El 25 de julio de 1644 la ciudad de Lérida se rendía al Ejército Real de Felipe de Silva que el 15 de mayo había derrotado al ejército franco catalán del mariscal La Mothe, cuando trataba de socorrer la ciudad y eliminar la amenaza sobre Cataluña. El rey Felipe IV, que se hallaba en Fraga, entró en la ciudad el 7 de agosto, una semana después de que los franceses se retirasen de ella.
Cuatro años habían transcurrido desde la sublevación de los rebeldes catalanes, y tras dos años de varapalos militares en ese frente, 1643 sería el punto de inflexión. Los cambios realizados por el rey, con el nombramiento de Felipe de Silva como capitán general de Cataluña, y la provisión de más hombres y fondos, contribuyeron a levantar la moral de las tropas y los ciudadanos. Los problemas internos que atravesaba Francia, como una incipiente revuelta por los elevados impuestos, o la muerte de Richelieu y de Luis XIII, también contribuyeron a mejorar la situación española. Ante esto, al mariscal La Mothe no le quedó más remedio que adoptar una posición defensiva, privado de los ingentes recursos de los que hasta el momento había disfrutado. Antes de la llegada de Silva, las tropas españolas de Juan de Garay lograron tomar Mora de Ebro, una pequeña plaza anclada entre las sierras de Almos, Cardo del Boix y de Pandols-Cavalls. Los franceses perdieron en aquella acción más de 900 hombres, entre ellos 500 muertos.
Para finales de julio de 1643, la estrategia diseñada por Silva de acoso a los franceses y rebeldes comenzaba a dar sus frutos. Una partida de 500 caballos españoles atacó los cuarteles franceses de Villanoveta, a las afueras de Lérida, causando muchos muertos al enemigo y obteniendo un botín de 400 caballos y mulas, dinero y mucha plata y bastimentos, logrando además capturar a más de 100 franceses. Lo mismo ocurrió en la zona de Barbastro, lo que obligó a las fuerzas francesas a adoptar las máximas precauciones en sus desplazamientos y cuarteles. En octubre, el Ejército de Aragón, reorganizado por Silvam estaba listo y atravesó el río Cinca para poner sitio a Monzón. La Mothe partió a toda prisa desde Barcelona para tratar de salvar la ciudad pero, tras más de un mes de combates en los que el mariscal francés fue incapaz de romper las líneas de asedio, Monzón volvió a manos españolas el 3 de diciembre, para alegría de la población.
-El camino a Lérida
Con el ánimo renovado por las victorias obtenidas, el Ejercito de Aragón consolidó sus posiciones al otro lado del Cinca y se lanzó a por el principal objetivo de su campaña para 1644: la reconquista de Lérida. Si se tomaba se obtenía una base desde la que lanzar operaciones sobre Cataluña, dominar todo el paraje de Cervera, y asegurar la posición defensiva privando a los franceses de hacer incursiones en Aragón y Navarra. El 1 de mayo de 1644 el ejército estaba listo y el propio rey, que días antes había publicado en Zaragoza un perdón para Cataluña, pasó revista las unidades. La infantería se componía de 9 tercios, de los cuales 6 eran españoles. Los de Simón Mascareñas, Francisco Freire, Alonso de Villamayor, Esteban de Ascárraga, Martín de Mujica y Nuño Pardo de la Costa. También había 3 tercios italianos, el de napolitanos de Bautista Brancaccio, el del duque de Lorenzana y el del barón de Amato. A éstos se añadían 2 regimientos valones, el del barón de Brandestrat y el de Carlo Colonna, y los regimientos alemanes de Galasso y Grosfelt, el del barón de Sebac y el de Hanmel. En total la infantería sumaba 9.554 hombres, de los cuales 1.209 eran oficiales.
En cuanto a la caballería, ésta se componía de 4.436 jinetes y en ella se encuadraba el trozo del Rosellón, bajo el mando de Andrés de Haro, el trozo de las Órdenes Militares, gobernado por Juan Bautista de Oto, los hombres de armas de las Guardias de Castilla, comandados por Roque Matamoros, la caballería del Estado de Flandes, mandada por Blas Gianini, la caballería de Nápoles y Milán, bajo el mando de Ferrante Limonti, y el regimiento de caballos borgoñones del barón de Brutier. Además, Felipe de Silva llevaba para batir los muros de Lérida un tren de artillería compuesto por 16 cañones de diversos calibres gobernado por Francesco Tuttavila. Con todo dispuesto, el ejército se puso en marcha el 3 de mayo, avanzando a través de la sierra Larga de Noguera, y tomando sin oposición la pequeña villa de Castellón de Farfaña, para continuar su camino hacia Balaguer, a unos 25 kilómetros al norte de Lérida siguiendo el curso del río Segre.
Los espías franceses detectaron los movimientos del Ejército de Aragón y La Mothe partió a toda prisa desde Barcelona hacia Lérida acompañado de algo más de 9.000 infantes y 2.000 caballos, más 12 cañones, enviando varias compañías para reforzar Balaguer, que fue dejada atrás por los españoles. Silva ordenó a Juan de Vivero, general de la caballería, que se adelantase para construir un puente sobre el Segre al norte de Lérida, junto con los tercios de Mújica, Brancaccio y un regimiento de alemanes, mientras que el grueso del ejército cruzaba el río Noguera a la altura de Corbins. Vivero tuvo noticias de que los franceses se aproximaban a su posición y la fortificó a la espera de la llegada de Silva con el resto de la fuerza, que llegó dos días después y cruzó el Segre por el puente de barcas ya levantado, y en el cual quedaron dos tercios, 200 caballos, y alguna pieza de artillería para protegerlo. También se empleó un tercio para custodiar un convento y unas fortificaciones hechas por los hombres de Vivero, mientras se rechaza un intento francés de meter un pequeño socorro en la ciudad.
El 14 de mayo celebró Silva consejo con sus oficiales y decidió atacar al ejército francés que se aproximaba desde el este y que estaría en el campo de batalla al día siguiente. A eso de las 8 de la mañana del día 15, el ejército realista divisó a las fuerzas francesas que se encontraban muy próximas a Villanoveta, y comenzaban a desplegarse sobre el campo de batalla, en lo alto de una pequeña loma. El centro francés, con dos baterías con 6 cañones cada una por delante, lo ocuparon los regimientos de infantería de Houndacourt, Lyonnais, Albret, Mompouillan, Vandy y Rébé, situados en primera línea, y por detrás de ellos formaron el regimiento francés de Barlot, el regimiento suizo de An-Buchel y tres regimientos de rebeldes catalanes. El flanco derecho fue ocupado por la caballería del marqués de la Valière, quien contaba con los regimientos de d'Alais, Bussy-de-Vair, Villeneuve, Du Terrail y de Roches-Baritaut, mientras que en la izquierda se situaron los regimientos de caballería de Balthasar, de Mérinville, de Saint Simon, Boissac y Chasteaubriand. En total, los franceses desplegaron unos 8.000 infantes y 2.000 caballos, junto con 12 piezas de artillería.
Por su parte, el ejército de Silva se situó al oeste de las fuerzas francesas, siendo desplegado por el marqués de Mortara. El flanco derecho lo ocupó la caballería de Flandes y la del Rosellón, acompañados de un regimiento de caballos borgoñones y desplegados en dos líneas. Gobernaba este flanco Juan de Vivero, teniendo como teniente general a Carlos de Padilla. En el centro formó la infantería, ocupando la vanguardia el Tercio de Mascareñas, y siguiéndoles los tercios de Nuño Pardo de la Costa, el de Martín de Mújica, el de Francisco Freire y un cuerpo formado por los regimientos de Carlo Colonna y Brandestrat, y otro con los de Galasso y Gronsfelt, y cerrando la retaguardia el Tercio de Brancaccio, formando un escuadrón junto con al del barón de Amato. El cuerno izquierdo, gobernado por el marqués de Cerralbo y el duque de Lorenzana, fue ocupado por la caballería de las órdenes, con Juan de Oto, y los hombres de armas de Roque Matamoros. El ejército de batalla estaba compuesto por un total de 6.000 infantes y 2.500 caballos.
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Vista de Lérida |
-La batalla de Lérida
Felipe de Silva y el marqués de Mortara juzgaron más seguro avanzar de costado hacia el enemigo para ocupar una posición más idónea desde la que cargar contra el flanco derecho de los franceses, que estaban desplegados sobre lo alto de una colina. La Mothe, que entendió el movimiento de las tropas hispánicas, ordenó extender sus líneas hacia la derecha, pero sin llegar a mover su ala izquierda. Durante más de una hora los españoles se estuvieron moviendo de esta forma, buscando la pendiente más suave por la que ascender, y haciendo creer al enemigo que se retiraban, lo que provocó las burlas de éste. Pero llegado el momento justo, se dio la orden de virar dando frente a las líneas francesas, causando confusión y miedo en éstas. Ante la maniobra española para vencer la diferencia de altitud entre ambos ejércitos, La Mothe ordenó descargar el fuego de sus baterías sobre las líneas de los hombres de Silva, que se acercaban cerrando los huecos abiertos por las balas rasas a las que acompañaban sacos de batería de mosquete añadidos a la boca del cañón.
Llegado el momento, preguntó Simón Mascareñas a Silva si embestían y, según las crónicas, Silva abrazó al maestre de campo y le dijo: "hijo, embiste". Las líneas españolas se lanzaron a la pelea, momento en el que un batallón de arcabuceros a caballo francés se adelantó y cerró con la caballería del marqués de Cerralbo, que pudo contener el ataque de los jinetes del marqués de la Valière. Viendo el rechazo de su asalto, Valière lanzó un escuadrón de arcabuceros a caballo y otro de corazas, pero nuevamente la caballería de las Órdenes y de Castilla aguantaron bien, dando tiempo a que la infantería viniera en su apoyo. En el cuerno derecho español, Juan de Vivero dio orden a Padilla de avanzar con la caballería de Flandes y el Rosellón, y cargar contra la izquierda francesa. Gianini y Padilla empujaron con fuerza, pero los franceses aguantaban bien, por lo que Vivero se lanzó con el resto de sus caballos y rompió las filas del enemigo, que se vio ampliamente superado y comenzó a huir, dejando en el campo muchos muertos.
Mientras tanto, la infantería empezó a combatir, con el Tercio de Mascareñas cerrando contra el Regimiento de Houndacourt. El asalto fue tan brutal que se derrumbaron al instante, haciéndose los españoles con cinco piezas de la artillería que tanto daño les había causado antes. Con la victoria al alcance de la mano, Mascareñas indicó a Freire que se unieron ambos tercios y fueran con la caballería de Padilla contra los cinco escuadrones franceses que aun guardaban la formación. Dos de éstos, viendo ya que la batalla estaba perdida, comenzaron a huir en dirección a Cervera, a medio camino entre Lérida y Tarrasa, quedando los otros tres escuadrones a merced de la infantería y los caballos hispánicos, que les cerraron el paso. Sin posibilidad de resistir, y tras haber perdido la última pieza de su artillería, al enemigo no le quedó más remedio que rendirse, tirando sus armas al suelo.
Al mismo tiempo, el marqués de la Valière se afanaba por agrupar el mayor número de gente posible y llevarla a la protección de los muros de Lérida, mientras que los afortunados soldados franceses y rebeldes intentaban escapar de la persecución de los caballos españoles que buscaban abortar su fuga hacia Cervera. Eran las 5 de la tarde y los combates habían llegado a su final, con una sorprendente victoria del ejército hispánico, que no solo hubo de sobreponerse a la inferioridad numérica, sino también a las adversidades del terreno, ya que el ejército franco catalán se encontraban en una mejor posición sobre el campo de batalla. Silba había perdido en aquella jornada 400 hombres, entre los que se encontraban 50 oficiales, de ellos 5 eran capitanes de caballos y 8 de infantería, y hubo de atender a algo más de 300 heridos. La muerte más sentida fue la de Roque Matamoros, comisario general de las Guardias de Castilla.
Por la parte francesa se contaron entre 2.500 y 3.000 muertos, según las fuentes que se consulten, y fueron apresados cerca de 4.000 soldados, incluidos 700 oficiales, entre los que se encontraban el hermano de La Mothe, y el sargento mayor de batalla, además de perder todo su tren de artillería, compuesto por 12 piezas, y todo el bagaje y provisiones que llevaban. De los que escaparon hacia Cervera no hay datos, pero Valière logró entrar en Lérida con más de 1.500 hombres de a pie y a caballo, uniéndose así a los defensores, aunque muchos de ellos no se encontraban en condiciones de empuñar un arma y ocasionarían más molestias que ayuda, ya que eran más bocas que alimentar y se precipitaba sobre la ciudad un asedio. La Mothe escapó por los pelos junto a tres de sus hombres de confianza, incluyendo al marqués de Terrail.
Tras reorganizar su ejército, Felipe de Silva envió una trompeta al gobernador de Lérida instándole a rendir la ciudad, pero la respuesta de éste fue negativa, argumentando que un ejército tan pequeño jamás podría tomar una gran plaza como Lérida. El 17 de mayo Silva ordenó a Antonio Gandolfo que preparase una línea de circunvalación más allá del río Segre, que incluyese Villanoveta y el puente de barcas. Se mandaron a Fraga más de 3.000 prisioneros franceses, quedando los rebeldes catalanes bajo custodia de Silva, y el día 22 Juan de Vivero, junto al tercio de Mújica, ocupó el Burgo junto al puente de Lérida y se fortificó dejando allí 300 infantes para su defensa. Pero no pasaron ni 24 horas cuando los soldados hubieron de abandonar la posición ante el incesante fuego de la artillería de la ciudad. Silva, contrariado, envió a Gandolfo a dirigir las obras de fortificación del Burgo, que quedaron completamente acabadas tras dos días seguidos de trabajo sin apenas descanso.
El 24 de mayo entregó Felipe IV al duque de Nájera un decreto real que decía: "En la batalla de Lérida han muerto algunos soldados míos y entre ellos hombres particulares que pelearon con grande valor, débolos honrar que no pudieron hacer más que morir sirviéndome. Holgaré que toméis por vuestra cuenta hacer unas honras generales convidando a todos los que hallaren ahí y como sé que acudiréis a esto de buena gana por encomendároslo yo y por lo que amáis a los soldados, fío que se hará con la brevedad que conviene". Esto se cumplió el 3 de junio en el convento de San Felipe de Madrid. Más tarde se tuvo noticias de la llegada de refuerzos franceses por mar a Barcelona, y que se habían puesto en marcha con dirección a Lérida, por lo que Silva ordenó a Vivero dejar a la gente de Colonna y de Ascárraga en el Burgo y marchar con el resto del ejército a bloquear el paso del enemigo.
Las noticias de que el ejército que juntaban los franceses era más numeroso que el anterior alarmaron a Silva, que despachó a Carlos de Padilla a Fraga para pedir consejo al rey sobre lo que hacer. Felipe IV no dudó de que el asedio debía continuar a cualquier precio, y que intentaría enviar refuerzos con la mayor urgencia posible, por lo que Silva, al recibir el mensaje de boca de Padilla, metió más prisa a los hombres que trabajaban en la circunvalación de la plaza. Las noticias de la presencia del rey en Fraga y de la victoria de Lérida hicieron que acudiesen muchos nobles y caballeros aragoneses como el duque de Villahermosa, el marqués de Navares, o los condes de Fuentes, de Antares y de Almunias. Desde Castilla acudieron los duques del Infantado y de Camiña, el conde de Santa Coloma, los marqueses de Peñalva, de Salinas o el de Almazán, y junto a ellos un gran número de sargentos mayores y de capitanes.
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Asedio español del Lérida |
-El asedio de la ciudad
Junto a estos nobles y caballeros llegaron también desde Aragón tres tercios, incluyendo el del barón de Leteza. Valencia mandó un tercio de 1.200 hombres bajo el mando del maestre Gerónimo Monsiuri, mientras que Navarra envió otro con 1.000 hombres dirigidos por el maestre de campo Baltasar de Rada. Por su parte, desde Castilla llegaron unos 6.000 hombres levantados por el Condestable de Castilla y el conde de Luna, bajo mandato de la propia reina, Isabel de Borbón, que se encontraba embarazada. Mientras esto sucedía, las obras de asedio avanzaban a buen ritmo y La Mothe seguía recibiendo refuerzos. Los defensores de la ciudad, viendo lo bien que avanzaban las defensas que Colonna realizaba en el Burgo, hicieron una salida con 1.500 hombres, pero fueron rechazados en las trincheras, y luego perseguidos por varias compañías del tercio de Mújica y de los regimientos alemanes y valones. En aquella acción los sitiadores perdieron un soldado español y un capitán alemán, mientras que los franceses contaron más de un centenar de muertos.
