Era el 9 de agosto del año 1780 cuando un convoy británico con tropas, materiales y suministros de todo tipo, que avanzaba con destino a Norteamérica y a la India, era atrapado por la flota española de Luis de Córdova, sufriendo los británicos el mayor golpe logístico de toda su historia.
Estaban los británicos inmersos en la Guerra de Independencia norteamericana, un conflicto que se complicó sobremanera con los apoyos de los españoles y franceses a los rebeldes. Las flotas de ambos países podían competir en igualdad de condiciones con la armada británica, en aquel momento la mayor y más poderosa. En 1779 las flota franco-española había azotado las costas de Inglaterra, paralizando la bolsa de Londres, las cosas se complicaban en las colonias americanas, y la expansión en la India exigía de multitud de recursos.
La España de Carlos III, con el conde de Floridablanca al frente, había comenzado una política de fortalecimiento en el panorama mundial, acercando posiciones tanto con Francia como con Portugal. Floridablanca, ministro de exteriores, había tejido una red de espías por la gran mayoría de cortes europeas. De esta manera consiguió una valiosísima información: un gran convoy saldría desde Portsmouth con destino a Norteamérica y a la India. Floridablanca informó de esto a Luis de Córdova, teniente general de la armada, para que comenzase los preparativos de la cacería.
En el verano de 1780 el convoy zarpó. Iba escoltado por la flota del Canal, que tenía órdenes de volver a las costas inglesas una vez que el convoy saliese de las aguas del Canal de la Mancha. El lord del Almirantazgo, John Montagu, conde de Sándwich, había tomado la decisión debido a los ataques del año anterior. Muchas poblaciones costeras habían sido abandonadas ante el temor de una posible invasión, ya que lo mejor del ejército británico se encontraba luchando en América. Ahora el convoy tenía que recorrer lo que le quedaba de trayecto con una escolta formada por el navío "Ramillies", de 74 cañones, y por 2 fragatas, la "Thetis" y la "Southampton", de 32 cañones cada una, y cuyo mando recaía en el comodoro John Montray.
Fuera de las habituales rutas de tráfico marítimo, el convoy británico navegaba esperando no ser detectado. Pero la flota española estaba al acecho. Córdova había partido el 9 de julio desde Cádiz, donde vigilaba el estrecho de Gibraltar. La flota de Córdova, que en aquel momento contaba 73 años, se componía de 27 navíos, 4 fragatas y 2 buques menores, divididos en 3 escuadras, cada una de ellas con 2 divisiones, a las que se unieron 9 navíos y 1 fragata francesa bajo el mando del almirante francés Antoine de Beausset, y que formarían la escuadra de reserva.
El convoy, compuesto por 55 buques artillados, además de la escolta, navegaba en la madrugada del 9 de agosto a unas 60 leguas al oeste del cabo de San Vicente, cuando una fragata española avistó diversas velas, informando de inmediato al "Santísima Trinidad", buque insignia de Córdova y el mayor de su época. El general español albergaba muchas dudas acerca de aquel avistamiento; podría tratarse de la flota del Canal y no del convoy. En ese momento intervino su segundo al mando, José de Mazarredo, uno de los marinos más notables de su época. Su argumento era sencillo: los británicos no navegarían por aquellas aguas tan alejados de la costa si no fuese porque carecían de escolta, y, en el peor de los casos, su escolta no sería tan potente como la flota de Córdova.
El viejo general, convencido por las explicaciones de su segundo, ordenó el ataque. Las fragatas se adelantaron y se viró rumbo al punto en que se pensaba que los británicos llegarían al amanecer. Sobre las 4 y media de la mañana los británicos descubrieron con horror cómo la potente flota española caía sobre ellos. Montray decidió poner pies en polvorosa, abandonando a los mercantes a su suerte. Si cierto era que poco podían hacer ante la flota española, algunos de los mercantes iban fuertemente armados con hasta 30 cañones que, en combinación con la escolta, hubieran podido mantener a raya a los españoles mientras el resto de los buques se ponían a salvo.
En ese momento la desbandada fue general. Dejados atrás por su escolta los barcos del convoy trataron desesperadamente de huir. Inútil. Sobre las 6 de la mañana ya se había dado caza a más de una veintena de mercantes. El festín español continuó durante toda la mañana del día 9. Los buques británicos, una vez alcanzados, se entregaban sin oponer resistencia. Poco podían hacer. El desastre era total.
La sorpresa española fue mayúscula cuando, una vez reorganizados, dieron cuenta del magnífico botín apresado: un total de 52 buques entre los que se contaban 36 fragatas, 10 bergantines y 6 paquebotes. Además habían sido capturados 1.350 marineros y 1.357 soldados y oficiales, junto a 286 civiles. El valor de la carga transportada ascendía a 1.600.000 libras de la época, lo que afectó en gran manera a la bolsa londinense, que incluía más de 80.000 mosquetes, abundante munición y vestuario para 12 regimientos. El golpe era demoledor y se anunciaba a todo bombo en la "Gaceta de Madrid" el día 29 de agosto de 1780.
Los buques británicos apresado conocidos como "indiamen", fueron acondicionados y pasaron a la armada española. Así la fragata "Hellbrech", de 30 cañones, pasó a llamarse "Santa Balbina", artillada ahora con 34 piezas. La "Royal George", de 28, adoptó el nombre de "Real Jorge" y se la dotó de 30 cañones. La "Monstraut", de 28, se bautizó como "Santa Bibiana", y fue armada con 34 cañones, lo mismo que la "Geoffrey", que recibió el nombre de "Santa Paula". De esta manera se pudo constituir una nueva división de fragatas españolas.
En las islas la noticia cayó como un jarro de agua fría, y la opinión pública exigió que rodasen cabezas. Montray fue sometido a consejo de guerra y apartado de la marina. El lord del Almirantazgo tampoco se salvó de las críticas, a pesar de que había tomado la decisión que parecía más razonable dada la amenaza de una invasión. El varapalo para los intereses británicos en Norteamérica fue importante, debilitando su posición en la guerra. En España el júbilo fue total, ya que nunca antes un convoy tan grande había sido apresado a los ingleses. Floridablanca había demostrado lo valioso que podía resultar una buena red de espionaje.
Santísima Trinidad |
Luis de Córdova |
John Montagu, conde de Sándwich |
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