En plena Guerra de los 30 Años, mientras en los campos de Alemania y Holanda se dirimía la hegemonía europea de los Habsburgo, la repentina muerte de Vincenzo II Gonzaga a la edad de 33 años, abría en el ducado de Mantua, al igual que unos años antes en el Monferrato, una disputa por la elección del nuevo duque.
El ducado de Mantua formaba parte del Sacro Imperio y eso le otorgaba al emperador la última palabra en caso de una disputa por el ducado. En este orden de cosas Vincezo II había casado a su sobrina María Gonzaga con Carlos de Gonzaga-Nevers, un familiar del duque perteneciente a la línea francesa de la familia Gonzaga. Fernando II no veía con buenos ojos otorgar el ducado de Mantua a éste, consciente del peligro que suponía tener un aliado de Francia a las puertas del Milanesado. Además el emperador estaba casado con Leonor Gonzaga, hermana del fallecido duque, por lo buscó el ducado para Fernando Gonzaga de Guastalla.
Sucedía que Carlos de Gonzaga-Nevers veía reconocido por Francia, Venecia y el Papa, su derecho a la sucesión del ducado de Mantua, por lo que si el emperador no daba su brazo a torcer y cedía a las pretensiones de Carlos, la guerra estallaría. Francia y Venecia, siempre dispuestas a cualquier acción que pudiera debilitar el poder de los Habsburgo, no dudaron en apoyar diplomática, económica e incluso militarmente a Carlos. Para complicar más aún las cosas, apareció en escena el siempre complejo duque de Saboya, Carlos Manuel, que tanta guerra había dado a los españoles en el Monferrato, con la propuesta de intervenir en favor de los Habsburgo en este conflicto. Así se lo comunicó al gobernador de Milán, el héroe de Fleurus Gonzalo Fernández de Córdoba.
-La estrategia española. 1628
España no era ajena a todas estas intrigas y el conde-duque de Olivares, quizás en un intento de demostrar la fortaleza de España y poner coto a las pretensiones francesas, convenció al rey Felipe IV para invadir el Monferrato sin consultar con el emperador o esperar la decisión que éste tomaría. Estas órdenes llegaron el 2 de marzo de 1628 a Milán, por lo que Córdoba planificó al detalle la invasión con el duque de Saboya. El plan era sobre el papel sencillo; avanzar desde Milán sobre el Monferrato apoyado por las fuerzas saboyanas y caer sobre la ciudad de Casale, plaza de gran valor estratégico y dotada de poderosas defensas.
El 29 de marzo se pusieron en marcha las tropas de Córdoba entrando en el Monferrato por el este mientras que las fuerzas del duque de Saboya lo hacían por el oeste, en un movimiento de pinza. Para comienzos de abril los españoles y saboyanos ya habían tomado Trino, San Damiano di Ast y Moncalvo. Posteriormente pusieron sitio a Alba, la cual cayó tras 4 días de asedio, y se dirigieron hacia Casale. A Córdoba se le había prometido desde Madrid una fuerza de unos 8.000 infantes y 1.200 caballos, una fuerza claramente insuficiente para sitiar una ciudad como Casale. Córdoba lo sabía, pero su estrategia era tomar la plaza al asalto. Una acción rápida bastaría para hacerse con Casale, ya que los informes advertían que tan solo disponía de una guarnición de algo más de 200 infantes.
El conde-duque le había garantizado a Córdoba tercios napolitanos y genoveses, pero lo cierto es que las fuerzas de Génova, unos 3.000 hombres, un millar menos de los prometido, llegaban con un mes de retraso, mientras que desde Nápoles tan solo se enviaron 900 infantes que tardaron casi dos meses en reunirse con Córdoba. Este retraso afectó, evidentemente, al plan inicial de asaltar Casale por la vía rápida. Por su parte el general español, mientras esperaba las ansiadas tropas, fue tomando más villas en el Monferrato hasta acabar tomando la importante Nizza della Paglia.
Al fin las tropas de Córdoba llegaron a las murallas de Casale. Carlos de Gonzaga-Nevers emprendió una serie de negociaciones secretas con el general español, ofreciéndole la toma de Casale si los españoles le apoyaban en sus pretensiones sobre el ducado, incluso aceptando un ejército imperial en Mantua, pero siempre con la condición de que estos acuerdos no se filtraran a Francia. Debía el hábil Córdoba desconfiar de Nevers, a quien ya había visto practicar un doble juego en la Campaña del Palatinado, negociando con los españoles y con Ernesto de Mansfeld a la vez, por lo al final, y tras consultarlo con Madrid, la negociación no prosperó.
Aquí el conde-duque cometió otro error garrafal. Sucedía que Francia se hallaba envuelta en sus guerras de religión y los hugonotes resistían en la ciudad de La Rochelle, una de las más pobladas de Francia. El cardenal Richelieu, un hombre con una gran visión de estado, se atrajo la ayuda de España para acabar con la amenaza hugonote, incluso se entrevistó con Ambrosio de Spínola para que le aconsejase sobre las obras de asedio sobre la ciudad. Olivares, para quien la religión estaba por encima de los intereses de España, mandó una flota en apoyo de Luis XIII. No tenía sentido tal ayuda, pues a España le interesaba la inmovilización de las fuerzas de Richelieu el máximo tiempo posible en ese conflicto, y de esta manera tener las manos libres en Mantua.
Richelieu inspecciona las obra de asedio de La Rochelle, por Henri-Paul Motte |
Para colmo el emperador no veían con buenos ojos las acciones de Olivares y la invasión hispano-saboyana del Monferrato. Si bien había nombrado a Fernando II de Gonzaga y Guastalla nuevo comisionado del imperio para el norte de Italia, aún no había tomado la decisión de colocarlo al frente del ducado. El embajador español en la corte de Viena, Francisco de Moncada, tuvo que emplearse a fondo para calmar los ánimos del emperador, quien llegó a pedir a Córdoba que levantase inmediatamente el asedio sobre Casale. Felipe IV no autorizó tal cosa al gobernador del Milanesado, pidiéndole que siguiera adelante mientras el embajador español trataba de cambiar el parecer del emperador.
Era verano de 1628 y las tropas de Córdoba tenían que sacar hombres de sus ya de por sí exiguas tropas para enviarlas a proteger los pasos de montaña de Saboya y así impedir la entrada de los franceses. Resultaba claro que no podía realizar un asedio en condiciones ante esas circunstancias, ya que al menos necesitaba 15.000 hombres para cerrar el cerco sobre Casale. Además Córdoba tuvo que enfrentarse al problema de las deserciones, tal y como se refleja en los correos que enviaba a Madrid en los que advertía que "los soldados, la mayoría de ellos casados, desertan con facilidad, como ocurre últimamente en los ejércitos de Vuestra Majestad; los napolitanos son muchos de ellos mala gente y huyen en gran número y el haber ahorcado a muchos y mandado a galeras a otros tantos no lo remedia".
-La respuesta francesa y la defensa de Saboya. 1629
En agosto un ejército francés bajo el mando del marqués de Uxelles se acercaba al valle de Aosta. El valle estaba dominado por el castillo de Saint Pierre, una impresionante fortaleza levantada sobre un cerro en mitad del valle a finales del siglo XII. El ejército francés llegó en muy malas condiciones al valle de Aosta, sin apenas víveres, falto de agua, soportando unas elevadas temperaturas y sin piezas de artillería para batir aquellas fortificaciones por lo que, cuando el marqués empezó a diseñar su estrategia para asediar el castillo, las deserciones fueron tantas que el ejército se acabó prácticamente disolviendo.
En octubre se puso fin al asedio de La Rochelle con la toma de la ciudad por las tropas del cardenal Richelieu, quedando así Francia libre para intervenir en Mantua. La llegada del invierno agravó la situación del ejército de Córdoba en el asedio de Casale. Córdoba se lamentaba amargamente en sus misivas a su hermano Fernando de la situación de su ejército. La falta de pagas y hombres era muy preocupante y hacía mella en la moral del general español, quien confesaba a su hermano su intención de "abandonar las cosas de gobierno, de suerte que obligue a Su Majestad enviar quien cuida de ellas aunque sea venturándome a que me quite la cabeza".
Fuerte de Exilles, dominando el paso de Susa |
La situación española además se había complicado aquel año por la captura de los buques de la Flota de Indias por parte de los holandeses, por lo que los franceses, conocedores de esta situación y la poco probable respuesta española desde Flandes, se decidieron a movilizar su ejército contra Córdoba. Tres cuerpos de ejército lanzarían el ataque. El primero, comandado personalmente por el rey, partió hacia Turín, la capital saboyana, atravesando el paso de Susa. Al sur de esta fuerza iría el cuerpo de ejército del duque de Guisa, Carlos de Lorena, que atacaría el calle de Tanaro, mientras que al norte marcharía el cuerpo del duque de Longueville. En total una fuerza de 23.000 infantes y 5.000 caballos, aunque sin artillería, atravesaban los Alpes a comienzos de febrero de 1629.
Richelieu consideraba de vital importancia la toma de los pasos alpinos y mandó a la vanguardia de su ejército, bajo el mando de los mariscales Créqui y Bassompierre avanzar hasta el fuerte de Exilles, una impresionante fortaleza del siglo XII que dominaba el paso al valle de Susa, para aprovisionarse de artillería. El 1 de marzo de 1629 los franceses instalaban su campamente general en Chaumont, pegado a la frontera saboyana, y menos de medio día de distancia de Susa. El camino por el que debían avanzar las tropas era perfecto para las emboscadas; una vía estrecha rodeada por las paredes de las montañas y con algunas construcciones defensivas entre medias. Además los saboyanos habían cortado el camino mediante la colocación de barricadas.
La orden de ataque se dio el 6 de marzo. Las primeras tropas en avanzar fueron las de el regimiento de infantería de Navarra y los mercenarios suizos. La ayuda que obtuvieron de renegados saboyanos fue fundamental para evitar las improvisadas defensas. De esta forma lograron avanzar por senderos sin vigilancia y tomaron los fuertes saboyanos superando así las dificultades del camino hasta Susa. La villa quedaba expuesta a las fuerzas francesas y poco se podía hacer. Richelieu, en sus memorias, escribía que "el ataque duró poco debido a la furia francesa y porque el enemigo, al verse atrapado por todos los lados, cedió el paso después de la primera descarga". El propio cardenal reconocía que Susa no era un lugar óptimo para su defensa.
Lo cierto es que si el duque de Saboya hubiese planteado una decidida defensa en el paso al valle de Susa, el ejército francés no hubiera podido avanzar. Es más, el capitán Jerónimo Agustín, al frente de los 3.000 españoles que reforzaron los ejércitos de Carlos Manuel, recibieron órdenes de éste de no entrar en combate, siendo desplazados a la retaguardia. Sirva para mayor aclaración la reclamación del duque de Saboya a Richelieu para unirse a Francia en esta contienda: el mantenimiento de la villa de Trino y 12.000 escudos anuales. Tras la toma de Susa el camaleónico duque obtuvo dicha ciudad y una renta de 12.000 escudos, a cambio de permitir el paso de los franceses por Saboya y no atacar el ducado de Mantua.
El 18 de marzo las fuerzas españolas enviadas en apoyo del duque de Saboya se retiraron indignadas por lo ocurrido y Fernández de Córdoba, conociendo lo sucedido y la traición de su supuesto aliado, levantó el asedio de Casale emprendiendo el retorno al Milanesado temeroso de que las intenciones francesas fueran las de invadir este territorio. Pero los franceses no hicieron nada de eso, es más, se retiraron de Saboya y ni siquiera avanzaron a Casale, salvo una pequeña fuerza a las órdenes del señor de Toiras, Jean de Saint Bonnet, que llegó a la ciudad en abril.
Tropas francesas entrando a Casale |
-Los Habsburgo se preparan para la guerra.
Las noticias del levantamiento del asedio de Casale cayeron como un jarro de agua fría en la corte española. El Consejo de Estado se reunió de urgencia y libró fondos para poder levantar tropas en Nápoles, Sicilia y Cerdeña, así como en Alemania, con la petición expresa al emperador de que hiciese lo propio y enviase tropas al Milanesado. Recordemos que la Fase Danesa de la Guerra de los 30 Años había finalizado con la victoria católica sobre los ejércitos protestantes, y ahora Wallenstein tenía las manos libres para actuar.
El Consejo de Estado movilizó cuantas fuerzas pudo en ese momento dado que todo parecía indicar que se entraría en una guerra formal con Francia. De este modo en España se movilizó el Tercio de Luis Ponce de León, conde de Villaverde, con una fuerza de 3.000 españoles procedentes de Andalucía, Murcia y Aragón, la cual partiría desde los puertos de Cartagena y Barcelona con rumbo a Génova. En Alemania se levantó un ejército de unos 7.000 hombres, y se concentró en Milán buena parte de las fuerzas de artillería en Italia.
Mientras esto sucedía Gonzalo Fernández de Córdoba era llamado a Madrid para aclarar el por qué de su levantamiento de Casale. Llegó a la corte en julio de 1629 y allí le esperaba un tribunal formado por el conde-duque de Olivares, el conde de Oñate, Antonio de Sotomayor, el marqués de Gelves y Juan de Villuela, que actuaba como secretario. El caso es que las explicaciones de Córdoba debieron ser muy convincentes puesto que el rey en persona le mostró su total apoyo y se archivó la causa contra su persona, dándole un breve descanso tal y como requería.
Se eligió para sustirle a Spínola. El marqués de los Balbases no era partidario de entrar en guerra con Francia por Mantua, es más, abogaba abiertamente por una nueva tregua con los holandeses. Spínola era consciente de que España no podía tener tantos frentes abiertos, no tanto por la posibilidad de que sus ejércitos pudieran salir derrotados, sino por no poder pagarlos. De hecho el primer damnificado en el levantamiento del ejército destinado a Mantua fue el de Flandes, quien se vio privado de sus tan ansiadas y necesarias pagas, algo que España pagaría caro.
Spínola temía también que el encargo de hacerse cargo de aquel ejército fuera un regalo envenenado. De todos era sabido la animadversión que Olivares sentía por el veterano general. El poderoso valido no soportaba que alguien pudiera hacerle sombra en la Corte y la estrella del marqués brillaba en lo más alto desde que éste tomase Breda. Ahora se le enviaba a Italia para tomar posesión del cargo de gobernador del Milanesado pero restándole poderes propios del cargo, partiendo para allá en septiembre de 1629.
Con los ejércitos españoles reunidos en Milán bajo la batuta de Spínola solo faltaba que el emperador moviese ficha y esta vez se había mostrado dispuesto abiertamente a ayudar a España. Spínola planeó un ataque combinado: sus fuerzas cargarían contra el Monferrato mientras que los imperiales lo harían sobre Mantua. De este modo Wallenstein, movilizó sus fuerzas. De los 50.000 hombres que inicialmente llevaría a Mantua, solo la mitad se acabarían lanzando contra el ducado. Wallenstein dejó el mando de aquel ejército en manos de Rambaldo de Collato, un condottiero italiano nacido probablemente en Mantua, y al servicio del emperador en la Guerrra de los 30 Años.
Collalto disponía de un ejército de unos 25.000 infantes y 4.000 caballos. Contaba con 3 generales de garantías: Matthias Gallas, quien ya se había distinguido en diversas batallas de la Campaña del Palatinado, como la de Höchst; Johann Aldringen, gran amigo de Gallas y distinguido coronel en la batalla de Dessau, y Rodolfo de Colloredo, noble bohemio y oficial de gran visión y arrojo. Collalto concentró sus fuerzas en la ciudad bávara de Lindau, situada a orillas del lago superior de Constanza, frontera natural entre Alemania, Austria y Suiza, esperando el resultado de las negociaciones del cardenal Mazarino, representante del Papa, y el cardenal Richelieu.
Si bien era de sobra conocida la animadversión del Papa Urbano VIII por los Habsburgo y su abierta fracofilia, los esfuerzos de Mazarino por mantener la paz en la región fueron inútiles debido a la ambición francesa. De este modo el ejército imperial atravesó Austria a comienzos de 1630 y cruzó los pasos de la Valtelina, asegurados convenientemente con anterioridad, y se plantó ante las puertas del ducado de Mantua. Pero si bien no había encontrado resistencia en su camino, un enemigo invisible había ido diezmando el ejército imperial: la peste bubónica. Un brote se había extendido por el norte de Italia en 1629 y causaba estragos en la población. De hecho entre 1629 y 1631 la peste mató a más de 280.000 personas en el norte y centro de Italia.
Por su parte el ejército de Spínola, compuesto por unos 17.000 infantes y 3.000 caballos entró en el Monferrato con la vista puesta en Casale, mientras que las fuerzas francesas avanzaron por el paso de Susa y se lanzaron al asalto de la plaza de Pinerolo, a unos 40 kilómetros al suroeste de Turín. La ciudad cayó el 30 de marzo de 1630 sin que las tropas del duque de Saboya pudieran hacer nada. Allí instalaron los franceses su cuartel general en vista a las futuras acciones que deberían realizar. Carlos Manuel solicitó ayuda a Spínola, pero éste estaba demasiado ocupado tomando las distintas plazas del Monferrato.
Villa de Pinerolo, grabado de la época |
-El asalto final
Con la llegada del verano las tropas de Spínola comenzaron el segundo asedio de Casale. La ciudad contaba con formidables defensas y una ciudadela hexagonal reforzada con baluartes y varios revellines que aumentaban la capacidad artillera de la plaza. Además existía una pequeña isla fortificada en el río Po defendida por unos 200 infantes franceses. Con los refuerzos introducidos por los franceses las fuerzas sumaban más de 3.000 hombres a las órdenes del señor de Toiras. Poco le importó al marqués de los Balbases que empezó de inmediato los trabajos de fortificación para realizar sin problemas las obras de asedio.
Spínola tenía perfectamente planificada su estrategia. La caballería italiana de Gerónimo de Agostini tomaría la isla, mientras que las fuerzas napolitanas del maestre de campo Filomarini bloquearía la salida de tropas de Casale, y los tercios lombardos de los maestres Trotti y Sforza, junto con las fuerzas españolas, completarían el cerco. La caballería italiana luchó con tenacidad contra los defensores franceses. La isla ofrecía una perfecta posición defensiva desde la cual impedir el vadeo del Po, pero la obstinación del capitán Agostini puso finalmente en retirada a los defensores. Con la captura de la isla la posición defensiva de Casale disminuyó notablemente.
El señor de Toiras, viendo las dificultades por las que atravesaba la ciudad, realizó una salida con 500 infantes y 40 caballos para sabotear los trabajos de asedio de Spínola por la parte en la que se encontraban las fuerzas lombardas de Sforza. La caballería de Felipe se percató de la salida y corrió presto en ayuda de los italianos. La lucha duró poco, pues los españoles flanquearon a los infantes mientras que los jinetes franceses se veían obstaculizados por la infantería lombarda. La salida acabó en fracaso y a punto estuvo de sucumbir toda la fuerza de no ser por el fuego de artillería que salía de la ciudad.
Asedio español de Casale de Monferrato |
Por su parte las fuerzas imperiales avanzaban sobre Mantua cuando un ejército veneciano bajo el mando de Zaccaria Sagredo le salió al encuentro en Valeggio, situada al norte de Mantua y a un día de camino de ésta. El gobierno de la República Venecia, siempre beligerante con los Habsburgo, estaba presidido por el dux Nicolo Contarini, quien armó rápidamente un ejército en cuanto se enteró del avance desde Austria de las tropas imperiales. Pero aquella fuerza no era rival para las experimentadas fuerzas de Collalto y la derrota veneciana fue estrepitosa. De hecho el desastre fue tal que Venecia perdió su hegemonía en el norte de Italia, y Sagredo fue condenado a prisión por su ineptitud en el mando.
