El Milagro de Empel

Batalla de Lens

 


El 20 de agosto de 1648 se producía en Lens la última gran batalla de la Guerra de los Treinta Años en la que combatiría el Ejército de Flandes, al mando del archiduque Leopoldo, y el ejército francés del duque de Enghien. La derrota hispánica, al igual que ocurriese en Rocroi, sería hábilmente explotada por la propaganda francesa. 

En el contexto de los últimos coletazos del conflicto que había sumido a Europa en el caos durante los últimos treinta años, el cardenal Mazarino, primer ministro francés del joven rey Luis XIV, buscaba obtener una mejor posición en las negociaciones que se estaban llevando a cabo en Westfalia con el objetivo de lograr la paz. El desastre anterior de las fuerzas francesas en Cataluña y la firma de la Paz de Münster el 30 de enero de 1648 entre España y las Provincias Unidas, habían complicado la posición de Mazarino al frente del gobierno. El cardenal había tratado sin éxito de torpedear las conversaciones de paz, ofreciendo cuantiosas sumas de dinero al nuevo estatúder, Guillermo II de Orange, y a los gobernadores de varias ciudades importantes de Holanda y Zelanda para que continuasen con la guerra, pero finalmente la paz se impuso para satisfacción de los intereses mayoritarios de holandeses y españoles. 

La campaña de 1648 contra España centraría toda la atención de Mazarino, reanudando las operaciones contra Lombardía, aunque sin éxito alguno, y movilizando un nuevo ejército para atacar los Países Bajos al mando del duque de Enghien, el Gran Condé. El primer objetivo que se fijó Condé fue la toma de la plaza de Ypres, en el Flandes Occidental; la campaña se inició con bastante retraso debido al mal tiempo y a las lluvias, no pudiendo llegar hasta mediados de mayo. La ciudad se rindió tras ofrecer una débil resistencia, lo que provocó el enfado del archiduque, a la sazón gobernador de los Países Bajos, que replicó tomando la plaza de Courtrique, a unos 30 kilómetros al este de Ypres. En este intercambio de golpes, Condé se internó en Flandes y se encaminó hacia la costa con la idea de tomar nada menos que la ciudad de Ostende, la que había dado fama y gloria a Ambrosio Spínola en 1604.

El Asedio de Grave y la toma de Venlo


Tras la liberación de los infantes españoles de Francisco Arias de Bobadilla en Bommel, suceso popularmente conocido como el Milagro de Empel, Alejandro Farnesio ordenó al señor de Haupetena dirigirse contra la plaza de Nuis, en Groninga, mientras que el conde Carlos de Mansfeld, hijo de Pedro Ernesto de Mansfeld, debía marchar contra la plaza de Grave, donde ya se habían emplazado una serie de fuertes de cara a plantar asedio. 

Grave se encontraba en el Brabante Septentrional, a unos 30 kilómetros al noreste de Bolduque. El Tercio de Juan del Águila, junto con 7 compañías de los demás tercios, se había adelantado y se encontraba acampado en Herpen, a poca distancia al oeste de Grave, y el 3 de enero de 1586 partió desde allí con dirección a la villa de Mill, al sur de Grave siguiendo la ruta hacia la plaza de Venlo. Inmediatamente se pusieron manos a la obra, levantando un fuerte y emplazando los cañones para tirar sobre Grave. Mansfeld, que también se había puesto en movimiento, situó su cuartel general en el castillo de Oss, a medio camino entre Bolduque y Grave, y en el que se hallaba el tercio de Camilo Capezucca. Al poco de llegar pudo comprobar que los rebeldes holandeses habían construido un fuerte a las afueras de Grave, por lo que mandó a varios de sus hombres ir a Bolduque a por 3 cañones con los que batirlo para poder centrarse sin problemas en las labores de asedio. 

El invierno estaba siendo especialmente duro ese año, por lo que Mansfeld, una vez terminados los fuertes para un futuro asedio, ordenó al ejército invernar en sus cuarteles. El Tercio de Juan del Águila lo hizo en el ducado de Tréveris, tras dejar guarnición en Rondveld, cortando así las comunicaciones entre Grave y Venlo; los italianos se repartieron por todo el Limburgo, mientras que Mansfeld se quedó por los fuertes junto a Grave y Mondragón se instaló en Roermond. A su vez, el coronel Francisco Verdugo había partido junto a Juan Bautista Tassis para tomar posiciones al norte de Grave, en las cercanías de la villa de Arnhem, donde se divide el río Ijssel del Rin. Durante la construcción de un fuerte sobre esa plaza, no fueron pocas las escaramuzas libradas por los realistas contra los rebeldes, destacando la protagonizada por Aníbal Gonzaga con su compañía de caballos, en la que logró acabar con la vida del conde de Solms, a la sazón, gobernador rebelde de Zelanda. 

Asedio de Arras



El 9 de agosto de 1640 concluía el sitio sobre la ciudad de Arras, plaza fronteriza de los Países Bajos españoles con Francia. Los defensores españoles, comandados por el oficial irlandés Owen Roe O´Neill, resistieron durante casi dos meses el asedio de las tropas francesas del mariscal La Meilleraye, pero la falta de esperanzas en recibir un socorro les llevó a aceptar una honrosa capitulación. 

A pesar de la derrota naval de las armada de Antonio de Oquendo en la Batalla de las Dunas, el objetivo principal de la misión, que no era otro que desembarca tropas, dineros y suministros para el Ejercito de Flandes, se había cumplido. De esta forma, lograron desembarcar entre 6.000 y 8.000 infantes que reforzaron las fuerzas del Cardenal Infante, a las cuales se habían sumado ya tres nuevos tercios de infantería valona y varias compañías reclutadas por Guillermo de Lamboy, comandante del ejército auxiliar. Las tropas hispánicas derrotaron a los holandeses a las afueras de Brujas, donde una fuerza de 5.000 infantes y 2.000 caballos comandada por Enrique Casimiro se topó con varias compañías españolas de Aragón y de Saavedra. 

Más tarde, un trozo de ejército compuesto por 4.000 infantes y dos compañías de caballos, bajo el mando de Guillermo de Nassau, que habían llegado a la zona para reforzar a Enrique Casimiro, se vieron sorprendidos por las fuerzas hispánicas que seguían vigilantes, siendo nuevamente derrotados. En el fallido intento de hacerse con Brujas, los rebeldes perdieron algo más de 1.000 hombres. Posteriormente, Enrique Casimiro marchó el 3 de julio sobre la plaza de Hulst, en la provincia de Zelanda, con un ejército de 8.000 infantes y 500 caballos. Para su desgracia, el Tercio de Saavedra apareció el 13 de julio y se enfrentó con los holandeses, peleando duramente toda la mañana hasta que se vio reforzado por varias compañías de infantería española y diversas unidades de caballería, logrando así derrotar al enemigo. En esta acción los holandeses perdieron más de 1.000 hombres y Enrique Casimiro de Nassau-Dietz, su gran comandante, falleció un día después, recibiendo sepultura en Leeuwarden. 

El Asedio de Lérida de 1644

 


El 25 de julio de 1644 la ciudad de Lérida se rendía al Ejército Real de Felipe de Silva que el 15 de mayo había derrotado al ejército franco catalán del mariscal La Mothe, cuando trataba de socorrer la ciudad y eliminar la amenaza sobre Cataluña. El rey Felipe IV, que se hallaba en Fraga, entró en la ciudad el 7 de agosto, una semana después de que los franceses se retirasen de ella. 

Cuatro años habían transcurrido desde la sublevación de los rebeldes catalanes, y tras dos años de varapalos militares en ese frente, 1643 sería el punto de inflexión. Los cambios realizados por el rey, con el nombramiento de Felipe de Silva como capitán general de Cataluña, y la provisión de más hombres y fondos, contribuyeron a levantar la moral de las tropas y los ciudadanos. Los problemas internos que atravesaba Francia, como una incipiente revuelta por los elevados impuestos, o la muerte de Richelieu y de Luis XIII, también contribuyeron a mejorar la situación española. Ante esto, al mariscal La Mothe no le quedó más remedio que adoptar una posición defensiva, privado de los ingentes recursos de los que hasta el momento había disfrutado. Antes de la llegada de Silva, las tropas españolas de Juan de Garay lograron tomar Mora de Ebro, una pequeña plaza anclada entre las sierras de Almos, Cardo del Boix y de Pandols-Cavalls. Los franceses perdieron en aquella acción más de 900 hombres, entre ellos 500 muertos. 

