Batalla de Pavía

Batalla de Pavía




El 24 de febrero de 1525 las tropas imperiales de Carlos V aplastaban a los ejércitos del rey francés, Francisco I, en la batalla de Pavía, al sur de Milán, batalla que sería la tumba de buena parte de la nobleza francesa de aquella época y en la que caería preso de los españoles el propio monarca galo.

En el contexto de las Guerras Italianas, España y Francia se medían en un conflicto por decidir cuál era la potencia dominante en Europa. Francisco I, que había perdido la carrera por el trono al Sacro Imperio contra el monarca español Carlos I, se lanzó a la invasión de Navarra a comienzos de octubre de 1521, mientras que en noviembre del mismo año el ejército español entraba en Milán y provocaba la huida de las tropas francesas de la ciudad, quedando como último reducto el castillo de la ciudad, al que Antonio de Leyva y el marqués de Pescara pusieron asedio de inmediato con tropas alemanas. 

A pesar de ello, el rey galo no se dio por vencido y se lanzó contra el Milanesado nuevamente, amenazando Pavía y Monza hasta que, el 27 de abril de 1522 los españoles lograron una de las victorias más espectaculares e increíbles de la historia en la Batalla de Bicoca. España seguía imponiendo su hegemonía en Europa gracias a la visión estratégica del propio monarca, que además contaba con los mejores mandos militares del momento. Hombres como Próspero Colonna, el marqués del Vasto o el de Pescara, Carlos de Lannoy o Antonio de Leyva, constituían la élite de los ejércitos de toda Europa. 

-Las campañas de 1523 y 1524

En abril de 1523 la guarnición francesa del castillo de Milán se rindió ante la imposibilidad de socorro, y en junio de ese año los españoles prosiguieron su ofensiva en Italia tomando Génova tras una brillante campaña dirigida por Leyva. Para finales de ese año Carlos de Lannoy, virrey de Nápoles, entraba en Milán, tras sustituir al general Colonna, recién fallecido. Para tratar de explotar definitivamente el éxito de aquella campaña, las tropas del emperador Carlos V, bajo el mando del marqués de Pescara, que se hallaban acantonadas desde abril de 1524 en el Monferrato, se lanzaron sobre Francia para conquistar la Provenza a través del paso alpino de Tenda, avanzando por la costa azul, y poniendo sitio a la ciudad de Marsella, mientras que el resto del ejército imperial quedó en Lodi bajo el mando del virrey Lannoy. 

El asedio comenzó el 16 de agosto, pero los repetidos intentos de asalto fracasaron estrellándose contra las murallas de Marsella debido a las buenas fortificaciones que los franceses habían trazado. En el transcurso de estas operaciones, y siguiendo las costumbres de la época, se sucedieron diversos duelos entre nobles de ambas naciones. La enconada defensa de la ciudad, unida al socorro que desde Aviñon estaba conduciendo el propio Francisco I, formado por más de 35.000 soldados, hizo que el ejército imperial levantara el asedio a finales de septiembre. La insistencia de marqués de Pescara en retirarse del asedio ante el peligro de perder el ejército, venció la obstinación del condestable de Borbón. Pescara condujo de manera brillante el repliegue del ejército imperial hacia Italia, perseguido en todo momento por la vanguardia francesa del mariscal de Montmorency.

Este fracaso imperial animó a Francisco a invadir nuevamente el Milanesado. Decidió el rey francés no acompañar a Montmorency en la persecución de las fuerzas de Pescara y tomarlas ventaja cruzando los Alpes en octubre de 1524, entrando en Lombardía finalmente. El ejército imperial logró esquivar el movimiento en pinza francés, y se empezó a dividir, dejando una poderosa guarnición en Alessandria, mientras que Antonio de Leyva se dirigió a Pavía, a poco más de 30 kilómetros al sur de Milán, donde Carlos de Lannoy había dejado 600 españoles y abundante infantería alemana. El resto del ejército, conducido por el marqués de Pescara, marchó hacia Milán a toda prisa entrando en ella el 22 de octubre. Dos días después 1.000 infantes españoles contuvieron en Binasco a cerca de 5.000 suizos bajo el mando de Jean d'Iaspert, pero era evidente que Milán no se podía defender con tan pocos hombres, por lo que Pescara abandonó la ciudad y se dirigió a Lodi.

El 26 de octubre las tropas francesas entraron en la capital del ducado, pero Francisco I, en lugar de perseguir al ejército de Pescara hacia Lodi, se dirigió contra Pavía, conocedor de la importancia estratégica de dicha plaza. En el castillo de Milán quedaron 300 hombres bajo el mando del duque Francesco II Sforza, que había recuperado el ducado en 1521 con la entrada de los españoles en la ciudad. Para el repliegue español fueron fundamentales las actuaciones de los escopeteros y arcabuceros, que tendieron numerosas emboscadas a los caballos pesados franceses. Para asediar el castillo de Milán los franceses dejaron un cuerpo de ejército compuesto por 6.000 infantes y cerca de 500 jinetes. 

El ejército real contaba con nada menos que 53 piezas de artillería, 24 de ellas gruesas, y más de 30.000 infantes de diversas naciones, siendo las más numerosas la alemana y la suiza, e incluso disponía de una coronelía española con 1.000 hombres al mando del capitán Pedro Vélez de Guevara, al que Pescara le había quitado el mando de una compañía de hombres de armas y se había pasado al bando francés. También contaba con 2.400 caballos pesados y 1.500 ligeros, y con toda esta fuerza el rey francés puso sitio a Pavía a finales de 1524. Con semejante ejército los franceses pudieron rodear por completo Pavía. La ciudad, situada al sur de Milán y al suroeste de Lodi, estaba emplazada en la margen derecha del río Tesino, justo antes de que éste confluya con el río Po. La ciudad contaba con sólidos muros y diversos revellines y baluartes que aumentaban la capacidad de defensa, que además podía ser fácilmente abastecida por el río Tesino o desde las vecinas plazas de Lodi, Piacenza o Alessandria. 

Entrada de Francisco I en Milán. Phillips Galle

-El asedio de Pavía

Para la defensa de Pavía, las fuerzas imperiales disponían de 4.000 lansquenetes alemanes, algo más de 600 infantes españoles y 500 caballos, de los que 200 eran hombres de armas. El mando de las fuerzas lo ostentaba Antonio de Leyva. No parecían muchas, y menos ante la enormidad del ejército galo, pero las dificultades de la empresa eran muy grandes y muchos de los generales de Francisco I le advirtieron de los peligros de quedarse atrapados en las murallas de Pavía si a Leyva le llegaba el socorro deseado. De hecho, pronto alcanzarían los franceses a comprobar lo complejo del asedio; Leyva permitió a Francisco instalarse en las proximidades de Pavía, esperando que se confiaran para realizar pequeñas salidas nocturnas que desgastaran poco a poco a los sitiadores. 

El 31 de octubre los franceses completaron el cerco sobre la ciudad, emplazando dos grandes baterías artilleras, al oeste, en el sector del duque de Alençon, y otra al este, en el de Montmorency. El 6 de noviembre 1.500 franceses tomaron el fuerte de Borgo Ticino, situado al otro lado del Tesino. A comienzos de noviembre la artillería francesa comenzó a batir los muros de Pavía con furia. El día 7 ya habían abierto una pequeña brecha por donde intentaron un asalto dirigido por el joven duque de Longueville, quien resultó muerto en la acción junto a más de 50 de sus hombres. El ataque fue rechazado con bastante facilidad por los infantes españoles, que apenas contaron algunas decenas de heridos en aquellos combates.

El día 10 de noviembre las tropas francesas avanzaron por el sur, a orillas del Tesino, cuando 1.500 de sus infantes tomaron un pequeño puesto fortificado al norte de Borgo Ticino, que daba paso a un puente que salvaba el río y entraba en la ciudad. Los 40 infantes españoles que defendían aquella posición resistieron durante 4 días, hasta que, batidos por las cuatro culebrinas enemigas, decidieron rendirse. Los franceses colgaron a los supervivientes rompiendo las normas de la guerra y provocando un mayúsculo enfado en Leyva y sus hombres. Las fuerte lluvias de mediados de noviembre se convirtieron en el mejor aliado de los españoles y provocaron la ruptura de las obras francesas sobre el río Tesino, imposibilitando así que éstos lograran desviar el curso del agua. 

Mientras tanto, los sitiados no perdían el tiempo y construían obras defensivas tras los muros de la ciudad, conscientes de que éstos no aguantarían mucho tiempo el constante bombardeo de la artillería gala. El 20 de noviembre los atacantes consiguieron abrir una gran brecha en la parte noroeste de la muralla, lanzando al día siguiente un masivo ataque sobre este punto dirigido por el propio rey. La vanguardia del asalto era mandada por Odet de Foix, vizconde de Lautrec, y en ella se empeñaban mercenarios italianos y soldados franceses. Nada más atravesar la brecha los enemigos se encontraron con una desagradable sorpresa: Leyva había levantado diversos terraplenes de arena donde se apostaban los habilidosos arcabuceros españoles, que dieron buena cuenta de los asaltantes, que se debieron replegar de manera desordenada tras perder a más de un millar de hombres. 

Por el sector este los franceses corrieron igual suerte; un ataque dirigido por Luis II de la Trémoille acabó en estrepitoso fracaso, con los cadáveres de sus mercenarios suizos contándose por decenas. Las semanas pasaban y el tiempo empeoraba, lo que hacía que las fuerzas sitiadoras fueran mermando y los hombres de Leyva respondieron. A comienzos de diciembre una fuerza de 100 españoles e igual número de alemanes salió de la ciudad y atacó una de las batería francesas, destruyendo 3 cañones y matando varias decenas de enemigos. A la semana siguiente una nueva salida, esta vez con 1.000 hombres, tuvo como objetivo las posiciones de las tropas de mercenarios italianos de Giovanni de Médici, también conocidos como las Bandas Negras. 

Estas tropas habían combatido en el lado español en la batalla de Bicoca o de Sesia, pero ahora, por una disputa de pagos, estaban a las órdenes de Francisco I y habían llegado unas semanas antes a Pavía. Los españoles y alemanes cayeron sobre su campamento en mitad de la noche y provocaron una carnicería, matando a casi un millar de italianos antes de volver a la seguridad de los muros de la ciudad. Para finales de año una nueva salida volvió a coger por sorpresa a los sitiadores. Esta vez las tropas imperiales asaltaron el campamento de los grisones, al servicio de Francia, que se encontraba al oeste de la ciudad, en el puesto de San Salvatore, entre las murallas de Pavía y el canal de Naviglio. 600 grisones murieron en aquella salida, y se inutilizaron otras 3 piezas de artillería. 

El tiempo apremiaba y Leyva no solo tuvo que lidiar con la artillería francesa y los intentos de asalto por parte de los infantes franceses, sino que también hubo de contener un conato de motín por parte de los lansquenetes alemanes, ya que no cobraban sus pagas desde hacía varios meses. Viendo los padecimientos de los soldados alemanes, e interceptado un correo por parte del coronel al mando de las tropas mercenarias alemanas que luchaban bajo bandera francesa, y en el que instaban a la revuelta de los defensores germanos contra los españoles, los mandos españoles empeñaron sus joyas y pertenencias para pagar a sus hombres, a lo que se sumó una pequeña partida de dinero enviada por parte de Carlos de Lannoy a través del alférez Cisneros. La reacción de los infantes españoles, que también llevaban meses sin cobrar, fue renunciar a sus pagas para poder destinar el dinero que Leyva había conseguido reunir, a los alemanes, lo que provocó en éstos una reacción de generosidad, conjurándose ambas tropas a resistir al precio que fuera. 

-El ejército imperial acude al auxilio de Pavía

A finales de año el marqués de Pescara mandó echar bando general y juntó a todos sus capitanes y banderas para alentarles con sus palabras: "Mirad, señores, con cuanto trabajo lo hemos ganado y guardado hasta el día de hoy; no quiera Dios que por nosotros se halle perder un punto de la honra que hemos ganado. ¡Mirad con cuanto trabajo están cercados en Pavía nuestros hermanos y parientes y amigos! Hemos dado orden de salir en campaña y no tenemos dinero para pagar una paga que se os debe, y once o doce días de otra. Vengo a rogar que esperéis hasta de hoy en veinte días, que vengan dineros de Nápoles para pagaros; en este tiempo llegaremos nuestro campo a Pavía, para darles socorros y vituallas, o sacar la gente que está dentro. Nos pondremos tan cerca de la muralla, que será nuestra o del Rey de Francia; y para esto, yo os prometo la fe de caballero, de ser el primero que muriere, o llegar a la muralla de Pavía, aunque tengo por muy cierto, según vuestro valor, de nos ser el primero, ni aún el tercero que llegará a la muralla. Por tanto, señores, dadme vuestra respuesta, porque tengo que dar relación a estos señores que vuestro ejército gobiernan". 

Ni que decir tiene que los soldados españoles respondieron afirmativamente a la petición de su general y se dirigieron al marqués afirmado que "siervos irían donde su señoría fuese, aunque se esperase mayor peligro que perder las vidas; que, después de ser servicio de Su Majestad, holgaban de obedecer su mandato y ruego". Pescara, con gran satisfacción, informó al virrey de Nápoles, Carlos de Lannoy, de la respuesta de los españoles, la cual fue acogida con gran alegría por los soldados alemanes de Georg von Frundsberg, veterano de las Guerras Italianas, y que habían llegado a Lodi con el duque de Borbón. El soldado y cronista Martín García Cerezeda afirma que "viendo los alemanes esta respuesta, tuvieron a mucho la virtuosa crianza que los soldados españoles habían usado, y fueron contentos y se conformaron entre ellos en mucha amistad".

