El 14 de julio de 1573, tras más de 7 meses de un duro y penoso asedio, caía la importante ciudad de Haarlem, la segunda en población de Holanda, ante las tropas de Fadrique Álvarez de Toledo, hijo del Gran duque de Alba.
La Guerra de los 80 años se recrudecía, con los rebeldes holandeses inmersos en una violenta revuelta de índole religioso y político que databa de 1566. La mano dura del duque de Alba no ayudó a apaciguar los ánimos, y las ejecuciones de los condes de Egmont y de Hornes, súbditos del rey sobre los que recaía la sospecha de traición a España, propiciaron que buena parte de la nobleza de los Países Bajos que aún se mantenía fiel a Felipe II, se uniese a la causa de Guillermo de Orange, quien se había refugiado en sus tierras de Dillenburg, en Alemania, y desde donde lanzaría un poderoso ejército con el que invadir los Países Bajos en 1568.
En 1572 las cosas no habían cambiado mucho; los rebeldes, con los Mendigos del Mar de Guillermo de La Marck a la cabeza, sacudían con furia los Países Bajos. Los desesperados intentos del duque de conseguir dinero para sostener sus ejércitos allí, le llevaron a imponer la "décima", un tasa que gravaba las transacciones comerciales, tal y como sucedía en los territorios castellanos de España. Este hecho provocó el descontento de parte de la población no solo de Holanda y Zelanda, sino también del Brabante y Flandes.
Las tropas de Guillermo de Orange consiguieron tomar la importante villa de Mons en mayo de 1572, abriendo de esta manera el camino para que los ejércitos hugonotes franceses pudieran invadir los Países Bajos. El Gran Duque de Alba conseguiría retomar la villa en septiembre de ese mismo año. A la par que sucedían estos acontecimientos, la ciudad de Haarlem, la segunda más poblada de Holanda, con más de 20.000 habitantes, se sublevaba el 3 de julio de ese año y los calvinistas ocupaban todos los cargos de gobierno, con el capitán Wibold van Ripperda a la cabeza como nuevo gobernador en nombre de Guillermo de Orange.
Por su parte, Ámsterdam, la principal villa de Holanda con una población de 30.000 habitantes y una guarnición de 4 banderas de católicos leales, se mantenía fiel al gobierno español de Bruselas, por lo que fue sitiada por las tropas orangistas, más concretamente por los Mendigos del Mar, aunque sin demasiado éxito. El gobierno de Ámsterdam trató de convencer al de Haarlem de volver a la causa del rey, aceptando recibir a una delegación de la ciudad en rebeldía para que escuchase las propuestas españolas.
Temiendo que el duque de Alba enviara su ejército para recuperar el control sobre Haarlem, Van Ripperda pidió ayuda a Guillermo de Orange, el cual le envió al coronel Müller con cuatro compañías bajo el mando de los coroneles Witenberg, Puys, Vader y Stienbach, quienes llegaron el 4 de diciembre de 1572 a la ciudad, lo que envalentonó más a los calvinistas. Al día siguiente, los delegados enviados a Ámsterdam para escuchar las propuestas españolas volvieron a Haarlem, siendo recibidos como unos traidores y sometidos a torturas y ejecutados sin ni siquiera poder hablar y defenderse, tal era ya el radicalismo del gobierno de la ciudad.
El 8 de diciembre llegaba a la villa el plenipotenciario del príncipe de Orange, Philips van Marnix, un fanático calvinista procedente de la nobleza de Brabante, quien tenía el encargo de limpiar totalmente la ciudad de católicos y de formar un gobierno a la medida de la causa protestante, capaz de imponer un férreo control sobre la población, aun en las circunstancias más adversas. La población católica que se hallaba en la ciudad se encontraba en el punto de mira de las autoridades orangistas, y el clima de miedo y paranoia se acrecentó hasta niveles insoportables.
Tanto el duque como su hijo Fadrique Álvarez de Toledo, se percataron rápidamente del peligro que conllevaba la caída de una ciudad tan importante como Haarlem en manos de los rebeldes. Situada a tan solo 20 kilómetros al oeste de Ámsterdam suponía una seria amenaza para las posiciones católicas y constituía una especie de istmo que comunicaba el sur y el norte de Holanda. Había que retomarla a toda costa y eso era lo que se proponía Fadrique de Toledo.
Grabado de la época |
La vanguardia española de las fuerzas de Fadrique se lanzó contra dicha posición, aprovechando que parte de las aguas que rodeaban el fuerte se encontraban heladas por las bajas temperaturas de diciembre. Un estrecho dique se encontraba ligeramente sumergido bajo las aguas, lo que fue aprovechado para el cruce debiendo antes que romper el hielo que lo cubría. El ingeniero militar de Fadrique quedó maravillado con las defensas del fuerte y las pocas bajas que habían sufrido para tomarlo, quedando el camino expedito para sitiar Haarlem.
El asedio dio comienzo el 12 de diciembre con unas fuerzas que sumaban 36 banderas españolas, con escogidos soldados veteranos de los tercios de Nápoles, Lombardía, Sicilia y el de Cerdeña, reconvertido en el de Flandes tras la derrota en Heiligerlee, a los que se sumaban un total de 22 compañías valonas bajo el mando de los señores de Goignie, Capres, Licques y Noircames, y 16 compañías alemanas mandadas por el conde de Eberstein, más un tren de asedio compuesto por 14 piezas de artillería. El número total de hombres es motivo aún de controversia, aunque las cifras más reales se elevan a unos 13.000 hombres, incluyendo la caballería.
Fadrique, ostentando el mando supremo de aquellas fuerzas, conformó su consejo de guerra con Julián Romero, maestre del Tercio de Sicilia, Rodrigo de Toledo, sobrino del duque y maestre del Tercio de Nápoles, Hernando de Toledo, maestre que había sustituido en el Tercio de Lombardía al ya fallecido Sancho de Londoño, y Gonzalo de Bracamonte, maestre del Tercio de Flandes. También se encontraban en el consejo el Conde de Bossu, gobernador católico de Holanda, los coroneles de las compañías valonas y alemanas, el general de artillería Cressonnière y el ingeniero militar Bartolomé Campi.
Para poder realizar el asedio satisfactoriamente, Fadrique hubo de defender a conciencia las rutas de suministros de su ejército, principalmente las de Ámsterdam, Utrecht y Nimega. Se calcula que solo en esa tarea se emplearon cerca de 8.000 soldados, lo que dejaba una cifra de apenas 5.000 hombres para asediar formalmente la ciudad. Por su parte Haarlem contaba con unos 1.000 infantes y otros 2.000 voluntarios al principio del asedio, cifra que se iría ampliando en los meses de enero y febrero hasta llegar a los más de 4.000 soldados y otros 3.000 o 4.000 voluntarios. Sus magníficas murallas de hasta 16 metros de altura y sus 40 torres y baluartes, así como un canal de 15 metros de anchura rodeando buena parte de la ciudad, proporcionaban una formidable defensa.
Fadrique instaló su cuartel general en la retaguardia de sus fuerzas, las cuales se situaron frente a las principales puertas de Haarlem, la de San Juan y la de la Santa Cruz, al sur de la villa, ambas reforzadas por un poderoso revellín que constituía una formidable plataforma para la artillería holandesa. Por su parte las fuerzas alemanas del conde de Eberstein se situaron al norte de la ciudad, cayendo sobre la puerta de Hout, mientras que al este, contra la puerta de Sil, se instalaron las fuerzas valonas de Goignie y Noircames.
No se había terminado de instalar el ejército realista cuando el jefe de los Mendigos del Mar, Guillermo de La Marck llegó desde Delft con un contingente de más de 3.000 hombres. Los eficaces servicios de inteligencia españoles permitieron adelantarse al ataque de los rebeldes, permitiendo así a Fadrique idear una emboscada aprovechando la densa niebla y la fuerte nevada de aquellos días para sorprender al enemigo. La Marck sufrió una derrota incontestable, perdiendo más de un tercio de sus hombres y todos sus pertrechos y cañones. Solventado este percance Fadrique dirigió el fuego de sus baterías contra la muralla sur de la ciudad. Algunos autores hablan de unos 50 disparos por cañón al día, pero las fuertes defensas y los trabajos de reparación de los ingenieros holandeses dificultaron en extremo el abrir brecha, siguiendo las murallas en su sitio.
Aún así se resolvió, en contra de la opinión del maestre Julián Romero, iniciar un asalto general la noche del 20 de diciembre, para el cual el ingeniero Campi había construido varios puentes sobre barriles, que fueron colocados por el capitán Francisco de Vargas y 30 de sus hombres. Hecho esto, los españoles se lanzaron a trepar las murallas de Haarlem sin las debidas precauciones, por lo que fueron sorprendidos y se convirtieron en blanco fácil de los holandeses. Se contaron esa noche cerca de 200 bajas españolas entre muertos y heridos, algunos de ellos veteranos soldados imposibles de reemplazar, como los alféreces Pedro de Benavides, Jerónimo de Lama o Gaspar de Govilla, o el capitán Lucas Espila. Incluso Julián Romero recibió un arcabuzazo en el ojo que le tuvo fuera de combate varias semanas. El ataque había sido un error fatal de cálculo por parte de Fadrique y la mayoría de los miembros de su consejo de guerra.
Al día siguiente se ordenó la construcción del sistema de trincheras que permitiera asediar en condiciones la ciudad. A las dificultosas tareas de asedio le suceden los constantes refuerzos que llegan desde el sur del Haarlemmermeer, cubiertos por las salidas nocturnas de los holandeses. Fadrique también recibió auxilio: 4 compañías de valones llegaron con Cristóbal de Mondragón al frente. También llegaron varias banderas alemanas, y una compañía de arcabuceros bajo el mando de Gaspar de Robles, así como 1.000 infantes borgoñones a cargo del barón de Chevraux.
Asedio de Haarlem. Grabado de la época |
Para finales de enero Fadrique ya tenía las primeras minas colocadas en los muros de la ciudad y el 21 de ese mes se inició un segundo asalto general, prolongado durante más de una semana y que concluyó en febrero con un éxito relativamente bajo, pues solo se había conseguido tomar el revellín de Santa Cruz, posición importante pero no decisiva. El asedio se recrudecía a gran velocidad y las posiciones realistas cada vez eran más comprometidas.
En el frente las tropas españolas empezaban a recelar. No confiaban en la planificación que Fadrique llevaba a cabo. Algunos pedían abiertamente que el duque de Alba fuese el que dirigiese las operaciones, pero éste padecía por aquellos momentos una enfermedad pulmonar que se le unía a los continuos ataques de gota, por lo que se encontraba recluido en Nimega postrado en la cama. Desde allí se interesaba en todo momento por los avances de sus hijo en el asedio, y también por la situación que corría la villa de Middelburg, último bastión realista en la isla de Walcheren, en Zelanda. Ésta ciudad era de vital importancia para el comercio de los Países Bajos, dada su proximidad a Flesinga, puerto de la desembocadura del río Escalda, por lo que ocupaba buena parte de los pensamientos del Gran Duque durante su convalecencia.
El de Alba, preocupado por la moral de las tropas en Haarlem y por la necesidad acuciante de reclutar más hombres, envió al capitán de caballería Bernardino de Mendoza para comprobar cómo marchaba el asedio. También llevaba un mensaje contestando a la carta enviada por Fadrique diciéndole a su padre que si el asedio se recrudecía lo levantaría. Mendoza le llevó el mensaje a Fadrique el cual advertía que "si alzaba el campo sin rendir plaza, no le tendría por hijo; que si moría en el asedio él iría en persona a reemplazarle aunque estuviese enfermo y en cama; y que si faltaban los dos, iría de España su madre a hacer la guerra lo que no había tenido valor o paciencia para hacer su hijo".
Sin duda estas palabras avivaron los ánimos y el orgullo en Fadrique. Por sus venas corría la sangre del mejor general de Europa, por lo que se conjuró a continuar con el asedio el tiempo que fuese, dejándose la vida en él si era necesario. Inmediatamente después Bernardino de Mendoza partió hacia Madrid y a mediados de marzo logró convencer al rey de la necesidad de más tropas y dinero, así como de alcanzar un acuerdo con Inglaterra. Para abril volvía el capitán con 400.000 escudos para las pagas de los sufridos soldados y la promesa de refuerzos desde Italia, lo que incrementó notablemente la maltrecha moral de los hombres.
Mientras esto sucedía, los orangistas atacaban el punto más débil del asedio: el campamento de las tropas alemanas al norte de Haarlem. Las bajas entre los germanos eran tantas, que amenazaron con irse si no se les reforzaba con soldados españoles, en los únicos que confiaban para rechazar los ataques de los holandeses. Para esta empresa se eligió a un veterano y reputado militar, el capitán Eraso, al frente de una compañía de apenas 60 hombres, pero suficiente para levantar la moral y recuperar la confianza de los aliados alemanes.
Completado el cerco terrestre sobre la ciudad de Haarlem a finales de marzo, lo siguiente era aislar completamente la ciudad, lo que significaba lograr el dominio del Haarlemmermeer. En esta tarea puso todo su empeño Maximiliano de Hénin, conde de Bossu. La idea era romper el dique sobre el río Ij y lograr pasar una flota de buques al Haarlemmermeer y de esta forma cortar la ruta de suministros que los holandeses recibían constantemente por esa vía de agua. Pasaban las semanas y los meses y el asedio continuaba su marcha. Los padecimientos de los sitiadores se habían aliviado gracias al dinero y al fin del invierno. Pero debían seguir haciendo frente a continuas amenazas. El 25 de mayo se intentó un nuevo socorro desde Leyden, donde Guillermo de Orange había instalado su cuartel general. El plan era desembarcar tropas en las llanuras próximas a Haarlem a la vez que se lanzaba un ejército sobre los fuertes realistas y se realizaba una salida de tropas desde la villa asediada, pero el plan fracasó nuevamente ante la solidez de las defensas españolas.
Al fin, a finales de mayo el dique era demolido y Bossu preparaba su flota para el combate. El 26 de mayo los españoles se adentraron en el Haarlemmermeer y se encontraban con la flota protestante. Los holandeses contaban con unas 150 naves, muchas de ellas galeotas ligeras de poco calado, bajo el mando del almirante de los Mendigos del Mar Martin Brandt. Los españoles por su parte contaban con algo más de 60 buques, aunque más grandes y con mayor potencia de fuego. Los combates no se hicieron esperar y los buques abrieron fuego.
La balanza se inclinó del lado español gracias a la táctica favorita de los españoles: el abordaje. Ahí los españoles eran insuperables. Además Bossu había embarcado numerosa infantería provista de arcabuces, la cual causó estragos sobre el enemigo a corta distancia. La infantería holandesa, dirigida por el barón de Batenburg, no tuvo oportunidad alguna, a pesar de se mayor en número. Los españoles capturaron en aquellos combates más de 20 buques, y hundieron e inutilizaron decenas más. La consecuencia inmediata de esta victoria fue el cerco total de Haarlem, junto a la pérdida de los fuertes del Higo y de Fuyk, bastiones que protegían las aguas del Haarlemmermer.
A esta magnífica victoria se unió la llegada a comienzos de junio de 25 banderas españolas y 1.000 arcabuceros del capitán Luis Gaitán, enviadas desde Milán por Luis de Requesens. Los holandeses, con el barón de Batenburg nuevamente a la cabeza, enviaron un socorro de 4.000 hombres para hacerse con el dique que unía Utrecht con Ámsterdam y cortar así la línea de suministros española, pero los hombres del capitán Francisco de Valdés y el señor de Noircarmes, junto a los 1.000 arcabuceros de Gaitán recién llegados, recuperaron las vitales posiciones y causaron un descalabro mayúsculo en las tropas orangistas.
A la villa ya no le quedaba otra opción que rendirse, pero las tropas orangistas querían abandonarla con sus armas y pertrechos, algo inasumible para Fadrique y su padre tras un asedio tan penoso y sabiendo que dichos hombres podrían reforzar los ejércitos de Guillermo en cuanto abandonaran la ciudad. Éste enviaría un último socorro a Haarlem: unos 4.000 hombres comandados nuevamente por el barón de Batenburg tratarían de romper el asedio, pero el resultado sería igual que anteriores ocasiones; un completo desastre donde el propio Batenburg resultaría muerto.
Haarlem se rindió formalmente el 14 de julio, tras más de medio año de asedio, y teniendo que pagar un botín de 240.000 florines a cambio de que las tropas realistas no saquearan la ciudad. Lo cierto es que aquella victoria resultó pírrica, pues el tiempo y recursos perdidos en tomar Haarlem fueron enormes, inasumibles para la precaria situación del tesoro real. Además las fuerzas españolas perdieron unos 4.000 hombres, de entre los que destacan cerca de 800 soldados veteranos españoles, soldados sin duda alguna irremplazables. Por si fuera poco, las tropas españolas, que no cobraban sus pagas desde hacía 30 meses, se amotinaron el 29 de julio, apenas 15 días después de la victoria, por lo que ésta no se pudo explotar con las siguientes operaciones estivales que tenía proyectadas el duque. Esto sería una constante en el largo conflicto en Flandes, una losa que, junto a la falta de hombres y recursos, haría imposible ganar la guerra a la larga.
Batalla en el Haarlemmermeer, por Hendrick Cornelisz
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Asedio de Haarlem en 1572 |
El Gran duque de Alba |
Julián Romero |
Guillermo de Orange |
Fadrique Álvarez de Toledo |
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