El 29 de junio del año 1579 terminaba el largo asedio al que había sido sometida la ciudad holandesa de Maastricht, tras lograr el ejército realista, conducido por Alejandro Farnesio, batir sus defensas y penetrar en ella, saqueándola y poniendo en fuga a la mayor parte de la población. Maastricht seguiría en manos españolas hasta 1632, año en que las Provincias Unidas lograrían conquistarla.
Corría el año 1577 cuando Alejandro Farnesio llegó a Flandes, tras la llamada de sus tíos, Juan de Austria, y el rey de España Felipe II. La Guerra de los Ochenta Años llevaba ya casi una década y el príncipe de Parma tenía claro que había que recuperar la iniciativa perdida en los años anteriores. La muerte de Juan de Austria a comienzos de octubre de 1578 había convertido al príncipe en el nuevo gobernador de los Países Bajos. Tras una serie de hábiles maniobras políticas emprendidas por Farnesio, el 5 de enero de 1579 se firmaba la Unión de Arras, por la cual las provincias católicas del suroeste se comprometían con la causa de Felipe II, que la ratificaría en noviembre de ese año. Por su parte, las provincias rebeldes formarían unas semanas después la llamada Unión de Utrecht.
De esta forma, Alejandro se aseguró tener la retaguardia cubierta, además de un suministro razonable de tropas, por lo que, una vez preparado, se lanzó a la conquista de las ciudades de Bruselas y Amberes, o eso al menos era lo que pensaba el líder de los rebeldes holandeses, Guillermo de Orange. El príncipe de Parma tenía claro que antes de emprender la toma de estas dos importantes ciudades, era de suma importancia recuperar la ciudad de Maastricht, ya que esta ciudad constituía un magnífico puente sobre el río Mosa, un importante nudo de comunicaciones y una plataforma desde la que emprender acciones contra los rebeldes, y además de cortar los importantes socorros que los rebeldes recibían desde Alemania por dicha ciudad, por lo que en esa tarea empeñaría todos sus esfuerzos en los siguientes meses.
Antes de emprender el asedio, Farnesio tomó las plazas de Kerpen, Erkelenz, Straelen y Weert, aislando de esta forma Maastricht por el este y el norte. Tras esto, y enterado por sus espías de que las tropas de élite calvinistas, bajo el mando del mariscal francés François de La Nouë y el coronel inglés John Norris, se hallaban en la villa de Borgerhourt, dividió su ejército resuelto a plantarlas cara y derrotarlas. Así lo hizo el 2 de marzo de 1579, obteniendo una aplastante victoria sobre las fuerzas extranjeras de los rebeldes holandeses. Una vez eliminada la amenaza de ese peligroso ejército, simuló marchar desde Kerpen hacia Amberes en un movimiento de diversión, pasando a tan solo unas pocas millas de dicha ciudad, pero viró en seco y se dirigió a toda prisa contra la plaza de Maastricht, cayendo sobre ella desde el oeste.
De la Noue tardó en reaccionar, pero una vez entendida la jugada del comandante español, trató sin éxito de interceptarlo por el camino; fue un movimiento inútil ya que Farnesio había ido dejando destacamentos por el camino para evitar sorpresas. Alejandro había partido con el grueso del ejército y el día 8 de marzo estaba ya a las puertas de la ciudad, montando el cuartel general a tan solo un kilómetro y medio de Maastricht. Por su parte, el Tercio de Lope de Figueroa, junto a un regimiento de valones y cuatro compañías de caballo, llegó a la ciudad por siguiendo la margen izquierda del río Mosa. El gobernador en funciones de Maastricht era Melchior Schwarzenberger, por encontrarse François de la Nouë fuera, pero la defensa efectiva de ésta recaía sobre el sargento mayor de origen francés Sebastián Tapino, un experimentado militar y reputado ingeniero, y las fuerzas disponibles en la villa, que ascendían a más de 4.000 milicianos y unos 2.000 soldados, entre ellos un capitán español renegado de apellido Manzano, natural de una villa cercana a Ocaña, que llevaba ya cinco años al servicio de los Orange.
