El 17 de octubre de 1633 caía en manos de la Monarquía Española la ciudad de Rheinfelden, tras el asedio al que la había sometido el recientemente creado Ejército de Alsacia, que se hallaba a las órdenes de Gómez Suárez de Figueroa, III duque de Feria.
En plena Guerra de los Treinta Años, y ante la inactividad de Wallenstein, generalísimo imperial, la Monarquía Española, a través del conde duque de Olivares, había decidido mandar al III duque de Feria, gobernador de Milán, al frente de un ejército con la misión de reabrir el Camino Español, y llevar al infante cardenal a los Países Bajos, para hacer cargo del gobierno, al estar la archiduquesa Isabel enferma. El segundo objetivo pronto se torció, al enfermar el hermano menor del rey Felipe IV, por lo que el duque de Feria debería adelantarse y partir sin su Alteza, cruzando por el paso de la Valtelina, que había estado cerrado años debido a los sobornos franceses sobre Enrique de Rohan para que sus tropas hugonotas se encargaron de que no pasasen los españoles.
Ahora la misión de Feria era la de desplegarse en la región de Alsacia para frenar las aspiraciones francesas y deshacer la amenaza sueca sobre Lorena, así como proteger el paso del ejército que desde Italia habría de llevar don Fernando de Austria con él a los Países Bajos. En este contexto el emperador había logrado atraer al duque de Sajonia y al duque de Brandemburgo, lo que dejaba a Gustav Horn y a Bernardo de Weimar en una posición complicada, ya que se hallaban en plena campaña contra Baviera. Por su parte, Wallenstein seguía inexplicablemente parado en Silesia, ante el descontento de España, quien presionó al emperador para romper los acuerdos de Göllersdorf, que otorgaban al general el mando único de las fuerzas imperiales.
Feria recibió los últimos despachos el 9 de agosto y preparó la marcha del ejército durante dos semanas de frenética actividad en el Estado de Milán. El día 20 comenzaron a partir las vanguardias de sus fuerzas, y el día 22 marchó definitivamente Feria al frente de 10.000 infantes y 1.500 caballos, "lo más soldados viejos", como afirmaba Diego de Aedo y Gallart. Como teniente general de la caballería tenía el duque a Gerardo Gambacorta, uno de los más diestros y competentes oficiales hispánicos. La artillería la mandaba el conde Juan Cervellón, que era comisario general de la artillería del Estado de Milán. Ésta sería la última vez que el duque de Feria pisase Milán. El ejército pasó por los territorios grisones y llegó al Tirol, donde se le unieron el Regimiento del conde de Althems, y 12 compañías de caballos del barón de Sebac. Feria debía llevar a cabo una titánica misión, que en condiciones normales requeriría al menos el despliegue de tres o más ejércitos, pero las circunstancias eran las que eran, y todo lo que podía reunir la Monarquía Española era eso.
La llegada del duque de Feria a Alemania puso en alerta a Horn y Bernardo, quienes decidieron dividir sus fuerzas para contener la amenaza. Bernardo se dirigió contra el ejército imperial, comandado ahora por Aldringen, y las fuerzas bávaras dirigidas por Johann von Werth, mientras que Horn partió a mediados de agosto para tratar de tomar Constanza y de esta forma intentar bloquear los pasos del Tirol. Constanza se hallaba en una posición privilegiada, y solo podía ser atacada desde el sur, desde la parte de los cantones suizos. Horn cruzó el Rin desde el norte por la plaza de Stein, y llegó a sur de la ciudad el 8 de septiembre con 10.000 hombres, montando ahí su campamento y violando la neutralidad de los territorios suizos. Nada más establecerse, Horn comenzó el bombardeo de Constanza.
