El Milagro de Empel

Sitio y Socorro de Fuenterrabía

 


El 1 de julio de 1638 un poderoso ejército francés conducido por el príncipe de Condé atravesaba el Bidasoa y se dirigía a poner cerco a la fronteriza ciudad de Fuenterrabía. Francia trataba así de devolver el golpe de la fracasada invasión española del sur del reino del año anterior, y asestar un golpe en el propio corazón de la Monarquía Española.

Hasta 1638, Francia no había conseguido grandes logros con su entrada en la Guerra de los Treinta Años, así que para ese año proyectó una campaña centrada en atacar todos los frentes posibles: Italia, Alemania, Flandes y, en esta ocasión, España. Desde el comienzo de la primavera, Richelieu había dispuesto los preparativos para una fuerza de invasión del norte de España que estaría a cargo de Enrique II de Borbón-Condé, príncipe de Condé. Puestas en alerta las autoridades españolas ante un posible golpe del Francés por la parte de Navarra o Guipúzcoa, se designó al V marqués de los Vélez, Pedro Fajardo de Zúñiga y Requesens, para hacerse cargo de Navarra, y a Antonio Gandolfo para la revisión de las plazas fuertes fronterizas de la zona. 

A finales de mayo las noticias de que el príncipe de Condé había designado Dax como su plaza de armas, y había concentrado allí un contingente de 12.000 infantes y 500 caballos, y con intención de reclutar en aquella región una fuerza hasta alcanzar su ejército los 26.000 hombres, inquietaron al marqués, que se aprestó a realizar los preparativos necesarios para repeler una supuesta invasión. Para mediados de junio el conde Agramont había llegado a Hendaya acompañado de 20 compañías de infantería y la armada francesa había desembarcado en la villa abundante artillería, provisiones y más de 500 caballos. El marqués envió aviso a Pamplona para que se fortificase todo lo bien que pudiese y empezó a despachar correos a las poblaciones cercanas para que enviasen todos los hombres disponibles. 

-Los preparativos de la defensa

De igual modo, el Consejo de Estado y de Guerra decidió que el Almirante de Castilla estuviese prevenido para acudir a la defensa de la frontera, ya que la invasión del norte de España parecía inminente. También se dieron instrucciones para llevar a San Sebastián una fuerza de 1.500 infantes irlandeses que Lope de Hoces había traído de la isla hasta Galicia, y se le dieron órdenes para que preparase los buques para el combate. La infantería irlandesa se pondría bajo el gobierno del marqués de Mortara, mientras que el marqués de Torrecuso se haría cargo de las fuerzas de Navarra. Se dispuso que 1.500 arcabuceros que llegaban a Cataluña procedentes de Italia fueran enviados de manera inmediata, y que los corregidores de Calahorra, Alfaro y Logroño acudieran los más prontamente posible a la frontera con las fuerzas que pudieran reunir. 

También se dieron instrucciones al Consejo de Aragón para prepararse para la defensa y mandar, igualmente, los hombres que se necesitasen en caso de entrar la fuerza de invasión por Guipúzcoa o Navarra. En nuevas instrucciones dadas al marqués, el Consejo le encargó la fortificación de la fábrica de armas de Egui, en Navarra, ya que bajo ningún concepto debía caer en manos del enemigo. Se puso en aviso al Consejo de Castilla para tener listas las milicias y se enviaron de manera urgente 50.000 ducados a Navarra y 30.000 a Guipúzcoa. De entre los soldados viejos y capitanes que se hallaban en la Corte, se enviaron a seis capitanes y ocho alféreces a Guipúzcoa, y ocho capitanes y seis alféreces a Navarra, pues hacían falta oficiales veteranos, e incluso se valoró la idea de que el propio rey acudiese hasta allí, pues su presencia sin duda animaría los ánimos de la tropa y, sobre todo, haría que toda la nobleza acudiese tras él. 

Al capitán Francisco de Íbero se le encomendó la tarea de disponer a su gente para vigilar y proteger los valles de Ayezcoa, Salazar y del Roncal, por si el enemigo asomaba por allí, y se guarneció el Burguete, en el Pirineo Navarro, con 1.100 hombres bajo el mando del sargento mayor Andrés Marín. A su vez, se desplegaron tres compañías de infantería bajo el mando del sargento mayor Baltasar de Rada, otros 1.300 hombres más en los valles próximos, y en las Cinco Villas otros 1.500 soldados a las órdenes del sargento mayor Juan de Rada, caballero de la Orden de Santiago. 

-La llegada del ejército francés

Mientras tanto, el príncipe de Condé había juntado ya sus fuerzas y se habían detectado partidas de franceses reconociendo algunos pasos en la frontera navarra, pero ante la imposibilidad de penetrar por ellos, dado lo difícil del lugar y las fuerzas defensivas españolas, el ejército francés avanzó hacia el oeste hasta llegar al Bidasoa, descubriéndose por Hendaya el 30 de junio, y llegando a la frontera el 1 de julio. El ejército de Condé se componía de 16.000 infantes y más de 2.000 caballos, y para oponerse a él se hallaba una fuerza de 2.000 hombres mandada por el coronel Diego de Isasi Sarmiento, quien solo pudo plantear una pequeña resistencia antes de tener que retirarse ante la abrumadora superioridad numérica del enemigo. Los franceses cruzaron el Bidasoa por cinco puntos aprovechando la bajamar, y se hicieron ese mismo día con Irún, tomando al día siguiente Oyarzun, Rentería y Lezo, y el día 3, Pasajes, completando así la separación de Fuenterrabía del resto de Guipúzcoa. 

Realizó Condé un amago de dirigirse a San Sebastián, pero la defensa organizada por el corregidor de la Provincia, Juan Chacón, desanimó al general francés, que temía adentrarse demasiado y exponer su ejército, por lo que, tras dejar guarniciones en Pasaje y Lezo, se dirigió sobre Fuenterrabía para reconocer las defensas de la villa y ver por dónde entrar en ella. Mientras tanto, Diego de Isasi reorganizó sus fuerzas en Hernani, a menos de 25 kilómetros de Fuenterrabía, fortificándose allí a la espera de recibir refuerzos con los que atacar, dejando antes en el paso de Astigarraga 500 hombres, que hubieron de emplearse a fondo para evitar que cayera en manos francesas. 

Condé se dirigió entonces al castillo de San Telmo, un castillo situado al norte de la villa y que guardaba la boca del puerto. En su interior solo se encontraban diez soldados y un capitán que, ante la llegada de los franceses, se arrojaron al mar y huyeron a nado hasta la villa. Esta vergonzosa acción no recibió castigo alguno debido a la necesidad de hombres que había en esos momentos, salvando así sus vidas. Con la captura del castillo, Fuenterrabía quedaba completamente aislada. La ciudad había sido fortificada a conciencia en tiempos del emperador Carlos V, construyendo altas murallas de piedra de sillería de 14 pies de grosor y tres poderosos baluartes. En 1598 se le añadió otro baluarte más, en la parte que daba a Francia. La ciudad tenía dos puertas principales, situadas al oeste y al sur de ésta, las cuales contaban con puentes levadizos y revellines, aunque sin fortificaciones exteriores.

Vista del asedio de Fuenterrabía

En el momento del asedio se hallaban en Fuenterrabía 700 hombres, entre soldados y civiles, mandados por el capitán bilbaíno Domingo de Eguía. Eran estos hombres de gran valor y arrojo, acostumbrados a los rigores de la vida en la frontera y del clima de la región, así que, cuando el 30 de junio se vio a la vanguardia del enemigo asomar por Hendaya, celebraron la corrida de toros que cada año por esas fechas celebraban. Contaban con abundante munición, pólvora y artillería, así como provisiones, dada la previsión y la buena labor logística que se había desempeñado en las fechas previas a la llegada de los franceses.