La noche del 2 de junio un nuevo socorro francés fue interceptado y se tomaron 21 prisioneros y gran cantidad de harina y otras provisiones, además de matar a varios franceses. Silva se decidió a atacar el fuerte de Gardeny, en la parte sur de la ciudad, y para ello envió a Tuttavila con los tercios de Villamayor y de Brancaccio, pero de los muros de Lérida salieron 3.000 hombres y lograron rechazar el intento de asalto, perdiendo los hispánicos 150 hombres. Ante este contratiempo, Silva le envió a Tuttavila los tercios de Nuño de Pardo y de Ascárraga, que se incorporaron para un nuevo asalto a Gardeny. Para contrarrestar la amenaza, volvió a salir una fuerza de 3.000 hombres pero esta vez los tercios hispánicos lograron desbaratarlos y llevarlos hasta los mismos muros de Lérida. Ganados los exteriores del fuerte, Tuttavila preparó una mina, la cual estuvo lista el 15 de junio, y viendo los defensores el estado de los trabajos de minado, riendieron Gardeny y se marcharon a Francia.
El 27 de junio las obras de circunvalación estaban terminadas y el ejército francés se concentraba en Castellón de Farfaña. Durante todos estos días muchos soldados catalanes escapaban de Lérida para unirse al ejército real llegando, incluso, el 7 de julio, a enviar una petición de socorro a Silva prometiendo entregar una de las puertas de la ciudad, pero los franceses maniobraron para evitar el botín, usando al letrado Micer Inglesi, que era uno de los principales responsables del levantamiento de Barcelona contra su señor el rey Felipe IV. Los catalanes leales que se encontraban en la ciudad le acabaron matando a puñaladas. Para el 16 de julio los sitiadores enviaron un tambor a la ciudad ofreciendo nuevas condiciones para la rendición, pero nuevamente el gobernador rechazó la propuesta, advirtiendo que aún disponían de comida para dos meses y de que La Mothe les socorrería antes.
Casi al mismo tiempo le llegaron al mariscal francés nuevos refuerzos; 3.000 infantes, 300 mosqueteros y 600 caballos, por lo que, confiado en su nueva superioridad, se movió hacia el río Noguera para buscar el punto más débil de las defensas españolas. La Mothe decidió entonces quemar el puente de barcas sobre el Segre lanzando cuatro improvisados brulotes por el río, pero los hombres de Freire lograron deshacer el peligro y dieron al traste con el desesperado intento de los franceses. Tras varios días intentando encontrar un sitio por donde batir las defensas españolas, La Mothe se dio por vencido y se retiró hacia Balaguer el día 23 de julio, abandonando así a su suerte Lérida. En vista de los nuevos acontecimientos, el gobernador de la ciudad pidió capitular el 25 de julio, festividad de Santiago. El 29 de julio entró Carlos de Padilla a reconocer la plaza y ultimar las condiciones de rendición. El 30 se firmaron las capitulaciones de entrega de Lérida y el 31 los franceses salieron, unos 3.000 hombres ponían rumbo a Francia por el camino de Navarra.
Se capturaron 20 piezas de artillería, numerosa munición y abundantes provisiones. El 7 de agosto hizo su aparición el rey Felipe, entrando en la ciudad "bizarrísimo con un vestido de ante bordado de oro pasado con unos rejadillos, sembrado el campo de flores de lis, banda carmesí bordada de lo mismo, espadín de oro pendiente de lavanda, balona caída de puntas, sombrero pardo con plumas coloradas, botas de ámbar con espuelas doradas, con banda y pluma roja en un caballo airoso y quieto, con bastón general en la mano llevándole de los cordones algunos ciudadanos por antigua costumbre". Se dirigió a la Iglesia Mayor, a donde tardó casi 3 horas por la multitud de gente que se agolpaba en las calles para recibirle. Otorgó el rey a la ciudad el privilegio para labrar 30.000 ducados de moneda de plata castellana y 2.000 ardites y menudos, y dio a los conventos 100 ducados de limosna.
Bibliografía:
-Con Balas de Plata III. 1640-1650. Cataluña y el Rosellón (Antonio Gómez)
-La rebelión de los catalanes (John H. Elliott)