El Milagro de Empel

España en la Guerra de los 30 Años (Parte VIII De Nördlingen a la intervención francesa 1634-1635)


El año 1634 comenzaba con Wallenstein sentenciado en la corte de Viena. El gran general había ido demasiado lejos y operaba por libre, sin rendir cuentas, o al menos las debidas, al emperador. Maximiliano ya había presionado a Fernando II a finales de diciembre de 1633, alarmado por la negativa del general a ayudar a Baviera. España presionó aún más ante los aires de superioridad y las exigencias del militar bohemio. Tampoco gustó en Viena que liberase al líder protestante Thurn y su cada vez más notoria inactividad. Pero lo que de verdad sentenció su futuro fue el cambio de opinión de los moderados en Viena, quienes le veían ya como una amenaza que socavaba el poder del emperador.  

Por su parte los ejércitos católicos que se concentraban en Salzburgo habían sido expulsados por el arzobispo y se amontonaban en la Baja Austria y Baviera. La muerte en diciembre de la gobernadora de los Países Bajos, Isabel Clara Eugenia, habían alimentado las conspiraciones del conde Van den Bergh y España organizaba a toda prisa el ejército que debía acompañar al Cardenal-Infante a Bruselas y, tras recoger a las tropas del duque de Feria que habían vuelto a abrir el Camino Español unos meses antes, ayudar a Fernando a hacerse con el control del sur de Alemania y restablecer la situación en los Países Bajos. 

Pero la situación del ejército español del duque de Feria se deterioraba a marchas forzadas. La peste se había extendido entre sus fuerzas a finales de año y en Baviera la situación se volvía insostenible. La enfermedad y el descontento del campesinado por alojar un numeroso y moribundo ejército hacían peligrar todos los planes de Madrid y Viena de volver a tomar el control del sur alemán. La salud del duque de Feria se deterioró rápidamente en los primeros días de enero, muriendo en Múnich el día 12. La pérdida de tan un hombre que era tan buen político como militar fue un duro mazazo para los intereses españoles. El Cardenal-Infante se debería quedar solo para llevar a cabo los planes de su hermano Felipe IV y del conde duque de Olivares. 

-El final de Wallenstein

Anton Wolfradt, obispo de Viena, presentó un escrito a Fernando en el cual se aconsejaba deshacerse de Wallenstein. Autores como Peter H. Wilson o William P. Guthrie, coinciden en que el estado mental del gran general era cada más preocupante, y muchos de sus comandantes, algunos ascendidos gracias a él, clamaban ya por su destitución. Éste fue el caso de Octavio Piccolomini, un antiguo piquero florentino al servicio español que se destacó desde los inicios de la Guerra de los 30 Años hasta llegar a ser uno de los generales predilectos de Wallenstein. El 12 de enero Wallenstein convocó a sus oficiales en Pilsen conminándolos a firmar un juramento de lealtad hacia su persona, firmándolo el propio Piccolomini para no despertar sospechas. Viena no podía aceptar tal cosa y envió a Piccolomini una orden de apresar al general bohemio a toda costa, y el 24 de enero Fernando firmó la orden por la que se eximía a todo oficial o soldado de obedecer las órdenes del proscrito Wallenstein, orden que debía permanecer en secreto hasta el 18 de febrero. 

El ejército que manejaba Wallenstein era de unos 50.000 hombres, por lo que la amenaza era muy seria, tanto que el propio Fernando pidió a los jesuitas que rezaran por el buen resultado del complot contra el general. Hasta mil misas semanales se celebraron por "la seguridad del emperador y la felicidad del imperio", como asegura Geoffrey Parker en su Guerra de los 30 años. El 17 de febrero se detenía al hombre de confianza del bohemio, Scherffenberg, a la vez que el coronel Diodati, otro de los oficiales más cercanos, le abandonaba llevándose su regimiento. Wallenstein, que durante la mayor parte de la crisis había permanecido confiado en su posición, emprendió la huida hacia el oeste el 22 de febrero, consciente de lo que se cernía sobre él e iniciaba conversaciones con los protestantes para pasarse a su bando. 

