El Milagro de Empel

Batalla de Garellano


El 28 de diciembre de 1503 las tropas españolas del Gran Capitán cargaban sobre el ejército francés en las inmediaciones del río Garellano, obteniendo una brillante victoria y poniendo fin a las pretensiones de Luis XII sobre Nápoles, quien se vería obligado a firmar la paz con España. 

Las pretensiones del rey francés Carlos VIII sobre el trono napolitano en 1494 habían dado comienzo a las llamadas Guerras Italianas. Francia fue derrotada por España y sus aliados: Venecia, Milán, el Sacro Imperio y los Estados Pontificios. Su sucesor en el trono, Luis XII, reanudó la guerra en 1499 y conquistó el Ducado de Milán, apresando al duque Ludovico Sforza, contando esta vez con el apoyo veneciano y del papa Alejandro VI y su hijo César Borgia.

Luis XII, que no quería repetir los errores de su predecesor, firmó con Fernando el Católico el Tratado de Granada mediante el cual se repartían el centro y el sur de Italia; Nápoles para Francia y Sicilia para España. Las discrepancias pronto surgieron y los franceses, a mediados de 1502, invadieron las posesiones españoles en Italia. La superioridad numérica francesa pronto dejó a los españoles en una situación crítica en la península itálica, quedando el Gran Capitán encerrado en la plaza de Barletta durante el invierno de 1502-1503.

Guerreros: Juan del Águila


El año 1545 fue testigo del nacimiento de uno de los más destacados y notables soldados de cuantos sirvieron en los ejércitos de la monarquía española; Juan del Águila nacía en Ávila y pasaría, por derecho propio, a la historia como maestre de campo de los tercios españoles.  

Era el cuarto hijo de una familia de la nobleza local y pasó su infancia en la villa abulense del Berraco. No siendo primogénito las opciones que tenía el joven Juan pasaban por los hábitos o las armas y, como se podría comprobar más adelante, tenía una especial aptitud para la guerra, por lo que decidió sentar plaza como soldado en la compañía de Gonzalo de Bracamonte cuando éste se encontraba reclutando infantes en Ávila para el ejército del rey Felipe II, allá por 1563.

Con 18 años pues, siguió la bandera de su capitán y se incorporó al Tercio Viejo de Cerdeña. No tardaría mucho Bracamonte en hacerse con los mandos del tercio. En 1564 era nombrado maestre del mismo y enviado al Peñón de Vélez de la Gomera. Era principios de septiembre y la expedición de 93 galeras y decenas de otras embarcaciones, comandada por García Álvarez de Toledo, se presentaba ante el inexpugnable refugio de piratas argelinos y otomanos y lo ocupaba, permaneciendo éste en poder español hasta nuestros días.

Los Tercios: Soldados y Cargos


Entre los soldados de los tercios de los ejércitos hispánicos podíamos encontrar desde primogénitos de grandes de España, pasando por segundones de casas nobles, caballeros, hidalgos, célebres escritores y por supuesto hombres humildes de toda condición y profesión. Fernando Martínez Laínez calcula que el veinticinco por ciento de los soldados de los tercios tenían derecho al "don", es decir, eran bachilleres o nobles. Esto, por supuesto, no tenía parangón con ningún otro ejército de cuantos campaban por Europa, donde era inconcebible que un noble combatiese a pie como infante, algo muy común entre los españoles. 

El proceso para entrar a formar parte de los tercios era bastante simple. Cuando se necesitaban soldados el rey mandaba designar capitanes que levantasen bandera, esto es, reclutasen gente. Los capitanes se escogían de entre los soldados veteranos que se habían ganado a pulso y por méritos propios la posibilidad de mandar una compañía. Para ello debían presentar ante el Consejo de Guerra sus papeles; éstos eran las cartas y certificados que sus mandos habían firmado y donde se les atribuían méritos, logros y acciones, y que todo soldado llevaba siempre encima. Una vez examinados los papeles por el Consejo, y si era merecedor del cargo, era nombrado capitán y el propio rey firmaba la patente. Este documento lo nombraba capitán, le asignaba un sueldo a él y a sus futuros hombres y le autorizaba a levantar bandera. 

El capitán se presentaba en una población y reclutaba gente de todo tipo; desde veteranos soldados que aspiraban al cargo de sargentos o cabos, así como hombres que tan solo buscaban un salario, o que aspiraban a alcanzar fama, gloria o fortuna. La única condición era que no fuesen ancianos, impedidos o menores de 20 años, aunque esto último muchas veces se incumplía. En la España del siglo XVI resultaba todo un espectáculo ver entrar a los capitanes en los pueblos, acompañados de sus ayudantes, tambor y pífanos lo que unido a las historias que circulaban sobre aventuras y riquezas, lo hacía especialmente atractivo a los ojos de los jóvenes de la población. Al nuevo soldado se le entregaba algo de dinero por adelantado, y vestido y calzado, así como el arma, que se le descontaba de su futura paga.

