Corría el verano del año 1621 y la Tregua de los Doce Años había llegado a su fin. Los holandeses buscaban reanudar la guerra, a pesar que el rey reconocía la soberanía de las Provincias Unidas con dicho tratado, y el conde-duque de Olivares se la puso en bandeja convenciendo de ello al nuevo rey Felipe IV. En su favor hay que destacar que los holandeses no respetaron la paz en el mar ni en las posesiones españolas en América o en el Extremo Oriente.
De tal forma que en España se buscó un golpe severo contra los intereses holandeses. El blanco elegido sería el comercio marítimo de las Provincias Unidas en el mar Mediterráneo. Había llegado información de los espías españoles en Venecia de que allí se concentraba una flota de más de una treintena de buques que estaban cargando valiosos productos y riquezas que habían llegado desde oriente. Venecia era abiertamente anti española y, aunque no se atrevía a una declaración de guerra, no dudaba en apoyar cuantos frente pudieran abrirse contras la Monarquía Hispánica, y aquel convoy era de vital importancia para sufragar los gastos a los que se enfrentaban los holandeses en la reanudación de la guerra contra España.
El plan que ideó el consejo de guerra español consistían en reunir a la Armada del Mar Océano, con 9 buques bajo el mando de Fadrique de Toledo y Osorio, la Armada de Portugal, comandada por Martín de Vallecilla y compuesta de 4 buques, y la Armada de las Cuatro Villas de Cantabria, con 9 naves al mando de Francisco de Acevedo. Esa fuerza sumaría un total de 22 buques, suficientes para acabar con cualquier convoy que quisiera cruzar las aguas del Estrecho de Gibraltar, punto de paso obligatorio para los holandeses. Las órdenes se transmitieron con la máxima urgencia y los trabajos de aprovisionamiento y armamento de los buques se iniciaron inmediatamente de tal manera que para el 1 de agosto debían encontrarse en las aguas del cabo de San Vicente.
Pero como suele ser costumbre cuando la prisa es acuciante, los problemas pronto empezaron a manifestarse. La falta de artillería con la que dotar a los buques de las armadas de Portugal y de las Cuatro Villas se convirtió en tan serio problema que fue imposible que éstas pudieran partir a tiempo. Por lo que el 31 de julio la Armada del Mar Océano partía desde Cádiz hacia el punto de encuentro, donde esperaron la llegada de las otras escuadras solo para comprobar que deberían enfrentarse al enemigo solos.
Fadrique contaba tan solo con siete galeones. Tres de ellos eran de 450 toneladas, otros tres de 330 toneladas, a los que se sumaban dos pataches. Pero por fortuna también tenía entre sus filas el formidable galeón Santa Teresa, uno de los mayores y más poderosos buques de su época con casi 1.000 toneladas y una poderosa dotación artillera. Además Fadrique contaba bajo su mando con oficiales altamente experimentados. En su consejo de guerra se encontraban el general de la marina Carlos de Ibarra, los almirantes Alonso de Mújica y Roque Centeno, el maestre de campo del Tercio de Galeones Jerónimo Agustín y el contador general Juan de Burrundia.
El 6 de agosto llegaron nuevas e inquietantes noticias a la flota de Fadrique por parte del corregidor de Málaga; se habían observado más de 26 buques fondeados en las aguas próximas a Torremolinos. El propio rey también envió un mensaje advirtiendo de la presencia de las naves holandesas y sus peligrosas intenciones. Fadrique sabía del potencial destructivo de semejante flota, pues podría causar gravísimos daños en las poblaciones costeras a su paso por el estrecho. Tras una reunión con sus mandos decidió fondear el 8 de agosto en aguas de la bahía de Algeciras y esperar a la llegada del convoy holandés.
Un día después algunas velas holandesas fueron divisadas desde Cádiz y Fadrique ordenó a los dos pataches que fueran a inspeccionar y reconocer aquellos buques, pudiendo comprobar esa misma tarde que se trataba de la vanguardia de la flota holandesa. Fadrique comenzó sin dilación los preparativos para el combate y reunió su consejo de guerra para decidir qué hacer. Los mandos españoles descartaron de inmediato el dejar pasar al convoy holandés, pues además del deshonor que eso pudiera suponer, existía el riesgo de que la escuadra de Portugal probablemente estuviera de camino y sus 4 buques serían una presa demasiado fácil para tan potente enemigo.
De este modo se acordó plantar batalla y usar la capitana, la imponente Santa Teresa, para penetrar entre la formación holandesa y tratar de causar el mayor daño posible. A la mañana siguiente, 10 de agosto y festividad de San Lorenzo, ambas fuerzas se encontraron. El número de buques holandeses aún hoy es objeto de controversia. Algunas fuentes como Fernández Duro hablan de 30 mercantes y 20 buques de guerra, aunque otras reducen este número a 31 buques divididos en dos grupos, uno de 24 naves y otro de 7. Sea como fuere, bien 31 buques o 50, el caso es que el enemigo superaba ampliamente a la flota de Fadrique y muchos hubieran juzgado una temeridad combatir en esas condiciones. Pero los marinos españoles eran de otra pasta y no iban a dejar que su presa escapara fácilmente.
Los buques de guerra holandeses formaron en media luna para ofrecer la máxima protección a los mercantes y Fadrique no se lo pensó dos veces; lanzó un disparo intimidante ofreciendo al enemigo la oportunidad de rendirse, pero éste respondió con otro disparo desde una de sus dos naves capitanas aceptando el combate. Fadrique se lanzó de lleno entre la formación adversaria seguido de cerca por el resto de sus buques. Una vez estuvo casi borda con borda, tras aguantar el fuego de los buques holandeses, el Santa Teresa descerrajó todo su potencial sobre la desdichada capitana holandesa que tuvo que retirarse del combate inmediatamente.
Con el barlovento a favor el Santa Teresa se internó en la formación enemiga seguido del buque del almirante Mújica y del Santa Ana, capitaneada por Ibarra. Entre estos tres buques dieron buena cuenta de dos galeones holandeses que fueron apresados. Hasta el patache del capitán Domingo de Hoyos se lanzó al abordaje de un galeón enemigo a pesar de la diferencia de tamaño. Mientras esto sucedía el Santa Teresa viraba 180 grados tras haber atravesado completamente la formación holandesa y se lanzaba de nuevo a la carga sobre otros dos nuevos buques. Uno fue desarbolado y el otro acabó incendiado, debiendo el imponente galeón español desaferrarse ante la propagación del fuego.
Por fortuna para los holandeses la capitana española estaba en pésimas condiciones merced a la cantidad de proyectiles recibidos, llegando incluso a perder su palo mayor. Sin velamen el Santa Teresa quedaba fuera de combate mientras el resto de la flota española trataba de hundir o apresar a más enemigos. La Santa Ana de Ibarra se cobró una nueva víctima que acabó en el fondo de las aguas del estrecho, pero sobre las tres de la tarde los maltrechos restos que quedaban del convoy holandés lograron emprender la huida y dejar atrás a los españoles.
Las pérdidas holandesas ascendieron a siete buques, dos de ellos apresados y cinco hundidos. Si bien era una gran presa, dada la enorme diferencia de fuerzas, lo cierto es que la mayoría de los buques holandeses lograron llegar a sus puertos con la preciada carga, por lo que no se pudo conseguir el objetivo marcado de acabar con el comercio holandés en el Mediterráneo. No por ello se puede dejar de dar la relevancia justa a tan magnífica victoria en donde, una vez más, Fadrique de Toledo demostró sobradamente su valor y sus grandes dotes para la mar y la guerra.
El capitán general de Ceuta, Luis de Noroña, envió un bergantín con numeroso material médico, alimentos, cirujanos y pólvora y municiones, además de un mensaje felicitando la audaz victoria en el que se podía leer: "no sabía que su excelencia se hallaba en aquel paraje pero bien creía que no podría ser otro quien valientemente y con tan pocos navíos ha acometido y desbaratado tantos", contestando Fadrique que él "tenía intención de pelear con ellos hasta que le acabaran o acabarlos".
Fadrique sufrió una pequeñas heridas en la cara y la boca fruto de unas astillas que saltaron tras un disparo sobre su buque. La Santa Teresa tuvo que ser reparada, pues había sufrido considerables daños, pero el resto de buques requirieron de reparaciones menores. La noticia fue recibida con satisfacción en la corte de Madrid y Felipe IV premió a Fadrique nombrándolo capitán general de la gente de guerra del Reino de Portugal. De igual modo encargó una serie de pinturas sobre la batalla a Enrique Jácome y Brocas para conmemorar aquella victoria. Al igual que seis décadas antes en la Batalla de San Quintín, la festividad de San Lorenzo había traído la suerte y la victoria del lado de los españoles.
Batalla del Estrecho de Gibraltar, por Enrique Jácome y Brocas |
Batalla del Estrecho de Gibraltar, por Enrique Jácome y Brocas |
Fadrique de Toledo y Osorio |
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