Collalto llegó al fin a las cercanías de Mantua, había hecho frente para ello a la peste y a los venecianos. Mantua era una ciudad situada a orillas del río Mincio, que a su paso por la villa formaba cuatro grandes lagos que la rodeaban, separados por 5 grandes puentes que constituían las salidas de la isla que formaba la ciudad. Al norte estaba el puente de la Predella, que separaba las aguas del lago Paruolo, al noroeste y el lago de Sopra, al noreste. Al este se encontraba el puente de Porto, separando las aguas del lago de Sopra y el de Mezzo. El puente comunicaba en el otro extremo con la ciudadela de Porto, un fuerte pentagonal con 4 poderosos baluartes. En el sur estaba el puente de San Jorge, que comunicaba con el burgo del mismo nombre y separaba el lago Mezzo del Sotto. Y por último, al oeste, había dos puentes más.
La primera parada de las fuerzas imperiales era Governolo, al sureste de Mantua. La toma de esta plaza era necesaria si se quería completar el cerco de Mantua, por lo que Collalto envió a Aldringen con parte de sus fuerzas para batir la resistencia del millar de hombres que la defendían. De nada sirvió la defensa planificada por Alfonso Guerrieri ante la superioridad de los imperiales, cayendo la villa al asalto tras unas horas de lucha. El ejército de Collalto rodeó completamente Mantua al cabo de unos días y éste planificó cuidadosamente el asalto con sus comandantes.
El objetivo principal era el puente de San Jorge. Tras tomar el burgo las fuerzas asaltantes cruzaron el puente y empezaron a batir la puerta, que estaba bien defendida por las fuerzas de los capitanes Harancourt y Arnauld. Tras cruzar el pórtico tomaron castillo de San Jorge, llegando así a la plaza de San Pedro. La ciudad ya estaba perdida y las tropas de Collalto se desperdigaban dándose al saqueo y venciendo los últimos reductos defensivos que se organizaban improvisadamente en la ciudad. Era el 18 de julio y el duque de Nevers corrió entonces a refugiarse junto a su hijo y varios de sus generales en la ciudadela de Porto. Collalto negoció con el duque la entrega de la ciudadela a cambio de que le permitiesen abandonar Mantua sin peligro alguno, refugiándose más tarde en tierras papales.
Cuadro de Mantua de finales del siglo XVI |
Con las fuerzas imperiales libres de cometido Spínola le pidió a Collalto más hombres para el asedio pero le fueron negados, demostrando una vez más que Fernando II de Habsburgo solo se preocupaba de sus propios intereses, los cuales se veían ahora amenazados por Suecia. El asedio seguía y los ejércitos estaban cada vez más hastiados. El verano llegaba a su fin y Toiras llegó a un acuerdo con el general español por el cual si a finales de octubre Casale no recibía un socorro, entregaría la ciudad. Spínola, cansado y enfermo, por su puesto, accedió, ya que el invierno se echaba encima, la peste seguía causando estragos y la falta de pagas era notable.
Pero no llegaría ese momento ya que Olivares maniobró en su contra y presentó ante la corte unos supuestos informes negativos de los saboyanos. Madrid le quitaba los poderes al marqués de los Balbases. El gran general, el que había tomado plazas como Ostende, Múlheim, Lochem o Groenlo, quien había vencido en Juliers y en el Palatinado y había rendido nada menos que Breda, era nuevamente humillado por el todopoderoso valido del rey. Enfermo y arruinado, pues había empeñado todo su patrimonio en servir a España, se retiró a Castelnuovo de Scrivia, al palacio de Marini, donde pasó sus últimos días recibiendo las visitas de sus hombres y también las de sus enemigos, como Toiras. Todos sentían una profundo respeto y admiración por Spínola, quien falleció el 25 de septiembre de 1630, dicen que pronunciando las palabras "honor... reputación", algo que se ganó más que de sobra a lo largo de su vida.
