El Milagro de Empel

La Guerra de Devolución (Parte I)


La Guerra de Devolución fue un conflicto militar iniciado por la Francia de Luis XIV con la finalidad de expandir sus fronteras a costa de la debilidad de la España, bajo el pretexto de no haber recibido la dote de su matrimonio con María Teresa de Austria, hija del rey español Felipe IV. 

Lo cierto es que el monarca francés ambicionaba las posesiones de la herencia borgoñona de la casa Habsburgo española. Luis XIV tenía en su punto de mira el Franco Condado y los Países Bajos españoles. La excusa que utilizó el rey galo, el casus belli que motivaba la intervención francesa, no era otro que la dote impagada de su matrimonio con María Teresa en 1659, una burda excusa para justificar sus verdaderas ambiciones. 

La muerte de Felipe IV el 17 de septiembre de 1665 dio alas a los franceses para lanzarse en sus ambiciones territoriales. De esta forma reclamaron a España las provincias del Henao, Brabante, Namur y Cambrai en su totalidad, además de una cuarta del ducado de Luxemburgo y una tercera parte del Franco Condado. Reclamaban el ius devolutionis, esto es, que los territorios de los Países Bajos debían pasar al legítimo heredero del primer matrimonio del monarca. Pero los juristas franceses obviaban, intencionadamente, que esto solo se aplicaba al patrimonio privado y solo a unas provincias determinadas. Esta estratagema fue fácilmente desmontada por los juristas españoles que desvelaron los auténticos intereses de sus vecinos. 

-La ofensiva diplomática.

A partir de 1667 los franceses intensificaron sus peticiones y su agresividad fue en aumento. Mariana de Austria, la viuda de Felipe IV, era la regente y cuidaba de los intereses de su hijo Carlos II, que había ascendido al trono con apenas cuatro años de edad. Francia olía la debilidad española y acechaba como una hiena esperando obtener un bocado fácil. Un poco antes, Luis XIV había realizado una febril actividad diplomática para aislar a España internacionalmente. Apoyó a Portugal con dineros y hombres para que prosiguiera su guerra por la independencia, y obtuvo, mediante la aportación de grandes sumas económicas, los apoyos del ducado de Saboya y de varios príncipes alemanes, de tal forma que los españoles no pudieran enviar soldados a través de sus territorios. 

Holanda e Inglaterra se hallaban por aquel entonces inmersas en una nueva guerra que se inició en 1665 por el control del tráfico de esclavos en las costas del Golfo de Guinea y la conquista de Nueva Ámsterdam por los colonos ingleses, cuyo nombre pasó a ser Nueva York. Ninguna de las dos potencias emergentes podían oponer resistencia a las ambiciones expansionistas de los franceses. Tampoco podían los austrias españoles esperar ayuda de sus parientes imperiales. El emperador Leopoldo I no era partidario de enemistarse con Francia y además se encontraba con los turcos acechando su frente oriental. 

Tanto Luis XIV como Leopoldo I eran nietos del monarca español Felipe III, y ambos ambicionaban las posesiones españolas, por lo que el emperador no dudó en conjurar con Francia, creyendo así que podría obtener más territorios de esta manera, y firmar un acuerdo secreto el 19 de enero de 1668 por el cual se establecían las condiciones de reparto de los dominios españoles. España estaba sola y los franceses lo sabían por lo que para la primavera de 1667 ya había realizado todos los preparativos oportunos para la deseada invasión. 

De esta manera el 8 de mayo Francia daba el ultimátum a España para que cediese a sus pretensiones territoriales. Para el día 10 el rey se reunía con el marqués de Louvois, ministro francés de guerra, e inspeccionaba las tropas que se concentraban en Amiens, donde el propio monarca fijaba su cuartel general el 21 de mayo, y el 26 de ese mes invadía los Países Bajos. 

-Las fuerzas francesas y españolas. 

