El Milagro de Empel

Guerreros: Ambrosio Spínola


El 25 de septiembre de 1630 moría poniendo sitio a la villa de Casale, en la Guerra de Sucesión Mantua, dentro del marco de la Guerra de los 30 años, Ambrosio Spínola, uno de los más notables militares al servicio de España.

Ambrosio Spínola Doria vino al mundo en Génova en el año 1569. Descendiente de una rica familia genovesa, los Spínola, era el primogénito de Filippo Spínola, marqués de Sesto, y Policena Cossino. La familia había adquirido gran fortuna principalmente por sus negocios de asiento de galeras con la Corona Española y el comercio. Como hijo mayor fue educado para administrar las finanzas de la familia, algo de ingente trabajo debido a la gran fortuna que manejaba. Ambrosio pasó su infancia y juventud estudiando y leyendo, sobre todo acerca de estrategia militar, de la que era un gran apasionado, pero sus obligaciones eran lo primero.

Sus hermanos, en cambio, pronto entraron al servicio de los ejércitos de España, destacando Federico, un auténtico aventurero que desde pequeño mostró grandes dotes para luchar, sobre todo en Flandes. La familia Spínola tuvo disputas con la familia Doria, la otra gran familia genovesa. Estos pleitos llegaron a tal punto que tuvo que intervenir el propio monarca español para solventar las desavenencias entre ellas. Ambrosio manejaba bien los negocios familiares, pero éstos no parecían satisfacer su carácter, alimentado por sus lecturas de juventud. Ambrosio anhelaba ese espíritu de guerra y no desperdició la ocasión de ofrecer sus servicios y fortuna a España. Su hermano Federico apostaba firmemente por crear una escuadra de buques con los que intentar invadir nuevamente Inglaterra, pero la idea no cuajó en la corte de Felipe II, que aún se lamía las heridas por el fracaso casi una década antes de la Grande y Felicísima Armada.

Los Spínola ofrecieron al rey de España hacerse cargo de la escuadra de Nápoles, a imagen y semejanza del contrato que Gian Andrea Doria tenía con las galeras de Génova. A cambio de ser nombrado capitán general de la escuadra, y el coste anual de la misma en ese momento, el cual ascendía a 250.000 ducados, se comprometía a poner en el mar 28 buques en un plazo máximo de dos años. Esto eran 13 más de las que en ese momento disponía la escuadra de Nápoles. El plan, en un principio irrechazable, se encontró con la oposición de los nuevos ministros de Felipe III, que desconfiaban de dejar una escuadra tan importante en manos del genovés. 

Tras este contratiempo Ambrosio decidió marcharse a Flandes, idea que se reforzó tras otro notable enfrentamiento con Gian Andrea Doria, y que dejó su posición en la república italiana de Génova muy debilitada. De la mano de su hermano Federico, decidió levantar un ejército costeado de su propio bolsillo, con la idea de hacerles probar a los protestantes su propia medicina: practicar el corso en las aguas del Canal de la Mancha contra los buques holandeses. En 1602 ambos hermanos recibieron el visto bueno de la Corona y armaron una hueste de 1.000 hombres y unas cuantas galeras. Al más puro estilo de los "condotteri" italianos, se lanzaron a combatir por la causa española.

Pero poco iba a durar esa aventura. Mientras que Ambrosio realizaba sus primeras operaciones militares terrestres, Federico sufría en el mar algunos primeros reveses, tras enfrentarse en aguas del Canal con una flota inglesa que le hizo perder varias galeras. Para mayor desgracia, a finales de mayo de 1603 se enfrentaba con una escuadra holandesa, bajo el mando de Joos de Moor, en aguas cercanas a la ciudad de la Esclusa, importante villa de la región de Zelanda. Durante el transcurso de la batalla una bala de cañón alcanzó al joven Federico, que moría allí mismo con tan solo 32 años, dejando a su flota a merced de los protestantes.

Ambrosio se sumió en una gran tristeza, pues admiraba y quería profundamente a su hermano. Pero desde su llegada a Flandes, primero con su hermano, y luego con un ejército de 8.000 hombres levantado por él mismo en Italia en 1602, Spínola ambicionaba la gloria, así que pronto volvió a la carga y se embarcó en la búsqueda de nuevos objetivos militares que estuvieran a la altura de sus aspiraciones. No tardó en encontrar uno que estaba a la altura de sus deseos, un objetivo que le cambiaría la vida y por el cual ganaría fama eterna. 

