Las Guardas de Castilla se constituyeron como el primer cuerpo militar profesional y permanente en España, ideadas como una tropa de élite que debía proteger el reino de las amenazas internas y externas, a semejanza de los hombres de armas o gendarmes de Francia.
La Guerra de Granada supuso un punto de inflexión en las tácticas militares españolas. La renovación bélica que se va a producir en las siguientes décadas es de una crucial importancia en la propia historia de España y Europa; desde los Reyes Católicos al emperador Carlos V, su nieto, se va a avanzar a un ritmo imparable pasando de la Santa Hermandad a los afamados Tercios, que se convertirían en la más eficiente máquina militar durante siglo y medio hasta su declive a partir de la segunda mitad del siglo XVII.
De esta forma a finales del siglo XV tendremos en España un conjunto de fuerzas militares de distinta procedencia y utilidad, formado por las Guardas de Castilla, la Santa Hermandad, la caballería de vasallos y las distintas fuerzas aportadas por los nobles y por los concejos, así como una fuerza dedicada exclusivamente al manejo de la artillería. De todas ellas, solo las Guardas tenían un carácter permanente y, lo que es más importante, estaban formadas por auténticos profesionales de la guerra, no obstante las integraban los llamados hombres de armas, y dependían únicamente de la autoridad real.
-Orígenes del primer cuerpo profesional y permanente. Las Guardas de Castilla.
La historiografía tradicional ha situado el origen de las Guardas al poco de terminar la Guerra de Granada, en el año 1493. Pero el historiador vallisoletano Miguel Ángel Ladero Quesada expone que "el núcleo de las tropas reales permanentes fueron las capitanías de las Guardas Reales, cuyo núcleo no era muy lejano en tiempos de los Reyes Católicos, ya que todavía en 1406, cuando murió Enrique III, no eran más de tres capitanías de cien lanzas cada una, pero en 1420 la cifra se elevaba a 1.000 lanzas". De este modo ya a comienzos del siglo XV en Castilla existía una fuerza de carácter permanente que respondía al nombre de Guardas Reales.
El autor continua en su exposición recalcando que "durante la guerra de 1475 a 1479, se acentuó la profesionalización y permanencia de aquellas tropas, al mismo tiempo que se renovaban sus mandos y efectivos porque, evidentemente, las 900 lanzas de las capitanías y los veinte millones de gasto anual que causaban en 1481 no pudieron surgir de la noche a la mañana...". Esto nos indica que tras finalizar la Guerra de Sucesión Castellana, existía una fuerza permanente y profesional con un coste bastante abultado. Por lo tanto, podemos suponer que, si bien no con el mismo nombre, las Guardas de Castilla se remontan a comienzos del siglo XV y no a finales del mismo, como se ha venido aceptando comúnmente, fundamentalmente a través de la famosa obra del conde de Clonard "Historia orgánica de las armas de infantería y caballería españolas".
Y es que Clonard, y posteriormente René Quatrefages, se basa en un decreto fechado a 2 de mayo del año 1493 en el que se alude a la creación, por parte de los Reyes Católicos, de un "nuevo" cuerpo militar cuyo nombre sería el de Guardas de Castilla, y cuya composición se establecía en 25 capitanías de 100 hombres cada una. De esta manera las Guardas de Castilla sustituirían a las fuerzas de la Santa Hermandad y a las ya vistas Guardas Reales, como fuerza de choque profesional y de carácter permanente en España. Este documento se ha considerado como válido ya que la instrucción de 1494, compuesta de 12 artículos referentes a la organización y sueldos de dicha fuerza, y que a diferencia de la primera, sí se encuentra disponible en el Archivo General de Simancas, parece la natural continuación legislativa al famoso decreto al que alude Clonard.
En esta instrucción de 1494 se especifica cómo deben ser los hombres que integren estas unidades, el equipamiento que deben de llevar, o cómo se produce su recluta. En primer lugar se nombraba a los capitanes, con un sueldo estimado de 300.000 maravedíes. Con esta cantidad debía el capitán pagar un teniente, que debía tener el visto bueno real, y mantener un pequeño cuerpo de guardia. Para poder ingresar en esta fuerza debía ser aceptado por el capitán, poseer su propio caballo, de gran tamaño y completamente equipado y armado y, como es lógico, debía fijar su residencia allá donde se asentaba la capitanía. El sueldo de un guarda era de 25.000 maravadíes. Además cada capitanía debía tener un alférez, con un sueldo de entre 28 y 30.000 maravedíes, así como dos cornetas.
Como indican Enrique Martínez Ruiz y Magdalena de Pazzis en su obra "Las Guardas de Castilla", el ochenta por ciento de los efectivos que componían cada capitanía eran hombres de armas. Debían disponer de dos caballos completamente equipados, así como poseer armadura completa y lanza de arandela. También iban equipados con espadas, fundamentalmente largas, dagas, en forma de rodela o de oreja, y en muchas ocasiones portaban armas contundentes como las hachas o las mazas, incluso más adelante portarían una pistola de silla. Las lanzas no se suprimirían hasta las ordenanzas de 1633, cuando fueron reemplazadas por pistolas tercerolas. Además, durante la última parte del reinado de Felipe II y el inicio del de Felipe III, en las Guardas hubo una fuerza de arcabuceros a caballo, equipados con coraza, casco ligero del tipo borgoñota, daga y a veces espada, arcabuz más corto que el de los arcabuceros a pie, y también pistolas
El veinte por ciento restante lo constituían lanzas jinetas, caballería ligera, que montaban armaduras menos pesadas formadas solo por casco, peto y en algunas ocasiones con protección en las extremidades inferiores, mientras que como armamento solían portar ballestas, espadas y dagas o puñales. Esta proporción cambiaría notablemente en apenas una década, ya que, como indica Quatrefages, a comienzos del siglo XVI las Guardas de Castilla se componían de 10 capitanías de hombres de armas por 26 de lanzas jinetas. El predominio de la caballería pesada había desaparecido en apenas una década, dando paso al de los caballos ligeros.
Esto sin duda debió deberse a las enseñanzas que los españoles extrajeron de las Guerras Italianas, fundamentalmente de lo aprendido en la Guerra de Nápoles, donde en batallas como Ceriñola, o Garellano, se vio claramente que la movilidad y la velocidad eran factores cruciales, así como la primacía de la infantería sobre las fuerzas de caballos, por lo que es lógico que se reformaran las Guardas para hacerlas más móviles y poder ser usadas como caballería ligera. De hecho diversas compañías se desplazaron a Italia bajo las órdenes del Gran Capitán. Fueron las de Luis de Acuña, Martín de Alarcón, Álvaro de Luna, Rodrigo de Mendoza, y Bernardo y Antonio del Águila. 600 lanzas de las Guardas, y también de la Hermandad, se unieron a los 5.000 infantes que desembarcaron en Italia para frenar la amenaza francesa.
Escopetero y hombre de armas de las Guardas de Castilla |
Una ordenanza fundamental en el desarrollo de los ejércitos que habrían de formarse en España es la dictada el 18 de enero de 1496 en Tortosa, que va a sentar las bases de la organización militar española y que regulará la movilización de tropas, independientemente del escenario al que hubieran de ser enviadas. Además, en febrero de ese mismo año, y como continuidad a esa ordenanza, se creaba una reserva de fuerzas de aproximadamente 100.000 hombres, algo difícilmente alcanzable en esa época, pero que evidenciaba la importancia que los Reyes Católicos otorgaban a poseer no solo un ejército profesional y permanente, sino una reserva capaz y entrenada.
El Cronista Mayor del Reino de Aragón, Jerónimo Zurita, indica que en la primavera de 1497 se dictó una ordenanza para la gente de guerra en España que va a resultar crucial y que, para muchos, va a constituir en germen de los Tercios. De esta forma exponía que "repartiéronse los peones en tres partes. El uno, tercio con lanzas, como los alemanes las traían, que llamaron picas; y el otro tenía el nombre de antiguos escudados; y el otro, de ballesteros y espingarderos". En esta ordenanza es fundamental destacar la introducción de la pica como arma contra la caballería y el uso masivo de ballestas y espingardas. Vemos en esto como los ejércitos españoles van a especializarse y las distintas unidas van a asumir unos roles bien diferenciados en el campo de batalla. La profesionalización de las armas españolas se hace patente.
Esto se va a consolidar con las ordenanzas del 26 de septiembre de 1503, donde los Reyes Católicos pretendían regular de manera escrupulosa el funcionamiento y organización de las fuerzas militares españolas en general y las Guardas de Castilla en particular. Un total de 61 artículos donde se regula desde el número de miembros, pasando por las armas, el equipamiento, el código moral y, por supuesto, la remuneración. Además los monarcas se convierten ya en la máxima autoridad del ejército, acabando con la autonomía que, en la práctica seguirán conservando las distintas fuerzas. Esta autoridad se ejercerá a través del Consejo de Guerra.
