Batalla de Pavía

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Los Tercios: El Tercio de Lombardía

 


El tercio de Lombardía es, sin duda alguna, una de las mejores unidades y con más prestigio de la historia militar de las armas españolas, considerado como uno de los tercios primigenios, también conocidos como viejos, y que se constituyeron como el orgullo del ejército hispánico. Una unidad que dominó los campos de batalla de Europa durante casi todo el siglo XVI y buena parte del XVII y, que desde entonces, y en distintas formas, ha estado viva hasta nuestros días.

Los orígenes del tercio de Lombardía se remontan a 1532, cuando una unidad de infantería española es enviada a Koroni, en el Peloponeso, Grecia, de la mano de Gerónimo de Mendoza. El historiador Fernando Mogaburo, apunta que esta unidad se crea tras la disolución del tercio que mandaba el maestre Álvaro de Grado cuando iba a ser enviado a Hungría. Lo cierto es que el tercio pasaría a ser denominado "de Lombardía" en 1534, al establecerse allí a la vuelta de Grecia. Gerónimo de Mendoza mandaría el tercio hasta su muerte en Casale, en noviembre de 1536, pasando a hacerse cargo del mismo uno de sus capitanes, Sebastián de San Miguel, quien ostentaría el mando hasta la disolución de la unidad en Vigevano, en 1538, por los fraudes detectados en las muestras por el marqués del Vasto, que había ocupado en febrero de ese año el cargo de gobernador del Estado de Milán. 

Antes de su disolución disciplinaria, el 6 de septiembre de 1536, se tomó muestra al tercio y este contaba con 1.320 hombres distribuidos en 6 banderas; la compañía del propio Gerónimo de Mendoza, con un total de 276 soldados; la de Juan de Vargas, que tenía 231, y quien luego se haría cargo del tercio de Málaga, conocido también como el de Niza, tras la muerte del maestre Garcilaso de la Vega; la compañía de Hurtado de Mendoza, que tenía en ese momento 215 hombres, la de Fernando de Figueroa, con 206 soldados, la del capitán Toribio de Santillana con 205 soldados en total y, por último, la compañía menos numerosa, con 187 soldados, era la de Pedro de Acuña. 

Los Tercios: El Tercio de Cerdeña



Los orígenes del Tercio de Cerdeña son bastante confusos, pudiendo utilizarse al principio el nombre de Tercio de Córcega o de Bracamonte, debido a que sabemos que fue Córcega su primer destino, bajo poder de la República de Génova, aliada de España, donde se estaban produciendo una serie de revueltas pagadas con dinero de Francia, que había tenido que renunciar a sus pretensiones sobre la isla tras los acuerdos de Cateau-Cambresis, en 1559. 

El líder de estas revueltas era un tal Sampietro Corso que, como se ha dicho, con la ayuda francesa había logrado levantar un pequeño ejército que amenazaba el control genovés sobre la isla. En sus pretensiones de poder, no había dudado en contactar con el Turco prometiéndole puertos en el territorio desde donde amenazar las posesiones españoles a cambio de una flota de galeras, pero las negociaciones fracasaron. Sin embargo, desconociendo el alcance de las intenciones de Corso, los españoles se tomaron muy en serio la amenaza que representaba, por lo que Felipe II se decidió a levantar una fuerza en Italia y enviarla a Córcega. 

Las revueltas de 1564 en Córcega suponían una clara amenaza al equilibrio de poderes por lo que, tras finalizar la recuperación del Peñón de Vélez de la Gomera el 6 de septiembre de 1564 por García Álvarez de Toledo, marqués de Villafranca y virrey de Cataluña, quien contaba con unas 150 embarcaciones, incluyendo más de 90 galeras, el rey ordenó el envió de parte de la tropa que había sido usada en aquella empresa, para poner en buen orden Córcega. Mientras esto sucedía, una fuerza de 1.500 infantes lombardos se había levantado en Cremona bajo el mando del capitán Lorenzo Suárez de Figueroa, quien acudió a Córcega para auxiliar a los aliados genoveses contra los rebeldes. 

La Guerra de los 80 Años: Los Orígenes (Parte II)


A comienzos de mayo de 1567 la revuelta había sido completamente controlada por la gobernadora Margarita de Parma, la cual escribió inmediatamente al rey anunciándole las buenas nuevas e instándole a desistir en un decisión de enviar al duque de Alba junto con sus Tercios Viejos

Pero Felipe II desconfiaba de aquella aparente calma en la que se habían sumido los Países Bajos tras la reacción de su hermanastra, y juzgaba necesario seguir adelante con sus planes de pacificación y castigo de los rebeldes. El monarca creía que Orange y el resto de líderes protestantes habían sufrido un pequeño contratiempo y pronto volverían a organizarse y presentar batalla.

Además en la Corte de Madrid los miembros del partido de Éboli, contrarios a una intervención militar al principio, ahora veían con buenos ojos ésta. Por un lado el duque de Alba, su principal rival, marchaba de España dejando las manos libres a Ruy Gómez de Silva para seguir afianzando y acrecentando su poder. Por otro, estaban convencidos de que el Gran Duque fracasaría en su intento de restablecer la paz y, por tanto, caería en el descrédito ante los ojos del rey. Por lo que finalmente no se varió ni un ápice los planes trazados meses antes. 