Sin posibilidad de ser socorrida por Baviera, que se hallaba bajo la presión de las fuerzas de Gustav Horn, la única posibilidad que le quedaba a Constanza era el Ejército de Alsacia del duque de Feria. De este modo, llegado al duque a la plaza de Fiessen sin sus fuerzas al completo, ordenó al conde Altemps, que llevaba dos años al servicio de Feria, que partiese desde Lindau con su regimiento. Lindau se hallaba en el extremo este del lago, por lo que debían partir bordeando la costa de éste por el sur. Altemps llevaba dinero y víveres, ya que las noticias que llegaban desde la sitiada ciudad era que había mucha necesidad. La misión fue todo un éxito y el conde logró introducir hasta cinco socorros en la ciudad, aliviando de esta manera la pesada carga de los defensores.
Mientras esto sucedía, el duque de Feria pasó a Baviera para entrevistarse con el general Aldringen, y le conminó a unir sus fuerzas para expulsar a Horn. Así, se pusieron en marcha ambos ejércitos; Aldringen aprovechando la cercanía de la plaza de Biberach, tomada por los suecos anteriormente, la reconquistó tras una breve descarga de artillería de sus baterías, y siguió hacia el sur para reunirse con Feria en la ciudad de Ravensburg, a poco más de 35 kilómetros al noreste de Constanza. Una vez reunidos los ejércitos, partieron de inmediato hacia el oeste, rumbo a Überlingen, ciudad imperial sobre el lago, y enfrente de la propia Constanza.
Tras haber ocupado las posiciones, se envió parte del regimiento imperial de Suamburgh, y del hispánico del conde de Salm, para entrar en la ciudad asediada y reforzarla, entrando en ella por barca a través del lago. Viéndose los defensores con tan buen refuerzo, se acometió una salida encabezada por el conde de Salm sobre las trincheras del enemigo, logrando matar a muchos de ellos y hacerse con parte de su artillería, tras retirarse los suecos a sus cuarteles. Tras este revés, Horn intentó una última acometida sobre la ciudad, pero la cercanía del duque de Feria, que marchaba a toda prisa hacia sus posiciones, le hicieron desistir y levantar el sitio sobre Constanza, para alegría de la población de la ciudad.
Socorro de Constanza, por Vicente Carducho |
El mariscal Horn puso rumbo al oeste, cruzando el Rin por la plaza de Stein, para reunirse con el duque de Wurtemberg y el Rhinegrave Otto Louis de Salm, que llegaban desde Alsacia con abundantes fuerzas. Montaron su campamento en el camino de la Selva Negra, en un terreno que no propiciaba ningún posible ataque de los católicos, y allí esperaron la llegada de las fuerzas de Bernardo de Weimar, que había marchado de Baviera. La principal misión del duque de Feria ahora era levantar el asedio al que las tropas protestantes del Rhinegrave Otto tenían sometida Brisach, pero para ello debían entrar los católicos en el ducado de Wurtemberg, territorio enemigo y donde los protestantes gozaban de todas las comodidades posibles.
Y eso es lo que hizo el duque de Feria, entrando en Wurtemberg por el Danubio, debiendo de esta manera el ejército protestante moverse para socorrer un territorio amigo y, además, de no hacerlo, dejaba el paso libre a los católicos para expugnar las cuatro ciudades con puente sobre el Rin antes de llegar a Estrasburgo. Los protestantes se movieron entonces ante la inminente amenaza y se reunieron en la ciudad de Tuttlingen, donde diez años después los franceses encajarían una derrota mayúscula. Los protestantes quedaron con el puente sobre el Danubio a sus espaldas, mientras que los católicos se situaron en la cercana ciudad de Neuhansen, formando todo el ejército en batallón, a la vista del enemigo.
El ejército protestante había dejado oculta su caballería en los cercanos bosques de Tuttlingen, pero la que se encontraba a la vista sufrió el bombardeo de la artillería católica, al que siguió una carga de dragones y varias mangas de mosqueteros, logrando desalojar al enemigo, haciéndolo huir para ponerse a salvo tras una colina que cubría su retaguardia. Al día siguiente los protestantes cruzaron el Danubio y se internaron en Wurtemberg, dejando el camino expedito al Ejército de Alsacia para tomar las ciudades sobre el Rin en manos enemigas. Primero se encargaron de Reckingen y después le tocó el turno a Waldshut, para cuyo asedio se escogió a 2.000 infantes de cada ejército, el hispánico y el imperial, rindiéndose en poco tiempo.
