La Jornada de Túnez

 


El 21 de julio de 1535 las fuerzas imperiales del César Carlos V entraban en la plaza de Túnez, que había sido tomada por el corsario Barbarroja un año antes tras deponer a Muley Hassan, vasallo de España, acabando momentáneamente con la amenaza corsaria en la zona. 

Durante el verano de 1534 los corsarios otomanos suponían un grave peligro en el Mediterráneo Occidental, destacando entre todos ellos, Jeireddin Barbarroja, quien consiguió aglutinar bajo su mando una potente fuerza berberisca y la puso al servicio del sultán Solimán I, llamado El Magnífico. La situación empeoró ostensiblemente tras la captura de Túnez por parte de Barabarroja, en agosto de 1534; los ataques de los corsarios otomanos se incrementaron de tal forma, que muchos pueblos costeros de España e Italia tuvieron que ser abandonados ante la imposibilidad de protección, mientras otros gastaban ingentes cantidades en mejorar sus defensas ante un eventual ataque. 

La situación era tan crítica, que el rey Carlos I de España hubo de convocar a su Consejo de Guerra para decidir cómo solventarla. Para ello solicitó la ayuda de otras naciones que estaban viendo sus intereses amenazados por la actividad corsaria otomana. De este modo se le unieron Portugal, la República de Génova, los Estados Pontificios y la Orden de Malta. Venecia, que también había visto atacadas algunas de sus poblaciones, decidió no intervenir puesto que aún estaba vigente un pacto de no agresión firmado con el Imperio Otomano décadas antes. De este modo, durante el invierno de 1534-1535, se desarrolló una febril actividad en los puertos de Barcelona, Génova, Lisboa o Amberes, Todos los preparativos estaban encaminados a poner en circulación una gran armada que llevase al poderoso ejército que el rey español iba a llevar consigo para recuperar Túnez.

El Socorro de Thionville

 


El 7 de junio de 1639 una fuerza hispánica imperial, bajo el mando de Octavio Piccolomini, lograba derrotar al ejército francés de Isaac Manasses de Pas, marqués de Feuquières, que había entrado en Luxemburgo y había puesto bajo asedio la plaza de Thionville. 

Francia había entrado en la Guerra de los Treinta Años en 1635, tras asistir a la derrota de los ejércitos protestantes en Alemania. La Batalla de Nördlingen había supuesto el derrumbe de las fuerzas germano-suecas de Gustav Horn y Bernardo de Weimar; el ejército hispánico que había marchado desde Italia para conducir al infante cardenal, don Fernando de Austria, a los Países Bajos, de los que había sido nombrado gobernador, había auxiliado a las fuerzas imperiales y de la Liga Católica en Nördlingen, dando una lección de poderío y eficacia, y había acabado con el mito de la invencibilidad sueca. 

Francia tenía miedo de que la Casa de Austria se acabara imponiendo a los protestantes, y con ello, quedar atrapada entre los dominios de la Monarquía Española y del emperador. De este modo, y esgrimiendo el peregrino argumento de que España preparaba la detención del elector de Tréveris, declaró la guerra a España como método preventivo. Francia iba a entrar en la guerra en favor de las fuerzas protestantes, a pesar de ser un país con un rey católico, sustituyendo a Suecia como potencia dominante. La alianza entre Suecia, Holanda, Hesse y Francia no era nueva, ya que los franceses habían aportado grandes sumas de dinero a la causa protestante, pero ahora entraba de lleno en la guerra y ponían en circulación una fuerza imponente compuesta por 70.000 infantes y 10.000 caballos, aunque la mayoría de ellas eran fuerzas bisoñas. 

Del Viaje a Flandes del Cardenal-Infante (Parte III)


 - De la memorable Batalla de Nördlingen

Tras tener noticias de la llegada del ejército protestante de Gustav Horn y Bernardo de Weimar, y la resistencia que mostraba la ciudad de Nördlingen, hubo una reunión del Consejo de Guerra en la tienda del Rey de Hungría, decidiendo un nuevo asalto, para lo que el rey pidió al Infante Cardenal mil hombres. "Cien españoles del Tercio de Don Martín de Idiáquez, cien del conde de Fuenclara, cien napolitanos del Príncipe de San Severo, y cien del marqués de Torrecuso, trescientos alemanes del conde de Salm y otros trescientos alemanes del coronel Wormes, y por cabo de todos a Pedro de León, teniente de maestre de campo general". 

Mientras tanto, el duque de Lorena, junto con Gallas, el marqués de Leganés, Piccolomini y otros, fueron a reconocer el terreno por donde llegaba el enemigo. A eso de las cuatro de la tarde apareció el enemigo asomando entre dos bosques al suroeste de la posición católica, por lo que "se tocó vivamente arma por todas partes". Su Alteza salió a la plaza de la armas de manera inmediata y el rey de Hungría lo hizo dos horas después, apresurándose a formar sus escuadrones. Se mandaron caballos para retrasar el avance del enemigo y más tarde se conoció que los protestantes querían tomar la colina que se encontraba en el flanco izquierdo del campo católico, "que era el puesto más eminente de todo este distrito, y que dominaba a todos nuestros batallones, para facilitar más el socorro de Nördlingen y obligar al ejército de su Alteza a retirarse del puesto donde estaba".

Es por ello que el infante cardenal ordenó al marqués de Leganés que se tomase un bosquecillo que servía de falda a la colina del Albuch. De esta forma se envió a Francisco de Escobar, sargento mayor del conde de Fuenclara con 200 mosqueteros de su tercio y dos capitanes, y viendo que era poca gente y que el enemigo estaba cerca y era muy numeroso, se enviaron otros 200 mosquetes del tercio de Gaspar de Toralto y otros 200 borgoñones con algunas compañías de dragones bajo el mando del capitán Pedro de Santa Sicilia. Mientras esto sucedía seguía la escaramuza de la caballería imperial contra la protestante que, aprovechando su gran superioridad numérica, logró hacerse con la posición ya al anochecer. 

