El 30 de noviembre de 1581, festividad de San Andrés, las tropas hispánicas de Alejandro Farnesio entraban triunfantes en la ciudad de Tournai, tras un asedio que había durado casi dos meses y que había concluido con la entrega de la plaza para evitar el asalto y posterior saqueo de la misma.
El gobernador de la Países Bajos, Alejandro Farnesio, tras lograr firmar la Unión de Arras con las provincias católicas del sur, se había empeñado en una campaña de recuperación de todas las plazas que habían caído en manos de los rebeldes, poniendo así fin a las matanzas y persecuciones que sufrían los católicos desde que, en 1577, se hicieran con buena parte del territorio de los Países Bajos. De esta manera, y tras la exitosa toma de Amberes en junio de 1579, siguió con su campaña. Los siguientes meses supusieron la expansión de las tropas católicas de la mano del futuro duque de Parma, por lo que Guillermo de Orange, alarmado por el cariz que tomaban los acontecimientos, maniobró políticamente para tratar de atraer a Francia a su lado en la Guerra de los Ochenta Años, rompiendo definitivamente su compromiso con el archiduque Matías de Austria, a quien había utilizado en sus ambiciones políticas.
Guillermo, pues, había entablado conversaciones con Francisco, duque de Alençon y de Anjou, para que éste ocupara el trono de las Provincias Unidas. Las negociaciones fructificaron y el 29 de septiembre de 1580 se firmaba el tratado de Plessis les Tours. Guillermo pretendía de esta forma forzar a España a reconocer la independencia de estos territorios que ahora tendrían un nuevo rey, si no quería verse abocado a una guerra con Francia. Las intenciones de Guillermo eran claras: el nuevo rey debía ser un títere en manos de los Estados Generales, por los que las limitaciones al poder real recogidas en el tratado levantaron las suspicacias del duque francés. No podía nombrar sucesor, las decisiones debían ser tomadas en conjunto con el Consejo de los Estados Generales, y tampoco comandaría el ejército, cargo que se reservaba Guillermo.
Éste había sido declarado proscrito el 15 de marzo de 1580 por el rey Felipe II que, en vista de la nueva situación en Flandes, concentró en Farnesio todos los poderes de aquel país, para tranquilidad del ejército. El 26 de julio en La Haya los rebeldes firmaban el Acta de Abjuración, por la cual declaraban la independencia de las Provincias Unidas y se desmarcaban de la fidelidad a Felipe. Mientras esto sucedía en allí, en Portugal se había iniciado una revuelta contra la Monarquía Española que había obligado al rey a sacar del ostracismo a su gran general, el duque de Alba, que en agosto de ese año destrozaba al ejército rebelde en la Batalla de Alcántara.
Las intrigas se sucedían en Flandes. Guillermo de Horn, señor de Heeze, en el Brabante Septentrional, noble supuestamente leal a la Monarquía Española, decidió cambiarse de bando, contactar con el duque de Anjou, y urdir un plan para acabar con la vida de Alejandro Farnesio. El plan se llevaría a cabo en la ciudad de Cambrai, ciudad que había pasado al bando rebelde tras la traición de su gobernador, el señor de Inchy. Pero Farnesio fue informado de aquellos planes por un comandante valón, y se procedió al arresto del traidor, desarticulando el complot de Horn, que acabó siendo ejecutado. Puesta fin a aquella amenaza, el duque de Parma planificó su siguiente campaña, la cual pasaba por recuperar el control de la ciudad de Cambrai.
El primer objetivo sería la toma de la fortaleza de Bouchain, al noroeste de Cambrai, a orillas del río Escalda. Las fuerzas enviadas por Farnesio incluían los efectivos del señor de la Mota, del señor de Roubaix, y del conde de Mansfeld, maestre de campo general del Ejército de Flandes. La fortaleza cayó sin resistencia, entregándola a los católicos el comandante rebelde Joost de Soete, señor de Villiers, quien había preparado una gran cantidad de explosivos con una mecha lo suficientemente larga como para tener tiempo de salir del fuerte y emprender la huida buscando refugio en Cambrai. La explosión no logró su objetivo: matar al mayor número de soldados realistas y destruir la fortaleza. En su lugar, fueron las casas de los villanos las que salieron mal paradas y no se encontraron heridos entre los infantes católicos.
Tras esto, el ejército debía elegir el siguiente objetivo. Pedro Ernesto de Mansfeld abogaba por atacar Nivelles, en el Brabante Valón, mientras que el señor de Roubaix, comandante de la caballería, era de la opinión de cargar contra Cambrai directamente. Farnesio tomó detalle de los consejos de sus comandantes y decidió dividir el ejército en tres cuerpos con tres objetivos distintos. Hacia el sur partiría Roubaix con el Tercio de Egmont, dos compañías de caballos pesados, cuatro compañías de caballos ligeros y una de dragones, con la misión de levantar un fuerte en Marquion, a poco más de 10 kilómetros al oeste de Cambrai. Este encargo tenía por objeto establecer el corte de comunicaciones de Cambrai con Francia. El segundo cuerpo de ejército, comandado por el propio Mansfeld, tenía por objeto tomar la plaza de Nivelles, situada sobre el Escalda. Esta plaza , junto con Condé-sur-L'escaut, y Valenciennes, era un puñal rebelde en el sur de los Países Bajos Españoles, por lo que el maestre de campo general se esmeró en tomarla a la mayor brevedad posible.
Apenas dos días opusieron resistencia sus defensores y la plaza se tomó con las defensas prácticamente intactas. El tercer cuerpo, comandado por Alejandro Farnesio, acompañado por Manuel Filiberto, conde de Lalaing, se ocupó de la plaza de Condé-sur-L'escaut, desde la que saltaría sobre Valenciennes, a menos de 15 kilómetros al sur. La toma de Condé se produjo tras una salida de los defensores aprovechando que el grueso de la fuerza realista se encontraba cruzando el Escalda. Por fortuna para Farnesio, su buen hacer evitó una catástrofe, dado que apostó una pequeña fuerza escondida que debía asegurar el cruce del resto del ejército. Esta fuerza, percatada de la salida de los defensores, se lanzó contra ellos causándoles más de 400 bajas. El resto de hombres que aún quedaban en el interior de Condé entregaron la plaza para salvar sus vidas. Desde ahí se pudo tomar Valenciennes sin demasiados problemas.
Por esos días recibió el duque de Parma aviso de Charles de Grave, conde de Beaurieu, quien se hallaba preso por los rebeldes en el castillo de Breda. En el mensaje aseguraba que se podía tomar la ciudad de Breda sin apenas riesgo gracias a uno de los centinelas a los que tenía sobornado. De este modo el duque envió para acometer la importante misión al señor de Haultpenne, Claude de Berlaymont, quien se encontraba en Bolduque. Acompañado de Maarten Schenk, unos cientos de infantes y una corneta de caballería, se plantó antes del amanecer en la ciudad, siendo ayudado por el centinela, apodado Balafré, y entrando en la ciudad por una puerta secreta existente en la muralla. Las fuerzas de Berlaymont habían acabado con la mayoría de los guardias antes de la salida del sol y, tras la entrada de los caballos católicos, las milicias protestantes que se habían organizado en la ciudad se rindieron, quedando Breda de nuevo bajo el poder real.
Asalto a Breda de 1581 |
Por su parte, el duque de Anjou proseguía con sus planes, los cuales no estaban ni mucho menos subordinados a los intereses de los holandeses. Envió una fuerza de 4.000 hombres a la frontera con los Países Bajos Españoles, y de ahí partieron 1.000 infantes escogidos con la misión de penetrar en Cambrai. Las fuerzas valonas de Roubaix no pudieron impedir el refuerzo de la ciudad. Tras este éxito inicial, el comandante francés se decidió a enviar otra fuerza con la intención de entrar en Cambrai, pero esta vez Roubaix estaba preparado y les tendió a los franceses una emboscada que acabó con la vida de la mayoría de los ellos, apresando a unos pocos oficiales por los que se exigiría con posterioridad un rescate. En vista del fracaso de sus hombres, el propio duque de Anjou resolvió internarse en Flandes acompañado de un ejército de 12.000 infantes y 5.000 caballos, y establecerse en Cambrai.
El futuro duque de Parma no era ajeno a los movimientos del duque francés. Desde Valenciennes había recibido correo del mismísimo rey de Francia, Enrique III, para advertirle de estos movimientos y de los deseos de mantener la paz entre ambos reinos, indicando que aquella flagrante acción era responsabilidad única de Francisco. Farnesio, sin tiempo que perder, partió desde Valenciennes hacia Cambrai con apenas 5.000 infantes y algo más de 2.000 caballos. Ante la diferencia de fuerzas, el duque de Parma juzgó más prudente unirse a las fuerzas de Roubaix, dejando el camino libre a Anjou, quien entró en Cambrai a mediados de agosto. De la alegría por la llegada se pasó pronto al estupor; el duque de Anjou no tenía intención alguna de sostener la causa rebelde, sino su propia causa.
Lo primero que hizo fue destituir a Balduino de Haveren y colocar un hombre de su confianza. Además, la guarnición fue reemplazadas por soldados franceses, ya que no se fiaba de ella, y en las torres se enarbolaron las banderas del duque. La mayor parte de la infantería que traía con él se quedó en Cambrai y guarnicionando plazas aledañas, mientras que la caballería partió acompañándolo con destino a Catelet. El duque volvía a posiciones seguras en la frontera francesa, desoyendo así las peticiones de Guillermo de auxilio. Por su parte, desde Tournai, los holandeses enviaron una fuerza para tomar la plaza de Saint Ghislain, a unos 40 kilómetros al este, siguiendo el curso del río Escalda. La pequeña población fue tomada y sometida a un brutal saqueo, lo que despertó la animadversión de la población católica, cada vez más convencida de la necesidad de las tropas hispánicas.
Farnesio reaccionó rápido a este envite y recuperó la plaza tras un breve asedio mediante el cual acabaron rindiéndose los defensores, que se contaban en un número de trescientos soldados. En vista de la defección del duque de Anjou, el de Parma se dispuso a lanzar el órdago de la campaña de 1581: la toma de Tournai. Esta ciudad era de las más antiguas de Flandes, situada en el sur de la provincia de Henao, en ambas orillas del río Escalda. La ciudad había caído en poder de los rebeldes en 1577 y desde entonces se antojaba como una espina que había que arrancar de cuajo. Sus fortificaciones eran formidables, con una muralla alrededor de toda la ciudad y con el río atravesándola, pudiendo recibir suministros por esa vía en caso de un asedio.
El gobernador de la plaza era Pierre de Melun, príncipe de Épinoy, aunque se encontraba ausente por estar acometiendo el asedio sobre la ciudad de Gravelinas, por lo que era su mujer, Christine de Lalaing, quien tenía el gobierno en el momento del asedio. La ciudad contaba con dos grandes torres con abundante artillería: la torre Bourdiel, situada en la orilla izquierda del Escalda, y la torre Thieulerie, en la derecha, ambas unidas por el Puente de los Hoyos. También disponía de una ciudadela que ofrecía un buen resguardo en el caso de que la ciudad fuese asaltada. El frío otoño también era un poderoso aliado en la defensa de la ciudad, ya que comenzar un asedio con esas condiciones y con la cercanía del invierno era considerado una temeridad en la época. No obstante, el propio Guillermo de Orange había manifestado al príncipe de Épinoy la imposibilidad de un ataque sobre Tournai en aquel momento.
Para sorpresa de los rebeldes, el 1 de octubre de 1581 Alejandro Farnesio se plantó ante los muros de Tournai. El general español reconoció personalmente las defensas de la plaza y concluyó que el punto más débil de ésta era la puerta de San Martín, por tener el foso menos agua en ese punto. Allí fue donde plantó su campamento y comenzó a realizar todos los preparativos para el asedio, para lo que contaba con una fuerza de 15.000 infantes y algo menos de 5.000 caballos. Una vez realizados los trabajos de asedio, las baterías artilleras de Farnesio fijaron como objetivo el baluarte que protegía la puerta de San Martín, que también fue el blanco de los zapadores hispánicos, que lograron abrirse camino hasta el foso y el baluarte y colocaron dos hornillos en la base de éste, que ya estaba muy deteriorado por el fuego de la artillería hispánica.