La tarde del 24 de febrero llegó Wallenstein a Eger junto a un reducido grupo de oficiales que aún le eran fieles, como Ilow, Kinski o Niemann, comandante de su guardia personal, alojándose en la casa de Pachabel. Todos ellos acudieron a la cena dada al día siguiente en el castillo de Eger en honor del gran general, aunque éste no acudió, como era habitual en él, prefiriendo cenar solo en su habitación. Alrededor de las 10 de la noche, y tal y como se cuenta en Algunos documentos en inglés del final de Wallenstein, de Albert Hollaender, un grupo de 6 dragones irrumpió en el salón y al grito de "¿quién es un buen imperial?", los comandantes Gordon, Butler y Leslie, implicados en la trama, se levantaron y gritaron "¡larga vida a Fernando!". Tras matar a los oficiales leales se dirigieron a la casa donde Wallenstein se alojaba y le sorprendieron cuando iba a acostarse, matándole con una media pica. Los días siguientes fueron empleados en asegurar la obediencia de su ejército.

Muerte de Wallenstein


-España vuelve a la carga. El camino a Nördlingen

Fernando II anunció a su hijo como nuevo general al frente del ejército imperial. El archiduque Fernando, sin demasiada experiencia en cuestiones militares, nombró como su segundo y jefe en la práctica del ejército a Matthias Gallas. Por su parte España maniobraba con Íñigo Vélez de Guevara y Tassis, conde de Oñate, ofreciendo subsidios de guerra más elevados al emperador a cambio de una contraprestación militar en los Países Bajos. El conde se reunió en Viena a finales de abril con los consejeros de Baviera y del emperador, logrando convencerles de que la amenaza más inmediata se encontraba en el sureste de Alemania, donde se congregaban las tropas protestantes de Gustav Horn y Bernardo de Sajonia-Weimar. Desde Milán el Cardenal-Infante partía al frente de 9.300 infantes de los tercios españoles, y algo más de 2.000 caballos y 500 dragones.

Horn estaba en Suabia poniendo sitio a Überlingen, ciudad fronteriza con Suiza a orillas del lago Constanza. El general sueco quería cerrar la ruta al Cardenal-Infante para ganar tiempo mientras Bernardo trataba de tomar Kronach y Forcheim, en Franconia, al norte de Baviera. El duque Jorge presionaba en Westfalia mientras que Arnim lo hacía en Sajonia y Baner en Silesia. Gallas y el archiduque Fernando, al frente de un ejército de 15.000 infantes, 12.000 caballos y decenas de cañones de diversos calibres, partieron desde Pilsen para unirse con Aldringen en Baviera, quien se había hecho cargo del maltrecho ejército español del difunto duque de Feria, unos 4.000 hombres, que se sumaban a otros 10.000 soldados bávaros e imperiales. En Bohemia quedaría un ejército de 25.000 efectivos bajo el mando de Rodolfo de Colloredo, mientras que en Silesia otros 20.000 soldados a las órdenes de su hermano Jerónimo guardarían los pasos sobre el río Oder. 

Para finales de mayo de 1634 el ejército imperial sitiaba la ciudad de Ratisbona, que se había rendido a los protestantes el noviembre anterior. Recuperar esa plaza significaba recuperar el prestigio del emperador. El 23 de mayo comenzó el asedio sobre Ratisbona, que estaba defendida por el coronel Laars Kaage, veterano de la batalla de Oldendorf, al frente de casi 4.000 infantes veteranos algunos de los Regimientos Amarillo y Negro, y dos compañías de coraceros. La posición de Bernardo estaba seriamente comprometida, por lo que solicitó ayuda a Horn, a pesar de las rencillas existentes entre ambos por disputas sobre el mando del ejército protestante. El 12 de julio ambos se reunieron en Augsburgo, al suroeste de Ratisbona, con unas fuerzas que superaban los 22.000 hombres. El plan protestante no era levantar el asedio sino cargar contra Baviera mientras que Baner y Arnim lo hacían sobre Bohemia. De ese modo Horn y Bernardo siguieron el curso del río Lech hacia el sur, donde una fuerza católica bajo el mando de Aldringen trató sin éxito de cortarles el paso en Landsberg el 22 de julio. En esta acción perdió la vida el propio Aldringen, pisoteado por sus caballos mientras trataba de contener la huida de sus fuerzas. 

Mientras tanto los españoles habían salido en junio desde Milán. Iban 2 tercios de infantería vieja española: el de Idiáquez y el de Fuenclara; 4 tercios italianos: los napolitanos de Toralto y Cárdenas y los dos lombardos de Guasco y Lunato; un regimiento de alemanes y unas 23 compañías de caballos lombardas, napolitanas y borgoñonas bajo el mando de Gerardo Gambacorta. En julio continuaban su marcha hacia Alemania cruzando la Valtelina, atravesando el paso del Stelvio con más de 2.700 metros de altitud y sus cumbres nevadas a pesar de estar en mitad del verano. A comienzos de agosto el Cardenal-Infante llegaba a Innsbruck, donde descansaría unos días y más tarde se reunía en Múnich con los restos del ejército del duque de Feria, que aún contaba con el tercio napolitano de Torrecusa y el lombardo de Paniguerola, más los regimientos alemanes de Wurmser y Salm. Las fuerzas españolas aumentaron hasta cerca de 16.000 infantes y unos 3.000 jinetes.  

El Cardenal-Infante se movió con gran cautela por tierras bávaras, ya que los ejércitos protestantes de Horn y Bernardo estaban informados de su llegada. El archiduque Fernando, tras tomar Donauworth y restablecer la conexión entre Baviera y los territorios imperiales, había avanzado hacia al noroeste para poner sitio a Nördlingen, villa situada entre Munich y Nuremberg que estaba pobremente defendida por apenas 3 compañías con unos 500 soldados. Este avance imperial suponía una seria amenaza para los protestantes en Franconia por lo que Horn y Bernardo estaban decididos a poner fin a aquel peligro. Pero los espías enemigos no detectaron el cruce del Danubio por Donauworth de los españoles, que llegaban a las afueras de Nördlingen el 2 septiembre y se reunían con el ejército de la Liga Católica bajo el mando de Carlos de Lorena, y el imperial comandado por el archiduque y el general Matthias Gallas. 

El asedio sobre la ciudad fue inmediato por lo que Bernardo presionó a Gustav Horn para atacar a los católicos. Horn quería esperar la llegada del ejército de Solms, la cual estaba prevista en una semana, pero en ese tiempo de espera era casi seguro que Nördlingen fuese tomada. Así que los dos generales protestantes se decidieron a plantar batalla, contactando con las fuerzas católicas la tarde del día 5 de septiembre. Tras unas cuantas horas de escaramuzas y combates por lograr los puestos estratégicos en el campo de batalla, finalmente ambos ejércitos aguardaron a la llegada del nuevo día para combatir. 

La Batalla de Nördlingen fue una dura prueba para los españoles que, bajo el mando de Diego de Mexía, marqués de Leganés, llevaron el peso de la contienda. Los protestantes perdieron 457 banderas y cornetas, todo el bagaje y 68 cañones. Unos 13.000 soldados habían muerto durante la batalla y la persecución tras esta, y otros 4.000 quedaban presos, incluidos el propio Gustav Horn. Bernardo pudo escapar de milagro reuniéndose en Heilbronn con Oxenstierna. El camino del Cardenal-Infante a Bruselas quedaba expedito y los católicos recuperaban la iniciativa en la Guerra de los 30 Años. 

Batalla de Nördlingen, por Jacques Courtois

-El comienzo del desmoronamiento de Suecia y el avance católico

Si algo demostró la batalla de Nördlingen fue que el ejército sueco, que se había enseñoreado de los campos de batalla alemanes con sus innovadoras tácticas, no era aún rival para las veteranas tropas españolas, que seguían siendo las mejores en Europa. Suecia tuvo que abandonar todas sus posiciones al sur del río Meno, perdiendo el sur de Alemania. Oxenstierna improvisó en dicho río una línea defensiva pero sus aliados empezaban a darle la espalda. Piccolomini marchó sobre Schweinfurt mientras que Isolano destruyó la fábrica de armamento Suhl, que proporcionaba armas a los suecos desde su llegada a Alemania. A continuación se dirigió a Hesse, tomando la ciudad de Hersfeld. Los imperiales avanzaron hacia el oeste, tomando Stuttgart el 19 de septiembre, mientras los españoles seguían su camino a Bruselas, donde llegarían a comienzos de noviembre y el ejército del duque de Lorena se hacía con el Bajo Palatinado. 

Gallas no dudó en explotar tanto la victoria de Nördlingen como el derrumbe posterior. De esta forma cayeron Nuremberg, Wurzburg, Maguncia... los católicos parecían imparables. La Liga de Heilbronn envió emisarios a Francia solicitando su intervención contra España y el emperador a espaldas de Oxenstierna. El canciller sueco estaba notablemente deprimido y afectado, tal esa así que escribió a Johann Baner: "No quiero seguir luchando, sino dejarme llevar adonde la marea me lleve... somos odiados, envidiados y hostigados", según relata Michael Roberts en su obra Oxenstierna in Germany. Guillermo de Hesse-Kassel, uno de los principales aliados de los suecos, escribía que la única opción que le quedaba a la Liga de Heilbronn era mirar hacia la católica Francia, queriendo incluso nombrar emperador al rey francés para así garantizar las libertades alemanas.  

Oxenstierna convocó a la Liga en Worms el 2 de diciembre y el resultado fue desolador para el canciller. Casi nadie quería seguir luchando al lado de los suecos, pues se habían revelado incapaces de superar a los españoles. Una facción optaba por la ya mencionada opción francesa, mientras que otra, encabezada por Hesse-Darmstadt y Sajonia, abogaba por la paz con el emperador. Los éxitos durante el invierno de las tropas imperiales debilitaban la posición negociadora de los protestantes. Pero Francia ya había aceptado la intervención prometiendo un pago de 500.000 libras a la Liga de Heilbronn, en la cual no se incluiría Suecia. También el envío de 12.000 soldados, mercenarios no franceses, y todo ello a cambio de Alsacia, Constanza y Breisach.

Tras el colapso de Nördlingen los suecos cedieron a los franceses todas sus posesiones en Alsacia, salvo Benfeld. El mariscal La Force avanzaba al frente de un ejército de 20.000 soldados sobre Mannheim a finales de diciembre con el objetivo de auxiliar a Bernardo. Para enero de 1635 los imperiales lograron tomar Philippsburg venciendo la defensa de los soldados franceses que la guarnecían. Poco después, junto a tropas españolas, aprovecharon que el Rin estaba congelado para cruzarlo y dirigirse contra Espira, mientras que el duque de Lorena avanzó por Breisach y conquistó Mömpelgard, amenazando de esta forma Alsacia. 

La Force se vio obligado a abandonar Heidelberg ante tamaña amenaza. Mientras tanto, el tratado franco-holandés se renovó el 8 de febrero, y el ejército francés, bajo el mando del cardenal La Valette, que debía ayudar a los holandeses, tuvo que desviar recursos para auxiliar a La Force, quien finalmente se debía retirar a Metz ante el empuje del ejército del duque de Lorena. Las artimañas francesas seguían en marcha mientras que en el congreso de Worms del 17 de febrero los luteranos aceptaban la Nota de Pirna, aunque los calvinistas la rechazaban de pleno. 

