Los Tercios españoles fueron una máquina de guerra perfecta que, durante siglo y medio, impusieron su fuerza en cualquier teatro de operaciones en el que España tuviera que desenvolverse. Esto fue posible gracias a los hombres que componían sus filas y a los mandos que los dirigían.
Y es que los soldados españoles eran los mejores de su época; la cultura de la guerra, ya que en la península ibérica se estuvo batallando durante 8 siglos con muy pocos momentos de paz, unida a la constante innovación táctica y técnica, fundamentalmente en los dominios italianos, y un orgullo sin parangón, que haría que el soldado español prefiriera la muerte a la deshonra, hizo de esto posible. El rey francés Francisco I, durante su cautiverio en Madrid exclamaría: "¡Bendita España, que pare y cría los hombres armados!", como aseveran Martínez Laínez y Sánchez de Toca en su libro Tercios de España: la infantería legendaria.
Y es que estos hombres aprendían a combatir desde muy pronto. Apenas siendo niños eran habituales los juegos con espadas de madera, así que el manejo de las armas era algo natural en los españoles. Los hombres que ingresaban en los ejércitos de la Corona Española recibían armas, cuyo coste se les descontaba de sus pagas. Pero los soldados españoles, orgullosos como eran, solían hacerse con las mejores armas posibles; un buen armamento aumentaba la honra, es decir, la opinión que los demás tenían de ellos. Y es que honor y honra fueron dos conceptos que todo español que se preciara llevaba a límites insospechados.