El Milagro de Empel

Guerreros: Antonio de Oquendo


Aunque se desconoce el día, sabemos que Antonio de Oquendo y Zandategui vino al mundo en octubre del año 1577, en San Sebastián. Era hijo de ilustre familia, ya que su padre, Miguel de Oquendo Segura, era capitán general de la Armada de Guipúzcoa y su madre. María de Zandategui, era la señora de la Torre de Lasarte.

Antonio llevaba el mar en la sangre. Siendo hijo de quien era y viviendo donde vivía, su sitio natural estaba en un buque. Con tan solo 4 años vio a su padre embarcar rumbo a las Terceras donde, a las órdenes del genial marino Álvaro de Bazán, se distinguió en la victoria española y rindió la almiranta francesa, y con 11 lo perdió para siempre en el desastre de la Grande y Felicísima Armada.

Será a los 16 años cuando le veamos enrolarse en las galeras de Nápoles, en aquella época mandadas por Pedro de Toledo, marqués de Villafranca. Pronto se ganó el reconocimiento y la admiración tanto de superiores como de compañeros por su arrojo y saber hacer. Tan solo 1 año después pasó a la Armada del mar Océano, a las órdenes del marqués de los Vélez, Luis Fajardo de Requesens y Zúñiga, general de dicha armada.

En 1595 le son entregados dos buques: el "Delfín de Escocia" y la "Dobladilla", dos bajeles con los que patrullar las costas atlánticas, aunque no será hasta 1604 cuando tenga su primera victoria importante. Desde un año antes dos buques corsarios ingleses estaban causando el pánico en las costas atlánticas de Galicia, Andalucía y Portugal, por lo que Oquendo recibió la misión de poner fin a tales ataques.

El 15 de julio partió de Lisboa y los interceptó el 7 de agosto frente a los costas gaditanas. El corsario inglés se le vino pronto encima y lo abordó, metiendo al menos 100 hombres en la capitana de Oquendo. A partir de ahí se produjo un combate palmo a palmo sobre la resbaladiza cubierta. Tras dos horas de encarnizada lucha a sangre y fuego, los hombres de Oquendo pusieron en fuga a los desdichados ingleses que ahora eran perseguidos y cazados en su propio buque. Mientras esto sucedía las otras dos naves se batían a distancia hasta que los ingleses, completamente abatidos, emprendieron la huida.

Oquendo tuvo que arribar en Cascaes debido al mal estado en que había quedado su buque, pero había logrado recuperar los tesoros rapiñados por los ingleses. Esta noticia se recibió con gran alegría en Lisboa y en el resto del reino y Oquendo recibió las felicitaciones no solo del general Luis Fajardo sino también del propio rey Felipe III.

En 1607, a la muerte del general Martín de Bertendona y Goronda, ocupó su lugar al frente de la escuadra de Vizcaya, cuya misión era guardar las costas de la actividad corsaria holandesa, frustrando el intento de éstos de incendiar los astilleros del norte. De este modo su actividad se extendió también a Guipúzcoa y Cantabria y a la protección de los buques que llegaban de América. Su éxito en la protección del Cantábrico fue tal, que se le nombró general de la Flota de Nueva España, aunque sin cesar a cargo de la Flota del Cantábrico.

Bajo el mando del príncipe Filiberto de Saboya, nieto de Manuel Filiberto, Cabeza de Hierro, no paró de encadenar victorias y éxitos, lo que le valió que el príncipe se deshiciera en elogios hacia Oquendo ante el propio rey. De esta forma, por Real Cédula de 21 de noviembre de 1614, el rey los nombró a ambos Caballeros de la Orden de Santiago, mandando al marqués de las Siete Iglesias, Rodrigo Calderón, a hacerlo en nombre de su majestad.

1619 arrancaba con Oquendo construyendo la que sería su nueva capitana. El Consejo Real denegó la petición de Luis Fajardo de retirarse, encargándole la misión de proteger el Estrecho, pero éste hizo caso omiso a las órdenes y fue arrestado en el castillo de Santiago, en Sanlúcar de Barrameda. El Consejo resolvió sustituirle por Oquendo. Éste, que como ya se ha dicho se encontraba enfrascado en la construcción de un nuevo buque, rechazó el nombramiento y juzgó imprudente sacarle de sus tareas y su misión para un cargo más bien efímero.

El Consejo juzgó aquello como una afrenta y ordenó su encierro en el castillo de Fuenterrabía. El príncipe Filiberto salió en su defensa y pronto fue trasladado a San Telmo, donde se le dejaba salir para inspeccionar su nuevo galeón, hasta ponerle pronto en libertad ante la necesidad de contar con su experiencia y mando en la Armada. De este modo siguió haciendo la Carrera de las Indias sin perder buque alguno.

Con la llegada al trono de Felipe IV su fama aún crecería más. Bien es sabido que el rey le tenía en alta estima al igual que su valido, el Conde-duque de Olivares, que le escribía en privado consultándole asuntos sobre la flota. Así que para 1626 se le concedería en propiedad el cargo de Almirante general de la Armada del Océano, quedando bajo el mando del Capitán general Fadrique de Toledo.

Ese mismo año llegaron noticias del asedio de la Marmora por el moro. El gobernador de la plaza, Diego Escobedo, alertaba de la terrible situación y la escasez de víveres, por lo que Oquendo resolvió montar una escuadra de socorro desde Cádiz a la mayor brevedad posible, levantando el asedio en tiempo récord sorprendiendo a todos. En Real Cédula el propio rey le escribiría de su puño y letra: "Quedo tan agradecido a este servicio que me habéis hecho, como él lo merece y os lo dirá esta demostración", añadiendo el Conde-duque: "Muy bien nos ha sacado V.m. del cuidado en que nos ha tenido el sitio de la Marmora con la bizarra solución que V.m. tomó de ir a socorrerla".

