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Los Tercios: Las Armas


Los Tercios españoles fueron una máquina de guerra perfecta que, durante siglo y medio, impusieron su fuerza en cualquier teatro de operaciones en el que España tuviera que desenvolverse. Esto fue posible gracias a los hombres que componían sus filas y a los mandos que los dirigían. 

Y es que los soldados españoles eran los mejores de su época; la cultura de la guerra, ya que en la península ibérica se estuvo batallando durante 8 siglos con muy pocos momentos de paz, unida a la constante innovación táctica y técnica, fundamentalmente en los dominios italianos, y un orgullo sin parangón, que haría que el soldado español prefiriera la muerte a la deshonra, hizo de esto posible. El rey francés Francisco I, durante su cautiverio en Madrid exclamaría: "¡Bendita España, que pare y cría los hombres armados!", como aseveran Martínez Laínez y Sánchez de Toca en su libro Tercios de España: la infantería legendaria. 

Y es que estos hombres aprendían a combatir desde muy pronto. Apenas siendo niños eran habituales los juegos con espadas de madera, así que el manejo de las armas era algo natural en los españoles. Los hombres que ingresaban en los ejércitos de la Corona Española recibían armas, cuyo coste se les descontaba de sus pagas. Pero los soldados españoles, orgullosos como eran, solían hacerse con las mejores armas posibles; un buen armamento aumentaba la honra, es decir, la opinión que los demás tenían de ellos. Y es que honor y honra fueron dos conceptos que todo español que se preciara llevaba a límites insospechados.

Las Campañas del duque de Osuna en Sicilia: Batalla naval de Ragusa


El 22 de noviembre del año 1617, en aguas del mar Adriático, frente a las costas de Dubrovnik, la armada española de Nápoles, comandada por Francisco de Rivera vencía a una poderosa flota veneciana al mando de Lorenzo Veniero.

España, bajo el reinado de Felipe III, vivía un relativo periodo de paz en Europa gracias a la tregua de los 12 años, que detenía momentáneamente la Guerra de los 80 años. Pero esta tregua no significaba el fin de las hostilidades entre España y sus enemigos. Ni mucho menos.

Un ejemplo de ello fue el teatro de operaciones del Mediterráneo, donde los españoles se batieron el cobre contra el turco, o donde tuvieron que lidiar con los constantes roces entre la República de Venecia y el virreinato de Nápoles. Venecia y Saboya constituyen un quebradero de cabeza para Felipe III; La primera está inmersa en la llamada Guerra de Gradisca contra el archiduque de Austria, mientras que Saboya, con el apoyo francés, se encuentra sumida en la Primera Guerra del Monferrato contra el ducado de Mantua, que cuenta con el respaldo español.

Los Tercios: Tercios Viejos


Si bien las Ordenanzas de Génova dieron lugar a la denominación formal de los Tercios, éstos ya existían antes del 15 de noviembre de 1536. Los tercios se habían creado como unidades de respuesta a las necesidades militares de España en sus posesiones italianas y en cualquier teatro de operaciones en los que se les necesitase. De esta forma, comúnmente se ha atribuido el origen de los primeros tercios en Italia; los Tercios Viejos, como así ha denominado la historiografía tradicional a esa primeras unidades militares de carácter permanente que convergieron en Italia en el contexto de las guerras que el emperador Carlos V estaba librando contra el rey francés Francisco I, y que serán los que aparezcan nombrados en las instrucciones que se dan en 1536, es decir, los tercios de Lombardía, Nápoles, Sicilia y Málaga. 

-Tercio de Lombardía

Siguiendo con esta visión, que más adelante veremos que no podemos aceptar sin más, en 1534 aparece el Tercio Ordinario del Estado de Milán, nombre que se le da a la unidad acantonada en el Milanesado, y que más tarde sería conocido comúnmente como el Tercio Viejo de Lombardía. Pero esto, algo que ha asumido como veraz el propio Ejército de Tierra de España, tal y como lo refleja en su web, donde designa a este tercio como el antecesor del Regimiento de Infantería Galicia 64 de cazadores de montaña ni mucho menos podemos tomarlo al pie de la letra. Lo cierto es que investigaciones recientes, como la del historiador Fernando Mogaburo, demuestran que este tercio se crea de la disolución del tercio de Álvaro de Grado cuando se amotinó en 1530 al ser enviado a Hungría. Una serie de compañías irían a Sicilia y posteriormente a Grecia, bajo el mando del maestre de campo Gerónimo de Mendoza, estableciéndose la unidad en el ducado de Milán tras ser anexionado a las posesiones de Carlos V en 1535.

En 1536, concretamente el 6 de septiembre, se pasa revista a este tercio, y de la muestra se obtiene que estaba formado por 1.320 soldados encuadrados en seis banderas, aunque un mes más tarde, cuando se le abonen las pagas relativas a la campaña del emperador en Provenza, tendrá siete. Gerónimo de Mendoza era su maestre de campo, con una compañía a su nombre de 276 soldados, mientras que el resto de capitanes eran Pedro de Acuña, Hurtado de Mendoza, Fernando de Figueroa, Toribio de Santillana y Juan de Vargas, quien más adelante se haría cargo del tercio de Málaga. Algunas unidades del tercio se desplegarían por todo el territorio del estado, con guarniciones en Milán, Cremona, Mantua, Pavía, Varese, Sondrio, Brescia, Como y Bérgamo, y con tres principales plazas fuertes: el castillo de Milán, el de Castiglione y el de San Germano, aunque no era la función de los tercios ocupar presidios, ya que habría unidades establecidas para tal fin. Posteriormente fue disuelto por corrupción de varios de sus capitanes por el marqués del Vasto en 1538. 

Los Tercios: El Origen. De los Reyes Católicos a las Ordenanzas de Génova


Mucho se ha especulado con el origen de los tercios, las unidades de infantería que iban a emplear los reyes de España para extender sus dominios por Europa y allende los mares. La versión más extendida sobre los orígenes es la que apunta a la época del Gran Capitán durante las dos primeras guerras de Italia contra Francia, y señalan al militar español como el introductor de una serie de reformas que posteriormente darían lugar a los tercios, que acabarían convirtiéndose con el tiempo en una máquina de guerra casi imparable durante siglo y medio. 

Sin embargo el doctor en historia por la Sorbona de París, René Quatrefages, atribuye el origen a los propios Reyes Católicos y su adaptación del modelo suizo de piqueros. Sea como fuere, es obvio que no no podemos olvidar las labores organizativas del ejército español que lleva a cabo Gonzalo Fernández de Córdoba como capitán general del ejército, como tampoco las evoluciones que poco después se van a ir desarrollando en Italia, principalmente en Lombardía, donde un ejército permanente va a ser usado por el emperador Carlos V para responder a sus necesidades bélicas, y cuyas unidades, de la mano de generales tan prestigiosos como Próspero Colonna, el marqués de Pescara, o el marqués del Vasto.

Tampoco podemos olvidar la particularidad de las gentes de la guerra españolas. A diferencia del resto de reinos europeos, los distintos reinos cristianos de España han pasado los últimos ocho siglos combatiendo; haciendo de la guerra una cuestión de supervivencia. Esta característica va a cristalizar definitivamente a finales del siglo XVI y principios del XVI, y de esta forma asistiremos a una revolución militar como pocas, que pondrá a la Monarquía Española al frente de la innovación en el arte de la guerra, haciendo caer en el olvido los modelos combativos que hasta el momento dominaban los campos de batalla de la vieja Europa. 

Sitio de Middelburg


El 4 de noviembre de 1572 las tropas protestantes de Jerome de Tseraart comenzaban un duro asedio sobre la villa católica de Middelburg, en el corazón de Zelanda, defendida valientemente durante casi un año y medio por Cristóbal de Mondragón.

Inmersas en la Guerra de los 80 años, las tropas españolas tratan de contener el avance de los protestantes holandeses por todos los Países Bajos. En la provincia de Zelanda los protestantes comenzaron una brillante campaña de la mano del gobernador de Flesinga, Jerome de Tseraart, que había levantado un ejército de unos 7.000 hombres, entre holandeses, mercenarios alemanes e ingleses. Solo resistían en Zelanda las villas de Middelburg, la capital de la provincia, Goes y Arnemuiden.

Guerreros: Julián Romero


Nacido probablemente en Torrejoncillo del Rey, Cuenca, en algún momento del año 1518, Julián Romero de Ibarrola estaba destinado a convertirse en uno de los más grandes militares españoles de todos los tiempos, un hombre que pasó de mozo de tambor a maestre de campo general. 

Su padre, Pedro de Ibarrola, hijo de noble familia de Éibar, fue uno de los tantos vizcaínos que buscaron fortuna en otras tierras de España, algunos de los cuales acabaron en la serranía de Cuenca, como Pedro. Éste era maestro mayor de obras y se casó con Juana Romero, de familia de cristianos viejos e hidalga.

En Torrejoncillo pasó su infancia Julián, que había adoptado el apellido de su madre, soñando con huir de la monotonía de aquel lugar y revivir las grandes victorias del Gran Capitán. Fue allí donde, con 16 años de edad, se alistó en el ejército real, y es allí donde empieza la gran aventura en forma de vida de Julián Romero.