El Milagro de Empel

Del Viaje a Flandes del Cardenal-Infante (Parte III)


 - De la memorable Batalla de Nördlingen

Tras tener noticias de la llegada del ejército protestante de Gustav Horn y Bernardo de Weimar, y la resistencia que mostraba la ciudad de Nördlingen, hubo una reunión del Consejo de Guerra en la tienda del Rey de Hungría, decidiendo un nuevo asalto, para lo que el rey pidió al Infante Cardenal mil hombres. "Cien españoles del Tercio de Don Martín de Idiáquez, cien del conde de Fuenclara, cien napolitanos del Príncipe de San Severo, y cien del marqués de Torrecuso, trescientos alemanes del conde de Salm y otros trescientos alemanes del coronel Wormes, y por cabo de todos a Pedro de León, teniente de maestre de campo general". 

Mientras tanto, el duque de Lorena, junto con Gallas, el marqués de Leganés, Piccolomini y otros, fueron a reconocer el terreno por donde llegaba el enemigo. A eso de las cuatro de la tarde apareció el enemigo asomando entre dos bosques al suroeste de la posición católica, por lo que "se tocó vivamente arma por todas partes". Su Alteza salió a la plaza de la armas de manera inmediata y el rey de Hungría lo hizo dos horas después, apresurándose a formar sus escuadrones. Se mandaron caballos para retrasar el avance del enemigo y más tarde se conoció que los protestantes querían tomar la colina que se encontraba en el flanco izquierdo del campo católico, "que era el puesto más eminente de todo este distrito, y que dominaba a todos nuestros batallones, para facilitar más el socorro de Nördlingen y obligar al ejército de su Alteza a retirarse del puesto donde estaba".

Es por ello que el infante cardenal ordenó al marqués de Leganés que se tomase un bosquecillo que servía de falda a la colina del Albuch. De esta forma se envió a Francisco de Escobar, sargento mayor del conde de Fuenclara con 200 mosqueteros de su tercio y dos capitanes, y viendo que era poca gente y que el enemigo estaba cerca y era muy numeroso, se enviaron otros 200 mosquetes del tercio de Gaspar de Toralto y otros 200 borgoñones con algunas compañías de dragones bajo el mando del capitán Pedro de Santa Sicilia. Mientras esto sucedía seguía la escaramuza de la caballería imperial contra la protestante que, aprovechando su gran superioridad numérica, logró hacerse con la posición ya al anochecer. 

Tras esto el enemigo llegó al bosquecillo donde Escobar y sus hombres esperaban, cargando contra ellos con no menos de 2.000 soldados, a pie y a caballo. Viendo el daño que le estaban causando, Horn decidió plantar tres baterías con diez piezas de artillería y empezó a batir las posiciones de los españoles, que habían recibido órdenes de su Alteza de aguantar la posición hasta morir. En los combates murieron peleando un capitán de la infantería española y otro napolitano. Don Fernando se hallaba recorriendo el campo católico, dando instrucciones sin parar, enviando a conde de Salm tomar la cima del Albuch y ordenando al conde Juan Cervellón, "que andaba muy solicito en conducir y disponer su artillería", que preparase las defensas de aquella posición y, viendo lo importante de ésta y el gran número de gente que traían los suecos, mandó también a los regimientos de alemanes de Wurmser y Leslie, quienes se fortificaron con dos trincheras de tres pies de alto y varias piezas de artillería. 

Cervellón mandó al Albuch al tercio de Gaspar de Toralto, reforzado con 200 hombres del príncipe de San Severo, y se dirigió con doscientes mosqueteros del conde de Salm al bosquecillo a las faldas de la colina, "trabando una escaramuza muy viva". Pero Gustav Horn apretó "embistiendo con más de cuatro mil hombres de a pie y a caballo, y acabó de ganar todo el bosquecillo, prendiendo al sargento mayor Escobar y a un capitán de Toralto". Cervellón ordenó la retirada de sus hombres hacia la cima, dando cuenta a don Fernando de todo lo ocurrido y de la imposibilidad de recuperar el bosque, por lo que éste le ordenó que "asistiese en la colina y echase el resto en defenderla con la gente que estaba allá, y se le irían enviando más por si el enemigo viniese el día siguiente a procurar ocuparla". Mientras esto sucedía la artillería imperial seguía batiendo los muros de Nördlingen, aunque los sitiados realizaron una salida donde prendieron fuego a varias trincheras. 

Escobar fue llevado a presencia de Bernardo de Weimar, quien le interrogó sobre el número de gente que traía su Alteza, indicándole éste que 15.000 infantes y 3.500 caballos, amenazando Bernardo con ahorcarle si no le decía la verdad, pues no podía creer semejante cifra, y ratificándose en ello el sargento mayor cada una de las veces que se le preguntaba. Durante la noche la caballería borgoñona de los condes de La Tour y de Arberg ocupó el cuerno izquierdo de la cima y la caballería napolitana del teniente general Gerardo Gambacorta el derecho. En mitad de la noche se celebró consejo en presencia de "su Majestad, su Alteza, el duque de Lorena, y los ministros de los tres ejércitos". Tras una discusión entre Gallas y el infante cardenal por la pérdida del bosquecillo bajo el Albuch, tomó la palabra el marqués de Grana: 

"Señores, en esta batalla nos van muchos reinos y provincias, y así, con licencia de su Majestad y su Alteza Rea diré lo que siento; el peso de la batalla ha de ser en aquella colina, y de los cuatro tercios que están en ella uno es nuevo, que en su vida no ha visto al enemigo, y así, Señores, sería necesario enviar allí un tercio de españoles, e irle socorriendo con más y más gente, conforme la necesidad nos enseñase". Su Alteza estuvo de acuerdo, aunque no algunos comandantes, y decidió enviar al Tercio de Idiáquez y nombrar los tercios que habrían de socorrerlo, previendo también las mangas de mosqueteros que habrían de apostarse en la cima, estando en todo y con tanto "valor y providencia en un Príncipe, que no se había visto en ocasión en vida, estando con un rostro tan sereno y sosegado, como si estuviese ordenando un torneo". El enemigo también celebró consejo, siendo Horn de la opinión de no combatir al día siguiente, pero prevaleciendo la decisión de Bernardo. 

"Aún no había amanecido bien, miércoles seis de septiembre, día de San Víctor y víspera de la víspera de nuestra Señora, gloriosísimo para siempre para España y la Augustísima Casa de Austria, y en que Dios mostró bien el cuidado que tiene de acudir a su pueblo en los mayores aprietos con la mano de la misericordia, y a los dos Fernandos, que mereciendo otro título de Católicos, venían en tan tierna edad a defender su causa" cuando el enemigo avanzó con su batallones sobre la colina. Gustav Horn llevaba 4.000 escogidos infantes y 5.000 caballos, quedando Bernardo en la izquierda del ejército protestante. Atacó el enemigo tras llegar en buen orden, cargando contra los napolitanos de Toralto por la derecha y contra los alemanes por el frente, rompiendo a los regimientos de Salm y Wurmser, que emprendieron la huida teniendo los oficiales de los otros tercios que hacerles "volver a cuchilladas las mayor parte de ellos a sus puestos con sus banderas".

Mientras tanto, la caballería de Gambacorta rompió al enemigo, pero Horn envió al grueso de la caballería, seguida por un escuadrón de infantería escocesa "que era nombrado el amarillo" contra el Tercio de Toralto, y volvió a la carga contra los alemanes, muriendo el coronel Wurmser e hiriendo de muerto al conde de Salm, quedando pocos alemanes en la defensa de la colina, mientras el resto huía en desbandada. Idiáquez, que veía cómo los bisoños alemanes que escapaban se le echaban encima "mandó calar las picas, con lo cual, y a cuchilladas, los apartó para que no le rompiesen y desbaratasen, acción propia de tan grande soldado, y gran prueba de valor y de la constancia de los españoles, pues tan furioso desorden de los alemanes no los desordenó nada". De esta manera ocupó el Tercio de Idiáquez el lugar de los alemanes, ganándoles el terreno a los protestantes y recuperando los cañones que les habían arrebatado, adelantando una manga de mosquetes de los capitanes Francisco de Aragón, Diego de Contreras y Lope Ochoa de Oro, rechazando así al enemigo.

En aquellos momentos la artillería enemiga estaba causando gran daño, por lo que el marqués de Leganés ordenó emplazar más cañones y abrir los escuadrones protestantes. También reforzó el Tercio de Toralto con dos mangas de mosqueteros del Tercio de Cárdenas, y otra procedente del Tercio de Torrecuso, mientras solicitaba a Gallas el envío de 1.000 caballos bajo el mando de Piccolomini. Por tercera vez acometieron las fuerzas de Horn a los tercios de Idiáquez y Toralto, siendo rechazadas nuevamente con el apoyo de los caballos de Gambacorta, quien resultó herido en los enfrentamientos, no sin antes capturarle tres estandartes al enemigo, que se enviaron a su Majestad y a su Alteza. Habiendo pasado ya las siete de la mañana, ordenó el marqués de Leganés enviar otros 1.000 mosqueteros más a reforzar el Albuch, "y que se fuesen mejorando los tercios de lombardos del conde de Paniguerola y Carlos Guasco, por la falda de la montaña a la vuelta del bosque".

Don Fernando dirige la defensa del Albuch. Jan van der Hoecke

La caballería de Gambacorta peleaba duramente contra la protestante, mientras el duque de Lorena "enfadado del ocio de estar con sus tropas y algunas del Rey esperando en lo llano, a ver los movimientos que tomaba Weimar con las suyas, subió la colina con una banda de caballeros de su séquito, embistiendo al frente de ellos, de las de su Majestad y su Alteza, con el más gallardo valor que jamás se vio, mezclándose entre los enemigos". Mientras tanto, los regimientos Azul y Negro, junto con abundante caballería, cargaban contra el puesto de los hombres de Idiáquez quien "ordenó con gran providencia a sus soldados que dejasen venir al enemigo muy cerca, sin tirar hasta que el diese señal, y que al tiempo de quererles dar la carga se arrodillasen. Hízose así, y luego que el enemigo les hubo dado la carga, que les pasó por alto, y teniéndole tan cerca, hizo la señal Don Martín a sus mosqueteros, que dieron tal carga al enemigo que no se perdió bala, abriéndole los escuadrones con gran mortandad que quedó tan atemorizada y desmayada su gente, que se les conoció el miedo en la flojedad con que volvieron a embestir, que lo hizo el enemigo quince veces a este puesto en seis horas continuas con lo florido y mayor cantidad de su gente".

Horn ordenó concentrar el ataque en el lugar donde se hallaba el Tercio de Toralto, enviando Cervellón mangas de mosqueteros del Tercio de Torrecuso, del príncipe de San Severo y otras dos procedentes de los tercios de Paniguerola y de Guasco, llegando después otras del de Cárdenas y del marqués de Lunato. Luego ordenó junta en batallón los tercios de Paniguerola y Guasco, entrando a pelear por la parte donde se hallaba la manga de mosquetes de Torrecuso. Apenas comenzar los combates el conde de Paniguerola quedó muerto por un mosquetazo en la garganta, mientras que Guasco fue herido en la pierna y el brazo derecho, quedando su sargento mayor, Alexandro Campi, al frente del batallón hasta que, otro mosquetazo le hirió en la garganta, debiendo ceder su puesto al sargento mayor del Tercio de Paniguerola, Juan de Orozco. 

Poco antes de las diez de la mañana los batallones de la caballería de Weimar se aproximaron al cuerno derecho del Albuch, donde estaba el duque de Lorena, acudiendo en su ayuda la caballería imperial de Werth, y también gente de la caballería de Paolo Denticci que traía el marqués de los Balbases. 400 mosquetes del conde de Fuenclara acudieron también para ayudar al duque. Mientras tanto, en la colina continuaban los combates, "los españoles, con perpetua gloria suya, estaban como unas peñas en su puesto, defendiéndolo con valor y gallardía nunca vista a fortísimos acometimientos del enemigo". Toralto, mientras, emplazó dos piezas de artillería para batir el escuadrón enemigo que estaba pegado al bosque. Viendo que los protestantes flojeaban, "el sargento mayor Orozco acometió al enemigo dentro del mismo bosque con gran valor, y peleó hasta que lo desalojó de él".

En el llano Piccolomini ordenó adelantar dos regimientos de infantería imperial para juntarse a los 400 mosqueteros de Fuenclara y a cuatro compañías de la caballería de Denticci, con la intención de rodear el bosque que acababa de tomar Orozco. Los tercios de Idiáquez y de Toralto comenzaron a descender la colina, viendo que el enemigo se desordenaba "de manera que volvió la cara algo antes del mediodía, comenzando al mismo tiempo las tropas de Horn, que combatían en la colina, a palotear". La desbandada fue total, se les ganó la artillería y el duque de Lorena consiguió el estandarte de Bernardo de Weimar. La persecución de la caballería católica causó gran mortandad, sobre todo en el camino a Hurnheim, a la izquierda del Albuch, donde el terreno era bastante pantanoso y la infantería apenas tenía escapatoria. 

