El Milagro de Empel

Sitio de Ostende


Pocas veces el concepto de asedio se puede definir tan bien como en Ostende. Un asedio que duraría más de tres años y que acabaría con la victoria de las fuerzas hispanas conducidas en su etapa final, y de forma brillante, por un general genovés cuya estrella comenzaba a brillar con fuerza, Ambrosio de Spínola

Más de treinta años habían transcurrido ya desde el comienzo de la guerra entre España y las Provincias Unidas. Los Países Bajos estaban regidos desde 1598 por el matrimonio compuesto por el archiduque Alberto de Austria y la infanta de España Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II. Ambas naciones estaban económica y humanamente agotadas. A comienzos del nuevo siglo Holanda parecía estar ganando terreno; su victoria en la Primera Batalla de las Dunas, el 2 de julio de 1600, fue una inyección de moral, pues había derrotado a un ejército hispano en campo abierto. 

Si bien esta victoria era muy importante desde el punto de vista de la propaganda, Mauricio de Nassau no pudo explotarla convenientemente ya que sus líneas de abastecimiento se habían extendido demasiado y corría el peligro de quedar expuesto a un ataque de las fuerzas hispanas. De este modo Mauricio juzgó prudente retirarse tras no conseguir que las tropas flamencas que defendían la ciudad de Nieuwpoort se sublevasen contra los españoles. De esta forma no solo la ciudad, sino el puerto de Dunkerque, que era la gran ambición de Mauricio, estaban a salvo momentáneamente. La campaña de 1600 había llegado a su fin de manera precipitada y esto daba un respiro al archiduque y a la infanta para poder recuperar la iniciativa y pasar a la acción. 

Con el comienzo de 1601 España quería lanzar una gran ofensiva sobre todo el territorio de las Provincias Unidas y lograr poner fin a la guerra de una vez por todas. El objetivo marcado por los gobernadores de los Países Bajos era Ostende. Se trataba de la única posesión de los holandeses en Flandes y su importancia estratégica era incalculable. Ostende había sido fundada siglos atrás, y no fue hasta mediados del siglo XV, con Felipe III o El Bueno, duque de Borgoña, cuando se construyó el puerto que tanto valor adquiriría en la Guerra de los Ochenta Años. 

Ostende, por tanto, a comienzos del siglo XVII se había convertido en un enclave de vital importancia para los intereses de ambos. Las incursiones holandeses en los territorios leales a España llevaron a éstos a financiar con 300.000 florines mensuales una campaña española contra Ostende. Pero no iba a ser una empresa nada fácil. De hecho la ciudad nunca había sido tomada por los españoles, renunciando el propio Alejandro Farnesio a sitiarla por considerarla inexpugnable tan solo unos años antes. Por tanto el archiduque y la infanta iban a tener que consumir ingentes recursos en una empresa que muchos en la corte consideraban, como poco, temeraria. 

La ciudad de Ostende apenas tenía una superficie de un kilómetro cuadrado, y se dividía en dos partes bien diferenciadas: la parte vieja, que se situaba junto al puerto, y la ciudad nueva, de mayor extensión y más adentrada en tierra. Ambas partes estaban separadas por un canal salvado por varios puentes que las comunicaban entre sí. Además la ciudad estaba rodeada completamente por sólidas murallas que a su vez se encontraban protegidas por un terreno pantanoso que complicaba en extremo aproximarse a ellas. El conjunto amurallado disponía de ocho baluartes que defendían los puntos más expuestos de los muros, un profundo foso con un camino cubierto y diversos revellines que protegían los muros de cortina y el foso mediante un fuego cruzado.

Ostende tenía al este el canal de Geule, un canal con la suficiente profundidad y anchura para ser navegado y que, con marea alta, permitía el tránsito de buques de mayor calado, convirtiendo a Ostende en una ciudad a prueba de asedios ya que podía ser fácilmente abastecida. Al oeste la ciudad se hallaba cubierta por el canal de Old Haven, un canal más pequeño y de menor calado que tan solo permitía la navegación de pequeñas barcas de pesca y transporte. Al sur de las murallas y los terrenos pantanosos Ostende tenía otro excelente sistema defensivo formado por multitud de riachuelos y pequeños embalses. El mar bañaba el sector noroeste de la villa, lo que facilitaba sobremanera su abastecimiento. Por si esto no fuera suficiente la ciudad disponía de un magnífico sistema de esclusas que podían inundar los terrenos circundantes a la plaza en cuestión de horas. 

Mapa de Ostende. Georg Braun y Franz Hogenberg

Para finales de junio las fuerzas hispanas estaban preparadas para afrontar un asedio que el archiduque Alberto había planificado con su consejo de guerra a conciencia. El ejército hispano contaba con una fuerza de entre 12.000 y 15.000 hombres, mientras que los defensores de la plaza, al comienza del asedio sumaban entre 2.000 y 3.000 soldados, bajo el mando del coronel holandés Charles van der Noot. El archiduque tenía claro que la única manera de tomar la plaza era mediante el asalto, ya que resultaría imposible rendirla por hambre debido a que podía ser fácilmente abastecida por mar y a través del canal de Geule. El día 5 de julio el ejército del archiduque, que no se incorporaría al campo de batalla hasta comienzos de agosto, se plantó ante los muros de Ostende comenzando de inmediato con el asedio. En vanguardia estaban los tercios de españoles de Jerónimo de Monroy, y de valones de Nicolás de Catrice.

El ejército se dividió en dos: Agustín Mejía, al frente de las tropas españolas y valonas, instaló el cuartel principal al oeste de Ostende, en las cercanías del fuerte de San Alberto, mientras que al este, en las dunas cercanas a Bredenè, se acuartelaron las tropas alemanes e italianas comandadas por el conde Frederick van den Bergh. De inmediato los hombre de Bergh instalaron las batería artilleras comenzando a abrir fuego el día 6 de julio, sumándose dos días después las baterías colocadas en el lado occidental. El ejército hispano se empeñó igualmente en la construcción de tres fuertes que permitieran comunicar ambos campamentos, formando un corredor por el que las tropas se movieran seguras. 

El día 13 de julio llegaba un socorro por mar enviado por Mauricio y compuesto por casi 4.000 soldados bajo el mando del coronel inglés Francis Vere, un aguerrido militar que se había ganado fama y reputación en la Primera Batalla de las Dunas. Nada más desembarcar en Ostende Vere asumió el mando del conjunto de las fuerzas y de la defensa de la ciudad. Desde ese momento los holandeses plantearon una defensa activa, con continuas salidas cuyo objetivo era socavar los trabajos de sitio de los españoles. Vere además ordenó la construcción de diversos pólderes, que eran superficies de terreno ganadas al agua, para reforzar sus defensas exteriores, así como una enorme trinchera cuadrangular. Durante la construcción de estos sistemas defensivos los protestantes sufrieron abundantes bajas pero lograron su objetivo. 

Por su parte, el conde de Bergh encargó a Alfonso de Ávalos el mando de las fuerzas en Bredenè mientras él se dirigía a toda prisa con su regimiento de alemanes a neutralizar la amenaza que suponía la construcción de un fuerte protestante frente a los fuertes hispanos de Santa María y San Martín. Bergh obtuvo una rápida victoria sobre las fuerzas holandesas y tomó el fuerte al que rebautizó con el nombre de Santa Ana, ya que la toma de éste se hizo el 26 de julio. Vere no permitió que la moral decayese, por lo que ordenó una serie de salidas los últimos días de mes para tratar de levantar el ánimo y obtener algunos pequeños éxitos parciales, pero todas acabaron en un rotundo fracaso.

Para comienzos de agosto el ejército hispano estaba lanzando entre 500 y 600 proyectiles diarios contra las defensas de Ostende, pero la plaza no se resentía, respondiendo con abundante fuego de artillería también. Además el archiduque llegó y también los ansiados refuerzos: desde Italia llegaba el tercio de españoles de Juan de Bracamonte y el de italianos de Teodoro Trivulzio, y también el regimiento de valones del conde de Bucquoy, y el de alemanes del conde de Berlaymont, sumándose al asedio para elevar el número de sitiadores hasta los 20.000 hombres. Pero igualmente los defensores seguían recibiendo refuerzos por mar. Raro el día que no arribaban buques al puerto de Ostende con pertrechos, municiones o hombres, reforzando constantemente la defensa de la ciudad. 

De este modo se fijó como objetivo construir un dique en la zona del fuerte de San Alberto que se alargase hacia la playa y que sirviera de plataforma segura para instalar una batería artillera los suficientemente potente para impedir el paso de los buques al puerto de Ostende. Los trabajos de construcción fueron extremadamente complejos, dada la propia naturaleza del terreno, las crecidas de la marea y las continuas salidas de tropas enemigas. Muchos hombres murieron durante las obras, pero finalmente, antes de que acabase el verano, la imponente estructura de troncos y ladrillos estaba terminada y los españoles pudieron apuntar sus cañones contra los buques que pretendían llegar a puerto. Los españoles habían logrado asegurar la zona oeste de Ostende de manera momentánea. 

Cosa bien distinta era el lado este. El conde de Bucquoy, que se había hecho cargo del ejército acampado allí, tenía delante el canal de Geule, por lo que no podría construir fortificaciones ni caminos o galerías subterráneas. Bucquoy resolvió que lo más lógico era construir un dique capaz de cortar la entrada en el canal. Los hombres de Bucquoy se pusieron a ello, y a punto estuvieron de lograr su objetivo, pero los defensores, aprovechando la poca vigilancia existente en los trabajos, lograron romper una de las bases que sostenían el dique y el agua acabó por destrozar todo lo conseguido hasta entonces. Pero Bucquoy no se dio por vencido y levantó un nuevo fuerte, llamado San Carlos, más próximo al canal y con capacidad para batir los barcos que transitaban por el Geule para entrar en la ciudad. 

Sistema de asedio del ejército hispano en Ostende

Los combates que siguieron en las semanas siguientes fueron terribles. Muchos holandeses cayeron en los intentos de incursiones en las líneas ofensivas de las tropas hispanas, pero el ejército del imperio español también hubo de pagar un alto precio; el maestre de campo Nicolás de Catrice cayó muerto de un mosquetazo. Igual suerte corrió el maestre Juan de Bracamonte, dejando su tercio en manos de Álvaro Suárez de Quiñones, que se acuarteló en el fuerte de Santa Clara, al sur de la ciudad, para evitar las salidas protestantes por aquella zona, que eran muy frecuentes y causaban graves daños en los trabajos de sitio. La prioridad para los españoles era cortar el canal y para ellos erigieron un nuevo fuerte desde donde llegar a batir la parte vieja de Ostende. 

Estas obras podían poner en serios aprietos las líneas de abastecimientos de los defensores, por lo que los Estados Generales instaron a Mauricio a organizar un socorro de manera inmediata para levantar el asedio. Para ello se levantó un ejército de unos 8.000 infantes y 1.500 caballos, pero Mauricio, que era un hábil estratega, era consciente de que una batalla a campo abierto contra las fuerzas del archiduque resultaría imposible de ganar. En lugar de un ataque directo Mauricio se decidió a cortar las líneas de suministros hispanas, tomando las villas de Meurs y Rhinberg y fijándose como objetivo principal la toma de Bolduque. Esto se evitó gracias a la intervención del conde de Bergh con una fuerza de algo menos de 2.000 hombres, la cual clavó al ejército de Mauricio, que se desangraba día tras día. 

Para finales de noviembre, con la entrada del invierno, quedó en evidencia que Mauricio no podría sostener su ejército en el territorio de Flandes, por lo que se llevó las fuerzas que le quedaban de vuelta a Holanda. Los defensores se encontraban en una situación muy complicada y para diciembre de ese año apenas contaba la plaza con 3.000 soldados. A esto se le unió un terrible temporal que azotó con furia el mar y causó estragos en las defensas del sector norte de Ostende, sobre todo en las murallas entre la parte vieja y la nueva de la ciudad. Los daños eran tan graves que Vere estaba convencido de que los españoles intentarían un asalto por ese punto. 

El archiduque Alberto preparó el asalto, fijado para el día 23 de diciembre, pero Francis Vere, consciente de que un ataque en ese momento llevaría a la caída de la ciudad, comenzó una serie de negociaciones de rendición para ganar tiempo. El ardid funcionó y el archiduque aceptó las conversaciones de paz, relajando la vigilancia sobre las entradas a Ostende. Esto fue aprovechado por los holandeses que el día 25 lograron meter un socorro a bordo de buques, algo que no lograban desde hacía más de dos meses. Vere, mientras tanto, no había perdido el tiempo y se había volcado en la reparación de los tramos de muralla más afectados, especialmente en el baluarte del Puercoespín, que se había llevado la peor parte de los efectos del temporal. 

- 1602.

El archiduque, iracundo ante el engaño del inglés, preparó el asalto para el día 7 de enero de 1602. El nuevo año había comenzado con las fuerzas del campamento principal, San Alberto, concentrando el fuego sobre uno de los puntos más afectados de la muralla. El asalto se hubo de posponer hasta el 17 de enero debido a las inclemencias del tiempo. Llegado ese día el ejército hispano lanzó un masivo ataque, escupiendo fuego desde todos los ángulos posibles. Dos asaltos de diversión fueron lanzados desde los sectores suroeste y este, mientras que el asalto principal, desde el oeste, es encontraba con la sorpresa de que tras la muralla batida en ese punto los defensores habían levantado una imponente trinchera. 

El ataque corrió a cargo de los españoles e italianos, cerca de 2.000, principalmente hombres del Tercio de Diego Durango, dirigidos por Diego de Mexía. De nada sirvió la oscuridad ni los ataques de diversión, ya que los protestantes concentraron la defensa en la zona que daba a San Alberto, y pudieron rechazarlo con la ayuda de su brillante sistema defensivo. El ataque fue, por tanto, un rotundo fracaso que causó unas 800 bajas entre los asaltantes. Esta derrota colmó la paciencia de la tropa española e italiana que se amotinó acusando al archiduque de incompetencia en la conducción de las operaciones de expugnación. Por fortuna el motín se cortó de raíz con el fusilamiento de unas decenas de cabecillas y el orden se restableció en el ejército.  

Detalle del frustrado asalto español

La llegada de la primavera hizo que los holandeses prepararan una nueva campaña contra las provincias españolas, por lo que el archiduque partió de manera inmediata a Gante para dirigir las operaciones defensivas contra los protestantes. El maestre de campo Juan de Rivas sería el encargado de dirigir las obras de estrechamiento del cerco sobre la ciudad de Ostende. Por su parte Mauricio de Nassau llamó a su lado a Francis Vere, por lo que su relevo al frente de la ciudad se le encargó al coronel Frederik van Dorp. 

El 20 de junio el ejército holandés de maniobra cruzaba el río Waal. Mauricio encabezaba una fuerza de 25.000 hombres con la que invadió el Brabante. En ese momento harían aparición los hermanos Spínola, que habían levantado un ejército con su propio dinero y ofrecido sus servicios al rey Felipe III. Federico de Spínola había organizado una pequeña flota de galeras con cerca de un millar de hombres, cuya misión era hostigar el comercio de los protestantes. Ambrosio le acompañó en un principio pero pronto fue llamado por el archiduque para que acudiera con un ejército en su ayuda. Spínola levantó un contingente de 8.000 soldados en Italia con la ayuda del conde de Fuentes, gobernador de Milán, llegando a Gante a mediados de junio. 

El archiduque había mandado a Francisco López de Mendoza, Almirante de Aragón, para interceptar el ejército holandés con unas fuerzas sacadas a toda prisa de las guarniciones de Francia. Apenas se pudieron reunir unos 10.000 soldados. El 2 de julio Mauricio llegó a Tirlemont, a poco más de 40 kilómetros de Bruselas pero, para su desgracia, Mendoza recibió el refuerzo de Spínola, por lo que unos días después, tras meditar si plantar batalla, se retiró a pesar de contar con una notable superioridad numérica. Mauricio puso entonces sitio a la ciudad de Grave. La ciudad acabó cayendo el 19 de septiembre tras un motín de las tropas italianas que defendían la ciudad por falta de pagas, y la indecisión de Mendoza de atacar al ejército holandés, aunque Mauricio tuvo que pagar un alto precio para tomar la ciudad. 

Mientras todo esto ocurría, en Ostende el maestre Juan de Rivas seguían con los trabajos de poliorcética. El avance era lento pero firme. Los españoles eran conscientes de que solo unas construcciones de asedio sólidas abrirían las puertas de la ciudad. Estos trabajos debieron ser harto complejos, dada las fuerte mareas de la región y las constantes salidas de los defensores. Las minas españolas eran contrarrestadas por las contraminas holandesas y las inundaciones. 

Los españoles se afanaron en avanzar en sus obras en el dique de Bredenè con la esperanza de poder cortar la entrada y salida de barcos a través del canal de Geule. De igual forma, y para sortear la dificultad de batir la ciudad desde el fuerte de San Alberto, se comenzó a construir un caballero, esto es, una gran plataforma que permitía elevar la artillería y aumentar así el alcance de las baterías y poder hacer blanco sobre la muralla de la parte vieja e incluso el puerto. Pero los holandeses seguían aguantando, a pesar de la pérdida de unos 4.000 hombres por los combates, el fuego y las enfermedades, incluso presumían de tener un abastecimiento continuo de mercancías que convertían Ostende en el gran mercado de Europa. 

- 1603.

La primavera de este año comenzaba con una noticia esperanzadora para los intereses españoles: la reina Isabel I de Inglaterra moría el 24 de marzo. Su sempiterna animadversión hacia los católicos, especialmente si estos eran españoles, la habían convertido en un terrible enemigo. La subida al trono de Jacobo I, el cual no simpatizaba especialmente con los holandeses, abrió las negociaciones de paz entre ambos países. Los embajadores españoles Juan de Tassis y el duque de Frías se esmeraron en buscar la paz lo antes posible para dejar las manos libres a los españoles en los Países Bajos, aunque de momento Inglaterra seguiría apoyando la causa holandesa de cara a obtener una posición ventajosa en los futuros acuerdos de paz.

A mediados de abril una serie de tormentas derrumbaron parte del perímetro amurallado de la ciudad, por lo que se organizó un masivo ataque cuyo objetivo era el baluarte Puercoespín. Si bien el ejército hispano no pudo tomar esta magnífica posición defensiva, logró hacerse con tres pólderes que se encontraban fuera de los muros de Ostende, lo que debilitaba sobremanera la posición defensiva de los holandeses. Además los siguientes contraataques de los sitiados serían rechazados sin demasiadas dificultades, por lo que la moral de los sitiadores se empezó a elevar. Los avances eran notables ya en julio, habiendo terminado los españoles de construir el caballero y avanzando en el dique sobre el canal de Geule. 

Detalle del dique de Bredenè. 

Mauricio, consciente de que la situación en Ostende era muy delicada, se puso de nuevo en marcha al frente del ejército de maniobra holandés a finales del verano. Su objetivo principal era nuevamente la plaza de Bolduque, pero el archiduque envió al conde de Bergh a reforzar la guarnición de la plaza al frente de una fuerza de 12.000 infantes y 3.000 caballos. La entrada en la ciudad de 3.000 hombres y la presencia del ejército de Bergh en las inmediaciones fueron suficiente para que Mauricio desistiera de su empeño en tomar Bolduque, debiendo, nuevamente, retirarse a territorio holandés y dando por concluida la campaña para ese año. 