Francia mantenía en el momento de la declaración de guerra algo más de 80.000 efectivos, cifra que no pararía de crecer durante el final del siglo XVII llegando incluso a superar los 300.000 hombres en la Guerra de los Nueve Años. El ejército de maniobra francés, al mando del mariscal Turenne, se componía de más de 50.000 soldados divididos en 3 cuerpos. El primero, bajo el mando del duque de Aumont, estaba compuesto por 8.000 hombres situados al sur de Dunkerke, y su misión era avanzar por las tierras cercanas a la costa e inmovilizar a las tropas españolas de las guarniciones de Flandes, las mejores de las que disponía España en aquellas tierras. 

El segundo cuerpo, el central, componía la principal fuerza de ataque francés. Con 35.000 soldados y dirigidos por Enrique de la Tour,  mariscal de Turenne, acompañado por el mismo rey Luis XIV en persona, su misión era la de penetrar en los Países Bajos a través del condado de Henao y apoderarse de importantes plazas como la de Chaleroi, Tournai, Mons o Cambrai. El tercer y último cuerpo estaba dirigido por François de Créquy, marqués de Marines, y contaba con algo más de 7.000 hombres cuya misión era proteger el flanco derecho del cuerpo principal del ejército francés, avanzando a través de Luxemburgo. 

Para enfrentarse a esta amenaza el gobernador de los Países Bajos, Francisco de Moura Corterreal, III marqués de Castel-Rodrigo, apenas podía presidiar todas las plazas y guarniciones. Las cifras más realistas que se barajan ascienden a unos 20.000 infantes y poco más de 7.000 caballos, a todas luces insuficientes para contener a un ejército del tamaño del francés. La Paz de los Pirineos de 1659 había llevado a España a renunciar a un ejército de maniobra en los Países Bajos y optar por una fuerza defensiva a la que poder pagar y mantener, aunque esto podía hacerse a duras penas. Esto nos da una idea de la tremenda diferencia de fuerzas entre ambas naciones al comienzo de la guerra. 

Despliegue de las fuerzas francesas de invasión

-El inicio de la Guerra de Devolución. El avance francés. 

El 26 de mayo el ejército francés invadía los Países Bajos por su parte más vulnerable, atravesando el obispado de Lieja, evitando plazas bien guarnicionadas como Cambrai. Su primera acción fue la toma de la ciudad de Binche, en el condado de Henao. Esta plaza, situada entre Mons y Charleroi, fue una presa fácil pues carecía de guarnición. Por su parte el marqués de Castel-Rodrigo buscaba desesperadamente dinero y alimentos para sus soldados, obteniéndoles en Gante, Lovaina o Amberes. Mejoró las defensas de Bruselas y concentró sus fuerzas en ese punto. 

Por su parte el ejército del mariscal Aumont avanzó siguiendo el curso del río Lys, que nace en Lisbourg y desemboca en las aguas del río Escalda a la altura de Gante. Su entrada en Flandes no encontró obstáculos, ya que Castel-Rodrigo había mandado abandonar a la guarnición más avanzada, poco más de 1.000 infantes bajo el mando del coronel Rhingraf, la cual se encontraba en Armentiers. El 28 de mayo los franceses ocuparon la plaza y, tras guarnicionarla, prosiguieron su avance tomando la plaza de Bergues el 6 de junio, a poca distancia de Dunkerke, que se encontraba defendida por tan solo 80 hombres, y después la plaza de Furnes el 12 del mismo mes. 

Turenne, mientras tanto, puso la vista en Charleroi, importante plaza del Henao. Castel-Rodrigo no tenía opción alguna de defender la plaza convenientemente, por lo que trató de volar la ciudadela para evitar que cayeran sus defensas intactas en manos del enemigo. No pudo completar su tarea y la ciudad cayó el 2 de junio. Turenne se puso de inmediato en la reconstrucción de dicha plaza, cuyos trabajos fueron encargados al brillante ingeniero militar francés, el marqués de Vauban. De momento los franceses no habían encontrado impedimento alguno en su marcha. 