Guerreros: El Gran Duque de Alba (Parte II)

 


Mientras la influencia de Ruy Gómez crecía sobre la figura de Felipe, el recelo de éste hacia el duque de Alba iba en aumento. De esta forma, y aprovechando el intento de invasión francesa de los Países Bajos, a finales de 1554, rechazado finalmente por las tropas de Carlos y la entrada de una nueva fuerza en el Piamonte, bajo el mando de Charles de Cossé, conde de Brissac, Felipe convenció a su padre para que mandase al duque a poner en orden los asuntos en Italia. 

Allí fue el duque a comienzos de 1555, teniendo que hacer frente no solo a los franceses, sus enemigos externos, sino a las maquinaciones de sus enemigos en la Corte, especialmente el vil Ruy, quien hizo todo lo posible para privarle de fondos y hombres para su campaña en Italia. Y es que ya antes de la partida del duque, a los soldados acantonados en el Estado de Milán se les debía, en concepto de pagas atrasadas, se les debía la desorbitante cantidad de 600.000 ducados. No solo no se le fueron entregadas estas cantidades, sino que apenas se le asignaron 200.000 ducados a última hora, pues uno de sus más fieles partidarios, Francisco de Eraso, se había pasado al bando de Ruy e intentó todo lo que estuvo en su mano para que no le llegasen esos dineros. 

Mientras el duque se reunía en Augsburgo con el rey Fernando, las intrigas continuaban en la Corte, negándole incluso su propio sueldo de 12.000 ducados. Llegado a Innsbruck envió una carta a Felipe advirtiendo de que no tomaría posesión de sus cargos en Italia a menos de que se le abonaran las cantidades prometidas. En vistas de la situación, Alba trató de conseguir dinero de todas las formas posibles, tanto en Italia, a través de Bernardino de Mendoza, como en sus posesiones en España, desarrollando una gran actividad agrícola en sus tierras. 

La Pacificación de Gante y el Edicto Perpetuo

 


El 8 de noviembre de 1576 se firmaba el acuerdo conocido como la Pacificación de Gante, un acuerdo alcanzado por todas las provincias de los Países Bajos, tanto las rebeldes como las leales a la Corona, por el cual se determinaban las condiciones en las que se firmaría una paz con la Monarquía Española, para poner fin de esta manera a la guerra que había comenzado en 1568.

La invasión rebelde de 1572, tras la toma por parte de los Mendigos del Mar de las villas de Brielle, Flesinga o Dordrecht, había hecho crecer como la pólvora la rebelión en los Países Bajos. Guillermo de Orange y su hermano vieron la oportunidad de lograr lo que no habían podido en 1568. Tres fueron los ejércitos rebeldes que penetraron en los Países Bajos; por el norte avanzó Guillermo de Berg, el príncipe de Orange lo hizo por el centro, mientras que Luis de Nassau junto al almirante Coligny avanzó por el sur desde Francia. El Gran Duque de Alba tuvo que redoblar sus esfuerzos para contener el desastre, sin los fondos necesarios y con la sombra del duque de Medinaceli, Juan de la Cerda, que había llegado en teoría para sustituirle.

Pero Medinaceli, conocido por su carácter apacible y comedido, no se entendió desde el primer momento ni con Alba ni con las tropas españolas, que le consideraban débil e incapaz de hacer frente a una situación como la que se venía encima, así que, hastiado, regresó a España. Esta vez Felipe II encontró en el gobernador de Milán, Luis de Requesens, la figura que debía apaciguar mediante la diplomacia el indómito escenario de los Países Bajos. Como mentor de Juan de Austria, estuvo en la Guerra de las Alpujarras o en la Batalla de Lepanto a su lado, lo que le dotaba de buenos conocimientos militares, pero sus años de embajador ante la Santa Sede también le habían conferido un talento diplomático bastante grande.

Los Tercios: El Tercio de Cerdeña



Los orígenes del Tercio de Cerdeña son bastante confusos, pudiendo utilizarse al principio el nombre de Tercio de Córcega o de Bracamonte, debido a que sabemos que fue Córcega su primer destino, bajo poder de la República de Génova, aliada de España, donde se estaban produciendo una serie de revueltas pagadas con dinero de Francia, que había tenido que renunciar a sus pretensiones sobre la isla tras los acuerdos de Cateau-Cambresis, en 1559. 

El líder de estas revueltas era un tal Sampietro Corso que, como se ha dicho, con la ayuda francesa había logrado levantar un pequeño ejército que amenazaba el control genovés sobre la isla. En sus pretensiones de poder, no había dudado en contactar con el Turco prometiéndole puertos en el territorio desde donde amenazar las posesiones españoles a cambio de una flota de galeras, pero las negociaciones fracasaron. Sin embargo, desconociendo el alcance de las intenciones de Corso, los españoles se tomaron muy en serio la amenaza que representaba, por lo que Felipe II se decidió a levantar una fuerza en Italia y enviarla a Córcega. 

Las revueltas de 1564 en Córcega suponían una clara amenaza al equilibrio de poderes por lo que, tras finalizar la recuperación del Peñón de Vélez de la Gomera el 6 de septiembre de 1564 por García Álvarez de Toledo, marqués de Villafranca y virrey de Cataluña, quien contaba con unas 150 embarcaciones, incluyendo más de 90 galeras, el rey ordenó el envió de parte de la tropa que había sido usada en aquella empresa, para poner en buen orden Córcega. Mientras esto sucedía, una fuerza de 1.500 infantes lombardos se había levantado en Cremona bajo el mando del capitán Lorenzo Suárez de Figueroa, quien acudió a Córcega para auxiliar a los aliados genoveses contra los rebeldes. 

El Asedio de Leiden

 


El 3 de octubre de 1574 un ejército hispánico comandado por Francisco Valdés ponía fin al asedio sobre Leiden, iniciado unos meses atrás. La ciudad no pudo ser tomada debido a la apertura de los diques que la rodeaban, provocando la llegada del ansiado socorro de los defensores, pero también la ruina económica de la ciudad. 

En el marco de la Guerra de los Ochenta Años, los avances rebeldes de 1572 en Holanda habían logrado conquistar la ciudad de Leiden, un enclave estratégico en la Holanda meridional. Era sin duda la ciudad más importante de la región, y servía de puente con la Holanda septentrional, estando a poco menos de 50 kilómetros de Ámsterdam o Haarlem. Ahora disponían de un puñal en el corazón de la región, pudiendo moviliza tropas hasta Zelanda sin apenas oposición. Tras esto, la práctica totalidad de Holanda, a excepción de Amsterdam y un puñado de ciudades más, y Zelanda, estaban en manos de los rebeldes. 

Los rebeldes lanzaron una campaña muy fuerte ese año. Desde el sur, Luis de Nassau, hermano del estatúder Guillermo de Orange, avanzó con sus fuerzas sobre Henao y Artois, mientras que Guillermo IV, conde van den Bergh, avanzó sobre Güeldres y el norte de los Países Bajos, con intención de llegar hasta Frisia. Mientras, Guillermo de Orange avanzaría sobre Limburgo, y de ahí acometería contra Brabante y Flandes, en una especie de golpe al corazón de los Países Bajos españoles. El duque de Alba, en ese momento gobernador de los Países Bajos, emprendió una serie de campañas para recuperar lo arrebatado por los rebeldes. Su éxito fue casi total, con asedios tan importantes como el de Haarlem o Mons

Del Viaje a Flandes del Cardenal-Infante (Parte II)

 


Habiendo llegado el duque de Feria a Baviera, su estado de salud deterioró rápidamente por los grandes padecimientos que había pasado durante aquel invierno, muriendo finalmente el once de enero de 1634 en la ciudad de Múnich. Las semanas de enero fueron empleadas por su Alteza para trata de reunir el mayor número de fuerzas posibles con las que pasar a Flandes, mandando hacer levas en Nápoles y Milán de infantes y caballería. El príncipe Doria levantó un tercio en sus tierras, y desde Alemania y Borgoña se enviaron dineros para las correspondientes reclutas. 

De esta forma envió dinero y dos mil caballos alemanes al emperador a cambio de cuatro mil caballos húngaros. Desde Madrid se envió al marqués de Leganés a Italia para acompañar a Fernando de Austria y hacerse cargo del ejército del duque de Feria, y a Martín de Idiáquez se le nombró maestre del tercio de Juan Díaz Zamorano. En febrero su Alteza intervino diplomáticamente para solventar las diferencias que había entre el duque de Saboya y la República de Génova. A finales de marzo llegó a Milán el hermano del rey de Polonia, Ladislao, que además era primo hermano de Fernando, "a quien hospedó magníficamente en Palacio, y comieron algunas veces juntos; estuvo doce días, y su Alteza le presentó seis caballos con ricos aderezos y otras cosas curiosas y de valor". 

Mientras que el príncipe Tomás de Saboya había partido a Flandes a servir al rey, su mujer se trasladó a Milán, otorgándole una paga de dos mil quinientos escudos al mes. El 4 de mayo llegaron a Milán el duque de Lorena y su mujer, tras la captura de Nancy, celebrando el vigesimoquinto cumpleaños de su Alteza "fueron juntos a un festín muy lucido que se hizo en casa del conde de Sagra, y el día siguiente, a diecisiete, habiéndoles su Alteza dado muy grandes presentes, partieron a embarcarse a Génova". Ese mismo día llegó el marqués de Leganés a Milán para hacerse cargo del puesto de Gobernador de las Armas, y junto a él acudieron igualmente el maestre de campo Idiáquez y varios soldados particulares. 

Guerreros: El Gran Duque de Alba (Parte I)



Fernando Álvarez de Toledo, III duque de Alba, fue el mejor militar de su tiempo, un auténtico guerrero al servicio de España y de sus reyes, al que la historiografía, principalmente anglosajona aunque también nacional, ha tratado injustamente, en gran parte por sus años como gobernador de los Países Bajos.

Pero lo cierto es que el duque de Alba fue un gran hombre de su tiempo; querido por sus hombres y temido por sus enemigos, un portento del arte de la guerra, con una inteligencia y astucia muy superior a la de sus rivales, lo que le llevó a no arriesgar de manera inútil hombres y recursos, y a vencer en todas las batallas en las que participó. Fue capaz de sacar el máximo partido a los exiguos recursos de los que dispuso, mediante una habilidosa planificación estratégica de todas sus campañas, basando su fuerza en la sorpresa, velocidad y un detallado estudio del terreno, con los que encadenó brillantes victorias a lo largo de cuatro décadas. 

Pero no solo fue un brillante militar, también fue un hombre de extraordinaria cultura, amante de los clásicos como Tácito, a quien leía con ahínco en latín, y del arte, reclutando a lo largo de toda su vida a grandes músicos, pintores y humanistas. Hablaba y leía perfectamente en latín, francés e italiano, y se defendía con soltura en el alemán, lo que le confería un inmenso valor en el terreno de la diplomacia. Fue un hombre con unos profundos valores caballerescos, inculcados por su abuelo Fadrique, y que le guiarían durante toda su vida. En definitiva, estamos ante un hombre de una talla y calado difícilmente comparables, un hombre que hizo del servicio a la Corona el más alto ideal al que un noble podía aspirar, un hombre que empequeñeció a grandes figuras de su tiempo y al que, tanto al final de su vida como después de su muerte, no se le llegó a hacer justicia. 

Del Viaje a Flandes del Cardenal-Infante (Parte I)



"Fallecido el archiduque Alberto, que fue a trece de julio, el año de 1621; y habiendo pocos meses después renunciado la infanta Doña Isabel Clara Eugenia los Estados de Flandes en su sobrino, el Rey Don Felipe, Cuarto de este nombre, quedando su Alteza por gobernadora de ellos, se comenzó en aquellos estados, y a conocer en España cuán importante sería por muchas razones enviar a que los gobernase, a uno de los infantes sus hermanos, Don Carlos o Don Fernando."