El archiduque Alberto le propondría hacerse cargo de continuar el Sitio de Ostende, ciudad del Flandes occidental que llevaba asediada por las tropas del archiduque desde principios de julio de 1601. El asedio se había enquistado y no parecía posible avanzar en él. Era una tarea de incalculable responsabilidad, en la que la Monarquía Española había empeñado buena parte de sus recursos, y fracasar en ella supondría despedirse de su recién iniciada carrera militar. Pero la ambición de Spínola superaba con creces sus temores así que, tras meditarlo profundamente, se decidió a ello y en octubre de 1603 se ponían al frente de las tropas hispánicas en tan importante cometido.

Asedio de Ostende. Por Pieter Snayers

Contaba para la empresa con la inestimable ayuda del sargento mayor Pompeo Giustiniano, todo un experto en el arte de la guerra. Juntos levantaron el ánimo de unas tropas que habían padecido indecibles penalidades a lo largo de más de dos años de lucha, reorganizaron las fortificaciones y aceleraron el asedio en la parte suroeste de la ciudad, haciendo gala de un brillante ingenio y un talento innato para el arte de la guerra, de la cual, si bien carecía de experiencia, era todo un estudioso y teórico. Sus estudios sobre la estrategia militar empezaron a surtir efecto desde su llegada, y, al fin, tras más de 3 años de asedio, Ostende capitulaba el 20 de septiembre de 1604. Un éxito mayúsculo, si bien el genovés se quedó con la espina clavada por la pérdida de la ciudad de La Esclusa en agosto de ese mismo año tras un rápido y poderoso asedio por parte de Mauricio de Nassau.

Los soberanos de los Países Bajos, el archiduque y su mujer, la infanta Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II, se mostraron enormemente complacidos con la expugnación de la ciudad, a pesar del altísimo precio de vidas que se hubo de pagar, por lo que no se reservaron las alabanzas al genovés ante los emisarios de la Corona Española. Spínola se trasladó momentáneamente a Valladolid, donde el duque de Lerma, valido de Felipe III y uno de los mayores corruptos que ha conocido nuestro país, había trasladado la corte. Allí se ganó la admiración y el afecto del rey, para envidia de la patulea de cortesanos que rodeaban al monarca español. Éste le encargó, ya como general del ejército de Flandes, la misión de conquistar cuantas plazas protestantes fuesen posibles.

1605 y 1606 serán dos años en los que demostraría su genio militar. Spínola comenzó una serie de brillantes campañas, empezando por la región de Frisia, donde demostró sobradamente sus dotes bélicas. Rindió al asedio numerosas ciudades muy bien fortificadas, como casi todas las que existían en los Países Bajos, convirtiéndose en uno de los mayores expertos en el arte de la expugnación. Era un militar eminentemente práctico, algo que había aprendido de personajes históricos que admiraba como el Gran Duque de Alba; si no veía posibilidades reales de éxito, no emprendía la empresa. Pero era harto ingenioso y sabía cómo resolver los problemas y obstáculos que se le iban presentando. De esta manera consiguió rendir de manera brillante en ese periodo villas como las de Oldenzaal, Lingen, Mülheim, Lochem, Rheinberg o Groenlo.

En esta última plaza mostró Spínola una gran capacidad para reconducir las situaciones adversas. Había rendido Groenlo el 14 de agosto de 1606, tras dos semanas de durísimo asedio, pero Mauricio de Nassau, estatúder holandés, iba siguiendo sus pasos con un poderoso ejército de casi 20.000 hombres. El general genovés había dejado una guarnición en la villa, pero era insuficiente para aguantar un asedio de la magnitud del que planteaba el príncipe de Orange, por lo que Spínola, con la mitad de hombres que su enemigo, resolvió plantarle cara a comienzos de noviembre y, tras unas primeras escaramuzas, puso en fuga al ejército de Mauricio con una serie de ingeniosas maniobras.