La caballería del duque de Lorena continuó la persecución durante tres leguas, y se capturó a Gustav Horn, "que tanto estrago había hecho en la Cristiandad", y a Cratz, "que parece que Dios quiso entregar a este traidor en las manos de este príncipe", y a mucha otra gente particular. Bernardo consiguió escapar de milagro, acompañado de muy poca gente, y llegó a Hurnheim, donde no le quisieron abrir las puertas de la ciudad, y tuvo que llegar hasta Wurtemberg. Murieron ese día en la batalla y la tarde antes "ocho mil hombres del enemigo, en el alcance y seguimiento que hizo la caballería, particularmente la de Johann Werth y los croatas, que siguieron más de cuatro leguas, murieron más de nueve mil, que no es creíble cuán llenos y cuán sembrados estaban los campos de armas, banderas, cadáveres y caballos muertos". 

Entre ellos cayeron 3 sargentos mayores, 8 coroneles, más de 100 capitanes, y los prisioneros eran más de 4.000, "que los más se agregaron al servicio del Emperador". También perdieron todo el bagaje y toda su artillería, "que eran setenta piezas". "Hasta en los árboles había muertos, de los que habían subido a ellos para escaparse, que jamás se vio tanta mortandad ni batalla donde quedase tan deshecho del todo punto tan grande y poderoso ejército. En fin, el que dijo que almorzaría españoles e italianos, quedó almorzado de ellos esa mañana". Del ejército católico hubo 600 muertos, entre los que se contaban de la gente particular el conde de Paniguerola o el coronel Wurmser. 

Tras la huida del enemigo el Rey y su Alteza, escoltados por su guardia, fueron a visitar uno a uno a todos sus escuadrones de infantería y caballería, agradeciéndoles su valor y su esfuerzo. Don Fernando se bajó de su caballo para abrazar a los maestres Martín de Idiáquez y Gaspar de Toralto, "premio y honra debida a tan valerosos caballeros, pues sustentaron con tanto valor en sus puestos todo el peso de la batalla", mientras la gente del emperador gritaba a voces: "¡Viva España, que nos ha dado la victoria y el Imperio. Viva la valentía de los españoles e italianos!". Se esmeró mucho el Infante cardenal en que los heridos fueran atendidos debidamente procurándoles todas las comodidades posibles, enviando a su camarero mayor, Manuel de Guzmán, para ayudar en todo lo que se necesitase. Finalmente se despacharon correos para "España, Viena, Flandes, Italia y a toda la cristiandad, dando cuenta de esta merced tan señalada que Dios había hecho a su pueblo, y su Alteza ofreció hacer una memoria perpetua en la Iglesia Mayor de Toledo".

- La rendición de Nördlingen y el camino a Bruselas.

"Después de ganada y vencida esta feliz y nunca vista victoria, trataron luego los de la ciudad de rendirse a la misericordia y discreción del Rey, pidiendo que no los saqueasen; con lo cual salió luego la guarnición del enemigo, permitiendo tan solamente a los oficiales que saliesen con solas sus espadas, y a los soldados sin ningunas armas, ni cajas, y sin artillería, y de bagaje lo que cada uno podía llevar". El día 8 la ciudad se entregó, entrando en ella al día siguiente, triunfantes, el Rey de Hungría y el Infante cardenal. El día 10 Fernando se acercó al cuartel del duque de Lorena, ya que disfrutaba mucho de su compañía y amistad. Allí se encontraba preso Gustav Horn. Poco después envió al rey de España dos vestidos suntuosamente adornados, y premió a Gallas, Piccolomini y otros comandantes con algunas joyas, mientras que recibió del rey de Hungría dos caballos de guerra, y de Piccolomini la espada que portaba Bernardo de Weimar.