Antes de que los franceses completaran el cerco, un pequeño auxilio consiguió entrar en la villa. Se trataba del capitán Domingo de Osoro, que pasaría a ser sargento mayor de la plaza, y de los capitanes Martín de Elizalde, que llevaba con él 50 infantes procedentes de Tolosa, y Francisco López de Ondarroa, con otros 22 infantes procedentes de Azpeitia. El capitán Eguía dividió a sus hombres en cinco compañías y los repartió por distintos puntos de la ciudad, quedándose él en el palacio del gobernador, por poder acudir desde ahí a cualquier punto en el que hiciera falta su presencia. La defensa del Baluarte de la Reina fue encargada a la compañía del capitán Juan de Beaumont; la defensa de la Puerta de Santa María, situada al sur, corría a cargo de la compañía del capitán Juan Garcés. 

Esteban de Lesaca, alférez de la compañía del capitán García de Alvarado, estaba al cargo junto a sus hombres del baluarte nuevo; el revellín de la estacada estaba defendido por la compañía del capitán Juan de Esain, mientras que los hombres de Martín de Elizalde se encargaron de defender el Baluarte de San Felipe. Por su parte, la gente de López de Ondarroa cubrió el cubillo que cae desde la estacada de San Felipe, el Baluarte de Leyva y el cubo de la Magdalena, y el capitán Diego de Butrón, alcalde de Fuenterrabía, se encargó junto a sus hombres de la parte del lienzo más expuesto. La artillería quedó bajo el mando del capitán Juan de Urbina. Desde la Corte varios nobles partieron para allá, pero por expreso deseo del rey se les detuvo a su llegada a Burgos, ya que podían ser necesitados en otras acciones.

Las noticias que llegaban a la Corte eran alarmantes; el príncipe de Condé llevaba órdenes de tomar Fuenterrabía en ocho días, en otro ocho tomar San Sebastián, y después hacerse con Navarra, por lo que se "echó bando en toda España, que cuantos hubiesen vencido sueldo del Rey partiesen a la provincia de Guipúzcoa en esta ocasión, con pena de vida si no lo cumplían, dando a cada uno de los que partían de la Corte dos pagas". Solo desde la Corte acudieron más de 500, entre ellos muchos nobles, que quedaron bajo el mando del Almirante de Castilla, que se hallaba preparando su partida inminente, llevando con él al maestre de campo Miguel Pérez de Egea, eminencia en materia de fortificaciones, para que se encerrase en Fuenterrabía y se hiciese cargo como gobernador de la plaza. También partía con ellos el maestre Carlo Guasco, y se envió correo urgente para que Lope de Hoces acelerase su partida desde La Coruña.

Alonso Idiáquez, con las embarcaciones que había logrado sacar del puerto de Pasajes antes de que éste fuera tomado por los franceses, intentó meter gente en la plaza por mar, mientras que Diego de Isasi le hacía la guerrilla al Francés con los pocos medios de los que disponía. Por su parte, desde Cataluña partió el maestre de campo general Gerónimo Roo con 1.400 de la Coronelía del Rey, con el Regimiento del marqués de la Hinojosa, 1.400 hombres de la armada, 300 napolitanos y cuatro compañías de caballos, rumbo a Guipúzcoa. Mientras esto ocurría, los franceses habían ocupado la colina de nuestra señora de Guadalupe, y doce navíos cerraban la entrada a la ría para el día 4 . Los ramales que iban abriendo para llegar por las trincheras al foso, hicieron que los defensores tapiaran con arena la puerta de Santa María, a la vez que una chalupa llegaba con 170 hombres procedentes de Tolosa y Azpeitia bajo las órdenes del alférez Miguel de Ubilla. 

El 6 de julio 40 españoles a las órdenes del sargento Chacón realizaron una salida de la plaza y atacaron las trincheras enemigas, matando a más de 20 enemigos, incluyendo al ingeniero que planificaba la disposición de las trincheras. Para el 11 de julio se hizo otra salida, estaba vez a cargo del capitán Beaumont al mando de 150 hombres, y que causó grandes destrozos en las fortificaciones francesas, matando a muchos enemigos. El 13 de julio entró un nuevo auxilio en Fuenterrabía. Eran 150 irlandeses bajo el mando del maestre Miguel Pérez de Egea, y cuatro españoles reformados: el capitán Gerónimo de Gibaja, Agustín de Valencia, y los alféreces Juan de Roa y Alonso de Vergara, para júbilo de los defensores que seguían disparando su artillería mientras los proyectiles enemigos descargaban contra los muros de la ciudad. 

El 14 de julio, con los franceses a tan solo 40 pies del foso, se hizo otra salida con 400 escogidos hombres, causando mucho daño en las obras del enemigo y matando a muchos franceses, perdiéndose por la parte española 22 hombres, entre muertos y heridos. Desde ese momento, el príncipe de Condé ordenó lanzar bombas sobre la ciudad, habiendo días que se lanzaban hasta 20 de estos artefactos que hacían serios daños en el interior de la plaza, todo ello sin que cesase el fuego de sus cañones, que batían la muralla sin piedad, la cual era reparada con notable éxito por los defensores durante la noche. El 24 de julio, aprovechando una fuerte tormenta, el alférez Juan de Roa salió con 40 hombres y pudo matar a varios enemigos, pero la felicidad de los españoles no duró demasiado, ya que una explosión de unos barriles de pólvora voló los cuarteles y mató a casi una treintena de defensores. 

La noche del 26 de julio los franceses habían llegado a los muros por la parte del cubo de la Magdalena, pero una lluvia de proyectiles, agua hirviendo y piedras los desalojó de sus posiciones, muriendo muchos de ellos. Diego de Isasi, viendo lo comprometida que era la situación en Fuenterrabía, mandó al sargento mayor Pedro Vélez de Medrano tomar Pasajes con mil hombres repartidos en cuatro trozos, mientras que Miguel de Verroiz, con otros mil hombres, cerraría el posible auxilio francés en Rentería. Los franceses, prevenidos de esta acción, fueron conveniente reforzados y la empresa no se pudo llevar a cabo, perdiendo los españoles en aquella acción 150 hombres. Justo por esas fechas llegó el Almirante de Castilla con mucha nobleza y soldados distinguidos a Tolosa, dando aviso a los sitiados de ello. 

Se celebró consejo y, dado que la gente enviada desde Cataluña no había llegado, y dado lo numeroso que era el ejército francés, se estimó que Alonso Idiáquez debía meter un socorro en la plaza con varias pinazas y barcos de corso, así como siete bajeles. Justo cuando se iba a partir, se avistó una armada de 37 buques bajo el mando de Henri d'Escobleau de Sordis, arzobispo de Burdeos. Aun así, Idiáquez no dudó en intentarlo, pero la marea baja no le permitió navegar más pegado a la costa y fue descubierto, debiendo volverse por donde había venido. El 5 de agosto, con los defensores bajo mínimos en cuanto a munición y pólvora se refiere, un nuevo auxilio intentó entrar en la plaza, aunque solo 75 hombres lo consiguieron. Con todo, los ánimos de los defensores crecieron al recibir varias cartas, entre ellas una del propio rey, anunciándoles un inminente socorro, y loando el valor y la gallardía con la que estaban combatiendo la gente de la "muy noble y muy leal Villa de Fuenterrabía", tal y como figuraba en dicha carta. 

El Almirante de Castilla iba formando poco a poco su ejército, a la espera de que llegasen los hombres procedentes de Cataluña. Por esas fechas se tuvo conocimiento de un intento de invasión francesa con 6.000 infantes y 500 caballos por la villa de Bera, en Navarra, pero los milicianos y los soldados que se habían desplegado en la frontera, junto con los vecinos de las localidades, destrozaron la retaguardia del Francés, quitándole todas las municiones y provisiones que llevaba, y matándole a muchos soldados. Para el día 8 de agosto la situación era tan comprometida que se resolvió hacer una nueva salida, esta vez con 200 hombres, y retrasar lo máximo posible los trabajos de asedio de los franceses. Esta acción fue todo un éxito, y los franceses tuvieron que abandonar sus puesto avanzados tras perder decenas de hombres. 