La Nota de Pirna era un acuerdo que ya se venía fraguando desde el verano anterior. Ofrecía grandes ventajas tanto a los sajones como a los imperiales y bávaros. Sajonia obtendría plenos derechos sobre Lusacia, el Electorado del Palatinado se cedería a Baviera y el nuevo ejército, bajo un mando único, aglutinaría a las tropas imperiales, sajonas y bávaras. Juan Jorge de Sajonia se convertía ahora en un importante aliado del emperador. Y todo esto a pesar de que el principal confesor de Fernando II, el teólogo Lamormaini, rechazó junto a otros 6 religiosos aquellos acuerdos de paz. Pero la mayoría se hallaba resuelta a buscar la paz en el Imperio, así que se buscaron no solo acuerdos con Sajonia, sino también con Brandeburgo, quien se encontraba en pleitos con los suecos por el asunto de Pomerania. 

Por su parte España buscaba reunir el máximo número de tropas posibles en los Países Bajos y obtener una decisiva victoria contra los holandeses que les forzara a una negociación de paz. Esta fue la decisión del Consejo de Estado a comienzos de 1635. Mientras esto se deliberaba en España, el elector de Tréveris se echaba en los brazos de los franceses, lo que alarmó sobremanera a los españoles que enviaron una fuerza de 1.200 soldados desde Luxemburgo para apresar al elector Phillip Christoph von Sötern, algo que sucedió el 26 de marzo. Era la excusa que necesitaba Francia para declarar la guerra formalmente a España. El rey Luis XIII, en una sobreactuación sin precedentes, se mostró profundamente indignado con este hecho y argumentó que debía tomar las armas para vengar esa afrenta. 

El ejército imperial por su parte marchó sobre Coblenza en abril y expulsaron a los franceses de las posesiones que los suecos les habían cedido tan solo unos meses antes. La pequeña fuerza francesa pudo refugiarse en la fortaleza de Ehrenbreitstein, donde resistiría durante más de 2 años. El 27 de abril el canciller Oxenstierna se reunió con el cardenal Richelieu en Compiegne buscando tener el protagonismo de antaño, pero era evidente que Francia no quería subordinarse a los suecos, difíciles de manejar, y menos cuando ya tenían el apoyo de los príncipes que querían seguir la guerra contra el emperador, por lo que el resultado del tratado fue un acuerdo de asistencia mutua y la imposibilidad de negociar una paz por separado de ambas potencias. 

Finalmente el 30 de mayo de 1635 se hizo pública la Paz de Praga, ante la alegría de la mayoría de los alemanes, ansiosos por el fin de una guerra que ya había derramado demasiada sangre. Los ejércitos de Sajonia, que ocupaban gran parte de Silesia, pasaron en el acto a formar parte del ejército imperial, lo mismo que las tropas bávaras. Todos aquellos que se opusieron a la paz, como el caso de Guillermo de Hesse-Kassel, fueron perseguidos inmisericordemente. La pacificación buscada por el emperador contrastaba con la postura beligerante que España y Francia esgrimían. 

La paz en el imperio fue celebrada en la corte española, ya que Olivares pensaba que ahora el emperador podía tener las manos libres para devolver la ayuda prestada por España. El conde duque había presionado durante años al emperador para que mandara fuerzas en apoyo de los españoles en los Países Bajos y ésta era la ocasión perfecta. Pero las hostilidades de Francia a España dieron al traste con todo esto. Richelieu exigió la liberación del elector de Tréveris pero Bruselas fue tajante y se negó en rotundo, provocando así la declaración de guerra de Francia. 

   LA FASE FRANCESA

-Los preparativos franceses para la guerra

Cuando Francia le declaró la guerra a España contaba con un numeroso ejército compuesto por unos 70.000 infantes y 10.000 caballos. La población francesa casi triplicaba a la española, por lo que siempre podría reclutar hombres, pero la inmensa mayoría de sus fuerzas eran tropas bisoñas y de muy baja calidad. No obstante no hay que olvidar que Francia llevaba 40 años sin intervenir de manera efectiva en una guerra contra otro país. Todas sus acciones se habían centrado en intervenciones puntuales como las de MonferratoMantua, donde apenas habían tenido que combatir. Además el gasto para mantener al ejército aquel año ascendió a 16,5 millones de táleros, lo que suponía un esfuerzo demasiado grande para las arcas francesas. 