A los españoles y alemanes se unían también soldados italianos y 17 piezas de artillería. A medidos de enero el ejército de socorro estaba reunido en Lodi y listo para marchar sobre los franceses, llegando la orden de salir en campaña el 24 de enero. El ejército imperial era menos numeroso que el francés, y estaba compuesto por entre 24.000 y 30.000 infantes (Cerezeda habla de 5.000 españoles, 14.000 alemanes y 4.000 italianos, mientras que estudios recientes como los de Fernando Mogaburo señalan que los españoles, bajo el mando de Pescara, eran casi 6.900 divididos en 36 compañías, a los que se unían 3.179 italianos, 18 compañías alemanas de Lodron, con 6.700 hombres, otras 15 compañías con un total de 5.200 soldados bajo mando de Frundsberg, y 16 compañías más con 7.000 alemanes. El maestre de campo de las fuerzas españolas era Juan de Mercado, en ausencia de Juan de Urbina, quien se encontraba en Nápoles. 

En cuanto a las fuerzas de caballería Cerezeda apunta que eran 800 lanzas y 700 ligeros, mientras que Mogaburo aumenta este número hasta los 3.000 caballos, incluyendo una compañía de continos del virrey, otra de gendarmes de Borbón, 14 compañías de bandas de ordenanza, bajo el mando de Hernando de Alarcón, general de la caballería, 7 compañías de hombres de armas españolas, 5 de jinetes españoles, y otras 26 de caballos ligeros de diversas naciones. A toda esta gente se le sumaba la artillería traída por el virrey de Nápoles. Como maestres de campo de la caballería imperial ejercían Fadrique de Urrías, comendador de orden militar, y Juan de Leiva, hermano de Antonio, quien se hallaba sitiado en el interior de Pavía.  

Batalla de Pavía. Bernard van Orley

La primera acción que se produjo con el nuevo año fue la de asaltar el puesto avanzado francés de Sant'Angelo Lodigiano, a poco más de 20 kilómetros al este de Pavía. Antes, el 24 de enero, Hugo de Moncada cayó con la flota de Nápoles sobre Varazze, en la Liguria, a poca distancia de Savona, pero el ataque fue repelido por los franceses y genoveses y Moncada cayó preso tras desembarcar con su gente, pero la armada pudo escapar, aunque se perdió el dinero que llevaba el príncipe de Orange para las tropas imperiales. Volviendo a Sant'Angelo, este puesto estaba defendido por casi 1.000 infantes y 200 caballos ligeros italianos. Mientras Hernando de Alarcón con la caballería y una parte de la infantería se situó en el camino a Pavía para cortar el paso a los franceses, Pescara condujo el asedio sobre la plaza, la cual fue tomada el 29 de enero fue tomada tras una pequeña resistencia enemiga, abriendo así el camino hacía Pavía. 

Al día siguiente, lunes, el virrey ordenó guarnecer la plaza con infantes italianos y caballos ligeros. Después, tras atravesar un afluente del río Po, el Lambro, el grueso del ejército imperial se dirigió a Villanterio, avanzando en su camino a Pavía desde el este, mientras que una avanzadilla de infantes alemanes maniobró hacia el sur y ocupó Belgioioso, fortificándola inmediatamente. Este avance amenazaba seriamente la posición del ejército francés del mariscal Montmorency, por lo que Francisco I "creyendo que el campo (cesáreo) le iba a buscar, mandó juntar su gente y mandó fortificar sus fuertes, así contra la ciudad de Pavía, por donde pensaba que había de venir el campo de los españoles". También ordenó un ataque inmediato sobre Belgioioso el 30 de enero de 1525. 

El encargo recayó sobre el Almirante de Francia, Guillaume Gouffier de Bonnivet, quien mandaba una fuerza de 3.000 mercenarios suizos, las Bandas Neras de Giovanni de Médici, y 400 hombres de armas o gendarmes, como se les conocía en Francia. El ataque francés logró desalojar a los alemanes de Belgioioso, pero la posición no pudo mantenerse por parte de los sitiadores, por lo que los alemanes volvieron a ocupar la población al mismo tiempo que el grueso del ejército imperial se dirigió a toda prisa hacia el oeste y cayó sobre la pequeña villa de Lardirago y San Alesio, apenas a 8 kilómetros al  noreste de Pavía. El 3 de febrero empezaron los ejércitos francés e imperial a intercambiar disparos de artillería dada la proximidad entre ellos. 

Durante varios días los combates se fueron sucediendo, adquiriendo protagonismo hombres como el capitán Santa Cruz, quien entró con su compañía en el parque y causó "daño de fraceses", o el capitán Alonso de Córdoba, que junto con Pescara fue a reconocer las defensas y atrapó a un centinela francés que estaba dormido y que les proporcionó valiosa información, marchando después con 1.000 "hombres de la infantería española y algunos capitanes y hombres de cargo de los alemanes" y llegó al bastión indicado por el desafortunado centinela, logrando matar a más de 500 franceses, y enterándose de que Francisco I se hallaba en el castillo de Mirabello. También es necesario reseñar la gesta realizada por el capitán de caballos ligeros Francisco del Arco quien, ante la necesidad de pólvora que tenían los sitiados en Pavía, marchó con varios de sus hombres hasta allí por el camino que venía de Milán en mitad de la noche, cantando en francés para no ser detectado, y llegó hasta las puertas de Pavía, que se abrieron permitiendo la entrada de los españoles y la pólvora en la ciudad el 14 de febrero. 

Ambos ejércitos se estaban midiendo las fuerzas. Carlos de Lannoy mandó una fuerza de infantes españoles y caballería italiana contra las posiciones de las Bandas Negras de Giovanni de Médici el 18 de febrero. En estos combates resultó gravemente herido el condotiero italiano que, tras recibir permiso del propio rey francés, se retiró a Piacenza con la mayor parte de sus fuerzas. Francisco I, que había trasladado su cuartel general dentro del parque viejo situado al norte de Pavía, concretamente al noroeste de este, junto a la puerta Repentina, solicitó refuerzos a Luis II de la Trémoille, gobernador de Milán bajo el dominio francés, quien partió de inmediato con 2.000 mercenarios suizos que sitiaban el castillo de la capital del ducado, dejando esta tarea a cargo de Teodoro Trivulzio. Desde la llegada de las tropas imperiales de socorro, el marqués de Pescara se dedicó en cuerpo y alma a buscar puntos débiles en el entramado del ejército francés. 