Guerreros: Sancho Dávila



Sancho Dávila y Daza vino al mundo un 21 de septiembre del año 1523 en la ciudad castellana de Ávila y alcanzó merecida fama por sus notables éxitos militares en las 4 décadas en las que combatió en los campos de batalla de media Europa y del norte de África.

Sancho de Ávila o Dávila era hijo del militar comunero Antonio Blázquez Dávila, veterano del asedio de la fortaleza de Fuenterrabía, y de Ana Daza, de notoria familia hidalga. Tuvo dos hermanos, Tomás y Beatriz, y quedó huérfano a la temprana edad de 15 años, por lo que se encomendó a los hábitos, como muchos otros hidalgos en España.

Inició estudios eclesiásticos esperando seguir los pasos de su tío, Pedro Daza, que era el archidiácono de la catedral de Ávila, recibiendo formación en filosofía, latín, gramática y teología, pero viajó a Italia para seguir formándose y cambiaron todos sus planes, descubriendo la pasión de las armas. Fue en Italia, concretamente en Roma, donde decidió unirse al Tercio de Hungría de Álvaro de Sande, veterano soldado de Túnez, que marchaba para Alemania para luchar en las disputas del Emperador Carlos V con la Liga de Esmalcalda.

Los Tercios: Las Armas


Los Tercios españoles fueron una máquina de guerra perfecta que, durante siglo y medio, impusieron su fuerza en cualquier teatro de operaciones en el que España tuviera que desenvolverse. Esto fue posible gracias a los hombres que componían sus filas y a los mandos que los dirigían. 

Y es que los soldados españoles eran los mejores de su época; la cultura de la guerra, ya que en la península ibérica se estuvo batallando durante 8 siglos con muy pocos momentos de paz, unida a la constante innovación táctica y técnica, fundamentalmente en los dominios italianos, y un orgullo sin parangón, que haría que el soldado español prefiriera la muerte a la deshonra, hizo de esto posible. El rey francés Francisco I, durante su cautiverio en Madrid exclamaría: "¡Bendita España, que pare y cría los hombres armados!", como aseveran Martínez Laínez y Sánchez de Toca en su libro Tercios de España: la infantería legendaria. 

Y es que estos hombres aprendían a combatir desde muy pronto. Apenas siendo niños eran habituales los juegos con espadas de madera, así que el manejo de las armas era algo natural en los españoles. Los hombres que ingresaban en los ejércitos de la Corona Española recibían armas, cuyo coste se les descontaba de sus pagas. Pero los soldados españoles, orgullosos como eran, solían hacerse con las mejores armas posibles; un buen armamento aumentaba la honra, es decir, la opinión que los demás tenían de ellos. Y es que honor y honra fueron dos conceptos que todo español que se preciara llevaba a límites insospechados.

Las Campañas del duque de Osuna en Sicilia: Batalla naval de Ragusa


El 22 de noviembre del año 1617, en aguas del mar Adriático, frente a las costas de Dubrovnik, la armada española de Nápoles, comandada por Francisco de Rivera vencía a una poderosa flota veneciana al mando de Lorenzo Veniero.

España, bajo el reinado de Felipe III, vivía un relativo periodo de paz en Europa gracias a la tregua de los 12 años, que detenía momentáneamente la Guerra de los 80 años. Pero esta tregua no significaba el fin de las hostilidades entre España y sus enemigos. Ni mucho menos.

Un ejemplo de ello fue el teatro de operaciones del Mediterráneo, donde los españoles se batieron el cobre contra el turco, o donde tuvieron que lidiar con los constantes roces entre la República de Venecia y el virreinato de Nápoles. Venecia y Saboya constituyen un quebradero de cabeza para Felipe III; La primera está inmersa en la llamada Guerra de Gradisca contra el archiduque de Austria, mientras que Saboya, con el apoyo francés, se encuentra sumida en la Primera Guerra del Monferrato contra el ducado de Mantua, que cuenta con el respaldo español.

Los Tercios: Tercios Viejos


Si bien las Ordenanzas de Génova dieron lugar a la denominación formal de los Tercios, éstos ya existían antes del 15 de noviembre de 1536. Los Tercios se habían creado como respuesta a las necesidades militares de España en sus posesiones italianas, de esta forma los primeros tercios tienen su origen en Italia; los Tercios Viejos, como así se denominarán a los primeros ejércitos de carácter permanente, que serán los de Lombardía, Nápoles y Sicilia y Cerdeña. 

En 1534 aparece el Tercio Ordinario del Estado de Milán, nombre que se le da al ejército acantonado en el Milanesado, organizado en tres Coronelías y doce compañías, y que más tarde sería conocido como el Tercio Viejo de Lombardía. Éste tercio, cuyo primer maestre de campo fue Rodrigo de Ripalda, estaba desplegado por todo el territorio del estado, con guarniciones en Milán, Cremona, Mantua, Pavía, Varese, Sondrio, Brescia, Como y Bérgamo, y con tres principales plazas fuertes: el castillo de Milán, el de Castiglione y el de San Germano.