Antes de llegar a Maastricht, a poco más de dos kilómetros de distancia, se encontraba un castillo en el que el príncipe quería alojarse con sus hombres, negándole el acceso el castellano de allí, por lo que mandó a Lope de Figueroa y al capitán Marcos de Isaba para realizar los preparativos del asalto mientras se encargaba de traer varios cañones. Ante el posible asalto, un religioso llamado Miguel Hernández, de la compañía de Jesús, se ofreció para negociar con el castellano, prometiéndole que su persona y las de sus hombres no correrían ningún peligro. El castellano finalmente accedió y entregó el castillo a Farnesio, que le dejó en libertad y ocupó la fortaleza, alojándose en ella esa misma noche con sus más allegados y preparando la toma de Maastricht.
Para emprender semejante asedio el futuro duque de Parma contaba como fuerza principal con los tercios de veteranos españoles; el Tercio de Lombardía, bajo el mando del maestre de campo Hernando de Toledo, con algo más de 2.000 infantes, el Tercio de Sicilia, a cargo del maestre Francisco de Valdés, con un número similar de hombres, y el Tercio de Lope de Figueroa, con casi 2.700 infantes españoles. Dirigiendo las fuerzas de los soldados de las naciones alemana y valona, se encontraba el veterano coronel Cristóbal de Mondragón. La caballería hispánica estaba bajo el mando del comisario general Octavio de Gonzaga, mientras que la artillería la dirigía el conde de Berlaymont, quien llevaba 48 cañones medios y gruesos y 3 culebrinas, traídas desde Namur a través del Mosa.
Maastricht, o Mastrique, como la conocían los españoles, contaba en ese momento con una población de unas 35.000 personas, las cuales participaron activamente en la construcción de las defensas y las tareas de cuidado y avituallamiento de los defensores. Era una ciudad fuertemente amurallada y contaba con excelentes fortificaciones, incluyendo ocho revellines donde acumulaba abundante artillería. La ciudad disponía de 7 puertas de acceso, 5 de ellas en la parte occidental, la ciudad propiamente dicha. Tenía un profundo foso alimentado por las aguas del río Mosa, y estaba muy bien comunicada. El Mosa atravesaba de sur a norte la ciudad, partiéndola prácticamente por la mitad. En la margen occidental del río se encontraba la ciudad amurallada, mientras que en la parte derecha estaba el burgo, conocido como Wijck, de menor tamaño y con defensas más vetustas, conectándose ambas partes entre sí por medio de un puente de piedra de más de 150 metros.
Maastricht, o Mastrique, como la conocían los españoles, contaba en ese momento con una población de unas 35.000 personas, las cuales participaron activamente en la construcción de las defensas y las tareas de cuidado y avituallamiento de los defensores. Era una ciudad fuertemente amurallada y contaba con excelentes fortificaciones, incluyendo ocho revellines donde acumulaba abundante artillería. La ciudad disponía de 7 puertas de acceso, 5 de ellas en la parte occidental, la ciudad propiamente dicha. Tenía un profundo foso alimentado por las aguas del río Mosa, y estaba muy bien comunicada. El Mosa atravesaba de sur a norte la ciudad, partiéndola prácticamente por la mitad. En la margen occidental del río se encontraba la ciudad amurallada, mientras que en la parte derecha estaba el burgo, conocido como Wijck, de menor tamaño y con defensas más vetustas, conectándose ambas partes entre sí por medio de un puente de piedra de más de 150 metros.
Plano de la época de la ciudad de Maastricht |
Farnesio, sabedor de la dificultad de la empresa, dividió su ejército en dos; él se encargaría de la parte oeste de la ciudad, mientras que Cristóbal de Mondragón lo haría de la parte este, cerrando el cerco sobre la plaza completamente. Además, mandó construir tres puentes sobre el Mosa para que ambas fuerzas pudieran comunicarse sin problemas. Después, lo que hizo el príncipe de Parma fue enviar al capitán Pedro de Castro para exigir la rendición de la ciudad, a lo que obviamente los defensores respondieron negativamente. Lo siguiente que tenía en mente Farnesio era cortar el río, de esta manera se podía evitar que la ciudad pudiese recibir refuerzos por ahí, además de comunicarse mejor con las fuerzas de Mondragón. Los hombres del príncipe de Parma así lo hicieron, y se pusieron manos a la obra construyendo dos grandes puentes a base de barcas. También levantaron hasta seis fuertes, y lo hicieron en el increíble espacio de tan solo 48 horas. El propio Alejandro, azada en mano, se esmeró como el que más en llevar a cabo tal tarea.