De este modo, los imperiales lanzaron un ataque sorpresa sobre el fuerte de San Lázaro, alrededor de una pequeña iglesia situada en las defensas de contravalación francesas, al sureste del parque de Mirabello, logrando un éxito momentáneo, ya que el posterior contraataque galo logró recuperar la posición. Lannoy no tenía en mente entablar una confrontación frontal contra el ejército francés, pero las circunstancias acuciaban y Pavía estaba al borde del colapso. El marqués de Pescara y Alfonso de Ávalos, marqués del Vasto, planificaron entrar en el parque de Mirabello o Visconteo, un coto de caza de los duques de Milán al norte de Pavía donde los franceses habían instalado su campamento principal. 

El complejo, en forma trapezoidal, estaba protegido por 21 kilómetros de muralla y se hallaba dividido en dos: el parque nuevo y el viejo. Por su interior discurría de norte a sur un canal de agua llamado Vernavola que iba a desembocar al río Ticino, mientras que paralelo a los muros occidentales del parque se hallaba el canal Noviglio. El plan imperial era abrir una brecha en los muros y, con una fuerza de hombres encamisados, dirigirse rápidamente contra el castillo de Mirabello, en el centro del parque viejo, donde creían que Francisco I había establecido su campamento, tomar la artillería y establecer una posición defensiva fuerte a la espera de reunirse con el grueso del ejército y con las tropas de Leyva, que debían salir de la plaza en cuanto Lannoy diera la orden. 

-El asalto al parque Mirabello

De esta manera, alrededor de las 22 horas del 23 de febrero de 1525, las tropas imperiales comenzaron a prender fuego al campamento situado frente a la puerta de los Levrieri, y a desplazarse hacia el norte paralelamente a la muralla, mientras la artillería martilleaba las posiciones de los suizos; dos compañías de zapadores encamisados, esto es, provistos de camisa blanca y banda colorada para identificarse en la noche y que sus armaduras no reflejaran la luz de la luna, comenzaron a abrir dos brechas en los muros del parque de Mirabello, a la altura de la puerta de Pescarina, pasada la medianoche. Charles de Tiercelin, al frente de las tropas encargadas de la defensa de la parte este del parque, cuyo campamento se encontraba en la torre del Gallo, al sureste de Mirabello, no se percató del movimiento de las tropas imperiales y creyó que estos se retiraban. Oznaya cuenta cómo Pescara "puso tres capitanes, Luis de Viacampo, Herrera y Gayoso, hombres muy diestros en las cosas de la guerra" para que velasen con sus compañías de que los movimientos imperiales pasasen desapercibidos. 

Sobre las 4 de la mañana los hombres de las compañías de los capitanes Santa Cruz, de arcabuces, y Salcedo, de picas, seguían empeñados en abrir brecha con "picos y vaivenes" cuando, al fin, Tiercelin se percató de que algo estaba ocurriendo al otro lado de los muros del parque de Mirabello, dando orden de que 3.000 suizos y 1.000 jinetes se desplazaran a toda prisa hasta la zona de la puerta Pescarina. Una hora después, la brecha estaba abierta y el marqués del Vasto se lanzó a través de ella con 3.000 soldados españoles y alemanes divididos en dos escuadrones para capturar al rey francés, con la protección de la niebla y la oscuridad. Tras el marqués del Vasto entró el resto del ejército imperial que se movió hasta la zona de la puerta Pescarina; en vanguardia Pescara con el resto de españoles, en el centro Lannoy con los alemanes y cerrando la formación iba el duque de Borbón con los italianos y el tren de artillería. 

Con el campamento imperial en llamas, el ejército francés, fuera de sus cuarteles, se preparaba para salir en persecución de las tropas del emperador, que supuestamente huían del lugar ante la falta de dinero para pagar a sus hombres. La visibilidad era escasa, pero el marqués del Vasto tenía órdenes de avanzar hasta el castillo, por ser su conquista de vital importancia, apoyado por la caballería ligera del marqués de Civita, que sumaba unos 500 jinetes. El ala derecha imperial se dirigiría hacia el oeste, una zona pantanosa y con dos bosques a los flancos, donde se hallaba Francisco I con sus gendarmes, parte de la infantería suiza y la artillería ligera, mientras la izquierda de los imperiales avanzaría hacia el sureste con el objetivo de acabar con la artillería del este del parque, y separar al grueso de la infantería enemiga y los caballeros que allí se hallaban de las fuerzas del rey. 

El marqués del Vasto con sus hombres. Ruprecht Heller

A las 6 de la mañana la artillería situada frente a la torre del Gallo cesaba de escupir fuego; era la señal acordada con las tropas de Leyva que estaban en el interior de Pavía. El ejército francés, completamente confundido, no vio la amenaza que representaban las fuerzas de Leyva y del marqués del Vasto, y seguía obstinado en la defensa de la parte este de Mirabello, Tan solo Tiercelin, con 1.000 caballos, y el señor de Florange, comandante de los mercenarios suizos, parecieron percatarse ya del auténtico peligro, pero lo hicieron demasiado tarde. Eel ejército imperial había entrado en Mirabello y estaba formando para la batalla. Mientras tanto, las noticias del ataque empezaron a llegar a oídos del rey francés, desconociendo la magnitud y el alcance de la amenaza. Bonnivet corrió a toda prisa acompañado de varias compañías de lanzas hacia el lugar donde se estaban produciendo los primeros combates. 

-La batalla de Pavía

Las fuerzas del marqués del Vasto asaltaron el castillo de Mirabello, donde se hallaban víveres, municiones, y algunos heridos y personal civil que acompañaba al ejército, haciéndose con él sin demasiadas dificultades. El centro imperial, compuesto por 6.000 infantes españoles al mando del marqués de Pescara que habían formado escuadrón y por unos 12.000 lansquenetes alemanes de Frundsberg que formaban otro, divisó a su derecha a las fuerzas de caballería del rey francés y los escuadrones de la infantería enemiga, yendo por delante unos 15.000 tudescos al servicio de Francia. Pescara arengó a sus hombres: "Sabed que el rey de Francia ha mandado echar bando que nadie tome español a vida, so pena que la perderá también el que le tomare". En la retaguardia, los italianos, dirigidos por el capitán Papacoda y otros capitanes de su infantería protegían la artillería, poco numerosa. A la derecha de las fuerzas de infantería imperiales se hallaba la caballería: la fuerza de 200 lanzas del virrey, los 300 hombres de armas de Carlos de Borbón, y otros 200 bajo el mando de Hernando de Alarcón, y muchos distinguidos caballeros. Como se ha indicado, Ávalos logró tomar el castillo acabando con sus defensores poco antes de las 7 de la mañana, logrando las fuerzas imperiales separar completamente a las fuerzas francesas de Tiercelin y Florange, de las del rey Francisco I. 

