Un 29 de agosto del año 1622, el Ejército hispánico del Palatinado de Fernández de Córdoba, derrotaba a las fuerzas protestantes de Mansfeld y Cristian de Brunswick en Fleurus, en la provincia del Henao, tras interceptarlas en su camino a la ciudad de Bergen-op-Zoom para levantar el asedio al que Ambrosio de Spínola la tenía sometida.
En el marco de la Guerra de los 30 años, mientras el Ejército de Flandes de Spínola estaba ocupado en el sitio de Bergen-op-Zoom, una ciudad en el estuario del Escalda, los holandeses contrataron los servicios de Ernesto de Mansfeld, noble alemán mercenario al servicio del mejor postor, y Cristian de Brunswick, líder militar protestante alemán, para poder romper el asedio. Mansfeld y Brunswick habían combatido en la Guerra del Palatinado como paladines de la causa de Federico el Palatino, que se hallaba en plena contienda con el emperador Fernando II por haber sustraído el primero el trono de Bohemia.
Las fuerzas hispánicas corrían entonces el peligro de quedar atrapadas, ya que los protestantes cortaban el paso hacia Amberes. Ante esta situación, Spínola mandó llamar a Fernández de Córdoba, descendiente directo del Gran Capitán, y maestre de campo general de las fuerzas hispáncas en el Palatinado. Fernández de Córdoba marchó a toda prisa para socorrer al ejército de Ambrosio Spínola. Atravesando Luxemburgo y las Ardenas, se topó con las fuerzas de Mansfeld y Brunswick en Brabante. La diferencia de número entre ambos ejércitos, hizo que Córdoba se pusiera a la defensiva, apostando su ejército en el bosque de Fleurus, para poder proteger sus flancos del ataque de la caballería protestante.
Córdoba, que contaban con 6.000 infantes y algo más de 2.000 hombres de caballería, mandó a Baltasar de Santander formar su infantería en 4 grandes batallones. En el ala derecha se situó el primer batallón mandado por Guillermo Verdugo y Francisco de Ibarra, formado por los tercios de borgoñones y valones del barón de Balanzón. el del ya fallecido Bucquoy, el del propio Verdugo y el Tercio de Nápoles, que había pasado a cargo de Ibarra al ser Córdoba maestre de campo general. El segundo batallón lo mandaba el conde de Isemburg, formado por una compañía del regimiento de Emden, el propio regimiento de Isemburg y 4 compañías del capitán Fourdin. El tercer batallón, mandado por el marqués de Campolattaro, formado por los los tercios italianos del propio marqués y de Spinelli. Por último, en la izquierda, estaba el cuarto batallón mandado por el coronel Camargo y compuesto por el regimiento de Fugger.
Cubriendo el flanco derecho de la infantería hispánica se colocó la caballería de Gauchier y los arcabuceros a caballo de Berenguer, con algo menos de 1.200 jinetes, mientras que protegiendo el flanco izquierdo estaba la caballería de Da Silva, con unos 800 jinetes. Además el teniente de maestre Santander situó a 800 mosqueteros escondidos en un pequeño bosquecillo junto a unas casas abandonadas por donde pasaba un camino. El ejército hispánico cubría su retaguardia con un frondoso bosque y por delante del centro de la formación, donde estaban situadas las compañías del capitán Fourdin, estaban situadas las 4 piezas de artillería de las que disponía Córdoba.
El ejército protestante formó en 8 batallones con Mansfeld en el centro de la formación, Cristian de Brunswick en el ala izquierda, justo en la margen izquierda del camino, con casi toda su caballería, unos 5.000 jinetes organizados en 50 compañías, y el coronel Streiff en la derecha con unos 1.000 jinetes agrupados en 10 compañías. El ejército de Mansfeld había quedado mermado tras haber perdido bastantes efectivos debido al ataque de la población valona en los días anteriores. Aún así contaba con más de 8.000 infantes, agrupados en 26 regimientos, y más de 6.000 jinetes, bastante motivados y bien pertrechados. Además contaban con un tren de artillería compuesto por 11 piezas de diversos calibres.
El plan de Mansfeld era concentrar el ataque con la caballería de Brunswick sobre el flanco derecho hispánico, batiendo a la infantería de Verdugo e Ibarra y abriendo así un hueco por donde entrarían los batallones de infantería de Mansfeld. Nuevamente Córdoba, tal y como relata Gonzalo de Céspedes en su Primera parte de la Historia de D. Felipe IIII, arengó a sus hombres cabalgando entre ellos "Que su intención no era pedirles confirmación de su valor, ni muestras de sus nobles ánimos, sino que al siempre invicto espíritu, antes tratasen de frenarlo, que de dejarlo despeñar. Que concediesen cuerdamente la estimación al enemigo como si viniera victorioso [...] que su constancia, su presteza, acometer y, sin confusión, cargar con orden y templanza, y resistir con gran firmeza se le daría la perdición de su adversario".