El cuerpo principal francés proseguía su avance con el comienzo del verano. El 17 de junio llegaba a las inmediaciones de la villa de Ath, al norte de Mons, cuyo gobernador era el conde de Rennebourg. Éste abandonó la ciudad con sus exiguas fuerzas ante la imposibilidad de defenderla, ocupándola Turenne el 19 de ese mes. El propio rey entró en la plaza y sus habitantes le juraron lealtad a cambio de mantener sus privilegios. Nuevamente sería Vauban el encargado de organizar los trabajos de mejora de las defensas y fortificaciones. 

Para finales de junio el cuerpo de ejército de Aumont había virado hacia el este, dejando atrás plazas demasiado poderosas como St. Omer para unirse al ejército principal de Turenne, con el que se reunió el 20 de junio a las afueras de Tournai. El mariscal general francés quería tomar una plaza de primer nivel y Tournai parecía la indicada para ello. Apenas contaba con 10 cañones y una guarnición de 250 infantes y 150 jinetes bajo el mando del marqués de Trasignies. La milicia local se cifraba en algo más de 2.000 hombres, poco preparados y peor equipados, por lo que la defensa se antojaba una misión imposible. 

El asedio comenzó el 21 de junio. El río Escalda servía de defensa natural pero pronto los franceses lo vadearon construyendo pontones. El fuego de las batería artilleras produjo incontables daños en los muros de la ciudad y el consejo de la ciudad, tras una acalorada discusión con el marqués de Trasignies, acordó rendir la plaza el 24. Un día antes las fuerzas españolas se replegaron con la artillería a la ciudadela, pero la entrada de Luis XIV en Tournai enardeció a los soldados franceses que se lanzaron al asalto, debiendo el marqués, tras acordarlo con el maestre de campo irlandés John Murphy, entregar la ciudadela esa misma noche. 

En la Corte de Madrid recibieron las noticias con estupor; muchos no daban crédito a las rendiciones de tantas plazas sin apenas combatir y algunos buscaron culpar a Trasignies y a Castel-Rodrigo. Lo cierto es que ninguno de los dos podía hacer más de lo que hizo, salvo morir heroicamente en alguna desesperada resistencia condenada al fracaso. La falta de medios y hombres que sufrían los Países Bajos españoles tras la Paz de los Pirineos hacían de la defensa de aquellos territorios una misión imposible ante un ejército tan numeroso y equipado como el francés. La táctica del gobernador de concentrar fuerzas en puntos estratégicos del país resultaría mucho más provechosa y a la postre un rotundo acierto.

Asedio francés de Tournai, por Adam Meulen


Con la toma de Tournai los franceses asestaron un golpe en el corazón del Henao, obteniendo una plaza fuerte avanzada para futuras incursiones en el norte hacia Gante, Amberes o Bruselas. Pero antes de esto Turenne quería tener a buen resguardo sus espaldas por lo que se dirigió a sitiar Douai, al sur de la recién conquistada ciudad. Douai estaba protegida por una guarnición de unos 250 infantes y 50 jinetes valones bajo el mando del barón de Ostiche, claramente insuficiente para oponer resistencia seria a la fuerza de Turenne y Aumont. Pero en esta guerra ganar tiempo era una cuestión de vida o muerte, y eso es lo que hicieron los defensores que aguantaron durante seis días el asedio hasta que, el 6 de julio, la población civil les suplicó que se rindieran para que la ciudad no resultase arrasada. 

Ahora la única plaza fuerte que quedaba al sur de las posiciones francesas era Courtrai. Mientras que Turenne se situó entre Lille y Cambrai, dos plazas clave en el sistema defensivo de Flandes, Aumont partió con algo más de 7.000 hombres hacia Courtrai. El 13 de julio la puso sitio y el 17 la ciudad se rindió, pero el gobernador, el barón de Hellem, se atrincheró en la ciudadela con su menguada guarnición y opuso una feroz resistencia. Finalmente la ciudadela fue tomada en un asalto en el que perdió la vida el propio gobernador y se tomaron 200 prisioneros, aunque los franceses hubieron de pagar un alto precio dejando sobre el terreno más de 400 cadáveres. 

Con la retaguardia segura Turenne podía ahora moverse hacia Lille, la plaza que ansiaba desde que cruzó la frontera. Intuyendo este movimiento, Castel-Rodrigo había sacado 1.000 soldados de Gante y había reforzado la ciudad. Esto bastó para que Turenne cesase en su empeño y se dirigiese al norte. La víctima sería Oudenaarde, ciudad del Flandes oriental que estaba pobremente defendida. El 31 de julio cayó tras haber opuesto resistencia por un par de días. El gobernador español escribía amargamente sobre la entrega de la ciudad a los franceses: "haviendose entregado los naturales por verse sin esperanza de socorro". 

Alost sería la siguiente en caer. En 1576 los españoles amotinados de Alost partieron a socorrer a sus compatriotas sitiados en Amberes. Casi un siglo después la ciudad caía en plena noche tras retirarse la guarnición de más de 1.000 infantes del tercio de Antonio Furtado de Mendoza y una compañías de caballos dirigida por Francisco de Arizavala, por orden del gobernador. La estrategia de Castel-Rodrigo no había variado y no quería arriesgar tropas, y menos si eran españolas, en la defensa de ciudades con pocas o ninguna posibilidad de resistir un asedio. Julio concluía sin que España pudiera ofrecer una respuesta al avance francés. 

-España se planta en Terramunda y pasa a la acción.

Turenne continuó avanzando con la intención de cortar Flandes y fijó su objetivo en Terramunda, una ciudad situada en el centro del triángulo que formaban Gante, Amberes y Bruselas. Su conquista suponía una terrible amenaza para esas importantes ciudades por lo que el gobernador ordenó reforzarla convenientemente. Envió para ello a la compañía de infantes españoles del capitán Francisco Ramírez, y otra compañía de valones. Además el maestre de campo general del ejército español, el conde de Marsin, acudió con 300 españoles del tercio del conde de Monterrey, 300 alemanes del conde de Montfort, otros 300 valones del tercio del barón de Tursi, y unos 100 caballos, además de municiones y vituallas suficientes para resistir un asedio. De igual modo desde Gante partieron a reforzar Terramunda 500 caballos del príncipe de Ligné. 

Terramunda contaba con la protección natural que ofrecían los ríos Escalda y Dendre, lo que le permitía contar con imponentes fosos que hacían harto difícil el asalto. En cambio sus murallas estaban desfasadas, aunque habían sido reforzadas con revellines en su parte más vulnerable. La ciudad contaba con un sistema de esclusas que permitía anegar los campos que la rodeaban, de este modo solo quedarían un solo camino que se levantaba sobre el nivel del suelo. 

Mapa de Terramunda, por Frederik Willem van Loon

Los españoles confiaron todo a la defensa de aquella estratégica plaza. La guarnición quedó al mando del barón de Berlo y la ciudad bajo las órdenes del gobernador Andrés de Altuna. La caballería del príncipe de Ligné, que quedó a las afueras de la ciudad en tareas de reconocimiento y hostigamiento del enemigo, así como con la misión de anegar los campos circundantes a Terramunda, quedó bajo las órdenes del maestre de campo Louvigny. 

Los franceses, con el cuerpo principal de Turenne y el cuerpo del mariscal Aumont, contaron con la inestimable ayuda moral del propio rey. Con sus campamentos unidos por un puente sobre el Escalda construido para la ocasión, comenzaron los trabajos de asedio, empezando con las obras de circunvalación de Terramunda. Altuna instó a Louvigny a que lanzase un ataque para retrasar las obras y el avance francés. El maestre cargó con 150 caballos contra los más de 300 jinetes franceses que defendían el puente, consiguiendo una rotunda victoria en la que decenas de enemigos fueron muertos con la única pérdida de un hombre por el bando español. 

A finales de la primera semana de agosto los franceses habían completado el asedio sobre la plaza, por lo que los españoles abrieron las esclusas y anegaron los campos donde los franceses se asentaban. La artillería gala no fue todo lo efectiva que debiera dado la imposibilidad de avanzar sobre aquellas tierras inundadas, dejando solo el camino elevado como única forma de acercarse a Terramunda. Allí se concentraron los hombres del Tercio del Conde de Monterrey, 300 infantes dispuestos a defender la ciudad al precio que fuera. Auxiliados por la artillería de Terramunda, los infantes españoles pelearon a lo largo de todo el día y derrotaron a los franceses, que perdieron más de medio millar de hombre, debiendo retirarse a sus campamentos. 

Las crónicas de del nuncio papal atestiguan que algunos de los más notables caballeros franceses sucumbieron en aquel asalto en el que estaban puestas las miradas de Luis XIV. El pánico se desató entre los atacantes que, por primera vez, vieron que su avance no era el paseo militar que habían supuesto. Más de 1.000 franceses habían perecido en aquel sitio que duraba ya una semana y Turenne y Aumont no se veían capaces de rendir Terramunda si no era mediante un largo y costoso asedio que suponía un riesgo terrible para su ejército. 

Por un lado los ataques desde el interior de la ciudad estaban causando estragos; además unas aguas anegadas generaban enfermedades que podían diezmar peligrosamente el ejército francés y, por si no fuera suficiente, los españoles tendrían tiempo para organizar un ejército de socorro. De esta forma se ordenó la retirada hacia el sur a sus posiciones de Alost y Oudenarde. En sus prisas por abandonar el asedio dejaron atrás más de 2.000 hombres que fueron capturados por las tropas españolas o la población local, así como numerosos cañones, municiones y vituallas. La retaguardia del ejército galo fue constantemente atacada en su huida, con la consiguiente pérdida de muchos más hombres que elevaron la cifra de bajas hasta las más de 5.000 soldados. 

Tras el éxito obtenido en Terramunda los españoles prepararon un nuevo golpe con el que debilitar la posición francesa en Flandes. El objetivo fijado eran los jinetes del marqués de Marines, que se dedicaban al pillaje y al saqueo de las poblaciones cercanas a Charleroi, plaza que había caído en manos francesas el 2 de junio. Casi a la par que la retirada francesa de Terramunda, los espías españoles detectaron la presencia de casi un millar de caballos enemigos se encontraban saqueando las tierras de Brabante, por lo que el gobernador mandó al príncipe de Ligné al frente de 1.000 jinetes para acabar con aquella amenaza. 

Con el tercio de caballos de Felipe de Maella, todos ellos veteranos españoles, al frente, los de Ligné se lanzaron a la caza de los jinetes franceses. Una vez encontrados los caballos croatas fueron los encargados de comenzar las escaramuzas con los jinetes del marqués de Marines. Tras unos primeros instantes de combates, los jinetes valones y españoles rompieron la formación francesa y causaron estragos en ésta. El resultado fue la destrucción de este cuerpo de caballos franceses que tuvieron más de 600 bajas entre muertos y heridos. Los españoles apenas tuvieron una veintena de bajas, entre ellas la del capitán Diego de Leiva y Fonseca. 

La población local celebró sobremanera aquella victoria, librándose del saqueo y la extorsión a la que venían siendo sometidos por los franceses. Los españoles que defendían la plaza de Cambrai lograron otro éxito saqueando la plaza de Ribemont, muy próxima a San Quintín. Cambrai se convirtió en un problema para los franceses. Enclavada en su retaguardia, muy próxima a la frontera con Francia, había sido reforzada por Castel-Rodrigo con casi un millar de caballos tras el asedio a Terramunda, y desde ahí los españoles podían lanzar ataques muy localizados sobre la retaguardia del ejército francés de maniobra o incluso sobre el propio suelo de Francia. 

Pero Luis XIV no se iba a quedar de brazos cruzados viendo la reacción española. Si bien es cierto que durante las primeras semanas de agosto los franceses parecieron titubear en medio de un sentimiento de desaliento generalizado, pronto se reorganizarían animados por la presencia de su rey, que no estaba dispuesto a desaprovechar la ocasión de arrebatarle Flandes a los españoles ahora que disponía de una gran superioridad numérica y económica. 

Francisco de Moura, marqués de Castel-Rodrigo

Juan Domingo de Zúñiga, conde de Monterrey

Claude Lamoral, príncipe de Ligné






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