Batalla de Pavía

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1652, ¿Un nuevo Annus Mirabilis?

 


Se habla del año 1625 como el Annus Mirabilis de las armas hispánicas, y no le falta razón a aquellos que así lo afirman, ya que la Monarquía Española obtuvo una serie de impresionantes victorias en los distintos teatros de operaciones bélicos del mundo. En Flandes, la conquista de Breda a manos de Ambrosio Spínola fue todo un hito y acrecentó la ya de por sí merecida fama del general genovés. En Italia los hispánicos socorrieron Génova, mientras que en América derrotaron a los holandeses en Salvador de Bahía, recuperando la vital ciudad, y en Puerto Rico, y en España acabaron con la armada anglo holandesa en Cádiz. 

Pero el año 1652 ha pasado bastante inadvertido para la historiografía tradicional como año triunfal para los ejércitos hispánicos. La Guerra de los Treinta Años había llegado a su fin cuatro años antes, pero España tenía que seguir viéndose las caras con su enemiga, Francia, que controlaba buena parte de Cataluña, y presionaba en los Países Bajos españoles y en el Milanesado. La estrategia de la Monarquía para 1651 pasaba por mantener la iniciativa en Cataluña, tal y como había sucedido en 1650, y recuperar Barcelona. Las Guerras de la Fronda habían mermado considerablemente la capacidad francesa para responder en todos los frentes que mantenía abiertos contra la España de Felipe IV, así que el marqués de Mortara, virrey de Cataluña, recibió órdenes de ponerse en campaña. 

Mortara, al que se había unido en Tarragona Juan José de Austria procedente de Sicilia, se lanzó a por su objetivo a comienzos de julio desde Lérida, tomando rápidamente numerosas plazas entre agosto y  octubre, incluyendo Prades, Mongat, Sarriá, Sans, Hospitalet de Llobregat y Tarrasa, cercando así Barcelona, que además había sufrido las terribles consecuencias de un brote de peste en los meses anteriores en el que murieron unas 30.000 personas. Las fuerzas de Juan José de Austria establecieron una línea fortificada alrededor de la ciudad, desde Monjuic hasta el río Besós, mientras que la artillería española se empeñó en bombardear la ciudad, que disponía de 8 regimientos de infantería, 4 catalanes, 2 suizos y 2 franceses, y otros 2 regimientos de caballería para su defensa. 

De la Batalla de Montjuic al Asedio de Tarragona.

 


A comienzos de mayo de 1641 una flota francesa compuesta por 32 galeones y 14 galeras bajo el mando de Henri d'Escobleau de Sordis, arzobispo de Burdeos, llegaba a las aguas de Tarragona mientras que por tierra hacía lo propio el ejército del mariscal Philippe de La Mothe-Hondacourt. El objetivo no era otro que tomar la ciudad y desde ahí penetrar en Valencia poniendo en jaque a España. 

Con el levantamiento en Cataluña producido tras el Corpus de Sangre, los líderes políticos catalanes capitalizaron aquellos sucesos y firmaron el 7 de septiembre de 1640 el Tratado de Ceret con Francia. Por este acuerdo Cataluña se ponía bajo la protección de Luis XIII a cambio de protección y apoyo. El objetivo de Richelieu de desestabilizar la Monarquía Española desde el interior del reino se estaba logrando, y desde Madrid se organizó un ejército que restableciera el control del principado ante el temor de que los franceses se internasen allí y dificultasen las operaciones militares y políticas. 

El ejército realista, bajo el mando del marqués de los Vélez, nuevo virrey de Cataluña, se componía de 25.000 hombres y a comienzos de noviembre recuperó el control sobre la plaza de Tortosa y prosiguió su avance retomando Villafranca del Penedés y posteriormente Martorell. El objetivo principal, Barcelona, se encontraba a tiro y el pánico se apoderó de los líderes de la revuelta, sobre todo de Frances Tamarit y de Pau Clarís, quien convocó a la Junta de Brazos el 16 de enero de 1641 y la convenció de entregarse por completo a los franceses. Tanto la Junta como el Consejo del Ciento acordaron jurar a Luis XIII como nuevo conde de Barcelona. Esto supuso, al contrario de las pretensiones de Clarís y sus allegados, dejar Cataluña como vasalla de Francia, y pronto los franceses así lo demostraron. 