Guerreros: Lope de Figueroa y su Tercio


Lope de Figueroa fue uno de los militares más prestigiosos y con mayor fama de su época. Toda una institución entre los soldados de los tercios; su sola presencia en una batalla inspiraba confianza y fuerza a los hombres y provocaba el miedo entre sus enemigos. Su mito ha pervivido a lo largo de estos cinco siglos y su historia ha sido contada por multitud de historiadores y divulgadores, demostrando así la grandeza de su figura. 

A pesar de ser un personaje tan interesante y admirado, la persona de Lope de Figueroa y Barradas sigue suscitando muchas preguntas aún. Las dudas con respecto a su nacimiento siguen todavía vigentes y, aunque tradicionalmente este se estableció en el año 1520, como reflejan muchos estudios, entre ellos el de Carlos Belloso Martín en su obra La Antemuralla de la Monarquía, un estudio de Juan Luis Sánchez publicado en el Diccionario biográfico español de la Real Academia de Historia, basado en las pruebas de concesión de del título de Caballero de la Orden de Santiago, afirma que nació en Guadix, Granada, en el año 1541. De esto se tratará más adelante. 

Sea como fuere, sabemos que Lope de Figueroa era el segundo hijo de Leonor de Figueroa, nada menos que descendiente directa de Fernando III El Santo, según afirma Juan de Hariza en su obra Descripción genealógica de los excelentísimos señores marqueses de Peñaflor, y bisnieta de Lorenzo Suárez de Figueoroa, I conde de Feria. Su padre era el capitán Francisco Pérez de Barradas, trinchante y maestresala del rey Fernando el Católico, llegando a ser señor de Graena, alcaide de la Peza y Caballero de Santiago.

Los Tercios: Las Formaciones


Los Tercios fueron sin duda alguna la mejor fuerza de combate de los siglos XVI y XVII. Esto fue posible gracias no solo a los soldados que los componían; hombres forjados para la guerra como no había otros en Europa, sino también por lo innovador y revolucionario de sus tácticas de combate, cuyo origen se remontaba a los tiempos del Gran Capitán.

Hoy en día cuesta imaginar cómo era la vida de los soldados de los tercios. Aguantar las penosas condiciones a las que estaban sometidos; el frío, el calor, el hambre, la sed, la falta de pagas... y sobre todo el miedo, algo inevitable cuando rompía el combate. Cervantes, en su inigualable Don Quijote de la Mancha, escribía: "sonaba el duro estruendo de espantosa artillería; acullá se disparaban infinitas escopetas, cerca casi sonaban las voces de los combatientes". Para hacer frente a tales adversidades sería fundamental el entrenamiento y la disciplina, de tal manera que el soldado fuese capaz de aprender y desarrollar las tácticas de combate y mantener el orden en los momentos más complicados de la batalla.

Por tanto los tercios van a desarrollar, a través de dicho entrenamiento y disciplina, una serie de tácticas que los van a convertir en perfectas máquinas de guerra. Algunas de las enseñanzas obtenidas con las tácticas que el Gran Capitán desarrolló durante las Guerras italianas serán el empleo combinado de las fuerzas por mar y tierra; la movilidad de la infantería, capaz de avanzar por cualquier terreno; el uso masivo de las armas de fuego; las formaciones en profundidad, capaces de maniobrar con gran ventaja sobre los enemigos; y la importancia de la elección del terreno. El elemento esencial desde el cual van a partir estas tácticas se encuentra en las formaciones. Los tercios van a desarrollar principalmente tres tipos de formaciones: de batalla, de marcha y de guarnición.

Los Tercios: Soldados y Empleos


Entre los soldados de los tercios de los ejércitos hispánicos podíamos encontrar desde primogénitos de grandes de España, pasando por segundones de casas nobles, caballeros, hidalgos, célebres escritores y por supuesto hombres humildes de toda condición y profesión. Fernando Martínez Laínez calcula que el veinticinco por ciento de los soldados de los tercios tenían derecho al "don", es decir, eran bachilleres o nobles. Esto, por supuesto, no tenía parangón con ningún otro ejército de cuantos campaban por Europa, donde era inconcebible que un noble combatiese a pie como infante, algo muy común entre los españoles. 

El proceso para entrar a formar parte de los tercios era bastante simple. Cuando se necesitaban soldados el rey mandaba designar capitanes que levantasen bandera, esto es, reclutasen gente. Los capitanes se escogían de entre los soldados veteranos que se habían ganado a pulso y por méritos propios la posibilidad de mandar una compañía. Para ello debían presentar ante el Consejo de Guerra sus papeles; éstos eran las cartas y certificados que sus mandos habían firmado y donde se les atribuían méritos, logros y acciones, y que todo soldado llevaba siempre encima. Una vez examinados los papeles por el Consejo, y si era merecedor del cargo, era nombrado capitán y el propio rey firmaba la patente. Este documento lo nombraba capitán, le asignaba un sueldo a él y a sus futuros hombres y le autorizaba a levantar bandera. 

El capitán se presentaba en una población y reclutaba gente de todo tipo; desde veteranos soldados que aspiraban al cargo de sargentos o cabos, así como hombres que tan solo buscaban un salario, o que aspiraban a alcanzar fama, gloria o fortuna. La única condición era que no fuesen ancianos, impedidos o menores de 20 años, aunque esto último muchas veces se incumplía. En la España del siglo XVI resultaba todo un espectáculo ver entrar a los capitanes en los pueblos, acompañados de sus ayudantes, tambor y pífanos lo que unido a las historias que circulaban sobre aventuras y riquezas, lo hacía especialmente atractivo a los ojos de los jóvenes de la población. Al nuevo soldado se le entregaba algo de dinero por adelantado, y vestido y calzado, así como el arma, que se le descontaba de su futura paga.

Los Tercios: Las Armas


Los tercios hispánicos fueron una máquina de guerra perfecta que, durante siglo y medio, impusieron su fuerza en cualquier teatro de operaciones en el que la Monarquía Española tuviera que desenvolverse. Esto fue posible gracias a los hombres que componían sus filas y a los mandos que los dirigían. 

Y es que los soldados hispánicos, concretamente los españoles, eran los mejores de su época; la cultura de la guerra, ya que en la península ibérica se estuvo batallando durante 8 siglos con muy pocos momentos de paz, unida a la constante innovación táctica y técnica, fundamentalmente en los dominios italianos, y un orgullo sin parangón, que haría que el soldado español prefiriera la muerte a la deshonra, hizo de esto posible. El rey francés Francisco I, durante su cautiverio en Madrid exclamaría: "¡Bendita España, que pare y cría los hombres armados!", como aseveran Martínez Laínez y Sánchez de Toca en su libro Tercios de España: la infantería legendaria. 

Y es que estos hombres aprendían a combatir desde muy pronto. Apenas siendo niños eran habituales los juegos con espadas de madera, así que el manejo de las armas era algo natural en los españoles. Los hombres que ingresaban en los ejércitos de la Corona Española recibían armas, cuyo coste se les descontaba de sus pagas. Pero los soldados españoles, orgullosos como eran, solían hacerse con las mejores armas posibles; un buen armamento aumentaba la honra, es decir, la opinión que los demás tenían de ellos. Y es que honor y honra fueron dos conceptos que todo español que se preciara llevaba a límites insospechados.

Guerreros: Sancho de Londoño


Posiblemente nació hacia el año 1515, pero lo que es seguro es que Sancho de Londoño fue el perfecto ejemplo del soldado español; disciplinado, aplicado y valeroso, con innegables dotes para el combate y capaz de progresar de simple piquero a maestre de campo, algo común en los Tercios españoles.

Fue el primogénito de Antonio de Londoño, señor de Hormilla, en La Rioja, y de Ana Martínez de Ariz. Tuvo varios hermanos, destacando entre ellos a Antonio de Londoño, quien luchó en Lombardía, pero poco se sabe de su infancia, salvo que estudió en Alcalá de Henares, de ahí el innegable talento del que hará gala para las letras y las matemáticas.

Entró al servicio de Carlos I en los ejércitos del duque de Alba como piquero, en 1542, entrando en combate en el ducado de Milán contra los franceses, y posteriormente en la frontera entre España y Francia. También participó en el avance español sobre París, forzando a los franceses a pedir la paz. Para 1546 era trasladado a Alemania donde al emperador Carlos le había salido un peligroso enemigo: la Liga Esmalcalda, participando en la campaña del Danubio. En 1547 entró en batalla en Mühlberg, donde los imperiales obtuvieron una brillante victoria y propiciaron un terrible golpe a la Liga.

Batalla de Jemmingen


El 21 de julio del año 1568 las fuerzas del imperio español, bajo el mando de Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, duque de Alba, obtenían una aplastante victoria contra el ejército rebelde holandés de Luis de Nassau en la villa alemana de Jemmingen.

Hacía menos de un año que el duque de Alba había llegado a Flandes a través del Camino Español, dispuesto a sofocar las revueltas calvinistas que habían dado inicio a la Guerra de los 80 años. El duque estaba alarmado por la situación que estaba presenciando en esos momentos: Guillermo de Orange había organizado un poderoso ejército con mercenarios alemanes que acababa de invadir Groningen. Durante el transcurso de ésta, el Tercio Viejo de Cerdeña se vio sorprendido en los alrededores de Heilergerlee y la mitad de sus hombres pereció en la contienda.

La situación exigía actuar con celeridad, por lo que el duque de Alba organizó rápidamente a sus otros dos Tercios Viejos: el de Sicilia, bajo el mando del maestre de campo Julián Romero, y el Lombardía, que mandaba el maestre Sancho de Londoño, y que irían en vanguardia. A éstos había que sumarle tropas valonas y las de los alemanes del conde de Mega, sumando un total de casi 12.000 soldados y unos 3.000 jinetes. Con todo ya preparado el comandante español se puso en marcha y llegó hasta Groningen el 15 de julio.

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