El ejército hispánico imperial siguió avanzando hacia el oeste siguiendo el curso del Rin, tomando otras dos ciudades sobre el río y asegurando así sus pasos. De este modo solo falta expugnar Rheinfelden y levantar el cerco sobre Brisach, que estaba siendo asediada por las fuerzas del Rhinegrave Otto. A esta plaza llegó el 16 de octubre la vanguardia de las fuerzas católicas formada por 4.000 escogidos infantes y diversas piezas de artillería. Rheinfelden era una plaza situada en la margen sur del Rin, que le servía como barrera natural al norte. De este a oeste se levantaba una doble línea de murallas, que estaban separadas entre sí por un foso. Contaba con 6 poderosos baluartes; los dos que daban al oeste, disponían además de un canal que servía como barrera natural contra posibles ataques.
Además, un puente en el extremo noroeste de la ciudad, permitía el cruce del Rin y el camino hacia el norte. Rheinfelden presentaba, por tanto, una formidable estructura defensiva, por lo que los suecos no habían dejado en ella una gran guarnición. Apenas 400 hombres dirigidos por el coronel Cronich, un renegado súbdito del emperador que se había pasado al bando sueco traicionando así la causa imperial, al igual que su sargento mayor, por lo que ambos sabían que no recibirían clemencia alguna en caso de que la ciudad cayera en manos católicas. El duque de Feria envió emisarios hasta en dos ocasiones para tratar de rendir la ciudad por la vía de la negociación, pero ambos intentos fueron rechazados de plano por los defensores, que venderían caras sus vidas por conservar aquella plaza.
Ante el rechazo de la oferta, el duque plantó una batería compuesta por siete cañones y comenzó a bombardear los muros de Rheinfelden sin dilación. El rugido de los cañones escupiendo fuego no amedrentaron a los defensores, que rechazaron una nueva oferta de rendición, lo cual encendió más los ánimos de los católicos que sitiaban la ciudad. El día 17 de octubre, con las murallas ya bastante batidas, juzgó Feria que era el momento de lanzar un asalto contra la ciudad, por lo que ordenó a su maestre de campo general, Tiberio Brancaccio, preparar el asalto final a Rheinfelden.
Dicho y hecho; el maestre seleccionó unas cuantas compañías con los mejores infantes españoles e italianos y preparó el ataque con sumo detalle. Mientras la artillería seguía martilleando la parte más castigada de los muros, los soldados hispánicos se lanzaron a un asalto que cogió completamente por sorpresa a los defensores, que se encontraban tapando todos los huecos posibles y consideraban que la brecha aún no era lo suficientemente grande como para que los católicos atacasen. Sin tiempo de reacción se vieron avasallados por la vanguardia de aquella pequeña fuerza de asalto, por lo que el coronel Cronich ordenó replegarse al interior de la ciudad.
Rheinfelden. Plano de la época |
El plan de los defensores suecos era huir a través de las calles de la ciudad y alcanzar la puerta que daba al puente sobre el Rin, pero no lo tendrían nada fácil, ya que el ataque hispánico era muy rápido y agresivo. Las carreras se sucedían y los soldados españoles e italianos iban dando caza a los defensores, que huían como buenamente podían. El sargento mayor cayó muerto en mitad de la ciudad, mientras que el coronel Cronich siguió el mismo destino poco antes de alcanzar el puente. Varios infantes españoles cruzaron el Rin a nado y se situaron al otro lado del puente, para evitar la huida de los defensores. Además, el duque había destacado varias cornetas de jinetes croatas en la otra orilla del río para evitar cualquier posible fuga enemiga. Los pocos desdichados que lograron llegar con vida al puente y cruzarlo, cayeron en manos de los aguerridos españoles o de los fieros croatas.