El frente del Rosellón. La lucha por Salses. 1639

 


Tras la entrada de Francia en la Guerra de los Treinta Años, en 1635, el frente de batalla se había desplazado a las mismas fronteras españolas, concretamente al norte del país, convirtiendo Guipúzcoa, Navarra, el Rosellón y Cataluña en los principales territorios a defender por los ejércitos de la Monarquía Española. 

Olivares había diseñado en los años anteriores a 1639 la invasión del Languedoc desde las bases españolas en el Rosellón, aunque o no habían tenido éxito o ni siquiera se habían llegado a producir por el adelanto de las campañas de los franceses, que obligaban a las fuerzas de Felipe IV a ir a remolque. Tras el desastre del ejército francés del príncipe de Condé en Fuenterrabía el año anterior, Richelieu planificó para el año 1639 un ataque total sobre todos los territorios de la Monarquía Española. Los Países Bajos, Italia y el Rosellón eran el objetivo y para ello movilizó cuantos recursos pudo con los 13 millones de táleros que fueron destinados ese año a gasto militar. 

A comienzos del verano un ejército de 15.000 hombres, agrupados en 17 regimientos bajo el mando del príncipe de Condé y del mariscal Schomberg penetró en el Rosellón y se hizo de manera rápida con la fortaleza de Opol, en los Pirineos Orientales, y la villa de Rivesaltes, a las afueras de Perpiñán, dejando completamente aislada por el norte, oeste y sur, la importante plaza de Salses, mientras que al este, la laguna de Salses imposibilitaba cualquier auxilio. Esta plaza disponía de buenas murallas y más de una veintena de cañones, así como una guarnición de 700 soldados bajo el mando de Bartolomé Gil. A pesar de ello, era improbable que una plaza tan pequeña y con tan pocos defensores pudiera resistir un asedio tan fuerte. 

Batalla de Lens

 


El 20 de agosto de 1648 se producía en Lens la última gran batalla de la Guerra de los Treinta Años en la que combatiría el Ejército de Flandes, al mando del archiduque Leopoldo, y el ejército francés del duque de Enghien. La derrota hispánica, al igual que ocurriese en Rocroi, sería hábilmente explotada por la propaganda francesa. 

En el contexto de los últimos coletazos del conflicto que había sumido a Europa en el caos durante los últimos treinta años, el cardenal Mazarino, primer ministro francés del joven rey Luis XIV, buscaba obtener una mejor posición en las negociaciones que se estaban llevando a cabo en Westfalia con el objetivo de lograr la paz. El desastre anterior de las fuerzas francesas en Cataluña y la firma de la Paz de Münster el 30 de enero de 1648 entre España y las Provincias Unidas, habían complicado la posición de Mazarino al frente del gobierno. El cardenal había tratado sin éxito de torpedear las conversaciones de paz, ofreciendo cuantiosas sumas de dinero al nuevo estatúder, Guillermo II de Orange, y a los gobernadores de varias ciudades importantes de Holanda y Zelanda para que continuasen con la guerra, pero finalmente la paz se impuso para satisfacción de los intereses mayoritarios de holandeses y españoles. 

La campaña de 1648 contra España centraría toda la atención de Mazarino, reanudando las operaciones contra Lombardía, aunque sin éxito alguno, y movilizando un nuevo ejército para atacar los Países Bajos al mando del duque de Enghien, el Gran Condé. El primer objetivo que se fijó Condé fue la toma de la plaza de Ypres, en el Flandes Occidental; la campaña se inició con bastante retraso debido al mal tiempo y a las lluvias, no pudiendo llegar hasta mediados de mayo. La ciudad se rindió tras ofrecer una débil resistencia, lo que provocó el enfado del archiduque, a la sazón gobernador de los Países Bajos, que replicó tomando la plaza de Courtrique, a unos 30 kilómetros al este de Ypres. En este intercambio de golpes, Condé se internó en Flandes y se encaminó hacia la costa con la idea de tomar nada menos que la ciudad de Ostende, la que había dado fama y gloria a Ambrosio Spínola en 1604.

El Asedio de Lérida de 1644

 


El 25 de julio de 1644 la ciudad de Lérida se rendía al Ejército Real de Felipe de Silva que el 15 de mayo había derrotado al ejército franco catalán del mariscal La Mothe, cuando trataba de socorrer la ciudad y eliminar la amenaza sobre Cataluña. El rey Felipe IV, que se hallaba en Fraga, entró en la ciudad el 7 de agosto, una semana después de que los franceses se retirasen de ella. 

Cuatro años habían transcurrido desde la sublevación de los rebeldes catalanes, y tras dos años de varapalos militares en ese frente, 1643 sería el punto de inflexión. Los cambios realizados por el rey, con el nombramiento de Felipe de Silva como capitán general de Cataluña, y la provisión de más hombres y fondos, contribuyeron a levantar la moral de las tropas y los ciudadanos. Los problemas internos que atravesaba Francia, como una incipiente revuelta por los elevados impuestos, o la muerte de Richelieu y de Luis XIII, también contribuyeron a mejorar la situación española. Ante esto, al mariscal La Mothe no le quedó más remedio que adoptar una posición defensiva, privado de los ingentes recursos de los que hasta el momento había disfrutado. Antes de la llegada de Silva, las tropas españolas de Juan de Garay lograron tomar Mora de Ebro, una pequeña plaza anclada entre las sierras de Almos, Cardo del Boix y de Pandols-Cavalls. Los franceses perdieron en aquella acción más de 900 hombres, entre ellos 500 muertos. 

Para finales de julio de 1643, la estrategia diseñada por Silva de acoso a los franceses y rebeldes comenzaba a dar sus frutos. Una partida de 500 caballos españoles atacó los cuarteles franceses de Villanoveta, a las afueras de Lérida, causando muchos muertos al enemigo y obteniendo un botín de 400 caballos y mulas, dinero y mucha plata y bastimentos, logrando además capturar a más de 100 franceses. Lo mismo ocurrió en la zona de Barbastro, lo que obligó a las fuerzas francesas a adoptar las máximas precauciones en sus desplazamientos y cuarteles. En octubre, el Ejército de Aragón, reorganizado por Silvam estaba listo y atravesó el río Cinca para poner sitio a Monzón. La Mothe partió a toda prisa desde Barcelona para tratar de salvar la ciudad pero, tras más de un mes de combates en los que el mariscal francés fue incapaz de romper las líneas de asedio, Monzón volvió a manos españolas el 3 de diciembre, para alegría de la población. 

Sitio y Socorro de Fuenterrabía

 


El 1 de julio de 1638 un poderoso ejército francés conducido por el príncipe de Condé atravesaba el Bidasoa y se dirigía a poner cerco a la fronteriza ciudad de Fuenterrabía. Francia trataba así de devolver el golpe de la fracasada invasión española del sur del reino del año anterior, y asestar un golpe en el propio corazón de la Monarquía Española.

Hasta 1638, Francia no había conseguido grandes logros con su entrada en la Guerra de los Treinta Años, así que para ese año proyectó una campaña centrada en atacar todos los frentes posibles: Italia, Alemania, Flandes y, en esta ocasión, España. Desde el comienzo de la primavera, Richelieu había dispuesto los preparativos para una fuerza de invasión del norte de España que estaría a cargo de Enrique II de Borbón-Condé, príncipe de Condé. Puestas en alerta las autoridades españolas ante un posible golpe del Francés por la parte de Navarra o Guipúzcoa, se designó al V marqués de los Vélez, Pedro Fajardo de Zúñiga y Requesens, para hacerse cargo de Navarra, y a Antonio Gandolfo para la revisión de las plazas fuertes fronterizas de la zona. 

A finales de mayo las noticias de que el príncipe de Condé había designado Dax como su plaza de armas, y había concentrado allí un contingente de 12.000 infantes y 500 caballos, y con intención de reclutar en aquella región una fuerza hasta alcanzar su ejército los 26.000 hombres, inquietaron al marqués, que se aprestó a realizar los preparativos necesarios para repeler una supuesta invasión. Para mediados de junio el conde Agramont había llegado a Hendaya acompañado de 20 compañías de infantería y la armada francesa había desembarcado en la villa abundante artillería, provisiones y más de 500 caballos. El marqués envió aviso a Pamplona para que se fortificase todo lo bien que pudiese y empezó a despachar correos a las poblaciones cercanas para que enviasen todos los hombres disponibles. 

Regimiento de Guardias de Infantería de Felipe IV

El 10 de septiembre de 1634, por orden del rey Felipe IV, se crea la Coronelía o Regimiento de Guardias del Rey, siguiendo las indicaciones del conde duque de Olivares, como una fuerza que sirva de freno a los enemigos de la Corona. 

