El Milagro de Empel

Del Viaje a Flandes del Cardenal-Infante (Parte II)

 


Habiendo llegado el duque de Feria a Baviera, su estado de salud deterioró rápidamente por los grandes padecimientos que había pasado durante aquel invierno, muriendo finalmente el once de enero de 1634 en la ciudad de Múnich. Las semanas de enero fueron empleadas por su Alteza para trata de reunir el mayor número de fuerzas posibles con las que pasar a Flandes, mandando hacer levas en Nápoles y Milán de infantes y caballería. El príncipe Doria levantó un tercio en sus tierras, y desde Alemania y Borgoña se enviaron dineros para las correspondientes reclutas. 

De esta forma envió dinero y dos mil caballos alemanes al emperador a cambio de cuatro mil caballos húngaros. Desde Madrid se envió al marqués de Leganés a Italia para acompañar a Fernando de Austria y hacerse cargo del ejército del duque de Feria, y a Martín de Idiáquez se le nombró maestre del tercio de Juan Díaz Zamorano. En febrero su Alteza intervino diplomáticamente para solventar las diferencias que había entre el duque de Saboya y la República de Génova. A finales de marzo llegó a Milán el hermano del rey de Polonia, Ladislao, que además era primo hermano de Fernando, "a quien hospedó magníficamente en Palacio, y comieron algunas veces juntos; estuvo doce días, y su Alteza le presentó seis caballos con ricos aderezos y otras cosas curiosas y de valor". 

Mientras que el príncipe Tomás de Saboya había partido a Flandes a servir al rey, su mujer se trasladó a Milán, otorgándole una paga de dos mil quinientos escudos al mes. El 4 de mayo llegaron a Milán el duque de Lorena y su mujer, tras la captura de Nancy, celebrando el vigesimoquinto cumpleaños de su Alteza "fueron juntos a un festín muy lucido que se hizo en casa del conde de Sagra, y el día siguiente, a diecisiete, habiéndoles su Alteza dado muy grandes presentes, partieron a embarcarse a Génova". Ese mismo día llegó el marqués de Leganés a Milán para hacerse cargo del puesto de Gobernador de las Armas, y junto a él acudieron igualmente el maestre de campo Idiáquez y varios soldados particulares. 

Por ese tiempo "llegó nueva de que el Rey de Hungría había salido en campaña a dos de mayo con muy poderos ejército, y que habiendo buscado al enemigo, que debajo del mando del duque Bernardo de Weimar tenía juntas muy grandes y sus mejores fuerzas, para darle batalla, no se había atrevido a esperarla". Ante el rechazo protestante a presentar combate con Fernando de Hungría, éste puso sitio a Ratisbona. En la bahía de Savona desembarcaron a finales de mayo la infantería española del tercio de Pedro de Cárdenas y la napolitana de la coronelía del príncipe de San Severo. El 31 de mayo se puso en marcha el cardenal infante hacia la Valtelina, no pudiendo cruzar los pasos alpinos por estar éstos cerrados por la nieve, ordenando de esta forma al teniente de maestre de campo general Pedro de León que las limpiase, entregándole dineros para que se sirviera de los aldeanos del lugar. 

También ordenó a Felipe Spínola, II marqués de los Balbases, que levantase quinientos caballos del Estado de Milán, y nombró al marqués de Orani capitán de las dos compañías de su guardia personal, compuestas por 150 hombres cada una. Con todos los preparativos hechos, su Alteza escribió a Flandes para avisar de su partida de Milán el 25 de junio. Finalmente la salida se retrasó, yendo el día 26 de junio a Pavía a despedirse de su prima, la duquesa viuda de Mantua, y recibiendo el día 28 a Antonio de Portocarrero, marqués de Villanueva del Fresno, quien le habría de servir en dicha jornada, al conde de Fuensaldaña y al hijo del conde de Salvatierra. 

