La Guerra de los 80 Años fue, en gran medida, la causa del derrumbamiento del poderío español y el final de su hegemonía en Europa. Una guerra que siempre se pensó originada por enfrentamientos de índole religioso pero que escondió un trasfondo mucho más complejo; ambiciones políticas y económicas se unieron a las cuestiones de fe para hacer estallar uno de los más largos y sangrientos conflictos que se han dado a lo largo de la historia de Europa.
Este penoso conflicto desangró durante décadas la hacienda de la Corona Española y se llevó por delante la vida de muchos de los mejores hombres que las tierras de España parieron, lo que, unido a otras guerras en las que se involucró el reino, y al constante flujo de españoles que marchaban hacia las Indias buscando huir del hambre y la pobreza, con la ilusión del oro y la plata que aventuraban las anécdotas e historias que circulaban por cada rincón del reino, propició una debacle demográfica, económica y social de la que España tardaría en recuperarse demasiado tiempo, perdiendo así su posición dominante en Europa.
A los largo de las ocho décadas que duró esta guerra se vivieron algunas de las batallas más épicas y algunas de las gestas más increíbles que el mundo militar ha visto. Episodios como la batalla de Jemmingen, el Socorro de Goes, el Asedio de Haarlem, el Milagro de Empel, o la Toma de Breda, ya forman parte del imaginario de los amantes de la historia militar, y constituyen solo unos pocos de los muchísimos ejemplos de lo que unos pocos hombres consiguieron luchando contra todo y contra todos, movidos por la lealtad a su reino y a su rey y la inquebrantable fe en su dios.
-Los primeros conflictos.
Las primeras revueltas en los Países Bajos se remontan a 1539, cuando la ciudad de Gante, villa natal del emperador Carlos V, se sublevó en protesta por los altos impuestos que, según ellos, servían solo para financiar las guerras extranjeras en las que Carlos se encontraba. Si bien esto no fue más que una pequeña revuelta, ya que la sola presencia del emperador con sus ejército bastó para sofocar aquel desafío.
Por aquel entonces los Países Bajos formaban parte de los territorios del Imperio, aunque Carlos, tras muchas dudas, consultas y negociaciones logró que la Dieta Imperial otorgase a éstos la condición de entidad independiente y arrancó de las Diecisiete Provincias el compromiso de la Pragmática Sanción de 1549, por el cual los Países Bajos se convertían en una entidad única e indivisible y serían gobernados por un mismo soberano, cuyo título recaía en la figura del heredero del emperador, su hijo Felipe, aunque conservando sus asambleas, llamadas Los Estados, sus propias leyes, y manteniendo sus privilegios. Las Diecisiete Provincias se componían de los condados de Holanda, Zelanda, Flandes, Artois, Henao, Namur, Zutphen, los ducados de Brabante, Luxemburgo, Limburgo, Güeldres, los señoríos de Overijssel, Groninga, Frisia, Utrecht, Malinas y el marquesado de Amberes.
La cuestión religiosa tampoco ayudó. La doctrina protestante se extendió de manera rápida y agresiva por todos los Países Bajos y el emperador no dudó en tratar de contener aquel culto en sus dominios, si bien el emperador tenía mano izquierda y muchas dotes políticas que sirvieron para conservar el apoyo de la inmensa mayoría de la población. Los grandes problemas comenzaron durante el viaje de Felipe por los territorios europeos de su padre para conocer a sus nuevos súbditos. El futuro monarca desconocía por completo la lengua y no veía con buenos ojos el lujo, la ostentación y las costumbres de aquellas tierras.
Sirva como ejemplo la animadversión que se ganó el príncipe debido a su desprecio por las bebidas alcohólicas y la embriaguez, tan dada en las celebraciones de los nobles de aquellas tierras. Además su gusto por las jóvenes doncellas, a las que no dudó en cortejar durante el tiempo que estuvo allí, le granjearon la antipatía de muchos de los nobles, incluso de aquellos que eran los más firmes y leales siervos de su padre.
