Tras la toma de Oudenaarde, el 5 de julio de 1582, a Farnesio le llegó la noticia, a través de un capitán escocés al servicio del de Orange, que la villa de Lier, a unos 15 kilómetros al sureste de Amberes, tenía pensado entregarse a los realistas, por lo que el de Parma encargó a Matteo Corvini la tarea, y el 2 de agosto la villa se entregó a las tropas que este llevaba. La toma de esta villa fue de capital importancia "por estar tan cerca de la de Amberes, Malinas y Bruselas les sirvió de gran padrastro, porque las corría sus contornos y servían que no se diesen la mano las unas a las otras tan a su salvo como lo hacían antes". La pérdida de Lier, a la vista de Amberes, causó una merma importante en la confianza que los rebeldes habían depositado en el duque de Anjou.
Por su parte, en el Brabante, el ejército realista sufrió un contratiempo importante. Farnesio había ordenado a sus hombres que tomasen la ciudad de Diest al asalto, por lo que amparados en la noche las tropas, usando escalas, accedieron al interior de la villa. Para su desgracia, los soldados rebeldes estaban alertados de las intenciones hispánicas, por lo que les tendieron una trampa y acabaron con todos los infantes que habían accedido sin esperar a que llegase el grueso de la fuerza, que incluía las fuerzas de caballería.
Ese verano, Felipe II había ordenado la marcha a Flandes de 4.000 españoles agrupados en dos tercios, el de Pedro de Paz, antiguo de Sicilia con el que Julián Romero fue a Flandes en 1567, y el de Cristóbal de Mondragón, antiguo de Lombardía que también acompañó al Gran duque de Alba a los Países Bajos de la mano de Sancho de Londoño. También envió el rey 900.000 escudos y 4.000 infantes italianos agrupados en otros dos tercios: el napolitano de Mario Carduini, y el lombardo de Camillo delli Monti, ambos levantados ese mismo año. Todo ello acompañado de caballería española bajo el mando del castellano Antonio Olivera. Con este vital refuerzo del "nervio" del ejército y la recluta hecha por Farnesio de tropas alemanas y borgoñonas, el príncipe de Parma se sentía en disposición de continuar con la ofensiva contra los rebeldes.