Al fin, el 30 de junio salió el ejército del cardenal infante de Milán, entre los vítores y el cariño del pueblo. Salió "a las seis de la tarde en coche, acompañado de muchísima nobleza". Al día siguiente llegó a Como a la hora de la comida. "Todas las calles estaban entoldadas y las casas colgadas de diferentes tapicerías y colgaduras, y las ventanas llenas de muchas y muy lucidas damas, y todo tan en orden que no pudiera hacer mayor ostentación ciudad de más vecindad: a tanto alienta el amor con que esperaban a quien por fama y obras amaban tanto". Cinco días pasó allí Don Fernando esperando que el ejército pasase el lago. El 7 de julio llegó a la villa de Gravedona, despachando correo al marqués de Aytona en Flandes para darle noticias de su salida. 

Llegados al río Adda, le costó a la infantería su vadeo debido a la crecida de las aguas, que habían anegado gran parte de la zona de la Valtelina por la que discurría. Nombró su Alteza a Martín de Aragón maestre de campo general de todas las tropas que iban en la marcha, colocando en la vanguardia de la fuerza a la compañía de infantes españoles del capitán Carlos de Padilla y una de las compañías de la guardia del propio Fernando, y en retaguardia a la compañías del capitán Gabriel Cobo de la Cueva, junto a otra compañía de la guardia. Llegó el ejército el 11 de julio a la plaza de Sondrio en medio de una lluvia incesante que dificultaba enormemente el paso de las tropas. Allí fue recibida su Alteza con gran alegría por la población a la que la Corona de España había librado de la amenaza grisona. Un arco del triunfo tenía la siguiente inscripción: "Ferdinando Austriaco Hispaniarum Infanti Maximo". 

- De la llegada a Insbruck y la reunión del ejército en Kufstein.

El 21 de julio llegó el ejército a Innsbruck, saliendo el archiduque Fernando a recibirle acompañado de un gran séquito de ilustres caballeros y nobles. Las persistentes lluvias impidieron una celebración a la altura de la ocasión. Al día siguiente se reunió con el coronel Salms y con los representantes del rey de Hungría y del duque de Baviera. De allí partió a Rottemberg, donde permaneció varios días para acabar de juntar al ejército de Alsacia que había conducido el duque de Feria el año anterior y que se hallaba en el Tirol. Solo quedaba un tercio de veteranos españoles junto con varias compañías de infantería lombarda; esa fuerza era mandada ahora por el maestre de campo Martín de Idiáquez. El 25 de julio llegó aviso de la toma de Lanshut, una ciudad de Baviera enclavada en el río Isar, situada entre las ciudades de Ratisbona, Múnich e Ingolstadt. 

Todo esto se producía mientras trataba Don Fernando de que se le unieran dos regimientos de infantería borgoñona, uno de alemana y un regimiento de caballería, y moría el marqués de Villafranca del Bierzo en Rottemberg. También llegaban noticias de la rendición de Ratisbona a manos de las fuerzas imperiales. El 1 de agosto llegó el cardenal infante a las inmediaciones de la ciudad, alojándose en un convento de Franciscanos, y asistiendo al día siguiente a la toma de Ratisbona. El 5 de agosto se reunión con el marqués de Grana, general de artillería del Rey, con quien debatió la necesidad de unir los ejércitos del Rey de España con el imperial, para poder batir más fácilmente a las fuerzas protestantes que campaban por Baviera y Suabia.

Se unieron a las disquisiciones el II marqués de los Balbases, Felipe Spínola, y el consejero Martín de Aspe, que venían de España con instrucciones del Rey. "Aquella misma noche y el día siguiente, después de haber conferido y ponderado todos los ministros en algunas juntas todas las razones de una parte y de la otra, vinieron a resolver que por muchas conveniencias se encaminase el ejército de su Alteza hacia Ingolstadt, a juntarse con el del Rey, para obrar lo dicho, marchando el uno del otro lejos tres o cuatro leguas por la comodidad de los víveres, y otras consideraciones, y que tomando su Majestad Apostólica al enemigo la mano derecha del Danubio, y su Alteza buscándole por frente, siempre retirándose hacia donde su Alteza no se apartaba de su camino derecho a Flandes". 

