El Milagro de Empel

Guerreros: Gonzalo Fernández de Córdoba y Cardona

 

El 31 de diciembre de 1585 nacía en el castillo de Cabra, en Córdoba, Gonzalo Fernández de Córdoba y Cardona-Anglesona, bisnieto del Gran Capitán, un hombre llamado a ser uno de los militares más notables y capaces de su tiempo.

Gonzalo nació en el castillo familiar de Cabra. Su padre, Antonio Fernández de Córdoba y Folch de Cardona, era duque de Sessa, Soma y Baena, y el embajador de Felipe II, y más tarde de Felipe III, en Roma en una época muy turbulenta en la ciudad papal, ya que solo en el año 1590 se sucedieron tres papas distintos. Su madre era Juana de Aragón y Córdoba y, por tanto, Gonzalo pertenecía a uno de los linajes más importantes de España, pero el ser el tercer hijo del matrimonio, sus posibilidades de heredar eran nulas.

De este modo el joven Gonzalo se esmeró en recibir una educación militar que le permitiera hacer carrera en las armas. En 1607, un año después de que su padre falleciera, el joven Gonzalo fue sometido a las pruebas para ingresar en la Orden de Santiago y para el año 1612, marchó a Italia de la mano de Álvaro de Bazán y Benavides, II marqués de Santa Cruz, e hijo del gran marino que nunca conoció la derrota. En Italia se destacó en la defensa del Mediterráneo, teniendo especial importancia su participación ese año en el ataque a La Goleta, donde la flota española logró incendiar a la berberisca. 

En 1613 comenzó la Guerra del Monferrato tras la repentina muerte del marqués de Monferrato, Francisco Gonzaga y la subsiguiente invasión del marquesado por parte del duque de Saboya, que hizo caso omiso a las legítimas reclamaciones del cardenal Fernando rompiendo la Pax Hispánica impulsada por Felipe III. En 1615 Gonzalo Fernández de Córdoba se puso a las órdenes del nuevo gobernador de Milán, Pedro Álvarez de Toledo, marqués de Villafranca del Bierzo, para acometer la ofensiva que los españoles preparaban contra Saboya. 

La ofensiva de 1615 concluyó con el asedio de las tropas hispánicas sobre Asti. Córdoba fue la mano derecha del marqués, aunque el peso de la batalla lo llevaron las fuerzas de Sarmiento de Pastrana, Alfonso de Ávalos y Luis Antonio de Leyva. Cuando todo parecía indicar que el duque de Saboya no interferiría más en el Monferrato, lanzó una nueva ofensiva para septiembre de 1616. Para su desgracia, el marqués de Villafranca no iba a consentir que el enemigo penetrase en el Milanesado, y su contraofensiva fue demoledora, lanzando todas las fuerzas disponibles. Solo la firma del Tratado de Pavía el 9 de octubre de 1617 evitó el desastre total saboyano.

Tras esta guerra fue propuesto para asumir la castellanía de Milán, cargo que no ocuparía hasta 1626 por el comienzo de la Guerra de los Treinta Años. En 1620 fue llamado al Palatinado ante la usurpación del trono de Bohemia por parte de Federico V el Palatino. El 21 de julio de 1620 llegaba a Coblenza Córdoba desde Italia con el Tercio de Nápoles, reuniéndose así con el ejército que llevaba Ambrosio de Spínola. La ofensiva hispánica sobre el Palatinado comenzó el 4 de septiembre. Mientras que el maestre de campo general Carlos Coloma tomaba la plaza de Kreuznach el día 9, Spínola hacía lo propio con Alzey un día después y con la importante ciudad de Oppenheim el día 14.

Córdoba operó en estos primeros compases de la Campaña del Palatinado al frente de su tercio y varias compañías de alemanes y valones, tomando el 1 de octubre la ciudad de Bacharach. La campaña de 1620 fue propicia para las tropas de la Monarquía Española pero el final de la Tregua de los Doce Años se acercaba y Spínola estaba llamado a regresar a Flandes para la reanudación de la guerra con los holandeses. De esta forma el mando del ejército hispánico del Palatinado, compuesto por unos 16.000 infantes y 2.000 caballos, iba a ser entregado a Fernández de Córdoba a comienzos de abril de 1621.

