El 9 de agosto de 1640 concluía el sitio sobre la ciudad de Arras, plaza fronteriza de los Países Bajos españoles con Francia. Los defensores españoles, comandados por el oficial irlandés Owen Roe O´Neill, resistieron durante casi dos meses el asedio de las tropas francesas del mariscal La Meilleraye, pero la falta de esperanzas en recibir un socorro les llevó a aceptar una honrosa capitulación.
A pesar de la derrota naval de las armada de Antonio de Oquendo en la Batalla de las Dunas, el objetivo principal de la misión, que no era otro que desembarca tropas, dineros y suministros para el Ejercito de Flandes, se había cumplido. De esta forma, lograron desembarcar entre 6.000 y 8.000 infantes que reforzaron las fuerzas del Cardenal Infante, a las cuales se habían sumado ya tres nuevos tercios de infantería valona y varias compañías reclutadas por Guillermo de Lamboy, comandante del ejército auxiliar. Las tropas hispánicas derrotaron a los holandeses a las afueras de Brujas, donde una fuerza de 5.000 infantes y 2.000 caballos comandada por Enrique Casimiro se topó con varias compañías españolas de Aragón y de Saavedra.
Más tarde, un trozo de ejército compuesto por 4.000 infantes y dos compañías de caballos, bajo el mando de Guillermo de Nassau, que habían llegado a la zona para reforzar a Enrique Casimiro, se vieron sorprendidos por las fuerzas hispánicas que seguían vigilantes, siendo nuevamente derrotados. En el fallido intento de hacerse con Brujas, los rebeldes perdieron algo más de 1.000 hombres. Posteriormente, Enrique Casimiro marchó el 3 de julio sobre la plaza de Hulst, en la provincia de Zelanda, con un ejército de 8.000 infantes y 500 caballos. Para su desgracia, el Tercio de Saavedra apareció el 13 de julio y se enfrentó con los holandeses, peleando duramente toda la mañana hasta que se vio reforzado por varias compañías de infantería española y diversas unidades de caballería, logrando así derrotar al enemigo. En esta acción los holandeses perdieron más de 1.000 hombres y Enrique Casimiro de Nassau-Dietz, su gran comandante, falleció un día después, recibiendo sepultura en Leeuwarden.
Mientras tanto, el mariscal francés La Meilleraye, se hizo cargo del ejército de Luis XIII. Ordenó a sus dos mariscales de campo avanzar sobre la ciudad de Saint-Omer, ciudad que había sido testigo de las revueltas iconoclastas de 1566, mientras que él se dirigió a sitiar la plaza de Charlemont, en la región de las Ardenas. Las fuertes lluvias de la época anegaron los caminos y retrasaron el avance de las tropas francesas, lo que dio tiempo a Felipe de Silva a preparar a conciencia las defensas de la región de Namur, que ahora se veía amenazada por los movimientos franceses. También ordenó a Lamboy acantonarse con su cuerpo de ejército en Arleux, una ciudad enclavada entre los ríos Mosa y Givet, y que constituía un importante nudo de comunicaciones entre el Henao y Luxemburgo.
A pesar del gran número de hombres y recursos con los que contaban los franceses, el asedio sobre Charlemont fue todo un fracaso, lo mismo que el acometido sobre Arleux, por lo que Meilleraye se retiró a Amiens donde le esperaba el monarca y el cardenal Richelieu. El alto mando francés ideó entonces un nuevo golpe de mano: la toma de la ciudad de Arras, enclave fronterizo de suma importancia situado en la ribera sur del río Scarpe. El ejército francés se puso nuevamente en marcha y el mariscal francés maniobró hábilmente para cruzar el Mosa, atravesar el Henao, y llegar a Arras el 13 de junio de 1640, donde se le unieron los cuerpos de ejército de los mariscales Chaulnes y Châtillon, que habían llegado a la ciudad siguiendo el curso del Scarpe por su orilla septentrional. Las fuerzas francesas ascendían a más de 24.000 infantes y 9.000 caballos.