Abdicación de Carlos V en el palacio de Coudenberg. |
Tras jurar como rey de España, Felipe no pudo volver a su tierra aún, ya que la guerra con Francia reclamaba su presencia. Las victorias de San Quintín primero, y de Gravelinas después, llevaron a la Paz de Cateau-Cambresis, que puso fin a una guerra contra los franceses que duraba ya demasiadas décadas. Esto supuso un periodo de cierta tranquilidad en los Países Bajos, con la nobleza en pleno apoyando al victorioso monarca que había acabado con la amenaza francesa.
Pero los recelos pronto volverían cuando Felipe II hizo caso omiso a las recomendaciones del cardenal Granvela, gran conocedor de la idiosincrasia de aquellos pueblos, de enviar grandes sumas de dinero para fortificar las plazas del sur tal y como le pedían nobles como Guillermo de Orange, y los condes de Egmont y Horn y, de paso, ganarse su apoyo total. Los dineros no llegaron y eso cayó como un jarro de agua fría entre la nobleza de los Países Bajos.
Por otra parte estaba la importante cuestión de nombrar un gobernador para los Países Bajos. El rey español acabó eligiendo para el cargo a Margarita de Parma, su hermanastra, la cual había nacido en Flandes, en la villa de Oudenarde, y era considerada por el pueblo como una igual. Además, el ser hermana del propio monarca la otorgaba un ascendiente importante entre la nobleza de la región. Pero la realidad es que los poderes que recibió Margarita fueron muy limitados, y los asuntos importantes debían ser autorizados por la Corte de Madrid. Junto a la gobernadora quedaron el cardenal Granvela, Viglius van Aytta y el conde de Berlaymont, gente de sobrada lealtad a la Corona, y que eran los ojos y los oídos del rey en los Países Bajos.
-Los problemas económicos y la cuestión Granvela.
La reorganización de la Iglesia en los Países Bajos, con la creación de 13 nuevos obispados y un arzobispado en Malinas, que recaería en Granvela. Esto exigió grandes gastos y la nobleza del país mostró su enfado por ello y por la pérdida de capacidad de nombrar a los cargos eclesiásticos, cargos que habían recaído hasta entonces entre los hijos de los nobles locales. Además estaba la cuestión militar; dos tercios de soldados españoles habían quedado en el país para protegerlo de cualquier amenaza que pudiera venir. Esto indignaba a la población, fundamentalmente porque se exigía, como era costumbre, el mantenimiento de los soldados por parte de las villas en las que estaban acantonados.
Muchos nobles empezaron a avivar conflictos y a sembrar el odio hacia los soldados españoles e incluso los Estados se negaron a pagar más impuestos hasta que aquellos soldados extranjeros no se hubieran marchado de sus territorios. Margarita escribió al rey y éste, viendo pocas opciones más, decidió la salida de sus tercios que partirían en enero de 1561. A partir de ese momento comenzaría un tira y afloja entre las autoridades españolas y la nobleza local, cada vez más persuasiva e inconformista en sus demandas.
Apenas seis meses después de la marcha de los soldados españoles, los nobles enviaron una misiva al rey exigiéndole la destitución de Granvela. Éstas reclamaciones encontraron eco en la Corte de Madrid a través del partido que encabezaba Ruy Gómez de Silva, antiguo compañero de juegos de Felipe, y al que el monarca había ido ascendiendo y colmando de honores y cargos. El partido de Silva veía en el cardenal Granvela un enemigo a derrotar, pues éste tenía buena amistad con el duque de Alba, con el que Silva mantenía una pugna política y una fuerte enemistad.
En un principio Felipe no cedió a las presiones, pues veía en el cardenal un leal servidor. Pero tras más de dos años de presiones y la amenaza de varios estados de no abonar los tributos, Felipe II, aconsejado por su hermanastra, ordenó que Granvela marchara al Franco Condado en marzo de 1564. Los nobles de los Países Bajos advertían en aquellas concesiones debilidad por parte del rey, por lo que siguieron con su política de chantaje. El Gran Duque de Alba aconsejó al rey de esta manera: "Yo, señor, tengo por cierto que al Cardenal le toman por cubierta del fin hacia donde ellos caminan, que es lo que tengo dicho, y que la ausencia del Cardenal, como no sea él la causa que los mueve, no los aquietará en nada, antes pienso que estar allí el Cardenal todavía con su presencia, remedia muchas cosas y tapa muchos agujeros".
Además la Guerra Nórdica de los Siete Años, que enfrentó a Suecia contra Dinamarca y Polonia entre 1563 y 1570, el comercio de los Países Bajos con los reinos escandinavos mermó de tal forma que la economía se resintió enormemente, acrecentando de esta manera la sensación de malestar entre el pueblo y la nobleza de la región.
-La cuestión religiosa y el Compromiso de Breda.
Para el verano de 1564 Felipe puso en marcha la aplicación de los acuerdos de Trento en los Países Bajos. Como era de esperar los nobles pusieron el grito en el cielo y pidieron al rey que hiciera concesiones religiosas. No solo la nobleza protestó; una junta de teólogos católicos flamencos se alineó con aquellas peticiones, pero el rey no estaba dispuesto a ceder en aquel aspecto en el cual albergaba sus más profundas convicciones, quizás sabedor de que si atendía dichas peticiones las exigencias se volverían más inaceptables por parte de quienes eran sus súbditos.
Los nobles locales enviaron en marzo de 1565 al conde de Egmont, héroe de San Quintín y Gravelinas, a Madrid con las peticiones que incluían concesiones en materia religiosa, como la tolerancia del protestantismo y la eliminación de las leyes sobre herejía. También incluían peticiones políticas, como la inclusión de cuatro nobles locales en el Consejo de Estado, así como la Presidencia del Consejo de Flandes. Felipe se mostró bastante ambiguo en su reunión con Egmont, lo que llevó al noble flamenco a malinterpretar las pretensiones reales.
A su vuelta a los Países Bajos afirmó que el rey estaba dispuesto a ceder a sus reclamaciones pero más adelante se comprobó que eso nunca ocurriría; la cuestión religiosa no era objeto de negociación alguna. Los nobles, como era de esperar, sufrieron una enorme decepción ya que estaban convencidos de haber doblegado la voluntad inicial de Felipe II, y no tardaron en extender su descontento entre las gentes de todo el país. Inmediatamente las autoridades locales se negaron a acatar las sentencias dictadas por la Inquisición y comenzaron a producirse protestas por todos los Países Bajos.
Las Diecisiete Provincias |
Para comienzos de abril de 1566 unos 400 nobles encabezados por Luis de Nassau, hermano de Guillermo de Orange, firmaron un documento conocido como el Compromiso de Breda, donde incluían todas sus reclamaciones y exigían su inmediata aplicación. Nobles como el príncipe de Orange, o los condes de Horn o de Egmont se cuidaron mucho de no firmarlo, pero renunciaron a sus puestos en el Consejo de Estado en señal de protesta por lo que consideraban el incumplimiento de lo tratado en Madrid.
De esta forma el 5 de abril más de 300 nobles, con los belicosos Luis de Nassau y Enrique de Brederode a la cabeza y, se presentaron en el palacio de Margarita de Parma armados y con su guardia acompañándolos. Berlaymont los acusó de mendigar peticiones a la gobernadora, por lo que tomaron el nombre de Mendigos. Los acontecimientos rápidamente se precipitaron, ya que la gobernadora carecía de tropas con las que hacer frente a la amenaza, no quedándola más remedio que promulgar un decreto conocido como La Moderación, en el cual se ordenaba detener cualquier proceso en el que estuviera inmerso la Inquisición. Además el de Orange, Horn y Egmont amenazaron con irse de los Países Bajos, lo que acabaría con el último bastión de contención de una revuelta que parecía inminente.
Margarita envió correo urgente a su hermano el 19 de julio detallando el rápido avance de las protestas y lo peligroso de la situación. En Amberes la situación era incontrolable y los católicos empezaban a ser atacados por las calles. La gobernadora tuvo que pedir a Orange, quien era burgomaestre de la ciudad, que contuviese a las masas, algo que hizo a cambio de que se permitiera el culto calvinista. Ante la debilidad de Margarita Luis de Nassau volvió a la carga y se presentó en Bruselas exigiendo la creación de un gobierno con su hermano y los condes de Horn y Egmont a la cabeza, de lo contrario los nobles recabarían el apoyo de la nobleza protestante alemana y francesa.
-Estallan las revueltas iconoclastas.
La situación no podía ser más complicada y, como era de esperar, comenzaron los primeros ataques violentos de consideración. A comienzos de agosto de 1566 una turba de calvinistas asaltó una parroquia en Saint-Omer y otra en Steenvoorde dirigidos por el predicador calvinista Sebastián Matte y destruyó todas las imágenes religiosas. La situación se descontroló por completo extendiéndose por todos los Países Bajos. El 22 de agosto los calvinistas arrasaron todas las iglesias de Gante. Ciudades como Amberes, Ypres, Tournai o Valenciennes, cayeron en el mismo terror, sin que las autoridades hicieran nada por impedirlo.
El 23 de agosto Margarita decretó la libertad de culto en un último intento de contener las revueltas, pero nuevamente los protestantes no se contentaron con ello y continuaron con los ataques y saqueos a los templos católicos. Desde Madrid las noticias se acogieron con estupor y pronto el Consejo de Estado se reunió para tratar las posibles soluciones. Nuevamente aquí hizo aparición las fricciones entre los dos grandes partidos; los del príncipe de Éboli, respaldado por el duque de Feria, abogaban por la solución negociada, mientras que los de Alba eran partidarios de restaurar el orden mediante la vía de las armas para que, posteriormente, la llegada del propio rey restableciese por completo la paz y la estabilidad.
Felipe II se inclinó finalmente por esta opción. No podía tolerar semejante ofensa a su poder y mucho menos la herejía en sus reinos. Para tan crucial misión se debía elegir a un general capaz y con carisma entre las tropas. Si bien el monarca prefería para la tarea al duque de Parma o al duque de Saboya, éstos rechazaron tal encargo. Además el duque de Feria, favorito de Felipe para la tarea, no poseía los conocimientos militares necesarios, por lo que solo le quedaba recurrir a su mejor general en activo, el Gran Duque de Alba, quien por aquel entonces contaba con 60 años y numerosos problemas de salud, destacando la gota entre ellos.
Ataque a la iglesia de Santa María en Amberes. Frans Hogenberg |
El 29 de noviembre el duque de Alba aceptó el encargo, todo hay que decirlo, a regañadientes. Sabía que estaría fuera de su hogar muchos años y que la tarea le granjearía no pocos enemigos en la Corte y la animadversión de las gentes de aquellas tierras. Pero fiel a su deber el duque obedeció y comenzó a hacer los preparativos para partir al frente del ejército real lo antes posible.
-Margarita de Parma pasa a la acción.
Nada más conocer los planes que su hermano el rey tenía para los Países Bajos Margarita se puso manos a la obra y comenzó la recluta de tropas apoyada por los nobles leales a la Corona, entre los que destacaban los condes de Berlaymont, Mansfeld, Arschot, Meghen y Aremberg, así como los señores de Noircames, Cressonniere y Beauvoir. Además destituyó a todos aquellos que no eran de probada lealtad y los reemplazó por gente de su entera confianza. Las provincias de Frisia, Overijseel y Güeldres volvieron al control real.
La situación en el sur era más complicada. La provincia de Henao veía como se extendía el protestantismo de manera rápida y las ciudades de Valenciennes y Tournai, por lo que Margarita envió tropas a mediados de diciembre a la región. Valenciennes cerró sus puertas a las tropas realistas el 14 de diciembre en un claro gesto de desafío a la autoridad de la gobernadora. Dos días después se sumó Tournai y el 17 de ese mes se declaró en rebeldía a ambas villas. El señor de Noircames se puso manos a la obra con las murallas de Valenciennes. El tiempo apremiaba y la posible llegada de un socorro protestante de 8.000 infantes y 4.000 caballos bajo el mando de Gilles le Clerq, hombre de confianza de Luis de Nassau, hacía más acuciante la necesidad de tomar la plaza.
Por su parte el ejército protestante llegaba el 26 de diciembre a Wattrelos, a una jornada de distancia al noroeste de Lille, en el Flandes Occidental. Ésta estaba defendida por una guarnición de 400 infantes a las órdenes del señor de Rassenghien quien, tras reclutar a 2.000 campesinos católicos, atacó y derrotó a los protestantes que querían asediarla. Unos días más tarde, en Lannoy, apoyado por otros 900 jinetes del señor de Noircames, derrotó y expulsó al ejército protestante de la provincia de Flandes. El 2 de enero de 1567 caía Tournai tras abrir el pueblo las puertas de la ciudad y se volvía a poner sitio a Valenciennes con la ayuda del conde de Egmont, quien jugaba desde hacía demasiado tiempo a un peligroso doble juego.
Mientras tanto en el norte del Brabante Enrique de Brederode se apoderaba de la ciudad de Den Bosch y, con un ejército de 3.000 soldados, se instaló a las afueras de Oosterweel, dejando a cargo de dichas fuerzas a su mano derecha Antoon von Bomberghem. Pero pronto se le iba a acabar la suerte a los protestantes. Para evitar que las tropas de Oosterweel pudiesen entrar en Amberes, se envió un pequeño contingente de no más de 800 hombres, muchos de los cuales fueron proporcionados por el conde de Egmont, que el 13 de marzo derrotó al ejército protestante encabeza por Jan de Marnix. Guillermo de Orange no acudió a socorrerlos desde Amberes, consciente de que eso sería declararse abiertamente en rebeldía.
El 24 de marzo caía la ciudad de Valenciennes tras batir sus muros, el 11 de abril los protestantes abandonaban a toda prisa Den Bosch y el 26 del mismo mes Amberes acogía una guarnición de tropas realistas compuesta por 3.000 soldados. Margarita entraba en la ciudad acompañada de su guardia personal apenas dos días después. Unos días antes Guillermo de Orange, tras renunciar a sus cargos y aduciendo tener que atender asuntos en sus dominios alemanes, huyó de los Países Bajos. La revuelta llegó a su fin con la caída el 3 de mayo de 1567 de la ciudad de Vianen, en la provincia de Utrecht. Margarita había restablecido el control real, Ajustició a los principales líderes rebeldes, restableció el culto católico y reconstruyó los templos destruidos.
Las tropas realistas sitian Valenciennes. Frans Hogenberg |
Margarita de Parma, gobernadora de los Países Bajos |
Cardenal Granvela |
Guillermo de Orange, principal líder rebelde |
Lamoral, conde de Egmont |
Felipe de Montmorency, conde de Horn |
Lo que querían los nobles era mantener sus privilegios. Pero ¿qué quería el pueblo llano? ¿Se dejaban llevar por unos y otros?
ResponderEliminarLa mayoría del pueblo se había sumado a las protestas no por una cuestión religiosa, sino en protesta por el alza de los precios de muchos productos y la crisis económica que asolaba la región.
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