La idea que tenía Richelieu era la de lanzar un golpe rápido sobre los Países Bajos y las posiciones españolas de Italia y la Valtelina, pero una cosa era trazar planes y otra bien distinta llevarlos a la realidad. Lo cierto es que Francia contaba con un ejército poco preparado, empezando por sus oficiales y continuando por unos soldados que penas sabían lo que era el combate, por lo que durante los primeros años de su intervención en la guerra, las derrotas serían la tónica habitual en el numeroso pero poco talentoso ejército francés. 

Al problema de la escasa formación y preparación de los soldados franceses se unían los habituales problemas económicos de todo reino que entraba en guerra. La Francia de Luis XIII no se diferenciaba mucho de la España de Felipe IV; se gastaba más de lo que se ingresaba y se mantenía el reino a base de la Guerrra préstamos. Tal y como afirma Richard Bonney en su obra Louis XIII, Richelieu and the royal finances, solo entre 1620 y 1644 se solicitaron préstamos por un valor de 700 millones de libras y un coste para la corona de 172 millones. Esto sin duda era algo que solo se pudo sostener durante un tiempo gracias a la sobreexplotación de la ya maltrecha población francesa, machacada sin piedad a impuestos de todo tipo. Richelieu llegó a introducir un nuevo impuesto llamado Subsistance, cuyo fin era el mantenimiento de los ejércitos. A diferencia de España, Francia sí aseguraba que sus ejércitos cobrasen sus pagas y de que el gasto militar fuera realmente a donde debía ir. 

-La respuesta de los Habsburgo. Primeras acciones de Francia

El emperador no se tomó bien la declaración de guerra de Francia. Esperaba que el catolicismo de Luis XIII acabase por limar asperezas pero en la Francia de Richelieu no importaba tanto la religión como el poder del reino. Los intereses de Francia habían corrido durante buena parte del siglo XVI y XVII en dirección contraria de la iglesia católica, no dudando un instante en apoyar al turco si eso convenía al reino. Eso chocaba con la política de los Habsburgo, siempre centrada en la religión, más aún en el caso de España, que ya había demostrado lo erróneo de muchas de sus acciones en los años anteriores, como el apoyo a Luis XIII en sus guerras internas de religión. 

Al poco de la declaración de guerra el embajador imperial en Francia se marchó en señal de protesta. Si bien no se habían roto las hostilidades entre el Imperio y los franceses, era ingenuo pensar que en realidad no había una guerra en marcha por parte de Luis XIII contra el emperador. Desde los inicios de la Guerra de los 30 Años los franceses habían aportado ingentes cantidades de dinero a los protestantes, e incluso habían movilizado sus tropas para hacer valer sus intereses y pretensiones territoriales. Fernando II confiaba en que esta guerra entre España y Francia no fuese más allá de unas cuantas escaramuzas y que la situación se resolviese en poco tiempo. 

Fernando autorizó la colaboración con España pero tan solo circunscrita a los territorios alemanes. España ya había reclutado en febrero de 1635 8.000 soldados alemanes, y tras la declaración de guerra Gallas envió un contingente de 5.000 jinetes croatas. De igual forma se envió a Lombardía un ejército de casi 10.000 hombres y se reforzó a Piccolomini hasta disponer éste de una fuerza de más de 20.000 hombres con la que ayudar al Cardenal-Infante. La fuerza con la que había llegado a Bruselas era de algo más de 11.500 hombres, que se integraron inmediatamente en el ejército de Flandes. 