No hizo falta volar el baluarte, ya que los defensores lo habían abandonado viendo la imposibilidad de mantener la posición. Mientras tanto, los defensores intentaban recibir ayuda del exterior; una fuerza de caballería enviada por el príncipe de Épinoy intentó romper el cerco pero fue rechaza por un contingente de dragones y coraceros. El intercambio de la artillería era constante, incluso el puesto de mando de Farnesio fue cañoneado desde la ciudad, pero el comandante español logró salvar la vida intacto, pese a que hubo de ser rescatado de entre los escombros. Los defensores realizaban algunas salidas con la esperanza de poder romper el cerco al que estaban sometidos. En una de ellas, los rebeldes estuvieron a punto de tomar el cuartel de una de las unidades valonas, pero Farnesio reaccionó rápido y acudió con la caballería ligera para retomar el control de la situación.
Farnesio no estaba dispuesto a más sorpresas, por lo que se decidió a batir la muralla a toda costa. Colocó 18 cañones que bombardeaban sin cesar la parte del muro que se consideraba más propicia y, tras cuatro días de bombardeo incesante, la brecha era lo suficientemente grande como para lanzar un asalto a través de ella. Antes de eso, los valones explotaron unas minas bajo los restos de la muralla, volando por los aires lo que quedaba de ella. El asalto comenzó de inmediato por las fuerzas valonas de Farnesio, pero la tenaz defensa de los rebeldes, dirigida por la valiente princesa de Épinoy, Christine de Lalaing, era difícil de quebrar. La muerte del coronel Bours, que dirigía las tropas valonas, y las fuertes lluvias que se estaban produciendo, terminaron por detener la ofensiva hispánica.
Grabado del asedio de Tournai |
Pero las tropas hispánicas seguían manteniendo la moral y el asedio no iba a terminar por este revés, y además los defensores estaban cada vez más desmoralizados, ya que tan solo recibían promesas de socorro, pero ninguna ayuda concreta, salvo los intentos de Pierre de Melun por levantar el cerco. Uno de estos intentos se produjo a mediados de noviembre, cuando Épinoy lanzó un movimiento de diversión sobre Gravelinas. Unos cuantos de soldados valones que defendían esta ciudad habían sido hechos prisioneros y, sobornados por los ingleses, habían regresado a Gravelinas con las órdenes de traicionar a sus compañeros y permitir la entrada de las fuerzas rebeldes. Pero el plan no salió como los enemigos de España tenían previsto. Los supuestos traidores dieron cuenta del plan que ingleses, franceses y holandeses habían urdido, por lo que cuando las fuerzas de Épinoy se presentaron ante los muros de Gravelinas, fueron duramente rechazadas.
En Tournai, mientras, se sucedían las salidas de los defensores para ganar tiempo y minar la moral de los atacantes. Hasta doce salidas se produjeron, pero ninguna logró romper el cerco, ni siquiera cuando el coronel escoces Edward Preston logró atravesar las líneas de sitio gracias a haberse hecho con la contraseña para permitir el paso a través de las posiciones realistas, "Santa Bárbara", y entrar en la ciudad con unos 200 coraceros. Las tropas de Alejandro Farnesio estrechaban el cerco y tenían a tiro el asalto cuando desde la ciudad se pidió negociar la rendición. Muchos habitantes eran contrarios a proseguir la lucha, el temor al saqueo que vendría después era muy grande, por lo que forzaron a Christine de Lalaing a solicitar la negociación.
Farnesio, haciendo gala de su habitual perspicacia y sentido común, ofreció a los defensores unas honrosas condiciones de capitulación, permitiendo que éstos salieran con las mechas encendidas y las banderas desplegadas. Además, los habitantes protestantes no serían obligados a renegar de su fe, y a los príncipes de Épinoy se les permitiría marcharse llevando con ellos sus riquezas, o quedarse si así lo preferían. La ciudad debería pagar 250.000 florines como condición para evitar el saqueo. La ciudad finalmente aceptó la propuesta realizada por el gobernador de los Países Bajos, y las tropas realistas entraron en Tournai el 30 de noviembre, ante la alegría de los vecinos católicos, que habían sufrido muchas calamidades durante los años de gobierno protestante.
Bibliografía:
- La Guerra sin Fin (Ignacio José Notario López)
- Segunda década de las Guerras de Flandes (Famiano Strada)
- Las Guerras de Flandes desde la muerte del emperador Carlos V hasta la conclusión de la Tregua de Doce Años (Cardenal Guido Bentivollo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario