El Milagro de Empel

La recuperación de Salvador de Bahía


El 29 de marzo de 1625 la flota de Fadrique Álvarez de Toledo, capitán general de la Armada del Océano, comenzaba el bloqueo naval sobre la ciudad brasileña de Salvador de Bahía, que había sido tomada por los holandeses en 1624. 

San Salvador de Bahía de todos los Santos era una de las principales plazas de los territorios portugueses de la Monarquía Española. Fundada por los portugueses en 1549, tras la expedición de Tomás de Souza, primer gobernador de Brasil, pronto se convirtió en el centro neurálgico del comercio de caña de azúcar y de comercio de esclavos en la región. Tras la incorporación de Portugal a la Corona Española mediante la proclamación en Tomar de Felipe II como nuevo rey, el 15 de abril de 1581, la ciudad siguió desarrollándose como núcleo de capital importancia para los intereses hispánicos, siendo un gran productor, además, de tabaco, palo de Brasil o algodón, por lo que pronto los enemigos de España fijaron sus ojos en ella. 

En 1621 los holandeses habían creado la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales. Los objetivos de esta empresa eran muy claros; expandir el comercio holandés en aguas de tradicional dominio español y emprender la conquista de los territorios brasileños. Tras el fin de la Tregua de los Doce Años, el comercio con América se redujo notablemente, y pronto las Provincias Unidas tuvieron que hacer frente a la escasez de productos altamente demandados y por los que obtenían cuantiosos beneficios, como la caña de azúcar, que había convertido a diversas poblaciones holandesas en las principales refinerías de este producto en Europa. 

El plan holandés era claro: abrir un nuevo frente contra España, esta vez en el Atlántico Sur, que amenazase la ruta de comercio en estas aguas, y apoderarse a su vez de territorios ricos en materias primas necesarias para sus intereses económicos. El objetivo fijado fue la ciudad de San Salvador de Bahía, que era, además de uno de los principales centros comerciales, capital administrativa, y sede del obispado de Brasil. Para ello los holandeses armaron una flota bajo el mando de Jacob Willekens, compuesta por 35 navíos y algo más de 3.300 hombres, que partió de Zuider Zee en enero de 1624, llegando a la bahía de la ciudad el 9 de mayo. 

La ciudad estaba gobernada por Diego Mendoza, quien había recibido aviso del próximo ataque de los holandeses, por lo que reforzó las defensas construyendo un fuerte en un islote frente a la entrada a la bahía, que se sumaba a los dos ya existentes en los extremos de la entrada a la bahía; el fuerte San Felipe y el San Antonio. La ciudad contaba con otros dos fuertes, sin embargo poco se podía hacer ante una fuerza de tal tamaño. De esta forma los holandeses desembarcaron sus tropas y los habitantes de la ciudad huyeron para reorganizarse en las afueras de la ciudad, en torno al obispo Marcos Teixeira, y realizar posteriormente labores de acoso similares a la guerra de guerrillas desde sus posiciones en el río Rojo, donde levantaron una villa llamada el Arrabal de Río Bermejo, a menos de 10 kilómetros al oeste de San Salvador. 

La ciudad había caído el 10 de mayo, y apenas un par de semanas después los holandeses ya enviaban cargamentos de mercancías rumbo a Holanda, mientras el gobernador de Pernambuco, Matías de Alburquerque, daba aviso de lo sucedido, llegando la terrible noticia a Madrid a comienzos de agosto. La respuesta española no se podía hacer esperar, consciente de la importancia que esta ciudad tenía para todo su sistema comercial, por lo que se preparó una expedición y se puso al mando nada menos que a Fadrique Álvarez de Toledo, recientemente nombrado I marqués de Valdueza en recompensa por sus méritos militares, sobradamente demostrados en gestas como la de la Batalla del Estrecho de Gibraltar, en la que derrotó ampliamente a una gran flota holandesa. 

Fadrique era el segundo hijo de Pedro Álvarez de Toledo, V marqués de Villafranca, y Elvira de Mendoza y, por tanto, hermano de García de Toledo Osorio, capitán general de las Galeras de España desde 1623. Por tanto, no cabe duda de que el hombre elegido para tan vital empresa no había sido elegido por casualidad. Sus cualidades militares eran notorias y su fama entre los marinos y los soldados era excepcional, no obstante contaba importantes victorias frente a la piratería en el Mediterráneo y contra los holandeses. 

Galeones españoles siglo XVII. Pintura de Rafael Castex

El marqués de Valdueza no dejó al azar ningún detalle de la expedición militar. Cincuenta y dos fueron los buques que habrían de componerla, que llevaban un total de 1.185 piezas de artillería de diversos calibres y en los que embarcarían, según muestra tomada, 12.563 hombres entre tropa y marinería. Aquí iban 2 tercios de infantes españoles, 2 portugueses y 1 napolitano. Esta gran flota estaba compuesta por los once buques de la Armada del Océano, más 22 buques de la Armada de Portugal de Manuel de Meneses. También se unieron 6 galeones de la Escuadra de las Cuatro Villas de Francisco de Acevedo; 5 galeones de la Armada de la Guarda del Estrecho, bajo el mando de Juan Fajardo, 4 galeones más pertenecientes a la Escuadra de Vizcaya, capitaneada por Martín de Vallecilla, y por último se unieron 2 galeones y 2 pataches de la Armada de Nápoles, bajo el mando de Francisco de Ribera. 

Con todo listo, la flota española zarpó de Cádiz el 14 de enero de 1625, mientras que la flota portuguesa lo había hecho 2 meses antes desde Lisboa, uniéndose ambas fuerzas en Cabo Verde a comienzos de febrero. Tras una semana haciendo acopio de alimentos y descansando, pusieron rumbo hacia las costas brasileñas, divisando tierra el 27 de marzo, y entrando en la bahía de San Salvador el día 29. Los holandeses, que habían estado bajo el mando del coronel Johan van Dorth, señor de Horst, el cual había muerto el año anterior en una de las muchas acciones de escaramuza lideradas por el obispo Teixeira, siendo sustituido por Wilhem Schouten, tuvieron que hacer frente durante los meses que transcurrieron entre la conquista de la ciudad hasta la llegada de la flota hispánica, a una fortísima resistencia que les impedía extenderse e incluso hacer acopio de provisiones en las inmediaciones de la ciudad. 

A la entrada en la bahía Fadrique mandó al capitán José Furtado para que se reuniera con Francisco de Moura, capitán general de las fuerzas de resistencia, en las inmediaciones del fuerte de San Antonio, donde se encontraban algunos de los reductos hispánicos que acosaban a los holandeses. Tras departir con él e informarse de las fuerzas de las que disponían los holandeses, Furtado volvió al buque y pasó la información obtenida a Fadrique, quien comenzó con los preparativos para el desembarco de tropas que habían de recuperar la ciudad. Los holandeses habían reforzado las defensas de la plaza, situando en ellas abundante artillería, y además contaban con dieciocho buques fondeados, aunque esperaban refuerzos desde Holanda, y además había otros ocho navíos que se encontraban de correrías por las costas brasileñas. 

Tras valorar las defensas y los recursos con los que contaba el enemigo, Fadrique comenzó el desembarco de tropas el 31 de marzo en la zona del cabo de San Benito, en la playa de San Antonio, donde se hallaban los restos de uno de los fuertes derruidos por los holandeses. En unas pocas horas los españoles ya habían desembarcado abundante infantería, 4.000 escogidos hombres de los distintos tercios, y artillería, uniéndose a sus hombres Fadrique al día siguiente, tras dejar a Juan Fajardo al mando de la escuadra que debía impedir cualquier socorro holandés por mar, la cual se desplegó en media luna abarcando prácticamente todo el ancho de la bahía. 

El 2 de abril partió Fadrique al frente de 2.000 hombres hacia el fuerte de El Carmen, dejando en San Benito al tercio de españoles de Pedro de Osorio, el de portugueses de Francisco de Almeida y el tercio de napolitanos de Carlo Caracciolo, marqués de Torrecuso. Las fuerzas de asedio se dividían en dos cuerpos de ejército para poner mejor cerco a la ciudad. Los holandeses no tuvieron más remedio que abandonar su posición en el fuerte de San Felipe, y buscar refugio en la ciudad, habiendo recuperado, por tanto las fuerzas hispánicas, todos los fuertes de San Salvador, y asegurando completamente la entrada a la bahía. Al día siguiente Fadrique completaba el cerco sobre la ciudad y aceleraba los trabajos de trincheras y expugnación, a pesar del sofocante calor que agotaba a los hombres. 

Esa misma tarde los holandeses, aprovechando el descanso de las fuerzas de asedio, realizaron una salida contra las posiciones de San Benito desde la puerta de Santa Lucía. 400 mosqueteros, bajo el mando del coronel Hans Kijf, se lanzaron contra las posiciones del alférez Damián de Vega, quien rápidamente fue auxiliado por el maestre Pedro de Osorio, "temiendo éste que se apoderasen de la iglesia y el convento, por la poca gente que tenía el alférez, los embistió valerosamente con la compañía del capitán don Enrique de Alagón, de su tercio, acudiendo también la de don Pedro de Santiesteban, y la de don Diego Ramírez de Haro", tal y como señala el cronista Juan de Valencia.

Poco después también acudió la compañía de Diego de Espinosa, rechazándose finalmente de este modo el ataque holandés. El ímpetu del contraataque hispánico terminó cuando, al acercarse demasiado a los muros de San Salvador, Pedro Osorio cayó muerto victima de una bala, junto a varios de sus hombres, resultando también heridos los mencionados capitanes. De este modo parecía que los holandeses estaban en condiciones de resistir hasta la llegada del ansiado socorro. De esta manera, y con ánimo renovado, los holandeses volvieron a hacer una salida el día 4 pero esta vez sería rechazado por los napolitanos del marqués de Torrecuso sin ningún problema, tal es así, que no hubo ninguna baja en las filas hispánicas. Esto convenció a los holandeses de que la mejor opción era resistir tras los sólidos muros de la ciudad, a la espera de que la flota enviada por las Provincias Unidas llegase. 

Salvador de Bahía. Grabado de la época

Fadrique formó un nuevo cuartel, el de Las Palmas, con fuerzas de los tercios de los maestres de campo Orellana y Muniz Barreto, y dio la orden a sus buques de que se aproximaran hasta tener a tiro los muros de San Salvador, comenzando una terrible descarga de fuego sobre la plaza y sobre los buques holandeses. La respuesta del enemigo llegó en forma de brulotes enviados contra la capitana española y portuguesa, con la esperanza de poder romper el bloque sobre la bahía y poder así huir, pero la rápida reacción de Fajardo evitó la tragedia en la flota, aunque la almiranta del Estrecho fue alcanzada por uno de los brulotes, causando algunos daños y heridos. A este éxito se habría de sumar el hundimiento de la capitana holandesa y otros dos buques más. Las fuerzas del marqués de Valdueza seguían estrechando el cerco sobre la ciudad, aproximando hasta 14 cañones en los siguientes días de abril. 

Los españoles recibieron refuerzos el día 14 de abril; 250 infantes bajo el mando de Salvador de Sa, que se incorporaron inmediatamente al asedio. Antes lo habían hecho los cerca de 1.500 hombres, entre portugueses, españoles e indios, de Francisco de Moura. Mientras se continuaba con la aproximación a las murallas por tierra, desde el mar los buques hispánicos seguían martilleando las defensas de San Salvador con tal intensidad que la artillería enemiga fue prácticamente desmantelada. Los holandeses trataron sin éxito de realizar nuevas salidas a finales de abril, pero la intensidad del fuego español era tan brutal, que tuvieron que desistir, resignándose a aguantar en el interior de la plaza el mayor tiempo posible, mientras las deserciones se iban sucediendo ante la incompetencia en el mando de Schouten y la desconfianza de los holandeses ante las fuerzas francesas, alemanas e inglesas que integraban la guarnición.

El 22 de abril escribía Juan de Valencia que los holandeses habían perdido toda su artillería "sin que por ello parasen de hacer fortificaciones y defensas, pese a recibir un daño exorbitante de nuestras batería, y con mucha cantidad de heridos en su hospital, faltando muy poco para que nuestras trincheras llegasen a los fosos secos, y alguna, por la parte de San Benito, al foso de agua". Ese mismo día un soldado aragonés llamado Juan Vidal, de la compañía del capitán Alfonso del Encastre, pidió permiso para retirar una bandera del enemigo, permiso que le fue concedido. Vidal salió de las trincheras y se acercó hasta los muros de la ciudad, consiguiendo subir por el revellín y trepar hasta la almena que albergaba la bandera, haciéndose con ella y volviendo a sus posiciones, ante la admiración y el orgullo de los suyos, y la humillación de los enemigos. Fadrique otorgó Vidal una ventaja de ocho escudos por aquella proeza. 

Las deserciones se seguían sucediendo, obteniendo Fadrique información bastante fiable de que la guarnición estaba al bordo del motín y por tanto, de la rendición. Tan fiable era que el 28 de abril un tambor holandés salió de la ciudad pidiendo iniciar conversaciones para poder llegar a una rendición honrosa. El marqués estuvo carteándose durante casi todo el día con el jefe holandés, y como demostración de la buena voluntad por ambas partes, los españoles mandaron al teniente de maestre de campo general Diego Ruy, y el capitán italiano Sanfelice, y por parte de los holandeses se envió al cuartel general hispano al coronel Kijf, acompañado de su segundo. Las negociaciones se prolongaron durante largas horas, amenazando Fadrique con un asalto general si no se rendían, a lo que finalmente accedieron por la cuenta que les traía. 

De esta forma se acordó que la guarnición saldría de la ciudad únicamente con su ropa, dejando armas, pertrechos y suministros para satisfacción de los vencedores. Cuatro compañías españolas entrarían en San Salvador para garantizar la seguridad de los vencidos, que debían esperar recluidos en sus casas, y cuyo número ascendía a 1.919 soldados. La entrada en la ciudad se hizo el 1 de mayo, encontrándose Fadrique y los suyos una ciudad completamente fortificada, en la que en cada calle había barricadas y defensas y cada casa parecía una fortaleza. Las piezas de artillería que quedaban en la plaza ascendían a 42 cañones de bronce, según el inventario hecho por los españoles, 152 cañones de hierro entre la ciudad y las embarcaciones que quedaban; 25 pedreros y más de 1.500 mosquetes, así como abundante armamento y pólvora. 

El 4 de mayo se pasó revista a los vencidos, un proceso que duraría varios días con el objetivo de evitar fugas o que hicieran acopio de armas antes de mandarlos de regreso a Europa. Pocos días después, y ante el temor de que el socorro holandés estuviera próximo, Fadrique ordenó embarcar en los buques a la mayoría de su infantería, mandando el 14 de ese mes una carabela bajo el mando de Enrique de Alagón, futuro conde de Fuenclara y sobrino de Fadrique, con las buenas nuevas hacia España para informar a Felipe IV. A la semana, un barco holandés entró en la bahía de San Salvador, tratando de huir apresuradamente al otear en la lejanía el pabellón español, pero fue apresado antes de que pudiera informar al resto de la flota de socorro enemiga. 

Poco después llegaba la flota enviada por la Compañía de las Indias Occidentales bajo el mando de Balduino Enrico, como le conocían los españoles. Esta flota había salido en diciembre de 1624 y la componían 34 navíos y algo más de 6.500 hombres, lo que da una idea de la importancia que la ciudad de Salvador tenía para los intereses holandeses, y entraba por la boca de la bahía el 25 de mayo de 1625. La primera medida de Fadrique fue llevar a los prisioneros a los barcos enemigos capturados, los cuales estaban desarbolados y, sin posibilidad alguna de navegación, se encontraban a merced de la artillería de la ciudad. La segunda fue dejar entrar a los buques holandeses, ordenando no abrir fuego sobre ellos para atraerlos hacia el interior a una trampa sin escapatoria entre la flota española y el fuerte de San Antonio, reforzado convenientemente con más artillería. 

Salvador de Bahía. Pintura de Hassel Gerritzs

Una vez dentro de la bahía la flota enemiga, Fadrique ordenó a la almiranta de Nápoles avanzar sobre ella con 16 buques más para evitar su huida, mientras termina de poner a punto al resto de la escuadra española. Poco tardaron los holandeses en darse cuenta de que la ciudad ya estaba en manos españolas, por lo que su comandante dio orden de partir inmediatamente y abandonar la bahía antes de que estuvieran al alcance del fuego hispánico. Sin embargo la ausencia de viento y la subida de la marea impidieron tal acción y ambas flotas quedaron a una prudente distancia sin poder hacer fuego la una sobre la otra durante todo un día hasta que, a la mañana siguiente, una fuerte corriente acompañada de un suave viento empezó a llevar a los buques hacia el sur de la bahía, zona con mucho peligro por la presencia de numerosos bajíos donde poder encallar. 

