El Milagro de Empel

España en la Guerra de los 30 Años (Parte XI. El declive español 1642-1643)

1641 finalizaba con Suecia atrayendo a los hessianos a su esfera de influencia y con el emperador en una posición bastante delicada. Un ejército sueco de 2.500 infantes y 2.000 caballos, bajo el mando del conde de Eberstein, se adentró en el electorado de Colonia causando el terror entre sus habitantes. A esta fuerza se le unió el ejército franco-weimariano de Guebriant. Una fuerza hispano-imperial de 9.000 hombres comandada por Guillermo de Lamboy cruzó el río Mosa para acudir en su auxilio, mientras que otro ejército bajo el mando de von Hatzfeldt, marchaba a toda prisa desde Wurzburgo para apoyar a Lamboy. 

Antes de que Hatzfeldt pudiera llegar, los suecos y franceses se lanzaron el 17 de enero de 1642 contra Lamboy, cuyas fuerzas estaban atrincheradas en una buena posición defensiva en la villa de Kempen. Pero Guebriant maniobró brillantemente y, tras la aparición de sus dragones y mosqueteros por los flancos de Lamboy, se hizo con el control de la batalla. Los hispano-imperiales colapsaron y sufrieron casi 2.000 bajas, además de capturar a unos 5.000 soldados más, incluido su general Lamboy, quien desperdició una ocasión inmejorable para acabar con el ejército francés en Alemania. Por esta victoria el rey Luis XIII ascendió a Guebriant a mariscal.

Por si esta derrota no era suficiente, España estaba sufriendo las revueltas en Cataluña y Portugal, por lo que su posición era comprometida; demasiados frentes abiertos de los que Francia estaba sacando partido poco a poco, sobre todo en Italia. El mariscal francés Philippe de la Mothe se internó en Cataluña donde se le unieron milicianos catalanes, derrotando en Montjuic a las fuerzas españolas en enero de 1641 y posteriormente a un ejército español bajo el mando de Diego Mexía de Guzmán, marqués de Leganés, en Lérida. Además la muerte del Cardenal-Infante en noviembre de 1641 terminaría por complicar más las cosas. 

-La revuelta de Cataluña y la Guerra de Secesión portuguesa.

Antes de nada conviene detenerse brevemente en estas cuestiones, ya que van a suponer un punto de inflexión en el devenir de las acciones de España y el declive definitivo de ésta. Tras el plan del conde-duque de Olivares de formar la Unión de Armas, por la cual pretendía homogeneizar la obtención de recursos por parte de España, ya que hasta ese momento la principal carga fiscal y humana recaía en Castilla, Cataluña se negó a aportar los 250.000 ducados anuales exigidos por la Corona, en lugar de la aportación de los 16.000 hombres que exigía el plan inicial. La entrada de Francia en la Guerra de los 30 Años había abierto un nuevo frente en el norte del país, y el alojamiento de tropas en territorio catalán supuso un conflicto con la población local. 

La revuelta no tardó en producirse y Olivares armó un ejército bajo el mando del inexperto marqués de los Vélez, que era el virrey de Cataluña, pero los líderes políticos responsables de la revuelta se sometieron a la autoridad del rey francés Luis XIII el 23 de enero de 1641. El ejército francés derrotó a las fuerzas españolas en la batalla de Montjuic, y ocupó militarmente el territorio catalán. Los líderes de la revuelta y, en general los catalanes, pronto comprobarían cuán asfixiante podría resultar la ocupación francesa. Luis XIII no tardó en convertir Cataluña en un nuevo cliente a quien vender sus productos y explotar económica y militarmente. 