Así comienza el Capítulo Primero del Memorable y Glorioso Viaje del Infante Cardenal D. Fernando de Austria, de Diego de Aedo y Gallart. Dada la importancia del cargo y la necesidad de que éste recayera en una persona de la absoluta confianza real y, sobre todo, del prestigio suficiente para el buen gobierno de los Países Bajos, se decidió enviar al cardenal-infante Fernando de Austria, arzobispo de Toledo, decisión publicada en mayo de 1631. A primeros de junio se nombró a los gentilhombres de Cámara, ayudantes, mayordomos, caballerizos, pajes y demás criados. 

Como no pudo salirse en agosto de ese año, se resolvió aplazar el viaje hasta la primavera de 1632. A comienzos de abril de dicho año partió Su Alteza a Barcelona, con la intención de "acabar las Cortes del Principado de Cataluña, que Su Majestad había comenzado el año de 1626 y estaban pendientes". Antes de ello hizo alto en Aranjuez, donde comió con sus hermanos, y con renombrados miembros de la aristocracia. De Aranjuez se dirigió a Valencia, donde llegó el 17 de abril, tras pasar por Almenara, Villar de Cañas, o Requena. Tras ocho días de estancia en Valencia, donde acudió a diversos festejos, partió el 25, entrando en el principado por Tortosa, y llegando a la ciudad de Barcelona el 3 de mayo. 

Batalla de Nördlingen. Análisis de la victoria de los Fernandos.



Entre el 5 y el 6 de septiembre de 1634 los ejércitos hispano imperiales obtenían una contundente victoria en las cercanías de la ciudad alemana de Nördlingen frente al temible ejército sueco y sus aliados alemanes protestantes. Una victoria que supuso, o al menos así se ha vendido, el final del mito de la maquinaria bélica puesta en marcha por Gustavo Adolfo de Suecia, y una inyección de moral en las maltrechas fuerzas del Emperador, que encadenaban una serie de fatídicas derrotas en Breitenfeld, Lech o Lützen. 

En primer lugar hay que analizar el estado del ejército sueco y sus aliados alemanes a finales del verano de 1634. El rey Gustavo Adolfo había muerto apenas dos años antes, en noviembre de 1632, y las tropas suecas habían extendido sus líneas sobremanera, aunque seguían teniendo la iniciativa operacional y el control estratégico. Los protestantes desplegaban en Alemania varios poderosos ejércitos. Por un lado el del mariscal Gustaf Horn, el brillante político y mariscal sueco que se encontraba operando en la región de Suabia. Guillermo, duque de Sajonia-Weimar, se hallaba con sus fuerzas en Turingia, mientras que su hermano Bernardo estaba en Franconia. Estas tres eran las principales fuerzas protestantes en Alemania, pero no las únicas.  

Cristhian I, conde Palatino de Birkenfeld, mantenía un ejército desplegado en las cercanías del Rin, en la región de Renania, mientras que Jorge de Brunswick-Luneburg ocupaba la región de Westfalia. Por su parte, el agrio Arnim se encontraba con sus hombres en Sajonia. Las rivalidades existentes entre los protestantes alemanes y el cada vez más poderoso imperio sueco iban en aumento, a pesar de los incontables esfuerzos del canciller Axel Oxenstierna por mantener la alianza lo más unida posible. Esta dispersión de fuerzas, entre las que hay que contar una cadena de innumerables plazas fuertes guarnicionadas desde Suiza hasta el Báltico, ejercía un control ilusorio sobre Alemania, control que, tras la caída de Wallenstein, general imperial, se pondría en duda por las fuerzas católicas. 

El Socorro español de Irlanda. La campaña de Kinsale (Parte II)

 


El 18 de septiembre de 1601 zarpaba la flota hispana, bajo el mando del almirante general Diego Brochero, desde el puerto de Lisboa con dirección a Irlanda. Como ya se ha indicado, la elección del punto de desembarco sería un tema a tratar durante la propia travesía marítima, lo cual da una idea de cierta improvisación y falta de preparación. De esta manera la responsabilidad del lugar más idóneo donde desembarcar las tropas quedaría a voluntad del maestre de campo Juan del Águila.

Las instrucciones del socorro dadas el 8 de agosto de 1601 en Valladolid por el valido de Felipe III, el duque de Lerma, a Esteban Ibarra reflejan esta falta de organización: "y porque de aquí no se puede dar regla ni orden cierta de la parte y puerto donde sea mejor desembarcar la gente, manda Su Magestad que se remita esto a don Juan del Águila y a don Diego Brochero, dando al primero el principal lugar de elegir, pues lleva a su cargo el efecto que se ha de hazer, y a entrambos tan claras y preçisas órdenes de lo que cada uno toca, que no les quede ningun lugar de competençia por el impedimento y daño que estas cosas suelen causar en semejantes ocassiones". 

La cuestión de la zona de desembarco no era, pues, un tema baladí. Mucho se discutió durante la travesía cuál era el lugar más idóneo. Galway, al oeste de la isla, o Donegal, al noroeste, eran los lugares a priori más interesantes para desembarcar las tropas, pues era donde estaban concentrados los ejércitos irlandeses, sobre todo en Donegal, en el Ulster, donde las tropas de Hugh O´Neill estaban concentradas, lejos del peligro de los ingleses. Se produjeron discusiones entre el maestre del Águila y fray Mateo de Oviedo, que era de la opinión de desembarcar en el Ulster. Sin embargo, las costas del norte de Irlanda no eran del todo conocidas, además de ser difícilmente accesibles. También estaba el problema de que un desembarco en esa región, podría suponer serios problemas a la hora de mover la artillería, dada la orografía del terreno. 