Los holandeses trataron de salvar la situación y huir, mientras los españoles les seguían de cerca, asumiendo demasiados riesgos a ojos de Fadrique. No se equivocaba el marqués, pues pronto encallaría el galeón Santa Teresa, de la escuadra de Vizcaya, lo que hizo que tomara la decisión de volver al interior de la bahía, dejando que la flota holandesa escapara de la trampa. El 27 de mayo la flota holandesa logró abandonar la bahía y poner rumbo al norte con bastantes dificultades por la ausencia de viento y sobre todo por la falta de víveres y mantenimiento de los buques, que llevaban demasiado tiempo sin tocar tierra. Mientras, Fadrique organizaba las fuerzas que debían defender la ciudad. El sargento mayor Pedro Correa de Gama quedó con 1.000 infantes portugueses escogidos, distribuidos en 10 compañías para hacerse cargo de la defensa de la ciudad, pasando la fuerza a conocerse con el nombre de Tercio de la Bahía. 

El 1 de julio se tuvo noticias de que la flota holandesa había intentado sin éxito aprovisionarse de agua y víveres en Pernambuco, ya que se lo impidió el gobernador de la plaza, Matías de Alburquerque, debiendo continuar más al norte para poder desembarcar y perdiendo por las enfermedades cerca del veinte por ciento de los hombres. Poco durarían los holandeses en tierra, ya que varias compañías portuguesas les seguían de cerca y, tras diversas escaramuzas, hicieron que volvieran a sus buques y partieran, poniendo fin a su aventura en aquellas aguas. Tras preparar la armada y dejar la ciudad guarnecida y con las defensas recompuestas, Fadrique zarpó hacia Pernambuco con la esperanza de encontrar a los holandeses, pero no logran dar con su paradero, por lo que, tras recoger varios mercantes en la ciudad, ponen rumbo a España.

El viaje de vuelta fue toda una odisea, con temporales tan fuertes que separaron la flota, la cual perdió varios buques. Por el camino habían llegado noticias al marqués de que en Las Azores les esperaba una gran flota angloholandesa, por lo que hicieron todo lo posible para no llegar a esas latitudes. Con fuertes vientos en contra, una parte de la flota, la que iba con Fadrique, acabó recalando en Málaga, mientras que otra parte lo hizo en Cádiz, el puerto al que debían llegar todos los buques. En esta última ciudad atracó felizmente la escuadra de Nápoles, que al poco de desembarcar su infantería tuvo que hacer frente al ataque inglés sobre Cádiz, que gracias a este providencial refuerzo pudo defenderse con éxito. 

1625 sería, sin duda alguna, el Annus Mirabilis español, una gran racha de victorias que supusieron el culmen del poder del Rey Planeta. Los españoles lograron rendir Breda, de la mano del Ejército de Flandes capitaneado por el gran general genovés Ambrosio de Spínola. De igual forma recuperaron Salvador de Bahía de las garras holandesas, lograron rechazar un poderoso ataque inglés sobre la ciudad de Cádiz, y un temporal sobre las aguas de Dunkerke dejó a merced de los corsarios españoles a la flota holandesa que bloqueaba el puerto. Por si esto no fuera suficiente, los buques del marqués de Santa Cruz levantaron el cerco naval que Saboya y Francia tenían sobre Génova, y las fuerzas portuguesas rechazaron un ataque holandés sobre el fuerte guineano de San José de la Mina. 

Bibliografía:

-Don Fadrique Álvarez de Toledo. El sueño, la gloria y la realidad del poder (Álvaro Bueno Blanco)

-Armada española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón (Cesáreo Fernández Duro)

-Compendio historial de la jornada del Brasil y sucesos della (Juan de Valencia y Guzmán)

Recuperación de Bahía, por Juan Bautista Maíno

Fadrique Álvarez de Toledo, por Félix Castelo


Bibliografía: 

- Don Fadrique Álvarez de Toledo. El sueño, la gloria, y la realidad de poder (Álvaro Bueno Blanco)

- Los Tercios en América. La Jornada del Brasil. Salvador de Bahía 1624-1625 (Hugo A. Cañete)



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