En el año 1634 la guerra con Francia parecía del todo inevitable. El fin de las Guerras de Religión dejó a Luis XIII y a su primer ministro, el cardenal Richelieu, las manos libres para intervenir directamente en la Guerra de los Treinta Años, en la que su participación, hasta la fecha, se había limitado a la aportación de grandes sumas de dinero a la causa protestante, y a diversos golpes de diversión contra España en el escenario italiano. Ahora, una Francia que llevaba años en paz y que disponía de una economía más o menos saneada y una administración fuertemente centralizada, se podía permitir el lujo de entrar en la contienda y reclamar el lugar de España en la hegemonía europea. 

Preocupado por la beligerancia del vecino del norte, el conde duque de Olivares instó al rey a ponerse al frente de su ejército y a presionar a la nobleza para que levantasen tropas para la guerra que habría de venir. Su famosa Unión de Armas, de 1624, no estaba dando los resultados esperados y las cifras propuestas de reclutamiento, 140.000 soldados aportados por los distintos territorios de la Monarquía, no se alcanzaban ni de lejos. La preocupación de Olivares era lógica, a pesar de las victorias obtenidas por el Ejército de Alsacia del duque de Feria en 1633, pues las fuerzas de Bernardo de Weimar y Gustav Horn se habían recuperado del varapalo sufrido y, apenas un año después, estaban decididas a hacerse con el control de Alemania. 

La recuperación de Salvador de Bahía


El 29 de marzo de 1625 la flota de Fadrique Álvarez de Toledo, capitán general de la Armada del Océano, comenzaba el bloqueo naval sobre la ciudad brasileña de Salvador de Bahía, que había sido tomada por los holandeses en 1624. 

San Salvador de Bahía de todos los Santos era una de las principales plazas de los territorios portugueses de la Monarquía Española. Fundada por los portugueses en 1549, tras la expedición de Tomás de Souza, primer gobernador de Brasil, pronto se convirtió en el centro neurálgico del comercio de caña de azúcar y de comercio de esclavos en la región. Tras la incorporación de Portugal a la Corona Española mediante la proclamación en Tomar de Felipe II como nuevo rey, el 15 de abril de 1581, la ciudad siguió desarrollándose como núcleo de capital importancia para los intereses hispánicos, siendo un gran productor, además, de tabaco, palo de Brasil o algodón, por lo que pronto los enemigos de España fijaron sus ojos en ella. 

En 1621 los holandeses habían creado la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales. Los objetivos de esta empresa eran muy claros; expandir el comercio holandés en aguas de tradicional dominio español y emprender la conquista de los territorios brasileños. Tras el fin de la Tregua de los Doce Años, el comercio con América se redujo notablemente, y pronto las Provincias Unidas tuvieron que hacer frente a la escasez de productos altamente demandados y por los que obtenían cuantiosos beneficios, como la caña de azúcar, que había convertido a diversas poblaciones holandesas en las principales refinerías de este producto en Europa. 

El Asedio de Orbetello

 

El 14 de junio de 1646 comenzaban los combates navales entre las flotas francesa e hispánica, la cual había acudido al socorro de la plaza de Orbetello, en la costa de la Toscana, que se encontraba bajo asedio de las fuerzas francesas conducidas por el príncipe Tomás Francisco de Saboya. El asedio se prolongaría hasta el 24 de julio, cuando las fuerzas hispánicas del marqués de Torrecuso lograron levantarlo. 

La Guerra franco-española proseguía mientras que la Guerra de los Treinta Años estaba asistiendo a sus últimos compases. Con este contexto, el cardenal Mazarino planificó una operación para hacerse con el control de los Reales Presidios de la Toscana, con la intención de cortar así las comunicaciones entre las posesiones españolas del Estado de Milán y el Reino de Nápoles, dividir a los príncipes italianos y conseguir que el Papa Inocencio X, cuya política era claramente pro española, retirase su apoyo a Felipe IV. 

El plan de Mazarino consistía en enviar una flota que partiría del puerto de Tolón, el más importante puerto francés en el Mediterráneo, con la intención de desembarcar tropas en las cercanías de la plaza de Orbetello, una importante plaza en la provincia de Grosseto, en la Toscana, y en la isla de Elba, al norte del mar Tirreno. De este modo los franceses podrían cortar las comunicaciones de las posesiones españolas en Italia, preparando así el terreno para la ansiada invasión del Reino de Nápoles, y de paso atraerse el apoyo de la Toscana y de Módena.