El relevo de Spínola, el marqués de Santa Cruz, Álvaro de Bazán y Benavides, hijo del gran Bazán, siguió con el asedio. A comienzos de octubre entraron al fin los españoles en Casale, ondeando la cruz de San Andrés en sus torreones, pero en la ciudadela seguían resistiendo las tropas francesas de Toiras. Bazán arecía de hombres suficientes para lanzar un asalto, pero los defensores no estaban en mejores condiciones. España y Francia continuaron con las acciones diplomáticas durante todo el otoño y el invierno, y el ejército español volvió en buen orden al Milanesado, mientras que los franceses se retiraron de Saboya. El miedo a la peste era más que suficiente para evitar cualquier contienda.
Al fin, tras duras negociaciones en las que intervino el propio Papa Urbano, se logró llegar a un acuerdo que cristalizó en forma del Tratado de Cherasco, firmado el 7 de abril de 1631. El acuerdo otorgaba los ducados de Mantua y Monferrato al duque de Nevers, mientras que Saboya obtenía las plazas de Alba y Trino, en el Monferrato, y Francia se quedaba con la ciudad saboyana de Pinerolo. Españoles e imperiales tenían un nuevo y peligrosísimo rival: la Suecia de Gustavo Adolfo, quien a comienzos del verano de 1630 había desembarcado su ejército en Pomerania, en la costa báltica alemana, y se erigía como el nuevo paladín de la causa protestante.
Gonzalo Fernández de Córdoba, por Wenceslas Hollar |
Jean de Saint Bonnet, señor de Toiras |
Ambrosio de Spínola, por Rubens |
Rambaldo de Collalto |
Carlos Manuel I de Saboya |
Demasiados frentes abiertos al mismo tiempo. En fin, eso les pasa a todos los imperios.
ResponderEliminarAsí es. España tenía demasiados enemigos y muchos frentes abiertos, algo que no se podía permitir siendo un país despoblado y pobre que dependía del oro y la plata de América para poder mantener su imperio.
ResponderEliminarHe investigado mucho sobre esta guerra y mientras que el en el primer asedio, todas las fuentes coinciden en que los franceses recorrieron con éxito la ciudad, he visto que del asedio de 1630 hay dos versiones, una afirma que los franceses lograron socorrer la ciudad sin más,fracasando el asedio por completo, mientras que una versión española e incluso italiana que he encontrado en "Con balas de Plata VI" de Antonio Gomez, muy detallado en cuanto al desarrollo operacional por cierto, y en Storia e Wargame, respectivamente afirman que los españoles lograron tomar la ciudad al final, pero no la ciudadela, que sin embargo es cedida a los imperiales (la ciudad) hasta el tratado de Cherasco en 1631. Podría hablarse entonces de un asedio no concluido. Por qué Toyras decía que si para octubre no recibían socorro, rendiría la ciudad y ya en invierno, llegó un ejército de socorro que al ver que los españoles eran más numerosos no atacaron y salvaron la situación apelando al tratado previo firmado en 1629 creo y a la intervención del Papa. No se que opinareis, yo es que no me fío nada de las fuentes francesas, por que ya he visto cantidad de batallas o acciones en los que tergiversan el desarrollo o el final de la misma, todo con fines propagandísticos. Qué opináis vosotros?
ResponderEliminarPerdón por el retraso, pero no sé por qué no me saltan los avisos de los comentarios. Efectivamente. No se llegó a efectuar la toma de la ciudad completa puesto que los franceses resistieron en la ciudadela. La escasez de tropas y medios de Córdoba hicieron que finalmente se llegase a un acuerdo.
EliminarOtro conflicto estéril y muy costoso para España ¿El Tratado de Cherasco no es la Paz de Castale?
ResponderEliminarGracias