Sobre las 7 de la mañana Francisco I se decidió a entablar batalla y acabar con el ejército imperial en el parque de Mirabello, confiado en que las condiciones del terreno favorecían las tácticas de la gendarmería francesa. Ya se ha descrito que el lugar era una masa inmensa de bosque con abundante vegetación, con diversos pantanos y un arroyo que transcurría longitudinalmente a lo largo del parque. El castillo de Mirabello, más bien un palacete fortificado que disponía de foso inundado, se encontraba en medio del recinto, por lo que su toma por parte de los hombres del marqués del Vasto supuso disponer de una posición dominante sobre el parque. Sobre la colina del palacio situó dos piezas de artillería con las que apoyar al ejército imperial pero pronto los reveses iban a comenzar para la fuerzas del emperador, cuando su artillería quedó retrasada. Una fuerza de caballos enemigos e infantería suiza cargó contra los italianos, que no habían querido unirse en escuadrón con los españoles, perdiéndose los cañones que traían. 

El rey galo dispuso sus tropas para el combate: su vanguardia estaba compuesta por unos 1.000 hombres de armas o gendarmes bajo su mando directo, secundado por el almirante Bonnivet y otros 2.000 caballos ligeros. Detrás de ella situaron una batería artillera con 12 piezas y en su flanco derecho formaron los alemanes al servicio de Francia, unos 15.000, mandados por Georg Langemantel. En retaguardia se concentraban más de 5.000 mercenarios suizos y otros 3.000 soldados gascones y bearneses. Oznaya señala que detrás de los alemanes "venía otro escuadrón darmas de otros diez mil esguízaros, y otros quince mil o más italianos, y otro de ocho o diez mil infantes franceses", cifras del todo exageradas. Pasadas las 7 la artillería gala, al mando del gran maestre de artillería Jacques Ricard de Genouillac, comenzó a martillear las posiciones del ejército imperial con munición de 15 libras. Si bien los cañones no eran de gran calibre, eran muy numerosos y no solo disparaban del oeste de Mirabello, sino también desde la Torre del Gallo. Pescara dio instrucciones a sus hombres para que se agacharan ante cada descarga francesa, y así no deshacer sus filas, pues las salvas eran mortíferas. 

La niebla jugaba a favor de los imperiales, moviéndose la infantería española y alemana hacia el castillo para atrincherarse, pero esta empezó a disiparse, de modo que Francisco I, creyendo que una carga de su poderosa caballería pesada destrozaría las líneas imperiales, se lanzó sobre ellas pasadas las 7:30 de la mañana. La caballería imperial, dividida en los escuadrones mandados por Lannoy, Borbón y Alarcón, chocó contra sus rivales. Juan de Oznaya, cronista de la batalla, describió los combates así: "puestas las lanzas en los ristres, con gran ánimo arremetieron los unos a los otros, donde se pudieron ver hermosos encuentros y muchos caballos salir sin señores". En estos combates los franceses, aprovechando su superioridad numérica, se impusieron a los caballos imperiales. Se cuenta que el rey francés le espetó al señor de Lescun, Thomas de Foix: "señor mío, quiero a partir de ahora ser llamado señor de Milán".

El marqués de Pescara seguía con preocupación los acontecimientos y temía que la caballería francesa superase a la imperial y cayese sobre su infantería, de tal forma que ordenó al capitán Quesada apoyar a los caballos de Lannoy con 200 arcabuceros, que se situaron en un bosquecillo en el flanco izquierdo francés, apenas a 50 metros del campo de batalla de los caballos. De la crónica de Oznaya difiere Martín García Cerezada, quien asegura que Pescara envió a los capitanes Alonso de Córdoba y Rodrigo de Ripalda al frente de los 200 arcabuceros que debían apoyar a la caballería imperial. Los jinetes imperiales vestían con camisa blanca, por lo que los arcabuceros españoles podían hacer certero blanco sobre ellos.

Pronto el fuego de arcabuz empezó a causar estragos en la caballería gala, más aún cuando otros 500 arcabuceros corrieron a apoyar al destacamento de Quesada o de Córdoba y Ripalda. Las terribles ruciadas caían sobre los franceses rompiendo su formación, por lo que estos retrocedieron, rehicieron filas, y cargaron contra los arcabuceros españoles. La carga de los hombres de armas galos solo sirvió para causar más bajas entre sus filas. Los arcabuceros se replegaron rápidamente y se empezaron a situar por reducidas mangas a lo largo de todo el campo, protegidos por las armas ligeras. Además, los hombres del marqués del Vasto se habían desplazado desde el palacio de Mirabello para reforzar el flanco izquierdo imperial. El almirante de Francia, Jacques de la Palice, fue reducido por el capitán Zúcar, pero llegó un arcabucero español y lo mató de un disparo, siguiendo las instrucciones de Pescara.

Sobre las ocho menos cuarto los mercenarios suizos de Florange cedieron definitivamente ante el empuje de los lansquenetes de Frundsberg, que mandó al capitán Marx Sittich a perseguirles en su huida, mientras que él, con el grueso de los alemanes, marchó rápidamente contra el ala derecha francesa donde estaban sus paisanos que combatían bajo las banderas de Francisco I. Los hombres de Frundsberg y del marqués del Vasto reforzaron a la infantería de Pescara, uniéndose el centro y la derecha imperial en un solo bloque, y se dirigieron contra los alemanes de la Banda Negra, unos 15.000 hombres bajo las órdenes de Francisco de Lorena, y las tropas gasconas y bearnesas. Por su parte, la caballería imperial se reorganizó tras la inestimable ayuda de los arcabuceros de Quesada, y cargó sobre la caballería francesa con la intención de llegar hasta el rey, quien se encontraba protegido por un selecto grupo de nobles. 

Los infantes franceses e imperiales formaron en dos grandes escuadrones frente a frente, destacando Pescara 600 arcabuceros y escopeteros españoles, los más diestros y hábiles. El marqués, en carta al emperador sobre la batalla narra que en este punto de los combates situó "al marqués del Vasto con los españoles a los alemanes (del bando francés) y con los alemanes nuestro volví a los suizos". Oznaya relata que Pescara arengó a sus hombres: "Ea, mis leones de España, que hoy es el día de matar el hambre que de ganar honra siempre tuvisteis, y para esto os ha traído Dios a las manos tanta multitud de pécoras en que os cebéis; y mirad que aquel escuadrón, que allí algo lejos viene hacia acá, me parece que es la gente de Pavía, que con el mismo deseo de ganar honra ha salido y viene a juntarse con nosotros". Unos 200 arcabuceros enemigos salieron de la formación y lanzaron una descarga contra los imperiales sin demasiado éxito, ya que no eran tan duchos en el manejo de las armas de fuego y estas no eran tan avanzadas como las de los españoles. Estos contestaron con una terrible y precisa descarga, y mantuvieron un fuego constante durante siete u ocho minutos destrozando a los coseletes alemanes del ejército francés, recibiendo algunos hasta cinco disparos de arcabuz mientras Pescara gritaba a sus hombres: "¡Santiago y España; a ellos, a ellos que huyen!".