Una vez establecidas las defensas españolas, tocaba comprobar la parte por donde batir las murallas de la ciudad. Para ello Alejandro contaba con Hernando de Toledo y con Pedro de Montesdoca, que habían residido en la ciudad algún tiempo. Se determinó finalmente acercarse a la Puerta de San Pedro, o de Tongres, hacia un revellín conocido como "el viejo", que estaba al cargo del Tercio de Hernando de Toledo, por lo que ordenó al general de artillería que batiera por ese sector. Para ello el conde Berlaymont empleó solo tres piezas de artillería, del todo insuficientes, a tenor de los resultados. El 20 de marzo ordenó a las compañías españolas de Sancho Ladrón, Gaspar Ortiz, y Francisco de Aguilar, que asaltasen el revellín, pero los defensores habían emplazado abundante artillería y mosquetes, y los españoles fueron rechazados tras sufrir numerosas bajas.
Por su parte, Tapino ordenó coger a 20 prisioneros españoles, atarles una piedra al cuello, y arrojarles al foso desde la muralla, lo que desató la furia de las tropas atacantes, principalmente de los españoles. El sargento mayor buscaba arrastrar al combate a todos y cada uno de los habitantes de la ciudad, sabedores de que los españoles, tras este atroz crimen, buscarían venganza en cuanto entrasen en Maastricht. Farnesio estaba francamente disgustado con Berlaymont, por haber incumplido la orden de emplazar ocho cañones, y le atribuía el fracaso del asalto. El general español dio orden a Hernando de Toledo de preparar muchas minas y hornillos por la parte de San Pedro, mientras que el Tercio de Valdés lo haría por la Puerta de Bruselas ayudados por los regimientos alemanes de Fugger y Frundsberg, y por los valones del conde de Reulx, y el de Lope de Figueroa, y los regimientos del conde de Altemps y del conde de Mansfeld se encargarían de la Puerta de San Antón.
El 26 de marzo los hombres de Figueroa tenían preparadas las minas y hornillos, mientras que dos culebrinas y doce cañones se habían instalado para completar la tarea. Pero cuando llegó el momento de la explosión, los efectos no fueron los deseados debido a lo blando del terreno. En el sector ocupado por los hombres del Tercio de Valdés, las minas ya estaban lista cuando el propio maestre descubrió una contramina. Los defensores lograron soltar unas cubetas de agua hirviendo que abrasó los pies de muchos soldados, que no tuvieron más remedio que abandonar la posición. Farnesio acudió al lugar y, viendo cómo huían los soldados españoles, les espetó que "esperaba de su valor y ánimos invencibles que había de poder más con las armas en las manos que los rebeldes con sus ingenios". Estas palabras enardecieron a los soldados, y al día siguiente, escogidos infantes de las compañías de Alonso de Perea, Gaspar Ortiz y Juan Núñez de Palencia, asaltaron las posiciones perdidas y recuperaron las minas.
En venganza, los defensores realizaron una salida de 600 infantes y casi 100 caballos, dirigidas en persona por el propio Tapino por la zona situada entre las puertas de Bruselas y de San Antón. En esta acción, que cogió completamente desprevenidos a los españoles, los defensores lograron destruir varias posiciones defensivas de los sitiadores, algunas trincheras, y matar a 35 soldados españoles. Solo la valerosa intervención del capitán español Pedro de Guzmán, junto a doce de sus hombres, evitó más bajas, entre las que se incluyó la del propio capitán. El príncipe de Parma, que se encontraba en la parte este del asedio, departiendo con Mondragón, llegó a las posiciones asaltadas y se encontró con que los maestres de campo no estaban con sus hombres, sino comiendo en el campamente de Octavio Gonzaga, lo que le disgustó sobremanera. Cuando llegó Valdés, Farnesio le recriminó no estar en su puesto, espetando el veterano maestre que el rey no lo había mandado allí a pelear, sino a dar su consejo. Farnesio montó en cólera y le despidió, advirtiéndole de que sus canas y sus muchos servicios le habían salvado de un castigo ejemplar.
En las salidas que realizaban los defensores trataban de capturar prisioneros, que luego eran arrojados al foso de la ciudad. En una de ella los defensores lograron acabar con casi 200 españoles, incluyendo al capitán Caravantes, del Tercio de Lope de Figueroa, y al cual le habían entregado el mando de la compañía apenas dos semanas antes. Día y noche los cañones del conde de Berlaymont trataban de batir las murallas de la ciudad, mientras que un larguísimo túnel, lejos del alcance de la artillería enemiga y tan profundo que pasaba por debajo del foso de la ciudad, era construido con ahínco por los españoles. Los defensores, por su parte, trataron por todos los medios de evitar que los hombres de Farnesio completasen sus trabajos mediante el uso de humo, de agua hirviendo, así como de contraminas. Los trabajos de trincheras estaban muy avanzados, sobre todo por la parte de San Antón, encomendada a los hombres de Figueroa, y que era por donde pensaba Alejandro que habría de lanzar el asalto.
El 7 de abril Farnesio convocó a consejo a todos sus maestres de campo y coroneles indicándoles que tuviesen a todos sus hombres listos para lanzar un asalto general al día siguiente, declarando la vergüenza que le producía llevar un mes con el asedio y no haber podido rendir Maastricht aún. Así que el día 8 concentró sus fuerzas en el punto de San Antón, ordenando a los suyos que rellenaran en esa parte el foso con fajina, y a Mondragón que disparase con su artillería y mosquetes contra las posiciones rebeldes para distraerles. Una vez terminadas las obras, justo debajo de la parte de la muralla más castigada, se rellenó de explosivos y se emplazaron 20 piezas de artillería para batir esa parte de la muralla. El de Parma, tras más de dos horas de bombardeo, juzgó que ya estaban bien batidas y que era el momento de lanzar el asalto.
Una vez abierta brecha en los muros de Maastricht, el conde Guido San Giorgio y el propio Francisco de Valdés acudieron al foso para comprobar si éste estaba completamente cegado. Así, tras rezar y encomendarse a Santiago, los tambores y pífanos tocaron y las compañías españoles empezaron el asalto, destacando el capitán Sancho Martínez de Leiva junto con sus hombres, la mayoría particulares y escogidos. Los defensores les arrojaron todo cuanto tenían. Especial daño causaban las guirnaldas de fuego, lanzadas desde un torreón próximo, así que, viendo la carnicería en que se había convertido el asalto, Farnesio ordenó retirarse a las posiciones defensivas para cubrirse del fuego que provenía de la ciudad. La mala fortuna de los españoles no terminó ahí, sino que un barril de pólvora debió ser alcanzado por fuego enemigo y estalló cerca de las baterías, causando bastantes muertes.
Una vez abierta brecha en los muros de Maastricht, el conde Guido San Giorgio y el propio Francisco de Valdés acudieron al foso para comprobar si éste estaba completamente cegado. Así, tras rezar y encomendarse a Santiago, los tambores y pífanos tocaron y las compañías españoles empezaron el asalto, destacando el capitán Sancho Martínez de Leiva junto con sus hombres, la mayoría particulares y escogidos. Los defensores les arrojaron todo cuanto tenían. Especial daño causaban las guirnaldas de fuego, lanzadas desde un torreón próximo, así que, viendo la carnicería en que se había convertido el asalto, Farnesio ordenó retirarse a las posiciones defensivas para cubrirse del fuego que provenía de la ciudad. La mala fortuna de los españoles no terminó ahí, sino que un barril de pólvora debió ser alcanzado por fuego enemigo y estalló cerca de las baterías, causando bastantes muertes.
Asedio de Maastricht |
Entre los muertos españoles de ese día, que ascendían a unos 700, se encontraba el alférez García Hurtado de Mendoza, de la compañía de Sancho Martínez de Leiva. También hubo un gran número de muertos entre los hombres de otras naciones, destacando el italiano conde San Giorgio, el marqués de Malaespina, así como estrechos colaboradores pertenecientes a la Casa del príncipe de Parma, incluyendo a Fabio Farnesio, su primo. Especialmente destacadas fueron las actuaciones de los capitanes Agustín Mejía, hermano del marqués de la Guardia, del capitán de arcabuces del tercio de Valdés Agustín de Zúñiga, o del capitán Alonso del Castillo. El golpe había sido desolador, pero no por ello Alejandro iba a tirar la toalla y renunciar a aquella magna empresa, por lo que volvió a reunirse con los maestres de campo y coroneles, y con los oficiales, infundiéndoles ánimos y mostrándoles su apoyo en la lucha.
Pero por muchos ánimos que infundiera el príncipe de Parma, lo cierto es que el ejército estaba falto de hombres, víveres y municiones, también, como no, de dineros. Y lo peor de todo es que no se podían esperar refuerzos, por lo que en un consejo celebrado en los siguientes días, Farnesio pidió a sus oficiales que hablasen libremente, y algunos de ellos se decantaron por levantar el sitio. Pero el general español no estaba por la labor, ya que sería una pérdida de reputación enorme, y dejaría en serio peligro la posición de los realistas. De esta forma rehízo su estrategia Alejandro. Si bien no disponían de suficiente munición y pólvora, se preveía que llegasen en los siguientes días, pero no se iba a quedar de brazos cruzados esperando, por lo que, en un brillante golpe de ingenio, ordenó levantar una muralla alrededor de la propia ciudad de nueve metros de altura. Muchos en el consejo no compartían la visión del futuro duque, pero Gabrio Cervellón y el sargento mayor Pedro de Paz se mostraron entusiasmados con la propuesta.
Dicho y hecho. El propio Farnesio se puso al frente de los trabajos, dando ejemplo a sus hombres, que se esmeraron en acometer la obra en el menor tiempo posible. Desde este muro de arena se podían colocar cañones y batir los traveses de los defensores y hostigar las labores de reparación de los muros. Además, se podría echar arena y fajina en los foso, de tal manera que se pudieran las tropas arrimar lo más posible a la muralla. Se construyeron nada menos que 16 baluartes desde los que poder dar cobertura a las tropas que realizaban las labores de zapa, y se cerró por completo el cerco sobre la ciudad, no pudiendo Maastricht recibir los refuerzos que Guillermo de Orange mandaba para su resistencia. Para completar la imponente obra de ingeniería se construyó una especie de fortaleza de casi 40 metros de altura frente a la Puerta de Bruselas, el punto de la ciudad desde el que más daño causaban los enemigos. En ese punto se iba a emplazar la mayor parte de la artillería. Todo esto llevó más de dos meses, pero la obra, junto a los túneles que complementariamente se construyeron, dio sus frutos.
Una vez enseñoreados de la muralla, Farnesio ordenó a la compañía del capitán Gaspar Ortiz asaltar uno de los torreones que estaba en la Puerta de San Antón, algo que lograron no sin graves pérdidas, ya que los defensores habían concentrado en esa parte gran cantidad de mosquetes. Una vez tomado, los españoles construyeron una especie de andamios, desde los que podían contemplar el interior de la ciudad, y sobre los que destacaron varios mosqueteros que causaban estragos entre los defensores y los habitantes de Maastricht. Por otra parte, se habían completado ya dos minas que iban a ser estalladas al día siguiente, cuando los defensores las hallaron y las explotaron, volando por los aires todo, incluyendo a los atacantes que se hallaban en ese momento descansando, muriendo todos, incluido el capitán Ortiz, excepto el capitán Alonso Álvarez, que terminó con dos costillas rotas.
Tras estos acontecimientos se hizo cargo del torreón y los mosqueteros que había en él el capitán Juan Núñez de Palencia, pero poco duró en el puesto, dado que un arcabuzazo enemigo le alcanzó y le mató. El disparo provenía de una posición que los defensores habían establecido a la derecha del torreón, desde donde podían disparar a placer sobre los mosquetes españoles, por lo que Farnesio ordenó al capitán Amador de la Abadía tomar ese puesto acompañados de diez piqueros y diez arcabuceros. En los combates que siguieron en los días siguientes sobre la muralla y las trincheras levantadas por el ejército realista, un certero disparo de arcabuz de los defensores alcanzó en el pecho al conde Berlaymont, que murió en el acto, causando un hondo pesar entre los atacantes, que perdían a un destacado general de artillería y un más que competente militar.
El 15 de junio el príncipe de Parma ordenó llevar 14 cañones gruesos a lo alto del muro de tierra, por un camino hecho a mano para la ocasión. Desde esta nueva batería se tiraría contra la media luna de la ciudad. A pesar de que los cañones eran de 40 libras, no se consiguió el efecto deseado, dado la resistencia de la construcción. El 24 de junio, día de San Juan, el príncipe ordenó un asalto por los cuernos de la media luna, a donde habían llegado los españoles con los trabajos de zapa. El asalto corrió a cargo de siete compañías de infantería española, destacando el papel de los hombres del capitán Agustín de Herrera pero los defensores aguantaron estoicamente. No obstante, se supo que Tapino andaba herido y necesitaba ser trasladado en silla de un lugar a otro. También sabían los atacantes que la ciudad estaba en una situación crítica, el hambre, la enfermedad, y el fuego de mosquete y artillería desde el torreón habían causado muchas bajas entre quienes la defendía.
Pero también alcanzó la desgracia al propio Alejandro, que esa noche tuvo que ser llevado a la cama debido a las fiebres. El cronista Alonso Vázquez se refiere a ello como "muy grande y pestífera calentura", que tuvo al príncipe postrado en la cama varios días, a pesar de los esfuerzos por levantarse y seguir dirigiendo el asedio. Pero a pesar de su delicado estado de salud, siguió dando órdenes postrado a sus hombres, a los que apremiaba a lanzar un asalto general lo antes posible. El día 27 los médicos temieron por la vida de Farnesio y no le permitieron recibir a nadie en su campamento. El 28 celebró consejo para informar a sus hombres de la gravedad de su estado, no confiando en sobrevivir a ese trance, por lo que les pidió que para el día 29, festividad de San Pedro y San Pablo, lanzasen un asalto general, ordenando que se dejase durante la noche a toda la gente preparada para ejecutarlo con las primeras luces de la mañana.
Esa misma noche del 28 al 29 de junio, varios infantes españoles lograron entrar en la ciudad, pero fueron expulsados por los defensores tras matar a Adolfo Vaz, capitán de una compañía de infantería alemana. Pero poco después, y aún con la oscuridad, un soldado llamado Alonso García Ramón, de la compañía de Alonso de Perea, descubrió una brecha en la muralla por la que se coló y pudo observar un pequeño grupo de soldados franceses durmiendo plácidamente. Así que corrió de vuelta a las posiciones españoles y dio parte de lo visto a su capitán, el cual informó a sus superiores de todo lo acontecido. Sin duda, esta era la ocasión, y el príncipe de Parma no iba a desaprovecharla. Estando los hombres perfectamente dispuestos en sus posiciones, el capitán Alonso de Perea no quiso esperar por más tiempo y comenzó a grandes voces a tocar al arma.
Asedio de Maastricht |
En ese momento los españoles se lanzaron en tromba al interior de la ciudad al grito de "¡cierra España, Santiago!". Movidos por el deseo de venganza y la esperanza de encontrar un buen botín, tras tan largos y penosos padecimientos, los ánimos de los infantes estaban muy exaltados. Los defensores, a pesar de pelear bien, no fueron capaces de contrarrestar esta vez el violento ataque de los españoles, al que siguió, por el lado este, el de Wijck, el de los alemanes y valones del coronel Mondragón. Sebastián Tapino trató de escapar con algunos de sus hombres cruzando el puente que unía Maastricht con Wijck, pero era tal la avalancha de gente que trataba de cruzarlo, que muchos caían al Mosa y se ahogaban, más aún cuando los defensores de la parte este levantaron el puente levadizo. Pero Tapino logró cruzar y trató de hacerse fuerte en esa parte, pero la entrada por las murallas de los hombres de Mansfeld y Octavio Gonzaga, le hizo intentar negociar con el príncipe.