El Infante Cardenal, por Van Dyck

Una vez acordado esto, se mandó tomar muestra general de todo el ejército y pagar a los soldados. Había "tres mil infantes españoles, dejándolos mil ochocientos al maestre de campo Don Martín de Idiáquez, y formó de los mil doscientos restantes otro tercio, del que hizo maestre de campo a Don Enrique de Alagón, conde de Fuenclara, al cual mandó agregar otros doscientos infantes, que vinieron pocos días después de escolta del dinero que venía de Italia, con lo que había dos tercios de españoles bien llenos y muy lucidos de bravos y bizarros soldados". 

El día que partió Don Fernando para Passau, llegaron a Rottemberg las tropas de caballería lombarda, en cuatro compañías de "muy buena gente", y otra al mando de Andrés Manrique, así como los mosqueteros de César Tarragón, y el dinero que faltaba y el trigo. De esta manera despachó las órdenes oportunas el marqués de los Balbases, que había quedado al mando de los cuarteles de caballería e infantería llegada de Italia. El día 10 llegó a la ciudad el duque de Lorena, para entrevistarse con el cardenal-infante, pero al no hallarse allí, marchó a Insbruck a ver a la archiduquesa, regresando al poco a Rottemberg sin que su Alteza hubiese vuelto aún. 

La muestra tomada entre las tropas concentradas en Rottemberg y Kufstein quedó de la siguiente manera: la caballería se componía de diez compañías de caballos napolitanos bajo el mando de del conde de Ayala, sumando un total de 700 hombres "muy bien montados". La caballería borgoñona estaba compuesta por 587 caballos divididos en siete compañías bajo el mando del conde de la Tour. En ambas había muchos títulos, nobleza y gente particular. Cuatro compañías de caballería Lombarda del marqués Florencio, a las que había que sumar la compañía de la misma nación de Andrés Manrique, la de Pedro Villamor, la de Alfonso Filomartín, y la de mosqueteros de César Tarragón, sumando un total de 500 hombres. Por último, en lo relativo a la caballería, las dos compañías de la Guarda de Don Fernando, comandadas por el marqués de Orani, con 230 hombres en total. 

En cuanto a la infantería, se encontraban veintiséis compañías de infantería española del tercio de Martín de Idiáquez, "caballero del hábito de Santiago y comendador de Villas buenas", a las que se le agregaron de Lombardía, "toda gente bizarra", habiendo un total de 1.800 hombres entre oficiales y soldados. El tercio del conde de Fuenclara, con 1.450 hombres, divididos en diecisiete compañías procedentes de Nápoles y Lombardía. El tercio de napolitanos del príncipe San Severo contaba con 1.900 hombres distribuidos en veinticuatro compañías. El tercio napolitano de Gaspar de Toralto tenía 750 hombres distribuidos en diez compañías. El tercio de Pedro de Cárdenas, de la misma nación, traía 950 hombres formados en trece compañías, mientras que el del tercio lombardo del marqués de Lunato llevaba 1.300 en quince compañías. 

El tercio lombardo del príncipe Doria, cuyo maestre de campo era Carlo Guasco, llevaba 1.000 hombres encuadrados en doce compañías. A esto había que sumar la compañía de esguízaros y otras naciones de Rafael Sachi, con 90 hombres. En total 9.240 infantes y 2.017 caballos, a los que había que sumar cinco compañías de dragones con 500 caballos en total. Este era el ejército de Don Fernando, con el que debía reunirse con las fuerzas del rey de Hungría y asestar un golpe definitivo a las fuerzas protestantes en Baviera antes de reemprender el camino a Flandes, misión en la cual se había embarcado ya tantos meses atrás. 