Con aureola de invencible y el cariño y la admiración de sus hombres, pues además de sus evidentes dotes estrategas, Spínola pagaba de su bolsillo y casi sin retrasos las pagas de los sufridos soldados, regresó a España donde fue recibido por todo lo alto. El rey lo convirtió poco menos que un su confidente, pero la ansiada obtención del título de Grande de España y los pagos por los dineros adelantados por el genovés, no llegaron. Spínola, casi en la ruina, volvía a ser enviado para Flandes con las famosas "Instrucciones secretas" dadas por el rey para asegurar la gobernación de los Países Bajos en caso de muerte del archiduque o la infanta.

La quiebra de la hacienda española llegó en 1607, dejando al genovés en una precaria situación económica para continuar la guerra. El único consuelo de España era que los holandeses estaban igual o más agotados económica y militarmente, por lo que se emprendieron, por parte de Ambrosio, una serie de negociaciones que conducirían a la famosa Tregua de los Doce años con los protestantes en 1609. Esto dio un respiro a la maltrecha economía española y también a la del genovés, aunque por poco tiempo. En estos años forjó una sincera amistad con los soberanos de los Países Bajos, convirtiéndose en uno de sus mayores valedores.

En 1611, completamente arruinado, obtuvo al fin el título de Grande de España y el ansiado Toisón de Oro, lo cual alivió notablemente sus penas, aunque no sus apuros financieros, amainados ligeramente cuando en 1612 heredó el ducado de Sesto. En 1614 fue llamado para participar en el conflicto por la crisis de sucesión de Juliers-Cléveris. Éste era un estado alemán que hacía frontera con los Países Bajos y con Francia, gobernado por el duque Juan Guillermo de Cléveris, el cual murió sin descendencia, originando así una crisis sucesoria. La crisis tuvo dos fases, entrando Spínola al comienzo de la segunda en favor del duque del Palatinado-Neoburgo, que estaba enfrentado con el Margraviato de Brandenburgo, al que apoyaban los holandeses.

Spínola entró en dicho ducado con un ejército de casi 15.000 hombres provenientes de Flandes, tomando Aquisgrán, luego, tras un breve asedio, Wesel, y ocupando los ducados de Juliers y Berg. Ante el temor de una escalada en el conflicto, españoles y protestantes firmaron los acuerdos de Xanten, por los que el Palatinado-Neoburgo recibió los ducados tomados por los españoles, mientras que Brandeburgo se quedó con el de Cléveris y los condados de Mark y Ravensberg. Gracias a las rápidas acciones de Spínola, España salía reforzada y beneficiada de aquel conflicto.

El estallido de la Guerra de los 30 años, conflicto que empezó con las revueltas protestantes de Bohemia y la Defenestración de Praga, puso de nuevo en escena al brillante general genovés, que invadió en 1620, con sus tropas de Flandes, el Bajo Palatinado por la usurpación de la corona de Bohemia por Federico V Del Palatinado al emperador del Sacro Imperio, Fernando II de Habsburgo. Ocupado casi todo el Palatinado, y con el fin de la Tregua de los 12 años a punto de llegar, partió de nuevo a Flandes, dejando a Gonzalo Fernández de Córdoba, descendiente del "Gran Capitán", con un pequeño ejército para terminar la ocupación y reunirse con las tropas imperiales y católicas.

En 1621 se le otorgó el título de marqués de los Balbases, y ya con la guerra contra los holandeses nuevamente en marcha, se produjeron dos importantes acontecimientos: la muerte en marzo de Felipe III, y el fallecimiento sin descendencia del archiduque en julio, pasando los Países Bajos nuevamente a España, quedando su mujer como gobernadora. El nuevo rey, Felipe IV, pronto cayó bajo la influencia del conde-duque de Olivares, que había ido ascendiendo en la corte de Felipe III gracias al apoyo de su tío, Baltasar de Zúñiga. Olivares era un firme defensor de reanudar las hostilidades con los holandeses, y en ello acabó accediendo el rey, con el callado rechazo de Spínola, que no veía con buenos ojos que España estuviese combatiendo en tantos frentes.

