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Los Tercios: El Origen. De los Reyes Católicos a las Ordenanzas de Génova


Mucho se ha especulado con el origen de los tercios, las unidades de infantería que iban a emplear los reyes de España para extender sus dominios por Europa y allende los mares. La versión más extendida sobre los orígenes es la que apunta a la época del Gran Capitán durante las dos primeras guerras de Italia contra Francia, y señalan al militar español como el introductor de una serie de reformas que posteriormente darían lugar a los tercios, que acabarían convirtiéndose con el tiempo en una máquina de guerra casi imparable durante siglo y medio. 

Sin embargo el doctor en historia por la Sorbona de París, René Quatrefages, atribuye el origen a los propios Reyes Católicos y su adaptación del modelo suizo de piqueros. Sea como fuere, es obvio que no no podemos olvidar las labores organizativas del ejército español que lleva a cabo Gonzalo Fernández de Córdoba como capitán general del ejército, como tampoco las evoluciones que poco después se van a ir desarrollando en Italia, principalmente en Lombardía, donde un ejército permanente va a ser usado por el emperador Carlos V para responder a sus necesidades bélicas, y cuyas unidades, de la mano de generales tan prestigiosos como Próspero Colonna, el marqués de Pescara, o el marqués del Vasto.

Tampoco podemos olvidar la particularidad de las gentes de la guerra españolas. A diferencia del resto de reinos europeos, los distintos reinos cristianos de España han pasado los últimos ocho siglos combatiendo; haciendo de la guerra una cuestión de supervivencia. Esta característica va a cristalizar definitivamente a finales del siglo XVI y principios del XVI, y de esta forma asistiremos a una revolución militar como pocas, que pondrá a la Monarquía Española al frente de la innovación en el arte de la guerra, haciendo caer en el olvido los modelos combativos que hasta el momento dominaban los campos de batalla de la vieja Europa. 


Siguiendo con el origen, Jerónimo Zurita, cronista mayor del Reino de Aragón, afirma que en 1497 se dictó una nueva ordenanza para la gente de la guerra española. De esta manera, escribía: "repartiéronse los peones en tres partes. El uno, tercio con lanzas, como los alemanes las trían, que llamaron picas; y el otro tenía el nombre de antiguos escudados; y el otro, de ballesteros y espingarderos". Si bien esto no debe tomarse al pie de letra e interpretarse como el origen de los tercios, aunque el propio Quatrefages señale que con las ordenanzas dictadas por los Reyes Católicos en 1504 se va a articular el auténtico germen de los tercios introduciendo dos terceras partes de piqueros y una tercera parte de arcabuceros.

Es en las división de las armas donde encontramos las primeras pinceladas de en lo que llegarán a ser los tercios. El arcabuz se constituye, para los españoles, en el arma que va a cambiar definitivamente el modo de hacer la guerra, siendo el Gran Capitán quien introduzca de forma masiva su uso en el combate, ya que hasta entonces solo era utilizado de manera aislada. El hecho de crear unidades de arcabuceros capaz de concentrar el fuego sobre un punto determinado del enemigo, va a suponer un cambio definitivo en los usos de la guerra. En la batalla de Ceriñola, en abril de 1503, se demostró que, usado en combinación con las picas, era un arma que decidiría el curso de las batallas. La caballería pesada del duque de Nemours fue completamente destrozada por el fuego concentrado de las fuerzas de Fernández de Córdoba, muriendo el propio duque francés. 

Sin duda alguna los españoles se adelantaron a su tiempo y, tras las lecciones extraídas del genio militar del Gran Capitán durante las campañas de las guerras de Nápoles, apostaron decididamente por el arma de fuego. El arcabuz se convirtió en el as bajo la manga de las tropas hispánicas, la herramienta que les iba a permitir imponerse en los campos de batalla de Italia y del Mediterráneo durante la primera mitad del siglo XVI. No deja de ser llamativo que para el año 1520, tan solo España contaba con unidades propias de arcabuceros entre sus filas, salvo casos aislados. Ni Francia, ni Inglaterra disponían aún de este tipo de unidades, lo que da una idea de las innovaciones militares que se estaban produciendo en los territorios de la Monarquía Española. 

Por otra parte, Fernández de Córdoba comprendió la necesidad de libertad de movimientos de las tropas y la explotación del terreno, pudiendo afirmar que resultó de suma influencia en la creación de los modernos ejércitos que vendrían después. Gracias a la movilidad y a la potencia de fuego se lograba vencer a los grandes cuadros de piqueros, como los suizos, conocidos como esguízaros, los cuales dominaban los campos de batalla desde el último cuarto del siglo XV hasta el primer cuarto del XVI, o a las unidades de caballería pesada, donde destacaban sin duda los gendarmes, u hombres de armas franceses. Bicoca, el 27 de abril de 1522, y Pavía, el 24 de febrero de 1525, significaron el final de aquellas formaciones de picas y aquellas cargas de caballería pesada que avanzaban con paso imperturbable hasta obtener la victoria. 