Asedio de Fuenterrabía

Mientras se hallaba reconociendo las defensas, Miguel Pérez de Egea, gobernador de la plaza, fue alcanzado por una bala de mosquete que le atravesó la muñeca y se le introdujo en las tripas, muriendo doce horas después, sucediéndole nuevamente en el cargo el capitán Domingo de Eguía. El día 9 un prisionero les dijo que ya había preparadas varias minas, pero los defensores no le creyeron, aunque ese día se recibieron más de 700 cañonazos, debiendo los civiles y los defensores emplearse a fondo en los trabajos de reparación. Las crónicas cuentan que las mujeres gritaban "¡Quedemos con las murallas solo, y piérdase lo demás, que no importa!". El 14 de agosto los franceses centraron sus baterías en la parte del orejón de la Magdalena, derribando "todo el través de la casamata", mientras las mujeres acudían con municiones para los defensores, atendiéndoles, y ayudando en los trabajos de reparación. 

El 18 de agosto salió uno de los defensores, que era de origen francés, con varias cartas para el Almirante, que exponían lo urgente que era que Fuenterrabía fuese socorrida, y volvió dos días más tarde con la respuesta de éste, en la que se decía que el socorro era cuestión de días. Antes, el día 16, el Almirante había establecido su nuevo cuartel en Astigarraga y sus fuerzas sumaban ya 7.000 infantes, faltando aún el tan ansiado refuerzo procedente de Cataluña. En Astigarraga recibiría las noticias de que el marqués de los Vélez llegaría a Oyarzun con 5.000 hombres el día 22 de agosto, desde donde intentaría desalojar a los franceses de Pasajes. Pero los franceses se habían retirado de esa villa, así como de Lezo y Rentería, posiblemente para reforzar el asedio al que Condé sometía Fuenterrabía, así que el marqués de Mortara dejó 400 hombres de su tercio repartidos por esas villas, junto con gente de San Sebastián.

Unidas ya las fuerzas del marqués de los Vélez y del Almirante de Castilla en Oyarzun el día 22, éste último ordenó al marqués de Mortara que fuera con su tercio, el tercio de irlandeses y 200 mosqueteros a vista de Fuenterrabía, para infundir ánimos a los defensores. También ordenó a Guasco y a Diego Caballero que reconocieran los puestos que el enemigo tenía en el monte Jaizquibel, que se extendía de oeste a este desde Pasajes hasta Fuenterrabía, informando éstos que se podían ocupar. Se lanzó el marqués entonces a tomar esas posiciones, pero fue descubierto por una guarnición de 200 mosqueteros a los que acometió con sus fuerzas poniéndolas en fuga. Los huidos dieron el aviso al cuartel general, y Condé mandó tocar arma, haciendo lo mismo el marqués, y lanzando los defensores de la plaza una salva en homenaje al socorro. El marqués volvió a acometer al enemigo, esta vez contando con mayor número de hombres, y logró desalojarlo del fuerte que había construido en la ermita de Santa Bárbara. 

Mientras tanto, la escuadra de Lope de Hoces llegó desde Coruña, pero estando cerrado el puerto de Fuenterrabía por la armada del arzobispo de Burdeos, se internó en el puerto de Guetaria para esperar a la escuadra que debía traer Francisco Mexía. Pero el 22 de agosto el arzobispo acudió a Guetaria con varias decenas de buques, incluyendo 6 brulotes holandeses, para acabar con la amenaza que suponía la escuadra de Lope de Hoces. Primero se combatió con la artillería de los buques, y viendo el arzobispo que no podía vencer de aquella manera, y aprovechando el viento a favor, ordenó lanzar los brulotes contra los buques españoles. Se quemaron 12 navíos y también se perdieron muchas vidas, incluyendo las de los generales Juan Bravo de Hoyos, el almirante de la escuadra de Galicia, Juan Pardo de Osorio, y los almirantes Pedro de Marquintana y Alonso de Mesa. Tras estos nefastos sucesos, se decidió poner una cadena en el puerto de Pasajes y traer artillería desde San Sebastián para su defensa, quedando al frente de ella el sargento mayor Miguel de Beroiz. 

Llegó en esos días, procedente de Cataluña, el Regimiento de la Guardia del Rey, que pasaría a estar bajo el mando del marqués de Mortara. Llegó también el maestre de campo Gerónimo Roo, 300 hombres del Regimiento del conde de Aguilar, varios infantes escogidos del Tercio de Leonardo de Moles y otros 500 hombres más procedentes de la Armada Real bajo el mando del capitán Antonio de Salamanca. Celebró entonces consejo el Almirante de Castilla con los marqueses de Mortara, Torrecuso y de los Vélez, y el maestre Gerónimo Roo. Entretanto, los franceses seguían con los trabajos de asedio y tenían preparada una mina muy cerca del muro, por lo que el acalde Diego de Butrón, junto con varios hombres, estuvo trabajando en la contramina sin descanso, pero los franceses lograron prenderla. La explosión fue devastadora, sobre todo para los sitiadores, ya que el fuego se volvió contra ellos matando a muchos soldados. En cuanto a los defensores, murieron los siete hombres que estaban con las labores del contraminado, pero el muro resistió y la brecha fue insuficiente.

Pero los franceses no desistieron en su empeño y realizaron nuevos trabajos de minado, pero el 25 de agosto se pudo desbaratar por los defensores. El día 26, los hombres del alférez Lesaca consiguieron acabar con varias decenas de franceses a mosquetazos desde los muros de la ciudad, pero el 27, y dado el estado en que se encontraba la zona del baluarte de la Reina, se comenzó con la retirada de esos puestos, ayudando las mujeres a cubrir con arena la zona; unos trabajos que duraron tres días. El 30 de agosto envió el príncipe de Condé a una emisario para ofrecer las condiciones de capitulación a los defensores, dado el avanzado estado de las minas francesas. El maestre Domingo de Eguía, como gobernador de la plaza, contestó al enemigo diciendo que "hemos resulto que vuestra Alteza vuele las minas cuando mandare, y disponga en ellas y lo demás como le pareciere, que aquí estamos resueltos a resistir y hacer lo que se debe a lealísimos vasallo de nuestro Rey y Señor Don Felipe IV (que Dios guarde), en cuyo real nombre y servicio, en defensa de esta plaza, todos, mujeres e hijos estamos dispuestos a morir antes que entregarla a vuestra Alteza, ni a otro que tuviese el gobierno de las armas del Cristianísimo Rey de Francia; y en orden a ello vuestra Alteza lo que fuere servido. Guarde Dios a vuestra Alteza felices años".

El tiempo, mientras, jugaba a favor de los defensores. Las fuertes lluvias de últimos días de agosto retrasaron los trabajos de asedio y permitieron a los españoles abastecerse de agua, de la que estaban escasos. Además, el 31 se colocó en el centro de la plaza un cañón de 40 libras apuntando hacia el baluarte de la Reina, por si el enemigo abría brecha por ahí. El 1 de septiembre voló una mina francesa, volando casi todo el frente del baluarte, y los defensores se echaron sobre la muralla y sobre la contramina, combatiendo con mucha decisión los irlandeses. Ante la desesperada situación de los sitiados, el Almirante de Castilla, tras debatir en consejo, consideró que era necesario cargar contra las líneas de asedio con todo el ejército, aun a riesgo de perderse, lo cual conllevaría la pérdida seguro de la provincia, y quien sabe si de Navarra también. 