Para oponerse a este asedio Arras contaba con 1.500 infantes y poco más de 400 caballos, bajo el mando del coronel irlandés Owen Roe O'Neill. La ciudad se dividía en dos partes; la ciudad propiamente dicha, al este, y el recinto amurallado de la iglesia, formando ambas partes separadas la forma del número infinito. Las defensas de Arras no eran muy buenas, ya que databan de la época del emperador Carlos V, y las pocas mejoras que se habían hecho eran de arena. Aunque el número de soldados era muy escaso para enfrentarse a un ejército de asedio de tal magnitud, la población cerró filas con las tropas españolas, iralndesas y valonas allí presentes. O´Neill se aprestó desde el comienzo del asedio a mejorar las fortificaciones y centró buena parte de su defensa en organizar constantes salidas, sobre todo nocturnas, para hostigar los trabajos de sitio de los franceses y dar tiempo a la llegada de un socorro.
El Cardenal Infante llegó a Lille a finales de junio y se reunió con Lamboy. La unión de ambas fuerzas, a las que había que añadir las del duque de Lorena, apenas sumaban 15.000 infantes y 6.000 caballos, un número ciertamente insuficiente si se quería batir las defensas de contravalación francesas. Ciertamente éstas eran espectaculares. La Meilleraye había desplegado toda una línea de asedio unida por "fuertes reales, y de trecho a trecho otros fuertes ordinarios en forma de reductos y estrellas, y cordones que los ceñían a todos; y antes de llegar a las trincheras que tenían abiertas a la villa, otra fortificación en la misma forma; y todo estaba hecho con la perfección que se puede pensar, pues siempre estuvieron temiendo que les habíamos de atacar por diferentes partes", tal y como relata Lorenzo de Cevallos, alférez reformado del Tercio de Saavedra.
Reunidas las fuerzas hispánicas en Douai, el Cardenal Infante debatió con su consejo la mejor opción a seguir. Lamboy, el maestre de campo general Andrea Cantelmo, y los condes de Fuensaldaña y de Isemburg, defendieron el ataque directo sobre los sitiadores, pero Fernando de Austria, siguiendo las recomendaciones de Felipe de Silva, se inclinó por cortar las líneas de suministros de los franceses, situándose en Avesnes, a escasos kilómetros de Arras, para interceptar cuanto enviaba desde Amiens y Douellens el enemigo. En un principio el bloqueo funcionó muy bien, logrando atrapar en un solo día un envío que incluía más de 700 carros, un millar de ovejas y medio centenar de vacas.
Asedio de Arras. Stefano della Bella |
El corte de suministros pronto comenzó a dar sus frutos, puesto que un ejército tan numeroso debía ser constantemente aprovisionado, y el bloqueo estaba dejando a las tropas francesas al borde del colapso. Hambrientas y enfermizas, todo parecía que al final deberían retirarse. Pero por desgracia para los defensores de Arras, un enorme convoy con más de 1.000 carromatos escoltados por 2.000 hombres, logró saltarse el cerco de las tropas de Lamboy a comienzos de agosto, aprovisionando de esta forma al ejército de asedio. A pesar del éxito momentáneo, los franceses necesitaban más suministros, por lo que partió de Amiens un nuevo y más grande convoy, esta vez con más de 5.000 carromatos, y al que La Meilleraye puso una escolta de más de 8.000 hombres para asegurar su feliz llegada. Todo un prodigio logístico para la época.
En ese momento, el Cardenal Infante vio la ocasión de atacar a los sitiadores, algo que antes o después debería de hacer dada la grave situación que se padecía en el interior de Arras. El maestre de campo general, Andrea Cantelmo, dirigiría el ataque. Envió al duque de Lorena a cargar sobre el punto más débil del ejército francés, los cuarteles en los que se alojaban las tropas del coronel Josias Rantzau, mientras que el resto de las fuerzas hispánicas realizaron varios ataques de diversión sobre varios puntos para desviar todos los recursos enemigos posibles. El 2 de agosto cargó el duque de Lorena con los tercios de infantes napolitanos de Strozzi y de delli Ponti, secundados por el tercio español de Pedro de León. El hecho de que Cantelmo otorgara la vanguardia a los italianos constituyó toda una ofensa para los españoles, pues era a éstos a quienes correspondía siempre ocupar ese lugar en un ataque.
