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Batalla de Pavía


El 24 de febrero de 1525 las tropas imperiales de Carlos V aplastaban a los ejércitos del rey francés, Francisco I, en la batalla de Pavía, la cual sería la tumba de buena parte de la nobleza francesa de aquella época.

En el contexto de las Guerras Italianas, España y Francia se medían en un conflicto por decidir cuál era la potencia dominante en Europa. Francisco I, que había perdido la carrera por el trono al Sacro Imperio contra el monarca español Carlos I, se lanzó a la invasión de Navarra a comienzos de octubre de 1521, mientras que en noviembre del mismo año el ejército español entraba en Milán y provocaba la huida de las tropas francesas de la ciudad, quedando como último reducto el castillo de la ciudad, al que Antonio de Leyva y el marqués de Pescara pusieron asedio de inmediato con tropas alemanas. 

A pesar de ello, el rey galo no se dio por vencido y se lanzó contra el Milanesado nuevamente, amenazando Pavía y Monza hasta que, el 27 de abril de 1522 los españoles lograron una de las victorias más espectaculares, increíbles y fáciles de la historia en la Batalla de Bicoca. España seguía imponiendo su hegemonía en Europa gracias a la visión estratégica del propio monarca, que además contaba con los mejores mandos militares del momento. Hombres como Próspero Colonna, el marqués del Vasto o el de Pescara, Carlos de Lannoy o Antonio de Leyva, constituían la élite de los ejércitos de toda Europa. 

En abril de 1523 la guarnición del castillo de Milán se rindió ante la imposibilidad de socorro, y en junio de ese año los españoles prosiguieron su ofensiva en Italia tomando Génova tras una brillante campaña dirigida por Leyva. Para finales de ese año Carlos de Lannoy, virrey de Nápoles, entraba en Milán, tras sustituir al general Colonna, recién fallecido. Para tratar de explotar definitivamente el éxito de aquella campaña, las tropas del emperador Carlos V, que se hallaban acantonadas desde abril de 1524 en el Monferrato, se lanzaron sobre Francia a través del paso alpino de Tenda, avanzando por la costa azul, y poniendo sitio a la ciudad de Marsella, 

El asedio comenzó el 16 de agosto, pero los repetidos intentos de asalto fracasaron estrellándose contra las murallas de Marsella debido a las buenas fortificaciones que los franceses habían trazado. Esto, unido al socorro que desde Aviñon estaba conduciendo el propio Francisco I, formado por más de 35.000 soldados, hizo que el ejército imperial levantara el asedio a finales de septiembre. La insistencia de marqués de Pescara en retirarse del asedio ante el peligro de perder el ejército, venció la obstinación del condestable de Borbón. Pescara condujo de manera brillante el repliegue del ejército imperial hacia Italia, perseguido en todo momento por la vanguardia francesa del mariscal de Montmorency.

Este fracaso imperial animó a Francisco a invadir nuevamente el Milanesado. Decidió el rey francés no perseguir a las fuerzas de Borbón y tomarlas ventaja cruzando los Alpes en octubre de 1524 y entrando en Lombardía. El ejército imperial logró esquivar el movimiento en pinza francés, y se empezó a dividir, dejando una poderosa guarnición en Alessandria, mientras que Antonio de Leyva se dirigió a Pavía, donde Carlos de Lannoy había establecido su cuartel general, a poco más de 30 kilómetros de Milán. El resto del ejército, conducido por el marqués de Pescara, marchó hacia Milán a toda prisa entrando en ella el 22 de octubre. 2 días después 1.000 infantes españoles contuvieron en Binasco a cerca de 5.000 suizos bajo el mando de Jean d'Iaspert, pero era evidente que Milán no se podía defender con tan pocos hombres, por lo que Pescara abandonó la ciudad y se dirigió a Lodi.

El 26 de octubre las tropas francesas entraron en la capital del ducado, pero Francisco I, en lugar de perseguir al ejército de Pescara hacia Lodi, se dirigió contra Pavía, conocedor de la importancia estratégica de dicha plaza. En el castillo quedaron 300 hombres bajo el mando del duque Francesco II Sforza, que había recuperado el ducado en 1521 con la entrada de los españoles en la ciudad. Para el repliegue español fueron fundamentales las actuaciones de los escopeteros y arcabuceros, que tendieron numerosas emboscadas a los caballos pesados franceses. Para asediar el castillo los franceses contaban con 6.000 infantes y cerca de 500 jinetes. 

Con nada menos que 53 piezas de artillería, 24 de ellas gruesas, y algo menos de 30.000 infantes, 2.200 caballos pesados y 1.500 ligeros, el rey francés puso sitio a Pavía a finales de 1524. Con semejante fuerza los franceses pudieron rodear por completo Pavía. La ciudad, situada al sur de Milán y al suroeste de Lodi, estaba emplazada en la margen derecha del río Tesino, justo antes de que éste confluya con el río Po. La ciudad contaba con sólidos muros y diversos revellines y baluartes que aumentaban la capacidad de defensa, que además podía ser fácilmente abastecida por el río Tesino o desde las vecinas plazas de Lodi, Piacenza o Alessandria. 

Entrada de Francisco I en Milán. Phillips Galle

Además las fuerzas imperiales para defender la plaza ascendían a 4.000 lansquenetes alemanes, algo más de 1.000 infantes españoles y 500 caballos, de los que 200 eran hombres de armas. El mando de las fuerzas lo ostentaba Antonio de Leyva. No parecían muchas, y menos ante la enormidad del ejército galo, pero las dificultades de la empresa eran muy grandes y muchos de los generales de Francisco I le advirtieron de los peligros de quedarse atrapados en las murallas de Pavía si a Leyva le llegaba el socorro deseado. De hecho, pronto alcanzarían los franceses a comprobar lo complejo del asedio; Leyva permitió a Francisco instalarse en las proximidades de Pavía, esperando que se confiaran para realizar pequeñas salidas nocturnas que desgastaban poco a poco a los sitiadores. 

El 31 de octubre los franceses completaron el cerco sobre la ciudad, emplazando dos grandes baterías artilleras, al oeste, en el sector del duque de Alençon, y otra al este, en el de Montmorency. El 6 de noviembre 1.500 franceses tomaron el fuerte de Borgo Ticino, situado al otro lado del Tesino. A comienzos de noviembre la artillería francesa comenzó a batir los muros de Pavía con furia. El día 7 ya habían abierto una pequeña brecha por donde intentaron un asalto dirigido por el joven duque de Longueville, quien resultó muerto en la acción junto a más de 50 de sus hombres. El ataque fue rechazado con bastante facilidad por los infantes españoles, que apenas contaron algunas decenas de heridos en aquellos combates.

El día 10 de noviembre las tropas francesas avanzaron por el sur, a orillas del Tesino, cuando 1.500 de sus infantes tomaron un pequeño puesto fortificado al norte de Borgo Ticino, que daba paso a un puente que salvaba el río y entraba en la ciudad. Los 40 infantes españoles que defendían aquella posición resistieron durante 4 días, hasta que, batidos por las cuatro culebrinas enemigas, decidieron rendirse. Los franceses colgaron a los supervivientes rompiendo las normas de la guerra y provocando un mayúsculo enfado en Leyva y sus hombres. Las fuerte lluvias de mediados de noviembre se convirtieron en el mejor aliado de los españoles y provocaron la ruptura de las obras francesas sobre el río Tesino, imposibilitando así que éstos lograran desviar el curso del agua. 

Mientras tanto los sitiados no perdían el tiempo y construían obras defensivas tras los muros de la ciudad, conscientes de que éstos no aguantarían mucho tiempo el constante bombardeo de la artillería gala. El 20 de noviembre los atacantes consiguieron abrir una gran brecha en la parte noroeste de la muralla, lanzando al día siguiente un masivo ataque sobre este punto dirigido por el propio rey. La vanguardia del asalto era mandada por Odet de Foix, vizconde de Lautrec, y en ella se empeñaban mercenarios italianos y soldados franceses. Nada más atravesar la brecha los enemigos se encontraron con una desagradable sorpresa: Leyva había levantado diversos terraplenes de arena donde se apostaban los habilidosos arcabuceros españoles, que dieron buena cuenta de los asaltantes, que se debieron replegar de manera desordenada tras perder a más de un millar de hombres. 