De este modo, se ordenó a Pedro Girón ir hacia el cuartel francés de Irún con 2.000 hombres, mientras que el maestre Antonio de Espejo descendería por la falda del Jaizquibel que desemboca en Irún, con 1.500 hombres para caer sobre los cuarteles que tenían los franceses a los pies del monte. El marqués de Mortara llevaría la vanguardia del ejército, cargando de frente contra Irún, siguiéndole el resto de la fuerza, que estaba formada en nueve escuadrones. La noche del 2 de septiembre una fuerte tormenta se desató en la zona, ahogándose muchos caballos y huyendo bastantes soldados bisoños. Palafox afirma que fueron 7.000 infantes los que huyeron, aunque es probable que fueran bastantes menos, y se envió al marqués de Torrecuso a las poblaciones locales a lograr traer cuantos se pudieran, no siendo posible juntar nada más que unos pocos cientos de ellos. 

Grabado de Fuenterrabía. Asedio de 1638

El 3 de septiembre, en vista del roto que las inclemencias del tiempo habían hecho en el ejército de socorro, y la preparación de dos minas para volar los muros de la plaza, se envió una nueva carta de rendición a los defensores de Fuenterrabía. El alcalde Diego de Butrón, ante los titubeos de algunos defensores, amenazó con matar con sus propias manos a aquellos que pretendiesen rendirse, y que aún tenían balas suficientes para enfrentarse a los franceses, y que cuando se acabasen disponía de 18.000 reales de a ocho para convertirlos en más balas. En la carta de contestación se advertía a los sitiadores que "para defender la plaza no se necesita socorro alguna de gente, ni municiones de fuera, ni se aguarda a ninguno, y que su Alteza puede dar los asaltos que fuere servido, que aquí estamos resueltos a aguardarlos". 

El príncipe de Condé ordenó el volado de las dos minas, las cuales hicieron explosión el día 4 a las 5 de la mañana, volando parte de la muralla, y quedando una brecha bastante amplia como para lanzar un ataque. Así, una treintena de franceses se lanzaron a subir el terraplén que los defensores habían construido tras los muros, pero fueron acribillados a balazos y pedradas por los españoles. Tras esto, otras dos compañías francesas se lanzaron al asalto, pero la determinación del sargento mayor Osoro y del capitán Juan de Esain, que murió en unos combates que duraron cuatro horas, y de otros muchos defensores que se decidieron a defender la brecha, resultó decisivo en el éxito de la defensa, en la que los españoles quedaron expuestos a las baterías y a las trincheras enemigas. La heroicidad de los defensores resulta casi inimaginable, en unos combates a cara de perro en el que las mujeres de la villa también participaban llevando cabos encendidos a los muros donde peleaban los defensores, balas, pólvora y picas. 

En esos combates perdieron la vida 20 defensores españoles, quedando otros12 mutilados, y perdiendo los franceses unos 150 hombres en aquel asalto. El día 5 los franceses lo dedicaron a reorganizar sus fuerzas, y el 6 por la mañana lanzaron un nuevo asalto a la brecha. Nuevamente el sargento mayor Osoro se distinguió, yendo el primero a pelear con el enemigo y exponiéndose tanto, que las crónicas afirman que recibió 16 mosquetazos, aunque ninguno grave, y pudo seguir peleando para el tercer asalto que los franceses lanzaron. Osoro, acompañado de seis coseletes de Tolosa, mató a la primera partida de enemigos que asomó a la brecha, e hirió al coronel que mandaba el asalto. También se distinguieron notablemente los irlandeses. Los combates prosiguieron en la plaza, donde los defensores habían levantado unas defensas bastante considerables y, saliendo de ellas en varias ocasiones, acabaron con la vida de muchos enemigos. 

