El 8 de noviembre de 1576 se firmaba el acuerdo conocido como la Pacificación de Gante, un acuerdo alcanzado por todas las provincias de los Países Bajos, tanto las rebeldes como las leales a la Corona, por el cual se determinaban las condiciones en las que se firmaría una paz con la Monarquía Española, para poner fin de esta manera a la guerra que había comenzado en 1568.
La invasión rebelde de 1572, tras la toma por parte de los Mendigos del Mar de las villas de Brielle, Flesinga o Dordrecht, había hecho crecer como la pólvora la rebelión en los Países Bajos. Guillermo de Orange y su hermano vieron la oportunidad de lograr lo que no habían podido en 1568. Tres fueron los ejércitos rebeldes que penetraron en los Países Bajos; por el norte avanzó Guillermo de Berg, el príncipe de Orange lo hizo por el centro, mientras que Luis de Nassau junto al almirante Coligny avanzó por el sur desde Francia. El Gran Duque de Alba tuvo que redoblar sus esfuerzos para contener el desastre, sin los fondos necesarios y con la sombra del duque de Medinaceli, Juan de la Cerda, que había llegado en teoría para sustituirle.
Pero Medinaceli, conocido por su carácter apacible y comedido, no se entendió desde el primer momento ni con Alba ni con las tropas españolas, que le consideraban débil e incapaz de hacer frente a una situación como la que se venía encima, así que, hastiado, regresó a España. Esta vez Felipe II encontró en el gobernador de Milán, Luis de Requesens, la figura que debía apaciguar mediante la diplomacia el indómito escenario de los Países Bajos. Como mentor de Juan de Austria, estuvo en la Guerra de las Alpujarras o en la Batalla de Lepanto a su lado, lo que le dotaba de buenos conocimientos militares, pero sus años de embajador ante la Santa Sede también le habían conferido un talento diplomático bastante grande.
Llegado a finales de 1573 a un territorio que consideraba imposible de mantener por la fuerza de las armas, dado el elevado coste que suponía mantener ejércitos permanentes a tanta distancia, y en un ambiente de continua rebeldía, se centró en detener la ofensiva de Guillermo de Orange de la manera más efectiva, para poder negociar una paz en unos términos aceptables para la Monarquía Española. En sus primeros meses obtuvo derrotas como el fallido Asedio de Leiden y brillantes victorias como la lograda en la Batalla de Mook, pero lo que quedaba en evidencia es que el conflicto tomaba tintes de encallarse en un callejón sin salida que amenazaba con consumir los recursos de la Corona de manera inexorable.
Los tres años que Requesens estuvo de gobernador mermaron su salud notoriamente, pero no por ello dejó de intentar buscar la paz. La vía elegida fue el emperador Maximiliano II, iniciando una serie de conversaciones en Breda que no concluyeron con buen término debido a la hostilidad calvinista. La campaña lanzada por Requesens a finales del verano de 1575 buscaba dividir Holanda y Zelanda, con una incursión de dos cuerpos de ejército a cargo de Sancho Dávila y de Cristóbal de Mondragón, logrando asediar la importante ciudad de Zierikzee, en Zelanda, desde octubre de 1575 hasta julio de 1576, cuando la ciudad finalmente se rindió por hambre pagando la cantidad de 200.000 florines para evitar el saqueo, como era costumbre. Pero poco antes de iniciarse la Hacienda Real quebró por segunda vez durante el reinado de Felipe II, lo que impidió abonar los sueldos de los soldados, los cuales muchos de ellos llevaban más de un año de retraso.
En medio de este desagradable panorama llegó la muerte del gobernador Requesens de manera repentina en marzo de 1576, quedando el ejército en las manos del conde Pedro Ernesto de Mansfeld y el gobierno en las del Consejo de Estado. Felipe había elegido a su hermanastro, Juan de Austria, para hacerse cargo del gobierno de los Países Bajos y buscar una paz estable. Su figura de príncipe de la cristiandad, respetado en toda Europa, aumentaba las esperanzas del rey de lograr la estabilidad en aquellas tierras. Tras su paso por Madrid, donde se le negaron las opciones de acceder al trono inglés vía matrimonio con María de Escocia, y el título de infante de Castilla, partió hacia Flandes a través de Francia disfrazado de un criado morisco del militar italiano Octavio Gonzaga. Al llegar a Luxemburgo, provincia leal, se encontró con su madre, Bárbara Blomberg.
Entre medias de estos acontecimientos llegaban a Don Juan las noticias del amotinamiento de los hombres del Tercio de Valdés en julio de 1576, que se dirigieron a Brabante y saquearon la ciudad de Alost, donde se hicieron fuertes. Muchos españoles llevaban más de dos años y medio ya sin cobrar, y la situación era desesperada, teniendo que vivir de la caridad, las sobras o lo que podían rapiñar. Resulta que Alost era leal a la causa del rey, por lo que el príncipe de Orange aprovechó la ocasión para convencer al Consejo de Estado de que armase a la población y echase a las tropas españolas. El Consejo estaba lleno de traidores a la Corona, pero Felipe desconocía este extremo cuando puso el gobierno en su mano, por lo que pronto las guarniciones españolas se vieron asediadas.
Don Juan envió urgente correspondencia a los Estados Generales, Bruselas y a Amberes, intentando sin éxito que se depusieran las armas, Los Países Bajos eran un polvorín azuzado a merced de la voluntad de Guillermo de Orange, quien conspiraba para hacerse con el poder total. El hermano del rey hubo de contratar 2.000 herreruelos católicos franceses como guardia personal, temiendo seriamente por su seguridad. En Bruselas el de Orange acampó en los arrabales junto a diez compañías de mercenarios escoceses y veinte de hugonotes, y el 9 de septiembre se reunieron en Gante los Estados Generales para determinar cómo proceder contras las guarniciones españolas. En Liere se hizo fuerte el maestre Julián Romero con varias banderas de su tercio, mientras que en Maastricht Francisco Montesdoca reforzaba las defensas y recibía como refuerzo varias compañías de Martín de Ayala. Los españoles también guarnicionaban Utrecht, Valenciennes, Gante, Amberes y Alost. No podían fiarse de nadie más.
Tal y como sospechaba Dávila, los soldados alemanes de Maastricht se cambiaron de bando y trataron de tomar la ciudad, evitándolo el socorro mandado por Hernando de Toldo y Alonso de Vargas. De esta manera, a finales de septiembre un ejército rebelde de 5.000 infantes y más de 1.500 caballos se dirigió primero contra Gante y, tras ponerla bajo asedio, contra la ciudadela de Amberes, defendida por Sancho Dávila. Uno de sus hombres, el capitán de arcabuceros a caballo Juan de Alconeta, se había hecho con un mandato rebelde en el que se autorizaba a degollar a los españoles y a todos los que les ayudasen; iba firmado por el Consejo de Estado. La traición se había consumado y se había puesto precio a la cabeza de los españoles.
El gobernador de Amberes, monsieur de Champaigney, y el conde de Eberstein abrieron la puerta de Borgerhout de la ciudad de Amberes, permitiendo la entrada del ejército rebelde y armando a la población local. 6.500 soldados y 14.000 civiles armados se afanaban en tomar la ciudadela. Dávila solo podía enviar peticiones de socorro a los suyos, acudiendo Julián Romero, Alonso de Vargas y, para sorpresa de los rebeldes, los amotinados de Alost que se resolvieron a "socorrer el castillo y ganar la villa o perder las vidas sobre ello". El socorro pudo acceder a la ciudadela y, finalmente, el 4 de noviembre salieron los 3.000 infantes y caballos españoles que se habían juntado, junto a otros 800 alemanes que permanecieron leales, desencadenándose los sucesos conocidos como el Saqueo de Amberes, o la Furía Española, que se extendieron durante tres días y que la propaganda protestante no dudó en exagerar para favorecer su causa.