Avanzado hasta 1536, las Instrucciones de Génova recogieron el testigo de algo que ya existía desde hacia tiempo en los ejércitos españoles, y le dieron apariencia formal e institucional. A comienzos de 1510, por ejemplo, los mandos de las tropas estaban bastante definidos: el capitán era el responsable de la compañía; quien contaba a su vez con un teniente o un alférez y cabos que lo asistan. El cargo de maestre de campo ya se había creado en aquellas fechas, aunque no estaban claras aún sus funciones. Aunque seguían existiendo las coronelías, en ese año, teniendo en España la de Cristóbal de Villalba, en 1522 ya encontramos un maestre de campo al frente de una unidad de infantería, Juan de Urbina, y en 1525 tendremos dos, el propio Urbina y Juan de Mercado, pudiendo de esta forma pensar que ya existían dos unidades asimiladas a las que posteriormente se van a llamar tercios, y que el historiador y militar Fernando Mogaburo ha bautizado como prototercios.  

Arcabuceros españoles en Túnez en 1535

Para el año 1529, cuando Carlos V parta para su coronación como emperador del Sacro Imperio, los espingarderos habrán sido sustituidos por completo por los arcabuceros. El emperador quería un ejército de carácter permanente ante la multitud de frentes que se estaban abriendo y se decidió, por tanto, a crear los tercios, o al menos, institucionalizarlos. El conde de Clonard asegura en su Historia orgánica de las armas de infantería y caballería españolas que "en 1534 la infantería sufrió una nueva variación: creáronse los tercios, cada uno de ellos se componía de 3 coronelías y estas a su vez de cuatro compañías". Si bien es cierto que no podemos tomar como una referencia fiable a Clonard, dados los numerosos errores e imprecisiones que encontramos en su obra, menos aún cuando ya sabemos que en la batalla de Pavía existían dos unidades gobernadas por maestres de campo. 

Pero lo cierto es que no hay documentación alguna de tal creación o nombramiento hasta el 15 de noviembre de 1536. Es en esa fecha cuando se disponen las Instrucciones u Ordenanzas de Génova y donde nos encontramos por vez primera con la palabra Tercio. Será la necesidad del emperador Carlos de disponer de tropas permanentes y disciplinadas, en contraposición con las tropas levantadas de manera eventual para una batalla o campaña concreta, la que lleve a la creación de estas ordenanzas, si bien desde la campaña de Lombardía, más de una década antes, ya tendríamos un ejército permanente y volante en Italia. Antes de las instrucciones, en 1528 llegó a Nápoles otra unidad al mando del maestre de campo Álvaro de Grado para luchar contra los franceses, constituyendo entonces hasta tres unidades distintas que podríamos asimilar perfectamente a los tercios que se nombrarían más tarde por Carlos V. 

Las ordenanzas dictadas por el emperador van a recoger un amplio catálogo de instrucciones de todo tipo, desde organización, composición de las unidades o disciplina, hasta las instrucciones para el abono de las pagas retrasadas a cuatro unidades, cuatro tercios, tras la desastrosa campaña emprendida por Carlos V contra la región de Provenza, donde el ejército imperial se estrelló en las murallas de la ciudad de Marsella. En el tercer párrafo de estas ordenanzas nos encontramos con lo siguiente: "la infantería española del Tercio de Nápoles y Sicilia que reside en el dicho nuestro ejército, está pagada hasta el fin de mes de Septiembre próximo pasado de este presente año, y la del Tercio de Lombardía hasta mediados del mes de octubre de dicho año, y los soldados del Tercio de Málaga que quedaron en Niza, y la compañía de Jaén que sirve en dicho nuestro ejército, hasta el 25 de dicho mes de octubre".

Pues bien, es aquí donde vemos los primeros tercios, denominados comúnmente como Tercios Viejos, por ser las unidades más antiguas de carácter permanente del ejército de la Monarquía. El tercio va a recibir su denominación en estos primeros momentos, en función de los territorios en donde esté su fuerza, no obstante, debemos recordar que el hecho de que existiese un tercio de Nápoles o de Lombardía no significa que hubiera de estar destinado allí, ya que los tercios fueron concebidos como unidades de choque en cualquier territorio en el que se les necesitase, y no para presidiar, aunque en momentos puntuales se acantonase allí a la espera de ser enviado a una nueva campaña. 