Mientras ambos escuadrones intercambiaban fuego con desigual suerte, Frundsberg organizó su el escuadrón hispano germano en forma de media luna, y Pescara decidió cargar sobre el flanco derecho de los tudescos enemigos y penetrar en su formación, contribuyendo a acrecentar el pánico entre las filas del enemigo, "mostrando que no solo capitaneaba de palabra sino con admirables obras, que matando e hiriendo se metió entre los contrarios de suerte que, en más de una hora, no supo hombre de él", ya que había perdido el contacto con el grueso del ejército, como afirma en su crónica Oznaya. En apenas 10 minutos la Banda Negra de alemanes había quedado deshecha, con las primeras líneas de coseletes yaciendo en el suelo y su flanco derecho en desbandada ante la carga de Pescara. Los infantes españoles aprovecharon para arremeter contra los restos de la infantería de Francisco I. 

Espoleados por la noticia de la muerte de Pescara, acrecentada por la llegada del capitán Quesada que había sido herido de un escopetazo en la espalda cuando se dirigía a tomar la artillería enemiga, el ataque fue un rotundo éxito. En realidad, el general español había sido herido tras ser matado su caballo, pero seguía en pie y combatiendo junto a su guardia en mitad del ejército enemigo. Oznaya describe el momento en que apareció el marqués de entre un escuadrón enemigo "y venía herido en el rostro, junto a la nariz, de una pequeña herida que con una pica le habían dado. Traía otra herida en la mano derecha, no peligrosa; pero traía un arcabuzazo en medio de los pechos que, pasándole el coselete y los vestidos, llegaba a la carne; y como la pelota estaba caliente, le hacía pensar que entraba por el pecho en el cuerpo, y esto le traía algo fatigado. En las armas traía mil cuchilladas, y alabardazos y golpes de picas". Su caballo, Mantuano, venía gravemente herido y murió al poco de reponerse el marqués. 

Quien sí había resultado muerto era el marqués de Civita Sant'Angelo, quien tras ver cortadas las riendas de su caballo por un enemigo, fue a dar a la posición del rey de Francia quien "le encontró de suerte que, como el marqués a la lijera a estradiota fueses armado, le derribó muerto en tierra", de ahí la posible confusión de los españoles. A pesar del desastre de los alemanes de la Banda Negra, el cuadro francés se reforzó con la última ordenanza de infantería suiza, unos 3.000 esguízaros de los cantones altos, y varias compañías de italianos, que se unieron a los gascones y bearneses, tras haber llegado más tarde a los combates, probablemente por estar acampados fuera de los muros del parque viejo. 

Salida de los hombres de Leyva. Tapiz de van Orley

Leyva, aquejado de gota, en el momento acordado salió en silla de Pavía con sus tropas, unos 1.000 infantes españoles y alemanes y 400 caballos, la mitad de ellos hombres de armas. Los hombres que protegían Pavía acabaron fácilmente con los centenares de italianos de la Banda Nera y los suizos al servicio de Francia que bloqueaban la ciudad y se adentraron en Mirabello, causando estragos en la retaguardia francesa y en las desorganizadas tropas de Florange, que huían de la persecución de los alemanes de Sittich. En este momento Anne de Montmorency, que trataba de contener la desbandada, caía al suelo herido tras haber sido matado su caballo por el capitán Castaldo, siendo después hecho prisionero por el capitán Herrera.

Alfonso de Valdés, humanista y teológo, a quien se le encargó el informe oficial sobre el enfrentamiento, indica que Leiva salió con 200 hombres de armas y 5.000 infantes alemanes y seis piezas de artillería y "vino a romper la puente que sobre el Tesino tenían (los franceses), para que los enemigos no se pudiesen salvar huyendo". Pedro Mejía, caballero y cronista de la época, por su parte, señala que Leyva "salió a la puerta de la ciudad con parte de los españoles y alemanes que dentro tenía, dejando el resto en guardia de ella, y les mandó luego trabar escaramuza con la gente italiana que el rey de Francia había dejado en guardia de los reparos de su campo; y los apretaron y combatieron de tal manera que no solamente no pudieron ir a ayudar a los suyos".

De esta forma, la caballería pesada francesa, con el rey y la flor y nata de la nobleza gala, quedaba completamente aislada y era machacada a placer por el fuego de los arcabuceros españoles. La situación se volvió dramática. La artillería gala cayó en manos de los imperiales. Cerezeda afirma que la guardaba Alençon al frente de 4.000 infantes y 200 lanzas y contra ellos acometieron 300 españoles que "llegan a la artillería matando e hiriendo a los artilleros y a los que se la defendían, y comienzan a dejarretar los caballos que estaban asidos a algunas piezas". Todos los intentos de Alençon para echar a los españoles de su artillería fracasaron y "viendo el escuadrón de los esguízaros roto con la otra infantería, y que el virrey y los otros señores hacían tan gran daño con su caballería a la caballería francesa, y que el capitán Alonso de Córdoba y el capitán Rodrigo de Ripalda, con los 200 arcabuceros españoles, estaban en guardia de la gente de armas española (que es cosa de no creer el gran daño que los franceses recibieron, pues lo que la infantería hizo, en especial la arcabucería, quiero callar, que no bastaría mi pluma decirlo), así pues, viendo esta pérdida, mandó retirar su caballería y escuadrón de infantes".

-La derrota francesa y la captura del rey

Cerezeda, que se encontraba entre los 300 españoles que habían ganado la artillería enemiga ("que de todo fui testigo de vista por me hallar entrellos"), relata cómo Alençon acabó huyendo a toda prisa por un portillo que había en el muro del parque, mientras que los nobles que protegían al rey iban cayendo como un castillo de naipes. Bonnivet, general francés que había invadido Lombardía dos años antes, yacía muerto en el suelo, al igual que el señor de Chaumont, La Tremoille, Suffolk, Francisco de Lorena o el mariscal de La Palisse, que también murieron en combate. Francisco I, cada vez más solo, acabó combatiendo viéndose rodeado. En ese momento un hombre de armas de la compañía de Diego de Mendoza llamado Juan de Urbieta se abalanzó sobre él. Francisco gritó "¡La vida, que soy el rey!", por lo que Urbieta, en mal francés, le ordenó rendirse, espetando el monarca "¡yo me rindo al emperador!", como asegura Oznaya. 