Las tropas hispánicas tomaron doce cañones y, tras nombrar comisario general de la caballería a Pedro de Villamor, el infante cardenal marchó con su ejército sobre la villa de Guingen, ganándola con un ataque de la caballería borgoñona. Mientras, los ejércitos imperiales y de la Liga se dirigieron a Ulm, tras despedirse del príncipe español el día 11. El día 12 su Alteza envió hombres a exigir la rendición del castillo de Heydenheim, en la frontera de Baviera, pero sus defensores se negaron a entregarlo ya que no tenían órdenes del duque de Württemberg, de tal forma que se enviaron 600 caballos al mando del coronel Ossa para eliminar las defensas exteriores y comenzar el asedio, que sería efectuado por los tercios de españoles de Fuenclara, el de napolitanos de Toralto, el de lombardos de Lunato y el de alemanes de Leslie. El castillo contaba con 500 soldados para su defensa y 40 cañones, además de abundante munición y víveres, pero no opuso resistencia alguna al ver la llegada de las fuerzas hispánicas y se rindió, lo que no pudo evitar el saqueo cometido por algunos soldados, debiendo su Alteza castigar a algunos y advertir al resto con severas penas, haciendo devolver a éstos todo lo obtenido en el botín.

El día 14 envió al marqués de los Balbases para comunicarle al Rey de Hungría que el tiempo se echaba encima del ejército de su Alteza y debía llegar lo antes posible a Flandes, por lo que no podría desviarse de su camino para socorrer Brissac, debiendo hacerlo el ejército imperial. El 16 se reunió con el marqués de Grana, el de los Balbases y el conde de Tiefenbach, quienes le trasladaron la petición del rey Fernando para que su Alteza no abandonase tan pronto Alemania. Un día después ambos Fernandos volvían a reunirse, mientras que desde la ciudad de Stuttgart se enviaron emisarios para suplicar el perdón del infante cardenal y evitar el saqueo, a cambio de abundantes víveres y pertrechos para el ejército, accediendo a ello su Alteza. 

El Cardenal Infante, por Gaspar de Crayer

El 18 se produjo una nueva reunión con los ministros del rey de Hungría, resolviéndose que para tomar Brissac se emplearían 500 caballos del sargento mayor del ejército de la Liga, a los que se unirían otros 500 caballos y 5.000 infantes enviados por la archiduquesa de Austria sacados principalmente del Regimiento del Tirol y de las guarniciones de Lindau y Constanza. Envió Fernando de Austria al caballero de la Orden de Santiago, Juan Tomás Blanco, nombrado a la sazón maestre de campo, para asistir en todo lo necesario a las fuerzas que habían de socorrer Brissac, y que se reunirían en la villa de Überlingen, en el lago Constanza, ya que los protestantes habían sacado fuerzas de todo Suabia para juntarlas en Frankfurt con las del Rhingrave Otto y el Landgrave de Hesse. 

El 19 se rindió al ejército de su Alteza la villa de Esling y, tras atravesar el río Neckar, se envió al marqués de Aytona con correo a Flandes, avisando de la llegada del infante cardenal. Mientras que el ejército hispánico seguía su camino, apoderándose de todas las plazas rebeldes con las que se encontraba, mientras que las fuerzas imperiales de Piccolomini se imponían en Franconia y la caballería de Johann von Werth se imponía en las cercanías de Heilbronn, en las orillas del Neckar, a una fuerza protestante de tres banderas de caballería y dos compañías de infantes que acudían a reunirse con el Rhingrave, que ante esto, decidió volver a Alsacia. En el camino se juntó con 6.000 infantes franceses que habían marchado a reforzar a las fuerzas protestantes. El ejército de la archiduquesa se juntó felizmente con la caballería de la Liga, y reconquistaron todas las plazas de Suabia salvo Ulm y Augsburgo, a la que el duque de Baviera pondría bajo asedio.

Tras la retirada hacia Alsacia del Rhingrave, los ministros del rey de Hungría volvieron a pedir a su Alteza que invernase en Alemania y acudiese con su ejército al socorro de Brissac, cosa que negó cortésmente por ser necesarios sus hombres en Flandes. El día 25 entraron las fuerzas hispánicas en el Palatinado Inferior, no sin antes despedirse ambos príncipes católicos en la villa de Gruppenbach. Tras ocupar el castillo de Hornec, don Fernando dio orden a Martín de Idiáquez para que se adelantase con su tercio, encontrándose con 150 infantes católicos que se le unieron. El 29, tras escaramuzar con algo de caballería protestante y derrotarla, se tomó la villa de Miltenberg y su castillo, guarnecido por 200 suecos. Posteriormente se llegó al río Meno y su Alteza ordenó que se juntaran 200 mosqueteros de distintos tercios con el Regimiento de Caballería del barón de Sebac, para rendir la ciudad de Aschaffenburg, corte del arzobispo de Maguncia, y ocupada por los tropas suecas. Ese mismo día llegaron noticias sobre la rendición de la ciudad de Heilbronn a las tropas imperiales. 

En Franconia Piccolomini seguía haciendo excelentes progresos "de manera que ya en ella no quedaban del enemigo sino Visburg y Haymford, habiendo desamparado la ciudad de Bamberg y todo su arzobispado, y tenía tan apretada la ciudad de Nuremberg, corriendo los croatas todos sus campos, que no podía salir nadie de ella, estando cortada por todas partes, de manera que trataba de componerse con el emperador". El 2 de octubre "yendo el coronel Ossa con mil caballos hacia Aschaffenburg, oyó ruido de armas, y acudiendo allá halló que a tres compañías de Sebac les habían atacado nueve de dragones del enemigo, las cinco de alemanes y cuatro de franceses, que entre todas tendrían quinientos hombres, envistió contra ellos y degolló unos cuatrocientos, prendiendo tres capitanes franceses, de quien se supo que Oxenstierna y Weimar estaban con gran miedo en Frankfurt con solo cuatro mil hombres, y que esperaban al Landgrave de Hesse con otros tantos".

Ese mismo día llegó al campamento de don Fernando el marqués de San Martín para hacerse cargo de los dos mil caballos que le había enviado el rey de Hungría, con nuevas de que éste se uniría a Piccolomini y que pensaba atacar Frankfurt del Meno. También llegó un emisario del Landgrave de Darmstadt para ofrecer cuanto necesitara el ejército hispánico en aquellas tierras. El día 3 entró su Alteza en Aschaffenburg y mandó repartir los 12.000 infantes de su ejército en siete batallones, en prevención de un ataque del enemigo, quedando de la siguiente manera: dos batallones con los dos tercios españoles; un batallón con los tres tercios de lombardos, uno con los tercios de napolitanos del príncipe de San Severo y de Gaspar de Toralto, otro con los dos tercios napolitanos del marqués de Torrecuso y de Pedro de Cárdenas; otro batallón con los tercios de borgoñones de los condes de La Tour, Arenberg, más los alemanes del coronel Wurmser, y el último batallón con los alemanes de los regimientos de Montoya y de Leslie. 

El día 5 el infante cardenal durmió en la villa de Hanau, en Darmstadt, a orillas del río Kinzig, mientras que el 7 ya estaba en Dorheim, menos de 10 kilómetros al este de Friedberg "sin que en todo este distrito desde los campos de Nördlingen asomase enemigo, ni hubiese memoria de él, ni estorbo, estando bien cerca por todas estas partes, caminando con tanto desembarazo y quietud por estas provincias que eran el corazón del dominio del enemigo, como si se caminase por Castilla la Vieja, hallando por todo las casas llenas de comida y las caballerizas llenas de heno y cebada, las cuevas llenas de vino y las arcas llenas de ropa". El día 8 ya se entró en el condado de Nassau, enviando al capitán Francisco Carnero a Colonia para hacerse con barcas y pontones con los que cruzar el Rin, y un día después se internó el ejército al noreste de las tierras del arzobispo de Tréveris, y el 13 llegó a Wallmerod, plaza del arzobispado de Colonia. 

Llegado al Rin se encontró con que no habían llegado los pontones para cruzarlo, quedando a la espera las tropas a las afueras de la villa de Andernach, en la orilla sur del río. Los siguientes días los empleó en recibir a los comisarios del Elector de Colonia, o a los embajadores del arzobispo de Maguncia y del obispo de Wurzburgo hasta que por fin, el día 18, terminaron de cruzar el Rin los últimos hombres de su ejército en un espectáculo que era contemplado por los aldeanos ya que "jamás se había visto ejército tan real y grande de dieciséis mil infantes y tres mil quinientos caballos, con tan grande tren de artillería, en tan largo tiempo, atravesar de parte a parte tan grande y dilatada provincia como Alemania, caminando lo más por tierras del enemigo, a pesar de las fuerzas de los más de la Europa, ganándolas y sujetándolas, deshaciendo tan bravos y valerosos contrarios, con la mayor reputación y felicidad que jamás se ha visto".

Una vez pasado el Rin, su Alteza se embarcó en un par de naves con unos cuantos hombres de su confianza rumbo a Colonia, enviando al ejército a Juliers, donde se reuniría con él. El día 19 por la noche, llegaba Don Fernando a Colonia, hospedándose en la casa de Gabriel de Roy, y recibiendo al día siguiente a electores y embajadores, todos deseosos de ver en persona al insigne vencedor de Nördlingen. Después de oír misa en la catedral, contempló los cuerpos de los Santos tres Reyes Magos y el resto de reliquias, y tras unos días en la ciudad, partió hacia Juliers para reunirse con sus hombres, siendo recibido con una salva real a su llegada. En esta villa pasó varios días siendo agasajado con festejos y banquetes hasta su marcha el 27. La salida de la ciudad fue todo un espectáculo, con el príncipe Thomas y mil caballos del duque de Neoburgo, así como la compañía de arcabuceros del marqués de Aytona y mil corazas de su Majestad, pertenecientes al Regimiento del conde de Bucquoy. El 28 entraron en Güeldres, y a comienzos de noviembre en Lovaina, desde donde partieron el día 3 para Bruselas. 

"Amaneció sábado 4 de noviembre, día dichoso para Bruselas, y por haber nacido en otro su Alteza, que Dios guarde en El Escorial a 16 de mayo de 1609, para gloria de la Augustísima Casa, y remedio de la Cristiandad, día verdaderamente festivo y en que se habían de lograr los grandes cuidados de su Majestad de dos años y medio a pesar del de tantos que los habían procurado estorbar, y en que habían de ver cumplir sus deseos los obedientes de los Países Bajos, viendo entrar a este Príncipe, y fundar su habitación en Bruselas, para que los gobernase con el acierto que esperaban y se prometían con tanta razón de su valor y talento". La entrada de su Alteza en la ciudad fue triunfal, que no escuchaba "otra cosa por las calles, sino pláticas y exclamaciones de contento, con grande reconocimiento a su Majestad de haberles enviado con tanto trabajo y tan inmenso gasto a su único y por tantas razones, amable hermano". En vanguardia iban la Compañía de corazas del conde Juan de Nassau y la de arcabuceros de don Juan de Vivero. 

De esta manera llegó su Alteza a las tres y media de la tarde a la puerta de Lovaina, por donde los príncipes soberanos tenían costumbre de entrar en Bruselas, que estaba engalanada con la inscripción "Plus Ultra". Tras pasarla, los magistrados de la ciudad le entregaron las llaves de la misma, que "recibió con su natural agrado", mientras la artillería de la ciudad  no paraba de tirar en honor al infante cardenal. Así entró en la ciudad, "cuyas calles estaban tan llenas de gente, y las ventanas tan llenas de bellísimas damas, que faltaban ojos para mirarlas, y días para gozar de tan buena, varia, y grandiosa vista". Visitó la iglesia colegial de Santa Gudula para adorar las tres Sagradas Hostias, donde fue recibido por el arzobispo de Malinas y todo el clero, besando su Alteza la cruz arrodillado ante ella, y entraron todos en la iglesia, donde se cantó el Te Deum Laudamus. Bruselas entera se había llenado de arcos triunfales que no pudieron ser acabados por la prisa que don Fernando se había dado en llegar, reservándolas para cuando volviera de visitar las provincias. De este modo, se prolongaron los festejos en la ciudad durante tres días, "con continuas y grandes luminarias, no quedando casa en toda ella que no diese testimonio de tan deseada y natural alegría". Y de esta manera concluye el memorable y glorioso viaje del Infante Cardenal Don Fernando de Austria. 

Entrada del Infante Cardenal en Amberes, por Jan van den Hoecke


Bibliografía: 

-El memorable y glorioso viaje del Infante Cardenal D. Fernando de Austria (Diego de Aedo y Gallart)

-Con balas de plata. 1631-1640 (Antonio Gómez)

-La Guerra de los Treinta Años. Una tragedia europea (Peter H. Wilson)

-Batallas de la Guerra de los Treinta Años. 1618-1635 (William P. Guthrie)


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