La acometida de los italianos obtuvo buenos éxitos iniciales, penetrando en las filas francesas e hiriendo gravemente al coronel Rantzau, debiendo la infantería gala ponerse a la fuga. Pero los ataque de diversión que debían lanzar los hombres del marqués de Villerval no causaron el efecto deseado, es más, sufrieron grandes bajas provocadas por el acertado fuego de la artillería francesa, incluyendo la del propio Villerval que resultó herido de gravedad en la acción. Para colmo de males, el éxito inicial de su ataque no fue aprovechado por Cantelmo, quien lamentablemente titubeó ante el fracaso de Villerval y no se decidió a penetrar con la caballería por la brecha abierta por la carga de los italianos y españoles. Esta imperdonable pérdida de tiempo permitió que La Meilleraye se reorganizara y enviase a sus tropas más experimentadas a plantar cara a los tercios los cuales, ante la abrumadora superioridad numérica francesa, debieron replegarse, consiguiendo hacerlo en buen orden.
Ambos contendientes perdieron en aquellas acciones más de un millar de hombres entre muertos y heridos, siendo el número de oficiales caídos muy elevado. Ante la imposibilidad de socorro alguno, O`Neill realizó una salida desesperada contra los sitiadores el 8 de agosto, pero, tras una encarnizada lucha, su ataque fue finalmente rechazado por los hombres de La Meilleraye. Al día siguiente, y viendo que los franceses habían colocado varias minas en los muros de la ciudad, O´Neill negoció una honrosa rendición consiguiendo salir de la plaza con sus armas en las manos y las banderas y estandartes desplegados. Durante casi dos meses habían aguantado el asedio de una fuerza de más de 30.000 hombres que disponían de abundante artillería.
La caída de Arras no supuso ningún varapalo estratégico, pero reforzó la moral de los franceses y les otorgó una plaza fronteriza desde donde penetrar en Flandes. La propaganda francesa, muy prolífica en esa época, explotó hasta la saciedad esta victoria, como más adelante haría con la Batalla de Rocroi, con el fin de levantar la moral de su pueblo, exprimido terriblemente por los impuestos para poder mantener los ejércitos de su rey. La población de Arras, a la que Richelieu tildaba de "más españoles que los castellanos", era profundamente antifrancesa, y en este sentido la propaganda de Luis XIII aprovechó esto para publicar numerosos pasquines con un curioso hecho acaecido al comienzo del asedio. Y es que en los muros de la ciudad los ciudadanos habían dejado pintado que los franceses tomarían Arras cuando los ratones se comieran a los gatos. Pues bien, infinidad de panfletos aparecieron por toda Francia en los que se podía ver a ratones venciendo a los gatos de Arras.
Pero por muy buena que fuera su propaganda, lo cierto es que los franceses habían perdido durante los casi dos meses de asedio cerca de 10.000 hombres, esto es, un tercio de sus efectivos, y al cardenal Richelieu no le quedó más remedio que autorizar a La Meilleraye a replegarse con sus hombres al otro lado del Somme. También hay que señalar la falta de capacidad de Andrea Cantelmo para poder levantar el asedio. Sus graves dudas en momentos clave estarían presentes a lo largo de su carrera militar. Un ejemplo muy ilustrativo de ello se daría unos años más tarde en el frente catalán, cuando su falta de decisión le llevó a perder las batallas por Camarasa y San Lorenzo de Montgai, lo que llevó a la pérdida de la crucial plaza de Balaguer, dejando expuesto así el flanco norte de Lérida y el este de Aragón.
Bibliografía:
-Sucesos de Flandes en 1637, 38, 39 y 40 (Lorenzo de Cevallos y Arce)
-Con Balas de Plata I (Antonio Gómez)
Plano de las obras de asedio francesas sobre Arras |
Gran entrada, muy interesante. Un saludo
ResponderEliminarMuchas gracias por su comentario. Me alegro de que le haya gustado. Un saludo.
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