Las cosas se empezaron a poner de cara a los españoles cuando el archiduque Alberto tomó la mejor decisión que podía tomar en un momento en que las cosas estaban atascadas: ofreció el mando del ejército de asedio a Ambrosio de Spínola. El militar genovés meditó el ofrecimiento y finalmente aceptó, confiado en poder tomar la ciudad. Quién sabe si la muerte de su hermano Federico, en mayo, en unos combates navales en las cercanías de La Esclusa, pudo influir en la decisión. Lo cierto es que el 8 de octubre se plantaba en el cuartel principal de San Alberto. Si bien Spínola tenía poca experiencia en los campos de batalla, era un gran estudioso que se había empapado a fondo de las teorías militares y poliorcéticas, contaba con un enorme carisma y llevaba con él dinero para las pagas atrasadas de dos meses, lo que le valió de inmediato el reconocimiento y afecto de la tropa. 

Junto con el sargento mayor Pompeo Giustiniano, reorganizó sus fuerzas y se puso sobre los trabajos de sitio personalmente. Reconstruyó diversos fuertes que estaban en mal estado y recolocó otros para mejorar el sistema de circunvalación. Las obras eran inspeccionadas de manera frecuente por el nuevo general, por lo que eso infundía ánimos entre sus hombres y confianza en que las cosas se hacían correctamente. Las obras en el canal de Old Haven avanzaban a buen ritmo; no había agua pero el foso era un problema por lo que Spínola mandó cegarlo con fajinas. La construcción de diques continuó a buen ritmo, logrando los sitiadores reducir el número de buques que llegaban a puerto. El año terminaba con importantes avances de las fuerzas hispanas de la mano del general italiano. 

- 1604.

Conforme las tropas hispanas avanzaban en su aproximación a los muros de Ostende, los combates se intensificaban. En canal de Old Haven se había superado y la lucha por los baluartes exteriores se tornaba crucial. Spínola, gran estudioso de figuras como el duque de Parma o el Gran Duque de Alba, había copiado de éste último el mezclar tropas de diferentes naciones para que compitieran entre sí por el éxito militar. Peter van Gieselles, que había sustituido a Noot al frente de Ostende, había muerto en diciembre, y John van Loon también moriría en el mes de marzo, siendo sustituido a su vez por el sargento mayor Jacques de Bievry. 

El 12 de marzo los españoles lograron tomar el baluarte conocido como Pequeño Pólder, en cuya defensa resultó herido de gravedad Bievry, que fue inmediatamente evacuado a Zelanda, tomando el mando de la defensa de Ostende Jacques van der Meer, barón de Berendrecht. En los combates que sucedieron en los siguiente días moriría por el disparo de un mosquete español, lo que da idea de lo encarnizado de la lucha. Las fuerzas hispanas no cejaban en su acometida y el 2 de abril tomaron otro pólder y el 18 tomaron el Revellín Occidental. 

Los éxitos de Spínola preocupaban enormemente a las Provincias Unidas y Mauricio, junto a Guillermo Luis de Nassau, su primo, embarcaron una fuerza de casi 20.000 hombres en más de medio millar de buques de todo tipo, desembarcando en Flandes a finales de abril para lanzar un ataque de diversión contra el puerto de La Esclusa, desde donde operaban, junto a Dunkerque, los buques de la armada de Flandes. Este movimiento puso en serios apuros al archiduque, ya que Spínola no podía detraer recursos de su asedio sobre Ostende, y las fuerzas en el resto de Flandes no podían alcanzar, ni de lejos, la cifra de hombres que manejaban los Nassau. 