Cuentan que Oquendo obtuvo más de 100 victorias en la mar, distinguiéndose por su clarividencia a la hora de tomar decisiones, la disciplina y su pormenorizada organización, no dejando al azar ni el más mínimo detalle que pudiera ocurrir en los buques o los hombres bajo su mando.

En 1631 los holandeses estaban causando graves daños a los territorios españoles de ultramar, poniendo en jaque las plazas de Pernambuco y de Todos los Santos. A toda prisa logró reunir en Lisboa 26 buques. Todos se encontraban faltos de gente. Tan solo contaba con 8 galeones para plantar seriamente cara a los holandeses, entre el ellos su capitana, "El Santiago", de 900 toneladas y 44 cañones. Oquendo se hizo a la mar el 5 de mayo y llegó 68 días después a Todos los Santos, descargando allí hombres y pertrechos para reforzar la guarnición. El 3 de septiembre puso rumbo a Pernambuco encontrándose con la flota holandesa del almirante Adrian Jansz Pater el 12 de septiembre. (Véase la Batalla de los Abrojos https://terciosviejos.blogspot.com/2018/09/batalla-naval-de-los-abrojos.html).

El resultado de la batalla fue desastroso para los holandeses, que perdieron 3 buques, incluidos su buque insignia y contaron más de 2.000 muertos, incluidos su general. Oquendo pudo llegar a Pernambuco, desembarcar las tropas, organizar las defensas de la plaza y, finalmente, llevar para la península un importante cargamento de azúcar, entrando en el puerto de Lisboa el 21 de noviembre del mismo año.

Oquendo fue nombrado también capitán general de la guarda de la carrera de las Indias y después gobernador de Menorca, donde reforzó las defensas de la isla. Así estuvo, entre América y Baleares hasta que en 1639 fue llamado para una nueva misión. La guerra de los 30 años entraba en su fase final, con la Francia de Richelieu intentado acabar con el dominio español sobre Europa y los holandeses causando graves problemas en los Países Bajos.

En agosto, tras recibir el título de vizconde, Oquendo zarpó con la flota que se había reunido en las aguas de Cádiz para poner rumbo a los Países Bajos para llevar allí tropas y suministros. Llegó a La Coruña, donde se le unió la Flota de Dunkerke de López de Hoces, siguiendo rumbo norte. El día 16 de septiembre la capitana de Oquendo, que se encontraba adelantada al resto de la flota, se encontró con 17 buques de la vanguardia holandesa, comenzando a combatir contra ellos e intentando abordar a la capitana holandesa.

Cuando al fin llegó el resto de la flota la capitana Real tenía acribillado el aparejo y contaba 43 muertos a bordo. Tras 3 días de combates los buques españoles pudieron refugiarse en las costas inglesas de Kent, en los bajíos de las Dunas. Desde allí, y aprovechando las nieblas que se forman en esa zona, Oquendo cumplió con la misión que tenía y mandó buques ligeros y pequeños barcos pesqueros a desembarcar los soldados, municiones y pertrechos en los puertos de Dunkerke y de Mardick.

Para el día 20 de octubre los holandeses, capitaneados por el almirante Maarten Tromp, tenían obstaculizada la salida de la rada con más de 100 buques y 16 brulotes y, bajo el falso pretexto de la violación de la neutralidad de aquel puerto por parte de los españoles, levaron anclas y salieron a la boca de la rada a esperar batirse contra la flota de Oquendo. Éste mandó abandonar el fondeadero amparado en la niebla matinal pero solo pudieron hacerlo 22 naves, varando el resto en los bancos de arena de Las Dunas.

Ahora los españoles se enfrentaban al enemigo en una proporción desventajosa de más de 5 a 1. Oquendo logró esquivar 3 brulotes holandeses, sin embargo la "Santa Teresa", buque insignia de Lópe de Hoces, no tuvo tanta suerte y se hundió presa de las llamas. 9 buques pudieron llegar al puerto de Mardique, incluyendo la capitana, el resto embarrancó en las costas francesas y 3 buques fueron apresados por los holandeses. Unos días después llegaron al puerto de Mardique 9 buques que habían embarrancado en Las Dunas. Oquendo afirmó al llegar a Mardique: "Ya no me queda más que morir, pues he traído a puerto con reputación la nave y el estandarte".

En marzo de 1640 regresó a España. Cerca del puerto de Pasajes le recomendaron, dado su grave estado de salud, quedarse en su casa y descansar, pero Oquendo contestó: "la orden que tengo es de volver a La Coruña; nunca podré mirar mejor por mí que cuando acredite mi obediencia con la muerte".

En La Coruña estuvo postrado en la cama gravemente enfermo. Cuentan que a los médicos que le atendían les pidió un vaso de agua fría cuando el final estuviese cerca; el día 7 de junio de 1640 se lo entregaron. Oquendo tomó el vaso y lo derramó en ofrenda a Dios. Instantes después sonaban las salvas de la artillería de la Armada al paso de la procesión del Corpus, Oquendo se incorporó y exclamó: "¡Enemigos, enemigos... a defender la capitana y la Armada!", muriendo al poco tras toda una vida de grandes batallas y victorias y de servicio a España.

Antonio de Oquendo y Zandategui

Estatua de Oquendo en San Sebastián

Batalla de Pernambuco

Batalla de las Dunas



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