El Tercio de Lombardía se consideraba como el padre de todos los tercios y, como se ha dicho, cada coronelía estaba compuesta por 4 compañías, disponiendo la unidad de 3.000 hombres sobre el papel. En 1536, año de la publicación de las Ordenanzas de Génova, para conformar el ejército permanente que el emperador Carlos V necesitaba ante las incesantes guerras que estaba librando contra el enemigo francés y otomano, el Tercio de Lombardía va a estar gobernado por el maestre de campo Gerónimo de Mendoza, quien a fecha de 25 de septiembre contaba con 1.320 soldados encuadrados en seis banderas, incluida la del propio Mendoza. Poco antes de esta relación la unidad se conformaría con las siete banderas de infantería española que tenía a su cargo Antonio de Leiva, con algo menos de 2.000 hombres. 

Los Tercios: El Origen. De los Reyes Católicos a las Ordenanzas de Génova


Mucho se ha especulado con el origen de los tercios españoles. La versión más extendida es la que apunta al Gran Capitán como su antecesor y como introductor de una serie de reformas que posteriormente harían de los tercios una máquina de guerra imparable durante siglo y medio. 

Sin embargo el doctor en historia por la Sorbona de París, René Quatrefages, atribuye el origen a los Reyes Católicos y su adaptación del modelo suizo de piqueros. Pero no podemos olvidar que es Gonzalo Fernández de Córdoba quien organiza la infantería en unidades divididas en 12 compañías con un capitán al frente de cada una de ellas.

Tampoco podemos olvidar la particularidad de las gentes de la guerra españolas. A diferencia del resto de reinos europeos, los distintos reinos cristianos de España han pasado los últimos 8 siglos combatiendo; haciendo de la guerra una cuestión de supervivencia. Como herederos del antiguo reino visigodo de Hispania, los distintos reyes han pugnado por devolver la península ibérica a los brazos de la fe cristiana. Este espíritu guerrero y la fe que lo mueve será determinante en la formación de los ejércitos españoles que dominaran los campos de batalla del siglo XVI y mediados del XVII.

Sitio de Middelburg


El 4 de noviembre de 1572 las tropas protestantes de Jerome de Tseraart comenzaban un duro asedio sobre la villa católica de Middelburg, en el corazón de Zelanda, defendida valientemente durante casi un año y medio por Cristóbal de Mondragón.

Inmersas en la Guerra de los 80 años, las tropas españolas tratan de contener el avance de los protestantes holandeses por todos los Países Bajos. En la provincia de Zelanda los protestantes comenzaron una brillante campaña de la mano del gobernador de Flesinga, Jerome de Tseraart, que había levantado un ejército de unos 7.000 hombres, entre holandeses, mercenarios alemanes e ingleses. Solo resistían en Zelanda las villas de Middelburg, la capital de la provincia, Goes y Arnemuiden.

Guerreros: Julián Romero


Nacido probablemente en Torrejoncillo del Rey, Cuenca, en algún momento del año 1518, Julián Romero de Ibarrola estaba destinado a convertirse en uno de los más grandes militares españoles de todos los tiempos, un hombre que pasó de mozo de tambor a maestre de campo general. 

Su padre, Pedro de Ibarrola, hijo de noble familia de Éibar, fue uno de los tantos vizcaínos que buscaron fortuna en otras tierras de España, algunos de los cuales acabaron en la serranía de Cuenca, como Pedro. Éste era maestro mayor de obras y se casó con Juana Romero, de familia de cristianos viejos e hidalga.

En Torrejoncillo pasó su infancia Julián, que había adoptado el apellido de su madre, soñando con huir de la monotonía de aquel lugar y revivir las grandes victorias del Gran Capitán. Fue allí donde, con 16 años de edad, se alistó en el ejército real, y es allí donde empieza la gran aventura en forma de vida de Julián Romero.

Guerreros: Antonio de Oquendo


Aunque se desconoce el día, sabemos que Antonio de Oquendo y Zandategui vino al mundo en octubre del año 1577, en San Sebastián. Era hijo de ilustre familia, ya que su padre, Miguel de Oquendo Segura, era capitán general de la Armada de Guipúzcoa y su madre. María de Zandategui, era la señora de la Torre de Lasarte.

Antonio llevaba el mar en la sangre. Siendo hijo de quien era y viviendo donde vivía, su sitio natural estaba en un buque. Con tan solo 4 años vio a su padre embarcar rumbo a las Terceras donde, a las órdenes del genial marino Álvaro de Bazán, se distinguió en la victoria española y rindió la almiranta francesa, y con 11 lo perdió para siempre en el desastre de la Grande y Felicísima Armada.