Para mayo las operaciones en Ostende se aceleraron con la toma del Puercoespín, el mayor baluarte en el exterior de los muros de la ciudad. El 2 de junio los españoles lograron abrir brecha en la parte sur de la muralla exterior, encontrándose una muralla erigida dentro de la ciudad desde donde los sitiados continuaban la defensa. Los combates no parecían tener fin y a mediados de junio el ejército hispano voló por los aires otro de los baluartes defensivos más importantes de los protestantes. El coronel Uytenhoove, que había tomado el mando de la plaza, moría en dichos combates, siendo sustituido por Daniel d´Hertaing. 

Detalle del caballero en que se emplazó la artillería hispana

Pero los avances en Ostende se complicaron con el asedio de Mauricio a la ciudad de La Esclusa. El archiduque le pidió a Spínola hombres para enviar un socorro al capitán Mateo Serrano, al frente de la plaza. Luis de Velasco, general de la caballería hispana, acudió con 3.000 veteranos que se encontraban amotinados por la falta de pagas, pero no fue capaz de romper las líneas protestantes. Spínola recibió la orden de ir en persona a levantar el cerco, algo que hizo al frente de 6.000 hombres. Este movimiento fue extremadamente arriesgado, pues dejaba muy debilitado el sitio sobre Ostende, pero el genovés no lo dudó e incluso, ante la negativa de uno de sus capitanes a entablar combate ante una fuerza tan superior, se lanzó, pica en mano, al frente de sus tropas, pero nada pudo hacer para doblegar el cerco. 

La ciudad, desprovista de toda esperanza de socorro, se rindió el 18 de agosto dejando una decena de galeras y 100 piezas de artillería en manos enemigas. Un golpe muy duro para los intereses de España, que ya nunca más podría retomar La Esclusa. Ahora Ostende era una cuestión de vida o muerte y Spínola. Las tropas hispanas estaban en septiembre en condiciones de lanzar un ataque total sobre las defensas de la ciudad. El 13 de ese mes los españoles tomaron el baluarte Colina de Arena, el último gran reducto defensivo de los sitiados, que daba acceso a la parte vieja de la ciudad. Si bien los defensores aún ascendían hasta los 4.000 hombres y contaban con abundante munición y víveres, Daniel d´Hertaing, último gobernador de la ciudad, la rindió el 20 de septiembre, permitiéndole salir con sus hombres y 4 cañones como muestra del valor mostrado durante la defensa.

Las cifras de muertes por ambos bandos no están claras. Si bien la historiografía clásica ha tendido a aceptar las exageradas cifras que los enemigos de España aportaban para amplificar sus éxitos, resulta imposible de creer que en el asedio sucumbieran entre 40.000 y 50.000 imperiales, y menos aún los 70.000 muertos que cuantifican algunos historiadores anglosajones. Las cifras más realistas se estiman entre 15.000 y 18.000 muertos, incluyendo 250 capitanes. Cifras abultadas, sin duda alguna y que podrían convertir la victoria española en pírrica. Si bien es cierto que Ostende fue un golpe necesario a la toma de La Esclusa, es más que probable que esta plaza nunca hubiera caído en manos holandesas de no haberse empeñado el ejército hispano en tal asedio. 

Las bajas holandesas fueron mucho más abultadas. Entre 70.000 y 75.000 hombres, de los cuales el ochenta por ciento eran soldados. Los sitiados recibieron durante los más de tres años que duró el asedio más de 250.000 proyectiles, perdieron siete gobernadores, una veintena de coroneles, una treintena de sargentos mayores, y más de medio millar de capitanes. La magnitud del asedio, el más sangriento de la Guerra de los Ochenta Años, fue de tal calibre que ambos ejércitos gastaron más de 8 millones de florines. Toda una fortuna que debilitó notablemente ambos países. La paz con Inglaterra ayudó a aliviar la precaria situación económica y militar que atravesaba España en ese momento. Por su parte, Ambrosio de Spínola se había hecho un nombre en los campos de batalla y su fama se extendía, merecidamente, más allá de Flandes. 

Ostende. Grabado de la época


Vista de Ostende desde San Alberto. Sebastian Vranx


Ambrosio de Spínola


Spínola sacando la espina al León de Flandes


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