A comienzos del otoño de 1605 el Ejército de Frisia de Ambrosio de Spínola proseguía su avance buscando nuevos objetivos que tomar; de esta forma, tras derrotar a las fuerzas de Mauricio de Nassau en Mülheim, conquistaba la importante ciudad de Wachtendonk, que servía de nudo comunicaciones con los protestantes de los territorios alemanes, y el castillo de Krefeld, poniendo así la guinda a la brillante ofensiva emprendida por el general genovés.
Tras la toma de Lingen, el 19 de agosto de 1605, Spínola desplegó unas partidas de caballo ligeros al objeto de vigilar los movimientos de las fuerzas de Mauricio de Nassau, que había cerrado el paso sobre Frisia desplegando sus fuerzas en Coevorden, a menos de 70 kilómetros al oeste de Lingen. Tras unas pequeñas escaramuzas entre las vanguardias de ambos ejércitos, Spínola no quiso arriesgar sus fuerzas y decidió dirigirse al sur, hacia la villa de Oldenzaal, conquistada por las tropas hispánicas a comienzos de agosto. El 14 de septiembre llegaron a la ciudad y el general genovés dio unos días de descanso a sus agotadas tropas, que habían permanecido en movimiento desde el inicio del verano.
Tras reforzar las nuevas conquistas, Spínola se dirigió más al sur, recorriendo casi 100 kilómetros en pocos días para alcanzar la ciudad de Dorsten, en el Obispado de Münster. Mauricio, que seguía sus pasos desde el oeste a una distancia prudencial, se internó en el ducado de Cléveris con la intención de tender una emboscada al Ejército de Frisia. Spínola, tras consultar sobre la posibilidad de tomar Rheinberg con los maestres de campo Juan de Meneses y Pompeo Giustiniano, y con su segundo, el conde de Bucquoy, optó por expugnar la ciudad de Wachtendonk ante la gran dificultad que suponía la primera.
Para ello se había encargado de enviar correo solicitando más hombres al archiduque Alberto que, mermando así las fuerzas del Ejército de Flandes, le envió al tercio napolitano de Lelio Brancaccio, al regimiento inglés del barón Thomas Arundel, y varias compañías de caballos pesados, que se unieron al Ejército de Frisia el 21 de septiembre. Mauricio vigilaba desde Rees, al este de Dorsten, atento a los movimientos de los soldados de la Monarquía Española, mientras Spínola ultimaba los detalles de su plan y preparaba a sus hombres para entrar en acción.
Poco antes de iniciar la marcha se produjo un serio encontronazo entre los tercios españoles de Meneses, Antúnez y Borja y los italianos por la disputa por ocupar la vanguardia de la fuerza, ya que Spínola, erróneamente, les había otorgado a estos últimos el honor de tal posición. De sobra era conocido que el lugar de más peligro siempre era ocupado por las fuerzas españolas, por lo que Spínola tuvo que deshacer el entuerto dejando a toda la infantería en retaguardia, mientras que sería la caballería la que se ocuparía de la vanguardia.
De este modo, el 23 de septiembre, ambas fuerzas se volvieron a encontrar, esta vez en Wesel, ciudad situada al este de Dorsten a tan solo un día de distancia de ésta. La escaramuza se solventó con la retirada de ambos ejércitos a sus campamentos. Mauricio se acantonó a las afueras de Wesel mientras que Spínola hizo lo propio en Ruhrort, una pedanía de Duisburgo. A su vez envió a su caballería a descansar a orillas del río Ruhr, a la altura de la villa de Mülheim, y al conde de Bucquoy le mandó a tomar Wachtendonk. Para tal empresa llevaría consigo el tercio de Brancaccio, el regimiento de Arundel, y diversas compañías de infantes y un millar de caballos.
-El primer choque: Mülheim
Mauricio quería recuperar la iniciativa perdida ese año en favor de los intereses españoles, por lo que resolvió dar un golpe de efecto antes del fin de la campaña de 1605 por la llegada del invierno. Así, observando desde su posición en Wesel los movimientos del Ejército de Frisia, advirtió que Spínola dividió demasiado sus fuerzas. Por un lado la infantería se encontraba en Ruhrort; a poco más de 15 kilómetros al oeste estaba la caballería acompañado de 800 infantes, y el conde de Bucquoy había partido hacia el este para tomar Wachtendonk, llevándose consigo el refuerzo enviado desde Flandes y otros mil infantes y similar número de caballos. Era el momento ideal para asestar un demoledor golpe a su enemigo.
Mauricio de Nassau al frente de sus tropas en Nieuwpoort |
El plan de Nassau era caer sobre Mülheim y destruir la caballería del Ejército de Frisia con un rápido y astuto movimiento envolvente. Para ello dividió sus fuerzas: envió a Marcellus Bax, general de caballería protestante y veterano de batallas como Turnhout, al frente de una fuerza de medio millar de caballos con la misión de vadear el Rurh y bloquear la margen izquierda del río. Mientras, Federico Enrique, hermanastro de Mauricio, se lanzaría desde el noroeste con la vanguardia del ejército, formada por ocho compañías de caballos, seguida por los más de 3.000 infantes que dirigía el propio Mauricio. Sobre el papel el plan no podía tener fallos y Mauricio auguraba una rotunda victoria.
En Mülheim, como ya se ha dicho, se acantonaba el grueso de los caballos hispánicos bajo el mando de Teodoro Trivulzio, conde de Musocco, teniente general de caballería, junto con 800 infantes. La ciudad estaba situada en la margen derecha del río, por lo que debía vadear el río para contactar con las fuerzas de Spínola que estaban a unos 15 kilómetros al oeste. Para evitar sorpresas Trivulzio, hombre de larga experiencia, había apostado dos compañías de infantes españoles y borgoñones en la margen izquierda del Ruhr, muy cerca del castillo de Broich, para ayudar a establecer una cabeza de puente y, en su caso, solicitar ayuda al grueso del ejército.
La noche del 8 al 9 de octubre la vanguardia de Federico Enrique se lanzaba desde Holten, alcanzando las posiciones de Trivulzio poco antes del amanecer, justo cuando éste salía con su caballería para forrajear, lo que anuló el factor sorpresa con el que había contado Mauricio. Casi a la vez que sucedía esto, Marcellus ocupaba las posiciones inicialmente previstas y cargaba contra la infantería situada a las afueras del castillo de Broich. La compañía española del capitán Francisco de Irázabal mantuvo el orden y aguantó una primera carga de los caballos holandeses, pudiendo dar tiempo a los borgoñones a atricharse en las caballerízas del castillo, donde después se replegarían los infantes españoles.
En la orilla derecha Trivulzio rechazó el ataque de Federico Enrique, llegando incluso a poner en fuga a una parte de las fuerzas protestantes, lo que le permitió abandonar la margen derecha, donde corría peligro de quedar cercado, y vadear el río. Ahora Bax no era rival para la fuerza de Trivulzio, que también andaba atento por si Federico Enrique decidía cruzar el Ruhr. Justo en ese momento llegó Mauricio con sus 3.000 infantes repartidos en 24 compañías, casi todas ellas de ingleses y escoceses, formó en un único escuadrón asistido por el coronel Daniel D'Hertaing, y por Ernesto Casimiro de Nassau.
Mientras esto estaba sucediendo en Mülheim, Spínola, junto a Luis de Velasco, Pedro Téllez-Girón, duque de Osuna, y unos cuantos oficiales y jinetes más, se dirigía hacia Mülheim para inspeccionar sus tropas allí acantonadas, encontrándose con el correo enviado por Trivulzio. Velasco, el duque de Osuna y unas compañías de caballos dirigidas por el capitán Fabrizio Santomago, se dirigieron a toda prisa hacia el castillo de Broich, mientras que Spínola se apresuró a volver a Ruhrort para movilizar el resto de su ejército contra Mauricio.
En Mülheim los rebeldes estaban cruzando el Ruhr. Federico Enrique y sus caballos, apoyados por diversas mangas de mosqueteros, aparecieron en ayuda de Marcellus Bax, quien estaba en retirada. Velasco, que acababa de llegar al campo de batalla, organizó dos cuerpos de caballería. Uno, bajo el mando del capitán Fabrizio Santomago, se dirigió contra el flanco izquierdo de la fuerza protestante auxiliado por la compañía de caballos de Nicolás Doria y los jinetes de Trivulzio, mientras que el otro, comandado por el capitán Mauro, cargó contra la derecha enemiga. El resultado no pudo ser más vergonzoso para los protestantes, que se deshicieron como un castillo de naipes y se dieron a la fuga mientras Mauricio contemplaba atónito desde la otra orilla lo que estaba sucediendo.
El enfado del estatúder holandés era más que comprensible ya que lo mejor de su fuerza de caballos había sido ampliamente derrotada en una sola carga de la caballería hispánica. El príncipe de Orange envió al regimiento inglés de Horacio de Vere y al escocés de Scott de Buccleuch, vadear el río y apoyar a la malograda caballería de su hermanastro y de Bax. Este movimiento dio resultado, deteniendo el avance de Santomago, que cayó muerto en el combate, pero Mauricio no sabía cuánto podía resistir la fuerza dirigida por Vere y Scott, por lo que envió de refuerzo al batallón francés del coronel de Omerville, lo que propició que se equilibrasen los combates.
Mauricio de Nassau |
Habían transcurrido casi cinco horas desde el inicio de los combates cuando apareció Spínola con varias compañías del Tercio de Íñigo de Borja y unos 2.000 infantes y dos cañones. Spínola ordenó batir los tambores con toda la intensidad posible, simulando llegar con una fuerza mucho mayor de la que llevaba; un ardid que dio resultado, pues Mauricio, temeroso de perder su ejército en un combate a campo abierto, mandó la retirada de sus fuerzas, que se replegaron en buen orden a la orilla derecha del Ruhr, no sin sufrir el hostigamiento de las fuerzas hispánicas. En esta labor de acoso y persecución a los rebeldes perdió la vida Teodoro Trivulzio, tras recibir el impacto de bala de uno de los cañones holandeses.
Las bajas holandesas ascendieron a más de medio millar, mientras que por la parte hispánica se contabilizaron entre 150 y 300 bajas. La batalla en sí no supuso ninguna ventaja estratégica más allá de desbaratar los planes del de Orange por recuperar la iniciativa y frenar el avance del Ejército de Frisia. Si bien representa una demostración de que la tan cacareada superioridad de la caballería holandesa no era tal, y que la caballería hispánica aún estaba por delante en calidad. Apenas 800 caballos y otros tantos infantes resistieron el ataque de una fuerza protestante de más de 4.000 hombres hasta la llegada del auxilio de Spínola. Esta sería la primera y única ocasión en que Spínola y Mauricio se enfrentaron en un campo de batalla.
-Bucquoy toma Wachtendonk
Las noticias de la victoria española en Mülheim infundieron ánimos en las tropas que conducía el conde de Bucquoy hacia Wachtendonk. Bucquoy había partido de Rurhrort siguiendo las órdenes de Spínola, y el 13 de octubre ya tenía su objetivo a la vista. La idea era tomar la ciudad antes de que empezaran las tan temidas lluvias del otoño, que en aquellas latitudes inundaban todo complicando así en exceso cualquier trabajo de expugnación, así como los propios movimientos de las tropas. Por tanto, no había un minuto que perder.
La ciudad de Wachtendonk estaba situada en un punto estratégico del Alto Güeldres y servía como importante nudo de comunicaciones. Al este comunicaba con los territorios alemanes, al sur con el ducado de Juliers-Berg y el arzobispado de Colonia, mientras que al norte lo hacía con el ducado de Cléveris y el obispado de Münster. Su situación, entre los ríos Mosa y Rin, le permitían una comunicación fluvial perfecta. Defensivamente hablando la ciudad era una pesadilla para cualquier ejército que quisiera tomarla. Sus muros gruesos y altos estaban rodeados por un foso y por terreno pantanoso que dificultaba cualquier aproximación. Siete poderosos baluartes con abundante artillería y una guarnición de 1.000 hombres completaban los obstáculos defensivos de los que disponía la ciudad.
La noche del día 13 los holandeses lograron meter un refuerzo de unos 500 hombres aprovechando que las fuerzas hispánicas se estaban empezando a distribuir por el perímetro de la ciudad. Bucquoy instaló su campamento general a medio kilómetro al sureste de la ciudad, lejos del alcance del fuego de artillería enemigo. Pompeo Giustiniano llegó a la posición del conde con un refuerzo de varias compañías de infantes lombardos del Tercio de Guido San Giorgio. Nada más llegar los italianos, Bucquoy se puso manos a la obra y comenzó las labores de construcción de trincheras para ir ganando terreno, de tal forma que en apenas tres días se lograron situar dos baterías artilleras.
Trabajando de noche y a un ritmo frenético se logró situar nuevas baterías donde se emplazaron hasta 18 cañones más, respondiendo de manera eficaz al intenso fuego enemigo. Mientras la artillería española batía los muros de Wachtendonk, la infantería, encabezada por el maestre Brancaccio, lograba alcanzar el foso, comenzando a cegarlo para facilitar la labor de los zapadores. La idea era poder volar uno de los baluartes de la ciudad y abrir el hueco por donde penetrar en la ciudad. Los defensores empezaban a ponerse nerviosos, al igual que Mauricio, que estaba informado de cómo transcurrían los acontecimientos.
El de Orange quiso revertir la situación y lanzó un ataque sobre la ciudad de Güeldres, a menos de un día de distancia hacia el norte de Wachtendonk. Para esa misión despachó a su hermanastro al frente de un millar de infantes y varias compañías de caballos y tres cañones. Federico Enrique se puso a ello pero la guarnición española de la ciudad, junto con la milicia local, repelieron el ataque rebelde. Los explosivos que colocaron los holandeses no fueron capaces de romper las defensas de la ciudad y además fueron sorprendidos en pleno avance en mitad de la noche, siendo cazados a placer por los arcabuceros españoles, los cuales causaron estragos en el enemigo. A la mañana siguiente, día 22 de octubre, Federico se retiró con los restos de su fuerza.
Bucquoy preparó el asalto final, encabezado por dos compañías de infantes italianos bajo el mando de Giustiniano y Brancaccio respectivamente. Tras ellos se encontraban varias unidades de infantes del Tercio de San Giorgio, mientras que el grueso del ejército quedaba en reserva por si hacían aparición las tropas de Mauricio, algo que, tras el fracaso del ataque sobre Güeldres, parecía improbable. Tras volar la mina los infantes italianos entraron en tropel, venciendo la dura resistencia opuesta por los defensores. Una vez ganada la posición, los holandeses se replegaron hacia el interior de la ciudad. Era el 28 de octubre y Bucquoy empezó a introducir artillería en la ciudad, provocando el pánico de sus habitantes quienes eran conscientes de lo que les pasaría si no se rendían.
De este modo se iniciaron las negociaciones para la rendición de la ciudad. Los algo menos de mil soldados que quedaban salieron de la ciudad con sus armas y banderas, quedando Wachtendonk en manos españolas, con gran número de provisiones y alimentos, y 13 piezas de artillería. Bucquoy reconstruyó las defensas de la ciudad y aprovechó para tomar el castillo de Krefeld, a poca distancia hacia el este. El 5 de noviembre cayó el castillo tras una fuerte resistencia de sus defensores y la amenaza de Giustiniano de volar la ciudadela del mismo. De esta forma la campaña de 1605 llegaba a su fin. España recuperaba la iniciativa perdida en los años anteriores y consolidaba su ofensiva sobre las posiciones rebeldes gracias a las dotes estratégicas y tácticas de Ambrosio de Spínola.
Sitio de Wachtendonk. Grabado de la época. |
Ambrosio de Spínola, por Ferre Clauzel |
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