Pero Spínola, que acababa de ser nombrado capitán general del Ejército de Flandes, comenzó su ofensiva contra las posiciones holandesas con incontestables victorias. En febrero de 1622 rindió Juliers, tras un severo asedio de 5 meses. Prosiguió con ofensiva y venció nuevamente a los protestantes en Fleurus, en un alarde de genialidad táctica. Ya convertido en el más cercano colaborador, y en firme defensor de la gobernadora, planificó la toma de la ciudad de Breda, el bastión protestante más importante en la región de Brabante. La ciudad se consideraba inexpugnable, ya que contaba con poderosas fortificaciones, grandes muros reforzados con arena y hasta 15 sólidos bastiones, además de contar con importantes defensas naturales como los ríos Mark y Aa, y zonas pantanosas de imposible acceso. Además, dentro se encontraban 14.000 soldados dirigidos por Justino de Nassau. Una empresa imposible.

Rendición de Breda o las Lanzas, de Velázquez

Para hacerse una idea de la dificultad de tomar una villa tan bien fortificada y defendida, con tan pocos hombres, baste recurrir a los cálculos de Sebastien de Vauban, arquitecto militar jefe de Luis XIV, quien defendía que, en la segunda mitad del siglo XVII, para tomar una plaza por asedio, se necesitaban al menos 48 días y una fuerza que superase en 10 al número de defensores. El capitán general de los tercios solo disponía de 18.000 soldados, pero tenía un ingenio y una experiencia militar sin parangón. No solo consiguió sitiar por completo la ciudad, sino que fue capaz de repeler un socorro de 8.000 soldados enviado por Mauricio, bajo las órdenes de Ernesto de Mansfeld.

Tras fracasar el último intento de ruptura del cerco por parte de los soldados de Justino, a Breda no le quedaba otra opción que rendirse ante el brillante general genovés. Era el 5 de junio de 1625. El momento sería inmortalizado en 1635 por el gran pintor español Diego Velázquez, y supuso el cénit de la carrera militar de Spínola, ganándose la admiración y el respeto de sus más firmes enemigos, al menos, los extranjeros. Porque Olivares estaba muy celoso de los éxitos del genovés, y pronto el recelo se convirtió en odio. Olivares, un mediocre valido, se empeñaba en empresas imposibles, en contra del pragmatismo que siempre mostraba Ambrosio, que desesperaba por la falta de recursos y de criterio del valido.

En 1628 regresó a España hastiado por la incompetencia de la Corte. El genovés quería alcanzar la paz con los holandeses, consciente de que la guerra en tantos frentes y ante tantos enemigos acabaría minando las arcas y el prestigio de España. Esto le ocasionó enfrentamientos constantes con Olivares, empeñado en continuar la guerra y en minar la credibilidad del general culpándole de sus propios errores. Spínola no admitía tales acusaciones e incluso se negó a regresar a Flandes para seguir combatiendo en la demencial forma que proponía el valido y el sumiso rey. Ese mismo año estalló la Guerra de Sucesión de Mantua, que enfrentaba a Francia y Venecia contra los intereses de España, el Sacro Imperio y el Ducado de Saboya.

En 1629 llegó Spínola a Italia como gobernador del Milanesado, aunque Olivares se había encargado de sustraerle muchos de los poderes que ostentaba el cargo. Humillado por unos cortesanos pusilánimes, arruinado al haber empeñado toda su fortuna para el servicio a España, y harto ya de tanta guerra, su salud empeoró de manera notable en los siguientes meses. Durante el sitio de la plaza de Casale, en el Piamonte, se hacía evidente la inminente muerte del ilustre general. Sus hombres permanecieron siempre a su lado; incluso sus enemigos franceses se acercaron los últimos días a rendirle el reconocimiento que se merecía. En cambio, al igual que otros ilustres militares españoles, fue abandonado y vilipendiado por la corte española, algo que se ha ido repitiendo a lo largo de nuestra historia.

El 25 de septiembre de 1630 moría en Castelnuovo di Scrivia el que, junto a Alejandro Farnesio, ha sido probablemente el mejor general italiano al servicio de España. Cuentan que sus últimas palabras fueron "honor" y "reputación", algo que se ganó más que de sobra a lo largo de toda su vida. Su figura, hoy olvidada por el gran público, es objeto de estudio y admiración por los amantes de la historia militar, que ven en él a un genio incomprendido y maltratado, un auténtico caballero medieval que destacó en uno de los momentos más duros y difíciles de la historia de España.

Ambrosio de Spínola, por Rubens

Spínola. Van der Passel


Rendición de Juliers






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