Captura de Oppenheim, por Wenceslas Hollar

Córdoba inició la campaña del nuevo año con la toma del castillo de Stein en agosto. A partir de ahí emprendió una ofensiva cuyo objetivo era cruzar el río Rin e invadir el Bergstrasse, algo que hizo en septiembre, logrando tomar al asalto la ciudad de Kaiserlautern el 1 de octubre. El primer contratiempo de las fuerzas de Córdoba llegarían durante el asedio a la crucial ciudad de Frankenthal, bastión de las fuerzas protestantes de Federico. La noticia del socorro de la ciudad por una fuerza de 6.000 infantes y 2.000 caballos bajo el mando de Mansfeld, hicieron que el maestre tuviera que levantar el sitio sobre Frankenthal.

Por si esto fuera poco, llegaron noticias de que un nuevo ejército protestante, bajo el mando de Cristian de Brunswick, falso obispo de Halberstadt, compuesto por 12 compañías de infantería y 200 caballos, se aproximaba. Pero el barón de Tilly, general del ejército católico bávaro, envió refuerzos a Córdoba ante lo delicado de la situación. De esta forma Fernández de Córdoba terminó la campaña de 1621 con la toma de la villa de Deidesheim, sin que Mansfeld pudiera evitarlo. El duro invierno hizo que los ejércitos marchasen a sus respectivos cuarteles sin que las tropas hispánicas pudieran completar la toma de Neustadt.

El comandante español quedaba como dueño y señor de la mayor parte del Palatinado, aunque aún había numerosas fuerzas protestantes capaces de poner en jaque su dominio. El 5 de mayo de 1622 se iban a medir en combate en la Batalla de Wimpfen las fuerzas católicas de Córdoba y Tilly, con las del protestante Jorge Federico de Baden-Durlach, obteniendo los primeros una importante, aunque no decisiva victoria, ya que Cristian de Brunswick, que había logrado agrandar su ejército hasta sumar unos 22.000 hombres y saquear el arzobispado de Maguncia, se dirigía a la línea del río Meno, tomando de esta forma la ciudad de Höchst. 

En otra nueva demostración del talento militar de Córdoba, el Ejército del Palatinado logró otra aplastante victoria sobre las fuerzas protestantes de Brunswick en la Batalla de Höchst, el 20 de junio de 1622, tras tomar la ciudad y el castillo al asalto. Tras esto, Federico el Palatino perdió toda esperanza de recuperar sus dominios, aunque aún no estaba erradicada la amenaza por completo; Brunswick había logrado ponerse a salvo con unos cuantos de sus hombres y la mayoría del tesoro que había ido acumulando con la rapiña practicada en su avance, y lograba contactar con Mansfeld. Ambos comandantes habían sido librados de sus servicios al Palatino, y ahora buscaban venderse al mejor postor. 

Córdoba, enterado de los planes que tenían para ponerse al servicio de los holandeses que pretendían levantar el asedio al que Spínola tenía sometida la ciudad de Bergen-op-Zoom, se movió con rapidez y se fue en busca del ejército protestante, siguiendo sus pasos hasta cruzar el río Mosa y entrando en la provincia del Henao. El 29 de agosto Córdoba daba caza a las fuerzas de Mansfeld y Brunswick, derrotando a los protestantes en la Batalla de Fleurus, que perdieron toda su infantería y la mitad de su caballería, poniéndose los supervivientes a salvo en Breda. Córdoba tomaría el último reducto protestante en el Palatinado, la ciudad de Frankenthal, en marzo de 1623. 

Por sus excelentes servicios a España, Felipe IV le nombró príncipe de Maratea a comienzos de 1624. En 1625 se puso nuevamente a las órdenes de Spínola para llevar a cabo uno de los asedios más notables que verían el siglo XVII, el Sitio de Breda. Las fuerzas hispánicas lograrían tomar la ciudad, considerada en su época inexpugnable, tras más de diez meses de durísimo asedio. Tras esto, a comienzos de 1626 pasaría al Estado de Milán para ponerse bajo las órdenes del que era su cuñado, el III duque de Feria, Gómez Suárez de Figueroa. 

Gonzalo Fernández de Córdoba, por Wenceslas Hollar

Estando en Milán como gobernador interino, estalló la crisis sucesoria de Mantua tras la repentina muerte de Vincenzo II Gonzaga. Carlos de Gonzaga-Nevers, aspirante al gobierno del ducado, estaba respaldado por Francia, Venecia y el papado, aunque Mantua formaba parte del Sacro-Imperio, por lo que la última palabra estaba en manos del emperador. El conde-duque de Olivares, para demostrar la fuerza de España en el plano europeo, no quiso esperar la decisión del emperador, y el 2 de marzo de 1628 le llegaban las órdenes a Fernández de Córdoba. 

