El 15 de abril de 1617 una pequeña flota española bajo el mando de Juan Ronquillo del Castillo derrotaba en las aguas de Playa Honda, en la isla filipina de Luzón, a la escuadra holandesa del almirante Joris van Spielbergen.
A pesar de la Tregua de los Doce Años la marina holandesa seguía con los ojos puestos en el comercio marítimo español y, bien mediante acciones de piratería, bien mediante enfrentamientos abiertos, Holanda seguía en guerra de facto con España en el mar. La Compañía Holandesa de las Indias Orientales mandó en agosto de 1614 una nueva flota al mando del almirante Joris van Spielbergen que, recorriendo la antigua ruta de Magallanes y Elcano, debía plantarse en el Pacífico y amenazar los convoyes españoles.
La escuadra de Spielbergen realizó diversas correrías a lo largo de 1615, tras doblar el estrecho y salir al Pacífico. Apresó varios buques menores y asaltó pequeñas poblaciones en la costa chilena antes de derrotar en un desigual combate a una pequeña fuerza española, bajo el mando de Rodrigo de Mendoza, que había salido a hacerle frente en el Cañete, en las costas de Perú. Más tarde, tras recuperarse de los daños causados por los españoles, Spielbergen puso rumbo al puerto del Callao, donde fue rechazado por una improvisada defensa española, siguiendo su periplo de saqueo por las aisladas poblaciones de la costa hasta llegar a Acapulco. De allí, y tras lograr un pequeño rescate de la ciudad, se dirigió a las Filipinas.
Tras recalar en las Marianas, también llamada en su época Isla de los Ladrones, arribaron a las colonias holandesas de la zona. La flota de Spielbergen aumentó y recibió más hombres y provisiones, con los que se planeó el asalto a Manila. En septiembre de 1616 los holandeses trataron de asaltar la villa de Arévalo de Ilo Ilo, en la isla filipina de Panay, con 10 buques. Lo que parecía una presa fácil, pues el gobernador Diego de Quiñones apenas contaba con 60 españoles, se acabó convirtiendo en un rotundo fracaso holandés. Quiñones contó con la inestimable ayuda de los indígenas de la zona y de 7 cañones que, correctamente emplazados, causaron serios daños a los buques holandeses los cuales tuvieron que retirarse.
Laurens Reael, gobernador de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, envió refuerzos a su almirante, que había fondeado en marzo sus buques en las tranquilas aguas de Playa Honda, junto al islote de Capones, desde donde esperaban lanzar el ataque con el que se hicieran con el control de la ansiada ciudad de Manila. Pero los españoles descubrieron al enemigo a primeros de abril de 1617. El gobernador interino Jerónimo de Silva, aconsejado por Andrés de Alcázar, encargado de asuntos militares, dieron la orden a su flota de zarpar a su flota desde Cavite, donde tenía su base, para hacerles frente y eliminar definitivamente la amenaza. 7 galeones, 3 galeras y un patache partieron a toda prisa a encontrarse con el enemigo. El día 12 de abril las galeras españolas habían puesto en fuga con sus cañones a unas naos musulmanas de la isla de Mindanao que tenían previsto reforzar la flota holandesa. Al fin, el 13 de abril, los españoles encontraron a los buques de Spielbergen.
La flota holandesa estaba compuesta por 10 buques: el Zon, donde iba embarcado Spielbergen, galeón de 700 toneladas, 47 cañones y 144 hombres. El Luna Nueva, y el Sol Viejo, ambos buques de 600 tonelada, 32 cañones y 75 hombres. El León Rojo, otro buque de 600 toneladas y 36 piezas de artillería, el Luna Vieja, de 590 toneladas, 35 cañones y 90 soldados. El Fresne y el Angel, de 500 toneladas y 24 cañones cada uno, el Danolays y el Berver, de 400 toneladas y 32 cañones los dos, y por último el Donart, un buque de transporte de tropas de 700 toneladas. Algunas fuentes españolas hablan de 14 buques, aunque en la relación de la batalla solo aparecen estos. Siendo el número de buques de ambas flotas igual, los holandeses contaban con superior tonelaje, mayor número de artillería y mayor calibre de ésta, pues casi todas sus piezas eran de 18 libras.
Para oponerse a la flota de Spielbergen los españoles dispusieron de la escuadra de Filipinas, bajo el mando del capitán general de la armada, Juan Ronquillo. Abulense de nacimiento, había acompañado a América a su tío, Gonzalo Ronquillo de Peñalosa, que llegó a ser alguacil de la ciudad de México. Desde allí partió a Filipinas en una gran expedición sobre 1580. Su tío fue nombrado capitán general de Filipinas, por lo que Juan le acompañó como hombre de confianza en todas las expediciones y luchas contra nativos y corsarios de todo tipo. Se ganó fama de militar audaz y valiente, llegó a ser maestre de campo y fue gobernador de varias poblaciones levantadas por los españoles en Filipinas.
