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Las Campañas del duque de Osuna en Sicilia: Batalla naval de Ragusa


El 22 de noviembre del año 1617, en aguas del mar Adriático, frente a las costas de Dubrovnik, la armada española de Nápoles, comandada por Francisco de Rivera vencía a una poderosa flota veneciana al mando de Lorenzo Veniero.

España, bajo el reinado de Felipe III, vivía un relativo periodo de paz en Europa gracias a la tregua de los 12 años, que detenía momentáneamente la Guerra de los 80 años. Pero esta tregua no significaba el fin de las hostilidades entre España y sus enemigos. Ni mucho menos.

Un ejemplo de ello fue el teatro de operaciones del Mediterráneo, donde los españoles se batieron el cobre contra el turco, o donde tuvieron que lidiar con los constantes roces entre la República de Venecia y el virreinato de Nápoles. Venecia y Saboya constituyen un quebradero de cabeza para Felipe III; La primera está inmersa en la llamada Guerra de Gradisca contra el archiduque de Austria, mientras que Saboya, con el apoyo francés, se encuentra sumida en la Primera Guerra del Monferrato contra el ducado de Mantua, que cuenta con el respaldo español.


Con este marco político los venecianos aprovechan para prohibir la entrada de los buques españoles en el Adriático. Buscan impedir cualquier apoyo español a los austriacos, algo que no es bien recibido por el duque de Osuna, siempre dispuesto a combatir a cualquier enemigo. Las hostilidades se desatan en las costas croatas a comienzos de julio de 1617 y a finales de octubre el marqués de Villafranca envía soldados a la frontera de Milán con Venencia, amenazando seriamente las plazas de Crema, Bérgamo y Brescia.

De esta manera la caballería de Oliviano Custode, general de la caballería milanesa, sitia la plaza de Crema, tomándola por rendición el 5 de noviembre, cayendo la plaza de Fara Olivana un día después, obligando así a los venecianos a firmar la paz tan solo dos días después.

A pesar del cese de hostilidades la tensión entre el virrey de Nápoles, el duque de Osuna, y Venecia continuaba escalando, por lo que el duque decidió reforzar la flota del mar Adriático, bajo el mando del ya almirante Francisco de Ribera, célebre por su gran victoria contra el turco en julio del año anterior en el cabo Celidonia, con otros 3 galeones, 42 piezas de artillería y una compañía de 300 infantes. En total la flota de Rivera logra reunir 17 galeones con unos 2.500 soldados.

Por otro lado el duque ordena zarpar desde Reggio a una escuadra de 12 galeras, incluyendo la moderna Negra, capitana de la flota, con 100 mosqueteros a bordo, y la Patrona, que debía llevar a la compañía del capitán Simón Acosta. En total la flota transportaba 1.200 hombres, incluidos los 600 soldados que componían el Batallón Napolitano bajo el mando del sargento mayor Giliomarino. Ninguna de las flotas puede llevar el estandarte real, ya que España tiene una paz con Venecia, por lo que los buques enarbolan el pabellón del virreinato de Nápoles.

Rivera zarpó del puerto de Brindisi el 11 de noviembre. Su flota estaba compuesta por los galeones Nuestra Señora de la Concepción, nave capitana con 50 cañones y 200 hombres; Almirante, con 31 cañones y 150 hombres; Santa María de Bison, San Juan Bautista, San Pedro, Nuestra Señora de la Misericordia, con 30 cañones y 100 hombres; Nuestra Señora de Trapani, Perla, con 24 cañones y 94 hombres; Sansón, San Miguel, San Ambrosio, con 77 hombres y 20 cañones; Águila Imperial, Diamante, Nuestra Señora del Carmen, Santa María de la Buena Ventura, Tigre y Mauricio, a los que acompañaba el patache Santiago. 

Tras algo más de una semana de navegación Rivera llega a las costas de Ragusa, siendo descubierta su flota por unos bajeles venecianos. Enterado de esto el almirante veneciano, Lorenzo Veniero decide sacar toda su armada, compuesta por 18 galeones, 34 galeras y 6 galeazas. A éstas hay que sumarle 7 barcazas de albaneses y 2.000 soldados holandeses que van embarcados en la flota veneciana.

El día 21 ambas flotas se encontraron. Los venecianos se desplegaron en formación de media luna y ambas flotas comenzaron a abrir fuego a media tarde, sin ningún resultado pues aún se encontraban a gran distancia. Llegada la noche se interrumpieron los combates ante la falta de luz, pero las flotas permanecieron al pairo con las luces de los fanales encendidas. La ausencia de viento dejó a los buques españoles en una situación comprometida ya que no podían juntarse entre ellos. A esto había que sumarle la superioridad numérica veneciana y la posibilidad que tenían sus galeras de remolcar a los galeones.

Pero Veniero no quiso jugarse sus cartas en mitad de la noche y eso significó la salvación para los españoles que, con las últimas horas de la madrugada, pudieron aprovecharse de un leve viento que les permitió reagruparse y situarse a barlovento de la flota enemiga. Rivera organizó su línea y ciñó al máximo la capitana para lanzarla contra la desordenada formación veneciana, donde se mezclaban galeras y galeones.

La maniobra de Rivera, tremendamente arriesgada, resultó a priori un éxito, ya que los buques venecianos se estorbaban para disparar, mientras que la capitana española descargaba todo el fuego que podía. Pero pasado un rato se vio rodeada por hasta 7 buques enemigos; los mosqueteros y arcabuceros españoles redoblaban sus esfuerzos en combinación con los cañones del buque, manteniendo a raya a los enemigos hasta que, ciñendo todo lo que daban su velas, el resto de la escuadra española pudo ir en apoyo.

Ahora los galeones españoles empezaron a escupir fuego sobre la flota veneciana, sobrepasando con su velocidad y su potencia de fuego la capacidad de respuesta de los barcos de Veniero, que se encontraban en muchos casos enganchados por las cuerdas con las que las galeras remolcaban a los galeones. La capitana española se cebó con el San Marco, nave capitana veneciana que perdió toda su arboladura y la mayoría de sus hombres.

En esta situación se produce un cambio de viento que salva de la hecatombe a los venecianos, que logran soltar los cabos que los estorbaban y desplegarse nuevamente en formación adecuada. Los españoles, con el viento en contra, no pueden oponérseles ya que se alejan involuntariamente. Nuevamente, y para fortuna española, Veniero no se decide a entablar un combate nocturno.

Con las primeras horas de la mañana Veniero pudo comprobar el lamentable estado en que se encontraba su flota: 4 galeras han sido hundidas, su capitana está destrozada y sin arboladura, la mayoría de sus buques sufren ingentes daños, algunos irreparables, y casi no cuentan con munición para seguir combatiendo. Además más de 2.000 hombres han muerto o han sido heridos, lo que hace que Veniero decida retirarse a la isla de Korcula para reparar su dañada flota.

Rivera no quiso dar tregua y se lanzó a perseguir a los venecianos, que tuvieron la mala suerte de enfrentarse no solo con los españoles, también con una brutal tormenta que se ceba con los maltrechos buques; Veniero pierde 9 galeras más y una galeaza embarranca. El desastre naval veneciano es gigantesco: 13 galeras hundidas, 7 galeones desarbolados y con graves daños, y más de 4.000 bajas entre sus filas.

Por contra los españoles tan solo contaron 15 muertos y algo más de un centenar de heridos. Rivera juzgó prudente no seguir en persecución de los venecianos y volver a sus bases de Brindisi para hacer reparaciones, ya que sus buques también presentaban importantes daños. El viaje de vuelta fue otra lucha contra un intenso temporal que desperdigó parte de la flota, que quedó durante 3 días a merced de las olas y el viento sin poder entrar en puerto, pero finalmente atracaron en Brindisi, victoriosos y habiendo socavado el dominio veneciano del Adriático.

Ragusa hacia 1667

Ragusa

Duque de Osuna

Galera veneciana



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