Guerreros: Guillén Ramón de Moncada, IV marqués de Aytona



Guillén Ramón de Moncada nació en Barcelona en el año 1615, desconociendo la fecha exacta, en el seno de una de las familias más reputadas de España. Su padre era Francisco de Moncada y Moncada, III marqués de Aytona, y su madre Margarita de Castro y Alagón, de la nobleza zaragozana. Su abuelo paterno, Gastón de Moncada, II marqués de Aytona, había sido caballero de la Orden de Calatrava, consejero de estado del rey Felipe II y virrey de Valencia. 

El marquesado de Aytona alcanzó gran esplendor de la mano de su padre, Francisco de Moncada, además conde de Osona, gracias a sus dotes para las humanidades y la diplomacia, lo que le valió llevar a cabo algunas de las misiones diplomáticas más importantes para el rey Felipe IV y el conde duque de Olivares, de quienes gozaba de la máxima confianza. Desde los Países Bajos hasta Viena, pasando por Cataluña o el Milanesado, ninguna misión diplomática era complicada para él. En Flandes, preparó el terreno para la llegada del Cardenal Infante, y posteriormente ejerció el cargo de gobernador de armas y de mayordomo mayor del propio Fernando de Austria. 

Sin duda la muerte del III marqués de Aytona en 1635, tras lograr los españoles tomar la vital fortaleza de Schenkenschans, fue un duro golpe para la Monarquía Española, ya que era un hombre de vital importancia para los intereses de ésta. La educación del joven Guillén Ramón se desarrolló en Palacio, tal y como le prometió el conde duque al marqués, lo que nos da una idea la notoriedad de la familia Moncada. El 26 de febrero de 1626 Guillén Ramón, que apenas contaba diez años de edad, recibió nada menos que el hábito de la Orden de Calatrava y las encomiendas de Fresneda y Rafales, pertenecientes a la orden, heredando igualmente el título de conde de Osona. 

Guerreros: Gonzalo Fernández de Córdoba y Cardona

 

El 31 de diciembre de 1585 nacía en el castillo de Cabra, en Córdoba, Gonzalo Fernández de Córdoba y Cardona-Anglesona, bisnieto del Gran Capitán, un hombre llamado a ser uno de los militares más notables y capaces de su tiempo.

Gonzalo nació en el castillo familiar de Cabra. Su padre, Antonio Fernández de Córdoba y Folch de Cardona, era duque de Sessa, Soma y Baena, y el embajador de Felipe II, y más tarde de Felipe III, en Roma en una época muy turbulenta en la ciudad papal, ya que solo en el año 1590 se sucedieron tres papas distintos. Su madre era Juana de Aragón y Córdoba y, por tanto, Gonzalo pertenecía a uno de los linajes más importantes de España, pero el ser el tercer hijo del matrimonio, sus posibilidades de heredar eran nulas.

De este modo el joven Gonzalo se esmeró en recibir una educación militar que le permitiera hacer carrera en las armas. En 1607, un año después de que su padre falleciera, el joven Gonzalo fue sometido a las pruebas para ingresar en la Orden de Santiago y para el año 1612, marchó a Italia de la mano de Álvaro de Bazán y Benavides, II marqués de Santa Cruz, e hijo del gran marino que nunca conoció la derrota. En Italia se destacó en la defensa del Mediterráneo, teniendo especial importancia su participación ese año en el ataque a La Goleta, donde la flota española logró incendiar a la berberisca. 

Las Campañas del marqués de Leganés en Milán: La amenaza en el mar y la recuperación de la Valtelina

 

Tras la victoria en Tornavento, el 22 de junio de 1636, el Ejército de Lombardía completó la debacle francesa tomando durante el verano la ciudad de Gatinara, el castillo de Fontane, el de Anon, y levantando el cerco al que las tropas francesas y del duque de Parma, Eduardo Farnesio, tenían sometido a Rottofredo. El marqués de Leganés tenía a final del verano completamente cercado al ducado de Parma, había tomado el control de las salinas de Salsomaggiore y, gracias a la construcción del fuerte de Longina, logró asegurar el paso sobre el río Po. 

Todo parecía indicar que 1636 iba a acabar de manera tranquila en Italia para los intereses de la Monarquía Española. Pero a finales de agosto se tuvieron noticias de que una armada francesa avanzaba hacia las costas de Génova, por lo que el marqués de Leganés se pudo en marcha para tratar de acabar con aquella preocupante amenaza. La armada enemiga constaba de entre 66 y 84 barcos, bajo el mando de Henri de Sourdis, arzobispo de Burdeos y teniente general de la Marina Real Francesa, cuya nave capitana contaba con 44 cañones y 400 soldados, y al menos 24 bajeles contaban con 30 piezas de artillería. El número de infantes que llevaba al combate estar armadas era superior a los 6.000. 