La escuadra de Ronquillo contaba con el galeón San Salvador, nave capitana de 46 cañones y con 250 soldados a bordo. El San Marcos, nave almiranta bajo el mando del almirante Juan de la Vega, de 42 cañones y 164 hombres. También estaba el galeón San Juan Bautista, bajo el mando de Pedro de Heredia, con 32 cañones y 146 soldados, el San Miguel, de Rodrigo de Aguillestegui, con 31 cañones y 138 soldados, el San Felipe, con 27 cañones y bajo el mando de Juan Sebastián de Madrid, el Nuestra Señora de Guadalupe, con 24 cañones y 146 soldados bajo el mando del capitán Juan Bautista Molina, y el San Lorenzo, con 22 cañones y 44 soldados capitaneados por Juan de Acevedo. La fuerza de galeras, bajo el mando de Alonso Enríquez, iba aparte, con la San Antonio, la Caridad y la Victoria, a las que se sumaba un patache portugués capitaneado por Andrés Coello.
El día 14, a unas cuatro millas náuticas a barlovento de la flota de Ronquillo, los holandeses empezaron a disparar sus cañones. Contaban éstos con superioridad artillera pero los españoles se desempeñaron bien, situándose el San Salvador en vanguardia de la flota y, una vez a distancia de fuego, sus 23 cañones de la banda derecha abrieron fuego, causando daños de diversa consideración a 6 buques holandeses antes de que llegasen el San Felipe y la Guadalupe para intentar abordar a los buques enemigos, pero la mayor potencia de fuego de las naves de Spielbergen, así como su mayor calibre, mantuvo a raya a los de Ronquillo.
Al día siguiente la cosa cambió al conseguir los españoles contar con el barlovento. Las flotas se dispusieron en línea y Ronquillo situó su capitana escoltada por las galeras y al San Lorenzo, su buque más pequeño, en retaguardia para evitar ser envuelto por el enemigo. Las hostilidades las rompió el Nuestra Señora de Guadalupe lanzándose a abordar el buque holandés más cercano. Le siguieron el San Salvador, buque capitán de Ronquillo, y el San Lorenzo, que abordaron al Zon de Spielbergen, mientras que el San Miguel y el San Juan Bautista atacan al Luna Nueva holandés por su banda derecha.
En ese momento el San Lorenzo lanzó una salva que impactó en la línea de flotación de la capitana holandesa y empezó a hacer agua. El abordaje que siguió después fue terrible. Los españoles no dieron cuartel al enemigo, pasándolo a cuchillo con furia desmedida. El buque del capitán Juan Bautista Molina debió desengancharse del buque holandés ya que otra nave enemiga se le aproximó peligrosamente, mientras que el San Miguel de Aguillestegui lograba incendiar un buque enemigo que intentaba auxiliar al Luna Nueva, nave almiranta, y a otro buque que intentó sin éxito abordarlo.
La situación holandesa era preocupante, su almirante estaba a punto de rendirse y ya habían perdido 2 buques. Por su parte el San Felipe había abordado al Luna Vieja y los soldados españoles avanzaban sobre la cubierta enemiga encontrándose con una gran resistencia. Un mosquetazo perdido acabó matando al capitán Sebastián de Madrid, creando momentos de confusión entre los asaltantes que fueron aprovechados por los holandeses para soltarse y emprender la huida. Poco antes el Zon fue cañoneado con precisión por el San Salvador logrando hundirle en apenas minutos. Spielbergen y 8 de sus oficiales lograron ponerse a salvo saltando por la borda y siendo recogidos por el Luna Vieja en su retirada.
Por su parte el San Marcos, nave almiranta española, no intervino en los abordajes, limitándose a disparar desde la distancia, lo mismo que hicieron algunos capitanes holandeses. En un determinado momento el galeón capitaneado por Juan de la Vega se topó con dos buques enemigos y, temiendo ser abordado, emprendió una vergonzosa huida que le hizo encallar en la isla de Ilocos. De la Vega ordenó quemar el buque para que no pudiera ser capturado por los holandeses, pero lo cierto es que estos ni querían combatir ni mucho menos tenían intención de remolcar el buque español para hacerse con él.
Con la almiranta holandesa hundida, y habiendo perdido el enemigo ya 3 buques, los combates se siguieron sucediendo hasta la llegada de la noche, momento que los holandeses aprovecharon para retirarse amparados en la oscuridad reinante. Al amanecer del día 16 no quedaba ningún barco enemigo a la vista. Era el momento de hacer balance. Las bajas españolas ascendieron unos 60 entre muertos y heridos, y la pérdida del San Marcos, incendiado por su tripulación. Su capitán acabó en presidio por su deshonrosa conducta. Los holandeses hubieron de lamentar más de 400 muertos y un número similar de heridos, además de la pérdida de 3 de sus mejores buques.
Batalla de Cabo Lizzard entre galeones españoles y holandeses. Museo Marítimo de Londres. |
Retrato de Joris van Spielbergen |
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