Por si las cosas no eran lo suficientemente complicadas para España el 1 de diciembre de 1640 el palacio de Margarita de Saboya fue tomado por los rebeldes portugueses, reunidos en torno al VIII duque de Braganza, que más tarde sería proclamado rey de Portugal con el nombre de Juan IV. Nuevamente la Unión de Armas de Olivares era la responsable. Portugal ya había aportado 6.000 soldados para las guerras de España y 1,5 millones de cruzados (moneda portuguesa), y cuando Olivares exigió más hombres para atajar la revuelta catalana, la población, encabezada por la nobleza y la iglesia, se negó en rotundo. Esto se tradujo en un conflicto que iba a suponer una sangría interna para España y que sería crucial para su participación en la Guerra de los 30 Años. En la Corte se priorizó la recuperación de Cataluña, por ser ésta un territorio clave en la guerra contra Francia. 

-El frente de Flandes. 1642

La victoria francesa en Kempen había privado a España de un importante enclave defensivo en el Rin y, lo que era más crucial, se había cerrado el camino que conectaba a las tropas imperiales y bávaras con las españolas. España necesitaba un golpe de efecto que restaurara la confianza en sus fuerzas y su capacidad, por lo que su ejército de Flandes, bajo el mando del nuevo gobernador y capitán general del ejército de aquellos territorios, Francisco de Melo, se internó en el norte de Francia para lanzar una ofensiva sobre el frente norte de su enemigo. El primer objetivo era la toma de Lens, la cual cayó el 21 de abril de 1642, y a los pocos días conquistó la plaza fuerte de La Bassé, objetivo principal de la ofensiva. Francia movilizó un ejército para expulsar a los españoles. 

Era muy superior al comandado por Melo y estaba dirigido por los condes de Guiche y de Harcourt, pero cometieron el error de dividirlo. Harcourt marchó hacia Boulogne-sur-Mer, mientras que Guiche lo hizo hacia Le Catêlet, al sur de Cambrai, cuyo gobernador era Alonso Pérez de Vivero y Menchaca, conde de Fuensaldaña. Melo optó por ir al encuentro de Guiche y éste, enterado por sus espías del movimiento del general español, optó por esperarlo en Honnecourt. Pero con lo que no contó el mariscal francés era con la velocidad de movimiento del ejército español. Al amanecer del día 26 de mayo de 1642 Melo se encontraba con las fuerzas francesas. 

Guiche se había atrincherado en la colina que coronaba la abadía de Honnecourt, donde desplegó su ejército, de algo más de 10.000 hombres, en forma de cuña. Por su parte las fuerzas de Melo eran algo más numerosas: 8.000 infantes divididos en 16 tercios y regimientos y unos 5.000 caballos a los que se sumaban 20 piezas de artillería mandadas por Carlos Guasco, marqués de Solerio, y que a la postre resultaría crucial para el desarrollo de los acontecimientos. Melo dio la orden a la artillería de abrir fuego alrededor de las 14 horas. La Batalla de Honnecourt comenzaba. 

Batalla de Honnecourt. Pieter Snayers


La victoria española fue total, lamentando apenas 400 bajas y apoderándose de todo el bagaje enemigo, que ascendía a cerca de 500 carromatos, su dinero y todas sus banderas y su artillería. Los restos de las fuerzas francesas, unos 1.500 hombres, se retiraron penosamente hacia Le Catêlet. Pero lejos de explotar el éxito de aquella importantísima victoria Melo tuvo que reservar sus fuerzas para hacer frente a la amenaza holandesa en el norte y al ejército de Harcourt, aún entero. La simple presencia de dos enemigos tan numerosos, unido a la falta de iniciativa del capitán general frenaron en seco el avance español, a pesar de que los esperados ataques nunca llegaron a producirse. 

Por su parte Francia aún tendría que hacer frente a una nueva amenaza: el joven marqués de Cinq-Mars, Henri Coiffier de Ruzé, hombre de confianza de Richelieu, y uno de los favoritos del rey, buscó el apoyo de España para asesinar al todopoderoso cardenal. El plan pasaba por acabar con Richelieu, matándolo o encarcelándolo, para después firmar la paz con España  y restituir los territorios ocupados recíprocamente. Pero los espías del cardenal interceptaron una misiva que mezclaba el nombre del marqués con la conspiración de los nobles que desembocó en la derrota francesa en La Marfée el año anterior, lo que bastó para que se le juzgara y decapitara finalmente el 12 de septiembre de 1642. 

-Las operaciones en el Rin. 

Como ya se ha dicho la victoria en Kempen aislaba a las fuerzas españolas en Flandes y el Franco Condado de sus aliados imperiales y bávaros. Por su parte el emperador trataba por todos los medios de reforzar con hombres el maltrecho ejército de Melchior von Hatzfeldt, que apenas contaba con 10.000 hombres de dudosa calidad y peor moral. Sin embargo la llegada de Johann von Werth, general del ejército bávaro que había comenzado su carrera militar en la caballería valona al servicio de España, cambió las cosas hasta el punto de que en julio de 1642 las fuerzas imperiales estaban constituidas por algo más de 15.000 soldados, la mayoría de ellos de excelente condición. 

Francia sin embargo había enfriado sus relaciones con Hesse-Kassel; Eberstein ambicionaba una expansión territorial fuera del control francés y Guébriant estaba ocupado en distraer fuerzas imperiales del golpe que preparaban los suecos. En este punto cabe destacar que tras la muerte de Baner el año anterior, las fuerzas suecas bajo el mando del general Wrangel se habían amotinado hasta el punto de poner en serio peligro la aventura sueca en Alemania. Lennart Torstensson, el veterano general de artillería y mano derecha del difunto rey Gustavo Adolfo, se hallaba en Suecia y se perfilaba como el único hombre que podía cambiar las tornas, por lo que fue enviado sin dilación a Alemania. 

Torstensson había instalado su campamento general en Arendsee-Seestadt, al este de la ciudad de Salzwedel, en pleno Altmarck y con el río Elba guardando sus espaldas. La posición era ideal desde el punto de vista defensivo, pues los suecos todavía tenían control sobre Pomerania y Mecklemburgo, la costa báltica y diversas plazas de Westfalia y Turingia. El general sueco tenía órdenes de mantener sus posiciones, más aún habiendo instalado los imperiales sus fuerzas en Sajonia y Turingia. Torstensson no era de aquellos que se quedan a esperar por lo que a comienzos de abril se puso en marcha y tomó Luckau, al este de su posición, y avanzó hasta Glogau, en el norte de Silesia, la cual acabó tomando el 4 de mayo tras sitiarla durante 3 días. 

Torstensson dividió su ejército, llevando con él el grueso de la caballería, 8.000 jinetes, y 1.500 mosqueteros, y marchó contra Moravia, llegando durante el verano a realizar incursiones en Bohemia y Austria. Esto obligó a los imperiales a concentrar sus fuerzas en Brno, con el archiduque Leopoldo Guillermo al cargo del cuerpo principal procedente de Sajonia, y con Piccolomini y Franz, como lugartenientes al mando de unas fuerzas que ascendían a más de 8.000 infantes y 12.000 caballos. En Troppau la caballería imperial de Montecuccoli pasó a la acción y derrotó a los suecos. A partir de ahí comenzó una carrera de desgaste de fuerzas sin llegar a plantar batalla hasta que los ejércitos suecos e imperiales se enfrentaron en Breitenfeld nuevamente. 

Habían transcurrido 11 años de la brillante victoria de Gustavo Adolfo sobre Tilly y ahora se encontraban de nuevo ambos ejércitos con distintos líderes. Lo cierto es que pronto comenzó la cosa mal para los imperiales, equivocados en su lectura sobre los movimientos enemigos. Las fuerzas suecas habían abandonado sus primeras posiciones por estar atrapadas entre dos ríos cercanos a Leipzig, por lo que Torstensson dio órdenes de desplazarse al noroeste, siendo seguido a distancia prudencial por los imperiales hasta encontrarse en Breitenfeld. Este movimiento táctico fue interpretado erróneamente por parte de los consejeros imperiales como una huida; nada más lejos de la realidad, ya que el general sueco solo buscaba un terreno que le fuera propicio para plantar batalla. 

Las fuerzas suecas contaban con 10.000 infantes organizados en 11 brigadas y una treintena de destacamentos, otros 10.000 caballos agrupados en 51 escuadrones, y además contaba con un tren de artillería compuesto por 70 cañones. Bajo el mando de Torstensson se encontraban veteranos generales de la talla de Johann von Konigsmarck, experto líder de caballería y coronel ya en los tiempos de Gustavo Adolfo; Karl Gustav Wrangel, un mariscal de campo competente y arrogante; Erich Schlang, cuya carrera militar había brillado bajo las órdenes de Baner; Johann Lilliehook, un bravo oficial de la confianza de Oxenstierna, y el mayor general Arvid Wittenberg, asistente principal de Torstensson. 

Por su parte las fuerzas imperiales estaban lideradas por el archiduque Leopoldo Guillermo de Habsburgo, hermano menor del emperador Fernando III. Era un general competente y con bastante visión, aunque falto de experiencia en combate. Su segundo era el gran general Octavio Piccolomini, uno de los héroes de la Batalla de Nördlingen, y terror de los franceses por acciones tan brillantes como la victoria en Thionville, donde el ejército del marqués de Feuquieres fue aniquilado. Contaba su ejército con unos 10.000 infantes y menos de 15.000 caballos, apoyados por 46 cañones. Era una fuerza superior a la sueca, pero los problemas entre ambos generales acabarían supliendo esa ventaja. 

Grabado anónimo de la Segunda Batalla de la Breitenfeld

La batalla comenzó con las primeras luces de una mañana típicamente otoñal, con los cañones imperiales rugiendo y abriendo enormes huecos en las filas suecas, y con la demoledora respuesta de la artillería de Torstensson, todo un experto en esas lides. Alrededor de las 10 de la mañana las alas de ambos ejércitos ya luchaban espada en mano, mientras que en el centro se batían a mosquetazo limpio, cayendo mortalmente herido Johann Lilliehook. Una hora más tarde Piccolomini dejó escapar la ocasión de acabar con el ala izquierda sueca, envuelto en disputas con el archiduque. Por su parte Torstensson marchó hasta su ala derecha y ordenó a Wittenberg envolver con sus caballos el ala derecha de Piccolomini y su infantería, mientras mandaba a Konigsmarck a apoyarle junto a la infantería sueca. 

El resultado fue terrible para los imperiales que a la 13:00 de la tarde ya no tenían opción alguna y comenzaba la retirada en tropel. Habían perdido cerca de 10.000 hombres entre muertos, huidos y prisioneros, toda su artillería, más de 100 banderas y unas 60 cornetas. Los suecos, por su parte, lamentaron cerca de 5.000 bajas entre muertos y heridos, perdiendo a generales de la talla de Lilliehook o Schlang. Fue una de las batallas más duras y sangrientas de toda la Guerra de los 30 Años. La derrota imperial hizo que Fernando III confiase nuevamente el mando a Matthias Gallas, quien estaba lejos de sus mejores momentos, despertando así los recelos de hombres más capaces como Piccolomini o Hatzfeld. 

-La campaña de 1643. La ofensiva de Melo. 

La victoria en Honnecourt, unida a los problemas internos por lo que atravesaba Francia, hicieron creer erróneamente en los círculos de la corte de Madrid que la victoria estaba al alcance de la mano. La muerte el 4 de diciembre del principal estratega francés, el cardenal Richelieu, aquejado de tuberculosis, precipitaron esa creencia. Su lugar fue ocupado por su mano derecha, el cardenal Mazarino, quien se reveló como un gran estratega, además de un brillante y sagaz diplomático. En España el comienzo del nuevo año trajo aires de renovación, con la caída en desgracia del Conde-duque Olivares, quien desde hacía tiempo había perdido la confianza de Felipe IV. Su lugar fue ocupado por Luis de Haro, VI marqués del Carpio y I duque de Montoro. 