También se vieron combates en el puente, cuando un grupo de infantes suecos intentaron quemarlo para evitar la persecución de los españoles, pero no lo consiguieron ya que un infante arrancó sobre ellos con una alabarda y los puso en fuga, algo de lo que, al parecer, el coronel Ossa fue testigo. La guarnición fue completamente aniquilada, y la ciudad quedó intacta, no obstante, se trataba de una ciudad imperial, por lo que sus ciudadanos, considerados súbditos de los archiduques del Tirol, no sufrieron daño alguno. En tan solo cuatro días, el duque de Feria había tomado todos los pasos sobre el Rin antes de Estrasburgo, todo un hito logístico y militar.
Ahora el duque se debía dirigir al norte y lograr levantar el asedio sobre Brisach, un importante nudo de comunicaciones entre Bruselas y Milán, vital para el Camino Español. La simple noticia de que el Ejército de Alsacia de Feria estaba en camino bastó para que las fuerzas del Rhinegrave Otto levantaran el asedio y marchasen hacia Estrasburgo, llegando el duque a la ciudad el día 22 de octubre, para satisfacción de la población y de los sufridos defensores. Feria dejó mucho dinero, provisiones, hombres y trigo en la plaza, pues debía seguir hacia oeste, tal y como se le había ordenado. Había completado una campaña realmente brillante, a la que sumaría después la toma de diversas plazas más, como Ensisheim o Thann, en Alsacia.
La campaña del Ejército de Alsacia finalizaría a comienzos de noviembre, cuando se encontró con las fuerzas protestantes en las inmediaciones de Soultz, una plaza a unos 40 kilómetros al suroeste de Brisach, entre las ciudades de Thann y de Ensisheim. Los protestantes habían llenado la ciudad de Basilea con pasquines en los que aseguraban que pelearían con los españoles y los vencerían. Nada más lejos de la realidad. El duque de Feria formó su ejército el 2 de noviembre a la vista del protestante, a pesar del extremo frío de esos días y la falta de leña y víveres. Wallenstein había enviado cartas a Aldringen ordenándole no presentar batalla, una muestra más del doble juego del generalísimo imperial, pero Feria, que tenía el mando, no era de esa opinión.
Los protestantes tenían más de 10.000 caballos, por lo que el Rhinegrave Otto estaba convencido de la victoria y animaba a Horn a entablar combate. Pero el mariscal sueco no era de la misma opinión, y sabía bien cómo se las gastaba la infantería hispánica, argumentando que, una vez formasen en escuadrones compactos, sería imposible para sus caballos penetrar en ellos y, una vez acabada con la caballería, la infantería protestante no sería rival para los veteranos soldados católicos. Horn y el resto de generales protestantes decidieron retirarse y buscar refugio en Colmar, para descrédito de sus fuerzas. Por su parte, el duque de Feria, tras haber asegurado Alsacia, regresó a Brisach y, tras dejar más guarnición y dineros, tomó el camino de la Selva Negra hacia el Danubio, para dirigirse finalmente a Baviera, enfermando en el viaje por el extremo frío y la escasez de víveres. Fue trasladado a Múnich en estado muy grave, muriendo el 12 de enero a la edad de 46 años.
Bibliografía:
- La Guerra de los Treinta Años. Una tragedia Europea (Peter H. Wilson)
- El memorable y glorioso viaje del infante cardenal D. Fernando de Austria (Diego de Aedo y Gallart)
- El Ejército de Alsacia. Intervención Española en el Alto Rin (Carlos de la Rocha. Hugo Cañete. Javier González Martín)
- Con Balas de Plata. 1631-1640 (Antonio Gómez)
Socorro de Brisach. Jusepe Leonardo |
Expugnación de Rheinfelden. Vicente Carducho |
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