El Socorro español de Irlanda. La campaña de Kinsale (Parte I)

 


El 1 de octubre de 1601 el grueso de la flota española enviada por Felipe III para socorrer a los católicos irlandeses que luchaban contra Inglaterra en la Guerra de los Nueve Años, anclaba en el puerto de Kinsale, al sur de Inglaterra. La ayuda prometida desde España durante años llegaba al fin. 

Y es que desde los comienzos del reinado de Felipe II, Irlanda se constituyó como un escenario de interés para el monarca español, más aún con la intervención a favor del pueblo católico irlandés por parte de la Santa Sede. En Irlanda las tensiones entre los señores católicos de Irlanda y las autoridades inglesas presentes en la isla iban cada vez a más y la situación amenazaba con una revuelta contra el control extranjero. Los ingleses habían establecido a finales del siglo XV, en el este de la isla, una zona fortificada de una extensión de unos 30 kilómetros cuadrados llamada The Pale, o la Empalizada, un terreno llano y fértil entre los montes Wicklow al sur, y la ciudad de Dundalk, al norte, que permitía mantener una buena posición defensiva de guarniciones. 

Desde allí los ingleses trataban de extender su dominio a toda la isla. Y es que durante los siglos XIV y XV las rebeliones irlandesas, los brotes de peste negra, los asentamientos escoceses, y la Guerra de las Dos Rosas, habían dejado casi toda Irlanda en manos de los señores irlandeses que impusieron la cultura y la lengua gaélica irlandesa en sus territorios. Los ingleses se habían servido de uno de los clanes más poderosos de Irlanda para el control administrativo de la isla, los Fitzgerald, del condado de Kildare, pero en 1531 Enrique VIII eligió para el gobierno a los Butler, del condado de Oromond, lo que provocó la rebelión encabezada por Thomas Fitzgerald, X conde de Kildare, la cual fracasó y concluyó con la ejecución de su cabecilla. 

La recuperación de Salvador de Bahía


El 29 de marzo de 1625 la flota de Fadrique Álvarez de Toledo, capitán general de la Armada del Océano, comenzaba el bloqueo naval sobre la ciudad brasileña de Salvador de Bahía, que había sido tomada por los holandeses en 1624. 

San Salvador de Bahía de todos los Santos era una de las principales plazas de los territorios portugueses de la Monarquía Española. Fundada por los portugueses en 1549, tras la expedición de Tomás de Souza, primer gobernador de Brasil, pronto se convirtió en el centro neurálgico del comercio de caña de azúcar y de comercio de esclavos en la región. Tras la incorporación de Portugal a la Corona Española mediante la proclamación en Tomar de Felipe II como nuevo rey, el 15 de abril de 1581, la ciudad siguió desarrollándose como núcleo de capital importancia para los intereses hispánicos, siendo un gran productor, además, de tabaco, palo de Brasil o algodón, por lo que pronto los enemigos de España fijaron sus ojos en ella. 

En 1621 los holandeses habían creado la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales. Los objetivos de esta empresa eran muy claros; expandir el comercio holandés en aguas de tradicional dominio español y emprender la conquista de los territorios brasileños. Tras el fin de la Tregua de los Doce Años, el comercio con América se redujo notablemente, y pronto las Provincias Unidas tuvieron que hacer frente a la escasez de productos altamente demandados y por los que obtenían cuantiosos beneficios, como la caña de azúcar, que había convertido a diversas poblaciones holandesas en las principales refinerías de este producto en Europa. 

El Asedio de Orbetello

 

El 14 de junio de 1646 comenzaban los combates navales entre las flotas francesa e hispánica, la cual había acudido al socorro de la plaza de Orbetello, en la costa de la Toscana, que se encontraba bajo asedio de las fuerzas francesas conducidas por el príncipe Tomás Francisco de Saboya. El asedio se prolongaría hasta el 24 de julio, cuando las fuerzas hispánicas del marqués de Torrecuso lograron levantarlo. 

La Guerra franco-española proseguía mientras que la Guerra de los Treinta Años estaba asistiendo a sus últimos compases. Con este contexto, el cardenal Mazarino planificó una operación para hacerse con el control de los Reales Presidios de la Toscana, con la intención de cortar así las comunicaciones entre las posesiones españolas del Estado de Milán y el Reino de Nápoles, dividir a los príncipes italianos y conseguir que el Papa Inocencio X, cuya política era claramente pro española, retirase su apoyo a Felipe IV. 

El plan de Mazarino consistía en enviar una flota que partiría del puerto de Tolón, el más importante puerto francés en el Mediterráneo, con la intención de desembarcar tropas en las cercanías de la plaza de Orbetello, una importante plaza en la provincia de Grosseto, en la Toscana, y en la isla de Elba, al norte del mar Tirreno. De este modo los franceses podrían cortar las comunicaciones de las posesiones españolas en Italia, preparando así el terreno para la ansiada invasión del Reino de Nápoles, y de paso atraerse el apoyo de la Toscana y de Módena.

Guerreros: Guillén Ramón de Moncada, IV marqués de Aytona



Guillén Ramón de Moncada nació en Barcelona en el año 1615, desconociendo la fecha exacta, en el seno de una de las familias más reputadas de España. Su padre era Francisco de Moncada y Moncada, III marqués de Aytona, y su madre Margarita de Castro y Alagón, de la nobleza zaragozana. Su abuelo paterno, Gastón de Moncada, II marqués de Aytona, había sido caballero de la Orden de Calatrava, consejero de estado del rey Felipe II y virrey de Valencia. 

El marquesado de Aytona alcanzó gran esplendor de la mano de su padre, Francisco de Moncada, además conde de Osona, gracias a sus dotes para las humanidades y la diplomacia, lo que le valió llevar a cabo algunas de las misiones diplomáticas más importantes para el rey Felipe IV y el conde duque de Olivares, de quienes gozaba de la máxima confianza. Desde los Países Bajos hasta Viena, pasando por Cataluña o el Milanesado, ninguna misión diplomática era complicada para él. En Flandes, preparó el terreno para la llegada del Cardenal Infante, y posteriormente ejerció el cargo de gobernador de armas y de mayordomo mayor del propio Fernando de Austria. 