Antes de estas noticias, el 12 de agosto, había partido del puerto de Barcelona una escuadra de 10 galeras que llevaba infantería española bisoña, juntándose más tarde con 6 galeras toscanas, 12 napolitanas y 8 genovesas, las cuales llegaron a Mónaco a finales de agosto, dejando el 29 de ese mes provisiones y bastimentos en la isla de Santa Margarita, próxima a la costa de Cannes. Allí tuvieron lugar los primeros enfrentamientos que se saldaron con unos pocos cañonazos y daños menores en algunos buques de ambos bandos. El día 4 de agosto el arzobispo de Burdeos, acompañado de su consejo de guerra, se acercó con varios bajeles a reconocer las defensas de la ciudad de Mónaco. Al desembarcar fue tanta su imprudencia que a punto estuvo de morir de un mosquetazo. 

Ordenanzas Militares de 28 de junio de 1632

A continuación se exponen las Ordenanzas de 28 de junio de 1632, firmadas por el secretario del Rey, Gaspar Ruiz de Ezcaray, en nombre de Felipe IV. Estas ordenanzas trataban de responder a las necesidades de los ejércitos de la Monarquía de España, por cuanto entendía el monarca y sus consejeros que éstos habían perdido la disciplina y las buenas costumbres del pasado. Van a suponer, igualmente, el punto álgido de la política militar diseñada por el conde-duque de Olivares, que buscaba revitalizar la maquinaria militar y atraer nuevamente a la aristocracia a la milicia, por considerarla esencial para ejercer el mando de los ejércitos de su Majestad. 

De este modo, estas ordenanzas van a suponer una mirada atrás, buscando, quizás restablecer glorias pasadas, aunque sean imposibles de cumplir, dada la falta de hombres y dineros a la que se va a tener que enfrentar España, más aún inmersa en la Guerra de los Países Bajos y la Guerra de los Treinta Años, amén de otros conflictos menores pero que van a requerir de un esfuerzo imposible de sostener. Estas ordenanzas se han dividido en dos partes, con 40 artículos cada una, dada la extensión de las mismas y para su mejor lectura y análisis.

Ordenanzas de 28 de junio de 1632

 El Rey.

Por cuanto la disciplina militar de mis ejércitos ha decaído en todas partes de manera que se hallan sin el grado de estimación por lo pasado tuvieron, habiéndose experimentado diferentes sucesos que los del tiempo en que estaba en su punto y reputación, lo cual ha causado la falta de observancia de mis órdenes; y, por convenir tanto a mi servicio restaurar lo que se ha relajado con los abusos que se han ido introduciendo, mandé formar una Junta de Ministros de mis Consejos de Estado y Guerra, donde vieron las ordenanzas que el Rey, mi señor, mi padre, que haya gloria, mandó establecer el dieciséis de abril del año de mil y seiscientos y once, y advertencias que sobre ello me dieron, procedidas de lo que la experiencia ha mostrado que conviene disponer para el mejor gobierno de mis armas. Y, habiéndome consultado muy particularmente sobre todo, he resuelto lo siguiente.

La Batalla de las Dunas

 

El 21 de octubre de 1639 tenía lugar la batalla naval de las Dunas en la que la flota española del almirante general Antonio de Oquendo sufría un desastre mayúsculo en las costas inglesas frente a la flota holandesa del almirante Maarten Tromp.  

La guerra contra Holanda se recrudecía por momentos. Atrás habían quedado los tiempos de la Tregua de los Doce Años y los holandeses, crecidos por la intervención francesa en la Guerra de los 30 Años, cada vez ponían en mayores apuros a los españoles. La situación se volvía insostenible y el Cardenal-infante, Fernando de Austria, necesitaba con urgencia tropas y dineros, por lo que realizó una desesperada petición a la Corte de Madrid. 

Felipe IV ordenó a su mejor marino, Antonio de Oquendo, organizar una flota que fuera capaz de llevar los tan ansiados dineros y hombres a Flandes. Éste comenzó a hacer los preparativos en Cádiz, reuniendo cuatro escuadras que zarparon hacia La Coruña, donde llegaron en agosto para reunirse con otras cuatro escuadras españolas. Una vez completados todos los preparativos la flota española estaba lista para zarpar rumbo a Flandes.

La Guerra de Devolución (Parte I)


La Guerra de Devolución fue un conflicto militar iniciado por la Francia de Luis XIV con la finalidad de expandir sus fronteras a costa de la debilidad de la España, bajo el pretexto de no haber recibido la dote de su matrimonio con María Teresa de Austria, hija del rey español Felipe IV. 

Lo cierto es que el monarca francés ambicionaba las posesiones de la herencia borgoñona de la casa Habsburgo española. Luis XIV tenía en su punto de mira el Franco Condado y los Países Bajos españoles. La excusa que utilizó el rey galo, el casus belli que motivaba la intervención francesa, no era otro que la dote impagada de su matrimonio con María Teresa en 1659, una burda excusa para justificar sus verdaderas ambiciones. 

La muerte de Felipe IV el 17 de septiembre de 1665 dio alas a los franceses para lanzarse en sus ambiciones territoriales. De esta forma reclamaron a España las provincias del Henao, Brabante, Namur y Cambrai en su totalidad, además de una cuarta del ducado de Luxemburgo y una tercera parte del Franco Condado. Reclamaban el ius devolutionis, esto es, que los territorios de los Países Bajos debían pasar al legítimo heredero del primer matrimonio del monarca. Pero los juristas franceses obviaban, intencionadamente, que esto solo se aplicaba al patrimonio privado y solo a unas provincias determinadas. Esta estratagema fue fácilmente desmontada por los juristas españoles que desvelaron los auténticos intereses de sus vecinos. 

Batalla de Honnecourt


El 26 de mayo de 1642, en el marco de la ofensiva española en el norte de Francia, las fuerzas hispánicas de Francisco de Melo, derrotaba al ejército francés de la Champaña, bajo el mando del conde de Guiche, en las proximidades de la abadía de Honnecourt.

La muerte en Bruselas de Fernando de Austria, el Cardenal-Infante, el 9 de noviembre de 1641, había caído como un jarro de agua fría sobre las aspiraciones españolas en mantener la hegemonía europea en la Guerra de los 30 Años. Las revueltas de 1640, promovidas por los enemigos de la Corona española, en Cataluña y Portugal, con la pérdida de esta última, habían dibujado un panorama bastante oscuro en el horizonte del reinado de Felipe IV, lo que sumado a la pérdida de su mejor general y hermano, hicieron presagiar un desplome en las acciones que España llevaba a cabo en Europa.

A comienzos de diciembre el Rey Planeta nombraba al conde de Assumar, Francisco de Melo, gobernador de los Países Bajos y capitán general del  Ejército de Flandes. Melo había permanecido leal a la causa española a pesar de la independencia de Portugal y ahora era recompensado por el rey. Francia se había erigido en la nueva potencia a batir en Europa. Su entrada de facto en la Guerra de los Treinta Años se produciría en 1635, si bien desde el inicio de la contienda apoyó con grandes sumas de dinero e incluso con ejércitos, como en la caso de la Guerra de Sucesión de Mantua, a los enemigos de la Casa Habsburgo.

Guerreros: Antonio de Oquendo


Aunque se desconoce el día, sabemos que Antonio de Oquendo y Zandategui vino al mundo en octubre del año 1577, en San Sebastián. Era hijo de ilustre familia, ya que su padre, Miguel de Oquendo Segura, era capitán general de la Armada de Guipúzcoa y su madre. María de Zandategui, era la señora de la Torre de Lasarte.

Antonio llevaba el mar en la sangre. Siendo hijo de quien era y viviendo donde vivía, su sitio natural estaba en un buque. Con tan solo 4 años vio a su padre embarcar rumbo a las Terceras donde, a las órdenes del genial marino Álvaro de Bazán, se distinguió en la victoria española y rindió la almiranta francesa, y con 11 lo perdió para siempre en el desastre de la Grande y Felicísima Armada.

Guerreros: Pedro Téllez-Girón, III duque de Osuna


Nacido el 17 de diciembre del año 1574 en Osuna, villa española de la provincia de Sevilla, Pedro Téllez-Girón y Velasco Guzmán y Tovar, dio desde bien joven muestras de grandes dotes militares y políticas, cualidades que le valdrían para llegar a ser uno de los más destacados españoles de su tiempo.

Provenía de una destacada familia, ya que sus padres eran Juan Téllez-Girón y Guzmán, II Duque de Osuna, y su madre, Ana María de Velasco y Tovar, era nada más y nada menos que la hija del Condestable de Castilla, Íñigo Fernández de Velasco, duque de Frías, y una de las mujeres más influyentes y destacadas de su época, de la que se cuenta que tenía el valor de 100 hombres.

Al historiador italiano Gregorio Leti le debemos la primera obra biográfica sobre el duque de Osuna, publicada en Ámsterdam en tres tomos en el año 1699. Gracias a ella sabemos que su abuelo, el primer duque de Osuna, fue nombrado en 1582 virrey de Nápoles, llevándose a su nieto con él, que sería educado bajo el atento cuidado de la mujer de su abuelo, supliendo en cierta medida la muerte de su madre.

En Nápoles se le dio la mejor educación posible a cargo de Andrea Savone, un humanista e historiador brillante, pero además se le instruyó en el arte de las armas, recibiendo formación por parte de alguno de los mejores maestros españoles destacados en los tercios acantonados en Italia. Leti afirmaba en su obra que su abuelo decía  que "no había de criarse solamente en letras, porque no se hiciera flojo y descuidado en su particular proyecto". De esta manera el futuro duque se curtió en el manejo de las armas tanto como en el de la pluma.

Defensa de Cádiz


El 7 de septiembre del año 1625 la flota anglo-holandesa abandonaba la bahía de Cádiz, tras ser rechazada por las fuerzas españolas bajo el mando de Fernando Girón de Salcedo y de Manuel Pérez de Guzmán y Silva, duque de Medina Sidonia.

Tras reiniciarse las hostilidades con los holandeses al expirar la Tregua de los 12 años, Inglaterra, quien tenía importantes pactos con las Provincias Unidas, mostraba una cada vez mayor hostilidad hacia España. La Guerra del Palatinado, dentro del marco de la Guerra de los 30 años, precipitaría los acontecimientos y la declaración de guerra en marzo de 1624 por parte del rey inglés, Jacobo I, cuya hija estaba casada con Federico el Palatino.

Jacobo moriría apenas un año después, pero el proyecto sería continuado por su hijo, Carlos I de Inglaterra. Los espías del monarca español, Felipe IV, le habían informado de las intenciones de los ingleses de atacar Cádiz, epicentro del comercio con América en la península. Carlos había mandado hacer leva general de marinería, preparar más de un centenar de naves, traer de Holanda más de 2.000 soldados veteranos que se unirían a los 8.000 soldados que estaban preparados en Inglaterra.

Guerreros: Ambrosio Spínola


El 25 de septiembre de 1630 moría poniendo sitio a la villa de Casale, en la Guerra de Sucesión Mantua, dentro del marco de la Guerra de los 30 años, Ambrosio Spínola, uno de los más notables militares al servicio de España.

Ambrosio Spínola Doria vino al mundo en Génova en el año 1569. Descendiente de una rica familia genovesa, los Spínola, era el primogénito de Filippo Spínola, marqués de Sesto, y Policena Cossino. La familia había adquirido gran fortuna principalmente por sus negocios de asiento de galeras con la Corona Española y el comercio. Como hijo mayor fue educado para administrar las finanzas de la familia, algo de ingente trabajo debido a la gran fortuna que manejaba. Ambrosio pasó su infancia y juventud estudiando y leyendo, sobre todo acerca de estrategia militar, de la que era un gran apasionado, pero sus obligaciones eran lo primero.

Sus hermanos, en cambio, pronto entraron al servicio de los ejércitos de España, destacando Federico, un auténtico aventurero que desde pequeño mostró grandes dotes para luchar, sobre todo en Flandes. La familia Spínola tuvo disputas con la familia Doria, la otra gran familia genovesa. Estos pleitos llegaron a tal punto que tuvo que intervenir el propio monarca español para solventar las desavenencias entre ellas. Ambrosio manejaba bien los negocios familiares, pero éstos no parecían satisfacer su carácter, alimentado por sus lecturas de juventud. Ambrosio anhelaba ese espíritu de guerra y no desperdició la ocasión de ofrecer sus servicios y fortuna a España. Su hermano Federico apostaba firmemente por crear una escuadra de buques con los que intentar invadir nuevamente Inglaterra, pero la idea no cuajó en la corte de Felipe II, que aún se lamía las heridas por el fracaso casi una década antes de la Grande y Felicísima Armada.

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