Al Consejo de Guerra le correspondía el control del funcionamiento de las Guardas de Castilla, cuyos miembros debían hacer un juramento de fidelidad al rey delante del secretario del Consejo y del contador de los sueldos. Esto demuestra el carácter exclusivo y profesional que se querían conseguir con las Guardas, cumpliendo un riguroso espíritu militar, una conducta intachable, no solo en su dedicación a las Guardas de Castilla, sino en su vida personal. Clonard afirma que debían "estar armados de punta en blanco, con lanzón de armas de arandela y ristre, maza de armas, estoque y escudo o pavés".
No solo debía estar equipado convenientemente, lo que demuestra ya un estatus social económico, o tener un comportamiento y honra intachable, sino que debía estar en perfectas condiciones físicas, habiendo servido en el oficio de la guerra y gozar de experiencia en el campo de batalla. Se busca, pues, un prototipo de soldado capaz, modélico y leal. Con la llegada del siglo XVI estos requisitos se van a mantener, dejando a criterio del capitán, el veedor y el contador de cada compañía, la elección de los hombres y el juicio para determinar si cumplen o no con las condiciones deseadas para formar parte de las Guardas.
En ordenanzas como la de 1554 y muchas otras posteriores, se exige como requisito para el ingreso que sea hidalgo. En el artículo 44 de las mismas se recoge que "porque nra. volutad es que las lanças que vacaren se provean en personas háiles hijosdalgo que tengan las calidades que para el exercicio se requieren". Era muy común en esa época el comerciar con puestos y cargos en la milicia, por ello, las ordenanzas para las Guardas prohibían la venta de plazas "advirtiendo quel capitán o teniente que llevare dineros o otra cosa por las lanças que proveyere en su compañía o vendiere armas o caballo para asentar en ella, por qualquiera de las cosas que hiciere sea provado de oficio y demás desto pierda lo que por ello le dieren y sea la mitad para el que lo denunciare".
Si bien es cierto que las Guardas, como cuerpo castellano, fueron usadas principalmente en el interior de la península, como en la Guerra de las Comunidades de 1520, donde combatieron en ambos bandos. Combatieron también en la Guerra de las Alpujarras, donde se desenvolvieron con brillantes, y también en las Revueltas de Aragón de 1591, donde su papel fue más discreto. De igual modo fueron usadas en el extranjero, como hizo el emperador Carlos V, enviándolas al teatro de operaciones de Italia, donde pelearon gallardamente en la Batalla de Bicoca, o en la Guerra de Sucesión de Portugal, en 1580, aportando un contingente de 1.500 guardas, siendo la mitad hombres de armas, y la otra mitad caballos ligeros y arcabuceros a caballo, quedando al final de la guerra seis compañías de Guardas como guarnición del nuevo reino de Felipe II.
En cuanto a la organización ya se ha comentado que las Guardas estaban constituidas por compañías o capitanías bajo el mando, como su propio nombre indica, de un capitán, que era, por lo general, el encargado del reclutamiento de sus hombres y poseía el mando militar y administrativo de la misma. Estos capitanes pertenecían fundamentalmente a la nobleza, siendo un cargo muy cotizado entre miembros de la alta aristocracia deseosos de ostentar un estatus militar y jerárquico acorde a su estatus socioeconómico. Inicialmente estas compañías estaban formadas por 100 efectivos, aunque, como sucederá a lo largo del siglo XVI y XVII con los Tercios, su número raramente alcanzará esa cifra salvo en los inicios. De hecho las Guardas en el siglo XVII rara vez superaban los 40 componentes.
Tras las rebeliones de Portugal y Cataluña, las Guardas cayeron en el descrédito, ya que no solo se mostraron como una fuerza ineficaz, sino que estuvieron más preocupadas de buscar su propio beneficio realizando incluso actos de pillaje contra la población local. Para finales de siglo las Guardas existían sobre el papel, aunque llevaban años sin cobrar sus pagas y sus miembros se dedicaban a otras labores. El que hubiera sido un cuerpo de élite estaba condenado al más absoluto olvido.
En la última revista de las Guardas realizada en 1703, bajo el reinado de Felipe V, y con motivo de cerciorarse del número de hombres con los que contaba para la guerra, existían en España 19 compañías de Guardas, destacando las del conde de Monterrey, el marqués de Leganés, el conde de Fuensalida, el duque del Infantado, el marqués de Casasola o la del conde de Aguilar. La presencia de la aristocracia probablemente nunca había sido tan importante en las Guardas, a pesar de que en esa época se trataba de una fuerza de escaso valor militar y condenada a la desaparición, algo que se haría con la reforma militar de Felipe V.
Guardas de Castilla. |
Guardas de Castilla. Ilustración del conde de Clonard |
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