Por el sector este los franceses corren igual suerte; un ataque dirigido por Luis II de la Trémoille acaba en estrepitoso fracaso, con los cadáveres de sus mercenarios suizos contándose por decenas. Las semanas pasaban y el tiempo empeoraba, lo que hacía que las fuerzas sitiadoras fueran mermando y los hombres de Leyva respondieron. A comienzos de diciembre una salida de 100 españoles e igual número de alemanes salieron de la ciudad y atacaron una de las batería francesas, destruyendo 3 cañones y matando varias decenas de enemigos. A la semana siguiente una nueva salida, esta vez con 1.000 hombres, se lanzó sobre las posiciones de las tropas de mercenarios italianos de Giovanni de Médici, también conocidos como las Bandas Negras. 

Estas tropas habían combatido en el lado español en la batalla de Bicoca o de Sesia, pero ahora, por una disputa de pagos, estaban a las órdenes de Francisco I y habían llegado unas semanas antes a Pavía. Los españoles y alemanes cayeron sobre su campamento en mitad de la noche y provocaron una carnicería, matando a casi un millar de italianos antes de volver a la seguridad de los muros de la ciudad. Para finales de año una nueva salida volvió a coger por sorpresa a los sitiadores. Esta vez las tropas imperiales asaltaron el campamento de los grisones, al servicio de Francia, que se encontraba al oeste de la ciudad, en el puesto de San Salvatore, entre las murallas de Pavía y el canal de Naviglio. 600 grisones murieron en aquella salida, y se inutilizaron otras 3 piezas de artillería. 

El tiempo apremiaba y Leyva no solo tuvo que lidiar con la artillería francesa y los intentos de asalto por parte de los infantes franceses, sino que también hubo de contener un conato de motín por parte de los lansquenetes alemanes, ya que no cobraban sus pagas desde hacía varios meses. Viendo los padecimientos de los soldados alemanes, e interceptado un correo por parte del coronel al mando de las tropas mercenarias alemanas que luchaban bajo bandera francesa, y en el que instaban a la revuelta de los defensores germanos contra los españoles, los mandos españoles empeñaron sus joyas y pertenencias para pagar a sus hombres, a lo que se sumó una pequeña partida de dinero enviada por parte de Carlos de Lannoy a través del alférez Cisneros. La reacción de los infantes españoles, que también llevaban meses sin cobrar, fue renunciar a sus pagas para poder destinar el dinero que Leyva había conseguido reunir, a los alemanes, lo que provocó en éstos una reacción de generosidad, conjurándose ambas tropas a resistir al precio que fuera. 

Mientras todo esto ocurría en Pavía, el emperador Carlos V no había perdido el tiempo y había dado la orden de reunir un ejército en Alemania, bajo el mando de Georg von Frundsberg, veterano de las Guerras Italianas, que avanzaba hacia Pavía formado por unos 12.000 lansquenetes. Desde el resto de Italia, el virrey de Nápoles, Carlos de Lannoy, marchaba junto a Fernando de Ávalos, marqués de Pescara, al frente de 6.000 infantes españoles, 3.000 italianos y 17 piezas de artillería. A medidos de enero el ejército de socorro estaba reunido en Lodi y listo para marchar sobre los franceses. Estaba constituido por un total de cerca de 22.000 infantes, 700 caballos pesados y 500 ligeros, a los que se le sumaba la artillería traída por el virrey de Nápoles. Su primera acción fue asaltar el puesto avanzado francés de Sant'Angelo Lodigiano, a poco más de 20 kilómetros al este de Pavía. 

Batalla de Pavía. Bernard van Orley

Este puesto estaba defendido por casi 1.000 infantes y 200 caballos ligeros italianos. El 24 de enero fue tomado sin demasiados problemas tras una pequeña resistencia enemiga, abriendo así el camino hacía Pavía. Tras atravesar un afluente del río Po, el Lambro, el grueso del ejército imperial se dirigió a Villanterio, avanzando en su camino a Pavía, mientras que una avanzadilla de infantes alemanes maniobró hacia el sur y ocupó Belgioioso, fortificándola inmediatamente. Este avance amenazaba seriamente la posición del ejército de este del mariscal Montmorency, por lo que Francisco I decidió un ataque inmediato sobre este punto el 30 de enero de 1525. 

El encargo recayó sobre el Almirante de Francia, Guillaume Gouffier de Bonnivet, quien mandaba una fuerza de 3.000 mercenarios suizos, las Banderas Negras de Giovanni de Médici, y 400 hombres de armas o gendarmes, como se les conocía en Francia. El ataque francés logró desalojar a los alemanes de Belgioioso, pero la posición no pudo mantenerse por parte de los sitiadores, por lo que los alemanes volvieron a ocupar la población al mismo tiempo que el grueso del ejército imperial se dirigió a toda prisa hacia el oeste y cayó sobre la pequeña villa de Lardirago y San Alesio, apenas a 8 kilómetros al  noreste de Pavía. El 3 de febrero empezaron ambos ejércitos a intercambiar disparos de artillería dada la proximidad entre ellos. 

Ambos ejércitos se estaban midiendo las fuerzas. Carlos de Lannoy, al frente del ejército imperial, mandó una fuerza de infantes españoles y caballería italiana contra las posiciones de las Bandas Negras de Giovanni de Médici el 18 de febrero. En estos combates resultó gravemente herido el condotiero italiano que, tras recibir permiso del propio rey francés, se retiró a Piacenza con la mayor parte de sus fuerzas. Francisco I, que había trasladado su cuartel general dentro del parque viejo situado al norte de Pavía, concretamente al noroeste de éste, junto a la puerta Repentina, y que constituía la reserva de caza del duque de Milán, solicitó refuerzos a Luis II de la Trémoille, gobernador de Milán bajo el dominio francés, quien partió de inmediato con 2.000 mercenarios suizos que sitiaban el castillo de la capital del ducado, dejando esta tarea a cargo de Teodoro Trivulzio.

Desde la llegada de las tropas imperiales de socorro, el marqués de Pescara se dedicó en cuerpo y alma a buscar puntos débiles en el entramado del ejército francés. De este modo los imperiales lanzaron un ataque sorpresa sobre el fuerte de San Lázaro, en las defensas de contravalación francesas, logrando un éxito momentáneo, ya que el posterior contraataque galo logró recuperar la posición. Lannoy no tenía en mente entablar una confrontación frontal contra el ejército francés, pero las circunstancias acuciaban y Pavía estaba al borde del colapso. El marqués de Pescara y Alfonso de Ávalos, marqués del Vasto, planificaron entrar en el parque de Mirabello tras abrir una brecha en sus muros, dirigirse rápidamente contra el castillo, donde creían que Francisco I había establecido su campamento, tomar la artillería, y reunirse con las tropas de Leyva, que debían salir de la plaza en cuanto Lannoy diera la orden. 

De esta manera, alrededor de las 22 horas del 23 de febrero de 1525, las tropas imperiales comenzaron a prender fuego al campamento situado frente a la puerta de los Levrieri, y a desplazarse hacia el norte mientras la artillería martilleaba las posiciones de los suizos; 2 compañías de zapadores encamisados, esto es, provistos de camisa blanca y una banda roja para identificarse en la noche, comenzaron a abrir una brecha en los muros del parque de Mirabello, a la altura de la puerta de Pescarina, pasada la medianoche. Charles de Tiercelin, al frente de las tropas encargadas de la defensa de la parte este del parque, cuyo campamento se encontraba en la torre del Gallo, al sureste de Mirabello, no se percató del movimiento de las tropas imperiales. 

Sobre las 4 de la mañana los zapadores seguían empeñados en abrir brecha cuando, al fin, Tiercelin se percató de que algo estaba ocurriendo al otro lado de los muros de Mirabello, dando orden de que 3.000 suizos y 1.000 jinetes se desplazaran a toda prisa hasta Pescarina. Una hora después la brecha estaba abierta y el marqués del Vasto se lanzó a través de ella con 3.000 arcabuceros españoles e italianos, con la protección de la niebla y la oscuridad, acabando con la defensa a cargo de los hombres del genovés Greco Giustiniano. La visibilidad era escasa y la caballería imperial, bajo el mando del marqués de Civita, no pudo avanzar con los arcabuceros, de hecho chocaron con los jinetes galos, que lograron tomar la artillería de apoyo de los imperiales. A las 6 de la mañana la artillería situada frente a la torre del Gallo cesaba de escupir fuego; era la señal acordada con las tropas de Leyva que estaban en el interior de Pavía. 

El ejército francés, completamente confundido, no vio la amenaza que representaban las fuerzas de Leyva, y seguía obstinado en la defensa de la parte este de Mirabello, Tan solo Tiercelin, con 1.000 caballos, y el señor de Florange, comandante de los mercenarios suizos, parecieron percatarse ya del auténtico peligro, pero lo hacieron demasiado tarde. El grueso del ejército imperial había entrado en Mirabello y estaba formando para la batalla. Mientras tanto las noticias del ataque empezaron a llegar a oídos del rey francés, desconociendo la magnitud y el alcance de la amenaza. Bonnivet corrió a toda prisa acompañado de varias compañías de lanzas hacia el lugar donde se estaban produciendo los combates. 

La vanguardia del ejército imperial, al mando del marqués del Vasto, se lanzó sobre el desprotegido castillo de Mirabello, mientras que el centro, compuesto por 4.000 infantes al mando del marqués de Pescara, escaramuzaba con los caballos ligeros de Tiercelin. En la retaguardia se encontraban los lansquenetes alemanes de Frundsberg, mientras que cubriendo el flanco derecho de los imperiales se hallaba la caballería: la fuerza de 200 lanzas del virrey, los 300 hombres de armas de Carlos de Borbón, y otros 200 bajo el mando de Hernando de Alarcón. Ávalos logró tomar el castillo acabando con sus defensores poco antes de las 7 de la mañana, logrando las fuerzas imperiales separar completamente a las fuerzas francesas de Tiercelin y Florange, de las del rey Francisco I. 

Tropas del marqués del Vasto en Pavía. Ruprecht Heller

Sobre las 7 de la mañana Francisco I se decidió a entablar batalla y acabar con el ejército imperial en el parque de Mirabello. Este lugar era una masa inmensa de bosque con abundante vegetación, con diversos pantanos y un arroyo, el Vernavola, que transcurría de norte a sur a lo largo del parque. El castillo de Mirabello, más bien un palacete fortificado que disponía de foso inundado, se encontraba en medio del recinto, por lo que su toma por parte de los hombres del marqués del Vasto suponía disponer de una posición dominante sobre el parque. Sobre la colina del palacio situó dos piezas de artillería con las que apoyar al ejército imperial. 

El rey galo dispuso sus tropas para el combate: su vanguardia estaba compuesta por unos 1.000 hombres de armas o gendarmes bajo su mando directo, secundado por el almirante Bonnivet y otros 2.000 caballos ligeros. Detrás de ella situaron una batería artillera con 12 piezas y en su flanco derecho formaron los alemanes al servicio de Francia, unos 4.000, mandados por Georg Langemantel. En retaguardia se concentraban más de 5.000 mercenarios suizos y otros 3.000 soldados gascones y bearneses. Pasadas las 7 la artillería gala, al mando del gran maestre de artillería Jacques Ricard de Genouillac, comenzó a martillear las posiciones del ejército imperial con munición de 15 libras. Pescara dio instrucciones a sus hombres para que se agacharan ante cada descarga francesa, y así no deshacer sus filas. 

La niebla jugaba a favor de los imperiales pero ésta empezó a disiparse, de modo que Francisco I, creyendo que una carga de su poderosa caballería pesada destrozaría las líneas imperiales, se lanzó sobre ellas pasadas las 7:30 de la mañana. La caballería imperial, dividida en los escuadrones mandados por Lannoy, Borbón y Alarcón, chocó contra sus rivales. Juan de Oznayo, cronista de la batalla, describió los combates así: "puestas las lanzas en los ristres, con gran ánimo arremetieron los unos a los otros, donde se pudieron ver hermosos encuentros y muchos caballos salir sin señores". En estos combates los franceses, aprovechando su superioridad numérica, se impusieron a los caballos imperiales. Se cuenta que el rey francés le espetó al señor de Lescun, Thomas de Foix: "señor mío, quiero a partir de ahora ser llamado señor de Milán".

El marqués de Pescara seguía con preocupación los acontecimientos y temía que la caballería francesa superase a la imperial y cayese sobre su infantería, de tal forma que ordenó al capitán Quesada apoyar a sus caballos con 200 arcabuceros, que se situaron en un bosquecillo en el flanco izquierdo francés, a apenas 50 metros del campo de batalla. Los jinetes imperiales vestían con camisa blanca, por lo que los arcabuceros españoles podían hacer certero blanco. Pronto el fuego de arcabuz empezó a causar estragos en la caballería gala, más aún cuando otros 500 arcabuceros corrieron a apoyar al destacamento de Quesada. Las terribles ruciadas caían sobre los franceses rompiendo su formación, por lo que éstos retrocedieron, rehicieron filas, y cargaron contra los arcabuceros españoles. La carga de los hombres de armas galos solo sirvió para causar más bajas entre sus filas. Los arcabuceros se replegaron rápidamente y se empezaron a situar por reducidas mangas a lo largo de todo el campo, protegidos por las armas ligeras. Además, los hombres del marqués del Vasto se habían desplazado desde el palacio de Mirabello para reforzar el flanco izquierdo imperial.

Sobre las ocho menos cuarto los mercenarios suizos de Florange cedieron definitivamente ante el empuje de los lansquenetes de Frundsberg, que mandó al capitán Marx Sittich a perseguirles en su huida, mientras que él, con el grueso de los alemanes, marchó rápidamente contra el ala derecha francesa donde estaban sus paisanos que combatían bajo las banderas de Francisco I. Los hombres de Frundsberg y del marqués del Vasto reforzaron a la infantería de Pescara y se dirigieron contra los alemanes de la Banda Negra y las tropas gasconas y bearnesas. Por su parte, la caballería imperial se reorganizó tras la inestimable ayuda de los arcabuceros de Quesada, y cargó sobre la caballería francesa con la intención de llegar hasta el rey, quien se encontraba protegido por un selecto grupo de nobles. 

Los infantes franceses e imperiales formaron en dos grandes escuadrones frente a frente, destacando Pescara 600 arcabuceros españoles, los más diestros y hábiles. Tras los oportunos rezos cerca de 200 arcabuceros enemigos salieron de la formación y lanzaron una descarga contra los imperiales sin demasiado éxito. Los españoles contestaron con una terrible descarga y mantuvieron un fuego constante durante siete u ocho minutos destrozando a los coseletes del ejército francés, recibiendo algunos hasta cinco disparos de arcabuz. Mientras ambos escuadrones intercambiaban fuego con desigual suerte, Pescara decidió cargar sobre el flanco derecho de los tudescos enemigos y penetrar en su formación, contribuyendo a acrecentar el pánico entre las filas del enemigo, pero perdiendo el contacto con el grueso del ejército. 

En apenas 10 minutos la Banda Negra de alemanes de Langemantel había quedado deshecha, con las primeras líneas de coseletes yaciendo en el suelo y su flanco derecho en desbandada ante la carga de Pescara. Los infantes españoles aprovecharon para arremeter contra los restos de la infantería de Francisco I, espoleados por la noticia de la muerte de Pescara. En realidad el general español había sido herido tras ser matado su caballo, pero seguía en pie y combatiendo junto a su guardia en mitad del ejército galo. Quien sí había resultado muerto era el marqués de Civita Sant'Angelo, de ahí la posible confusión de los españoles. A pesar del desastre de los alemanes de la Banda Negra, el cuadro francés se reforzó con unos 3.000 esguízaros de los cantones altos y varias compañías de italianos, que se unieron a los gascones y bearneses. 

Salida de Leyva y sus hombres de Pavía. Bernard van Orley

Leyva, en el momento acordado, había salido de Pavía con sus tropas, unos 5.000 infantes y 400 caballos, la mitad de ellos hombres de armas, arengó a sus hambrientos hombres: "Hijos míos, todo el poder del emperador no os puede facilitar en el día de hoy pan para llevaros a vuestro estómago, nadie puede traeros ese necesario pan. Pero hoy, precisamente, os puedo decir que si queréis comer, el alimento se encuentra en el campo francés". Los hombres que protegían Pavía acabaron fácilmente con los pocos centenares de franceses que bloqueaban la ciudad y se adentraron en Mirabello, causando estragos en la retaguardia francesa y en las desorganizadas tropas de Florange, que huían de la persecución de los alemanes de Sittich. En este momento Anne de Montmorency, que trataba de contener la desbandada, caía al suelo herido tras haber sido matado su caballo por el capitán Castaldo, siendo después hecho prisionero por el capitán Herrera.

De esta forma, la caballería pesada francesa, con el rey y la flor y nata de la nobleza gala, quedaba completamente aislada y era machacada a placer por el fuego de los arcabuceros españoles. La situación se volvió dramática. La artillería gala cayó en manos de los imperiales. Los nobles que protegían al rey iban cayendo como un castillo de naipes. Bonnivet, general francés que había invadido Lombardía 2 años antes, yacía muerto en el suelo, al igual que el señor de Chaumont, La Tremoille, Suffolk, Francisco de Lorena o el mariscal de La Palisse, que también murieron en combate. Francisco I, cada vez más solo, acabó combatiendo a pie y espada en mano tras perder su caballo por un certero arcabuzazo de un infante español. En ese momento un soldado español llamado Juan de Urbieta se abalanzó sobre él. Francisco gritó "¡La vida, que soy el rey!", por lo que Urbieta, en mal francés, le ordenó rendirse, llegando luego en ayuda de su compañero, los soldados Diego Dávila, Alonso Pita da Veiga, y un tal Aldama, según rezan las crónicas de Juan de Oznayo.

Al parecer fue un gentilhombre del condestable de Borbón quien reconoció al regio prisionero y avisó al virrey Lannoy, ante quien Francisco I se rindió haciéndole entrega de su espada, según destaca la crónica francesa de Sébastian Moreau. Mientras los hombres se agolpaban para ver la rendición del rey galo, los restos del ejército francés, que formaban en retaguardia bajo el mando del duque de Alençon, emprendían la huida en dirección a Binasco, a medio camino entre Pavía y Milán. Apenas eran 400 caballos, 2.500 infantes franceses y otros 2.000 italianos. Para proteger su huida, su segundo, La Roche du Maine, se quedó para contener a los imperiales, ya que Alençon, tras la captura del rey, estaba llamado a asumir la responsabilidad del reino de Francia, aunque poco pudo hacer, ya que tras su huida a su país a través de los Alpes, murió al poco de llegar a Lyon. 

Resulta complicado encontrar una victoria más completa y brillante, donde finalmente acaba preso el rey enemigo y donde la diferencia de bajas entre ambos ejércitos resulta tan abultada. Algunos cronistas hablan de más de 15.000 muertos en el bando francés, aunque es más probable que la cifra real fuera de unos 10.000 u 11.000 hombres, tal y como manifestaba Frundsberg y cronistas de la época como Verri. Además había que sumarle más de 2.000 franceses heridos, y numerosos presos, incluido el rey y nobles como el conde de Saint-Pol, Luis de Cléveris-Nevers, Robert III de la Marck, señor de Florange, Anne de Montmorency, el gran maestre de artillería Galiot de Genouillac o el rey de Navarra. Es por tanto muy acertado destacar que Pavía fue la tumba de la nobleza francesa, ya que la mayoría de los más destacados nobles de Francia cayeron muertos o prisioneros. La victoria cobra aún más dimensión si destacamos el ínfimo número de bajas en las filas imperiales, que apenas fueron de 700 muertos y otros tantos heridos. 

El rey francés fue llevado a España donde se le obligó a firmar el Tratado de Madrid, por el que debía renunciar a sus aspiraciones italianas, así como a los territorios de Flandes, Artois y Borgoña, estando preso en Madrid hasta el 17 de marzo de 1526. Al poco de ser liberado, Francisco incumplió su palabra y no cedió Borgoña, siendo acusado por el emperador de perjuro. Por su parte cuentan que el monarca español, en admiración por la brillante actuación de la infantería española, dejó de hablar en su lengua materna y se entregó por completo a la lengua castellana, que cuentan que habló por primera vez en público durante las negociaciones del tratado. 

Tapiz de la batalla de Pavía

Cuadro de la batalla de Pavía

Carlos I

Francisco I

Carlos de Lannoy. Virrey de Nápoles

Fernando de Ávalos. Marqués de Pescara

Alfonso de Ávalos. Marqués del Vasto. Por Tiziano

Antonio de Leyva. Príncipe de Áscoli


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