Sin duda la muerte del III marqués de Aytona en 1635, tras lograr los españoles tomar la vital fortaleza de Schenkenschans, fue un duro golpe para la Monarquía Española, ya que era un hombre de vital importancia para los intereses de ésta. La educación del joven Guillén Ramón se desarrolló en Palacio, tal y como le prometió el conde duque al marqués, lo que nos da una idea la notoriedad de la familia Moncada. El 26 de febrero de 1626 Guillén Ramón, que apenas contaba diez años de edad, recibió nada menos que el hábito de la Orden de Calatrava y las encomiendas de Fresneda y Rafales, pertenecientes a la orden, heredando igualmente el título de conde de Osona. 

Las Campañas de Spínola en Flandes: el asedio de Rheinberg



El invierno de 1605-1606 se antojaba tranquilo tras la campaña emprendida por Ambrosio de Spínola durante ese año, y que concluyó con la toma del castillo de Krefeld, tras haber conquistado Wachtendonk y derrotado a Mauricio de Nassau en Mülheim. Es por eso que el genovés decidió viajar a Madrid para planificar la campaña minuciosamente.

Para volver a España Spínola decidió atravesar Francia, siendo recibido con todos los honores por el rey Enrique IV. Aunque ambas potencias no estaban en guerra, Francia siempre estaba presta a perjudicar los intereses españoles y desgastar su poder. Spínola, gran conocedor de los ardides del monarca galo, no se dejó embaucar por el fastuoso recibimiento que le habían preparado. En mitad de la cena celebrada en su honor, Spínola contestó a las insistentes preguntas del rey francés sobre cuáles iban a ser sus planes para la campaña de 1606, afirmando que volvería a invadir la región de Frisia, plenamente consciente de que Enrique no se tomaría en serio aquellas palabras. 

Así ocurrió. Enrique IV, acostumbrado a moverse en la mentira y las intrigas, creyó que Spínola le mentía, y tan pronto éste marchó hacia España, comunicó a los rebeldes holandeses que los españoles no tenían la más mínimo intención de entrar en Frisia. Ya en España Spínola fue recibido como un héroe, siendo colmado de prebendas por Felipe III, quien le hizo miembro del Consejo de Estado y de Guerra. El auge de Spínola parecía imparable desde que en 1604 lograse rendir la ciudad de Ostende tras más de tres años de durísimo asedio. 

Guerreros: Gonzalo Fernández de Córdoba y Cardona

 

El 31 de diciembre de 1585 nacía en el castillo de Cabra, en Córdoba, Gonzalo Fernández de Córdoba y Cardona-Anglesona, bisnieto del Gran Capitán, un hombre llamado a ser uno de los militares más notables y capaces de su tiempo.

Gonzalo nació en el castillo familiar de Cabra. Su padre, Antonio Fernández de Córdoba y Folch de Cardona, era duque de Sessa, Soma y Baena, y el embajador de Felipe II, y más tarde de Felipe III, en Roma en una época muy turbulenta en la ciudad papal, ya que solo en el año 1590 se sucedieron tres papas distintos. Su madre era Juana de Aragón y Córdoba y, por tanto, Gonzalo pertenecía a uno de los linajes más importantes de España, pero el ser el tercer hijo del matrimonio, sus posibilidades de heredar eran nulas.

De este modo el joven Gonzalo se esmeró en recibir una educación militar que le permitiera hacer carrera en las armas. En 1607, un año después de que su padre falleciera, el joven Gonzalo fue sometido a las pruebas para ingresar en la Orden de Santiago y para el año 1612, marchó a Italia de la mano de Álvaro de Bazán y Benavides, II marqués de Santa Cruz, e hijo del gran marino que nunca conoció la derrota. En Italia se destacó en la defensa del Mediterráneo, teniendo especial importancia su participación ese año en el ataque a La Goleta, donde la flota española logró incendiar a la berberisca. 

Las Campañas de Spínola en Flandes: Mülheim y Wachtendonk


A comienzos del otoño de 1605 el Ejército de Frisia de Ambrosio de Spínola proseguía su avance buscando nuevos objetivos que tomar; de esta forma, tras derrotar a las fuerzas de Mauricio de Nassau en Mülheim, conquistaba la importante ciudad de Wachtendonk, que servía de nudo comunicaciones con los protestantes de los territorios alemanes, y el castillo de Krefeld, poniendo así la guinda a la brillante ofensiva emprendida por el general genovés. 

Tras la toma de Lingen, el 19 de agosto de 1605, Spínola desplegó unas partidas de caballo ligeros al objeto de vigilar los movimientos de las fuerzas de Mauricio de Nassau, que había cerrado el paso sobre Frisia desplegando sus fuerzas en Coevorden, a menos de 70 kilómetros al oeste de Lingen. Tras unas pequeñas escaramuzas entre las vanguardias de ambos ejércitos, Spínola no quiso arriesgar sus fuerzas y decidió dirigirse al sur, hacia la villa de Oldenzaal, conquistada por las tropas hispánicas a comienzos de agosto. El 14 de septiembre llegaron a la ciudad y el general genovés dio unos días de descanso a sus agotadas tropas, que habían permanecido en movimiento desde el inicio del verano. 

Tras reforzar las nuevas conquistas, Spínola se dirigió más al sur, recorriendo casi 100 kilómetros en pocos días para alcanzar la ciudad de Dorsten, en el Obispado de Münster. Mauricio, que seguía sus pasos desde el oeste a una distancia prudencial, se internó en el ducado de Cléveris con la intención de tender una emboscada al Ejército de Frisia. Spínola, tras consultar sobre la posibilidad de tomar Rheinberg con los maestres de campo Juan de Meneses y Pompeo Giustiniano, y con su segundo, el conde de Bucquoy, optó por expugnar la ciudad de Wachtendonk ante la gran dificultad que suponía la primera.