El 22 de mayo se produjo el primer encuentro serio entre fuerzas españolas y francesas cuando un pequeño contingente español al mando de Tomás de Saboya era derrotado por un superior ejército francés en Avesnes cuyo objetivo era reunirse con los holandeses en Namur. Tras la reunión de ambos ejércitos, los cuales sumaban una fuerza de cerca de 50.000 hombres, éstos se dirigieron a Tirlemont, tomándola el 9 de junio. Estas rápidas victorias no eran sino un espejismo, ya que el ejército español no se había movilizado aún. Además los actos de pillaje de los franceses escandalizaron a los holandeses y reforzaron la posición proespañola de los valones. No se veía un nivel así de destrucción desde los tiempos de Mansfeld en el Palatinado. 

Plano de Lovaina

Acto seguido el ejército franco-holandés se puso con el sitio de Lovaina el 24 de junio de 1635. Esto fue otro cantar. Ya no se trataba de enfrentarse a una minúscula fuerza que pretendía cortarles el paso, o el saqueo de una pequeña villa. La defensa de Lovaina estaba a cargo de Grabendonk y sus 4.000 infantes. Sus murallas eran formidables y las tropas españolas además presionaban en su retaguardia cortando las líneas de suministros de los sitiadores. El ejército franco-holandés, bajo el mando conjunto de Federico Enrique y Gaspar de Coligny se dividió atacando los franceses por el sur y los holandeses por el norte. El 2 de julio un cuerpo imperial bajo el mando de Piccolomini se reunía en Bruselas con 22.000 infantes y 12.000 caballos. La posición franco-holandesa era insostenible y el 4 de julio levantaban el asedio tras perder más de 8.000 hombres, 20 cañones, casi toda la munición y pertrechos y 247 banderas. 

Para hacerse una idea del desastre que supuso para lo franceses entrar en un auténtico combate basta con ver las cifras de su ejército en mayo. Éste contaba con 22.000 infantes y 4.500 caballos, mientras que en julio, tras levantar el asedio apenas contaban con 13.000 infantes y 4.000 caballos. Durante el transcurso del verano el ejército galo se iría deshaciendo como un azucarillo hasta no alcanzar los 8.000 infantes y 2.000 caballos en septiembre. Federico Enrique se quedó enormemente decepcionado por la pésima calidad de las tropas francesas, y trató en solitario de tomar Geldern, en la margen derecha del río Mosa, al sur de Cléveris.

Resultó un fracaso total, no solo por no poder tomar la villa sino porque una fuerza de 1.300 veteranos españoles tomó al asalto la fortaleza de Schenkenschans, en la orilla sur del Rin y al norte de Cléveris. La conquista el 26 de julio de una posición considerada inexpugnable en aquella época fue un mazazo para los holandeses que se empezaron a replegar rápidamente mientras que los franceses se retiraban hacia el río Mosa. De este modo el Cardenl-Infante y Piccolomini, con un ejército de unos 40.000 hombres avanzaron sobre el curso del Mosa y tomaron Cleves, Helmond, Goch o Eindhoven, entre otras, mientras Federico Enrique observaba con impotencia aquella demostración de fuerza. 

-La campaña en el Rin y el final de año

Las hostilidades se iniciaron al poco de declararse la Paz de Praga. Durante todo la última mitad de 1634 el emperador había tentado a Bernardo de unirse a sus filas, pero los franceses le hicieron una oferta demasiado importante: le otorgarían Alsacia y dinero para levantar y mantener un ejército de 12.000 hombres con el que reforzar sus tropas. Las tropas imperiales no habían podido parar a Bernardo ni atraerlo a su causa, lo que propició que los suecos siguieran en lucha. Ante esta situación el archiduque Fernando se unió a las fuerzas de Gallas y, con un ejército de 20.000 hombres, se lanzaron a la toma de las posiciones suecas en el Rin.

