Creada en 1531, la Liga Esmalcalda agrupaba a los territorios de Sajonia, Hesse, El Palatinado, Brunswick, Bremen, Lübeck, Magdeburgo, Estrasburgo, Ulm y Constanza entre otros, extendiendo sus dominios desde el Báltico hasta Suiza, con el fin de apoyar la Reforma Luterana y debilitar el poder del emperador del Sacro Imperio, Carlos V. Lo que en un primer momento era una unión para tratar de mantener los privilegios de los príncipes protestantes, se acabó convirtiendo en una guerra sin declaración previa, más aún con las ayudas recibidas por los protestantes desde Francia primero, y más tarde desde Dinamarca.
Alentados por el titubeo y la tolerancia inicial del emperador, pronto empezaron las confiscaciones de tierras a la Iglesia Católica y la expulsión y persecución de católicos, ya que los protestantes no solo buscaban imponer su fe, sino apropiarse también del patrimonio de sus enemigos. Los príncipes católicos se unieron algo más tarde, en 1538, bajo la llamada Liga Católica o Santa Liga de Nuremberg. Reclamado por la Iglesia, Carlos V, como emperador, estaba obligado a defender al catolicismo de los constantes ataques en los territorios protestantes, por lo que se decidió a actuar acompañado por su hermano Fernando, archiduque de Austria y rey de Hungría y Bohemia, y de sus aliados en Baviera, territorio que permanecía fiel a la Iglesia Católica.
Con el Tratado de Crépy, Carlos se quitaba de encima a su enemigo francés, con el que llevaba dos décadas de guerras, y podía fijar sus ojos en Alemania. El papa Paulo III convocó concilio en noviembre de 1544, y en marzo comenzaron las negociaciones en la Dieta de Worms, aunque sin resultado alguno. Hasta esa localidad llegó el representante papal, el cardenal Farnesio, quien ofreció al emperador el apoyo de éste en forma de 200.000 ducados y una fuerza de 12.000 infantes y 500 caballos ligeros para una respuesta militar contra los protestantes. Todo se precipitó, primero con el Concilio de Trento, en diciembre de 1545, y más tarde durante la Dieta de Ratisbona, a la que no acudieron los príncipes protestantes.
De esta manera la Liga Esmalcalda levantó un ejército al que cada uno de los príncipes aportaría 8.000 infantes y 2.500 caballos. La guerra había estallado y la Campaña del Danubio daba comienzo. El 20 de julio Carlos declaraba proscritos a Juan Federico de Sajonia y al landgrave Federico de Hesse y el conflicto descargó con toda su furia en la región de Suabia, donde las tropas imperiales entraron a sangre y fuego, acabando con la amenaza protestante tras la rendición de Ulm, a la que siguieron la mayoría de las grandes ciudades controladas por la Liga Esmalcalda a finales de 1546. El conde del Palatinado abandonó la Liga, lo mismo que el duque de Württemberg, que solicitó el perdón imperial. Además el principado de Colonia volvió a manos católicas y el ducado de Brunswick volvió a su legítimo dueño.
Todo parecía indicar que la guerra llegaba a su fin, pero Juan Federico lanzó una potente ofensiva aprovechando la ausencia del emperador, y le arrebató parte de sus territorios a Mauricio de Sajonia. Ante esta amenaza, el emperador envió a Alberto de Brandemburgo en ayuda de su hermano Fernando y de Mauricio, al frente de un ejército de 4.500 infantes distribuidos en 18 banderas, y 2.000 caballos alemanes, que se unieron a los 2.000 con los que contaba Fernando, y a los 1.500 de Mauricio. Juan Federico, que disponía de una fuerza formada por 36 banderas de infantería, unos 10.000 hombres, y más de 4.000 caballos, dio el primer golpe y atacó a las tropas imperiales en Rochlitz el 2 de marzo de 1547, obteniendo una gran victoria y tomando como prisionero al propio Alberto.
Por si no fueran suficiente las malas noticias desde Alemania, a oídos del emperador llegó el complot que estaba tramando el papa Paulo III, quien conspiraba contra Carlos por toda Italia, lo que hizo que los imperiales no pudieran contar con el dinero y las tropas prometidas por la Santa Sede. Carlos disponía de tres tercios de españoles, el de Nápoles, el de Hungría y el de Lombardía, unos 8.000 hombres, tres regimientos de infantería alemana, incluido el de veteranos alemanes de Eriprando Madruzzo. También contaba con unos 300 hombres de armas españoles procedentes de Nápoles, otros 600 caballos ligeros italianos y españoles, así como 1.000 caballos alemanes. Con estas fuerzas partió desde Ulm, adelantándose el duque de Alba, general de máxima confianza de Carlos, con parte de las tropas, de tal forma que pudiera estar preparado todo a la llegada del emperador a Nuremberg.