Los Tercios: El Reclutamiento


Desde su creación, oficialmente con las Ordenanzas de Génova de 1536, hasta mediados del siglo XVII, los Tercios fueron sin duda las mejores unidades de combate de Europa. Su versatilidad, su alta preparación, sus experimentados mandos, y su permanente disposición para el combate, los convirtieron en el terror de los enemigos de la Monarquía Española. 

Los tercios estaban formados por soldados de las diferentes naciones gobernados por el rey de España, y entre todas ellas destacaban los soldados de España. No era de extrañar que los mandos hispanos los prefirieran para las operaciones más peligrosas y complejas. El Gran Duque de Alba no dudaba en alabar a sus infantes españoles, por ejemplo, en la campaña contra la Liga de Esmalcalda, el duque le confesó al embajador francés que prefería acometer las "acciones" con soldados españoles, llevando a los alemanes tan solo para "hacer número". El propio monarca Felipe II reflexionaba, a propósito de la campaña de 1576 en Flandes, que eran los españoles los mejores para "campear", siendo los soldados de más valía de cuantas naciones había. 

El caballero francés Pierre de Bourdielle, señor de Brantôme, quien combatió contra los tercios españoles y también a su lado, como por ejemplo en la reconquista del Peñón de Vélez de la Gomera, en 1564, o en el Gran Sitio de Malta de 1565, fue un gran admirador de los infantes españoles, trabando con algunos de ellos gran amistad. Fue Brantôme quien usó el término "rodomontada" para aludir a las bravuconadas y la jactancia de la que hacían gala los soldados de la nación española, quienes mostraban más valor, arrojo y arrogancia que ningún otro soldado conocido. Por ejemplo, Brantôme destacaba que en el socorro de Malta, tras preguntar a un infante español por cuán numeroso era el socorro conducido por García de Toledo, éste le respondió: "yo le diré; hay tres mil italianos, tres mil tudescos, y seis mil soldados". 

Las Campañas de Spínola en Flandes: La toma de Lingen

El 19 de agosto de 1605 caía en manos de la Monarquía Hispánica la ciudad de Lingen, situada en la región de Frisia Oriental, tras un corto pero intenso asedio por parte de las fuerzas del Ejército de Flandes que Ambrosio de Spínola había empleado en su estrategia de llevar la guerra al mismo corazón de las Provincias Unidas. 

En el marco de la Guerra de los Ochenta Años, los últimos momentos del siglo XVI y la entrada del nuevo siglo no habían sido propicios para la causa hispánica en los Países Bajos. La derrota en Nieuwpoort, primera de relevancia a campo abierto, el 2 de julio de 1600, puso en entredicho la fortaleza de las armas hispánicas y dejó de manifiesto las intenciones de Mauricio de Nassau de invadir Flandes. El archiduque Alberto, soberano de los Países Bajos junto a Isabel Clara Eugenia, se propuso llevar a cabo la recuperación de la ciudad de Ostende, única villa de la región de Flandes en poder de los rebeldes, y uno de los puertos más importantes de la provincia. El archiduque empeñó lo mejor de sus fuerzas en tomar aquella ciudad, desde la cual los holandeses lanzaban constantes ataques sobre las poblaciones leales próximas. 

Desde 1596, los Estados de Flandes habían clamado una intervención en Ostende, por lo que a comienzos de julio de 1601 empezó el asedio. Las operaciones de expugnación de la ciudad se extendieron hasta finales del verano de 1604 cuando, tras un cambio en el mando de las operaciones, Spínola logró rendir Ostende el 20 de septiembre. El precio que hubieron de pagar los hispánicos fue alto, no solo por el gran número de bajas, sino por la ingente cantidad de recursos económicos empleados en aquel asedio, uno de los más largos que se recuerdan. Además, en las semanas finales de la conquista de Ostende, Mauricio de Nassau emprendió una nueva ofensiva en Flandes que dio como resultado la toma por parte de los holandeses de La Esclusa, ciudad situada a menos de 50 kilómetros al noreste de Ostende, y que contaba con otro valioso puerto en plena salida que el río Escalda tiene al mar. 

Las Campañas del marqués de Leganés en Milán: La amenaza en el mar y la recuperación de la Valtelina

 

Tras la victoria en Tornavento, el 22 de junio de 1636, el Ejército de Lombardía completó la debacle francesa tomando durante el verano la ciudad de Gatinara, el castillo de Fontane, el de Anon, y levantando el cerco al que las tropas francesas y del duque de Parma, Eduardo Farnesio, tenían sometido a Rottofredo. El marqués de Leganés tenía a final del verano completamente cercado al ducado de Parma, había tomado el control de las salinas de Salsomaggiore y, gracias a la construcción del fuerte de Longina, logró asegurar el paso sobre el río Po. 

Todo parecía indicar que 1636 iba a acabar de manera tranquila en Italia para los intereses de la Monarquía Española. Pero a finales de agosto se tuvieron noticias de que una armada francesa avanzaba hacia las costas de Génova, por lo que el marqués de Leganés se pudo en marcha para tratar de acabar con aquella preocupante amenaza. La armada enemiga constaba de entre 66 y 84 barcos, bajo el mando de Henri de Sourdis, arzobispo de Burdeos y teniente general de la Marina Real Francesa, cuya nave capitana contaba con 44 cañones y 400 soldados, y al menos 24 bajeles contaban con 30 piezas de artillería. El número de infantes que llevaba al combate estar armadas era superior a los 6.000. 

Antes de estas noticias, el 12 de agosto, había partido del puerto de Barcelona una escuadra de 10 galeras que llevaba infantería española bisoña, juntándose más tarde con 6 galeras toscanas, 12 napolitanas y 8 genovesas, las cuales llegaron a Mónaco a finales de agosto, dejando el 29 de ese mes provisiones y bastimentos en la isla de Santa Margarita, próxima a la costa de Cannes. Allí tuvieron lugar los primeros enfrentamientos que se saldaron con unos pocos cañonazos y daños menores en algunos buques de ambos bandos. El día 4 de agosto el arzobispo de Burdeos, acompañado de su consejo de guerra, se acercó con varios bajeles a reconocer las defensas de la ciudad de Mónaco. Al desembarcar fue tanta su imprudencia que a punto estuvo de morir de un mosquetazo. 