Las órdenes de Madrid eran muy claras, presionar en el norte de Francia todo lo posible y de esta manera aliviar el teatro de operaciones catalán. Melo reunió para comienzos de la primavera una potente fuerza constituida por unos 27.000 hombres. Contaba con las fuerzas de Francisco Fernández de la Cueva, duque de Alburquerque, con base en Artois; la fuerza valona de Bucquoy, en el Henao; el ejército de Alsacia del conde de Isemburg, en la línea del Mosa, y las fuerzas imperiales de Beck, en Luxemburgo. Además contaba para la defensa de Flandes con otros 10.000 hombres bajo el mando de Andrea Cantelmo. La iniciativa, por lo tanto, recaía en Melo. 

De esta forma salía de Flandes el contingente español a principios de mayo. El objetivo marcado por el alto mando del capitán general era la villa de Rocroi. La vanguardia española al mando del conde de Isemburg cruzó el río Sambre el 10 de mayo, y Melo optó por dejar una pequeña fuerza de algo más de 5.000 hombres bajo el mando de Beck para proteger sus líneas de suministros, incluyendo el Tercio de Ávila y el regimiento de caballería de Fuensaldaña. Beck recibió órdenes de tomar una pequeña pero muy útil fortaleza sobre el río Mosa, la de Château-Regnault, a unos 30 kilómetros al este de Rocroi. 

El día 12 de mayo las tropas españolas se plantaban ante los muros de Rocroi, la cual se encontraba defendida por más de 1.000 infantes y medio millar de milicianos. Para el día 15 los españoles ya habían abierto las líneas de circunvalación, situando las baterías el 16. Melo no perdía el tiempo, por lo que al día siguiente mandó un ataque sobre la media luna exterior de la plaza, tomándola al asalto antes de la tarde. Todo marchaba sobre ruedas cuando el día 18 los observadores informaron al capitán general de que un contingente francés se aproximaba a toda prisa. Era el Ejército de Picardía, bajo el mando del duque de Enghien, más conocido como el Gran Condé, quien llevaba consigo una fuerza de 18.000 infantes, casi 7.000 caballos, y 24 piezas de artillería. Se había armado con la misión de atacar las tierras de Flandes y del Henao, pero ahora se aproximaba a toda prisa a socorrer Rocroi. 

Mucho se ha especulado sobre la decisión de Melo de no atacar a los franceses en el paso de un estrecho desfiladero que daba paso a la llanura sobre la que se levantaba Rocroi. De haberlo hecho la historia hubiera sido bien distinta, pues los franceses hubieran quedado atrapados sin escapatoria alguna. Melo debió pensar que las fuerzas de Enghien no eran rivales para sus tercios, quizás confiado en exceso por la aplastante victoria en Honnecourt. En cambio dejó que los franceses se instalasen tranquilamente en el campo de batalla y envió un correo urgente a Beck solicitando que acudiese de inmediato por si se complicaba la situación. La tarde del 18 de mayo ambos ejércitos se encontraban frente a frente, con los españoles desplegados en media luna al norte de la posición francesa. 

Esa misma tarde Enghien tanteó las fuerzas de Melo pero su ataque fue rápidamente desbaratado por los españoles. La Batalla de Rocroi dio comienzo el día 19 de mayo a las 5 de la mañana, y terminó con la derrota de las fuerzas españolas tras más de 6 horas de durísimos combates. Las bajas en el bando español ascendieron a más de 3.000 entre muertos y heridos, y 3.826 prisioneros, algunos de ellos soldados veteranos e irremplazables, mientras que Melo pudo huir con la práctica totalidad de la caballería y con unos 3.000 infantes, a los que se unieron los alemanes, valones e italianos que huyeron en medio de los combates. Al día siguiente esta fuerza llegó hasta el campamento de Beck, completamente ajeno al desastre que se había cernido sobre el ejército español.