De Nuremberg el ejército continuó hacia el noreste, a Eger, donde se reunió con las tropas de su hermano Fernando, las de Mauricio y las del hijo del elector de Brademburgo, Juan Jorge. El ejército imperial reunido en Eger estaba formado por unos 8.800 españoles, las mejores tropas de su época, de una calidad inigualable. Según muestra tomada el 21 de noviembre de 1546 en Nuremberg: 3.290 del Tercio de Lombardía del maestre Rodrigo de Arce; otros 3.260 infantes del Tercio de Nápoles de Alonso Vivas, y otros 2.270 del Tercio de Hungría de Álvaro de Sande, veterano de la guerra de Túnez y uno de los militares más capaces de su tiempo.
Tercios españoles en combate en Italia |
Además contaba con las tropas de Fernando, Mauricio y Juan Jorge, aunque los 15.000 lansquenetes alemanes y austriacos que llevaban con ellos quedaron guarnicionando las ciudades católicas de Sajonia. De esta forma solo contribuyeron con caballería: la de Fernando, compuesta por unos 1.800 caballos húngaros y alemanes, la de Mauricio, algo más de 1.000 jinetes tudescos, y la de Juan Jorge, que aportó 400 caballos brandemburgueses para la ocasión. Por último, Maximiliano de Egmont, conde de Buren, contribuyó a la causa imperial con cerca de 5.000 soldados valones y flamencos traídos desde los Países Bajos, al igual que hubiera hecho anteriormente en la Campaña del Danubio.
Por su parte, Juan Federico de Sajonia contaba con un ejército similar compuesto por algo más de 8.000 infantes y más 3.000 jinetes, que se hallaba concentrado en la localidad sajona de Meissen, a poco más de 30 kilómetros al noroeste de la localidad de Dresde. Desde que las tropas de Carlos V partieron de Ulm, el duque de Sajonia podía haberlas interceptado, evitando así la unión con las fuerzas de Mauricio y de Fernando, pero decidió mantenerse en Meissen, al abrigo del río Elba, confiado en seguir recibiendo refuerzos. Este error, junto al de haber dejado varios miles de hombres esparcidos por las distintas plazas que había ido conquistando a Mauricio, sería fatal y determinante para la causa protestante.
Pasada la Semana Santa las tropas imperiales se pusieron en marcha, penetrando en Sajonia con el objetivo de recuperar el control del ducado y acosar al ejército del duque de Sajonia de tal forma que no pudiera fortificarse en ninguna plaza importante. De esta forma las avanzadillas imperiales informaron al emperador de que Juan Federico se encontraba a unos 15 kilómetros al norte de Meissen, en la margen derecha del río Elba. La idea del protestante era llegar a Wittenberg, su plaza fuerte y donde se encontraba su esposa Sibila de Cléves con muchas de las fuerzas protestantes. Para evitar que las tropas imperiales pudieran darle alcance había ido quemando todos los puentes que cruzaban el Elba, así que las fuerzas de Carlos V avanzaban paralelas hacia el norte siguiendo la margen contraria del río.
El duque de Alba, que dirigía la vanguardia imperial, envió a la compañía de arcabuceros a caballo del capitán Aldana adelantarse y encontrar puntos por donde cruzar aquel inmenso y caudaloso río, descubriendo los jinetes españoles que las tropas de Juan Federico de Sajonia habían instalado su campamento en la villa de Mülheim. Esta población, conocida por los españoles de aquella época como Milburg, se encontraba en la margen derecha del Elba, y carecía de fortificaciones, aunque el duque de Sajonia confiaba en la imposibilidad de cruzar aquel gigantesco río, menos aún con las aguas que en esa época del año llevaba. Otro de los factores que completaron la imprudencia de Juan Federico era su total desconocimiento de que las tropas imperiales se encontraban a tan solo un día de distancia de su ejército.