Tapino fue hecho prisionero, aunque moriría meses después en el castillo de Limburgo a pesar de los cuidados de las heridas hechas en Maastricht. El gobernador Schwarzenberg murió durante el asalto, algunas versiones dicen que intentando escapar, aunque su mujer afirmó a los españoles que pereció combatiendo en la muralla pica en mano. Sea como fuera, en esta ocasión la furia española fue terrible. Alejandro Farnesio, informado de la toma de la ciudad por el capitán Pedro de Castro, y consciente de lo mal que lo habían pasado sus tropas, dejó que durante dos días sus hombres saquearan la ciudad a su antojo y se curaran de las penalidades sufridas durante el largo asedio. Mondragón también permitió a sus hombres explayarse, debiendo de intervenir junto a Juan Bautista de Tassis y a Gaspar de Robles, barón de Billy, en un conato de pelea producido entre los soldados valones y alemanes a cuenta del reparto del botín.
Alrededor de 1.500 españoles murieron en aquel terrible asedio. Nada menos que 23 capitanes y 3 sargentos mayores españoles se dejaron la vida en los muros de Maastricht, además de numerosos alféreces, sargentos y cabos, lo que da una idea de la crudeza de los combates, y de que el peso de éstos fue llevado claramente por la nación española, auténtico nervio de los ejércitos de la Monarquía. Por la parte del resto de naciones al servicio del Ejército Real se perdieron unos 800 hombres, incluyendo 22 capitanes y diversos oficiales de rango inferior. Es fácil de imaginar la crudeza de los combates y lo duro que hubo de ser el asedio de aquella ciudad. En cuanto a los defensores, las bajas fueron terribles; se contaron más de 10.000 muertos, incluyendo los 2.000 soldados de la guarnición que cayeron durante los meses de asedio. Se tomaron de igual forma cientos de prisioneros con los que los españoles esperaban obtener un cuantioso rescate. El renegado capitán español al servicio de los rebeldes fue pasado por las picas cuando se le encontró oculto en una casa.
Con esta victoria Alejandro Farnesio se ganó la fama no solo de valiente militar y soberbio general, sino también de brillante ingeniero. Su talento natural para la guerra se iría acrecentando en los años posteriores, con incontables y sobresalientes victorias, reconquistando los territorios perdidos tras las revueltas protestantes. Farnesio comenzó a recuperarse cuando los médicos lograron extraer el pus de una bulto negro que le había salido en la espalda. El 28 de julio, casi un mes después, ocho hombres del Tercio de Hernando de Toledo le trasladaron en silla para pasar revista al ejército, que había formado para la ocasión a las puertas de la ciudad. Y fue visitando los cuarteles de todas las naciones que habían participado en la conquista de la ciudad y saludando y dando la enhorabuena a todos por tal hazaña. La toma de la ciudad de Maastricht fue un duro golpe para la Unión de Utrecht, que vería cómo los católicos de muchas de sus provincias se rebelaban contra ellos volviendo a la obediencia del rey español Felipe II.
Con esta victoria Alejandro Farnesio se ganó la fama no solo de valiente militar y soberbio general, sino también de brillante ingeniero. Su talento natural para la guerra se iría acrecentando en los años posteriores, con incontables y sobresalientes victorias, reconquistando los territorios perdidos tras las revueltas protestantes. Farnesio comenzó a recuperarse cuando los médicos lograron extraer el pus de una bulto negro que le había salido en la espalda. El 28 de julio, casi un mes después, ocho hombres del Tercio de Hernando de Toledo le trasladaron en silla para pasar revista al ejército, que había formado para la ocasión a las puertas de la ciudad. Y fue visitando los cuarteles de todas las naciones que habían participado en la conquista de la ciudad y saludando y dando la enhorabuena a todos por tal hazaña. La toma de la ciudad de Maastricht fue un duro golpe para la Unión de Utrecht, que vería cómo los católicos de muchas de sus provincias se rebelaban contra ellos volviendo a la obediencia del rey español Felipe II.
Bibliografía:
-Los Sucesos de Flandes y Francia en tiempo de Alejandro Farnesio (Alonso Vázquez)
-Primera y Segunda década de la Guerra de Flandes (Famiano Strada)
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