Jodoigne. Los Tercios soprenden a los holandeses.


El 16 de octubre de 1568 los Tercios del duque de Alba sorprendían a las tropas mercenarias de Guillermo de Orange en las cercanías de la villa de Jodoigne cuando intentaban cruzar el río Geete.

Poco tiempo atrás se había iniciado el conflicto que sería conocido como la Guerra de los 80 años, tomando las revueltas protestantes un cariz de tal violencia que Felipe II hubo de emplearse a fondo. Guillermo de Orange había comenzado una serie de campañas contra el gobierno del duque de Alba meses atrás sin demasiado éxito. Guillermo basaba su estrategia en la superioridad numérica, gastando ingentes cantidades de dinero en reclutar tropas, muchas veces de calidad bastante pobre, e intentando plantar batalla.

Conquistadores: Urdaneta y el Tornaviaje


El 8 de octubre de 1565 el buque español San Pedro llegaba al puerto de Acapulco tras haber recorrido 7.664 millas por mares desconocidos; Andrés de Urdaneta había completado el Tornaviaje e inaugurado la futura ruta del Galeón de Manila.

Andrés de Urdaneta y Ceráin nació en Ordicia, Guipúzcoa, entre finales de 1507 y principios de 1508. Sus padres eran burgueses del Goierri, Juan Ochoa de Urdaneta y Gracia de Ceráin. Andrés tuvo una aplicada educación en ciencias y en letras. Con 17 años se hizo a la mar mostrando importantes conocimientos marinos.

Del motín de Alost al Saco de Amberes


El 4 de octubre del año 1576 las tropas españolas de Sancho Dávila, refugiadas en la ciudadela de Amberes, pedían socorro a los españoles amotinados en Alost, ante la traición de las autoridades de la ciudad que habían dejado entrar en ella a los ejércitos protestantes del conde de Egmont.

Inmersa en la Guerra de los 80 años la Hacienda Real española no podía seguir soportando los ingentes gastos que conllevaba dicho conflicto. En 1574 Felipe II enviaba el doble de dinero al gobernador de los Países Bajos, Luis de Requesens, que en los tiempos del Duque de Alba, pero el 1 de septiembre de 1575 la Corona se quedó sin fondos y declaró la suspensión de los pagos de los intereses de la deuda contraída, por lo que se cortó el grifo de la financiación y los Tercios se quedaron sin pagas.

El ejército de Flandes se vio sin dinero y rodeado de enemigos. Guillermo de Orange no perdió el tiempo y movilizó todas sus fuerzas contra los españoles. Requesens logró tomar Zirickzee, en un asalto encabezado por Dávila, pero la pésima situación financiera impidió la ofensiva sobre Zelanda, así que trató de cerrar acuerdos con las provincias católicas en previsión de lo que se venía encima pero falleció casi repentinamente el 5 de marzo de 1576. Ahora el conde Pedro Ernesto de Mansfeld se hacía cargo de un ejército de más de 80.000 soldados que no cobraban sus pagas.

La Campaña de Frisia: La Batalla de Noordhorn


El 30 de septiembre de 1581 las tropas católicas comandadas por el coronel español Francisco Verdugo obtenían una aplastante victoria sobre los protestantes en la ciudad de Noordhorn, en la provincia de Groninga.

En 1580, con la Guerra de los 80 años en pleno auge, el conde de Rennenberg, Georg van Lalaing, gobernador de Frisia, se había pasado al bando español, entregando la provincia a los católicos. Situada al noroeste de los Países Bajos, la entrega de Frisia a los españoles abría un nuevo y peligroso frente en la retaguardia de los holandeses, pero también obligaba a los católicos a redoblar sus esfuerzos y enviar tropas lejos de sus líneas.

Los holandeses habían levantado un ejército bajo el mando de John Norreys, militar inglés al servicio de los protestantes de los Estados Generales. Éste había logrado levantar el asedio de Steenwijk, y se disponía, en el verano de 1581, a sitiar varias ciudades católicas, entre ellas la de Groninga, la más importante de las cercanas a Frisia.

La Conquista de las Azores


El 2 de agosto del año 1583 las tropas españolas de Álvaro de Bazán tomaban la isla Terceira completando de esta forma la conquista de las Azores, poniendo fin a la guerra de sucesión portuguesa.

Tras la muerte sin descendencia del rey Sebastián I de Portugal en la batalla de Alcazarquivir, se desató una crisis en Portugal por la sucesión al trono del reino. Felipe II y Antonio, prior de Crato, eran los principales candidatos, pero el segundo se autoproclamó rey llevando al país a una guerra que debía decidirse el 25 de agosto de 1580 en Alcántara. Ese día las tropas españolas dirigidas por el Gran duque de Alba derrotaron a los portugueses y pusieron la corona del vecino país sobre la cabeza de Felipe II.

