero, y finalmente no logró el acuerdo que deseaba con ellos.
Tras este fiasco se le destinó al socorro de Malta en 1565. Los turcos habían invadido la isla en mayo, y Felipe II organizó una flota a cargo de García de Toledo, capitán general de galeras. Tras 3 meses de asedio, en el que los defensores, con Jean de La Valette a la cabeza, aguantaron contra todo pronóstico, logró el socorro desembarcar a comienzos de septiembre. El panorama que allí se encontró Londoño tuvo que ser desolador, como se extrae de sus escritos, y al fin, el 11 de septiembre, derrotaron a los turcos en una batalla que dejó apenas 4 muertos españoles por más de 1.000 enemigos, los cuales huirían por mar al día siguiente.
Londoño estará un año en Malta, supervisando las tareas de reconstrucción y levantamiento de fortificaciones. En estos tiempos había pasado a tener una buena relación con el duque de Alburquerque, quien apreciaba en extremo la valía de Londoño como militar. En octubre de 1566 llegó Sancho acompañado del capitán Francisco de Valdés a Génova, para ponerse nuevamente a las órdenes del gobernador de Milán, poco tiempo estaría allí.
En 1567 acompañó nuevamente al duque de Alba, esta vez a Flandes, donde las cosas se habían puesto difíciles con las revueltas protestantes. Al frente del Tercio de Lombardía entró pronto en combate, en Nimega, donde obtuvo una notable victoria. De allí fue enviado a Lier, destino en el que no se sintió cómodo en ningún momento y donde escribió, por encargo del duque de Alba, "Discurso sobre la forma de reducir la disciplina militar a mejor y antiguo estado".
En este tratado, imprescindible para las siguientes generaciones de soldados, explica Londoño los males que azotan al ejército de la corona y cómo corregirlos, haciendo especial hincapié en el peligro que supone la paz para la disciplina militar, la necesidad de obediencia a la corona y a los mandos y los castigos que han de imponerse para lograr esto. También describe los deberes de los distintos escalafones del ejército, su estructura, las armas que han de emplearse y el entrenamiento necesario para formar buenos soldados.
En abril de 1568, enfermo, y aunque siempre al frente de sus tropas, no pudo combatir personalmente en la batalla de Dalen, donde los españoles obtuvieron una aplastante victoria contra las tropas holandesas comandadas por Joost de Soete. En octubre venció de nuevo a los holandeses en el río Mosa y para las navidades de aquel año, su enfermedad ya había avanzado y todos temían por su vida. El duque de Alba procuraba siempre tenerle a su lado y se interesaba constantemente por él, al igual que el duque de Alburquerque.
El 30 de mayo moría uno de los más destacados genios militares que dio España, en aquellas tierras, donde nunca quiso estar pero, con su habitual disciplina y obediencia, se había resignado a morir, dejando testamento en su hermana y su alférez. Londoño fue el perfecto ejemplo de hombre armas español de aquella época: bravo soldado, diestro con la espada y la pluma, que consiguió ascender hasta lo más alto desde lo más humilde. Él mismo se jactaba de no haber sido herido ni de perder jamás una posición que se le hubiese mandado defender.
Dejó, además del mencionado tratado militar, obras como "Libro del arte militar", "Soliloquios del estado de la monarquía" o "Laberintos de las cosas de España". También dejó multitud de poemas, los cuales pueden consultarse en la Biblioteca Nacional.
Batalla de Dalen |
Sitio de Malta
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