Incendio del ayuntamiento de Amberes. Frans Hogenberg |
El miedo a la llegada de las tropas españolas para liberar la ciudadela de Gante llevó a los Estados Generales a firmar un acuerdo con el príncipe de Orange el 8 de noviembre, conocido como la Pacificación de Gante. De esta manera se obligaba a la unión de todas las provincias para pedir la expulsión de las tropas extranjeras de su territorio, la libertad de culto, la liberación de todos los prisioneros de manera inmediata y sin que mediase rescate alguno, el derribo de las fortificaciones construidas por el duque de Alba, la devolución de las confiscaciones realizadas a los nobles rebeldes, la capacidad de los Estados Generales de legislar y la designación de Guillermo de Orange como estatúder de Holanda y Zelanda, que actuaría en la práctica como jefe de gobierno asistido por el gobernador designado por la Corona.
El Consejo de Estado redactó el acuerdo en nombre del propio rey, cuando Felipe ni siquiera tenía noticias de ello, y fue enviado a Juan de Austria para su firma ya que, en caso de negarse, no sería reconocido como nuevo gobernador. Octavio Gonzaga le recomendó no ceder en cuanto a la salida de las tropas españolas, ya que su gobierno quedaría a merced de unos hombres que habían demostrado abiertamente traicionar la causa real. Mientras esto sucedía, la ciudadela de Gante continuaba resistiendo el incesante fuego de los cañones rebeldes, que se concentraban en tratar de derribar el estandarte real que ondeaba en el torreón más elevado, usando incluso embarcaciones especialmente dotadas con cañones para la ocasión.
Los intentos de los rebeldes de hacerse con la ciudadela fracasaban constantemente debido al ímpetu en la defensa de los españoles que, para ahorrar munición, empleaban piedras, agua hirviendo o cadenas. No fue hasta el 11 de noviembre, enterados de los acuerdos de pacificación, y tras las negociaciones de los soldados flamencos, cuando la ciudadela se rindió, siendo escoltados los soldados hasta Francia. Lo mismo ocurrió con los poco más de 100 españoles que guarnecían Valenciennes, que fueron traicionados por sus aliados alemanes y no tuvieron más remedio que entregar la ciudad, recibiendo el mismo trato que sus compañeros de Gante.
Por su parte, el conde de Bossu, Maximiliano de Hénin, que se hallaba preso de los rebeldes desde 1573 y había sido liberado merced a los acuerdos de Gante, se pasó al bando de Guillermo de Orange, recibiendo el encargo de éste de tomar el castillo de Utrecht, defendido por un centenar de hombres bajo el mando del capitán Francisco Hernández de Ávila. La resistencia de los españoles consternó a los sitiadores, que vieron cómo sufrían las salidas de los defensores causándoles grandes bajas. Tras varias semanas y muchas pérdidas, los rebeldes trataron de convencer a los españoles de que abandonasen la resistencia, ya que el nuevo gobernador había ordenado que todo soldado español debía dejar de luchar y abandonar los Países Bajos. Ávila respondió que no había visto jamás la firma del gobernador y que, a menos que pudiera comprobarlo mediante un emisario, no iba a rendir la plaza.
El conde de Bossu hubo de enviar emisarios a Juan de Austria para que convenciera a los defensores de entregar el castillo de Utrecht. El nuevo gobernador, asistido por su fiel secretario, Juan de Escobedo, hubo de ratificar la Pacificación de Gante si quería ser reconocido como tal, haciéndolo mediante la firma del Edicto Perpetuo, firmado el 7 de enero de 1577. Con este acuerdo las provincias reconocían a Felipe II como su rey, y a su hermanastro como nuevo gobernador, mientras "todos y cada uno de nuestras gentes de guerra, Españoles, Alemanes, Italianos, Borgoñones y otros extranjeros, así a caballo, como de a pie, que presentemente se hallan en nuestros dichos Países Bajos, deben salir y salir libre y francamente". Esto incluía la entrega de todas las fortificaciones, artillería y municiones al Consejo de Estado.
De igual manera, serían los Estados Generales los encargados de pagar los sueldos de los soldados que debían abandonar el territorio. Cuando estos acuerdos fueron hechos públicos el 17 de febrero, el conde de Bossu exigió la rendición inmediata del castillo de Utrecht, pero Hernández de Ávila se siguió negando, advirtiendo de que sus soldados, que habían peleado por el rey para defender aquella plaza, no se lo permitirían jamás. Solo accedieron una vez que se les mostró que el propio rey era quien daba la orden de entregar el castillo, dirigiéndose entonces Ávila y sus hombres hacia Amberes para reunirse con el resto de españoles comandado por Sancho Dávila, quienes aún guardaban la ciudadela, tal y como se correspondía con el juramento que habían hecho.
Amberes se entregó a la guardia valona cuando Dávila recibió la orden por escrito del propio rey Felipe, conminándole a regresar a España con sus hombres, en virtud de los acuerdos alcanzados con los Estados Generales. El Consejo de Estado maniobró ladinamente para retorcer los acuerdos a favor de la causa del príncipe de Orange. Tan solo dos días después de firmarse el Edicto Perpetuo, se procedía a la creación de la Segunda Unión de Bruselas. Juan de Austria veía cómo era traicionado nada más ratificar la Pacificación de Gante, mientras que sus últimas tropas, concentradas en Maastricht, se preparaban para abandonar los Países Bajos rumbo a Italia, algo que no sucedió hasta abril ya que los Estados Generales no abonaban las cantidades prometidas a los soldados. De hecho, de los 600.000 florines que les tenían que pagar, tan solo desembolsaron 10.000, debiendo el propio don Juan poner 100.000 florines de su propio bolsillo para evitar males mayores.
El cronista Antonio Carnero ilustra a la perfección lo que hubo de ser la marcha de aquellos valerosos y orgullosos soldados que se marchaban "después de haber, a costa de su sangre, con tantas hazañas y valor nunca visto, defendido tantos años aquellas Provincias". Soldados, familias y acompañantes podían ascender a casi 30.000 personas. Se cuenta que de manera profética un capitán advirtió que "no tardarían en volver a defender la fe católica y la autoridad real, y a las buenos y a los fieles". De este modo el 1 de mayo de 1577 entraba en Bruselas el nuevo gobernador, Juan de Austria, ante la indiferencia, o más bien el recelo, de buena parte de la población.
De nada sirvió la postura conciliadora de Juan, todo lo contrario, aumentó las intrigas de los Estados, espoleadas por el ambicioso príncipe de Orange, que buscaba aislar por completo al gobernador y forzarle a dimitir para hacerse con el control total de los Países Bajos. Guillermo y sus partidarios hicieron circular todo tipo de rumores infundades acerca de tropas españolas escondidas en los bosques de Borgoña a la espera de la orden de don Juan para invadir el país. La situación se hizo tan insostenible para el hermano del rey que hubo de abandonar Bruselas por el temor a ser asesinado, instalando su corte en Malinas, en la región de Flandes, a unos 30 kilómetros al norte de Bruselas. La salida de la capital fue aprovechada por Guillermo, que entró triunfante aclamado por sus seguidores; la traición se había consolidado.
Castillo de Utrecht, refugio de las tropas españolas |
Poco después de llegar a Malinas, el gobernador hubo de huir a toda prisa y refugiarse en el castillo de Namur, después de descubrir un complot de los rebeldes para asesinarlo. A don Juan no le quedó más remedio que pedir el regreso de los tercios a los Países Bajos si quería sobrevivir a la traición de la que había sido víctima, cumpliéndose de esta forma la profética frase de aquel capitán español de que no tardarían en volver a defender la fe católica y la autoridad real. Don Juan solicitó ayuda a sus tercios. "a todos los magníficos Señores, amados y amigos míos, los capitanes de la mía infantería que salió de los Estados de Flandes... a todos ruego que vengáis con la menor ropa y bagaje que pudiereis, que llegados acá no os faltará la de vuestros enemigos".
Bibliografía:
-Historia de las guerras civiles que ha habido en los estados de Flandes desde el año 1559 hasta el de 1609 y las causas de la rebelión de dichos estados (Antonio Carnero).
-Comentarios de lo sucedido en las guerras de los Países Bajos, desde el año 1567 hasta el de 1577 (Bernardino de Mendoza).
-El laberinto de Flandes (Ignacio José Notario lópez).
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