"A toda esta gente se le dio una paga al contado además de muchos socorros que les habían dado, y se repartieron entre ellos dos mil vestidos de munición, zapatos y sombreros, y se les daba con mucha puntualidad su pan de munición, de manera que jamás se vio ejército también sustentado ni mantenido". Gobernaba aquella fuerza el teniente general de su Alteza, el marqués de Leganés, comendador mayor de León. Era general de caballería el marqués de los Balbases, Felipe Spínola. Como general de la artillería estaba el conde Juan de Cervellón, que era quien se había hecho cargo del Ejército de Alsacia tras la muerte del duque de Feria, y teniente de maestre de campo general Pedro de León, con Juan de Padilla y Tiberio Brancaccio. 

"Cerca de la persona de su Alteza había (fuera de veinticinco capitanes entretenidos) muchos soldados viejos, y maestres de campo reformados, como Cheri de la Reina, Juan Tomás Blanco, Juan Luis Rugier, el sargento mayor Don Diego de Bustos". Mientras, Don Fernando estuvo en compañía de su hermana, la reina de Hungría, apenas tres días, pues no disponía de más tiempo, aunque no se separó de ella en ese tiempo, conversando hasta altas horas. 

El 9 de agosto, después de comer, embarcó Don Fernando junto al marqués de Leganés y unos pocos hombres más, remontando el río Eno y llegando a Rosenheim, donde le esperaba una embajada del duque de Baviera para darle la bienvenida. De allí se dirigió a Passau subiendo el Eno, a donde llegó el día 11 de ese mes. "Fue su Alteza con gran acompañamiento de caballeros y concurso de gente en coche al palacio, donde estaban esperándole su hermana acompañada del cardenal Diatristán, que con extraordinario lucimiento había venido sirviendo a su Majestad en esta jornada; del conde de Frankenburg y del marqués de Castañeda, embajador de su Majestad Católica, y de todas sus damas vestidas a la española". 

"Estuvo su Alteza gozando de la deseada y amable compañía de su hermana tres días, comiendo siempre juntos y logrando en continua conversación todo el tiempo, que podían quitar a cumplimientos públicos; y aunque no había menester otro ni mejor entretenimiento que este, quiso su Majestad festejar a su hermano con un sarao de muchas y lucidas damas a la alemana; habiendo ido a la mañana antes juntos a misa a la iglesia mayor, y su Majestad en silla como embarazada, y su Alteza a caballo a su lado acompañándola, que fue vista de mucho gusto". Abandonó el día 14 la compañía de su querida hermana para volver a sus tareas, que no eran pocas, encontrándose por el camino al duque de Baviera y su séquito. "Venía el Elector en coche, y antes de llegar su Alteza a él, se apeó a esperarle, recibiéndole con gran agasajo y amor que era razón que hubiese entre dos tan grandes príncipes".

Tras montarse en la carroza, conversaron ambos, el duque en italiano y el infante cardenal en español, entendiéndose muy bien, llegando a Braunau, hospedándose en una de las casas del duque, donde fue recibido por la duquesa. Tras una larga conversación, fueron a cenar y dormir al convento de los Canónigos Regulares de la Orden de San Agustín, donde también comieron antes de que sus obligaciones obligaran a Don Fernando a partir, llegando el día 17 a Kufstein. El 18 pasó revista a toda la infantería y caballería de su ejército, en medio de una fina y continua lluvia que duró hasta la noche, padeciendo la tropas estoicamente mientras su Alteza impartía órdenes y despachaba y recibía correos que llegaban de Lorena y de Flandes. 

Fernando, rey de Hungría, por Jan van den Hoecke

- De la salida de Kufstein al frente del Ejército y su llegada a Nördlingen.

El 19 de agosto, y tras mejorar el tiempo, partió Don Fernando al frente de las tropas a eso del mediodía, mientras desde el castillo se disparaban salvas en su honor. Iba delante la compañía de Guarda de arcabuceros a caballo con su capitán, el marqués de Orani al frente; tras ellos iba la tropa de la corte del infante cardenal, y después el guion "que era de seda carmesí bordado todo de oro; tenía de una parte un Cristo crucificado, y de la otra nuestra Señora de la Concepción". Su Alteza, con el bastón de general en la mano por primera vez, iba escoltado por la compañía de la Guarda de lanzas. Iba "tan bizarro y gallardo, que no hubo soldado que no estuviese hecho un león, contentísimo de ir a servir debajo de la mano de tal general".

Al entrar en Baviera les recibieron los comisarios del duque para asistirles en lo referente a los alojamientos y "demás cosas del ejército", y a informarles de que el rey de Hungría había tomado la ciudad de Donauwörth el 16 de agosto, para contento de Don Fernando y todos sus hombres, ya que era una importante plaza sobre el Danubio. Se detuvo el ejército en la villa de Ailbing durante tres días, saliendo el 24, tras nombrar tenientes generales de la caballería al caballero napolitano Paulo Denticci, con 10 compañías de caballos napolitanos, 7 borgoñones y 8 lombardos,  y a Gerardo Gambacorta con 18 compañías napolitanas, 5 de borgoñones y 10 alemanas. 

Recibió Don Fernando dos misivas la noche del 24, ambas del rey de Hungría, en las que le conminaba a acelerar el paso lo máximo posible, pues debían juntarse para el día 29, ya que las fuerzas de Gustav Horn y de Bernardo de Weimar se estaban reuniendo y amenazaban con atraparlo. No perdió un segundo y dio órdenes a los cabos para organizar la partida, entrando el día 25 en la ciudad de Múnich, corte del duque de Baviera acompañado del duque de Lorena que había ido en su busca a unos dos kilómetros de la ciudad. Al entrar "halló su Alteza en escuadrón haciendo muy linda vista y una salva real, el Regimiento del príncipe de San Severo, los tercios de Don Gaspar de Toralto y de Don Pedro de Cárdenas, napolitanos, acompañados del de Lombardía del conde Paniguerola y los regimientos de alemanes del conde de Salm, que estaban aquí desde el año pasado, y el de Wurmser".

Mandó el cardenal-infante tomar una nueva muestra general y dar una paga al ejército que se encontraba en Múnich desde el año anterior. De esta forma se hallaron quince compañías de infantería napolitana del marqués de Torrecuso con 950 hombres entres oficiales y soldados. Doce compañías de infantería lombarda del Tercio del conde de Paniguerola, con 800 hombres. Once compañías de alemanes del Regimiento del conde de Salm, con 2.400 efectivos. Diez compañías del Regimiento de alemanes del coronel Wurmser, con 2.150 hombres. Dieciocho compañías de caballería napolitana y lombarda, repleta de de títulos y nobleza, con 630 caballos. Cinco compañías de caballería borgoñona del conde de Arberg, con 450 caballos. 

Tras la unión de las fuerzas concentradas en Múnich con las que Don Fernando traía de Italia y los españoles del maestre de campo Idiáquez, se hallaban 3.250 españoles en dos tercios, 4.550 napolitanos en cuatro tercios, 3.100 lombardos en tres tercios, y 4.640 alemanes en dos regimientos, que entre todos eran 15.540 infantes en once tercios. 1.080 caballos en veintitrés compañías del cargo del teniente general Gerardo Gambacorta, y 2.017 en veintiséis del cargo del teniente general Paulo Denticci, incluidas las dos compañías de la Guarda de su Alteza, y diez piezas de artillería, entre cuartos de cañón, culebrinas, sacres y otras piezas, con los carros que eran menester para la pólvora, balas de todo género, cuerdas, mechas, capas, pontones, y todo lo demás necesario tocante al tren de la artillería, así artilleros, gastadores, como los demás oficiales y personas precisas en ella."

A estas fuerzas faltan por juntarse el regimiento de alemanes viejos de Leslie, los tercios de infantería borgoñona de La Tour y de Arberg, así como un regimiento de caballería alemana del barón de Sebac. Estas fuerzas se habían unido al rey de Hungría para el sitio de Ratisbona, y después se reincorporarían al ejército del infante cardenal. Con todos los preparativos hechos, partió su Alteza el día 26, durmiendo en la villa de Dachau. Al día siguiente salieron a buen paso dirigiéndose hacia un castillo de una encomienda de la orden Tuetónica, conocido como Blumendael, donde recibió correo del rey de Hungría con el aviso de que los protestantes se hallaban en un alto a tan solo dos horas de las fuerzas imperiales fortificándose para esperar la llegada de los refuerzos del Rhinegrave Otto Louis de Salm, que llegaba con 6.000 hombres, del conde Johann Cratz, con unos 3.500 hombres, y de los milicianos de Wurtemberg que mandaba el coronel Liebenstein, y que sumaban otros 6.000 infantes más. 

Don Fernando pasó el resto de la tarde visitando los cuarteles, infundiendo ánimos entre la tropa, escuchando las preocupaciones de los soldados y preocupándose por ellos como un padre se preocupa por sus hijos de tal forma que "le adoraba todo el ejército, y cautivaba los ánimos de todos, y allí iban hechos unos leones deseosos de verse ya con el enemigo y ganarle una batalla". El día 29 recibió el infante cardenal a un coronel español llamado Contreras, que venía de parte del emperador, y pasó por la villa de Aichach, que había sido destruida y quemada por las fuerzas protestantes a su paso, al igual que una vasta extensión de tierras al noroeste de Múnich. Un día después, el ejército hispánico cruzaba el río Lech, afluente del Danubio, por la villa de Rain, apenas a 10 kilómetros al sureste de la ciudad de Donauwörth. 

Allí recibió su Alteza al marqués de Grana, quien le comunicó que a las fuerzas de Horn y Weimar se habían unido ya 6.000 infantes procedentes de las milicias de Wurtemberg, y otros 4.000 a cargo del coronel Cratz. También trajo un mapa con la disposición de las tropas en el campo de batalla, y le comunicó, entre otras cosas, que el "duque de Weimar y los demás cabos de su ejército habían dicho que habían entendido que venían en socorro del rey de Hungría, cuatro o cinco mil españoles e italianos descalzos, que pedían que les señalasen el día de la batalla hacia donde estaban, para almorzárselos y no dejar ninguno con vida, lo cual llegando a noticia de estas valerosas naciones, les indignó grandemente, ofreciendo y jurando que ellos se darían bien a conocer al señor Weimar, y que harían de él y de su gente, lo que él decía que haría de ellos". 

El 31 de agosto se detuvo el ejército en Donauwörth para que se cociese pan y Don Fernando envió al maestre Idiáquez a reconocer la disposición de los cuarteles que se le habían asignado a sus fuerzas, y también para reconocer la posición de los del enemigo. El día 2 de septiembre se reemprendió la marcha, saliendo a recibir al ejército el marqués de Castañeda, y a media legua de distancia de las posiciones bávaro-imperiales, apareció Fernando, rey de Hungría, para recibir al cardenal-infante. El encuentro de ambos primos fue majestuoso. Venía su Majestad Apostólica acompañado del príncipe de Florencia, de Octavio Piccolomini y de los demás cabos y coroneles del ejército. 

La noche del 2 al 3 su Alteza, acompañado de su séquito se instaló en el campo católico, apenas a un kilómetro de la ciudad de Nördlingen. Con las primeras luces se comenzó a batir la ciudad por tres sitios con cuatro medios cañones y ocho culebrinas. Esa mañana los dos primos fueron a inspeccionar los cuarteles, marchando el infante cardenal a la izquierda del rey de Hungría. "Era cosa muy de ver tan grande campaña tan cubierta de tantas bravas, bizarras y gruesas tropas de caballería, con tan agradable y belicoso son de trompetas y timbales". El ejército bávaro-imperial se componía de 8.000 infantes y 9.000 caballos, quedando muy contento Don Fernando por ver aquellas tropas tan bien aprestadas. Mientras tanto, la infantería hispánica iba llegando al campo de batalla y "se mandó encaminar a un alto pegado a su cuartel, donde se puso toda en escuadrones, cada tercio de por sí, uno al lado del otro, que estando bien pegados ocupaban un frente de más de un kilómetro". 

Don Fernando de Austria, por Jan van den Hoecke

En total "entran en todo nueve tercios, que son dos de españoles, cuatro de napolitanos y tres de lombardos, y dos regimiento de alemanes". Don Fernando llevó a su primo a visitar a su infantería, que ya estaba en orden, pues lo deseaba mucho dada la fama y reputación de las naciones que lo componían. "Subieron a lo alto y comenzando por la infantería española, que estaba en el cuerno derecho hasta el izquierdo, que ocupaba la napolitana de Don Gaspar de Toralto, fueron viendo despacio todos los escuadrones, con gran admiración del Rey y de todos los suyos, de ver tanta, tan buena gente, tan bizarra y tan igual infantería, tan llena de gente particular y oficiales reformados". 

"Quedó el Rey y todos los suyos con mucho gozo de verse seguros con tan grande y nunca visto y esperado socorro, y aún les faltaba por ver la caballería, que pasaba de tres mil quinientos, muy lucida y bizarra". La infantería hispánica realizó tres salvas reales en honor del rey de Hungría, quedando éste ampliamente admirado y satisfecho por ver lo que había visto en el campo español. Un poco más tarde hizo su aparición el duque de Lorena para ponerse al frente del ejército de la Liga, visitando a su Alteza al día siguiente. La tarde del día 3 recibió en su campamento, asistido por los marqueses de Leganés y de los Balbases, y el conde Juan Cervellón, a Piccolomini, al marqués de Grana, y a otros coroneles importantes.

Mientras tanto, se seguían batiendo los muros de Nördlingen sin descanso, cayendo la noche y percatándose que se había batido alto, pues harían falta escalas de veinte pies para poder subir. De ese modo, el día 4, se dieron nuevas instrucciones para abrir nuevas cañoneras y batir el pie de la falsa braga. Una vez logrado, se envió un emisario para pedir la rendición de la ciudad, con la amenaza de entrar a sangre y fuego de no hacerlo. Se les dio de tiempo hasta las dos de la tarde y, llegado el plazo acordado, y sin haber obtenido respuesta alguna, se dio asalto a la ciudad por tres puntos distintos, en dos de ellos con gente del bando imperial y algunos borgoñones del ejército hispánico, y por el otro con gente de la Liga. 

El asalto duró algo más de tres horas y no se pudo realizar por la gran resistencia que se encontraron los soldados católicos, perdiendo la vida casi 500 de ellos. Mención especial mereció el comportamiento de los infantes borgoñones que, desde el sitio de Ratisbona el infante cardenal había prestado al ejército imperial, ya que llevaron ellos el peso del asalto llegando a entrar en la ciudad y, de no haber sido porque las defensas no habían sido batidas completamente, hubiesen podido ser acompañados por el resto de la fuerza y se habría podido tomar la ciudad. Mientras esto sucedía, la caballería ligera croata daba aviso de que el enemigo estaba llegando, tal es así, que aparecerían el día 5 de septiembre para alborozo de los sitiados. 

Bibliografía:

-El memorable y glorioso viaje del Infante Cardenal D. Fernando de Austria (Diego de Aedo y Gallart)

-El ejército de Alsacia 1633/1634 (Carlos de la Rocha)

-La Guerra de los Treinta Años (Geoffrey Parker)

-La Guerra de los Treinta Años. Una tragedia europea (Peter H. Wilson)


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