Pero el prior no aceptó la derrota y se refugió con sus partidarios en la Isla Terceira de las Azores. Desde allí, y apoyado por los ingleses y franceses, siempre ávidos de socavar el poder de España, formó un gobierno en el exilio. Felipe no podía consentir tal desafío a su autoridad y en 1582 ordenó al general Álvaro de Bazán tomar las Azores. El brillante marino español derrotó a la armada francesa, comandada por el almirante Felipe Strozzi, el 26 de julio de 1582 en las aguas de las Teceiras, si bien no pudo completar la conquista de las Azores en ese momento debido a diversos problemas logísticos.

El sitio de Neuss


El 27 de julio del año 1586, las tropas españolas de Alejandro Farnesio, tomaban la villa de Neuss al asalto, tras una enconada defensa de 3 semanas por parte de las tropas protestantes.

En el marco de la Guerra de los 80 años, un nuevo conflicto se había desatado en Alemania, en el Electorado de Colonia. El príncipe elector, Gebhard Truchsess von Waldburg, se convirtió al protestantismo. Según la Paz de Augsburgo, firmada en 1555 entre la protestante Liga Esmalcalda y Fernando I de Habsburgo, hermano del emperador Carlos V, los príncipes que se convertían a la religión protestante debían abdicar.

La reacción católica no se hizo esperar; el Papa Gregorio XIII excomulgó a Waldburg, y se eligió como nuevo arzobispo de Colonia a Ernesto de Baviera, príncipe de Lieja y Münster. El conflicto estalló a mediados de 1583 y la intervención de las fuerzas españolas de Alejandro Farnesio en 1586 acabaría decantando la guerra del lado católico.

El Asedio de Haarlem


El 14 de julio de 1573, tras más de 7 meses de un duro y penoso asedio, caía la importante ciudad de Haarlem, la segunda en población de Holanda, ante las tropas de Fadrique Álvarez de Toledo, hijo del Gran duque de Alba.

La Guerra de los 80 años se recrudecía, con los rebeldes holandeses inmersos en una violenta revuelta de índole religioso y político que databa de 1566. La mano dura del duque de Alba no ayudó a apaciguar los ánimos, y las ejecuciones de los condes de Egmont y de Hornes, súbditos del rey sobre los que recaía la sospecha de traición a España, propiciaron que buena parte de la nobleza de los Países Bajos que aún se mantenía fiel a Felipe II, se uniese a la causa de Guillermo de Orange, quien se había refugiado en sus tierras de Dillenburg, en Alemania, y desde donde lanzaría un poderoso ejército con el que invadir los Países Bajos en 1568.

En 1572 las cosas no habían cambiado mucho; los rebeldes, con los Mendigos del Mar de Guillermo de La Marck a la cabeza, sacudían con furia los Países Bajos. Los desesperados intentos del duque de conseguir dinero para sostener sus ejércitos allí, le llevaron a imponer la "décima", un tasa que gravaba las transacciones comerciales, tal y como sucedía en los territorios castellanos de España. Este hecho provocó el descontento de parte de la población no solo de Holanda y Zelanda, sino también del Brabante y Flandes.

De la Paz de Niza a la Paz de Crépy: el asedio de Saint-Dizier


El 8 de julio de 1544 las tropas imperiales de Carlos V, bajo el mando del virrey de Sicilia, Ferrante Gonzaga, iniciaban el asedio de la importante plaza francesa de Saint-Dizier, que acabaría siendo tomada tras más de un mes de duros combates. 

La Paz de Niza de 1538 había paralizado las hostilidades entre España y Francia, al menos por el momento. Carlos ansiaba la paz con Francisco I, y le propuso casar a su hija María con el segundo hijo del rey francés, el duque de Orleans, entregándoles los Países Bajos. Pero la ambición de Francisco no conocía límites y no cedió a las pretensiones del emperador, empezando negociaciones secretas con los protestantes y los turcos para romper la paz firmada. 

Aprovechando el desastre español de la jornada de Argel el año anterior, Francia se lanzó en enero de 1542 a ocupar Stenay, un estratégico enclave de la región de Verdún y un formidable paso sobre el Mosa. Por si no fuera bastante, el 12 de julio proclamó la ruptura de la paz y comenzó con el asedio de Perpiñán.

Batalla de Cartagena de Indias


El 20 de mayo del año 1741 las últimas tropas británicas abandonaban en sus buques las aguas de Cartagena de Indias, la plaza más importante de la España de ultramar, tras ser ampliamente derrotadas por el ejército español bajo el mando del general Blas de Lezo.  

Esta batalla se produjo en el marco de la Guerra del Asiento, conflicto acaecido tras la captura del navío pirata inglés de Robert Jenkins, por parte del capitán León de Fandiño. El capitán español, inflexible con la piratería, le cortó la oreja al inglés y le mandó con un recado para el rey Jorge II de Inglaterra: "Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve". El ofendido pirata realizó dicha declaración ante la Cámara de los Comunes, lo que provocó la ruptura de hostilidades con la España de Felipe V. 

Llevaban tiempo los ingleses tratando de medir el potencial del decadente imperio español y arrebatarle sus plazas de ultramar. Tras la declaración de guerra tomaron a la sorpresa Portobelo, en Panamá. Acto seguido pusieron sus ojos en Cartagena de Indias, fundada por Pedro de Heredia en 1533, joya de la corona española, y puerto más importante de la América del momento.

El Saco de Roma


El 6 de mayo de 1527 las tropas de Carlos I invadían Roma y saqueaban la ciudad para cobrarse el adeudo de sus pagas y poner fin a la traición del papa Clemente VII. 

En el marco de las Guerras con Francia sostenidas entre los dos principales monarcas de la época, Carlos I de España y Francisco I de Francia, y que ya provenían de los tiempos de los Reyes Católicos y su pugna por los territorios italianos, Carlos, como rey de España y Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, había logrado situarse como el hombre más poderoso de Europa, tras su brillante victoria en Pavía en 1525.

Esto fue acogido con recelo por el papa Clemente VII y por otras ciudades estado italianas. Nada más ser liberado de su cautiverio en Madrid, bajo promesa de no volver a alzarse en armas contra España y a los territorios del Milanesado, Nápoles, Flandes, Borgoña y Artois, el rey francés incumplió su palabra, algo muy dado en él, y acudió presto al pacto propuesto por el papa.

De este modo se formó la Liga Clementina o Liga del Cognac en 1526, que agrupaba a los reinos de Francia e Inglaterra, las repúblicas de Venecia y Florencia, el ducado de Milán y los Estados Pontificios, con la misión de quebrar la hegemonía en Europa de España y el Sacro Imperio.

Batalla de Ceriñola


Un 28 de abril del año 1503, se producía la batalla de Ceriñola, que enfrentó a los ejércitos de Francia y de España por el dominio del Reino de Nápoles, tras haber roto los franceses el Tratado de Granada, firmado en octubre de 1500, y que establecía un reparto conjunto de estos territorios italianos. 

Se suele hablar de esta batalla como el origen de la hegemonía militar española en Europa. Ocurrida durante el transcurso de la Guerra de Nápoles (1501-1504), dentro de las conocidas como Guerras Italianas, enfrentó al ejército español bajo el mando de Gonzalo Fernández de Córdoba, más conocido como El Gran Capitán, contra el ejército francés de Luis de Armagnac, duque de Nemours y conde de Guisa.

La repentina ruptura de hostilidades por parte de la Francia de Luis XII, a comienzos de 1502, rompiendo los acuerdos alcanzados en el Tratado de Granada, cogió por sorpresa a las tropas españolas en Italia. Armagnac invadió las posesiones españolas y forzó a Fernández de Córdoba a retirar su ejército a la protección de la plaza de Barletta, villa de la región de Apulia situada a orillas del Adriático, en pleno golfo de Manfredonia. Los franceses consiguieron ocupar todo el Reino de Nápoles a excepción de las regiones de Apulia y Calabria.

El duque de Nemours, una vez aseguradas las posiciones arrebatadas a los españoles, mandó sitiar Barletta, estableciendo su campamento en la ciudad de Bisciglie, al sur de la plaza española. En septiembre de ese mismo año, y tras aguantar las constantes provocaciones francesas, Gonzalo Fernández de Córdoba aceptó un duelo a caballo en la ciudad de Trani, situada a mitad de camino de las posiciones españolas y francesas y por aquel entonces neutral. 11 caballeros de ambos reinos se batieron en duelo el 20 de septiembre en lo que se conoció como el Desafío de Barletta. 

Batalla de Mook


El 14 de abril de 1574 el ejército hispánico, bajo el mando del maestre Sancho Dávila, obtenía una brillante victoria sobre las tropas protestantes de Luis de Nassau en la localidad de Mook, en la provincia de Limburgo.

En el marco de la Guerra de los 80 años, Luis de Nassau se lanzó con sus tropas desde Alemania a comienzos de 1574. En febrero cruzó la frontera con la misión de unirse a Guillermo de Orange. Con 6.000 infantes y 3.000 jinetes invadió el Brabante e intentó desviar la atención española, cuyas tropas se encontraban asediando Leiden desde octubre del año anterior.

Luis de Requesens, gobernador de los Países Bajos, apenas disponía de hombres, por lo que Luis de Nassau creyó que los católicos no podrían contener su ofensiva. Pero no contó con la extraordinaria capacidad española para reaccionar en situaciones adversas y sobre todo, con la calidad de sus tropas.