Mientras Gronsfeld, con su ejército procedente de Baviera, avanzó sobre la margen derecha del Rin, el archiduque y Gallas lo hicieron contra la izquierda, cayendo sobre Maguncia y Saarbrücken, defendidas con 6.000 soldados de Bernardo. La campaña de verano fue con gran éxito, rindiéndose el castillo de Heidelberg el 24 de julio, la ciudad de Fráncfort el 21 de agosto y Mannheim el 10 de septiembre de 1635. Francia temía un derrumbe de las fuerzas de Bernardo, por lo que envió al mariscal La Valette con parte de las tropas del ejército de Lorena. Nuevamente se demostró la incapacidad de las tropas francesas; el setenta por ciento de las tropas de La Valette desertaron ante la falta de suministros y los enfrentamientos con los imperiales. Además los de Hesse no se mostraron muy receptivos con los católicos franceses, por lo que La Valette se retiró hacia Metz a comienzos de septiembre. 

A mediados de septiembre Gronsfeld cruzó el Rin con sus hombres y se unió a Gallas para caer contra Lorena y restablecer la situación anterior a la invasión de este ducado por parte de los franceses en 1632. El duque de Lorena atacó en junio desde Breisach por lo que Francia tuvo que movilizar un ejército de mercenarios suizos para detener la invasión. Su propia hermana, Henriette de Phalsbourg, participó en los combates disfrazada de hombre. Mientras esto sucedía Gallas había entrado en Lorena por el norte a finales de septiembre y La Valette, La Force y Bernardo le salían al encuentro en Moyenvic a mediados de octubre. Bernardo y Francia firmaron una alianza en Saint-Germain-en-Laye a finales del mismo mes. 

Mientras esto sucedía el invierno hizo mella en los campamentos de los imperiales y del ejército franco-alemán de Bernardo. Al frío se le sumaron el hambre, ya que un territorio tan exiguo no podía abastecer a tantos hombres, y la peste. La llegada del duque de Lorena al campamento imperial agravó la situación y, ante la imposibilidad de mantener el ejército se retiró dejando atrás la artillería ya que los caballos que la portaban habían servido de alimento. Se calcula que ambos contendientes perdieron unos 10.000 hombres entre muertos y desertores, pero al menos se evitó que Bernardo pudiera socorrer Maguncia, que capituló a comienzos de 1636, perdiendo de esta forma los suecos el último enclave relevante que conservaban en el Rin. 

El año 1635 acababa con la retirada del ejército francés de los Países Bajos, quien pudo ser devuelto a su reino gracias a la marina holandesa, y el ejército de Federico Enrique al borde del colapso. También se habían debido retirar de Alemania y, a pesar de conservar Lorena, el número de efectivos perdidos era tan abultado que en París los temores a una invasión hispano-imperial se extendieron como la pólvora, conscientes de la debilidad de su ejército. Se había demostrado que los franceses, a pesar de lo abultado de su número, no eran rival para las veteranas tropas españolas o del imperio. 

Cardenal Richelieu, por Robert Nanteuil

El Cardenal-Infante en Nördlingen


Archiduque Fernando


Bernardo de Sajonia-Weimar










2 comentarios:

  1. Interesante artículo. No me hacía a la idea de que los franceses hubieran estado en paz durante tantos años 40. El triple de población. Hoy día no tenemos tanta diferencia de población, curioso.

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    1. España siempre fue un reino bastante despoblado. En el reinado de los Reyes Católicos se calcula que la población ascendía a unos 5 millones y medio de personas. Durante el siglo XVI la emigración a América, las enfermedades como el tifus en 1557, las neumonías de 1580 o la peste en 1596, además de las constantes guerras, diezmaron la población. Lo mismo ocurrió en siglo XVII.
      En cambio Francia, a finales del siglo XV tenía una población de casi 20 millones de habitantes, mismas cifras que a comienzos del siglo XVII.
      Francia se pasó toda la segunda mitad del siglo XVI inmersa en sus guerras religiosas. Además en 1610 los católicos franceses se tuvieron que enfrentar con las revueltas de hugonotes cuyo fin fue la toma de La Rochelle por parte de las fuerzas de Luis XIII. Este periodo de inestabilidad interna llevó a que Francia solo se inmiscuyese en conflictos europeos de manera muy puntual y a nivel económico en la mayor parte de los casos.

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