Para finales de julio de 1643, la estrategia diseñada por Silva de acoso a los franceses y rebeldes comenzaba a dar sus frutos. Una partida de 500 caballos españoles atacó los cuarteles franceses de Villanoveta, a las afueras de Lérida, causando muchos muertos al enemigo y obteniendo un botín de 400 caballos y mulas, dinero y mucha plata y bastimentos, logrando además capturar a más de 100 franceses. Lo mismo ocurrió en la zona de Barbastro, lo que obligó a las fuerzas francesas a adoptar las máximas precauciones en sus desplazamientos y cuarteles. En octubre, el Ejército de Aragón, reorganizado por Silvam estaba listo y atravesó el río Cinca para poner sitio a Monzón. La Mothe partió a toda prisa desde Barcelona para tratar de salvar la ciudad pero, tras más de un mes de combates en los que el mariscal francés fue incapaz de romper las líneas de asedio, Monzón volvió a manos españolas el 3 de diciembre, para alegría de la población. 

-El camino a Lérida

Con el ánimo renovado por las victorias obtenidas, el Ejercito de Aragón consolidó sus posiciones al otro lado del Cinca y se lanzó a por el principal objetivo de su campaña para 1644: la reconquista de Lérida. Si se tomaba se obtenía una base desde la que lanzar operaciones sobre Cataluña, dominar todo el paraje de Cervera, y asegurar la posición defensiva privando a los franceses de hacer incursiones en Aragón y Navarra. El 1 de mayo de 1644 el ejército estaba listo y el propio rey, que días antes había publicado en Zaragoza un perdón para Cataluña, pasó revista las unidades. La infantería se componía de 9 tercios, de los cuales 6 eran españoles. Los de Simón Mascareñas, Francisco Freire, Alonso de Villamayor, Esteban de Ascárraga, Martín de Mujica y Nuño Pardo de la Costa. También había 3 tercios italianos, el de napolitanos de Bautista Brancaccio, el del duque de Lorenzana y el del barón de Amato. A éstos se añadían 2 regimientos valones, el del barón de Brandestrat y el de Carlo Colonna, y los regimientos alemanes de Galasso y Grosfelt, el del barón de Sebac y el de Hanmel. En total la infantería sumaba 9.554 hombres, de los cuales 1.209 eran oficiales. 

En cuanto a la caballería, ésta se componía de 4.436 jinetes y en ella se encuadraba el trozo del Rosellón, bajo el mando de Andrés de Haro, el trozo de las Órdenes Militares, gobernado por Juan Bautista de Oto, los hombres de armas de las Guardias de Castilla, comandados por Roque Matamoros, la caballería del Estado de Flandes, mandada por Blas Gianini, la caballería de Nápoles y Milán, bajo el mando de Ferrante Limonti, y el regimiento de caballos borgoñones del barón de Brutier. Además, Felipe de Silva llevaba para batir los muros de Lérida un tren de artillería compuesto por 16 cañones de diversos calibres gobernado por Francesco Tuttavila. Con todo dispuesto, el ejército se puso en marcha el 3 de mayo, avanzando a través de la sierra Larga de Noguera, y tomando sin oposición la pequeña villa de Castellón de Farfaña, para continuar su camino hacia Balaguer, a unos 25 kilómetros al norte de Lérida siguiendo el curso del río Segre. 

Los espías franceses detectaron los movimientos del Ejército de Aragón y La Mothe partió a toda prisa desde Barcelona hacia Lérida acompañado de algo más de 9.000 infantes y 2.000 caballos, más 12 cañones, enviando varias compañías para reforzar Balaguer, que fue dejada atrás por los españoles. Silva ordenó a Juan de Vivero, general de la caballería, que se adelantase para construir un puente sobre el Segre al norte de Lérida, junto con los tercios de Mújica, Brancaccio y un regimiento de alemanes, mientras que el grueso del ejército cruzaba el río Noguera a la altura de Corbins. Vivero tuvo noticias de que los franceses se aproximaban a su posición y la fortificó a la espera de la llegada de Silva con el resto de la fuerza, que llegó dos días después y cruzó el Segre por el puente de barcas ya levantado, y en el cual quedaron dos tercios, 200 caballos, y alguna pieza de artillería para protegerlo. También se empleó un tercio para custodiar un convento y unas fortificaciones hechas por los hombres de Vivero, mientras se rechaza un intento francés de meter un pequeño socorro en la ciudad. 

El 14 de mayo celebró Silva consejo con sus oficiales y decidió atacar al ejército francés que se aproximaba desde el este y que estaría en el campo de batalla al día siguiente. A eso de las 8 de la mañana del día 15, el ejército realista divisó a las fuerzas francesas que se encontraban muy próximas a Villanoveta, y comenzaban a desplegarse sobre el campo de batalla, en lo alto de una pequeña loma. El centro francés, con dos baterías con 6 cañones cada una por delante, lo ocuparon los regimientos de infantería de Houndacourt, Lyonnais, Albret, Mompouillan, Vandy y Rébé, situados en primera línea, y por detrás de ellos formaron el regimiento francés de Barlot, el regimiento suizo de An-Buchel y tres regimientos de rebeldes catalanes. El flanco derecho fue ocupado por la caballería del marqués de la Valière, quien contaba con los regimientos de d'Alais, Bussy-de-Vair, Villeneuve, Du Terrail y de Roches-Baritaut, mientras que en la izquierda se situaron los regimientos de caballería de Balthasar, de Mérinville, de Saint Simon, Boissac y Chasteaubriand. En total, los franceses desplegaron unos 8.000 infantes y 2.000 caballos, junto con 12 piezas de artillería. 

Por su parte, el ejército de Silva se situó al oeste de las fuerzas francesas, siendo desplegado por el marqués de Mortara. El flanco derecho lo ocupó la caballería de Flandes y la del Rosellón, acompañados de un regimiento de caballos borgoñones y desplegados en dos líneas. Gobernaba este flanco Juan de Vivero, teniendo como teniente general a Carlos de Padilla. En el centro formó la infantería, ocupando la vanguardia el Tercio de Mascareñas, y siguiéndoles los tercios de Nuño Pardo de la Costa, el de Martín de Mújica, el de Francisco Freire y un cuerpo formado por los regimientos de Carlo Colonna y Brandestrat, y otro con los de Galasso y Gronsfelt, y cerrando la retaguardia el Tercio de Brancaccio, formando un escuadrón junto con al del barón de Amato. El cuerno izquierdo, gobernado por el marqués de Cerralbo y el duque de Lorenzana, fue ocupado por la caballería de las órdenes, con Juan de Oto, y los hombres de armas de Roque Matamoros. El ejército de batalla estaba compuesto por un total de 6.000 infantes y 2.500 caballos.

Vista de Lérida

-La batalla de Lérida

Felipe de Silva y el marqués de Mortara juzgaron más seguro avanzar de costado hacia el enemigo para ocupar una posición más idónea desde la que cargar contra el flanco derecho de los franceses, que estaban desplegados sobre lo alto de una colina. La Mothe, que entendió el movimiento de las tropas hispánicas, ordenó extender sus líneas hacia la derecha, pero sin llegar a mover su ala izquierda. Durante más de una hora los españoles se estuvieron moviendo de esta forma, buscando la pendiente más suave por la que ascender, y haciendo creer al enemigo que se retiraban, lo que provocó las burlas de éste. Pero llegado el momento justo, se dio la orden de virar dando frente a las líneas francesas, causando confusión y miedo en éstas. Ante la maniobra española para vencer la diferencia de altitud entre ambos ejércitos, La Mothe ordenó descargar el fuego de sus baterías sobre las líneas de los hombres de Silva, que se acercaban cerrando los huecos abiertos por las balas rasas a las que acompañaban sacos de batería de mosquete añadidos a la boca del cañón. 

Llegado el momento, preguntó Simón Mascareñas a Silva si embestían y, según las crónicas, Silva abrazó al maestre de campo y le dijo: "hijo, embiste". Las líneas españolas se lanzaron a la pelea, momento en el que un batallón de arcabuceros a caballo francés se adelantó y cerró con la caballería del marqués de Cerralbo, que pudo contener el ataque de los jinetes del marqués de la Valière. Viendo el rechazo de su asalto, Valière lanzó un escuadrón de arcabuceros a caballo y otro de corazas, pero nuevamente la caballería de las Órdenes y de Castilla aguantaron bien, dando tiempo a que la infantería viniera en su apoyo. En el cuerno derecho español, Juan de Vivero dio orden a Padilla de avanzar con la caballería de Flandes y el Rosellón, y cargar contra la izquierda francesa. Gianini y Padilla empujaron con fuerza, pero los franceses aguantaban bien, por lo que Vivero se lanzó con el resto de sus caballos y rompió las filas del enemigo, que se vio ampliamente superado y comenzó a huir, dejando en el campo muchos muertos. 