Requesens, en cuanto tuvo constancia de la invasión protestante, envió todos los hombres que fue capaz de reunir. El plan: tratar de interrumpir el avance de Luis en el río Mosa. Para ello los españoles recurrieron a escaramuzar con el enemigo ante la superioridad numérica de éste. Uno de estos episodios se dio el día 18 de marzo cuando, mediante una encamisada, táctica muy usada por los españoles, con apenas 300 arcabuceros españoles y casi igual número de valones, causaron al enemigo más de 700 bajas, por tan solo 4 valones y 3 españoles muertos.

Guerreros: El Coronel Francisco Verdugo


El 13 de marzo de 1537 nacía en Talavera de la Reina Francisco Verdugo. Hijo de carnicera y sin demasiadas oportunidades en el Toledo del siglo XVI, decidió enrolarse en la compañía que en 1556 se encontraba levantando el capitán Bernardino Martín de Ayala, por 1.500 maravedíes, apenas 4 escudos.

A partir de ahí, con 19 años, es donde comienza la andadura de uno de los militares más importantes de la historia de España. 

No tardaría en partir rumbo a Nápoles, donde quedó encuadrado en una compañía de arcabuceros perteneciente al afamado Tercio de Saboya. Tras el fallido intento de invasión francesa del Milanesado, el tercio, comandado por el maestre de campo Alonso de Navarrete, se dirigió a toda prisa rumbo a Flandes, para proteger las fronteras del imperio y amenazar el norte de Francia.

Allí se unieron a las tropas de Felipe II, dirigidas por el duque de Saboya, Manuel Filiberto, que invadieron la Champaña y la Picardía francesa para caer sobre San Quintín en 1557. Tuvo Verdugo una destacada actuación, distinguiéndose junto a su compañía en el apoyo a la carga de la caballería española dirigida por el conde de Egmond, y que acabaría deshaciendo los flancos franceses. El propio capitán Julián Romero le propuso para cobrar una ventaja de 8 escudos, algo poco frecuente entre soldados bisoños.

Batalla de Borgerhourt


El 2 de marzo de 1579 las fuerzas españolas, dirigidas por Alejandro Farnesio, príncipe de Parma, vencían a las tropas inglesas y francesas que apoyaban a los protestantes holandeses de la Unión de Utrecht, en la villa de Borgerhout.

Desde su nombramiento en el cargo de gobernador de los Países Bajos, tras la muerte de su tío Juan de Austria, Alejandro Farnesio, que había llegado a Flandes hacía menos de año y medio, había impulsado una extraordinaria labor diplomática y militar que llevó a la firma de la Unión de Arras, con la que las provincias del sur mostraban su compromiso de permanecer leales a la Corona Española.

Los Estados Generales, por su parte, firmaron la Unión de Utrecht el 23 de enero de 1579, ante la amenaza que suponía el imparable avance de las tropas de Farnesio. Bruselas estaba en serio peligro y los protestantes buscaron refugio en Amberes. El príncipe de Parma, a comienzos de año diseñó una estrategia de acoso y derribo contra los protestantes, que le llevó a tomar Weert y a derrotar a las temibles reiters alemanes de Juan Casimiro en Eindhoven y ponerlos en fuga. Entonces decidió sitiar la ciudad de Maastricht, su principal objetivo, de tal forma que quedase expedito el camino hacia la ansiada Amberes.

Por su parte, y dentro de dicha estrategia, el príncipe de Parma envió al coronel español Cristóbal de Mondragón con la misión de aislar los Países Bajos por el este, evitando que los protestantes alemanes pudieran socorrer a los holandeses, y tomando las importantes villas de Strelen, Erkelenz y Kerpen. De este modo Maastricht quedó completamente aislada por el norte y por el este. Por otro lado, los espías del gobernador le habían informado de la presencia de un contingente de selectas tropas de calvinistas franceses, junto a las inglesas y escocesas de John Norreys en la villa de Borgerhout.

Batalla de Pavía


El 24 de febrero de 1525 las tropas imperiales de Carlos V aplastaban a los ejércitos del rey francés, Francisco I, en la batalla de Pavía, la cual sería la tumba de buena parte de la nobleza francesa de aquella época.

En el contexto de las Guerras Italianas, España y Francia se medían en un conflicto por decidir cuál era la potencia dominante en Europa. Francisco I, que había perdido la carrera por el trono al Sacro Imperio contra el monarca español Carlos I, se lanzó a la invasión de Navarra a comienzos de octubre de 1521, mientras que en noviembre del mismo año el ejército español entraba en Milán y provocaba la huida de las tropas francesas de la ciudad, quedando como último reducto el castillo de la ciudad, al que Antonio de Leyva y el marqués de Pescara pusieron asedio de inmediato con tropas alemanas. 

A pesar de ello, el rey galo no se dio por vencido y se lanzó contra el Milanesado nuevamente, amenazando Pavía y Monza hasta que, el 27 de abril de 1522 los españoles lograron una de las victorias más espectaculares, increíbles y fáciles de la historia en la Batalla de Bicoca. España seguía imponiendo su hegemonía en Europa gracias a la visión estratégica del propio monarca, que además contaba con los mejores mandos militares del momento. Hombres como Próspero Colonna, el marqués del Vasto o el de Pescara, Carlos de Lannoy o Antonio de Leyva, constituían la élite de los ejércitos de toda Europa. 

