El Milagro de Empel

La Guerra de Nápoles

 


La Guerra de Nápoles, conocida también como la Segunda Guerra Italiana, fue un conflicto por el control del Reino de Nápoles entre Francia y España, tras la ruptura por parte de la primera del Tratado de Granada por el cual ambas potencias se repartían ese territorio italiano.  

En el verano de 1499 Francia se había recuperado de la derrota sufrida en la Primera Guerra Italiana. Un nuevo rey había subido al trono, Luis XII, pero no por ello renunciaría a las pretensiones de su fallecido primo Carlos VIII de Francia. Tras finalizar la Santa Liga, Luis XII se vio con las manos libres para concertarse con Venecia, quien ansiaba las posesiones del ducado de Milán, y con el papado, quien pretendía de igual forma controlar parte del Reino de Nápoles. 

De esta manera en agosto de ese año Francia enviaba un poderoso ejército con 13.000 infantes franceses y suizos, unos 3.000 lanceros y 60 cañones, bajo el mando de Bérault Stuart, señor de Aubigny. Tras cruzar los Alpes se adentró en territorio del ducado. Ludovico Sforza ordenó a Galeazzo Sanseverino salirle al encuentro con una fuerza de 9.000 infantes y 1.500 caballos, pero el italiano fue incapaz de contener a los franceses, de modo que tuvo que retirarse a Alessandria della Paglia. Esto dejó expedito el camino a Aubigny, quien tomó uno a uno los fuertes del ducado. 

Siguieron su avance las tropas francesas, tomando Alessandria, que fue saqueada, Tortona, Mortara y Pavía. Por su parte Venecia cumplió su parte del trato y atacó el ducado por el este, aprovechando la traición de uno de los comandantes milaneses, y tomó Lodi. Ludovico Sforza estaba en situación crítica y la única opción fue escapar y refugiarse en la corte del emperador, en Innsbruck. Tras esto Luis XII se hizo sin problemas con el control de Milán, Génova, Mantua y Ferrara. De igual forma Florencia se alió con Francia, quien la ayudó a recuperar Pisa. 

Pero no tardaron los franceses y su nuevo gobierno en Milán, liderado por Gian Giacomo Trivulzio, en ganarse la enemistad de la población por su ambición desmedida y su extrema crueldad. De este modo Sforza, tras armar un ejército en tierras del Imperio, penetró en Lombardía desde el Tirol al frente de una fuerza de 1.500 suizos y borgoñones y fue reconquistando una por una las ciudades perdidas. Pero Francia envió en abril de 1500 un nuevo ejército, esta vez bajo el mando de Luis II de la Trémouille, vizconde de Thouars, al frente de 17.000 franceses y mercenarios suizos. Sforza fue derrotado en Novara y llevado como prisionero a Francia, donde moriría unos años después. 

Su hermano Ascanio Sforza intentaría en vano socorrerle marchando desde Milán con un pequeño ejército que fue sorprendido por fuerzas franco-venecianas. Ascanio resultó también preso y su ejército destruido. El destino del ducado de Milán parecía sellado y su capital se rindió a las tropas francesas del arzobispo de Rouan, quien colocó a su sobrino al frente del gobierno. Por su parte César Borgia, hijo del papa Alejandro VI, marchó con su ejército para hacerse con el control de la Romaña y Urbino, de las que fue nombrado duque, Imola, Forli, Camerino, Rímini y Pésaro. Ya en 1501 tomó la plaza de Faenza tras un asedio que tuvo que ser interrumpido por el duro invierno, y después se unió al ejército francés en Florencia. 

Un poco antes, en noviembre de 1500, España y Francia firmaban el Tratado de Granada. Fernando el Católico temía que tras el rápido avance francés en el norte de Italia, las hostilidades se volvieran contra sus posesiones. Este acuerdo garantizaba que Luis XII renunciaba a sus pretensiones sobre el Rosellón y la Cerdaña, y España hacía lo propio con el condado de Montpellier. Además ambos países invadirían la Sicilia Citerior, que comprendía el centro y el sur de la península itálica. España se quedaba con los ducados de Apulia y Calabria, mientras que Francia se hacía con Nápoles y Gaeta. Era primordial que el tratado permaneciese en secreto hasta que los franceses hubiesen llegado a Roma. 

En junio de 1501 el tratado se presentó ante el Papa Alejandro VI. Francia y España arguyeron que Fadrique I de Nápoles había alcanzado acuerdos secretos con los turcos, por lo que su continuidad en el trono era inadmisible. Además esto se reforzaba con el argumento de que era su primo, Fernando el Católico, quien tenía más derechos de ocupar el trono de Nápoles que Fadrique, que procedía de una rama con menos derechos dinásticos. Esto bastó para que el Papa diese el visto bueno a las pretensiones de españoles y franceses, mientras el legítimo rey napolitano permanecía ignorante de todas estas confabulaciones. 

Península itálica hacia 1494


Tras esto los franceses atacaron Nápoles desde el norte. Un ejército de 10.000 infantes y 1.000 caballos, comandado por el señor de Aubigny, apoyado por 6.500 genoveses transportados en la flota de Felipe de Cléveris, señor de Ravenstein, invadió Nápoles, por lo que Fadrique solicitó ayuda a su primo Fernando, rey de España. La respuesta de éste fue enviar desde Málaga a Gonzalo Fernández de Córdoba, El Gran Capitán, al frente de 3.800 infantes y 600 caballos embarcados en 70 naves. Tras llegar a Sicilia rápidamente desembarcó en la península e invadió Nápoles desde el sur, tal y como se estipulaba en el tratado. 

Los franceses fueron tomando una a una las plazas importantes del norte del reino: Marino, Cavi o Montefortino cayeron casi sin oposición, pero en Capua la defensa organizada por Hugo de Cardona y Fabrizio Colonna fue enconada. Solo se pudo tomar mediante la traición de algunos de los defensores, tras hacer presos a Colonna y Cardona. Los franceses no tendrían piedad alguna de la población y el saqueo y la destrucción serían terribles, dejando más de 7.000 cadáveres en las calles de la ciudad. Por su parte Córdoba tomaba Apulia y Calabria casi sin oposición, salvo alguna defensa aislada.  

La suerte estaba echada para Fadrique, quien veía cómo la ciudad de Gaeta primero, y después Nápoles, caían en manos francesas a pesar de la valerosa defensa de uno de sus mejores generales, Próspero Colonna. Sin opciones de nada, y atrapado en Castel Nuovo, Fadrique entregaba su reino. Fernando el Católico se negó a acogerle en España, por lo que Francia le entregó el ducado de Anjou junto con las correspondientes rentas, aunque lo mantuvo siempre vigilado. 

Para comienzos de 1502 los españoles se hallaban inmersos en el sitio de Tarento, último gran bastión de Apulia. La ciudad estaba defendida por el hijo de Fadrique, de tan solo 14 años de edad, y el gobernador, el conde de Potanza, y era considerada inexpugnable debido a estar prácticamente rodeada de agua. Al sur estaba el mar, y en el este y oeste destacaban dos lenguas de agua en forma de canal, que conectaban por el norte formando una gran bahía. El Gran Capitán decidió transportar sus barcos por tierra hasta el norte de la ciudad, usando unos rodillos bajo sus cubiertas. De esta forma la flota española batió los muros de la ciudad. 

En marzo la ciudad de Tarento se rendía y el joven duque fue enviado a España, donde el rey lo convirtió en rehén. La ciudad de Manfredino cayó unos días después, poniendo fin a toda resistencia. El Reino de Nápoles había sido absorbido por Francia y España, tal y como se concretaba en el Tratado de Granada. Pero pronto surgirían las discrepancias en la interpretación de los acuerdos. En disputa se hallaban las provincias de la Basilicata, Capitanata y Principado. De nada sirvieron los intentos de Fernández de Córdoba por encontrar una solución pacífica a tales discrepancias. 

Luis de Armagnac, duque de Nemours, consciente de su gran superioridad numérica rompió las hostilidades en junio de 1502 y ocupó la plaza de Atripalda, posesión española situada en la región de Campania. Por su parte Fernández de Córdoba arrebató a los franceses la villa de Troia, en la provincia de Apulia. Esta demostración del general español era un mero espejismo, pues no contaba con medios suficientes para hacer frente al ejército francés, por lo que consideró más seguro refugiarse en las plazas del sur más defendibles, como Tarento, Barletta, Troppea, Regio o Bari. 

Para finales de julio los franceses habían recibido el refuerzo de 2.000 mercenarios suizos, por lo que se lanzaron sin más dilación contra la ciudad de Canosa, en la región de Apulia. Armagnac se dirigió a asediarla con 5.000 infantes y más de 900 caballos. La plaza estaba defendida por Pedro Navarro al frente de poco más de 400 infantes españoles. Armagnac concentró su artillería en los muros de la parte norte de la plaza, batiéndolas sin misericordia hasta derruirlas por completo. Córdoba no podía socorrerle, por lo que Navarro tuvo que pactar una rendición honrosa para él y los poco más de 150 infantes que quedaban con vida a su cargo. 

Las tropas francesas no se detuvieron ahí y continuaron su avance hacia el sureste, tomando Bitonto, una de las poblaciones de mayor importancia de la región de Apulia. De esta manera Armagnac pretendía cortar la comunicación entre Manfredonia y Tarento, las dos plazas de la Apulia donde los españoles se habían hecho fuertes. Pero entre medias de ambas ciudades, separadas por algo más de 200 kilómetros, se encontraba la ciudad de Barletta, con su imponente castillo a orillas del golfo de Manfredonia, en plena costa adriática. 

Barletta fue la plaza elegida por Fernández de Córdoba para dar la vuelta a la situación. Allí se fortificó, aprovechando las potentes defensas de las que disponía la villa. Por su parte el duque de Nemours estableció su campamento en la cercana ciudad de Bisciglie, al sur de Barletta. Armagnac tenía a su disposición casi 2.000 caballos, 5.000 infantes y 2.000 piqueros suizos, y además llevaba 26 cañones, pero todos sus intentos de tomar la plaza fracasaron estrepitosamente. El Gran Capitán no iba a permitir que aquella posición cayera, aguantando incluso las acusaciones de cobardía por parte de los franceses por no salir a combatir a campo abierto. 

Así transcurrió el verano de 1502 cuando en septiembre el duque de Nemours desafió a los españoles a un duelo en la ciudad de Trani, villa neutral bajo control veneciano a medio camino entre Barletta y Bisciglie. Fernández de Córdoba aceptó el reto y envió a 11 de sus mejores hombres: Diego de Vera, Jorge Díaz, Andrés de Olivera, Gonzalo de Arévalo, Gonzalo de Aller, Rodrigo Piñán, Martín de Tuesta, Oñate, Moreno, Segura y por supuesto, Diego García de Paredes, más conocido como el Sansón de Extremadura, y del que dicen que nunca perdió un duelo. Por la parte francesa es necesario detenerse en Pierre Terrail de Bayard, conocido como el Caballero Bayard, caballero de gran valor y valía. 

Desafío de Barletta. 20 de septiembre de 1502. 

El duelo estaba arbitrado por jueces venecianos y se celebró a caballo y sin armas de fuego ni arcos ni ballestas. Comenzó a la una de la tarde y la lucha entre García de Paredes y Terrail de Bayard fue mítica. Éste último fue el único caballero francés que permaneció montado hasta que el Sansón de Extremadura logró derribarlo. El duelo duró 5 horas en las que los hombres de ambas naciones pelearon con gran valor. Los franceses contaron un muerto y un rendido, mientras que por la parte española Gonzalo de Aller acabó rindiéndose. Los jueces, en un esfuerzo diplomático, dieron el combate por empatado, con el consiguiente enfado de Fernández de Córdoba que cuentan que les reprochó a sus hombres: "por mejores os he enviado". 

Lo cierto es que todos los caballeros pelearon valientemente y se distinguieron de forma notable, salvando el honor y la reputación de los españoles. Córdoba se preparaba con la conciencia tranquila para resistir el duro invierno que le quedaba por delante. Pero no todo serían malas noticias para los españoles, ya que Hugo de Cardona logró levantar en octubre el asedio de Terranova Sappo Minulio, en Calabria, y en noviembre llegaron desde España tropas bajo el mando de Antonio de Leyva, por lo que Armagnac dividió sus fuerzas y mandó hacia el sur al señor de Aubigny con unos 1.000 caballos y más de 1.500 piqueros suizos. 

En este orden de cosas Fernando el Católico enviaba al almirante Juan de Lezcano, capitán general de la armada, para llevar tropas de refuerzo a Italia. Éste derrotó a la flota francesa, comandada por Pregent de Pridoux, el 13 de febrero de 1503. Los franceses habían bloqueado el transporte de tropas hacia Apulia durante todo el otoño y el invierno, por lo que la victoria de Lezcano alivió sobremanera la presión sobre los hombres de Córdoba, que recibieron con inmensa alegría el refuerzo de 2.000 lansquenetes alemanes y numerosas provisiones y municiones. El Gran Capitán ya estaba listo para dar su primer golpe y recuperar la iniciativa. 

El primer objetivo fue la villa de Castellaneta. Harta de los abusos franceses, se concertó con los españoles para expulsarlos de allí. Córdoba mandó que Pedro Navarro y Luis de Herrera tomaran la ciudad, algo que hicieron sin dificultades gracias al apoyo de la población local. El duque de Nemours estalló de furia al enterarse de esto y envió a su ejército a recuperar la plaza desde Canosa di Puglia. Fernández de Córdoba conocía las intenciones del general francés y decidió sorprenderlo con un ataque sobre la ciudad de Ruvo. El 23 de febrero de 1503 las tropas españolas la tomaban al asalto y a Armangac no le quedó más remedio que regresar a Canosa ante la posibilidad de ser atrapado. 

Pero los problemas no habían hecho más que comenzar para los franceses. El 8 de marzo desembarcaba en la costa peninsular del Estrecho de Mesina una fuerza de 2.000 infantes y 500 caballos bajo el mando de Luis Portocarrero y Fernando de Andrade, que había partido de Cartagena a bordo de 40 naos unas semanas antes. Nada más enterarse del desembarco español, el señor de Aubigny partió a toda prisa con una fuerza de 800 infantes y 200 caballos a sitiar Terranova, que había sido recuperada en el octubre anterior por las fuerzas de Hugo de Cardona. Dicha plaza estaba al cargo del capitán Sebastián de Vargas quien contaba con unos 400 hombres para su defensa. 

No les costó a los españoles resistir el asedio, dado las formidables defensas de la plaza, hasta que llegaron las tropas de Andrade, que había sustituido en el mando a Portocarrero tras el fallecimiento de éste. Aubigny se retiró, pero poco tiempo después se enfrentaría a las fuerzas españolas de Andrade y Hugo de Cardona el 21 de abril de 1503 en la batalla de Seminara. En ella los españoles derrotaban nuevamente a las tropas francesas y un mes después apresaban a Aubigny en Nápoles, encerrándolo en Castel Nuovo. 

El Gran Capitán estaba listo para entrar en combate. La victoria en Ruvo y sobre todo en Seminara, habían reducido la ventaja numérica de los franceses, por lo que sus 5.000 infantes, 1.400 caballos y 18 cañones se antojaban suficientes para el genio militar español, que partió a toda prisa hacia Ceriñola. La clave para Fernández de Córdoba estaba en la velocidad, por lo que hizo cargar a sus caballeros un infante a sus grupas, dando él ejemplo primero. De esta manera el ejército español pudo llegar antes que los franceses a Ceriñola y preparar la batalla concienzudamente. 

El duque de Nemours se aproximó a Ceriñola, situada al noroeste de Barletta y a poco más de 30 kilómetros del mar, era el punto elegido para plantar batalla. Armangac contaba con 4.000 caballos, la mitad de ellos pesados, 6.000 infantes, 2.000 piqueros suizos y 26 piezas de artillería, doblando en número a las fuerzas de Córdoba, pero eso no iba a ser impedimento para el general español, quien había estudiado el terreno y estudiado la táctica a emplear en la decisiva batalla que tendría lugar el 28 de abril. 

Mediante una genial retirada simulada atrajo la atención de las fuerzas francesas, las cuales picaron y cayeron en la trampa preparada por Fernández de Córdoba. La caballería pesada francesa avanzó sobre las defensas españolas capitaneada por el propio Armagnac. A partir de ese instante el fuego de arcabuz y de la artillería hicieron el resto. Hasta ese momento el arcabuz no había sido usado de manera masiva y el resultado fue brillante, tanto, que en poco más de 1 hora todo había terminado y 4.000 franceses yacían muertos en los campos de Ceriñola, incluyendo al propio Armagnac. 

Batalla de Ceriñola

La Batalla de Ceriñola demostró la superioridad de la infantería, la importancia de la movilidad y sobre todo lo decisivas que serían a partir de entonces las armas de fuego. El Gran Capitán había cambiado para siempre el arte de hacer la guerra y ahora ya nada le podía detener en su avance por expulsar a los franceses del Reino de Nápoles. De este modo avanzó hacia el oeste, entrando en Nápoles el 16 de mayo ante la alegría de sus habitantes, quienes recibieron al general español como a un libertador. 

Los franceses se iban retirando a marchas forzadas hacia el norte mientras los españoles consolidaban sus posiciones con dos ejércitos: uno bajo el mando del propio Córdoba, que tomaba sin problemas Castel dell´Ovo, y otro dirigido por el marqués del Vasto, que se hacía con el castillo de Salerno, dejando a las maltrechas fuerzas francesas concentradas en Gaeta, a casi 100 kilómetros al norte de Nápoles. Pero Luis XII, enterado del varapalo que había sufrido su ejército, no tardó en enviar otro compuesto por cerca de 25.000 hombres, entre infantería y caballería, bajo el mando del marqués de Saluzzo. 

De esta manera durante verano de 1503 los franceses pasaron a la acción y a Córdoba no le quedó más remedio que replegarse hacia el sur, a la altura del río Garellano, resguardándose entre las fortalezas de Montecasino, Roccaseca y San Germano, y usando una zona pantanosa de difícil acceso como barrera natural. Este repliegue salvó del desastre a las fuerzas españolas, las cuales habían acariciado la victoria total en su camino a Gaeta. Ahora los franceses tenían una posición privilegiada, dado que podían recibir refuerzos y suministros por mar, mientras que los españoles veían sus líneas logísticas seriamente amenazadas y además las condiciones de insalubridad del terreno hacían su posición cada vez más insostenible. 

A Fernández de Córdoba no le quedaban muchas opciones, salvo su increíble talento militar, que alcanzó nuevamente cotas brillantes simulando una retirada hacia el río Volturno y haciendo que los franceses mordieran otra vez el anzuelo. Antes había mandado a Juan de Lezcano y a Pedro Navarro fabricar en secreto unos pontones para cruzar el río y sorprender al enemigo. Además Saluzzo autorizó una tregua los días 25 y 26 de diciembre por la navidad, de modo que no permaneció atento a los españoles cuando éstos montaban el puente, así que para la madrugada del 27 al 28 Fernández de Córdoba tenía todo listo. 

Los primeros en cruzar el río serían los 3.000 caballos ligeros de D'Alviano, quienes arrollaron las primeras líneas defensivas de los franceses, muchos de ellos borrachos por los excesos de la noche. Les siguió el cuerpo de arcabuceros y rodeleros de los capitanes Pedro Navarro y Diego García de Paredes, rematando la carga 200 caballos pesados bajo el mando de Próspero Colonna. Después cargaría el propio Córdoba con los lansquenetes alemanes, cediendo el puente tras el paso de éstos y dejando a Fernández de Andrade y sus hombres debiendo buscar un paso para vadear el río. 

La Batalla de Garellano supuso el derrumbe total del ejército francés, que perdió unos 18.000 hombres entre la batalla y la posterior retirada, lo que unido a otra estrepitosa derrota en el Rosellón obligó a Luis XII a abandonar su guerra contra España. El 11 de febrero de 1504 se firmaba el Tratado de Lyon por el rey francés, y se ratificaba en marzo del mismo año por los Reyes Católicos en Santa María de la Mejorada. Francia abandonaba toda pretensión sobre el El Reino de Nápoles, que pasaba a ser enteramente territorio de España. La Guerra de Nápoles había concluido al fin. 

Por su parte ésta sería la última vez en la que Gonzalo Fernández de Córdoba dirigiera personalmente una batalla. La muerte de Isabel la Católica, su más firma defensora, el 26 de noviembre de 1504 en Medina del Campo, le dejó a merced de las envidias y las tramas de la corte. No eran pocos los nobles que envidiaban la fama, el valor y el éxito del Gran Capitán, y no dudaron en envenenar la mente del rey Fernando aumentando los recelos hacia la figura del mejor general que había conocido España, hasta hacerlo caer en desgracia. 

Batalla de Garellano. Philippoteaux

Muerte del duque de Nemours en Ceriñola.


El Gran Capitán. Ferrer-Dalmau









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