Ordenanzas Militares de 28 de junio de 1632

A continuación se exponen las Ordenanzas de 28 de junio de 1632, firmadas por el secretario del Rey, Gaspar Ruiz de Ezcaray, en nombre de Felipe IV. Estas ordenanzas trataban de responder a las necesidades de los ejércitos de la Monarquía de España, por cuanto entendía el monarca y sus consejeros que éstos habían perdido la disciplina y las buenas costumbres del pasado. Van a suponer, igualmente, el punto álgido de la política militar diseñada por el conde-duque de Olivares, que buscaba revitalizar la maquinaria militar y atraer nuevamente a la aristocracia a la milicia, por considerarla esencial para ejercer el mando de los ejércitos de su Majestad. 

De este modo, estas ordenanzas van a suponer una mirada atrás, buscando, quizás restablecer glorias pasadas, aunque sean imposibles de cumplir, dada la falta de hombres y dineros a la que se va a tener que enfrentar España, más aún inmersa en la Guerra de los Países Bajos y la Guerra de los Treinta Años, amén de otros conflictos menores pero que van a requerir de un esfuerzo imposible de sostener. Estas ordenanzas se han dividido en dos partes, con 40 artículos cada una, dada la extensión de las mismas y para su mejor lectura y análisis.

Ordenanzas de 28 de junio de 1632

 El Rey.

Por cuanto la disciplina militar de mis ejércitos ha decaído en todas partes de manera que se hallan sin el grado de estimación por lo pasado tuvieron, habiéndose experimentado diferentes sucesos que los del tiempo en que estaba en su punto y reputación, lo cual ha causado la falta de observancia de mis órdenes; y, por convenir tanto a mi servicio restaurar lo que se ha relajado con los abusos que se han ido introduciendo, mandé formar una Junta de Ministros de mis Consejos de Estado y Guerra, donde vieron las ordenanzas que el Rey, mi señor, mi padre, que haya gloria, mandó establecer el dieciséis de abril del año de mil y seiscientos y once, y advertencias que sobre ello me dieron, procedidas de lo que la experiencia ha mostrado que conviene disponer para el mejor gobierno de mis armas. Y, habiéndome consultado muy particularmente sobre todo, he resuelto lo siguiente.

Rocroi: El porqué de la derrota hispánica. Claves y mitos



Se cumplen 378 años de la trágicamente célebre Batalla de Rocroi, una batalla que a día de hoy sigue generando muchas preguntas y, sobre todo, mucha controversia. Un batalla que ha sido usada por los enemigos de España, tanto dentro como fuera del país, esparciendo la falsa creencia de que supuso el final de los Tercios y, por ende, de la hegemonía hispánica en Europa. 

Lo cierto es que la derrota del ejército de Flandes en Rocroi no fue trascendental y, ni mucho menos, supuso el final de los Tercios. Es más, si bien la victoria táctica de los franceses es incuestionable, no lo es tanto el resultado final de la misma, tanto por el número de bajas, como por las posteriores operaciones de ese mismo año. Francia construyó un relato vencedor y lo vendió por toda Europa, empezando por su propia población, ampliamente necesitada de inyecciones de moral que le ayudaran a sobrellevar las cuantiosas cargas que estaba suponiendo la entrada del reino en la Guerra de los Treinta Años. 

Lo más curioso de todo esto es la pervivencia en el tiempo de ese exagerado y tendencioso relato francés, que ha llegado hasta nuestro días casi como una verdad indiscutible, y que solo desde hace unos pocos años se está poniendo en entredicho a base de mucho estudio y del cada vez mayor interés que los tercios despiertan. No deja de ser, por tanto, necesario revisar algunas de esas premisas que durante tanto tiempo han permanecido en el imaginario colectivo tanto de los enemigos de España como de los propios españoles. De este modo en este artículo se tratarán de analizar las claves de la batalla, y cómo y por qué se llegó a la derrota del ejército hispánico, acabando con algunos mitos sobre lo acontecido en Rocroi.

Guerreros: Alfonso de Ávalos, II marqués del Vasto

 


El 25 de mayo de 1502 nacía en el castillo de Ischia, Nápoles, Alfonso de Ávalos Aquino y Sanseverino, llamado a ser uno de los más brillantes militares de la historia de España, y uno de los capitanes de mayor confianza del emperador Carlos V. 

Alfonso había nacido en el seno de una de las familias más importantes de españoles afincados en Italia. Los Ávalos, llegados a Nápoles de la mano de Íñigo Dávalos y Tovar, quien se encontraba sirviendo al rey de Aragón Alfonso V, conocido como "el Magnánimo", se convirtieron con el paso del tiempo en la familia más poderosa a través del marquesado del Vasto, y sobre todo del de Pescara. Fue su primo, Fernando de Ávalos, V marqués de Pescara, quien alcanzó mayor fama y gloria y situó a los Ávalos a la cabeza de las familias españolas en Italia. 

Su padre, Íñigo de Ávalos, I marqués del Vasto, título otorgado por el emperador Carlos V, había muerto teniendo Alfonso apenas 18 años, heredando así el título de II marqués del Vasto. Su madre, Laura Sanseverino, le dejó al cuidado de su primo Fernando, trece años mayor que él, y de su mujer, la poetisa Vittoria Colonna, una de las grandes figuras de las artes femeninas italianas. Sin duda alguna estas dos grandes personalidades tuvieron que contribuir decisivamente a la pasión del joven Alfonso por las armas y a su posterior interés por la literatura, fundamentalmente épica. El marqués del Vasto pronto seguiría el camino de su primo mayor y se enrolaría con él en las campañas de 1524. 

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