De esta forma con la posesión del Milanesado se hace necesario establecer en Lombardía un ejército, por ser un territorio clave para la contención de las ambiciones francesas en Italia. El que se va a conocer como tercio de Lombardía en realidad surgirá de la división del tercio mandado por Álvaro de Grado que había llegado a Nápoles en 1528, y el cual se amotinó en 1530 tras la orden de partir hacia Hungría cuando estaba a punto de entrar en Florencia y saquearla. Las compañías que son enviadas a Sicilia bajo el mando de Gerónimo de Mendoza, tras su campaña en Grecia de 1532, son enviadas en 1535 a Lombardía tras las incorporación del ducado de Milán a las posesiones de Carlos V, constituyéndose así como el tercio de Lombardía.

En cambio, las compañías que son enviadas a Hungría, para cuando se dicten las Instrucciones de Génova, llegaran de Sicilia, siendo un total de doce compañías, que van a recibir comúnmente el nombre de tercio de Sicilia. Por su parte, el conocido como tercio de Nápoles, por venir de allí al momento en que se dictan las instrucciones, estaba compuesto por las nueve compañías que mandaba Juan de Mercado en la campaña de Provenza y que ahora se encontraban bajo el mando de Rodrigo de Ripalda. En cuanto al tercio de Málaga, estaba por once compañías bisoñas y había sido creado en dicho territorio con el objetivo de la invasión de Túnez de 1535, quedando después acantonado en Niza tras el fracaso de la conquista de Marsella, donde murió su maestre de campo, Garcilaso de la Vega. Los tercios de Nápoles y Sicilia quedan pagados a fecha de 30 de septiembre de 1536, mientras que el de Lombardía recibe sus pagas el 15 de octubre de ese año, y el de Málaga el 25 del mismo mes. 

En cuanto a los empleos o cargos, en las ordenanzas podemos observar cómo será el maestre de campo, cargo que ya existía en 1510, quien ostentará el mando del tercio, y se indica que "en la dicha infantería española ha de haber al presente cuatro Maestres de campo, los dos dellos que son Don Gerónimo de Mendoza y Álvaro de Grado, con la infantería que hay en el dicho nuestro ejército, con el dicho Marqués y el Capitán Arce en lugar de Rodrigo de Ripalda, y el otro que es Juan de Vargas, que es con los dos mil infantes que están en Niza, y cada uno de los Maestres de campo ha de cobrar cada mes de sueldo cuarenta escudos, demás de otros cuarenta escudos que les han de pagar por capitanes, porque tienen sus compañías en la dicha nuestra infantería española". Por lo tanto, lejos de la creencia de que tanto el tercio de Nápoles como el de Sicilia se constituían en un primer momento como una única unidad, lo que se desprende de las ordenanzas es que en realidad eran unidades independientes.

Contará con un sargento mayor como segundo al mando y de él dependerá en gran medida el adiestramiento, la instrucción y sobre todo la disciplina de las tropas; "en la dicha infantería española ha de haber dos Sargentos mayores, que son Cristóbal de Arias y Joan Navarro, como hasta agora lo han sido". Por lo tanto, podemos entender que cada sargento mayor se halla encargado de dos de los tercios, en los cuáles tendrá como principal misión escuadronar la infantería, tarea bastante compleja. Se establecen, de igual manera, que el cargo de Veedor general sea ocupado por Sancho Bravo de Lagunas; el de Tesorero y Pagador corresponderá a Tomás de Fornes, y Juan de Vergara será el Contador de sueldo. Se establecen también los sueldos de capitanes y alféreces, con una paga de 15 escudos cada uno. Al sargento mayor le corresponderá un sueldo de 20 escudos, mientras que los sargentos de compañía recibirán una paga de 8 escudos.

En dichas instrucciones también hay que destacar el nombramiento de las distintas unidades de arcabuceros: "las compañías de Domingo de Arriaru, y Antonio de Cisneros, y Gregorio Lezcano, y Alonso de Hermosilla, y Pedro de Jaén, que sirve en el dicho nuestro ejército, y la compañía de Juan de Bocanegra, que está en Niza, han de ser arcabuceros, y pagados los soldados dellas por arcabuceros como hasta aquí". De esta manera entre los cuatro tercios se dispondrá de un total de seis compañías de arcabuces, algo que pronto cambiará por la necesidad de reforzar la potencia de fuego de las unidades, hasta llegar a las dos compañías por tercio, algo que se convertirá en la tónica general en los ejércitos hispánicos del siglo XVI. Por ejemplo, tras la disolución por parte del marqués del Vasto de los primitivos tercios de Nápoles, Sicilia y Lombardía, por la corrupción detectada en ellos, se van a crear dos nuevos tercios con ocho compañías cada uno, siendo una entera de arcabuces, y las otras siete restantes de arcabuces y picas.

Formación española en el desembarco de las Azores


En las Ordenanzas se va a informar igualmente del número de soldados que deben componer las distintas compañías. De esta forma "como quiera que por las dichas instrucciones, de que de suso hace mención, habernos mandado que las compañías de la dicha nuestra infantería española fuesen de cada trescientos soldados". Por tanto el Tercio, compuesto por 10 compañías, tendría un total de 3.000 hombres, una cifra que solo se va a poder reflejar sobre el papel pero que, en la realidad, pocas veces se alcanzará, bien por la escasez de hombres, bien por la escasez de recursos económicos, pero es necesario destacar que los tercios no tendrán nunca una plantilla fija ni de hombres ni de compañías, a pesar de las ordenanzas que el conde duque de Olivares dicte en junio de 1632, más de un siglo después de la aparición de estas unidades, intentando restablecer el orden y la disciplina en los tercios del siglo XVII, 

Llama la atención el hecho de que se establezca una preferencia nacional a la hora de formar parte de las distintas unidades de cada nación, probablemente en busca de una mejor comunicación entre soldados y mejorar la armonía y entendimiento de la tropa. "Es nuestra merced y voluntad que en las compañías de la infantería española no haya ningún soldado de otra nación, excepto pífanos y tambores y algunos soldados que al presente hay en ella italianos o borgoñones, que nos han servido mucho tiempo en la dicha infantería española, y ansimismo en la infantería italiana no haya español ni de otra nación, salvo algún Alférez o Sargento español, y ansimismo en la infantería alemana no haya español ni italiano, sino que cada nación ande y sirva en las compañías de su nación".

Vamos a ver en estas ordenanzas un amplio muestrario de cargos al margen de los mandos efectivos de las compañías, con el desarrollo de sus funciones genéricas. Así encontramos al canciller o contador, cuya función es "evitar los fraudes y los robos que puede haber en la dicha nuestra infantería". También encontramos una suerte de policía militar: el barrachel, dos por compañía, aunque a partir de estas instrucciones se establece uno por compañía, salvo si "al dicho Capitán General paresciere que ansi conviene a nuestro servicio, a la ejecución de la nuestra justicia y castigo de los delictos que haya dos barracheles, como agora los hay". Vemos también la presencia de un auditor, Hipólito de Quincio, "para determinar en derecho y sentenciar las causas". Un ingeniero, "Juan Baptista Valodra, o la persona que para ello nombrare el Marqués Capitán General, que sea hábil y suficiente para dicho cargo". Un maestro de postas, Amador de la Abadía, encargado de los correos a caballo, quien contará con "seis correos hábiles y suficientes de confianza". Un furriel mayor, Gerónimo Turpia, y un proveedor y comisario general, que será el capitán de justicia de Milán.

En cuanto a las unidades de caballería en los ejércitos del emperador Carlos se indica toda una suerte de detalles como que "por el presente haya de haber en el dicho nuestro ejército los 950 caballos ligeros, que quedan a nuestro servicio y sueldo y los caballos ligeros que nos sirvieron en el ejército con que entramos en Francia". La caballería ligera se constituye como la fuerza principal de caballos en detrimento de los hombres de armas o caballería pesada que, como ha quedado demostrado, cada vez tienen menos peso en las batallas. Como capitán general de caballería se nombrará al príncipe de Bisignano; el comisario aposentador será Hernando de Gonzaga mientras que el cargo de comendador será ocupado por Pedro de Ibarra. También se establece la presencia de "diez Gentiles-hombres que ha de tener para su acompañamiento" el capitán general.

Sobre la artillería se desarrolla toda una serie de disposiciones, empezando desde el arrastre de ésta: "mandamos que haya en él los cuatrocientos y diez caballos alemanes que mandamos quedar a nuestro servicio y a nuestro sueldo". A éstos se les unen 40 caballos del ejército acantonado en Turín, haciendo un total de "cuatrocientos cincuenta caballos y sus hombres y aderezos necesarios para nos servir". Se nombra capitán de la artillería a Luis Pacario y se le asignan "hasta treinta artilleros o más o menos", y se asigna un contador de artillería para recibir y mantener a su cargo la munición.

También se dan instrucciones precisas sobre los hombres de armas del Reino de Nápoles "que nos han servido en el ejército con que entramos en Francia", y que quedarán subordinados a un gobernador, el capitán García Manrique, y a un maestre de campo, el capitán Francisco de Prado, ambos supeditados, como no podía ser de otra forma, al capitán general del ejército, el marqués del Vasto. Los hombres de armas contaban con la figura de un escribano de ración, Pedro Falcha, un prestamista y financiador que había servido bien a los intereses de la Corona, y también con un comisario, cargo que recaía en Nicolás Cid, criado del monarca.

Por último cabe destacar el recuento del número de soldados que quedarán encuadrados en el ejército del emperador: "hasta cinco mili y setecientos soldados españoles que se presume que habrá agora en el dicho nuestro ejército, según las relaciones que el dicho Marqués nos ha enviado". A éstos hay que añadirles los cerca de 2.000 que quedaron acantonados en Niza, lo que nos ofrece una cifra de casi 8.000 españoles, sin duda los más valiosos y cotizados en el ejército del emperador. Además se contaban "seis mili y seiscientos soldados alemanes pocos más o menos; siete mili y trecientos soldados italianos".

Caballería española de comienzos del siglo XVI

Pero la voluntad de Carlos no es otra que conformar un ejército permanente de 20.000 soldados; "los ocho mili alemanes, y ocho mili españoles, y cuatro mili italianos". Para ello licenciará a 3.300 soldados italianos y se traerán algunas compañías de alemanes y se repartirán los españoles de la compañía de Miguel de Velasco entre las existentes, sumando así los 8.000 que desea el emperador. A los infantes se tendrán que sumar los caballos ligeros: un total de 1.031, los 950 caballos bajo el mando del príncipe de Bisignano y 81 más de la compañía de Luis de Porto y de Francisco Vinosito.

Las ordenanzas suponen un catálogo de instrucciones que solo se podrá desarrollar gracias a la idiosincrasia de los soldados españoles que, como ya se ha mencionado, llevan en sus genes una tradición guerrera de 8 siglos. Estos soldados, acostumbrados a toda clase de penalidades, serán capaces de aguantar lo que ningún otro soldado en Europa será capaz. Esto, unido a la doctrina militar hispano-italiana y sus constantes y novedosas evoluciones estratégicas, supondrá crear un cuerpo de élite muy superior al resto de sus enemigos en cualquier teatro de operaciones del mundo. Los tercios serán bautizados con el nombre de su maestre de campo. Un buen ejemplo de ello es el tercio que desde Sicilia parte con el duque de Alba hacia Flandes en 1567, el cual va a tener casi una treintena de maestres hasta que, en 1702, con su último maestre de campo Juan Antonio Hurtado de Amezaga, pase a regimiento. 

Su ubicación tampoco era cuestión baladí; desde Italia los tercios eran enviados allá donde se les necesitase. Por ejemplo, el tercio de Lombardía podía ser rápidamente movido hacia el norte, mientras que el de Sicilia o Nápoles podían operar en el Mediterráneo sin demasiadas complicaciones, así como ser enviados igualmente hacia Francia o Flandes. Pero no hay que caer en el error de pensar que estas unidades se encontraban asentadas y fijas a un territorio, ya que estas unidades se irán moviendo allá donde se les necesite. En Flandes van a ser numerosos los tercios que se creen o que sean enviados desde Italia, fundamentalmente, cuando el conflicto con los rebeldes holandeses se acabe convirtiendo en toda una guerra que durará ochenta años. En esto los españoles constituirán otro logro con el llamado Camino Español, que comunicará Italia con Flandes a través de una serie de rutas que irán variando desde 1567, año en que se inaugurará, hasta su clausura definitiva en 1634.

Esta temible máquina de guerra puesta en marcha originalmente en los tiempos de los Reyes Católicos y definida con Carlos I, perdurarían hasta la reforma de los ejércitos españoles llevada a cabo por el primer rey español de la dinastía borbónica: Felipe V, quien adoptaría el modelo de regimientos el 28 de enero de 1704, derogando así las antiguas ordenanzas que estaban vigentes desde 1632. Era el final de los tercios como tal, pero no de los ejércitos españoles que aún vivirían momentos de gloria a lo largo de todo el siglo XVIII.

Bibliografía: 

-Tercios (René Quatrefages)

-De Pavía a Rocroi (Julio Albi de la Cuesta)

-Historia de la profesión militar (Fernando Mogaburo)

-Tratado de las campañas y otros acontecimientos del emperador Carlos V en Italia, Francia, Austria, Berbería y Grecia desde 1521 hasta 1545 (Martín García Cereceda)

Ceriñola: el arcabuz muestra su potencial


Carlos I sancionó las Ordenanzas de Génova de 1536













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