Tras arrodillarse y rezar todos juntos, Córdoba rompió las hostilidades a eso de las 6 de la mañana, ordenando al general de artillería Otaiza que empezase a disparar. El cañoneo fue duro y abrió los primeros huecos en las líneas protestantes de Mansfeld. Éste ordenó disparar sus cañones e inmediatamente Brunswick se puso en marcha y se lanzó contra el ala derecha española. Ibarra ordenó a su tercio avanzar 50 pasos para evitar ser flanqueado, aunque el resto del batallón no le siguió ya que no tenía órdenes de ello. El peligro era evidente ya que el tercio quedaba aislado del resto de la formación y podía ser un blanco fácil para una carga tan poderosa como la que estaba lanzando Brunswick.
Paralelamente a esto, la infantería protestante se había puesto en marcha sin avanzar en correcta formación, abriendo huecos en sus líneas, algo que vio rápidamente el sagaz Da Silva, que mandó cargar inmediatamente para poder atravesar los huecos dejados por los hombres de Mansfeld y así tomar su retaguardia. El coronel Streiff estuvo atento y salió al encuentro de Da Silva con sus caballos, rechazando el ataque español y haciéndolo retroceder, por lo que el ala izquierda de la infantería de Córdoba quedó desprotegida y Streiff cargó con todo. El batallón de Camargo clavó las picas al suelo y se preparó para la embestida.
Despliegue de fuerzas |
Al mismo tiempo la infantería de Mansfeld llegó a la altura de las líneas hispánicas, empezando los combates hombre a hombre. Los españoles tenían los flancos seriamente amenazados y su enemigo casi les doblaba en número. Pero Brunswick decidió dividir sus fuerzas y envió varias compañías de caballería a apoyar a la infantería de Masfeld que era claramente sobrepasada por las experimentados infantes de los tercios de Verdugo. Esto hizo que el ataque de Brunswick perdiese fuelle y el Tercio de Nápoles detuviese en seco la embestida de la caballería protestante, algo que aprovechó Gauchier para cargar con su caballería y rechazar el ataque.
No se dio por vencido el impetuoso Cristian, quien lanzó un segundo ataque contra la derecha hispánica. Esta vez los jinetes valones de Gauchier no pudieron parar esta carga al verse ampliamente superados en número y tuvieron que ponerse a salvo en la retaguardia de la fuerza. Los infantes españoles formaron entonces una barricada con los carros de pertrechos e incluso con los que contenían los efectos personales del propio Córdoba. El Tercio de Nápoles estaba aguantando estoicamente el pulso que le echaba la caballería de Brunswick con la sola ayuda de los mosqueteros que había colocado Santander ocultos al borde del camino. Entre ambas fuerzas lograron rechazar otra carga protestante.
Brunswick no quiso cometer el mismo error tres veces así que esta vez optó por cargar contra los tercios italianos de Campolattaro. Córdoba vio la jugada de Cristian y se dirigió personalmente al frente de su guardia a dar ánimos a los soldados y a combatir junto a ellos. Brunswick creyó erróneamente que las fuerzas italianas estaban a punto de volver la cara a la infantería de Mansfeld y que se desmoronarían ante una carga de la caballería protestante. Un error que acabaría pagando caro. Los italianos apretaron los dientes y aguantaron fuerte las picas, resistiendo la salvaje acometida de los caballos protestantes.
Córdoba dio órdenes entonces a Guillermo Verdugo para que adelantase unas mangas de arcabuceros y pusieran fin a la libertad de movimientos de la que gozaban los jinetes de Brunswick. Verdugo partió raudo con lo mejor de sus mosqueteros situándose en la vanguardia del campo hispánico a la espera de los movimientos del protestante. Brunswick, viéndose incapaz de superar las líneas italianas volvió de nuevo a la retaguardia para reagrupar sus fuerzas pero se encontró con el eficaz fuego de los mosquetes españoles y valones. Este hecho fue aprovechado por Da Silva, ya repuesto del revés ante los jinetes del coronel Streiff, y cargó contra las desordenadas líneas de caballos de Brunswick, infligiéndoles cuantiosas bajas.
Fernández de Córdoba lo relataba de la siguiente manera en su Relación hecha por don Gonzalo Fernández de Córdoba de la batalla de Fleurus, ocurrida un 29 de agosto de 1622: "Felipe de Silva embistió con muy poca caballería a la mitad de la del enemigo, atropellándola bravamente, pusimos las cosas en muy buen estado, y les matamos gran cantidad de gente con la artillería y la mosquetería, quitándoles gran cantidad de estandartes y algunas banderas, y obligándoles a que nos dejasen el puesto y se retirasen".