Rendición en Rocroi, por Victor Morelli y Sánchez Gil

Los franceses lamentaron una abultada cifra de bajas para haber salido victoriosos de la contienda: contaron más de 2.000 muertos y cerca de 2.500 heridos. De hecho, temerosos de la intervención de Beck y con la desorganización que tenían, fruto de sus abultadas bajas, tuvieron que partir rápidamente hacia Guise, tardando más de un mes en reorganizarse. Las banderas españoles capturadas se mandaron urgentemente a París, donde fueron exhibidas para aumentar la moral del pueblo y explotar propagandísticamente la victoria obtenida contra los "imbatibles" Tercios. Francia estaba necesitada de símbolos que aumentaran su confianza, pues la pérdida de Richelieu y la muerte el 14 de mayo de Luis XIII, la habían sufrido en una profunda crisis. 

No pudo comenzar, por tanto, de mejor forma el reinado de Luis XIV, que apenas contaba con 4 años de edad. Su reino era sostenido por su madre, Ana de Austria, hija de Felipe III, y el cardenal Mazarino, quienes reforzaron su posición frente a los nobles que pedían la paz con España. Pero lo cierto es que Enghien era incapaz de lanzar una ofensiva y sus aliados holandeses tampoco estaban en condiciones de amenazar seriamente los intereses españoles. De hecho los pocos movimientos que realizó Federico Enrique fueron rápidamente contestados con acciones defensivas contundentes por parte de los tercios que quedaban bajo el mando de Andrea Cantelmo, encargado de sostener Flandes ante la amenaza holandesa. 

No sería hasta junio cuando Enghien, ya reabastecido y reforzado con tropas de refresco, pudo movilizarse, dirigiéndose al este, decidido a atacar la estratégica línea del río Mosela, cayendo sobre la plaza de Thionville, que había sido perdida 4 años antes. Enghien la puso bajo asedio a mediados del mes de julio pero Beck, siempre atento a las maniobras de Condé, logró meter en la plaza un refuerzo de 2.000 hombres antes de que los franceses lograran completar el cerco, lo que permitió a la ciudad resistir un durísimo asedio de 56 días hasta que, el 10 de agosto, y sin posibilidad alguna de socorro, la plaza tuvo que rendirse tras dejarse la piel en su defensa más de 1.500 soldados. Enghien guarnicionó Thionville y se retiró a duras penas tras perder más de 3.000 soldados. 

-El frente del Rin. El camino a Tuttlingen.

El ejército francés de Alemania, con el mariscal Guébriant al mando, se había apoderado de Alsacia y Lorena, y había cruzado el Rin, controlando plazas tan importantes como Friburgo, Breisach o Rheinfelden. El mariscal se fijó como objetivo la ocupación de las tierras del Palatinado y Colonia, pero en Heidelberg se encontraba un contingente de más de 5.000 bávaros y no estimó prudente plantar batalla, replegándose a sus posiciones iniciales ante la falta de refuerzos, dineros y provisiones. Tras la victoria en Rocroi Mazarino pudo al fin mandarle 5.500 infantes y un millar de caballos, así como 600.000 escudos con los que paliar la penuria de sus hombres. 

Tras el refuerzo recibido, y con algo más de 8.000 infantes, 5.000 caballos y 9 cañones, Guébriant marchó sobre Rottweil. Esta ciudad era de vital importancia como base logística al otro lado del Rin. Situada a poco más de 100 kilómetros al este de Estrasburgo y a otros tantos al noroeste del lago Constanza, constituía una formidable plataforma desde donde lanzar operaciones contra Suabia, Baviera o Wurtemberg. El 24 de julio el mariscal francés inició el asedio de la ciudad pero un ejército bajo el mando de Johann von Werth se les echó encima y solo gracias a su pericia militar pudo contener las acometidas del ejército del general católico, retirándose a Estrasburgo a comienzos de agosto. 

En Francia Mazarino estaba haciendo frente a una conjura dirigida por el duque de Beaufort junto a otros nobles, cuyo objetivo era derrocar a Ana de Austria y a Mazarino y firmar la paz con España, lográndola contener en septiembre. De esta forma el cardenal le envió a Guébriant una fuerza de 5.000 infantes, unos 3.000 caballos y varias piezas de artillería, bajo el mando de Josías Rantzau, un noble alemán de coraje tan extremo como su soberbia, quien llevaba como segundos al barón de Sirot y al marqués de Noirmoutiers. Esta fuerza debía marchar hacia el Rin y unirse a las fuerzas francesas y bernardinas del propio Guébriant. El 20 de octubre ambos ejércitos se unieron en las afueras de Phalsbourg, una villa situada en la margen izquierda del río Mosela, y a unos 60 kilómetros el oeste de Estrasburgo, donde pasaron revista por el duque de Enghien. 

Por su parte, España estaba dispuesta a cumplir con sus aliados, a pesar de que éstos no siempre habían cumplido con España, por lo que Melo envió una fuerza de 4.000 hombres procedentes del Ejército de Alsacia, partir para unirse a las fuerzas del duque Carlos de Lorena que se hallaban en Espira, y de ahí cruzar el Rin y ayudar a sus aliados imperiales y bávaros. Esta fuerza estaba comandada por Juan de Vivero, teniente general de la caballería de Flandes, y se componía de 2.000 infantes y 2.000 caballos, la mayor parte de ellos alemanes, aunque también iban borgoñones y valones, y un buen número de suboficiales y oficiales españoles. 

El 2 de noviembre Guébriant cruzó el Rin por Ottemheim y se dirigió a tomar la ciudad de Rottweil. El viaje de unos 90 kilómetros de distancia fue cubierto en 5 días por la vanguardia del mariscal francés, a pesar de las fuertes lluvias y el frío, que provocaron numerosas bajas entre deserciones y enfermedades. Guébriant envío a al general Rosen a tomar Balingen, al noreste de Rottweil, mientras él esperaba que llegase su tren de artillería. Estando acampado en el castillo de Geislingen, a poca distancia de Balingen, Rosen fue sorprendido por una fuerza de 200 caballos y 300 dragones bajo el mando del coronel católico Spork, quien le infligió una severa derrota debiendo retirarse Rosen a la seguridad del ejército principal. 

Por su parte el ejército franco-weimariano tomó Rottweil el 19 de noviembre, aunque al coste de perder a su líder, el mariscal Guébriant. Rantzau tomó el mando y decidió establecer su campamento en la ciudad de Tuttlingen, no sin polémica con sus generales, pues la ciudad no era capaz de acoger a todo el ejército y debían dividirse las fuerzas. El 22 de noviembre por la noche llegaron a Tuttlingen y Rantzau se quedó allí con su alto mando, cuatro compañías del Regimiento de Guardias Francesas, varias compañías escocesas y el Regimiento de Infantería weimariana de Klug, así como con la artillería y todo el bagaje. Al barón de Vitry le envió con el grueso del ejército, unos 10.000 soldados, a Möhringen, a 5 kilómetros al suroeste de Tuttlingen, mientras que a Rosen le mandó junto a 5.000 hombres a Mülheim an der Donau, a unos 10 kilómetros al norte de su posición. 

La noche del 23 al 24 de noviembre el ejército católico, compuesto por una fuerza de entre 16.000 y 20.000 hombres, bajo el mando del duque de Lorena y los generales Franz von Mercy, Johann von Werth y Melchior von Haztfeldt, llegaba a Tuttlingen y caía sobre el desprevenido cuerpo francés allí acampado. La Batalla de Tuttlingen supuso una victoria incontestable de las fuerzas católicas, que aniquilaron por completo al Ejército franco-weimariano, el cual, sencillamente, dejó de existir. La campaña de 1643 finalizó con la recuperación católica el 18 de diciembre de la ciudad de Rottweil, defendida por 2.000 soldados bajo el mando del coronel Taupadel y de Federico de Württemberg. 

Carga sobre Tuttlingen, por Dariusz Bufnal

Batalla de Rocroi, por Ferrer-Dalmau

Francisco de Melo

Cardenal Mazarino













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