El 23 de abril por la tarde los arcabuceros que habían reconocido el Elba indicaron al emperador que el río se podía cruzar por un vado que unos aldeanos les habían indicado. Carlos no quería esperar y quiso cruzar esa misma tarde el Elba, pero lo exhausto de sus tropas finalmente le hizo desistir, por lo que mandó al duque de Alba ejecutar un plan para lograr cruzar el río. Esa misma noche se unió Mauricio al contingente imperial, comandado directamente por el emperador. Con las primeras luces del día 24 de abril, el Gran Duque envió una fuerza de 400 caballos ligeros de Hungría, acompañados por 100 de los más diestros arcabuceros españoles, con la intención de encontrar algún paso por la cercana villa de Torgau, al norte de Mühlberg siguiendo el cauce del río.
De esta forma se toparon con un aldeano que había perdido dos caballos a manos de los sajones de Juan Federico, y les mostró el punto exacto por donde vadear el Elba, confirmando las posiciones de las tropas protestantes en Mühlberg. Aprovechando la espesa niebla propia de las primeras horas de la mañana, los movimientos del ejército imperial quedaron ocultos del enemigo. Juan Federico seguía confiado en que las fuerzas imperiales se hallaban aún a segura distancia y no tomó ningún tipo de precauciones. Juan Federico, protegido por el Elba, y situado tras una ligera pendiente que nacía en la propia orilla del río, esperaba además la llegada de un potente ejército que estaba siendo reclutado en Pomerania y que le proporcionaría otros 40.000 hombres más que sumar a sus fuerzas.
Por su parte, Álvarez de Toledo, fue informado por un campesino de la existencia de otro vado practicable que daba justo a donde los protestantes tenían en su orilla situadas las barcas de pontones que les permitiría cruzar el río si fuera necesario. De esta manera situó a sus hombres en un bosque existente en el lado del río donde se encontraban los imperiales, y su artillería, compuesta por 5 piezas, la situó cerca de la orilla, bien protegida tras unos muros de tierra que había ordenado levantar. En ese momento la niebla había comenzado a levantarse y los sajones advirtieron la presencia de los imperiales, empezando a cañonear sobre sus posiciones, y haciendo que el emperador ordenase que se adelantaran cerca de 1.000 arcabuceros con él mismo al frente, los cuales empezaron a responder al fuego enemigo, levantando una espesa cortina de humo que impedía la visión a las fuerzas de Juan Federico.
Para solventar el grave problema de cruzar el río, entró en acción el capitán Cristóbal de Mondragón, que más tarde sería uno de los mejores maestres de campo de la historia de los Tercios. Junto a él, diez soldado más, de los que tan solo pasó a la historia el propio Mondragón, aunque en la crónica de Bernabé de Busto no se le menciona, cruzaron a nado el río por el lugar señalado "con las espadas en la boca y el agua por encima del pecho", como dejó escrito Lope de Vega. De este modo, y tras poner fuera de combate a los enemigos que custodiaban los pontones, cruzaron al lado imperial con dos tramos de ellos, a pesar de ser descubiertos por los soldados sajones y ser sometidos a un intenso fuego por parte de la arcabucería enemiga, mientras otros 1.000 arcabuceros españoles, con el maestre Álvaro de Sande a la cabeza, protegían a sus compatriotas.
Para solventar el grave problema de cruzar el río, entró en acción el capitán Cristóbal de Mondragón, que más tarde sería uno de los mejores maestres de campo de la historia de los Tercios. Junto a él, diez soldado más, de los que tan solo pasó a la historia el propio Mondragón, aunque en la crónica de Bernabé de Busto no se le menciona, cruzaron a nado el río por el lugar señalado "con las espadas en la boca y el agua por encima del pecho", como dejó escrito Lope de Vega. De este modo, y tras poner fuera de combate a los enemigos que custodiaban los pontones, cruzaron al lado imperial con dos tramos de ellos, a pesar de ser descubiertos por los soldados sajones y ser sometidos a un intenso fuego por parte de la arcabucería enemiga, mientras otros 1.000 arcabuceros españoles, con el maestre Álvaro de Sande a la cabeza, protegían a sus compatriotas.
Cruce del Elba, por Luis de Ávila y Zúñiga |
Más el norte, en Torgau, la artillería protestante que custodiaba la villa descubrió a los 400 caballos ligeros húngaros y los arcabuceros españoles enviados por el Gran Duque para reconocer los puentes de la villa. Los cañones empezaron a descargar el fuego sobre los imperiales que allí se encontraban, por lo que Juan Federico pensó que se trataba del grueso del ejército de Carlos, y resolvió levantar el campo antes de quedar atrapado entre dos fuerzas que podrían cruzar el Elba. Esta decisión provocó que las fuerzas que defendían la ribera protestante se empezasen a retirar, permitiendo a los imperiales construir el puente de manera rápida, así como cruzar con éxito por el vado que los lugareños habían indicado al duque de Alba.
Sin dilación, el de Alba mandó cruzar a la caballería ligera española e italiana, unos 400 jinetes, a los que siguieron otros tantos húngaros, algo más de 100 arcabuceros a caballo españoles y 200 alemanes de Mauricio de Sajonia, 600 lanzas imperiales y 200 hombres de armas de Nápoles, todos ellos con un arcabucero en la grupa, tal y como hiciera el Gran Capitán en Ceriñola. Así los imperiales consiguieron ganar la orilla enemiga, terminando el puente al poco tiempo, por donde después cruzó la infantería y el resto de caballos. La cabeza de puente fue protegida en todo momento por varias compañías de españoles al mando del capitán Alonso Vivas y, cuando hubo cruzado la última infantería, la alemana, quedaron protegiéndolo éstos.
El ejército de Juan Federico, que ya se hallaba en plena huida, fue perseguido por la vanguardia imperial, con el duque de Alba a la cabeza de la caballería ligera dividida en cuatro escuadrones. El primero estaba compuesto por 400 caballos ligeros españoles e italianos y 100 arcabuceros a caballo bajo el mando de Antonio de Toledo, seguidos por 400 húngaros, y después por 600 hombres de armas de Mauricio acompañados de 200 herreruelos, para cerrar la formación con los 200 hombres de armas de Nápoles dirigidos por el duque de Castrovillar. El centro imperial lo llevaban el emperador y su hermano, con dos escuadrones de unos 900 caballos cada uno entre lanzas y herreruelos, y finalmente iban tras de ellos, mucho más retrasados, los arcabuceros de Alonso Vivas y el Tercio de Álvaro de Sande.
Tras algo más de doce kilómetros de persecución, Juan Federico mandó a su caballería dar la cara a los perseguidores y, de esta forma, dar tiempo a la infantería a llegar al cercano bosque de Lochau, donde creía el luterano que su ejército tendría más posibilidades de escapar. Pero cuando los caballos protestantes cargaron contra la vanguardia de Alba, éste ya había reforzado su flanco derecho con la caballería húngara y los jinetes de Mauricio, que lanzaron una poderosa carga cubiertos por el fuego de los arcabuceros a caballo españoles, seguida por la ejecutada por el duque de Alba al frente de los hombres de armas de Nápoles al grito de "¡España, Imperio!". La desbandada protestante fue total, rompiendo la formación de la infantería de Juan Federico sus propios compañeros a caballo en su vergonzosa huida.
El grueso del ejército de Carlos cortó la huida de las maltrechas fuerzas de Juan Federico, que luchaba por llegar a Wittenberg. El duque de Sajonia fue capturado, quedando bajo la custodia del capitán Juan de Guevara, del Tercio de Álvaro de Sande. Felipe I de Hesse también fue capturado. Las bajas de los protestantes ascendieron a más de 8.000, de los cuales 3.000 murieron, muchos de ellos importantes nobles de la Liga Esmalcalda, y más de 1.000 fueron hechos prisioneros. La rebelión protestante se había descabezado, al menos de manera momentánea. A Mauricio se le otorgó la consideración de elector de Sajonia y, en consideración a sus peticiones, le fueron perdonadas las vidas a Juan Federico y a Felipe de Hesse, los cuales quedaron bajo la custodia del duque de Alba en el castillo de Halle.
Por parte de los imperiales apenas hubo que lamentar una treintena de muertos y unos 150 heridos. El lugareño que reveló el lugar más idóneo para cruzar el río fue recompensado con 100 escudos y varios caballos, mientras que los 11 soldados que cruzaron el Elba y arrebataron los pontones al enemigo fueron premiados con 100 ducados y una nueva vestimenta de terciopelo grana guarnecida en plata, algo muy popular y deseado en aquel entonces entre los soldados españoles. El gran pintor Tiziano reflejó en uno de sus cuadros más brillantes, el momento en el que Carlos V completaba el cruce del Elba a lomos de su caballo.
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