El caballero guipuzcoano vio al alférez de su compañía rodeado de franceses y ante el riesgo de perder la bandera le dijo al rey: "si vos sois el rey de Francia hacedme una merced", y alzó su visera mostrando que le faltaban los dos dientes delanteros para que así pudiera Francisco reconocer a su captor mientras socorría a su alférez. Tras esto, otro hombre de armas de Granada, Diego Dávila, y otro gallego, Alonso Pita da Veiga, que ayudó a levantar al rey y le tomó la insignia de San Miguel que llevaba al cuello, la orden de caballería más prestigiosa de Francia, y por la cual el rey le dijo que le daría 6.000 ducados, no queriendo el gallego aceptarlos sino entregar la cadena al emperador, según rezan las crónicas de Juan de Oznaya. Varios soldados y jinetes llegaron al poco y, diciendo querer cumplir las órdenes del marqués de acabar con los enemigos, quisieron matar a Francisco no creyendo que fuese el rey francés. 

Al parecer fue un gentilhombre del condestable de Borbón, el señor de la Mota, quien reconoció al regio prisionero y avisó al virrey Lannoy, ante quien Francisco I se rindió haciéndole entrega de su espada, según destaca la crónica francesa de Sébastian Moreau. Mientras los hombres se agolpaban para ver la rendición del rey galo, los restos del ejército francés, bajo el mando del duque de Alençon, emprendían la huida recogiendo a quienes podían rescatar mientras avanzaban en dirección a Binasco, a medio camino entre Pavía y Milán. Apenas eran 400 caballos, 2.500 infantes franceses y otros 2.000 italianos. Para proteger su huida, su segundo, La Roche du Maine, se quedó para contener a los imperiales, ya que Alençon, tras la captura del rey, estaba llamado a asumir la responsabilidad del reino de Francia, aunque poco pudo hacer, ya que tras su huida a su país a través de los Alpes, murió al poco de llegar a Lyon. Un soldado español llamado Cristóbal Cortesía hizo preso al príncipe de Navarra, quien le prometió 20.000 escudos por dejarlo con vida. 

En este punto del relato vuelven a diferir Oznaya y Cerezeda. Este último afirma que al rey francés le cortó el paso el capitán Quesada y, al darse la vuelta se topó con "Diego de Ávila, Juanes (de Urbieta), Sandoval y un infante llamado Córdoba; y este infante estimó haberle tomado el San Miguel, que es un joyel que traen los reyes de Francia, como el emperador el tusón. Diego de Ávila y Juanes hubieron las manoplas, estoque y yelmo". Por su parte, Paolo Giovio asevera que fueron "Diego d'Avila e Giovanni Urbieta" quienes apresaron al rey de Francia, coincidiendo en parte con lo descrito por Oznaya. En cambio, Pedro Mejía coincide con Cerezeda y asegura en su obra que el rey de Francia "fue preso por dos españoles, el uno soldado, llamado Juanes (de Urbieta), vizcaíno, y el otro hombre de armas llamado Diego de Ávila, natural de Granada. Juan Ginés de Sepúlveda, por su parte, afirma que fue apresado por "los jinetes españoles Jacobo de Ávila y Juan de Urbieta", y que "llegaron otros tres jinetes que pretendían compartir el botín y la captura del Rey, pero llegó Carlos de Lanoy y zanjó la disputa, prometiendo que premiaría a cada uno según correspondiera".

Uno de los protagonistas, Alonso Pita da Veiga, hombre de armas de las Guardas, afirma que "allegado yo por el lado yzquierdo le tomé la manopla y la banda de brocado con quatro cruces de tela de plata y en medio el cruçifixo de la veracruz que fue de carlomanno y por el lado derecho llegó Joanes de Orbieta y le tomó el braço derecho y Diego de Ávila le tomó el estoque y la mano derecha y le matamos al caballo y nos apeamos joanes e yo y allegó entonces Juan de Sandobal". Veiga también afirma que el propio rey de Francia, al día siguiente de su captura, delante del virrey Lannoy dijo que había sido él quien le había salvado la vida y que le recompensaría por ello. Igualmente, se conserva el privilegio de armas de 1529, así como la cédula de Francisco I de 4 de marzo de 1526 en la que se confirmarían tales afirmaciones. Por lo tanto, lo más acertado es señalar que los tres hombres de armas encargados de la captura del rey francés fueron Pita da Veiga, Juan de Urbieta y Diego de Ávila. Frundsberg, por su parte, en carta al archiduque Fernando, hermano del emperador, señala que fue Nicolás, conde de Salm, quien hirió al caballo del rey cayendo este al suelo, y que en ese momento apareció el virrey Lannoy, a quien se rindió en nombre del emperador. ("le conte Nicolas de Stein blessa son cheval, dont il tomba par terre, et sur ce point survient le vice-roy, auquel le roy de France se rendit au nom de l'empereur").

Tras la llegada de Pescara y Lannoy donde estaba retenido el rey francés, se produjo la de Alarcón y la del marqués del Vasto, a quien Francisco I se dirigió : "Marqués, yo he deseado mucho tiempo veros, pero no quisiera que se cumpliera mi deseo así, sino de manera que yo pudiera haceros la honra que merece vuestra persona", respondiendo el marqués del Vasto: "a Dios gracias por todo, que de esta manera puedo yo decir que se me ha cumplido a mí mucho mejor mi deseo, pues veo a Vuestra Majestad en poder del emperador, mi señor", según atestigua Oznaya. Desde allí se desplazaron todos a la ciudad de Pavía mientras, siguiendo las órdenes de Pescara, la infantería española se juntaba en escuadrones al lado de los alemanes, que mantenían el escuadrón compacto aún. Así, cuando el monarca galo pasó por delante de las formaciones acompañado de sus captores y todos los señores imperiales, se disparó una "hermosa salva".

Resulta complicado encontrar una victoria más completa y brillante, donde finalmente acaba preso el rey enemigo y donde la diferencia de bajas entre ambos ejércitos resulta tan abultada. Algunos cronistas hablan de más de 15.000 muertos en el bando francés, como indica Cerezeda, aunque es más probable que la cifra real fuera de unos 10.000 o 12.000 hombres, tal y como manifestaba Frundsberg y cronistas de la época como Verri o Mejía. El propio emperador, en carta a su madre Juana, le informa de la muerte de 16.000 franceses y tan solo 400 españoles. En cambio otros aminoran esta cifra, como Bernardino della Barba, nuncio papal que acudió al campamento imperial, que habla de más de 4.000 muertos en el campo francés. Muchos de los hombres murieron ahogados al intentar cruzar el río Tesino, que bajaba muy crecido en esa época del año. Además había que sumarle más de 2.000 franceses heridos, y numerosos presos, incluido el rey y nobles como el conde de Saint-Pol, Luis de Cléveris-Nevers, Robert III de la Marck, señor de Florange, Anne de Montmorency, el gran maestre de artillería Galiot de Genouillac o el príncipe de Navarra. 

Es por tanto muy acertado destacar que Pavía fue la tumba de la nobleza francesa, ya que la mayoría de los más destacados nobles de Francia cayeron muertos o prisioneros. Igual que es acertado indicar que el ejército francés dejó de existir por completo. La victoria cobra aún más dimensión si destacamos el número de bajas en las filas imperiales, que van desde los 700 muertos que indica Alonso de Santa Cruz, los 1.000 muertos que apunta Mejía, hasta los 2.000 muertos que afirma Cerezeda que hubo en el campo imperial. El rey francés fue llevado a Nápoles, pero antes de llegar en barco las órdenes indicaban que se pusiera rumbo a Valencia. Desde Valencia partió a Guadalajara y de allí se le trasladó a Madrid, quedando preso en la torre de los Lujanes y de ahí pasó a los Alcázares. 

En España se le obligó a firmar el Tratado de Madrid, por el que debía renunciar a sus aspiraciones italianas, así como a los territorios de Flandes, Artois y Borgoña, estando preso en Madrid hasta el 17 de marzo de 1526. Al poco de ser liberado, Francisco incumplió su palabra, a pesar de haber dejado a sus hijos en prenda en Madrid, como haría a lo largo de toda su vida, y no quiso ceder Borgoña, siendo acusado por el emperador de perjuro, llegando a aliarse con el Papa en su lucha contra los Habsburgo. Esto acabó llevando al emperador a saquear Roma en 1527. Por su parte, cuentan que el monarca español, en admiración por la brillante actuación de la infantería española, dejó de hablar en su lengua materna y se entregó por completo a la lengua castellana, que se dice que habló por primera vez en público durante las negociaciones del tratado. 

Captura del rey de Francia


-Conclusiones

En las correspondencia de las horas y días posteriores a la batalla que se conserva de varios de los participantes en Pavía destaca la brevedad y sobriedad del relato de la misma. Tanto participantes del lado imperial como el marqués de Pescara, que informó al emperador, el virrey Lannoy, quien envió a Juan de Sarmianto con su carta sobre lo ocurrido, o Georg von Frundsberg, informando al archiduque Fernando, como por la parte francesa, con las cartas de Louis II de la Trémoille o la del propio Francisco I a la duquesa de Angulema y regente de Francia, apenas entran en detalles sobre la contienda, debiendo esperar a las crónicas más exhaustivas y detalladas que hacen Paolo Giovio, Juan de Oznaya, que fue escudero del marqués de Pescara en la batalla o Martín García Cerezeda, uno de los arcabuceros que tomó la artillería francesa en Pavía. 

Lo que es evidente es que los combates de Pavía fueron muy confusos; en primer lugar porque ambos ejércitos desconocían al inicio de los mismos la posición del otro y los planes que tenían eran distintos a cómo se desarrollaron los hechos con posterioridad. Las fuerzas imperiales y francesas estaban divididas, por lo que, sobre todo en el bando francés, las órdenes no estuvieron nada claras y fueron tomadas por distintas personas. Del lado imperial, sin duda, fue el marqués de Pescara quien llevó el peso en la toma de decisiones, y el marqués del Vasto las ejecutó a la perfección, pero es obvio que en una contienda confusa y con varios frentes de batalla, la superior capacidad de los oficiales imperiales como Pescara, Vasto, Alarcón o Frundsberg, por no hablar de los capitanes españoles, resultó decisiva. 

De igual modo, fueron cruciales las acciones de los arcabuceros y escopeteros españoles. Su mejor manejo de las armas de fuego y su superioridad táctica les permitieron socorrer a su caballería cuando pasaba por su peor momento ante los caballos pesados franceses; pero no solo eso, sino hacerse con la artillería gala, que estaba castigando duramente las posiciones imperiales, y romper la formación alemana de bandas negras al servicio del rey de Francia. Otro de los elementos importantes, pero que pasó prácticamente inadvertido para los cronistas de la época fue la ruptura por parte de los hombres de Leiva de las fuerzas de asedio que los franceses tenían sobre Pavía, ya que contribuyó a extender un sentimiento de pánico y derrota entre el enemigo.

La toma del castillo o palacio de Mirabello cobró importancia en las narraciones posteriores que se hicieron de la batalla, tal y como señala Dario Testi. Estas crónicas hicieron hincapié en la ventaja táctica que ofrecía hacerse con un bastión de esas características en medio del campo de batalla, ofreciendo resguardo frente a la artillería enemiga y facilitando la superación de sus fuerzas. También es necesario destacar el comportamiento de la infantería esguízara, tenida por muchos como la mejor hasta esos momentos a pesar del desastre sufrido en Bicoca. Los testimonios en primera persona de los generales imperiales y franceses señalan la falta de firmeza de los helvéticos, que ciertamente tuvieron un comportamiento nada ejemplar y acabaron huyendo intentando salvar la vida, todo lo contrario de los alemanes al servicio de Francia, que fueron, junto con los caballeros, quienes pagaron un alto precio por mantener bien elevada su honra y reputación. 

En general, estamos ante un choque que se pudo definir, a pesar de lo extenso de este artículo y de la cantidad de estudios y obras que de ella han surgido, como de rápido, enmarañado y en el que la fortuna se entremezcló con las decisiones tácticas. Una batalla que, bajo el punto de vista de quien escribe, no supuso la decadencia o incluso el final de la caballería, como afirman muchos estudiosos al respecto, sino el final delas tácticas que hasta ese momento se habían usado; a partir de ese momento infantería y caballería estaban llamados a colaborar. La combinación de armas que estaban llevando a cabo los imperiales, siguiendo las conclusiones tácticas que los españoles habían sacado de las Guerras de Nápoles del Gran Capitán, sería lo que marcase el arte de hacer la guerra en la época moderna. Esto no quiere decir que la caballería dejase de tener importancia, de hecho fue crucial en muchas de las batallas del siglo XVI y XVII en las que se achaca todo el mérito a los infantes, como en Nördlingen

Bibliografía: 

-Tratado de las campañas y otros acontecimientos de los ejércitos del Emperador Carlos V (Martín García Cerezeda)

-Historia del fortísimo y prudentísimo capitán don Hernando de Ávalos, marqués de Pescara, con los hechos memorables de otros siete capitanes del emperador Carlos V, rey de España (Pedro Vallés)

-Historia de la guerra de Lombardía, batalla de Pavía y prisión del rey Francisco de Francia (Juan de Oznaya)

-La batalla de Pavía. Fuentes historiográficas y epistolares del siglo XVI (Darío Testi)

-Historia del Emperador Carlos V (Pedro Mexía)

-La prisión del rey de Francia. Revista de Historia Militar nº 127 (Gabriel Pita da Veiga Gollanes y Joaquín Pita da Veiga Subirats)

*Este artículo ha sufrido modificaciones por el encuentro de nueva documentación.

Tapiz de la batalla de Pavía



Francisco I

Carlos de Lannoy. Virrey de Nápoles

Fernando de Ávalos. Marqués de Pescara

Alfonso de Ávalos. Marqués del Vasto. Por Tiziano

Antonio de Leyva. Príncipe de Áscoli










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