Éste debía ponerse en marcha con el Ejército de Milán y caer sobre el Monferrato con el apoyo de las fuerzas saboyanas, enemigas hace tan solo una década. El siempre intrigante duque de Saboya había invadido el Monferrato por el oeste, mientras que por el este entraba Córdoba, tomando las importantes plazas de Alba y Nizza della Paglia, y poniendo sitio a Casale. Olivares le había prometido al general español 8.000 infantes y 1.200 caballos, pero la realidad es que las tropas que le llegaron apenas sumaban 3.000 hombres y lo hicieron con bastante retraso, dando la posibilidad de reforzar seriamente la plaza. 

Durante el verano de 1628 Córdoba también tuvo que hacer frente a las enfermedades y a las deserciones. Escribía a Madrid, no sin cierto enfado: "los soldados, muchos de ellos casados, desertan con facilidad, como ocurre últimamente en los ejércitos de Vuestra Majestad". Para la campaña de 1629 Francia entraba en el conflicto de Sucesión de Mantua, invadiendo el ducado de Saboya tras penetrar por el paso alpino del valle del Susa. Los 3.000 hombres enviados por Córdoba bajo el mando de Jerónimo Agustín, se vieron traicionados por el camaleónico duque de Saboya que, ante la amenaza francesa, cambió de bando. Córdoba, por su parte, abandonó el asedio de Casale y se retiró al Estado de Milán.

A finales de 1629 fue llamado desde Madrid para que acudiera a la Corte a explicar los motivos de retirarse del asedio y de firmar el Acuerdo de Susa con las fuerzas francesas, acuerdo que Madrid no estaba dispuesto a ratificar. El proceso se dilató durante bastante tiempo, en el cual tuvo que frente a la inquina de Olivares quien, si ya antes no tenía en estima alguna a Córdoba, la celebración de una paz así con los franceses, le llevó a despreciarle completamente. Pero ni la enemistad del poderoso conde-duque pudo hacer frente a las explicaciones ni a los méritos de Fernández de Córdoba, que fueron lo suficientemente convincentes como para que el Rey le diera su completo apoyo. 

Córdoba obtuvo un merecido descanso, aunque no por mucho tiempo, ya que fue enviado nuevamente a Alemania para hacerse cargo del Ejército del Palatinado, que se encontraba por aquel entonces en una situación muy delicada tras el derrumbe de las fuerzas católicas e imperiales ante el empuje del ejército sueco de Gustavo Adolfo. De igual forma se le envió a París para lograr convencer a los franceses de que dejaran de prestar apoyo a los protestantes, pero para Francia la religión no era una cuestión de importancia en el teatro europeo, y sus aspiraciones para ocupar el lugar de España como primera potencia en Europa pasaban por apoyar una guerra que desgastase a todos. 

Tras el fracaso de las negociaciones fue enviado a Flandes, tierra que detestaba profundamente. Numerosas fueron las peticiones que el rey y Olivares le hicieron para que dirigir el gobierno de los Países Bajos, pero Córdoba no estaba dispuesto a aceptar tal cargo, pues entendía que ya había prestado suficientes servicios a la Corona y su único interés era regresar a España y descansar, cosa que hizo en 1634. Esto provocó una nueva conjura de Olivares contra su persona, pero Córdoba, retirado en sus posesiones de Montalbán, poco temía ya del todopoderoso valido. 

Murió el 16 de febrero de 1635, sin dejar descendencia ni esposa, pues toda su vida había sido servir a su rey y a su patria. El duque de Cardona y virrey de Cataluña, Enrique de Folc, le escribía estas palabras a Felipe IV: "Perdió V.M. en el señor Don Gonzalo de Córdoba un gran soldado y vasallo. He sentido mucho este suceso, téngalo dios en el cielo". Fue un militar de enorme talento y valía, uno de los más notables de su tiempo. Un hombre que prefería la compañía de sus soldados a la de los nobles, y el rancho de campaña a los banquetes de palacio. De gusto sobrio y profunda religiosidad, dejó una profunda huella en los que combatieron con él, tanto amigos como enemigos. Su cuerpo fue sepultado en la cordobesa iglesia de la Madre de Dios, en Baena.

 

Grabado de Fernández de Córdoba

Córdoba en la batalla de Fleurus


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