En estos combates se distinguieron el cabo de escuadra de la gente de Fuenterrabía, Pedro de Iburruzteta, Diego de Miranda, Tomás de Arsu, Antonio de Belui, Marín de Alberro y Joanes de Argaiz. Desde los restos del baluarte de la Reina, el capitán Juan de Urbina junto a varios de sus hombres, se empleó a fondo para dar cobertura a los defensores de la plaza. En los muros se encaramaron unas cuantas decenas de muchachos de entre 13 y 15 años, disparando arcabuces y tirando todo lo que podían a los asaltantes. Uno de esos jóvenes, Alonso del Moral, logró acabar con la vida de más de 30 franceses al arrojar una bomba sobre ellos. Ante la enconada defensa de los de Fuenterrabía, el marqués de Mortara se lanzó contra las posiciones más expuestas del ejército de Condé, por lo que éste no puedo seguir enviando gente para el asalto. Al final del día el enemigo contaba más de 300 muertos, entre ellos 4 capitanes y gente distinguida. 

Esa misma noche el Almirante de Castilla decidió que se atacaría al día siguiente con lo que se tuviera, ordenando al marqués de Torrecuso que se fuera acercando a las posiciones francesas con 2.500 hombres procedentes del Regimiento del conde de Aguilar, de la armada, de los napolitanos de Leonardo Moles y del Tercio de navarros de de Fausto de Lodosa. La misma orden recibió el marqués de Mortara, que con sus 2.500 hombres, incluidos los del Regimiento de la Guardia del Rey y los irlandeses, debía descender el Jaizquibel y atacar al enemigo por el norte de Irún, mientras que los tercios de Pedro Girón y de Sebastián Granero harían lo propio desde el oeste. El resto del ejército, unos 5.500 infantes, quedaron mandados por el maestre de campo general Gerónimo Roo, y en él iba el Almirante, el marqués de los Vélez, y demás nobles. El ataque se lanzó el día 7 por la mañana, y el primero en romper las líneas defensivas francesas fue el marqués de Torrecuso, tras tres duros ataques sobre ellas. 

Por el flanco izquierdo cargó el marqués de Mortara con tal ímpetu que logró juntarse con la gente de Torrecuso y ocupar las trincheras enemigas. La caballería francesa trató de desalojarlos de su recientemente conquistada posición, pero los infantes españoles se mantuvieron firmes y la caballería del comisario general Juan de Terrazas hizo el resto. En ese momento llegó el grueso del ejército, que Roo había formado en tres batallones, y se abalanzó sobre los cuarteles de los franceses, que nada pudieron hacer ante el empuje de los atacantes. En este punto, el príncipe de Condé juzgó prudente retirarse ante la inminente derrota, huyendo en barca hasta el puerto de Socoa, en San Juan de Luz, dejando tras de sí más de 3.500 compatriotas suyos muertos, incluyendo los que se ahogaron intentando escapar. Los restos del maltrecho ejército francés lograron escapar hasta Francia por el paso de Beobia amparados en la oscuridad de la noche. 

El ejército de Condé había perdido más de 50 banderas, 23 piezas de artillería, todo su bagaje, y sus municiones y bastimentos. También todo el dinero, ropas, alhajas, plata e incluso las órdenes de su rey, y más de 2.000 de sus hombres quedaron presos. Por su parte, el ejército del Almirante de Castilla contó un centenar de muertos y otros tantos heridos. En Fuenterrabía se dejaron la vida 300 defensores, y más de 1.700 enemigos. Sus muros recibieron 11.000 cañonazos, 400 bombas y aguantaron la voladura de seis minas. El fracaso del asedio de Fuenterrabía fue un mazazo para las pretensiones de Richelieu, quien daba por hecho la toma de la plaza, y ansiaba fortificarla a toda prisa para convertirla en base desde la que lanzar operaciones contra España, tal y como aseguraba en una carta enviada a Condé el 23 de agosto, la cual iba acompañada de 40.000 libras para tal propósito. Por aquella heroica defensa, la ciudad recibió el título de "muy noble, muy leal, muy valerosa y muy siempre fiel".

Bibliografía: 

-Sitio y socorro de Fuenterrabía y otros sucesos del año de 1638 (Juan de Palafox y Mendoza)

-Sitio de Fuenterrabía (Manuel Silvestre de Arlegui)

-Con Balas de Plata. 1631-1640 (Antonio Gómez)


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