Mientras tanto, la infantería empezó a combatir, con el Tercio de Mascareñas cerrando contra el Regimiento de Houndacourt. El asalto fue tan brutal que se derrumbaron al instante, haciéndose los españoles con cinco piezas de la artillería que tanto daño les había causado antes. Con la victoria al alcance de la mano, Mascareñas indicó a Freire que se unieron ambos tercios y fueran con la caballería de Padilla contra los cinco escuadrones franceses que aun guardaban la formación. Dos de éstos, viendo ya que la batalla estaba perdida, comenzaron a huir en dirección a Cervera, a medio camino entre Lérida y Tarrasa, quedando los otros tres escuadrones a merced de la infantería y los caballos hispánicos, que les cerraron el paso. Sin posibilidad de resistir, y tras haber perdido la última pieza de su artillería, al enemigo no le quedó más remedio que rendirse, tirando sus armas al suelo. 

Al mismo tiempo, el marqués de la Valière se afanaba por agrupar el mayor número de gente posible y llevarla a la protección de los muros de Lérida, mientras que los afortunados soldados franceses y rebeldes intentaban escapar de la persecución de los caballos españoles que buscaban abortar su fuga hacia Cervera. Eran las 5 de la tarde y los combates habían llegado a su final, con una sorprendente victoria del ejército hispánico, que no solo hubo de sobreponerse a la inferioridad numérica, sino también a las adversidades del terreno, ya que el ejército franco catalán se encontraban en una mejor posición sobre el campo de batalla. Silba había perdido en aquella jornada 400 hombres, entre los que se encontraban 50 oficiales, de ellos 5 eran capitanes de caballos y 8 de infantería, y hubo de atender a algo más de 300 heridos. La muerte más sentida fue la de Roque Matamoros, comisario general de las Guardias de Castilla. 

Por la parte francesa se contaron entre 2.500 y 3.000 muertos, según las fuentes que se consulten, y fueron apresados cerca de 4.000 soldados, incluidos 700 oficiales, entre los que se encontraban el hermano de La Mothe, y el sargento mayor de batalla, además de perder todo su tren de artillería, compuesto por 12 piezas, y todo el bagaje y provisiones que llevaban. De los que escaparon hacia Cervera no hay datos, pero Valière logró entrar en Lérida con más de 1.500 hombres de a pie y a caballo, uniéndose así a los defensores, aunque muchos de ellos no se encontraban en condiciones de empuñar un arma y ocasionarían más molestias que ayuda, ya que eran más bocas que alimentar y se precipitaba sobre la ciudad un asedio. La Mothe escapó por los pelos junto a tres de sus hombres de confianza, incluyendo al marqués de Terrail. 

Tras reorganizar su ejército, Felipe de Silva envió una trompeta al gobernador de Lérida instándole a rendir la ciudad, pero la respuesta de éste fue negativa, argumentando que un ejército tan pequeño jamás podría tomar una gran plaza como Lérida. El 17 de mayo Silva ordenó a Antonio Gandolfo que preparase una línea de circunvalación más allá del río Segre, que incluyese Villanoveta y el puente de barcas. Se mandaron a Fraga más de 3.000 prisioneros franceses, quedando los rebeldes catalanes bajo custodia de Silva, y el día 22 Juan de Vivero, junto al tercio de Mújica, ocupó el Burgo junto al puente de Lérida y se fortificó dejando allí 300 infantes para su defensa. Pero no pasaron ni 24 horas cuando los soldados hubieron de abandonar la posición ante el incesante fuego de la artillería de la ciudad. Silva, contrariado, envió a Gandolfo a dirigir las obras de fortificación del Burgo, que quedaron completamente acabadas tras dos días seguidos de trabajo sin apenas descanso. 

El 24 de mayo entregó Felipe IV al duque de Nájera un decreto real que decía: "En la batalla de Lérida han muerto algunos soldados míos y entre ellos hombres particulares que pelearon con grande valor, débolos honrar que no pudieron hacer más que morir sirviéndome. Holgaré que toméis por vuestra cuenta hacer unas honras generales convidando a todos los que hallaren ahí y como sé que acudiréis a esto de buena gana por encomendároslo yo y por lo que amáis a los soldados, fío que se hará con la brevedad que conviene". Esto se cumplió el 3 de junio en el convento de San Felipe de Madrid. Más tarde se tuvo noticias de la llegada de refuerzos franceses por mar a Barcelona, y que se habían puesto en marcha con dirección a Lérida, por lo que Silva ordenó a Vivero dejar a la gente de Colonna y de Ascárraga en el Burgo y marchar con el resto del ejército a bloquear el paso del enemigo. 

Las noticias de que el ejército que juntaban los franceses era más numeroso que el anterior alarmaron a Silva, que despachó a Carlos de Padilla a Fraga para pedir consejo al rey sobre lo que hacer. Felipe IV no dudó de que el asedio debía continuar a cualquier precio, y que intentaría enviar refuerzos con la mayor urgencia posible, por lo que Silva, al recibir el mensaje de boca de Padilla, metió más prisa a los hombres que trabajaban en la circunvalación de la plaza. Las noticias de la presencia del rey en Fraga y de la victoria de Lérida hicieron que acudiesen muchos nobles y caballeros aragoneses como el duque de Villahermosa, el marqués de Navares, o los condes de Fuentes, de Antares y de Almunias. Desde Castilla acudieron los duques del Infantado y de Camiña, el conde de Santa Coloma, los marqueses de Peñalva, de Salinas o el de Almazán, y junto a ellos un gran número de sargentos mayores y de capitanes. 

Asedio español del Lérida

-El asedio de la ciudad 

Junto a estos nobles y caballeros llegaron también desde Aragón tres tercios, incluyendo el del barón de Leteza. Valencia mandó un tercio de 1.200 hombres bajo el mando del maestre Gerónimo Monsiuri, mientras que Navarra envió otro con 1.000 hombres dirigidos por el maestre de campo Baltasar de Rada. Por su parte, desde Castilla llegaron unos 6.000 hombres levantados por el Condestable de Castilla y el conde de Luna, bajo mandato de la propia reina, Isabel de Borbón, que se encontraba embarazada. Mientras esto sucedía, las obras de asedio avanzaban a buen ritmo y La Mothe seguía recibiendo refuerzos. Los defensores de la ciudad, viendo lo bien que avanzaban las defensas que Colonna realizaba en el Burgo, hicieron una salida con 1.500 hombres, pero fueron rechazados en las trincheras, y luego perseguidos por varias compañías del tercio de Mújica y de los regimientos alemanes y valones. En aquella acción los sitiadores perdieron un soldado español y un capitán alemán, mientras que los franceses contaron más de un centenar de muertos. 

La noche del 2 de junio un nuevo socorro francés fue interceptado y se tomaron 21 prisioneros y gran cantidad de harina y otras provisiones, además de matar a varios franceses. Silva se decidió a atacar el fuerte de Gardeny, en la parte sur de la ciudad, y para ello envió a Tuttavila con los tercios de Villamayor y de Brancaccio, pero de los muros de Lérida salieron 3.000 hombres y lograron rechazar el intento de asalto, perdiendo los hispánicos 150 hombres. Ante este contratiempo, Silva le envió a Tuttavila los tercios de Nuño de Pardo y de Ascárraga, que se incorporaron para un nuevo asalto a Gardeny. Para contrarrestar la amenaza, volvió a salir una fuerza de 3.000 hombres pero esta vez los tercios hispánicos lograron desbaratarlos y llevarlos hasta los mismos muros de Lérida. Ganados los exteriores del fuerte, Tuttavila preparó una mina, la cual estuvo lista el 15 de junio, y viendo los defensores el estado de los trabajos de minado, riendieron Gardeny y se marcharon a Francia. 

El 27 de junio las obras de circunvalación estaban terminadas y el ejército francés se concentraba en Castellón de Farfaña. Durante todos estos días muchos soldados catalanes escapaban de Lérida para unirse al ejército real llegando, incluso, el 7 de julio, a enviar una petición de socorro a Silva prometiendo entregar una de las puertas de la ciudad, pero los franceses maniobraron para evitar el botín, usando al letrado Micer Inglesi, que era uno de los principales responsables del levantamiento de Barcelona contra su señor el rey Felipe IV. Los catalanes leales que se encontraban en la ciudad le acabaron matando a puñaladas. Para el 16 de julio los sitiadores enviaron un tambor a la ciudad ofreciendo nuevas condiciones para la rendición, pero nuevamente el gobernador rechazó la propuesta, advirtiendo que aún disponían de comida para dos meses y de que La Mothe les socorrería antes. 

Casi al mismo tiempo le llegaron al mariscal francés nuevos refuerzos; 3.000 infantes, 300 mosqueteros y 600 caballos, por lo que, confiado en su nueva superioridad, se movió hacia el río Noguera para buscar el punto más débil de las defensas españolas. La Mothe decidió entonces quemar el puente de barcas sobre el Segre lanzando cuatro improvisados brulotes por el río, pero los hombres de Freire lograron deshacer el peligro y dieron al traste con el desesperado intento de los franceses. Tras varios días intentando encontrar un sitio por donde batir las defensas españolas, La Mothe se dio por vencido y se retiró hacia Balaguer el día 23 de julio, abandonando así a su suerte Lérida. En vista de los nuevos acontecimientos, el gobernador de la ciudad pidió capitular el 25 de julio, festividad de Santiago. El 29 de julio entró Carlos de Padilla a reconocer la plaza y ultimar las condiciones de rendición. El 30 se firmaron las capitulaciones de entrega de Lérida y el 31 los franceses salieron, unos 3.000 hombres ponían rumbo a Francia por el camino de Navarra. 

Se capturaron 20 piezas de artillería, numerosa munición y abundantes provisiones. El 7 de agosto hizo su aparición el rey Felipe, entrando en la ciudad "bizarrísimo con un vestido de ante bordado de oro pasado con unos rejadillos, sembrado el campo de flores de lis, banda carmesí bordada de lo mismo, espadín de oro pendiente de lavanda, balona caída de puntas, sombrero pardo con plumas coloradas, botas de ámbar con espuelas doradas, con banda y pluma roja en un caballo airoso y quieto, con bastón general en la mano llevándole de los cordones algunos ciudadanos por antigua costumbre". Se dirigió a la Iglesia Mayor, a donde tardó casi 3 horas por la multitud de gente que se agolpaba en las calles para recibirle. Otorgó el rey a la ciudad el privilegio para labrar 30.000 ducados de moneda de plata castellana y 2.000 ardites y menudos, y dio a los conventos 100 ducados de limosna. 

Bibliografía: 

-Con Balas de Plata III. 1640-1650. Cataluña y el Rosellón (Antonio Gómez)

-La rebelión de los catalanes (John H. Elliott)


Guerreros: El Gran Duque de Alba (Parte III)

 


La toma de la ciudad de Brielle por parte del Los Mendigos del Mar y la derrota del conde de Bossu en su intento por recuperarla, dieron lugar a una serie de adhesiones a la causa rebelde que traerían nefastas consecuencias para los intereses de la Monarquía Española, aunque éstas, no las sufriría el duque de Alba por mucho más tiempo. 

Los primeros movimientos del duque ante esto fueron la recluta de diversas compañías valonas que fueron puestas bajo el mando de Cristóbal de Mondragón, y guarnicionar las plazas de Holanda y Zelanda. También escribió al rey pidiendo más dinero. Los planes de los Nassau pasaban por el avance de los Mendigos, en combinación con la entrada desde Alemania de Guillermo y la de Luis, haciendo lo propio desde Francia en compañía de los hugonotes. El 24 de mayo de 1572, el pequeño de los Nassau capturó la ciudad de Mons tras un ardid de los partidarios de Orange que había dentro de la ciudad, y la llegada de refuerzos bajo el mando de Mos de Genlis y François de la Noue. La pérdida de Mons era un problema de graves proporciones, ya que proporcionaba una ruta directa entre Bruselas y Francia. 

La apertura de este segundo frente por parte de Luis de Nassau dejó a Alba en una situación delicada, ya que solo disponía de 7.000 hombres a los que se les adeudaban varias pagas, y, para colmo, al otro lado del Rin el ejército de Guillermo cada día era más numeroso. No tardaron sus enemigos en la Corte en usar esto contra él, mientras que el duque de Medinaceli llegaba a los Países Bajos con la consigna de ofrecer un perdón general que pusiera fin a la revuelta. Pero Alba, a pesar de contar ya con 65 años, no iba a ser presa fácil ni para sus detractores en España, y mucho menos para sus enemigos en Flandes. Logró obtener 200.000 ducados de Cósimo de Médicis, y trajo a las tropas alemanas de Frundsberg y Eberstein, y llamó a su hijo Fadrique, que se hallaba socorriendo Middelburg de los Mendigos, para que se dirigiera a toda prisa a recuperar Mons. 

Sitio y Socorro de Fuenterrabía

 


El 1 de julio de 1638 un poderoso ejército francés conducido por el príncipe de Condé atravesaba el Bidasoa y se dirigía a poner cerco a la fronteriza ciudad de Fuenterrabía. Francia trataba así de devolver el golpe de la fracasada invasión española del sur del reino del año anterior, y asestar un golpe en el propio corazón de la Monarquía Española.

Hasta 1638, Francia no había conseguido grandes logros con su entrada en la Guerra de los Treinta Años, así que para ese año proyectó una campaña centrada en atacar todos los frentes posibles: Italia, Alemania, Flandes y, en esta ocasión, España. Desde el comienzo de la primavera, Richelieu había dispuesto los preparativos para una fuerza de invasión del norte de España que estaría a cargo de Enrique II de Borbón-Condé, príncipe de Condé. Puestas en alerta las autoridades españolas ante un posible golpe del Francés por la parte de Navarra o Guipúzcoa, se designó al V marqués de los Vélez, Pedro Fajardo de Zúñiga y Requesens, para hacerse cargo de Navarra, y a Antonio Gandolfo para la revisión de las plazas fuertes fronterizas de la zona. 

A finales de mayo las noticias de que el príncipe de Condé había designado Dax como su plaza de armas, y había concentrado allí un contingente de 12.000 infantes y 500 caballos, y con intención de reclutar en aquella región una fuerza hasta alcanzar su ejército los 26.000 hombres, inquietaron al marqués, que se aprestó a realizar los preparativos necesarios para repeler una supuesta invasión. Para mediados de junio el conde Agramont había llegado a Hendaya acompañado de 20 compañías de infantería y la armada francesa había desembarcado en la villa abundante artillería, provisiones y más de 500 caballos. El marqués envió aviso a Pamplona para que se fortificase todo lo bien que pudiese y empezó a despachar correos a las poblaciones cercanas para que enviasen todos los hombres disponibles. 

Las Campañas de Farnesio en Flandes. De Gembloux a Maastricht

 


Habían transcurrido ya seis años desde la gran victoria católica contra el Turco en la Batalla de Lepanto y el ardor guerrero de Alejandro Farnesio se volvía cada vez más difícil de contener, más aún tras la muerte de su mujer, María de Portugal, princesa de Parma. El joven príncipe ardía en deseos de acompañar a su tío don Juan de Austria, que había sido nombrado gobernador de los Países Bajos, y ayudarle en la complicada situación en la que se encontraba. Don Juan había tenido que huir de Bruselas el 13 de junio de 1577, ante las graves informaciones de un complot para asesinarle, y hacerse con el castillo de Namur, donde se refugiaría con los que aún le eran leales. El 15 de agosto don Juan, en una emotiva carta, solicitó el regreso de los soldados españoles, que habían abandonado los Países Bajos en virtud de los acuerdos alcanzados en la Paz de Gante y el Edicto Perpetuo. De igual forma, solicitó la llegada de su querido sobrino, Alejandro Farnesio. 

Unas semanas antes, el 30 de junio, y con su esposa recién fallecida, Farnesio solicitó al rey que le emplease en algún "servicio". Tenía en mente el de Parma acudir a Flandes o embarcarse en la aventura que el rey Sebastián I de Portugal preparaba: la conquista del norte de África. Pero don Juan le reclamaba ante el rey Felipe II, y el 29 de agosto escribió a Farnesio solicitando que acudiese a Flandes a la mayor brevedad posible. Geoffrey Parker en su obra Felipe II, la biografía definitiva, apunta que en reunión del Consejo de Estado, el consejero Quiroga indicó al rey que "el príncipe de Parma estarían bien con el señor don Juan y podría ayudarle mucho", y además expuso el argumento que acabó de convencer al rey: "y lo que más importa es que si el señor don Juan faltas, no quedaría aquello desamparado como cuando murió el comendador mayor (Luis de Requesens), que ha sido la causa de venir a estos términos". 

La situación en Flandes era crítica, tal es así, que don Juan había escrito el 15 de agosto una sentida carta en la que reclamaba la vuelta urgente de los infantes españoles. "A los magníficos, amados, y amigos míos, los capitanes y soldados de la mía infantería española que salió de los Estados de Flandes [...] Venid pues, amigos míos, mirad que no solo aguardo yo, sino también las iglesias, monasterios, religiosos y católicos cristianos, que tienen a su enemigo presente, con el cuchillo en la mano, y no os detenga el interés de lo mucho o poco que se os dejaré de pagar, pues será cosa muy ajena de vuestro valor preferir eso, que es miseria, a una ocasión donde con servir tanto a Dios y a S. M. podréis acrecentar la fama de vuestras hazañas, ganando perpetuo nombre de defensores de la fe". Y concluía don Juan con una última arenga: "a todos ruego que vengáis con la menor ropa y bagaje que pudiereis, que llegados acá no os faltarán de vuestros enemigos".

Regimiento de Guardias de Infantería de Felipe IV

El 10 de septiembre de 1634, por orden del rey Felipe IV, se crea la Coronelía o Regimiento de Guardias del Rey, siguiendo las indicaciones del conde duque de Olivares, como una fuerza que sirva de freno a los enemigos de la Corona. 

En el año 1634 la guerra con Francia parecía del todo inevitable. El fin de las Guerras de Religión dejó a Luis XIII y a su primer ministro, el cardenal Richelieu, las manos libres para intervenir directamente en la Guerra de los Treinta Años, en la que su participación, hasta la fecha, se había limitado a la aportación de grandes sumas de dinero a la causa protestante, y a diversos golpes de diversión contra España en el escenario italiano. Ahora, una Francia que llevaba años en paz y que disponía de una economía más o menos saneada y una administración fuertemente centralizada, se podía permitir el lujo de entrar en la contienda y reclamar el lugar de España en la hegemonía europea. 

Preocupado por la beligerancia del vecino del norte, el conde duque de Olivares instó al rey a ponerse al frente de su ejército y a presionar a la nobleza para que levantasen tropas para la guerra que habría de venir. Su famosa Unión de Armas, de 1624, no estaba dando los resultados esperados y las cifras propuestas de reclutamiento, 140.000 soldados aportados por los distintos territorios de la Monarquía, no se alcanzaban ni de lejos. La preocupación de Olivares era lógica, a pesar de las victorias obtenidas por el Ejército de Alsacia del duque de Feria en 1633, pues las fuerzas de Bernardo de Weimar y Gustav Horn se habían recuperado del varapalo sufrido y, apenas un año después, estaban decididas a hacerse con el control de Alemania. 

Asedio de Tournai

 


El 30 de noviembre de 1581, festividad de San Andrés, las tropas hispánicas de Alejandro Farnesio entraban triunfantes en la ciudad de Tournai, tras un asedio que había durado casi dos meses y que había concluido con la entrega de la plaza para evitar el asalto y posterior saqueo de la misma.

El gobernador de la Países Bajos, Alejandro Farnesio, tras lograr firmar la Unión de Arras con las provincias católicas del sur, se había empeñado en una campaña de recuperación de todas las plazas que habían caído en manos de los rebeldes, poniendo así fin a las matanzas y persecuciones que sufrían los católicos desde que, en 1577, se hicieran con buena parte del territorio de los Países Bajos. De esta manera, y tras la exitosa toma de Amberes en junio de 1579, siguió con su campaña. Los siguientes meses supusieron la expansión de las tropas católicas de la mano del futuro duque de Parma, por lo que Guillermo de Orange, alarmado por el cariz que tomaban los acontecimientos, maniobró políticamente para tratar de atraer a Francia a su lado en la Guerra de los Ochenta Años, rompiendo definitivamente su compromiso con el archiduque Matías de Austria, a quien había utilizado en sus ambiciones políticas. 

Guillermo, pues,  había entablado conversaciones con Francisco, duque de Alençon y de Anjou, para que éste ocupara el trono de las Provincias Unidas. Las negociaciones fructificaron y el 29 de septiembre de 1580 se firmaba el tratado de Plessis les Tours. Guillermo pretendía de esta forma forzar a España a reconocer la independencia de estos territorios que ahora tendrían un nuevo rey, si no quería verse abocado a una guerra con Francia. Las intenciones de Guillermo eran claras: el nuevo rey debía ser un títere en manos de los Estados Generales, por los que las limitaciones al poder real recogidas en el tratado levantaron las suspicacias del duque francés. No podía nombrar sucesor, las decisiones debían ser tomadas en conjunto con el Consejo de los Estados Generales, y tampoco comandaría el ejército, cargo que se reservaba Guillermo. 

Los socorros de Constanza y Brisach, y la expugnación de Rheinfelden. El ejército del duque de Feria

 


El 17 de octubre de 1633 caía en manos de la Monarquía Española la ciudad de Rheinfelden, tras el asedio al que la había sometido el recientemente creado Ejército de Alsacia, que se hallaba a las órdenes de Gómez Suárez de Figueroa, III duque de Feria. 

En plena Guerra de los Treinta Años, y ante la inactividad de Wallenstein, generalísimo imperial, la Monarquía Española, a través del conde duque de Olivares, había decidido mandar al III duque de Feria, gobernador de Milán, al frente de un ejército con la misión de reabrir el Camino Español, y llevar al infante cardenal a los Países Bajos, para hacer cargo del gobierno, al estar la archiduquesa Isabel enferma. El segundo objetivo pronto se torció, al enfermar el hermano menor del rey Felipe IV, por lo que el duque de Feria debería adelantarse y partir sin su Alteza, cruzando por el paso de la Valtelina, que había estado cerrado años debido a los sobornos franceses sobre Enrique de Rohan para que sus tropas hugonotas se encargaron de que no pasasen los españoles. 

Ahora la misión de Feria era la de desplegarse en la región de Alsacia para frenar las aspiraciones francesas y deshacer la amenaza sueca sobre Lorena, así como proteger el paso del ejército que desde Italia habría de llevar don Fernando de Austria con él a los Países Bajos. En este contexto el emperador había logrado atraer al duque de Sajonia y al duque de Brandemburgo, lo que dejaba a Gustav Horn y a Bernardo de Weimar en una posición complicada, ya que se hallaban en plena campaña contra Baviera. Por su parte, Wallenstein seguía inexplicablemente parado en Silesia, ante el descontento de España, quien presionó al emperador para romper los acuerdos de Göllersdorf, que otorgaban al general el mando único de las fuerzas imperiales. 

Asedio de Lovaina



El 24 de junio de 1635 daba comienzo, por parte de las tropas franco holandesas, el asedio de la plaza de Lovaina, en el Brabante Flamenco, defendida por el veterano gobernador Antón Schetz quien contaba con 4.000 infantes procedentes de distintos tercios valones, irlandeses, y regimientos alemanes e ingleses, junto con 6 cornetas de caballos. 

En el marco de la Guerra de los Treinta Años, 1635 iba a ser el año de entrada en el conflicto de Luis XIII, dando así comienzo a la llamada Fase Francesa. En realidad Francia llevaba muchos años socorriendo con dinero e incluso hombres a los enemigos de la Casa de Austria, por lo que la entrada en la guerra era simplemente una formalidad de París, en un momento en el que se encontraba con el suficiente músculo humano y económico como para poder beneficiarse de una guerra que ya llevaba casi dos décadas librándose. 

De este modo uno de los primeros movimientos franceses fue el soborno del arzobispo de Tréveris, quien acabó abandonando la protección de España permitiendo la entrada de un contingente francés en su territorio. Esta posición jugaba un papel clave ya que permitía a Francia conectar directamente con los territorios de los protestantes. No iba a permitir el Cardenal Infante dejar esa plaza en poder de un enemigo tan peligroso, y ordenó al marqués de Aytona hacer los preparativos pertinentes para recuperarla. De este modo, un capitán valón que mandaba la guarnición de la plaza de Schweich, a unos 15 kilómetros al noreste de Tréveris, ideó un plan para poder tomar la plaza sin tenerla que someter a un costoso asedio. 

La Jornada de Túnez

 


El 21 de julio de 1535 las fuerzas imperiales del César Carlos V entraban en la plaza de Túnez, que había sido tomada por el corsario Barbarroja un año antes tras deponer a Muley Hassan, vasallo de España, acabando momentáneamente con la amenaza corsaria en la zona. 

Durante el verano de 1534 los corsarios otomanos suponían un grave peligro en el Mediterráneo Occidental, destacando entre todos ellos, Jeireddin Barbarroja, quien consiguió aglutinar bajo su mando una potente fuerza berberisca y la puso al servicio del sultán Solimán I, llamado El Magnífico. La situación empeoró ostensiblemente tras la captura de Túnez por parte de Barabarroja, en agosto de 1534; los ataques de los corsarios otomanos se incrementaron de tal forma, que muchos pueblos costeros de España e Italia tuvieron que ser abandonados ante la imposibilidad de protección, mientras otros gastaban ingentes cantidades en mejorar sus defensas ante un eventual ataque. 

La situación era tan crítica, que el rey Carlos I de España hubo de convocar a su Consejo de Guerra para decidir cómo solventarla. Para ello solicitó la ayuda de otras naciones que estaban viendo sus intereses amenazados por la actividad corsaria otomana. De este modo se le unieron Portugal, la República de Génova, los Estados Pontificios y la Orden de Malta. Venecia, que también había visto atacadas algunas de sus poblaciones, decidió no intervenir puesto que aún estaba vigente un pacto de no agresión firmado con el Imperio Otomano décadas antes. De este modo, durante el invierno de 1534-1535, se desarrolló una febril actividad en los puertos de Barcelona, Génova, Lisboa o Amberes, Todos los preparativos estaban encaminados a poner en circulación una gran armada que llevase al poderoso ejército que el rey español iba a llevar consigo para recuperar Túnez.

El Socorro de Thionville

 


El 7 de junio de 1639 una fuerza hispánica imperial, bajo el mando de Octavio Piccolomini, lograba derrotar al ejército francés de Isaac Manasses de Pas, marqués de Feuquières, que había entrado en Luxemburgo y había puesto bajo asedio la plaza de Thionville. 

Francia había entrado en la Guerra de los Treinta Años en 1635, tras asistir a la derrota de los ejércitos protestantes en Alemania. La Batalla de Nördlingen había supuesto el derrumbe de las fuerzas germano-suecas de Gustav Horn y Bernardo de Weimar; el ejército hispánico que había marchado desde Italia para conducir al infante cardenal, don Fernando de Austria, a los Países Bajos, de los que había sido nombrado gobernador, había auxiliado a las fuerzas imperiales y de la Liga Católica en Nördlingen, dando una lección de poderío y eficacia, y había acabado con el mito de la invencibilidad sueca. 

Francia tenía miedo de que la Casa de Austria se acabara imponiendo a los protestantes, y con ello, quedar atrapada entre los dominios de la Monarquía Española y del emperador. De este modo, y esgrimiendo el peregrino argumento de que España preparaba la detención del elector de Tréveris, declaró la guerra a España como método preventivo. Francia iba a entrar en la guerra en favor de las fuerzas protestantes, a pesar de ser un país con un rey católico, sustituyendo a Suecia como potencia dominante. La alianza entre Suecia, Holanda, Hesse y Francia no era nueva, ya que los franceses habían aportado grandes sumas de dinero a la causa protestante, pero ahora entraba de lleno en la guerra y ponían en circulación una fuerza imponente compuesta por 70.000 infantes y 10.000 caballos, aunque la mayoría de ellas eran fuerzas bisoñas. 

Del Viaje a Flandes del Cardenal-Infante (Parte III)


 - De la memorable Batalla de Nördlingen

Tras tener noticias de la llegada del ejército protestante de Gustav Horn y Bernardo de Weimar, y la resistencia que mostraba la ciudad de Nördlingen, hubo una reunión del Consejo de Guerra en la tienda del Rey de Hungría, decidiendo un nuevo asalto, para lo que el rey pidió al Infante Cardenal mil hombres. "Cien españoles del Tercio de Don Martín de Idiáquez, cien del conde de Fuenclara, cien napolitanos del Príncipe de San Severo, y cien del marqués de Torrecuso, trescientos alemanes del conde de Salm y otros trescientos alemanes del coronel Wormes, y por cabo de todos a Pedro de León, teniente de maestre de campo general". 

Mientras tanto, el duque de Lorena, junto con Gallas, el marqués de Leganés, Piccolomini y otros, fueron a reconocer el terreno por donde llegaba el enemigo. A eso de las cuatro de la tarde apareció el enemigo asomando entre dos bosques al suroeste de la posición católica, por lo que "se tocó vivamente arma por todas partes". Su Alteza salió a la plaza de la armas de manera inmediata y el rey de Hungría lo hizo dos horas después, apresurándose a formar sus escuadrones. Se mandaron caballos para retrasar el avance del enemigo y más tarde se conoció que los protestantes querían tomar la colina que se encontraba en el flanco izquierdo del campo católico, "que era el puesto más eminente de todo este distrito, y que dominaba a todos nuestros batallones, para facilitar más el socorro de Nördlingen y obligar al ejército de su Alteza a retirarse del puesto donde estaba".

Es por ello que el infante cardenal ordenó al marqués de Leganés que se tomase un bosquecillo que servía de falda a la colina del Albuch. De esta forma se envió a Francisco de Escobar, sargento mayor del conde de Fuenclara con 200 mosqueteros de su tercio y dos capitanes, y viendo que era poca gente y que el enemigo estaba cerca y era muy numeroso, se enviaron otros 200 mosquetes del tercio de Gaspar de Toralto y otros 200 borgoñones con algunas compañías de dragones bajo el mando del capitán Pedro de Santa Sicilia. Mientras esto sucedía seguía la escaramuza de la caballería imperial contra la protestante que, aprovechando su gran superioridad numérica, logró hacerse con la posición ya al anochecer. 

Guerreros: El Gran Duque de Alba (Parte II)

 


Mientras la influencia de Ruy Gómez crecía sobre la figura de Felipe, el recelo de éste hacia el duque de Alba iba en aumento. De esta forma, y aprovechando el intento de invasión francesa de los Países Bajos, a finales de 1554, rechazado finalmente por las tropas de Carlos y la entrada de una nueva fuerza en el Piamonte, bajo el mando de Charles de Cossé, conde de Brissac, Felipe convenció a su padre para que mandase al duque a poner en orden los asuntos en Italia. 

Allí fue el duque a comienzos de 1555, teniendo que hacer frente no solo a los franceses, sus enemigos externos, sino a las maquinaciones de sus enemigos en la Corte, especialmente el vil Ruy, quien hizo todo lo posible para privarle de fondos y hombres para su campaña en Italia. Y es que ya antes de la partida del duque, a los soldados acantonados en el Estado de Milán se les debía, en concepto de pagas atrasadas, se les debía la desorbitante cantidad de 600.000 ducados. No solo no se le fueron entregadas estas cantidades, sino que apenas se le asignaron 200.000 ducados a última hora, pues uno de sus más fieles partidarios, Francisco de Eraso, se había pasado al bando de Ruy e intentó todo lo que estuvo en su mano para que no le llegasen esos dineros. 

Mientras el duque se reunía en Augsburgo con el rey Fernando, las intrigas continuaban en la Corte, negándole incluso su propio sueldo de 12.000 ducados. Llegado a Innsbruck envió una carta a Felipe advirtiendo de que no tomaría posesión de sus cargos en Italia a menos de que se le abonaran las cantidades prometidas. En vistas de la situación, Alba trató de conseguir dinero de todas las formas posibles, tanto en Italia, a través de Bernardino de Mendoza, como en sus posesiones en España, desarrollando una gran actividad agrícola en sus tierras. 

La Pacificación de Gante y el Edicto Perpetuo

 


El 8 de noviembre de 1576 se firmaba el acuerdo conocido como la Pacificación de Gante, un acuerdo alcanzado por todas las provincias de los Países Bajos, tanto las rebeldes como las leales a la Corona, por el cual se determinaban las condiciones en las que se firmaría una paz con la Monarquía Española, para poner fin de esta manera a la guerra que había comenzado en 1568.

La invasión rebelde de 1572, tras la toma por parte de los Mendigos del Mar de las villas de Brielle, Flesinga o Dordrecht, había hecho crecer como la pólvora la rebelión en los Países Bajos. Guillermo de Orange y su hermano vieron la oportunidad de lograr lo que no habían podido en 1568. Tres fueron los ejércitos rebeldes que penetraron en los Países Bajos; por el norte avanzó Guillermo de Berg, el príncipe de Orange lo hizo por el centro, mientras que Luis de Nassau junto al almirante Coligny avanzó por el sur desde Francia. El Gran Duque de Alba tuvo que redoblar sus esfuerzos para contener el desastre, sin los fondos necesarios y con la sombra del duque de Medinaceli, Juan de la Cerda, que había llegado en teoría para sustituirle.

Pero Medinaceli, conocido por su carácter apacible y comedido, no se entendió desde el primer momento ni con Alba ni con las tropas españolas, que le consideraban débil e incapaz de hacer frente a una situación como la que se venía encima, así que, hastiado, regresó a España. Esta vez Felipe II encontró en el gobernador de Milán, Luis de Requesens, la figura que debía apaciguar mediante la diplomacia el indómito escenario de los Países Bajos. Como mentor de Juan de Austria, estuvo en la Guerra de las Alpujarras o en la Batalla de Lepanto a su lado, lo que le dotaba de buenos conocimientos militares, pero sus años de embajador ante la Santa Sede también le habían conferido un talento diplomático bastante grande.

Los Tercios: El Tercio de Cerdeña



Los orígenes del Tercio de Cerdeña son bastante confusos, pudiendo utilizarse al principio el nombre de Tercio de Córcega o de Bracamonte, debido a que sabemos que fue Córcega su primer destino, bajo poder de la República de Génova, aliada de España, donde se estaban produciendo una serie de revueltas pagadas con dinero de Francia, que había tenido que renunciar a sus pretensiones sobre la isla tras los acuerdos de Cateau-Cambresis, en 1559. 

El líder de estas revueltas era un tal Sampietro Corso que, como se ha dicho, con la ayuda francesa había logrado levantar un pequeño ejército que amenazaba el control genovés sobre la isla. En sus pretensiones de poder, no había dudado en contactar con el Turco prometiéndole puertos en el territorio desde donde amenazar las posesiones españoles a cambio de una flota de galeras, pero las negociaciones fracasaron. Sin embargo, desconociendo el alcance de las intenciones de Corso, los españoles se tomaron muy en serio la amenaza que representaba, por lo que Felipe II se decidió a levantar una fuerza en Italia y enviarla a Córcega. 

Las revueltas de 1564 en Córcega suponían una clara amenaza al equilibrio de poderes por lo que, tras finalizar la recuperación del Peñón de Vélez de la Gomera el 6 de septiembre de 1564 por García Álvarez de Toledo, marqués de Villafranca y virrey de Cataluña, quien contaba con unas 150 embarcaciones, incluyendo más de 90 galeras, el rey ordenó el envió de parte de la tropa que había sido usada en aquella empresa, para poner en buen orden Córcega. Mientras esto sucedía, una fuerza de 1.500 infantes lombardos se había levantado en Cremona bajo el mando del capitán Lorenzo Suárez de Figueroa, quien acudió a Córcega para auxiliar a los aliados genoveses contra los rebeldes. 

El Asedio de Leiden

 


El 3 de octubre de 1574 un ejército hispánico comandado por Francisco Valdés ponía fin al asedio sobre Leiden, iniciado unos meses atrás. La ciudad no pudo ser tomada debido a la apertura de los diques que la rodeaban, provocando la llegada del ansiado socorro de los defensores, pero también la ruina económica de la ciudad. 

En el marco de la Guerra de los Ochenta Años, los avances rebeldes de 1572 en Holanda habían logrado conquistar la ciudad de Leiden, un enclave estratégico en la Holanda meridional. Era sin duda la ciudad más importante de la región, y servía de puente con la Holanda septentrional, estando a poco menos de 50 kilómetros de Ámsterdam o Haarlem. Ahora disponían de un puñal en el corazón de la región, pudiendo moviliza tropas hasta Zelanda sin apenas oposición. Tras esto, la práctica totalidad de Holanda, a excepción de Amsterdam y un puñado de ciudades más, y Zelanda, estaban en manos de los rebeldes. 

Los rebeldes lanzaron una campaña muy fuerte ese año. Desde el sur, Luis de Nassau, hermano del estatúder Guillermo de Orange, avanzó con sus fuerzas sobre Henao y Artois, mientras que Guillermo IV, conde van den Bergh, avanzó sobre Güeldres y el norte de los Países Bajos, con intención de llegar hasta Frisia. Mientras, Guillermo de Orange avanzaría sobre Limburgo, y de ahí acometería contra Brabante y Flandes, en una especie de golpe al corazón de los Países Bajos españoles. El duque de Alba, en ese momento gobernador de los Países Bajos, emprendió una serie de campañas para recuperar lo arrebatado por los rebeldes. Su éxito fue casi total, con asedios tan importantes como el de Haarlem o Mons

Del Viaje a Flandes del Cardenal-Infante (Parte II)

 


Habiendo llegado el duque de Feria a Baviera, su estado de salud deterioró rápidamente por los grandes padecimientos que había pasado durante aquel invierno, muriendo finalmente el once de enero de 1634 en la ciudad de Múnich. Las semanas de enero fueron empleadas por su Alteza para trata de reunir el mayor número de fuerzas posibles con las que pasar a Flandes, mandando hacer levas en Nápoles y Milán de infantes y caballería. El príncipe Doria levantó un tercio en sus tierras, y desde Alemania y Borgoña se enviaron dineros para las correspondientes reclutas. 

De esta forma envió dinero y dos mil caballos alemanes al emperador a cambio de cuatro mil caballos húngaros. Desde Madrid se envió al marqués de Leganés a Italia para acompañar a Fernando de Austria y hacerse cargo del ejército del duque de Feria, y a Martín de Idiáquez se le nombró maestre del tercio de Juan Díaz Zamorano. En febrero su Alteza intervino diplomáticamente para solventar las diferencias que había entre el duque de Saboya y la República de Génova. A finales de marzo llegó a Milán el hermano del rey de Polonia, Ladislao, que además era primo hermano de Fernando, "a quien hospedó magníficamente en Palacio, y comieron algunas veces juntos; estuvo doce días, y su Alteza le presentó seis caballos con ricos aderezos y otras cosas curiosas y de valor". 

Mientras que el príncipe Tomás de Saboya había partido a Flandes a servir al rey, su mujer se trasladó a Milán, otorgándole una paga de dos mil quinientos escudos al mes. El 4 de mayo llegaron a Milán el duque de Lorena y su mujer, tras la captura de Nancy, celebrando el vigesimoquinto cumpleaños de su Alteza "fueron juntos a un festín muy lucido que se hizo en casa del conde de Sagra, y el día siguiente, a diecisiete, habiéndoles su Alteza dado muy grandes presentes, partieron a embarcarse a Génova". Ese mismo día llegó el marqués de Leganés a Milán para hacerse cargo del puesto de Gobernador de las Armas, y junto a él acudieron igualmente el maestre de campo Idiáquez y varios soldados particulares. 

Guerreros: El Gran Duque de Alba (Parte I)



Fernando Álvarez de Toledo, III duque de Alba, fue el mejor militar de su tiempo, un auténtico guerrero al servicio de España y de sus reyes, al que la historiografía, principalmente anglosajona aunque también nacional, ha tratado injustamente, en gran parte por sus años como gobernador de los Países Bajos.

Pero lo cierto es que el duque de Alba fue un gran hombre de su tiempo; querido por sus hombres y temido por sus enemigos, un portento del arte de la guerra, con una inteligencia y astucia muy superior a la de sus rivales, lo que le llevó a no arriesgar de manera inútil hombres y recursos, y a vencer en todas las batallas en las que participó. Fue capaz de sacar el máximo partido a los exiguos recursos de los que dispuso, mediante una habilidosa planificación estratégica de todas sus campañas, basando su fuerza en la sorpresa, velocidad y un detallado estudio del terreno, con los que encadenó brillantes victorias a lo largo de cuatro décadas. 

Pero no solo fue un brillante militar, también fue un hombre de extraordinaria cultura, amante de los clásicos como Tácito, a quien leía con ahínco en latín, y del arte, reclutando a lo largo de toda su vida a grandes músicos, pintores y humanistas. Hablaba y leía perfectamente en latín, francés e italiano, y se defendía con soltura en el alemán, lo que le confería un inmenso valor en el terreno de la diplomacia. Fue un hombre con unos profundos valores caballerescos, inculcados por su abuelo Fadrique, y que le guiarían durante toda su vida. En definitiva, estamos ante un hombre de una talla y calado difícilmente comparables, un hombre que hizo del servicio a la Corona el más alto ideal al que un noble podía aspirar, un hombre que empequeñeció a grandes figuras de su tiempo y al que, tanto al final de su vida como después de su muerte, no se le llegó a hacer justicia. 

Del Viaje a Flandes del Cardenal-Infante (Parte I)



"Fallecido el archiduque Alberto, que fue a trece de julio, el año de 1621; y habiendo pocos meses después renunciado la infanta Doña Isabel Clara Eugenia los Estados de Flandes en su sobrino, el Rey Don Felipe, Cuarto de este nombre, quedando su Alteza por gobernadora de ellos, se comenzó en aquellos estados, y a conocer en España cuán importante sería por muchas razones enviar a que los gobernase, a uno de los infantes sus hermanos, Don Carlos o Don Fernando."

Así comienza el Capítulo Primero del Memorable y Glorioso Viaje del Infante Cardenal D. Fernando de Austria, de Diego de Aedo y Gallart. Dada la importancia del cargo y la necesidad de que éste recayera en una persona de la absoluta confianza real y, sobre todo, del prestigio suficiente para el buen gobierno de los Países Bajos, se decidió enviar al cardenal-infante Fernando de Austria, arzobispo de Toledo, decisión publicada en mayo de 1631. A primeros de junio se nombró a los gentilhombres de Cámara, ayudantes, mayordomos, caballerizos, pajes y demás criados. 

Como no pudo salirse en agosto de ese año, se resolvió aplazar el viaje hasta la primavera de 1632. A comienzos de abril de dicho año partió Su Alteza a Barcelona, con la intención de "acabar las Cortes del Principado de Cataluña, que Su Majestad había comenzado el año de 1626 y estaban pendientes". Antes de ello hizo alto en Aranjuez, donde comió con sus hermanos, y con renombrados miembros de la aristocracia. De Aranjuez se dirigió a Valencia, donde llegó el 17 de abril, tras pasar por Almenara, Villar de Cañas, o Requena. Tras ocho días de estancia en Valencia, donde acudió a diversos festejos, partió el 25, entrando en el principado por Tortosa, y llegando a la ciudad de Barcelona el 3 de mayo. 

Batalla de Nördlingen. Análisis de la victoria de los Fernandos.



Entre el 5 y el 6 de septiembre de 1634 los ejércitos hispano imperiales obtenían una contundente victoria en las cercanías de la ciudad alemana de Nördlingen frente al temible ejército sueco y sus aliados alemanes protestantes. Una victoria que supuso, o al menos así se ha vendido, el final del mito de la maquinaria bélica puesta en marcha por Gustavo Adolfo de Suecia, y una inyección de moral en las maltrechas fuerzas del Emperador, que encadenaban una serie de fatídicas derrotas en Breitenfeld, Lech o Lützen. 

En primer lugar hay que analizar el estado del ejército sueco y sus aliados alemanes a finales del verano de 1634. El rey Gustavo Adolfo había muerto apenas dos años antes, en noviembre de 1632, y las tropas suecas habían extendido sus líneas sobremanera, aunque seguían teniendo la iniciativa operacional y el control estratégico. Los protestantes desplegaban en Alemania varios poderosos ejércitos. Por un lado el del mariscal Gustaf Horn, el brillante político y mariscal sueco que se encontraba operando en la región de Suabia. Guillermo, duque de Sajonia-Weimar, se hallaba con sus fuerzas en Turingia, mientras que su hermano Bernardo estaba en Franconia. Estas tres eran las principales fuerzas protestantes en Alemania, pero no las únicas.  

Cristhian I, conde Palatino de Birkenfeld, mantenía un ejército desplegado en las cercanías del Rin, en la región de Renania, mientras que Jorge de Brunswick-Luneburg ocupaba la región de Westfalia. Por su parte, el agrio Arnim se encontraba con sus hombres en Sajonia. Las rivalidades existentes entre los protestantes alemanes y el cada vez más poderoso imperio sueco iban en aumento, a pesar de los incontables esfuerzos del canciller Axel Oxenstierna por mantener la alianza lo más unida posible. Esta dispersión de fuerzas, entre las que hay que contar una cadena de innumerables plazas fuertes guarnicionadas desde Suiza hasta el Báltico, ejercía un control ilusorio sobre Alemania, control que, tras la caída de Wallenstein, general imperial, se pondría en duda por las fuerzas católicas. 

El Socorro español de Irlanda. La campaña de Kinsale (Parte II)

 


El 18 de septiembre de 1601 zarpaba la flota hispana, bajo el mando del almirante general Diego Brochero, desde el puerto de Lisboa con dirección a Irlanda. Como ya se ha indicado, la elección del punto de desembarco sería un tema a tratar durante la propia travesía marítima, lo cual da una idea de cierta improvisación y falta de preparación. De esta manera la responsabilidad del lugar más idóneo donde desembarcar las tropas quedaría a voluntad del maestre de campo Juan del Águila.

Las instrucciones del socorro dadas el 8 de agosto de 1601 en Valladolid por el valido de Felipe III, el duque de Lerma, a Esteban Ibarra reflejan esta falta de organización: "y porque de aquí no se puede dar regla ni orden cierta de la parte y puerto donde sea mejor desembarcar la gente, manda Su Magestad que se remita esto a don Juan del Águila y a don Diego Brochero, dando al primero el principal lugar de elegir, pues lleva a su cargo el efecto que se ha de hazer, y a entrambos tan claras y preçisas órdenes de lo que cada uno toca, que no les quede ningun lugar de competençia por el impedimento y daño que estas cosas suelen causar en semejantes ocassiones". 

La cuestión de la zona de desembarco no era, pues, un tema baladí. Mucho se discutió durante la travesía cuál era el lugar más idóneo. Galway, al oeste de la isla, o Donegal, al noroeste, eran los lugares a priori más interesantes para desembarcar las tropas, pues era donde estaban concentrados los ejércitos irlandeses, sobre todo en Donegal, en el Ulster, donde las tropas de Hugh O´Neill estaban concentradas, lejos del peligro de los ingleses. Se produjeron discusiones entre el maestre del Águila y fray Mateo de Oviedo, que era de la opinión de desembarcar en el Ulster. Sin embargo, las costas del norte de Irlanda no eran del todo conocidas, además de ser difícilmente accesibles. También estaba el problema de que un desembarco en esa región, podría suponer serios problemas a la hora de mover la artillería, dada la orografía del terreno. 

El Socorro español de Irlanda. La campaña de Kinsale (Parte I)

 


El 1 de octubre de 1601 el grueso de la flota española enviada por Felipe III para socorrer a los católicos irlandeses que luchaban contra Inglaterra en la Guerra de los Nueve Años, anclaba en el puerto de Kinsale, al sur de Inglaterra. La ayuda prometida desde España durante años llegaba al fin. 

Y es que desde los comienzos del reinado de Felipe II, Irlanda se constituyó como un escenario de interés para el monarca español, más aún con la intervención a favor del pueblo católico irlandés por parte de la Santa Sede. En Irlanda las tensiones entre los señores católicos de Irlanda y las autoridades inglesas presentes en la isla iban cada vez a más y la situación amenazaba con una revuelta contra el control extranjero. Los ingleses habían establecido a finales del siglo XV, en el este de la isla, una zona fortificada de una extensión de unos 30 kilómetros cuadrados llamada The Pale, o la Empalizada, un terreno llano y fértil entre los montes Wicklow al sur, y la ciudad de Dundalk, al norte, que permitía mantener una buena posición defensiva de guarniciones. 

Desde allí los ingleses trataban de extender su dominio a toda la isla. Y es que durante los siglos XIV y XV las rebeliones irlandesas, los brotes de peste negra, los asentamientos escoceses, y la Guerra de las Dos Rosas, habían dejado casi toda Irlanda en manos de los señores irlandeses que impusieron la cultura y la lengua gaélica irlandesa en sus territorios. Los ingleses se habían servido de uno de los clanes más poderosos de Irlanda para el control administrativo de la isla, los Fitzgerald, del condado de Kildare, pero en 1531 Enrique VIII eligió para el gobierno a los Butler, del condado de Oromond, lo que provocó la rebelión encabezada por Thomas Fitzgerald, X conde de Kildare, la cual fracasó y concluyó con la ejecución de su cabecilla. 

La recuperación de Salvador de Bahía


El 29 de marzo de 1625 la flota de Fadrique Álvarez de Toledo, capitán general de la Armada del Océano, comenzaba el bloqueo naval sobre la ciudad brasileña de Salvador de Bahía, que había sido tomada por los holandeses en 1624. 

San Salvador de Bahía de todos los Santos era una de las principales plazas de los territorios portugueses de la Monarquía Española. Fundada por los portugueses en 1549, tras la expedición de Tomás de Souza, primer gobernador de Brasil, pronto se convirtió en el centro neurálgico del comercio de caña de azúcar y de comercio de esclavos en la región. Tras la incorporación de Portugal a la Corona Española mediante la proclamación en Tomar de Felipe II como nuevo rey, el 15 de abril de 1581, la ciudad siguió desarrollándose como núcleo de capital importancia para los intereses hispánicos, siendo un gran productor, además, de tabaco, palo de Brasil o algodón, por lo que pronto los enemigos de España fijaron sus ojos en ella. 

En 1621 los holandeses habían creado la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales. Los objetivos de esta empresa eran muy claros; expandir el comercio holandés en aguas de tradicional dominio español y emprender la conquista de los territorios brasileños. Tras el fin de la Tregua de los Doce Años, el comercio con América se redujo notablemente, y pronto las Provincias Unidas tuvieron que hacer frente a la escasez de productos altamente demandados y por los que obtenían cuantiosos beneficios, como la caña de azúcar, que había convertido a diversas poblaciones holandesas en las principales refinerías de este producto en Europa. 

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