Batalla de Lizard Point


El 18 de febrero de 1637 tenía lugar el combate naval de Lizard Point, entre una escuadra española comandada por Miguel de la Horna y una fuerza holandesa que daba cobertura a un convoy angloholandés compuesto por 44 buques.

La Guerra de los 80 años daba sus últimos coletazos. España, asfixiada económicamente e inmersa también en la fase final de la Guerra de los 30 años, que la enfrentaba directamente con la Francia de Richelieu, aún seguía siendo la primera potencia en Europa y sus ejércitos, cada vez más exiguos, constituían todavía una temible fuerza.

La Armada no era ajena a esto. La del Mar Océano contaba con un total de 49 galeones para cubrir toda la ruta de América, número inferior a con los que contaban los franceses y holandeses, pero los marinos españoles eran los mejores de su época y además, para contrarrestar la diferencia numérica, se fomentó la práctica del corso, que dio muy buenos resultados en los últimos años de esa década.

Batalla de Gembloux


El 31 de enero de 1578 las tropas realistas, comandadas por don Juan de Austria y Alejandro Farnesio, se enfrentaron en Gembloux a los ejércitos de los Estados Generales de los Países Bajos, obteniendo una aplastante victoria que daría un notorio giro en el devenir de la guerra. 

Llevaba casi 10 años en marcha la Guerra de los Ochenta Años años. Atrás quedaban los inicios de la contienda con la victoria protestante en mayo de 1568 en Heiligerlee, y la posterior devolución del golpe por parte de los españoles en Jemmingen. La sustitución como gobernador de los Países Bajos del Duque de Alba por Luis de Requsens, no había logrado frenar las revueltas protestantes, que se recrudecían por momentos. Felipe II, angustiado por el cariz que tomaban los acontecimientos, resolvió nombrar gobernador, tras la muerte de Requesens en 1576, a su hermanastro Juan de Austria, confiando en que el "Héroe de Lepanto" pudiera hacerse con el control de la situación. Tras su llegada en noviembre de 1576, no perdió un segundo y comenzó a tender puentes con los protestantes.

En febrero de 1577, don Juan lograba firmar el conocido como "Edicto Perpetuo" en el cual aceptaba los acuerdos de la "Pacificación de Gante", por los que se declaraba la tolerancia religiosa en los Países Bajos, se realizaba una amnistía para los presos holandeses, se confirmaban y otorgaban nuevos privilegios a la nobleza y el clero protestante, se nombraba a Guillermo de Orange como Estatúder de Holanda y Zelanda, y se sacaban a las tropas extranjeras de los Países Bajos, incluyendo a los tercios españoles, en un plazo de 20 días. A cambio, los protestantes reconocían a Felipe II como su rey y a Juan de Austria como gobernador actuando en nombre de éste, y se comprometían a respetar a los católicos de sus territorios.

Defensa de Panamá. El final de Drake


El 15 de enero de 1596 Francis Drake daba la orden a sus buques de zarpar y abandonar el intento inglés de saquear Panamá, tras haber sufrido una sucesión de derrotas, que lo dejaron enfermo y completamente abatido.

En el marco de la Guerra anglo-española, que ya se alargaba por 10 años, la reina Isabel I encargó a dos de sus militares de mayor prestigio, Francis Drake y John Hawkins, ambos antiguos piratas, la misión de atacar las posesiones españolas en el Caribe, y desestabilizar el dominio de Felipe II sobre las rutas hacia América.

Si bien es cierto que la estrella de Drake no brillaba como antaño, debido a su nefasta dirección de la "Contraarmada", en 1589, que tenía por objeto atacar y saquear varios puertos españoles, el veterano pirata seguía teniendo un aura casi mística entre sus hombres, por lo que la reina lo sacó de su "destierro" en Plymouth, tratando de revertir el curso de la guerra, que se inclinaba inexorablemente del lado español, tras las derrotas en Coruña, Lisboa o las Azores.

Drake, convencido de que lo más dañino para España era atacar sus posesiones en el Caribe, le propuso el plan a la reina, que finalmente accedió a tal empresa, colocando como segundo de Drake a John Hawkins, y dando el mando de la infantería una vez en tierra al general Thomas Baskerville. Para ello contaban con 6 galeones reales, los mejores de la armada inglesa: el "Garland", el "Adventure", el "Hope", el "Defiance", el "Bonaventure" y el "Foresight". A estos buques había que sumarles más de una veintena de pinazas y numerosas barcazas y naves menores para transporte de tropas y pertrechos. Drake, además, contaba con 3.000 soldados y más de 1.500 marinos.

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