Mientras todo esto sucedía, el Tercio de Nápoles continuaba luchando a la desesperada completamente rodeado por las fuerzas protestantes. Los poco más de 1.000 españoles que componían el tercio, con Ibarra y el maestre Jerónimo Boquín al frente, aguantaban bravamente. Los capitanes Pedro del Águila, Diego Guerra, Cuesta y Esteban Martín no paraban de dar órdenes para mantener las posiciones de sus hombres, evitando el derrumbe de éstos. Cualquier otra fuerza ya se habría retirado, pero los infantes españoles eran de otra pasta y no volverían la cara al enemigo bajo ninguna circunstancia.
A su izquierda los hombres de Balanzón aguantaban también un duro castigo, demostrando que los valones estaban a la altura de lo que se esperaba de ellos. Un capitán de Mansfeld logró matar al alférez del antiguo Tercio de Bucquoy y se hizo con la bandera pero los valones no permitieron que pudiera el enemigo arrebatársela y consiguieron matarle y recuperarla, evitando así la deshonra que suponía eso. El segundo batallón de Isemburg aguantaba también, aunque con menos presión que las fuerzas del batallón de Ibarra y Verdugo, donde se concentraba el grueso del ataque protestante.
Los combates duraban ya más de 4 horas y las fuerzas protestantes, menos preparadas que los duros ejércitos hispánicos, empezaban a desinflarse. Los españoles no habían retrocedido ni un metro ante las tres cargas de la caballería de Brunswick y el choque con la infantería de Mansfeld, pero la resistencia del Tercio de Nápoles podía comprometerse si no se le auxiliaba, más aún cuando Brunswick iniciaba una cuarta carga sobre las fuerzas españolas, por lo que Córdoba ordenó a Otaiza apuntar un cañón contra el enemigo para así aliviar la presión sobre los hombres de Ibarra, que había sido herido en el brazo por el disparo de un mosquete.
Varios capitanes del tercio, entre ellos Pedro del Águila y Diego Guerra, estaban muertos, pero Jerónimo Boquín seguía al pie del cañón, enviando hombres de la retaguardia para refrescar la vanguardia del tercio. Viendo la precaria situación de los españoles, Córdoba cogió varias compañías para reforzar a los españoles y a los borgoñones de Balanzón. Llevó también varias mangas de mosqueteros italianos y se puso al frente del Tercio de Nápoles. La batalla ya duraba más de 5 horas y Brunswick, herido y habiendo perdido ya 3 caballos, era incapaz de abrir brecha en el flanco hispánico. La situación protestante se había vuelto insostenible y Mansfeld no tuvo más remedio que tocar retirada si quería salvar lo que quedaba de su ejército, teniendo esperanza de que su retaguardia pudiera cubrir la huida.
Pasado el mediodía, tras más de 6 horas de combates, Mansfeld empezó la retirada con el bagaje y la artillería por delante, tras la que iría la infantería y, cubriendo la retirada, la caballería dirigida por el propio conde. En ese momento la infantería de Córdoba estaba sumamente agotada, por lo que no pudo perseguir a los protestantes aunque, tras un breve descanso, la caballería de Gauchier y del barón de Inchy salió en su persecución. Mansfeld, temeroso de que le dieran caza por el lento avance de su infantería, la dejó abandonada a su suerte, poniéndose a salvo en mitad de la noche con los jinetes que pudieron seguirle. Al día siguiente la caballería española acabó con los desdichados infantes protestantes ayudados por los campesinos de Namur y de varias plazas de la región.
Mansfeld y Brunswick pudieron ponerse a salvo y llegaron a Breda con poco más de 3.000 caballos y algunos infantes bastante dispersos que habían tenido la suerte de escapar a la cacería. Habían perdido toda su infantería y la mitad de su caballería, 23 banderas, su artillería y la mayor parte de su pertrechos y municiones. Destacados comandantes protestantes habían muerto en aquellos combates, como Enrique de Ortenburg, jefe de la guardia de Mansfeld, o Federico de Sajonia-Weimar. Brunswick perdió el brazo.
El ejército hispánico contó más de 300 muertos, la mayoría españoles, y 900 heridos, y perdió al maestre Francisco de Ibarra y a 14 capitanes. También perdió el tesoro que llevaba para sus soldados, y muchos de los efectos personales del propio Córdoba. Spínola no pudo vencer la resistencia de Bergen-op-Zoom y tuvo que levantar el asedio ante la llegada de un poderoso ejército de socorro que había levantado Mauricio. Mansfeld y Brunswick fueron cortésmente rechazados por los líderes holandeses, obligándoles a abandonar Holanda. La victoria española, si bien destruyó el ejército de Mansfeld, no logró acabar con él, pero allanó el camino para la conquista total del Palatinado y aceleró el fin de la Campaña del Palatinado.
Batalla de Fleurus, por Vicente Carducho |
Fleurus, piqueros españoles resisten la carga de la caballería |
Fernández de Córdoba, por Francisco Martínez Canales |
Disposición de las fuerzas en el campo de batalla
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario